Guerra

La tormenta sacudía violentamente los territorios.
La nieve tapaba ya la vegetación y el terreno.
El agua se había congelado ante el intenso e imprevisto frio.
En las estribaciones de Argluna se impuso la zona del combate.
Una vasta extensión donde la nieve emitía el fulgor resplandeciente de un mortecino sol que se filtraba en escasas ocasiones entre las negras nubes que se arremolinaban sobre la Gema del Norte.
A un lado el campamento orco y sus huestes.

Al otro, los defensores.
Legionarios, Guardias de plata, caballeros de la Lanzahelada, Guardias de Cumbre y Ents.
Todas, o casi, comandadas por un comandante sabido en combates y estrategias.
Con el rugir del helado viento y los tambores tribales como únicos sonidos, los Defensores aguardaban.
La tormenta rugía sobre ellos y sin previo aviso, un tornado de formó tocando el suelo.
La fuerza natural estremeció a todos mientras el violento tornado succionaba nieve y arboles.
Tal y como empezó... y mientras se desvanecía.. una voz en el viento gritó fon la fuerza de la tormenta.
- EL INVIERNO ETERNO HA LLEGADO.
Ante los defensores una enorme figura quedaba allí donde el tornado se había disipado.

El frio y la magia mermaron a los Defensores... numerosas bajas se sucedieron hasta que finalmente la criatura se desplomó en un inmensa montaña de inerte nieve.
La tormenta comenzó a disiparse.
Y los tambores tribales cesaron, sustituidos por un griterío.
Los aldeanos de Khelb y Auvan se lanzaron contra los defensores.
Armados con picos, hachas, azadas, palas, antorchas...
Los Defensores dieron cuenta ante la fiera y ciega ira con la que atacaban... hasta que solo una figura quedó en pie.
Ángela Benders.

Amparada por su Santuario inhaló hondo y notó el tirón que obligaba a su cuerpo a moverse y a su mente cegarse por la ira.
Desató una violenta tormenta, golpeó con fuerza... hasta que fue abatida.
Muchos defensores cayeron. La moral ante la carnicería que se habían visto obligados a cometer... y el descubrir que la mayoría, si no todos, actuaban bajo algún tipo de influjo.
El silencio tras este combate fue roto por risas y gritos de burla por parte de los orcos.
Si el primer golpe había sido inesperado y violento.
Este... había sido directo al corazón y esperanzas de los Defensores.

Mientras uno, o varios ents, lanzaban piedras contra la oleada que había comenzado a moverse, Alustriel descargó una andanada de urdimbre al sobrevolar el campamento orco y ver algo que le llamó la atención.
Pratora encabezaba la oleada y ambos frentes chocaron con violencia.
El hacha golpeó con fuerza. Cortando, cercenando, abollando, requebrajando... hasta que con una risa ahogada por su propia sangre... su pecho brilló... y arrasó con una violenta explosión a aquellos que le acababan de dar muerte.
La energía asoló la zona, derritiendo nieve, hielo, carne y metal...

Los gritos de advertencia se escucharon.
El recordatorio de que los Hermanos, al perecer, devastaban el lugar donde caían.
Y aún, quedaba uno con vida.
Uno que no se hizo de rogar en aparecer con una nueva oleada del ejercito.

Cuando la lucha comenzó y antes de que entretejiese su Urdimbre, un guerrero apareció ante él e infinidad de cortes aparecieron en el cuerpo de Vulkg.
- ¡Alejaos!
El Chamán cayó hacía delante mientras comenzaba a brillar y las tropas defensoras comenzaban una rápida retirada.
La nueva explosión solo cogió a unas pocas tropas que a duras penas lograban avanzar con fluidez por las heridas y la fatiga del largo combate.
Sin casi un respiro, el resto de la Horda se lanzaba sobre los pocos que quedaban en pie a estas alturas.
la lucha había sido cruenta.
El campo de blanca nieve era ahora, en muchas zonas, un amasijo de aguanieve roja carmesí.
El nuevo choque era esperado.
Los ojos de los Defensores buscaban al líder de la Horda.
Nuevas muertes y más sangre se mezclaron en la nieve... sin embargo... ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba el causante de tanto terror? ¿De tanta muerte?

Observó a los supervivientes y blandió el espadón.
Con cada mandoblazo, uno o dos defensores sufrían graves heridas.
La mole de musculo y fiereza que era el Orog se vio rodeado por las fuerzas Defensoras.
Y no por ello se vio vencido.
Heridas y muertos se arremolinaban a su alrededor.
Golpeaban los Defensores.
Golpeaba Talonar.
Incontables heridas se acumulaban en el inmenso cuerpo del Orog, quien parecía no notarlas.
El espadón continuaba su embiste...
- ¡No te esperabas eso!
El Orog sonrió ensangrentado por innumerables heridas abiertas... que rezumaron un espeso liquido lilaceo y sanaron instantaneamente.
- Ni tú eso.
En pocos segundos, un malherido Talonar volvía a estar ileso y el espadón continuaba su violenta y mortal danza.
Sin duda, no era un Orog normal.
Sin duda, era un peligro por si solo para toda la Marca.
Sin duda, tenía que ser derrotado.
Las bajas continuaban sumándose, defensores entraban al relevo de los heridos y caídos.
Una pelea que duró largos minutos, hasta que el cuerpo del inmenso orog se desplomó de bruces sobre la tierra y los cuerpos de los abatidos defensores.
Silencio.
Nada se escuchó por unos segundos.
Alguien gritó, corrió hacia el caído Talonar.
La tierra tembló, la energía crepitó y ante los ojos de todos... el Orog se reincorporó.. una vez más.
Y una vez más, con las derroteras fuerzas.
Sacando energía de cada musculo.
De cada brizna de Urdimbre.
De cada rezo a las Deidades.
Los Defensores reanudaron un combate de una guerra que creían ya finalizada.
Talonar. El Orog. Un ser que había urdido todo aquello.
Realmente parecía que lo que muchos habían escuchado era cierto. Los Dioses, al menos dos, le habían bendecido.
El último combate.
Los últimos golpes.
Y Talonar. De los Orogs. El gran Hijo. Cayó nuevamente al suelo.
Los defensores observaron por unos segundos el cuerpo, esperando que nuevamente se alzase.
Como una maldición eterna.
Como un ser que destruiría finalmente sus esperanzas. Que finalmente lograría ...
El cuerpo de Talonar se deshizo en una gran mancha lilacea, expandiéndose por la tierra, la sangre y los restos de la Guerra.
Talonar.
Había muerto.