Los primeros rayos del frío sol del norte arrancaban destellos a las placas de hielo que cubrían, aquí y allá, el borde de la fuente de piedra de Nevesmortas. Lejos de su lugar de nacimiento, una figura envuelta en telas de vibrantes colores avanzaba sonriente hacia el pequeño comercio de pócimas del villorrio. Acababan de abrir los comercios y no había un alma por la calle embarrada.
Morwenna quitaba el polvo al mostrador con un fino paño de lino cuando el Bedín entró al establecimiento. La sonrisa morena se tornó en mueca de disculpa al observar a la veterana alquimista, venía cargado con dos bolsas llenas de plantas de todo tipo.
- La alquimia dejo ahora, si… encantar gemas apropiado para mi es más
A pesar de la disculpa, no se veía realmente compungido a Al´Asr. Tras venderle a un precio justo los brotes y raíces que había acumulado para practicar, le comentaba a la astuta comerciante que había comprado un cargamento de pequeñas gemas a buen precio. Las habilidades comerciales del pueblo de las arenas malditas eran bien conocidas, y el apuesto adivino sumaba a sus genes la habilidad de persuadir a los demás, innata en él.
- Sigues practicando las artes adivinatorias… ¿eh? – Morwenna quitaba ahora los restos marchitos y costras de barro de las dos pesadas bolsas, cuyo contenido ya había clasificado. – Ya te sabes lo que pienso… nada te proporcionará todas las respuestas.
- Respuestas, si… siempre respuestas, imágenes en mis sueños, pero preguntas no hago. No, nunca. Respuestas sin pregunta, amable anciana. – Al´Asr sonreía suavemente, como si estuviera en paz absoluta con todo Faerun.
- Bah… - la alquimista hacía gestos con su mano, moviendo el paño gris - …preguntas sin respuesta es lo que debiera ser, Bedín. A veces me resulta complicado ese… acento. ¡Que forma de hablar más extraña!
- Extraña aún más es la vuestra. He aprendido de la lengua común palabras todas las, pero extrañas formaciones de frases las vuestras son… - el adivino se encogía de hombros mientras Morwenna suspiraba, agitando de nuevo el trapo en el aire dando por finalizada la conversación.
La puerta se abrió para dar acceso a un elfo dorado de bobalicona sonrisa.^Parecía como si un lado humano fuera evidente en su expresión facial. El adivino se entretuvo unos instantes observando cómo destrozaba uno tallos en un vano intento de obtener savia, y sonreía viéndose a sí mismo unos días antes. Se disponía a dejar a Morwenna cuando la anciana volvió a hablar.
- Tanto hablar de preguntas y respuestas y de tus supuestas dotes adivinatorias me ha traído algo a la cabeza… ¿Has oído hablar de Velsharùn? Deja que busque algo… - desapareció bajo el mostrador, regresando con un libro de tapas oscuras que depositó en la limpia superficie de venta. Al´Asr tomó el libro y pasó las páginas rápidamente, deteniéndose de improviso al azar y leyendo un párrafo cualquiera en voz alta. Versaba sobre el Señor de las Tormentas. Al escuchar lo que el Bedín leía, Morwenna se dio cuenta de que había cometido un error. – Espera, espera… ¿qué te he dado? Me refería a Vecna… si… “el Ojo de Vecna”.
- Vecna… de un Dios hablas, pero no de las arenas ni las tormentas, nada de él sé.
- Si, un dios que… - de nuevo bajo el mostrador, su voz llegaba apagada - … demonios no encuentro ese libro, debo haberlo prestado… - incorporándose de nuevo, regresaba ahora con las manos vacías - …los siento, no lo encuentro. Pero recuerdo la historia. Vecna perdió el ojo izquierdo. Dicen que con él podía ver más allá del presente, pasado y futuro se abrían ante sus ojos. Poderosos magos de antaño intentaron reproducir el ojo y su magia, se dice que incluso alguno lo consiguió. Un objeto tan poderoso como esas túnicas de Vecna que muy de vez en cuando se ven. Si la historia es cierta… - Morwenna sonreía, amable pero burlona en su fuero interno - …puedes que si existen tú puedas encontrar uno de ellos. Te vendría bien para practicar tus… “artes”.
- Quizá algo adivinar pueda, si… pero por algún lado he de empezar. Hora de sacar la esfera de cristal, entonces es.
Diciendo esto Al´Asr metía mano al enorme bolsón de cuero que llevaba en bandolera. De un paño colorido de su interior sacó una bola de vidrio, una esfera transparente con un ligero brillo dorado que recordaba a las arenas del Anaurokh. Era preciosa, sin fallos, sin burbujas perfectamente transparente. Depositándola con cuidado sobre la palma de su mano derecha, la sostuvo frente a su rostro, a unos dos palmos de distancia, mirándola con fijeza. De inmediato una pequeña luz comenzó a formarse en el centro exacto de la esfera, aumentando su intensidad hasta iluminar con su brillo dorado la pequeña dependencia de la boticaria, llamando la atención de semielfo que machacaba tallos a unos metros de ellos.
La luz disminuyó su brillo, concentrándose sobre la superficie de la esfera tomando la forma de un polvillo blanco atraído estáticamente por el objeto. Pequeñas descargas eléctricas recorrían la mano del adivino como reptiles azulados en miniatura. El polvo blanco comenzaba a girar alrededor de la esfera mientras la electricidad recorría aleatoriamente la superficie de la bola de cristal, creando un campo de atracción eléctrica. Una imagen se formaba sobre ella, de pálidos colores, unas montañas se veían en la lejanía. La escena cambió rápidamente, concentrándose en un punto elevado de esas montañas, descubriendo varias figuras en movimiento. Tejados nevados, algunos enanos uniformados. Menos de diez segundos había durado la visión, que volvió a llenar de polvo el mostrador de Morwenna al finalizar. Sin embargo, las estanterías resplandecían, sin rastro de polvo en ellas. Ni una mota.
Al´Asr y una sorprendida Morwenna discutían acerca de las imágenes mientras ella volvía a limpiar el mostrador. Al entender de la boticaria el adivino tenía dos opciones: Feldbar, o la fortaleza de Adbar allá en las cumbres nevadas. Lugares lejanos y de muy difícil acceso. Y nevados… no le hará nada de gracia a In´Shala. Al´Asr pensaba en el mal humor del méfit de fuego, aquel extraño ser mágico que amaneció un día a su lado. El día en que sus dotes arcanas se manifestaron, el día que marcó el resto de su vida. Los Bedín prohíben la magia entre su gente.
De repente se vieron interrumpidos por el elfo, que había contemplado toda la escena. Rascándose el cogote con uno de sus dedos, Damián Astarté abría la boca.
- Disculpen, ehm… no he podido evitar escucharles, y… ¿es vuestra merced adivinador? Porque quiero que me adivine mi futuro amoroso. – La expresión bobalicona de su faz lo hacía resultar vagamente cómico. Frunciendo el ceño, Al´Asr respondía molesto.
- De esa clase no yo soy… un timador tú buscas.
- Damián… - con infinita paciencia, Morwenna reprendía amablemente a Damián por su interrupción - … buscamos algo importante, una reliquia. Nada de amoríos de bardo.
Mientras Damián Astarté, pulgares al cinto y ruido de herraduras, hacía comentarios sobre su galantería, nunca superada en valor por reliquia alguna, un nuevo cliente en busca de pócimas entró en el establecimiento. La mañana avanzaba, el movimiento de aventureros recuperaba su ritmo febril. Aprovechando la distracción que su saludo produjo, la pareja de humanos se retiraba a una esquina del mostrador para seguir con su conversación. Feldbar o Adbar… ¿dónde tendría que viajar el adivino?
- Una forma hay de elegir entre dos… - guardando la bola de cristal en su paño, del interior del bolsón emergía ahora una estructura circular de cuero y madera, con cintas y anillos de metal rodeando la montura. Una pandereta perfectamente simétrica respeto del centro. Con un rápido movimiento de sus dos manos, la hacía girar sobre sí misma, como una peonza encima del mostrador. El colorido torbellino que las cintas provocaban giraba cada vez más lento, disminuyendo su velocidad hasta que la pandereta se decantó por una de sus caras. Al dejar de girar, un brillo se hizo visible en el centro de la cara expuesta. Dos relámpagos cruzados. – Parece que cruz ha salido. La segunda opción entonces: es Adbar – El Bedín sonreía.
La mañana avanzaba. En el lejano norte, allá arriba en las montañas, una patrulla de enanos uniformados recorría el patio que daba acceso a la fortaleza enana. Hacía rato que había amanecido, pero sólo ahora los rayos del sol alcanzaban a superar la protección de roca de la fortaleza, arrancando detellos a las estalactitas de hielo que pendían de los nevados tejados de los edificios, en la plataforma exterior de Adbar.
...continuará
Al´Asr el Bedín
//Editado y corregido, gracias por la puntualización Damián
