Sabath la Paladina
Publicado: Vie Ene 05, 2007 6:13 pm
HISTORIA DE SABATH NADAI
¿Por qué sólo yo me compadezco de las víctimas? ¿Por qué yo veo las injusticias que a otros se les escapan? ¿Por qué me inquieto tanto cuando el mal está cerca? ¿Soy yo una fanática de mi dios o es que los demás tienen adormecida su fe?
Todas estas preguntas se las hacía la joven de pelo plateado mientras se apoyaba en la barandilla del puente de la plaza del mercado. Cada día se atormentaba más con estos y otros miles de pensamientos. No bastaba con ser diferente físicamente a los demás habitantes de la ciudad, no bastaba con tener un pelo blanco desde su tierna infancia y unos ojos inusualmente dorados. Aparte era diferente en alma y corazón. A veces ella misma pensaba que estaba loca, que el hecho de sentirse enferma cuando el mal acechaba era cosa de su imaginación o su locura. Otras veces pensaba que tenía un don, tal vez heredado de su abuela materna Sabathina, una heroína salvadora de la ciudad de Suzail en una ocasión, de la cuál se contaban mil leyendas y a la cual la joven jamás conoció en persona. Sólo sabía que su propio nombre, Sabath, se le había puesto en memoria suya. Sus padres, humildes campesinos dedicados toda su vida a la granja, nunca habían podido contestarle ninguna de estas preguntas.
Una mano amiga la sacó de sus ajetreados pensamientos. Al darse la vuelta, el joven caballero con el que se había entrevistado anteriormente se dirigió a ella con una cortés sonrisa:
-Su prueba para entrar definitivamente en el Cuerpo de Paladines de Torm como escudera y aprendiz ha sido satisfactoria, mi señora. Tan sólo le queda ya un año de formación, en el que se le mandará fuera de Cormyr para arreglar un asunto sin ayuda ninguna; así demostrará su capacidad de diplomacia, combate y autodeterminación. Hemos detectado varios focos de maldad en diferentes partes de Faerum, muchos secundarios a prácticas necrománticas. Estamos mandando a nuestros más antiguos aspirantes a resolver estos conflictos. Si consiguen arreglar la situación, serán miembros de pleno derecho del cuerpo de Paladines.
El caballero la miraba con respeto pero Sabath no podía evitar sentir una extrañeza en su mirada, tal vez curiosidad, tal vez recelo. La muchacha siempre había llevado con entereza su supuesta enfermedad cutánea, un extraño mal que le aquejaba desde su venida al mundo. Pero ahora le parecía el mayor estorbo, pues se sentía diferente de nuevo, y extraña ante el caballero, y el temor de no ser aceptada por esta causa se alojaba en su corazón.
-¿Cuál será mi destino, señor?- preguntó finalmente Sabath tras un largo silencio.
-La Marca Argéntea, un extraño y salvaje lugar donde últimamente hay una actividad creciente de maldad y corrupción, especialmente de naturaleza nigromante.
La joven sólo había oído hablar en algunas ocasiones de ese lugar pero jamás había estado allí. Enseguida la tópica imagen de hielos y bárbaros inundó su mente. Sabath disciplinó sus pensamientos y respondió con seguridad:
-Allí iré mi señor, y regresaré habiendo cumplido mi misión o no regresaré.
-Si tus acciones destacan, joven aspirante, y vemos tus adelantos, se te nombrará Paladín y continuarás en dicho lugar para persistir en esa labor.
Sabath asintió nuevamente y se reclinó ante el caballero antes de su retirada.
Una vez la joven de piel dorada hubo recogido todos sus enseres y sus armas, se puso en camino hacia el norte. Un duro y largo viaje le esperaba; éste sería a pie pues no tenía dinero para un caballo y los carruajes eran más peligrosos cuando atacaban los bandidos que si iba a pie.
Tardó meses en cruzar los inmensos territorios que separaban ambas comarcas: Los Picos de las Tormentas, Las Montañas del Ocaso, El Bosque Olvidado, Las Tierras Caídas y parte del Bosque Alto, hasta llegar a la ciudad de Sundabar.
Muy cerca de su destino, se vio sorprendida por un grupo de osgos que acampaba en esa zona del bosque. Los osgos soltaron unos gruñidos guturales y atacaron sin pensarlo dos veces. Sabath supo que jamás podría comunicarse pacíficamente con estos seres, así que deslizó su escudo hasta el antebrazo, desenvainó la espada y se dispuso al combate. Había dos osgos armados con maza de cadenas, éstos fueron los primeros en lanzarse al combate, mientras que el tercero intentaba atinar con una ballesta seguramente mal calibrada. Logró esquivar al primer osgo mientras que el segundo, algo más prudente, hizo una finta y consiguió darle un golpe en el hombro izquierdo. El escudo aminoró el impacto pero se le quedó el brazo dormido. Sabath se agachó hacia un lado para hacer una nueva esquiva, y desde ese ángulo le fue fácil alcanzar al primer osgo en el estómago, cayendo posteriormente. Ahora podía dedicarse plenamente al segundo, el que le había herido el brazo. La muchacha atacó con ímpetu varias veces y por diferentes lados hasta que logró un corte limpio en el pecho del osgo. Un empujón y una estocada en el corazón fueron el remate final. Entonces Sabath sintió un dolor agudísimo en la espalda, y notó que le faltaba el aire. Se dio la vuelta y vio al osgo ballestero recargar. Un virote lanzado por la criatura se había alojado en su pulmón derecho. Con un último esfuerzo se lanzó hacia él, y, ante el asombro del monstruo, su cabeza se separó de los hombros.
Todo había terminado. Mas Sabath estaba gravemente herida, cada vez le costaba mas respirar. Logró arrancarse el virote de la espalda pero eso no la ayudaría. Sin apenas respirar y desangrándose, casi cae al suelo, cuando ve de pronto a una pequeña figura delante de ella, una mediana con el cabello rubio y ataviada con una miniarmadura de metal, hacía gestos con sus manos para curarla.
Cuando la diminuta clérigo pudo ver el rostro de Sabath abrió los ojos como platos y exclamó:
¡Un celestial!
Sabath aún herida y casi medio inconsciente no sabía a qué se refería, pero seguro que cuando se recobrara tendrían una conversación muy larga…
¿Fin?
¿Por qué sólo yo me compadezco de las víctimas? ¿Por qué yo veo las injusticias que a otros se les escapan? ¿Por qué me inquieto tanto cuando el mal está cerca? ¿Soy yo una fanática de mi dios o es que los demás tienen adormecida su fe?
Todas estas preguntas se las hacía la joven de pelo plateado mientras se apoyaba en la barandilla del puente de la plaza del mercado. Cada día se atormentaba más con estos y otros miles de pensamientos. No bastaba con ser diferente físicamente a los demás habitantes de la ciudad, no bastaba con tener un pelo blanco desde su tierna infancia y unos ojos inusualmente dorados. Aparte era diferente en alma y corazón. A veces ella misma pensaba que estaba loca, que el hecho de sentirse enferma cuando el mal acechaba era cosa de su imaginación o su locura. Otras veces pensaba que tenía un don, tal vez heredado de su abuela materna Sabathina, una heroína salvadora de la ciudad de Suzail en una ocasión, de la cuál se contaban mil leyendas y a la cual la joven jamás conoció en persona. Sólo sabía que su propio nombre, Sabath, se le había puesto en memoria suya. Sus padres, humildes campesinos dedicados toda su vida a la granja, nunca habían podido contestarle ninguna de estas preguntas.
Una mano amiga la sacó de sus ajetreados pensamientos. Al darse la vuelta, el joven caballero con el que se había entrevistado anteriormente se dirigió a ella con una cortés sonrisa:
-Su prueba para entrar definitivamente en el Cuerpo de Paladines de Torm como escudera y aprendiz ha sido satisfactoria, mi señora. Tan sólo le queda ya un año de formación, en el que se le mandará fuera de Cormyr para arreglar un asunto sin ayuda ninguna; así demostrará su capacidad de diplomacia, combate y autodeterminación. Hemos detectado varios focos de maldad en diferentes partes de Faerum, muchos secundarios a prácticas necrománticas. Estamos mandando a nuestros más antiguos aspirantes a resolver estos conflictos. Si consiguen arreglar la situación, serán miembros de pleno derecho del cuerpo de Paladines.
El caballero la miraba con respeto pero Sabath no podía evitar sentir una extrañeza en su mirada, tal vez curiosidad, tal vez recelo. La muchacha siempre había llevado con entereza su supuesta enfermedad cutánea, un extraño mal que le aquejaba desde su venida al mundo. Pero ahora le parecía el mayor estorbo, pues se sentía diferente de nuevo, y extraña ante el caballero, y el temor de no ser aceptada por esta causa se alojaba en su corazón.
-¿Cuál será mi destino, señor?- preguntó finalmente Sabath tras un largo silencio.
-La Marca Argéntea, un extraño y salvaje lugar donde últimamente hay una actividad creciente de maldad y corrupción, especialmente de naturaleza nigromante.
La joven sólo había oído hablar en algunas ocasiones de ese lugar pero jamás había estado allí. Enseguida la tópica imagen de hielos y bárbaros inundó su mente. Sabath disciplinó sus pensamientos y respondió con seguridad:
-Allí iré mi señor, y regresaré habiendo cumplido mi misión o no regresaré.
-Si tus acciones destacan, joven aspirante, y vemos tus adelantos, se te nombrará Paladín y continuarás en dicho lugar para persistir en esa labor.
Sabath asintió nuevamente y se reclinó ante el caballero antes de su retirada.
Una vez la joven de piel dorada hubo recogido todos sus enseres y sus armas, se puso en camino hacia el norte. Un duro y largo viaje le esperaba; éste sería a pie pues no tenía dinero para un caballo y los carruajes eran más peligrosos cuando atacaban los bandidos que si iba a pie.
Tardó meses en cruzar los inmensos territorios que separaban ambas comarcas: Los Picos de las Tormentas, Las Montañas del Ocaso, El Bosque Olvidado, Las Tierras Caídas y parte del Bosque Alto, hasta llegar a la ciudad de Sundabar.
Muy cerca de su destino, se vio sorprendida por un grupo de osgos que acampaba en esa zona del bosque. Los osgos soltaron unos gruñidos guturales y atacaron sin pensarlo dos veces. Sabath supo que jamás podría comunicarse pacíficamente con estos seres, así que deslizó su escudo hasta el antebrazo, desenvainó la espada y se dispuso al combate. Había dos osgos armados con maza de cadenas, éstos fueron los primeros en lanzarse al combate, mientras que el tercero intentaba atinar con una ballesta seguramente mal calibrada. Logró esquivar al primer osgo mientras que el segundo, algo más prudente, hizo una finta y consiguió darle un golpe en el hombro izquierdo. El escudo aminoró el impacto pero se le quedó el brazo dormido. Sabath se agachó hacia un lado para hacer una nueva esquiva, y desde ese ángulo le fue fácil alcanzar al primer osgo en el estómago, cayendo posteriormente. Ahora podía dedicarse plenamente al segundo, el que le había herido el brazo. La muchacha atacó con ímpetu varias veces y por diferentes lados hasta que logró un corte limpio en el pecho del osgo. Un empujón y una estocada en el corazón fueron el remate final. Entonces Sabath sintió un dolor agudísimo en la espalda, y notó que le faltaba el aire. Se dio la vuelta y vio al osgo ballestero recargar. Un virote lanzado por la criatura se había alojado en su pulmón derecho. Con un último esfuerzo se lanzó hacia él, y, ante el asombro del monstruo, su cabeza se separó de los hombros.
Todo había terminado. Mas Sabath estaba gravemente herida, cada vez le costaba mas respirar. Logró arrancarse el virote de la espalda pero eso no la ayudaría. Sin apenas respirar y desangrándose, casi cae al suelo, cuando ve de pronto a una pequeña figura delante de ella, una mediana con el cabello rubio y ataviada con una miniarmadura de metal, hacía gestos con sus manos para curarla.
Cuando la diminuta clérigo pudo ver el rostro de Sabath abrió los ojos como platos y exclamó:
¡Un celestial!
Sabath aún herida y casi medio inconsciente no sabía a qué se refería, pero seguro que cuando se recobrara tendrían una conversación muy larga…
¿Fin?
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