Los orcos coreaban rítmicamente el nombre de Gruumsh. Los tambores resonaban con eco entre las cuevas. El incienso en honor a la deidad impregnaba sus fosas nasales con un olor fuerte y pesado, aturdidor. En el suelo, Seda intentó realizar un movimiento leve, hundiendo los hombros con toda la discreción posible para tapar sus manos con la capa y poder gesticular sin llamar la atención.
– ¡Sin tonterías, rea!
El gran orog tuerto tiró de las cadenas que la inmovilizaban con violencia, levantándola y volviéndola a tirar al suelo de un bofetón en la cara. Guantazo tamaño extra-grande.
– ¡Oufchhh! Fi fa fido affcidenfal... –se quejó a través de la mordaza, intentando escurrir el bulto con todo el cuerpo maltrecho tras la captura.
El orog reía sin escucharla.
– Habéis venido en el momento propicio– volvió a tirar de las cadenas desequilibrando a la humana–. Los Clanes hemos oído cosas. Cosas que vendrán. Es hora de congraciarnos con Gruumsh. Tú y tus compañeros seréis parte del festín de los Clanes…
Sus compañeros. ¿Dónde cojones estaban sus compañeros? ¿Por qué estaban tardando tanto? ¿Y quién le mandó seguir a Tellhar a las cuevas orcas? Vaya mierda de día estaba teniendo…


Era un sitio peligroso, pero normalmente las patrullas no eran muy grandes, ellos contaban con el factor sorpresa y se había reunido un grupo competente. Yerilian y sus flechas, que eran muchas; Max con su espadón y tesón draconiano; Idril con su magia y Tellhar con su ego, que podía servir para parar a un ejército. Ella se encargaba de trampas y cofres, como de costumbre: un trabajo sencillo, hasta que empezaron a sonar los tambores.
Seda sabía por experiencia que los tambores orcos nunca auguraban nada bueno. Se había enfrentado a muchos de aquella raza en su vida pasada y, cuando estaban organizados, eran de temer. Además, sonaban a su espalda. Acercándose y bloqueando la salida. Acompañados de un rumor sordo en el que se distinguía el nombre de Gruumsh. Qué manía tenían con su dios…
Decidieron quedarse e investigar qué pasaba, porque tanto revuelo no era normal. En sigilo, conectada por cuchicheos mágicos con Yerilian y desapareciendo de la vista de todos, Seda retrocedió para explorar. Llegaron los orcos, con una primera oleada liderada por un ejemplar enorme y regio que fue el último en caer de los suyos. Pero eran más.

Pero el chamán la encontró antes de que pudiera abatirlo y parecía que su dios le tenía en bastante aprecio.
Sus cánticos dispersaron todas las capas de Urdimbre que la protegían. Con un gesto, una mano espectral la sujetó haciendo crujir sus huesos; y así, entre imprecaciones, Seda atisbó a ver cómo un soldado orog se acercaba a ella con cara de pocos amigos antes de que se hiciera la oscuridad.
Atacar al chamán no había sido tan buena idea.


– ¡Fe vendrá una fiarrea, cafullo! ¡Fienso infigesfarme!– se revolvía ella sin mucho éxito.
Insultar servía de poco. Su argucia para intentar soltar las cadenas había sido percibida y contestada con golpes. Los numerosos orcos y orogs de la sala hacían impracticable ninguna de sus invocaciones para escabullirse sin salir malparada. Sólo le quedaba ¿parlamentar?
Sí, ganar tiempo, tiempo escaso. ¿Dónde se habían metido los otros?
– Oie, ¿y feguro fe fieres fafrificar a alfien tan alfenique fomo yo? Fería máf úfil afuyándoos...
El orog comenzó a reír.
– ¿Qué ayuda puedes prestar tú que no nos preste Gruumsh?
Contorsionándose un poco, mordiendo y aflojando una tela que salía de vete tú a saber qué armario orco, se liberó de la mordaza escupiendo.
– No preferiríais sacrificar... ¿qué se yo? ¿A algún sacerdote? ¿O un elfo? Sé que Gruumsh aprecia a los buenos luchadores, y mírame a mí... –dirigió la mirada a su cuerpo pequeño–. Tú me sueltas, y en unos días te traigo a alguien.
– En unos días… en unos días nos alzaremos sobre las tierras, devastándoos en nombre de Gruumsh. ¡Da gracias que tus huesos harán terminar la vida de otros guerreros!
– Que sí, que sí. Mis huesos. Pero mis huesos no son ni mondadientes para Gruumsh... Venga, en un solo día. Soy buena trabajando bajo presión.
– Tus huesos harán caer a otros, que por la gloria de Gruumsh serán desollados. Sus huesos afilados para flechas o lanzas. Sus ligamentos reforzaran nuestros arcos…
– Pues que sepas que mis huesos se romperán. Y no tengo los ligamentos tan fuertes. ¡No sacarás buenas armas de mí!
El orog continuaba hablando, ignorándola y dirigiéndose a la multitud.
– ¡POR LA GLORIA DE GRUUMSH Y LO VENIDERO RECLAMAREMOS LAS TIERRAS!
Los vítores rompieron en la sala y los cánticos y tambores se acallaron. Aquello era mala señal.
– ¡Gruumsh te va a mandar a la mierda por ofrecerle sacrificios tan endebles! ¡Puedo traerte cosas mejores que yo misma si me sueltas!
El tuerto volvió a reír.
– Tú ruega por tu vida: has caído en batalla y serás la primera de muchas.
– ¿En batalla? ¡Me ha atrapado un chamán por la espalda! –omitió cautelosamente que la que había atacado por la espalda era ella– ¿Eso es lucha gloriosa?
Sus argumentos caían en saco roto una y otra vez, el tiempo se agotaba y le quedaban uñas porque no podía mordérselas. Empezaba a ponerse seriamente nerviosa por su situación, cuando todo se precipitó.
Un instante, Max placaba contra el orog tuerto, saliendo de la nada e impactando contra el gigantesco cacique como quien golpea contra una pared, saliendo despedido hacia atrás. Al mismo tiempo, Yerilian disparaba varias flechas con ácido hacia las cadenas y escuchaba a Idril conjurar: en mitad del caos apareció un portal, un bendito portal, que se abrió cerca de ella.
No había tiempo que perder. Un tirón rápido tomó por sorpresa al orog terminando de quebrar las cadenas corroídas, y con un salto, cabeza por delante y ojos cerrados, se zambulló en las ondas mágicas para salvar su culo.


Incrédulos, tras comprobar que estaban todos a salvo, se derrumbaron en mitad de la plaza enana, ignorando las miradas de los asombrados viandantes que pasaban por el lugar.
– Os debo una, chicos, pero ahora… ¿me contaréis por qué habéis tardado tanto?