Historia de Setanta

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Cuchulain

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HISTORIA DE
SETANTA ADLUGH
Paladina de Torm


Puerta de Baldur, fastuosa y cosmopolita ciudad. Miles de personas se agolpan en las calles transitando desde los barrios más orientales hasta los occidentales y viceversa. Recorriendo los sectores ricos y los pobres, los mercados, las posadas, las sedes… Las mayores gestas y las más grandes monstruosidades se encuentran allí. Suerte que yo, Setanta Adlugh, de la casa Ad Lugh (es decir, hijos de Lugh), nací en los amorosos brazos de una excelente y noble familia, y no tuve que presenciar demasiadas maldades durante mi infancia.
De hecho, mi niñez fue muy feliz. Mi mayor y más claro recuerdo es de aquellas ocasiones en que mis padres, mis hermanos y yo solíamos hacer excursiones campestres por los bosques cercanos a la ciudad. Solo aquellos bosques que estaban bien vigilados por la Guardia de la ciudad, claro está.

Soy la segunda de cuatro hermanos, y la única hembra, a pesar de que siempre he considerado a mi amiga Eobeth como una hermana pequeña. Mi hermano mayor siempre se vio atraído por el mundo de las artes arcanas, no sé bien si por amor a la magia o por rebeldía, ya que mi padre estaba en contra de tal vocación. Mis padres estrecharon la correa con mis dos hermanos pequeños, y acabaron siendo clérigos de Ilmater. Un dios benigno, pero demasiado pasivo para mi gusto.

De mi no se esperaba nada especial, pero… acabé siendo la única que eligió escoger el camino de mi padre, el camino recto de Torm. ¿Por qué? No lo sé, sinceramente.
En efecto, mi padre era paladín de Torm. Mi padre, Riavan Adlugh, perteneciente a uno de los más antiguos clanes bárbaros de las estepas de las Tierras Yermas, vivió la mayor parte de su vida como un refinado paladín al servicio de la ciudad de Puerta de Baldur. Fue a los veinte años de servicio a Torm cuando se le liberó de su voto de castidad y se casó con mi madre, fundando así nuestra familia. Desde entonces compaginó labores de protección y gestión de la ciudad. Aunque era un caballero muy cultivado, aún nos inculcó algunas de las antiguas costumbres de nuestro clan de origen, como los tatuajes que se hacen a cada vástago al nacer, o la costumbre de andar descalzo por aquella ciudad que consideramos nuestro hogar. Tengo parientes no muy lejanos que aún corren semidesnudos por las praderas cazando sin armas… El clan bárbaro Adlugh, al menos en parte, había acabado por “civilizarse”.
Mi madre, Rominara Adlugh, era una virtuosa costurera, y les diseñaba vestidos a las señoras más nobles, y aún sigue haciéndolo, creo. No heredé sus dotes con la aguja, pero sí el gusto por la ropa bien hecha.

Toda mi niñez la pasé admirando a mi padre por lo que hacía, lo que era y lo que representaba. Era mi ángel. Por ello, a los 8 años ingresé en la Academia de Escuderos de los Paladines de Torm, y estuve al servicio de nobles paladines durante diez años, y vi como hacían su labor, con minuciosidad, virtuosismo, fuerza y voluntad, cumpliendo religiosamente sus obligaciones. Allí aprendí a manejar las armas y el escudo, a llevar las más pesadas armaduras, a rezar, y hacerlo con tanta devoción que Torm me concedía miles de dones y bendiciones. Aprendí a curar con mis propias manos, a ver la maldad y detectar al maligno. Aprendí, en definitiva, el camino de Torm, el camino de la misericordia, la nobleza y la lucha contra el mal.

Cuando contaba con 17 veranos un burócrata del gobierno de la ciudad, de moral dudosa y bien pagado por alguien oscuro, asesinó a mi padre. Lo hizo con un cuchillo, por la espalda, estando mi padre desarmado y sin protección ninguna. No le dio ninguna oportunidad. Todos hubiéramos deseado que mi padre muriera en una gran batalla, con la espada en la mano, como mandaban las costumbres de mi ancestro clan. Es decir, como un soldado, no como un cordero. Mi rabia y mi pena fueron inimaginables. El asesino fue enseguida juzgado y condenado a decapitación en la plaza pública. Se hizo justicia, pero… por un momento deseé encontrarlo yo primero y quitarle la vida con mis propias manos. Mis deseos de venganza se mantuvieron un tiempo, hasta que Torm me iluminó y me dijo entre susurros “ése no es el camino de tu padre, ni el mío”. Entonces comprendí que lo que debía hacer es evitar más muertes inocentes, no vengarme de los culpables, sino dejarlos a cargo de la justicia. Un año más tarde me nombraron Dama Paladín de la Sacra Orden de Torm, con todos los honores. No sentí alegría el día de mi graduación, no hace falta preguntarse por qué. Tras la graduación en la Academia se me encomendó la misión de salvaguardar un reino hasta ahora desconocido para mí, Cormyr. Al parecer su legítimo rey había muerto no hace mucho y ahora gobernaba una joven reina regente, la cual controlaba su país a pesar de estar éste al borde del caos. Millones de problemas le asaltaban, e iba a necesitar toda la ayuda posible. Y así yo me despedí de mi recientemente viuda madre y de mis hermanos para tomar un camino desconocido labrado por Torm. Así llegué a este reino, para ponerme a las órdenes de la Reina Regente, y servirla hasta la muerte, y sobre todo, servir al inocente.
Tras un tiempo se me trasladó al norte, a la Marca Argéntea, donde hacía demasiado tiempo que criaturas malignas y antinaturales vagaban por los alrededores de la ciudad. Buscando Sundabar, me encontré antes con un pequeño pueblo...
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