Shiga
Publicado: Mié Dic 21, 2011 6:38 pm
Abriendo Caminos
El desgarrador grito de la mujer se elevó entre las ramas de la bóveda del bosque que les hacía de techo. Los pasos de Landor iban arriba y abajo con nerviosismo, vigilando el bosque que se abría delante de él con las armas en las manos. La penumbra del ocaso bañaba con largas sombras el paisaje que pronto se oscurecieron hasta que sólo quedó la luz plateada de la luna que le daba una atmósfera etérea y fantasmal a los alrededores. De vez en cuando miraba de reojo a Nerlin, que a duras penas cogía a la pequeña bola de carne sanguinolenta que acababa de salir de sus entrañas.
-Date prisa, mujer.- Ladró Landor en un susurro con una mueca, mirando de nuevo al bosque, con el pulso acelerado golpeándole las sienes.
Nerlin respiraba con dificultad, tumbada en el suelo del bosque, mientras le limpiaba las fosas nasales al bebé. Notaba cómo los años pesaban en su cuerpo con ese parto que notaba que la había dejado más débil que cualquier otro que hubiera tenido. Ni ella ni Landor eran ya ningunos jovencitos, como pasaba con todo el poblado que había ido disminuyendo en número hasta quedarse con muy pocos miembros y en su mayoría ancianos. Ellos dos eran los más jóvenes, sus hijos o habían muerto o se habían ido a fundar otros poblados en otros bosques. Éste era probablemente el último bebé que nacería y no tendría más que a Nerlin para salir adelante porque no contaban ya con ninguna otra mujer que pudiera suplirla si ella no podía darle el pecho. Landor se detuvo mirando a la mujer que ahogaba un leve sollozo, sin llegar a caerle las lágrimas, mientras cogía al bebé mirándolo con preocupación.
-Haz que llore de una maldita vez, Nerlin, no tenemos toda la noche.- Landor miraba al bebé con el mismo rostro de preocupación que la elfa pero entonces, después de que ella lo sacudiera un poco, el bebé empezó a llorar con fuerza. Ambos suspiraron aliviados pero Landor sintió un líquido cálido bañar sus pies desnudos. Miró al suelo y observó cómo un charco de sangre estaba extendiéndose desde donde Nerlin estaba tumbada en el suelo. Miró a la elfa con el pánico reflejad en su rostro y esta le devolvió una mirada serena, cansada, incluso con una leve sonrisa de tranquilidad en los labios. Murmuró algo que él no llegó a comprender y sus ojos se cerraron dejando caer la cabeza a un lado. El elfo se precipitó hacia ella tirando las armas al suelo y la sacudió gritando su nombre una y otra vez pero no había nada que hacer. La mujer se había desangrado y el bebé se sacudía en su pecho, aún rodeado por sus brazos inertes.
Landor apretó la mandíbula con fuerza apoyando la frente sobre la de la Nerlin, que se había quedado fría como la roca enseguida, oyendo de fondo los sollozos y sintiendo los pataleos del recién nacido, y entonces, levantó la mirada hacia ese ser. Vio que era una niña, una pequeña que se movía con fuerza, sana, pero sin futuro. Arropó a su hija con una manta para que no pasara frío y la miró largo y tendido con la mente rebosante de pensamientos. Mientras la mecía y ella se calmaba pudo sentir cómo aquel era el fin de su poblado, sabiendo que la última hembra fértil había muerto dejando a una hija de la cual nadie podría hacerse cargo. Cargó a su hija a la espalda en un pequeño cesto y cogió sus dos armas empezando a caminar con determinación.
El desgarrador grito de la mujer se elevó entre las ramas de la bóveda del bosque que les hacía de techo. Los pasos de Landor iban arriba y abajo con nerviosismo, vigilando el bosque que se abría delante de él con las armas en las manos. La penumbra del ocaso bañaba con largas sombras el paisaje que pronto se oscurecieron hasta que sólo quedó la luz plateada de la luna que le daba una atmósfera etérea y fantasmal a los alrededores. De vez en cuando miraba de reojo a Nerlin, que a duras penas cogía a la pequeña bola de carne sanguinolenta que acababa de salir de sus entrañas.
-Date prisa, mujer.- Ladró Landor en un susurro con una mueca, mirando de nuevo al bosque, con el pulso acelerado golpeándole las sienes.
Nerlin respiraba con dificultad, tumbada en el suelo del bosque, mientras le limpiaba las fosas nasales al bebé. Notaba cómo los años pesaban en su cuerpo con ese parto que notaba que la había dejado más débil que cualquier otro que hubiera tenido. Ni ella ni Landor eran ya ningunos jovencitos, como pasaba con todo el poblado que había ido disminuyendo en número hasta quedarse con muy pocos miembros y en su mayoría ancianos. Ellos dos eran los más jóvenes, sus hijos o habían muerto o se habían ido a fundar otros poblados en otros bosques. Éste era probablemente el último bebé que nacería y no tendría más que a Nerlin para salir adelante porque no contaban ya con ninguna otra mujer que pudiera suplirla si ella no podía darle el pecho. Landor se detuvo mirando a la mujer que ahogaba un leve sollozo, sin llegar a caerle las lágrimas, mientras cogía al bebé mirándolo con preocupación.
-Haz que llore de una maldita vez, Nerlin, no tenemos toda la noche.- Landor miraba al bebé con el mismo rostro de preocupación que la elfa pero entonces, después de que ella lo sacudiera un poco, el bebé empezó a llorar con fuerza. Ambos suspiraron aliviados pero Landor sintió un líquido cálido bañar sus pies desnudos. Miró al suelo y observó cómo un charco de sangre estaba extendiéndose desde donde Nerlin estaba tumbada en el suelo. Miró a la elfa con el pánico reflejad en su rostro y esta le devolvió una mirada serena, cansada, incluso con una leve sonrisa de tranquilidad en los labios. Murmuró algo que él no llegó a comprender y sus ojos se cerraron dejando caer la cabeza a un lado. El elfo se precipitó hacia ella tirando las armas al suelo y la sacudió gritando su nombre una y otra vez pero no había nada que hacer. La mujer se había desangrado y el bebé se sacudía en su pecho, aún rodeado por sus brazos inertes.
Landor apretó la mandíbula con fuerza apoyando la frente sobre la de la Nerlin, que se había quedado fría como la roca enseguida, oyendo de fondo los sollozos y sintiendo los pataleos del recién nacido, y entonces, levantó la mirada hacia ese ser. Vio que era una niña, una pequeña que se movía con fuerza, sana, pero sin futuro. Arropó a su hija con una manta para que no pasara frío y la miró largo y tendido con la mente rebosante de pensamientos. Mientras la mecía y ella se calmaba pudo sentir cómo aquel era el fin de su poblado, sabiendo que la última hembra fértil había muerto dejando a una hija de la cual nadie podría hacerse cargo. Cargó a su hija a la espalda en un pequeño cesto y cogió sus dos armas empezando a caminar con determinación.