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El Alma Furiosa

Publicado: Jue Dic 28, 2006 2:35 am
por Elenthyl
I. Una alegre partida

El sol despuntaba en el horizonte salvaje del norte de Faerun. Una persistente lluvia embarraba los caminos que conducían al enclave aventurero de Nevesmortas, apenas una docena de viviendas y algunos comercios rodeados de bosque y una toscamente ejecutada muralla de madera. El pequeño puesto avanzado había crecido últimamente, la llegada de buscavidas era incesante a pesar del clima extremo y de las salvajes criaturas que amedrentaban a quien osara separarse de las pistas forestales. Avanzando por la espesura, paralelamente a una de éstas, un elfo salvaje se aproximaba al villorrio.

Sus rasgos no lo reflejaban pero Elenthyl estaba pletórico. Todo lo contento que puede estar un nómada acostumbrado a la soledad. La traza de un viaje siempre conseguía aligerar su corazón, y éste sería uno apasionante. No le esperaban nuevos territorios pues hacía algunas lunas había emprendido uno similar junto a sus fieles amigos, La compañía de la Flecha de Destino casi al completo, y parecía que el mundo se acababa bajo sus pies. Pero incluso se había permitido silbar una vieja tonadilla aprendida en un pasado muy lejano, allá en las junglas de Khult. No era la perspectiva del descubrimiento la que lo animaba aquella mañana, más bien la compañía. Cruzando las puertas del enclave, el elfo salvaje se dirigía con paso raudo al hogar de Artemís. La montaraz.


“Toc, toc”

Dos golpes, y a su señal acordada la puerta se abrió de par en par, mostrando el recibidor abigarrado de plantas y flores aromáticas. Junto a la fuente de cortesía al viajero, un empapado Elenthyl se encontró con la belleza salvaje de la elfa de los bosques. Aún después de tanto tiempo le costaba superar la extraña fascinación que en él despertaba su mirada, apenas lograba apartar su atención de aquellos enormes ojos enmarcados en la perfección geométrica de sus rasgos elfos.

-Hey! Ya estás aquí! Pues mi mochila está hecha un desastre aún y no he clasificado mis pergaminos…

-Aprovecharé para terminar de ordenar la mía- su acerada media sonrisa, tan característica en él, le ayudaba a empezar a articular palabra en su presencia.

Su equipaje estaba hecho desde la noche anterior, cuando se despidieron junto al puesto de Shard, dónde le daba lecciones de carpintería. Lecciones que pronto dejaría de necesitar. No le importaba esperar. De hecho había llegado algo antes de lo acordado con la esperanza de ver cómo ultimaba sus preparativos. Sus movimientos conjugaban la agilidad con una personal tosquedad que le resultaba simplemente encantadora, disfrutaba viéndola mecerse de la misma manera que admiraba el movimiento de las ramas en las copas de los árboles donde gustaba de pasar las frías noches del norte.

Dirigiéndose a su habitación particular, comentaban la marcha de los trabajos y repasaban el equipo necesario para el largo viaje. Flechas cedidas por distintos árboles de bosques lejanos, comida de viaje, mucha agua, el cinturón mágico de Sundabar, pergaminos… ¡Pergaminos!


-Por cierto, Ilmanase- a Elenthyl le gustaba llamarla por su nombre élfico –aún llevo esos pergaminos que te prometí…

-Será posible, Elen, te tengo dicho que no hace falta que me regales nada, y tú, tú…

Mientras ella hablaba, él ya tenía en la mano la funda confeccionada con hojas impermeables que empleaba para transportarlos. Hacía tiempo que habían vencido la inicial reticencia a los regalos inesperados e innecesarios, y ya estaba convencido de que al fin había entendido que no pretendía comprarla, como otros. Sencillamente no podía evitarlo. Y además siempre acertaba. La sonrisa de ella era la suya, si bien no lo había reconocido nunca.

Dos pergaminos de gran poder encontrados por él mismo en tumbas olvidadas surgieron de la funda, junto con otro que compró a un mercader. Éste último era menos poderoso, pero como sospechaba sería el que más le gustaría. A pesar de lo que algunos arrogantes archimagos (uno en concreto tenía en mente el elfo salvaje) pensaban, un poder inmenso no serviría para alegrar aquel enorme corazón salvaje.


-Mira este, Ilmanase, creo que puede ser muy útil… y divertido.

Con la impaciencia propia de una chiquilla Artemís se abalanzó sobre los tres pergaminos, admirando el poder de los primeros y deteniéndose en el que le indicaba.

-¡Oh, vaya! Precisamente la otra luna comentaba con los magos la eficacia de este conjuro… hay muchos escépticos, ¿sabes? ¡Y hoy podré probarlo! Gracias a ti…

La intensidad de su mirada decía más que un desierto de palabras. Azorado, Elenthyl la animaba a conjurarlo. Pero ella, haciendo gala de su prudencia natural, lo estudiaba y lo memorizaba por si acaso fuera a ser tan útil como su impulsivo compañero pensaba. Tras unos instantes de meditación comenzó a mover las manos, susurrando arcanos con los ojos entrecerrados. El aire saliendo de sus labios es como la brisa de los campos de Thezhyr, pensaba el elfo salvaje. Como la brisa… como la brisa… tuvo que pellizcarse para asegurarse de que no estaba aún en su ensoñación. Artemís era ahora brisa, una nube translúcida que conservaba vagamente su forma separándose del tupido césped del piso de su dormitorio, elevándose mientras su risa cantarina llenaba la habitación. Había adoptado forma gaseosa.

-¡Ah, ja, ja, ja, ja! Mira, soy una nube, ¡soy aire! Es divertidísimo, ¡ja, ja, ja, ja!

-Y útil- Artemís revoleaba su capa alrededor de él –ya nunca más tendrás que temer los barrotes de una prisión, y además…

Los juegos de la elfa no le dejaban continuar. De nuevo una sonrisa a la que comenzaba a acostumbrarse cruzaba su rostro marcado de cicatrices, surcado de mil muertes y venganzas. Nunca dejaría de sorprenderle la facilidad con que conseguía mudar su mirada pétrea en chispeante alegría por los más nimios motivos. Ambos disfrutaban enormemente del juego. Inconscientemente Elenthyl se puso de nuevo la coraza que le había acompañado toda su solitaria vida y, saliendo de la habitación, actuaba como si arreglara algo en su mochila mientras Artemís volvía a su forma original. Bola de Pelo, el tejón doméstico, les contemplaba desde su montón de flores favorito preguntándose por el extraño comportamiento de dos seres que disfrutaban tantísimo el uno del otro y, sin embargo, mantenían una innecesaria distancia.

Tras unos minutos el equipaje quedó dispuesto y cargado sobre sus hombros. Aún llovía cuando salieron a media mañana del verde refugio de la montaraz y, tras pasar por el banco de Argluna, tomaron la impracticable senda del Norte hacia el camino de la Bifurcación. El objetivo del viaje no era otro que visitar a un fantástico comerciante en el lejano Este y adquirir algunos objetos mágicos de gran valor. La compañía ya había realizado en una ocasión esta expedición, aunque sin oro, y sería todo un reto repetirla. Ellos dos solos, mano a mano. Juntos.

Tardarían algunas jornadas en alcanzar el primer desafío de su viaje. La oscuridad de las antiquísimas ruinas de Ascore les esperaba…


…continuará.


Elenthyl Quart´Hadast

Publicado: Jue Dic 28, 2006 2:17 pm
por Mascara
Brillante...narras de forma sutil, elocuente y cautivadora...

Publicado: Jue Dic 28, 2006 2:39 pm
por Elenthyl
Buenas tardes!

Gracias por los piropos, me animas a seguir escribiendo. Me estoy documentando sobre los lugares que atravesaremos y en breve continuará la historia. Asíque si quereis decirme alguna página de dónde sacar info... ya sabeis ;) Espero que os guste!

Un saludo!

Elenthyl Quart´Hadast

Publicado: Jue Dic 28, 2006 6:32 pm
por Artemis
Fascinante... me siento halagada! xDD. Lo mas bonito es que todo eso ocurrió de verdad tal y como lo cuentas. Sigue así, podrías ser un gran novelista. Un abrazo!

Publicado: Vie Dic 29, 2006 5:08 am
por Elenthyl
II. Dos flechas en la oscuridad

Después de todo un día de animada conversación y buena marcha, los dos viajeros se aprestaban a cruzar el río Lanzagélida. La lluvia había cesado al fin y la temperatura continuaba bajando. Una suave nevada escondía las orillas de la helada corriente y el agua caída a lo largo de toda la jornada diseñaba fantásticas formas congelándose a lo largo de la suave curva de madera, bajo el puente que franqueaba el paso. Decidieron acampar a la vista de la translúcida cortina, mientras una enorme luna arrancaba destellos a las delicadas estalactitas suspendidas de la estructura.

Buena cazadora, Artemís sabía cómo preparar carne para que se conservara sabrosa, y el elfo salvaje compartía sus adoradas galletas de viaje, lo que él denominaba “el tesoro más preciado del maldito Jáskar”. Pasaron la noche en un viejo pozo, junto al fuego, recreándose en la belleza natural que les rodeaba, meditando abrigados bajo las estrellas.

A la mañana siguiente al fin alcanzaron el camino de la Bifurcación, que partía de Sundabar dividido en su nacimiento hacia el norte y el éste, siendo esta última la dirección que debía guiar sus pasos. Unos osgos que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino les despidieron de la región donde habitualmente se movían. La marcha sería incesante desde ese momento. Dejando atrás la última posada del camino sin detenerse más que a reabastecerse de agua apretaron el paso en dirección Este, siempre al Este, como si quisieran sorprender al amanecer.

Iban cargados de oro pero los bandidos no eran rivales para el canto de sus arcos. Por que aquellas elásticas ramas que se convertían en instrumentos de destrucción en sus manos cantaba cada uno con una nota característica, gracias a un truco aprendido por Elenthyl durante su aprendizaje de carpintero en los bosques sagrados de Weldazh. Tan sencillo como impregnar el lino que los tensaba con una determinada savia, diferente según el tono deseado. Una bella composición de dos notas que sus enemigos pronto aprenderían a temer.

El viaje transcurrió tranquilo y sin demasiados sobresaltos hasta llegar al final del camino, los límites del antiguo territorio enano de Delzun. Ascendiendo levemente pero sin pausa sus pasos les acercaban cada vez más a las imponentes ruinas de Ascore, las puertas del reino perdido. Una oscuridad claramente antinatural se iba imponiendo según avanzaban amedrentando a los menos valientes con sus extraños reflejos rojizos. El viento susurraba malditas letanías y ni la lluvia, ni la nieve, parecían poder atravesar aquella oscuridad. Desde hacía algún tiempo, aquello era territorio Umbra.

Umbras… la sola mención de su nombre estremecía los cabellos de Artemís y endurecía, más si cabe, el gesto del elfo salvaje. Y sin embargo no tenían miedo, ya que un par de escaramuzas anteriores habían contribuido a restarles el respeto que otros sienten por tan maléficas criaturas. No tenían miedo, pero avanzaban cada vez más despacio, cada vez más prudentes, esperando encontrar en cualquier momento a la primera de las patrullas que defendían el bastión enano. Algo que, tras una semana de viaje, al fin sucedió.

Afortunadamente la naturaleza sabía dotar a sus defensores de eficaces mecanismos de ataque y defensa. Su agudísima mirada conseguía la mayor parte de las ocasiones que vieran mucho antes de ser vistos, y cuando ésto no resultaba posible las clases que Artemís tomaba con Hoerath Almahellante mostraban (por vez primera de muchas) su utilidad, ya que con sencillos conjuros aquellos élficos puntos de luz que eran sus ojos conseguían atravesar sombras y distancias. Meses de bosque juntos dotaban a la pareja de una compenetración que cada día era mayor y no tenían que hablar para saber dónde y cuándo arrojar sus flechas. Los magos caían sin entender que había ocurrido, mientras que los guerreros veían su capacidad de reacción drásticamente reducida al tener sus tobillos clavados, literalmente, al piso. Atacaban desde lejos utilizando los espacios abiertos como un arma más, separándose con ágiles movimientos, dividiendo a sus enemigos mientras sus flechas surcaban el aire como mensajeras de la muerte. Tras este breve ejercicio alcanzaron al fin la colina que daba acceso a Ascore. La hora de atravesar la maldita oscuridad había llegado.

Siglos de oscuridad y piedra se extendían ante ellos privándoles del placer de la brisa, del sonido de los árboles. Era difícil mantener el sentido del tiempo y su paso con tanta roca alrededor. Y sin embargo reconocían la belleza de los trabajos, y se asombraban de encontrar plantas vivas en cada húmedo rincón. Enredaderas que, privadas de la luz del sol, posiblemente obtenían su fuerza vital de la magia que impregnaba cada una de aquellas paredes. Los subterráneos restaban eficacia a sus técnicas de ataque pero ambos eran conscientes de ello, conocían más o menos aquellos pasajes y, como los viejos dicen, “sólo se teme a lo desconocido”. Tejiendo alrededor de ellos poderosa magia que los protegía y potenciaba se internaron en las profundidades de aquellos riscos rocosos sorteando trampas, invisibles y silenciosos. Adelante, y abajo. Un soplo de aire fresco que atravesaba siglos de historia enana hasta alcanzar, al cabo de una jornada de oscuridad, el hall que daba acceso a la zona portuaria de la ciudadela.

Numerosos Umbra defendían aquellas puertas y, a pesar de su férrea voluntad de pasar, los pusieron en algunas dificultades. Nadie dijo que fuera fácil, y un par de cicatrices más no acabarían con la resolución de aquellos elfos curtidos por los vientos de medio mundo. Una intensa lucha se desató en la oscuridad con el único resultado posible. Ellos sobrevivían, sus enemigos no.

Tras atender cada uno las heridas de su compañero y descansar el breve instante que les concedía el destino en tan desolado lugar, franquearon el acceso comercial y pisaron los antiguos muelles ahora azotados ya no por las aguas del mar pasado, sino por océanos de arena. Como enormes esqueletos de imposibles animales se veían, aquí y allá, los armazones de grandes navíos varados en la desolación del tiempo. Naves de guerra, buques comerciales, barcos de piedra enana. ¡De piedra! La armada de Delzun debió ser digna de contemplación cuando aún era capaz de surcar las olas si, incluso ahora, se enfrentaba con tal majestuosidad a las tormentas de arena.

La última parte de su viaje. Un viento cálido les golpeó los sentidos haciendo que se añoraran al instante la brisa helada del norte. Había transcurrido algo más de una semana, y Anaurokh se extendía ante ellos…


… continuará.



Elenthyl Quart´Hadast

Publicado: Sab Dic 30, 2006 6:31 pm
por Elenthyl
III. Arena y fuego

Un gigantesco sol caía a plomo sobre Anaurokh.

El gran desierto es una tierra árida, yerma y desalmada. Un constante viento afilado como el vidrio borra todo rastro casi antes de ser dejado y las tormentas de arena perfilan, en la lejanía, terroríficos muro de perdición. Arena y sal impulsadas en suspensión que impiden hablar a los locos que se aventuran en la desolación, y desgarran las gargantas a los imprudentes que olvidan protegerlas. El gran desierto solo espera un descuido, no te permite un fallo antes de reclamar para sí tu piel, de moler tus huesos, de llevarte con su brisa mortal.

Los dos elfos avanzaban lentamente aprovechando las gélidas horas de oscuridad, sus manos en contacto casi permanente. Era tan fácil perderse sin un rastro que seguir, sin estrellas que te guíen. Paso a paso subían dunas, bajaban valles salinos, se aproximaban a impresionantes farallones rocosos. De vez en cuando las ruinas de una torre semienterrada daban fe de que allí debajo dormían antiguas civilizaciones perdidas en la noche de los tiempos.

Montañas de arenisca modeladas por el viento del desierto en fantásticas formas apenas ofrecían refugio, pero su sombra era bien recibida durante las ardientes horas del día. Un páramo muerto para cualquiera que lo observara con ojos inexpertos, y sin embargo los compañeros eran conscientes de que la vida bullía en la ilusión de seguridad de aquellos pedregales. Constantemente se veían obligados a atravesar con sus flechas pequeños y mortales insectos agazapados en busca de sustento. Sentían bajo sus pies vibraciones de seres que buceaban en el mar de arenas, gigantescos escorpiones que surgían de secas olas y te atacaban por la espalda. Apenas podían descansar en las horas de luz, sometidos a la exigente ley de supervivencia del desierto.

Dos lunas de marcha y se aproximaban al fin de su viaje, el Oasis de los Bedin. Enclavado entre altas paredes de roca y con agua en abundancia, la sagrada hospitalidad del pueblo de las arenas era la única oportunidad para quien osara atravesar aquellas tierras. Si no lo encontrabas, la muerte te encontraría. No había más opción en aquella parte de Anaurokh.


-Venga, vamos, que ya casi hemos llegado- los ojos de Artemís brillaban de pura alegría –Al final de ese desfiladero al fin podremos descansar, y comprar algo al mercader. ¡Vamos, rápido!

El elfo salvaje le contestaba con gestos, aún sin pronunciar palabra después del agotador y enmudecido viaje. Una leve sonrisa nunca llegó a esbozarse en su rostro. Caía la tarde y al final del paso rocoso un extraño resplandor rojizo le hizo ponerse en guardia de nuevo. La luz del atardecer no llegaba a esa profunda y resguardada sima.

Sólo una maldición consiguió abrirse paso a través de su seca garganta, tras días de sed y silencio.


-¡Por todos los dioses!

Atónitos ante lo que se mostraba a sus ojos, la pareja se quedó clavada tras doblar la última esquina del pasillo natural. El pacífico oasis de los mercaderes de las arenas ardía por sus cuatro costados. Cadáveres llenaban el suelo flotando sobre charcos de sangre. Las telas de las tiendas se agitaban ardiendo en una suave brisa, llorando por su dueños. Ni los animales habían sobrevivido a la desgracia que, a la vista estaba, había visitado aquel refugio apenas unas horas antes que ellos.

-Muertos… todos muertos…- La voz de Artemis era un sollozo apagado mientras la furia comenzaba a dominar el corazón del elfo salvaje.

Con los arcos en la mano recorrieron lentamente el lugar de la matanza, comprobando la eficacia de la destrucción. Un movimiento en la tienda del mercader llamó la atención de la elfa y rápidamente se dirigieron allí. Alguien agonizaba entre los restos humeantes del puesto comercial.


-Umbras… fueron… umbras… uggh!

Mientras Artemís atendía al mercader, pues no era otro el moribundo, Elenthyl recorría el campamento en busca de alguna otra señal de vida. Regresó junto a ellos con una sombra por mirada. Ni siquiera los niños habían conseguido escapar.

-¿Queda alguien, Elen?- Una negación con la cabeza fue toda la respuesta del sombrío elfo salvaje. La herida tenía mala pinta, el mercader había sobrevivido no por compasión, sino para morir lentamente desangrado.

-Diganos, ¿quién ha hecho esto? Deje que le ayudemos- la elfa vendaba el estómago atravesado del humano.

-Todo… fue muy rápido. Llegaron, nos dieron muerte y se fueron… Atacaron desde las sombras… Umbras… todo fue muy… rápido- tumbándose en el suelo el mercader asistía sin esperanza a los hábiles cuidados de Artemís. Un gesto de rabia en su rostro contraído por el dolor.

-Debes ser valiente, humano, sobrevive y os vengaremos. Debes asistir a los tuyos- Elenthyl escupía odio en cada palabra. Su raza había sido casi exterminada por lo drow en un pasado lejano y se había convertido en nómada para sobrevivir. Atacados por las sombras… Se identificaba con aquellas gentes.

-Pero… la venganza no me devolverá… a mi pueblo. Ya no me quedan motivos para seguir… aquí- Cansado de vivir, el mercader se rendía al olvido.

Sin pensarlo un instante, el elfo salvaje extrajo de su mochila una de sus últimas adquisiciones en Sundabar. Un poderoso cetro mágico que devolvía la vida a quien era tocado por él. Poniéndolo en sus manos explicaba al anciano su funcionamiento. Éste, mirándolo extrañado, recobraba poco a poco las fuerzas. Aferrándose a él se aferraba a la vida.


-Di, mercader, ¿Qué buscaban aquí esos Umbra?- pensativo, Elenthyl intentaba entender el porqué de tan innecesaria masacre.

-Todo fue por un estúpido medallón…. Algo tan insignificante… ha provocado esto…

-Un medallón… debía ser especial. ¿Para qué servía?- la innata curiosidad de Artemís hablaba ahora.

-¿Servir?- extrañado ante la pregunta, el mercader se recuperaba a ojos vista, venciendo a su desesperación –Lo encontré en unas ruinas, hace tiempo en uno de mis viajes, pero no tenía ninguna utilidad más que la que se supone a un bonito y antiguo medallón.

-Lo recuperaremos y se lo devolveremos- decía Artemís.

-Los mataré a todos, debéis ser vengados- Elenthyl se enfurecía por momentos, aquello era algo que no pensaba tolerar.

-No, ya no lo quiero, por su culpa ha ocurrido esto… espero no volver a verlo nunca más- El mercader ya apenas los escuchaba, sus ojos clavados en el objeto que el elfo salvaje le había entregado –si encontráis a los responsables de esta destrucción, volved y seréis bien recibidos. Volved, cumplid vuestra palabra, y decídmelo…

Levantándose lentamente, comenzó a recorrer el oasis devolviendo la vida a sus habitantes, completamente asombrado, sin prestar atención a las cavilaciones de los aventureros. Los ojos de Artemís y Elenthyl se encontraron en el silencio y una imagen apareció simultáneamente en la mente de la pareja. Tendrían que volver a Ascore. Alguien pagaría por esto.

Tras descansar un breve pero imprescindible lapso de tiempo los elfos se ponían de nuevo en camino. El oasis volvía a la vida mientras ellos lo abandonaban, en mitad de la noche, con la muerte escrita en sus ojos. Venganza, venganza era lo único que pasaba por la mente de Elenthyl mientras se arrojaban otra vez con valentía al desierto.

Venganza…


…continuará.


Elenthyl Quart´Hadast

Publicado: Dom Dic 31, 2006 2:43 pm
por Mascara
Así da gusto hacer tramas. Muy buena descripción de lo sucedido... eso sí. Espero que hagas horas extras delante del papel que me he enganchado a la historia xD

Un saludo

Publicado: Dom Dic 31, 2006 4:24 pm
por Elenthyl
Buenas tardes!

Yo solo me limito a describir lo que tú imaginaste. Si sigues currándotelo tanto, no tendré ningún incoveniente en escribirlo, porque la verdad es que fue apasionante! Aunque me pase más tiempo fuera que dentro del server... Pido paciencia a los clientes de la compañía!

Muchas gracias por la trama, Máscara ;)
Así, es muy fácil escribir.

Un saludo!

Publicado: Lun Ene 01, 2007 5:58 pm
por Elenthyl
IV. Sobrevolando el silencio

La bruma desdibujaba todo alrededor. El rocío de la gélida noche se evaporaba rápidamente transformando el argénteo manto de las dunas en oro ardiente. Amanecía sobre Anaurokh.

No se habían alejado mucho del oasis cuando una construcción llamó poderosamente la atención a los aventureros. El pináculo de una antigua torre se erguía desafiando al viento del desierto, marcando con su alargada sombra las primeras horas del día. Habían encontrado construcciones similares durante la marcha que les condujo a los Bedin. Ésta en concreto guardaba mucha similitud con otras que observaron junto al puerto de Ascore, motivo suficiente para despertar en los elfos exploradores una poderosa intuición. El ataque había sido rápido, quizá los Umbra lo habían lanzado desde un lugar cercano… además, no se imaginaban un batallón de las sombras caminando alegremente bajo aquel sol de justicia. Acercándose a la ruina, comenzaron a examinarla.


-Acércate, Ilmanase, mira esto

Elenthyl se encontraba en cuclillas enfrentado a una oquedad en la construcción. En otro tiempo debió ser la puerta de un balcón cuidadosamente tallada y el resto de la filigrana que la rodeaba creaba un juego de sombras de sobrecogedora belleza. Sin embargo, no era el trabajo enano lo que admiraba.

-Siento una corriente de aire- Introduciendo su cabeza por el agujero, Artemís estiraba sus élficas orejas –Un rumor en la lejanía…

-Y además tengo la intuición de que este hueco no ha sido siempre tan pequeño. Está cuidadosamente sellado, pero estas rocas- Elenthyl señalaba dos bloques que coronaban el amontonamiento que impedía el acceso –no parecen tan desgastadas por el viento como el resto de la torre. Sin duda es un buen trabajo, alguien quiere que parezca que esto lleva así siglos, pero… no sé.

-¿Crees que el ataque partió de aquí?- pensativa, Artemís examinaba las rocas que el elfo salvaje acababa de indicarle –Es posible… parecen muy pesadas, no podremos moverlas.

-Si un soplo de aire sale del interior, otro puede recorrer el camino inverso- Su media sonrisa indicaba a Artemís que había tenido una idea. No hizo falta media palabra más para que la elfa comprendiera lo que él esbozaba, tal era su compenetración.

-¡Quieres que me convierta en aire! Y tú, supongo, te convertirás en…

Elenthyl ya estaba susurrando la vieja letanía élfica, palabras que hablaban de bosque, de la belleza de las pequeñas cosas, de hojas agitándose en el aire. Una nube mágica se materializó a su alrededor y, donde antes había un elfo salvaje, apareció un pixie macho revoloteando alrededor de su divertida compañera.

-Me encanta que hagas eso, ¡estás tan, tan mono!- la sonrisa de Artemís competía con el brillo del sol mientras comenzaba a conjurar con pausados y ágiles movimientos. Forma gaseosa. Su prudencia había demostrado de nuevo su utilidad, había hecho muy bien en aprender el hechizo sin malgastar aquel pergamino que el elfo salvaje le había regalado hacía poco más de una semana. Apenas unos días, pero aquella escena parecía mucho más lejana en el tiempo.

Un instante después un pixie se lanzaba a la oscuridad seguido de una translúcida brisa que avanzaba en sentido contrario al que se le debía suponer. La interminable espiral de una escalera desgastada por siglos de uso les llevaba a las profundidades de la tierra, alejándolos del sofocante calor que imponía su ley sobre el desierto. Rastros de arena aquí y allá confirmaban sus sospechas. Muchos pies habían recorrido aquellos peldaños recientemente.

Avanzaban rápidamente en la penumbra, planeando a media altura sobre las viejas baldosas. Durante horas sobrevolaron pasadizos interminables, guiándose por los rastros de arena mientras fue posible y por rumores de actividad más tarde. Sólo se permitieron breves respiros para evitar ser sorprendidos en estado de agotamiento allá abajo y, al cabo de una jornada de frenética persecución, al fin llegaron a un paso hábilmente disimulado en los bloques de un muro ciego. Volviendo a su forma natural, la pareja cruzaba el acceso en silencio. Ascore les recibía con una inquietante tranquilidad flotando en el aire viciado.


-Reconozco estas habitaciones, un poco más abajo se encuentra aquella zona parecida a un templo. ¿Recuerdas?

Artemís asentía mientras se preparaba para lo desconocido, conjurando sobre ella misma y sobre su compañero. Invisibles y en silencio avanzaban cautelosos, sorteando trampas y esperando encontrar un ejército Umbra en cualquier momento. Sin embargo, parecía que allí no había nadie más que ellos. Solo un leve rumor en la lejanía…

Unas horas después se enfrentaban a una puerta. Sus entrenados ojos detectaron la trampa disimulada en el quicio del acceso. Un obra de arte de la destrucción, imposible de desenmarañar por ellos. Al otro lado, algo más abajo, el rumor que les había guiado se hacía audible. Una retahíla continua que subía y bajaba en su entonación, salmos que se sucedían sin pausa.


-Ala Plateada, te necesito- Artemís convocaba a su familiar, una graciosa pixie capaz de quebrar la más intrincada de las cerraduras, de superar casi cualquier trampa. Un instante después de aparecer entre ellos, les franqueaba el acceso con su habilidad. –Gracias, bonita, quédate aquí pues puede que te necesitemos más tarde.

-Como desees, ama- Ala Plateada se escondía en lo alto de una de las numerosas estatuas del complejo, un enano de piedra que observaba con ojos vacíos la eternidad.

Numerosos arcos de medio punto sostenían la oscuridad donde se perdía el techo. Las salas en aquella zona eran cada vez más amplias. Profundas simas se abrían aquí y allá, algunas anegadas de agua, otras como pozos sin fondo. Con el sigilo propio de su raza los elfos se acercaban lentamente al lugar de donde provenían los rezos. Un movimiento en la oscuridad detuvo su marcha.


-¿Qué son, gárgolas?

-Parecen más bien Arpías, Elen. Prepárate- Artemís empleaba la magia que corría por sus venas en imbuir una de las flechas que ellos mismos fabricaban.

Una flecha volaba en la oscuridad, buscando el cuerpo de la abominación que ocupaba el centro del grupo. Guardaban el acceso a la cámara principal sin sospechar lo que se les venía encima. Impacto y explosión. La deflagración de la bola de fuego en que se había convertido la ramita tumbó al instante a la mitad de ellas, mientras el resto miraban alrededor, desconcertadas.


Bling! Thomg Bling! Bling! Thomthomthomg

Sus arcos cantaban mientras una lluvia de flechas, disparadas con increíble rapidez y precisión, distribuían eficazmente muerte desde la oscuridad de la cámara. El paso estaba libre.

Los cánticos no se detuvieron, el ritual que allí dentro acontecía seguía su ritmo alcanzado el clímax. Al parecer, habían llegado en el momento oportuno…


… continuará


Elenthyl Quart´Hadast
//Post data. No os perdáis el desenlace... ¿He dicho desenlace? Hummm

el siguiente capítulo:

V. Sombras de la Antigüedad

Publicado: Mar Ene 02, 2007 8:59 am
por pegasus1974
Hola, me encanta leer esta historia, mis ojos se deleitan leyendo tus palabras...realmente apasionante.

:D 8)