Un paso, dos pasos, finta; el baile comienza… Un paso, dos pasos, finta y estocada; la danza sigue… Un paso, dos pasos, tres pasos…
-Tu filo nunca por encima de tu cabeza Umrae.
Un paso, dos pasos…
-Mi escudo me protege Padre.
Tres pasos, finta…
-Te protege de mi espada, pero no de mí.
Patada en la rodilla. El suelo es duro, el suelo es frío.
El metal y la roca gritan. Umrae yace en el suelo abatida por su padre; la pierna le duele mucho pero no está rota. El elfo se retira, deja su espada sobre la mesa y se acomoda en su asiento de seda verde; el aire también es verde. Su hija se incorpora como puede, recoge filo y escudo y camina cojeando hacia el otro rincón de la estancia. La clase ha terminado.
-¿Qué has aprendido hoy Umrae?
El elfo oscuro habla sereno, apenas cansado del combate pero extenuado por su existencia.
-Si mi filo supera mi cabeza mi escudo supera mi rodilla.
La voz de Umrae, por el contrario, tiembla agitada por el esfuerzo.
-¿Y por qué ha superado tu cabeza? –prosigue el elfo.
-Porque lo desplazasteis al parar mi último ataque.
-¿Y por qué crees que fue así?
El silencio roba su momento mientras la elfa medita la pregunta. Su padre acaricia la seda verde, su armadura también es verde. Umrae le contesta.
-Porque esa era vuestra intención para derrotarme.
Su padre sonríe y apoya el mentón sobre la mano. El maestro se duerme y el padre despierta.
-No, esa era mi intención para que algún día nada ni nadie te derrote en combate.
Umrae.
Moderadores: DMs de tramas, DMs
"La traición"
Umrae, en la lengua de los elfos oscuros, significa “verdad”. También significa “fe” o “fiel”. Pero el secreto de por qué ese nombre para una hija jamás fue revelado por el padre. Ella nunca conoció a su madre, él la mató en cuanto dio a luz a la pequeña elfa de ojos lavanda. Ese fue el trato entre él y la matriarca de la casa rival: eliminar a su propia familia desde dentro mientras la casa enemiga atacaba desde fuera. La matriarca a cambio respetaría su vida y la de su hija otorgándoles un sitio en su propia casa. Aquel trato podría haberse roto de no ser por el valioso potencial de combate del padre de Umrae. La matriarca contaba ahora con una casa enemiga menos y con un poderoso maestro de armas más.
Fue así como el elfo libró a su hija de las garras de Lolth para siempre. Él odiaba a la Reina Araña, a sus sacerdotisas y especialmente a su esposa e hijas. Odiaba la sociedad drow y soñaba con volver a la superficie donde los suyos convivían como hermanos con la bendición de Vheron. El padre de Umrae amaba el brillo de la luna, el baile de las hojas y el verde de la hierba fresca, aunque sabía que ya era tarde para ello.
Una parte del trato con la casa rival sería que él y sólo él se encargaría de la educación de Umrae. La idea de verla convertida en otra esclava de Lolth como el resto de sus hijas le atormentaba. Lo hizo desde que supo del embarazo y aquel sentimiento sólo encontró alivio la noche en que él mismo mató a su esposa, la elfa por la que un día dejó la superficie. Después mató a sus hijas y dejó su casa a merced de las legiones de la casa “enemiga”. La recién nacida Umrae dormía entre sus brazos mientras su casa se desangraba.
Umrae tuvo una infancia feliz. Aunque oficialmente pertenecía a aquella su nueva casa, la matriarca y sus hijas no ejercían poder alguno sobre ella. Su padre les servía eficazmente como maestro de armas y como amante suavizando así todo recelo hacia la pequeña Umrae. Ésta aprendió a usar la espada casi a la vez que aprendió a andar. También aprendió a amar a su padre y a odiar a la Reina Araña. También acogió la palabra de Vheron en secreto, aunque nunca tan profundamente como él.
Fue así como el elfo libró a su hija de las garras de Lolth para siempre. Él odiaba a la Reina Araña, a sus sacerdotisas y especialmente a su esposa e hijas. Odiaba la sociedad drow y soñaba con volver a la superficie donde los suyos convivían como hermanos con la bendición de Vheron. El padre de Umrae amaba el brillo de la luna, el baile de las hojas y el verde de la hierba fresca, aunque sabía que ya era tarde para ello.
Una parte del trato con la casa rival sería que él y sólo él se encargaría de la educación de Umrae. La idea de verla convertida en otra esclava de Lolth como el resto de sus hijas le atormentaba. Lo hizo desde que supo del embarazo y aquel sentimiento sólo encontró alivio la noche en que él mismo mató a su esposa, la elfa por la que un día dejó la superficie. Después mató a sus hijas y dejó su casa a merced de las legiones de la casa “enemiga”. La recién nacida Umrae dormía entre sus brazos mientras su casa se desangraba.
Umrae tuvo una infancia feliz. Aunque oficialmente pertenecía a aquella su nueva casa, la matriarca y sus hijas no ejercían poder alguno sobre ella. Su padre les servía eficazmente como maestro de armas y como amante suavizando así todo recelo hacia la pequeña Umrae. Ésta aprendió a usar la espada casi a la vez que aprendió a andar. También aprendió a amar a su padre y a odiar a la Reina Araña. También acogió la palabra de Vheron en secreto, aunque nunca tan profundamente como él.
El padre de Umrae aguardaba en el corredor. A los varones no les está permitido asistir a los nacimientos, sobre todo cuando Lolth ha bendecido a la familia con una hembra. Esperaba sentado en aquel asiento de roca negra. Su cimitarra, desnuda y tibia sobre sus rodillas, también aguardaba. Él miraba hacia la puerta y dentro nacía Umrae, hija de matrona y de maestro de armas como mandan los cánones de la alta aristocracia. El séquito rodeaba a su madre vestido en negro y grana, los colores de la casa. En la sala había muy poca luz y un amargo olor a incienso. Umrae tardó mucho en llorar, pero al primer llanto la puerta se abrió. La niña seguía llorando y su padre seguía matando. Mató a sus hijas, y mientras las mataba les miraba a la cara. Su esposa, agotada por el parto, apenas podía incorporarse con la pequeña Umrae en su regazo. Él le miró a la cara, ninguno dijo palabra. En aquella hoja ya se habían mezclado las sangres de cuatro hermanas. Su madre levantó débilmente una mano e intentó conjurar, pero aquel filo parricida ya había destrozado sus cuerdas vocales. La sacerdotisa se mantenía en pie, su cuello sangraba odio rojo y su esposo le arrebataba a Umrae de los brazos. La pequeña elfa, deslumbrada por el brillo de la cimitarra, dejó de llorar.
Fuera, en los muros de la casa, el asalto de la familia enemiga ya había comenzado. Las milicias combatían a magia y espada. La casa asaltante era superior porque contaba con todas sus sacerdotisas; las de la casa de Umrae ya estaban muertas. Fue cuestión de minutos.
Fuera, en los muros de la casa, el asalto de la familia enemiga ya había comenzado. Las milicias combatían a magia y espada. La casa asaltante era superior porque contaba con todas sus sacerdotisas; las de la casa de Umrae ya estaban muertas. Fue cuestión de minutos.
Última edición por Lunien el Mié Oct 10, 2007 6:46 am, editado 2 veces en total.
"La primera clase"
La pequeña Umrae examinaba el armero. Había toda clase de espadas, casi todas más grandes que ella. Sus graciosos dedos acariciaban el acero, el hierro o cualquier otro metal de que las armas estaban hechas. Una de ellas llamó su atención, era una pequeña cimitarra de madera…
-Padre, ¿qué metal es este?
La niña empuñaba el arma curiosa y acariciaba el filo con la otra mano; la calidez de la madera le gustaba.
-No es metal alguno Umrae, es madera.
El elfo limpiaba ritualmente su armadura verde sobre la mesa.
-¿Qué es “madera”?
Su padre tardó unos instantes en contestar; no estaba seguro de la edad de Umrae para hablar del tema. Aún así habló.
-La madera es un material de la superficie, es la carne de unas criaturas llamadas árboles que allí habitan.
Umrae seguía acariciando el filo maravillada y sin apartar su mirada de aquel color marrón claro y estratificado.
-Es muy duro, deben ser criaturas poderosas, ¿verdad padre?
-Sí, lo son, y también muy hermosas.
La pequeña comenzó a jugar con la cimitarra. Imitaba movimientos que había visto hacer a su padre entrenando y gritando improperios que violentaban el silencio de la sala.
-¡Muere asqueroso ilícido! ¡Toma esto quitinoso maldito!
El padre, que pulía ahora el peto de su armadura, sonreía al oír a su hija. Le gustaba pasar largas jornadas con ella, lo único que tenía en la vida y lo único que le importaba. De repente Umrae detuvo su batalla personal contra las criaturas de la Infraoscuridad y volvió a acariciar el suave filo de madera pensativa.
-Padre –preguntó- ¿Dónde encontraste esta espada?
El elfo dejó de limpiar y miró a su hija a los ojos, Umrae parpadeaba esperando la respuesta.
-Fue un regalo de tu abuelo, esa fue mi primera cimitarra.
-Padre, ¿qué metal es este?
La niña empuñaba el arma curiosa y acariciaba el filo con la otra mano; la calidez de la madera le gustaba.
-No es metal alguno Umrae, es madera.
El elfo limpiaba ritualmente su armadura verde sobre la mesa.
-¿Qué es “madera”?
Su padre tardó unos instantes en contestar; no estaba seguro de la edad de Umrae para hablar del tema. Aún así habló.
-La madera es un material de la superficie, es la carne de unas criaturas llamadas árboles que allí habitan.
Umrae seguía acariciando el filo maravillada y sin apartar su mirada de aquel color marrón claro y estratificado.
-Es muy duro, deben ser criaturas poderosas, ¿verdad padre?
-Sí, lo son, y también muy hermosas.
La pequeña comenzó a jugar con la cimitarra. Imitaba movimientos que había visto hacer a su padre entrenando y gritando improperios que violentaban el silencio de la sala.
-¡Muere asqueroso ilícido! ¡Toma esto quitinoso maldito!
El padre, que pulía ahora el peto de su armadura, sonreía al oír a su hija. Le gustaba pasar largas jornadas con ella, lo único que tenía en la vida y lo único que le importaba. De repente Umrae detuvo su batalla personal contra las criaturas de la Infraoscuridad y volvió a acariciar el suave filo de madera pensativa.
-Padre –preguntó- ¿Dónde encontraste esta espada?
El elfo dejó de limpiar y miró a su hija a los ojos, Umrae parpadeaba esperando la respuesta.
-Fue un regalo de tu abuelo, esa fue mi primera cimitarra.
Última edición por Lunien el Sab Oct 06, 2007 10:30 pm, editado 1 vez en total.
-Rgrrrrtagh ukrrrrissss galokk! –dijo el orco; y todos sus compinches rieron a carcajadas.
-Gulukk ajjjst grrafjj! –contestó otro. Entonces todos se callaron. El chamán le miró furioso. El orco insensato bajó la cabeza.
A ciertos orcos les molestan las bromas sobre los drows. Quizá tantos años de esclavitud ahogan ahora el humor de aquel corpulento chamán.
Los orcos del Colmillo Rojo habitan cerca de Felbarr. Temen y odian a los enanos, pero ninguna criatura es tan temida y odiada como los elfos oscuros. A veces los drow aparecen, matan a los orcos más débiles y se llevan a los más fuertes para esclavizarlos. Los esclavos orcos componen casi la mitad del contingente bélico de la Reina Araña. Algunos creen que hay una entrada a la Infraoscuridad en las entrañas de aquellas montañas.
Los cinco orcos siguen violentando la cueva con su gutural lenguaje. Ahora los ánimos se han ennegrecido y no se escuchan carcajadas. De repente se escucha un tenue tintineo metálico. El chamán ordena silencio con un gesto. Todos los orcos enmudecen esperando volver a oir aquel sonido. De nuevo se escucha el tintineo. Los orcos empuñan ahora sus armas y miran inquietamente a todos lados. El chamán empieza a conjurar, pero su cabeza sin cuerpo ya está en el suelo cuando finaliza el conjuro. Los orcos se lanzan sobre su enemigo como perros de caza sobre un conejo. Es un humanoide esbelto y de tamaño mediano, de la estatura de un elfo. Una capucha blanca como la nieve oculta su rostro. Luce una imponente armadura de escamas de dragón rojo, un escudo de plata y una cimitarra que ya ha degollado a otros dos orcos. De repente los orcos se quedan petrificados ante una nueva figura que aparece a espaldas de la encapuchada. Ésta se gira rápidamente para descubrir a un horripilante humanoide con cabeza de chacal que le mira intensamente. El miedo se apodera de todos; orcos y no orcos huyen despavoridos hacia los rincones de la gruta. El chacal camina pesadamente hacia su presa, la encapuchada que se retuerce de miedo contra la pared de roca. Ésta emite llantos y gemidos en la misteriosa lengua drow. El chacal empieza a atacar con sus manos desnudas. Las escamas de dragón protegen a la encapuchada de los golpes, pero el terror le impide reaccionar y defenderse. De repente parece volver en sí, se incorpora y pone distancia entre ella y el chacal con una patada en su vientre. Su cimitarra yace en algún lugar de la cueva después de que el terror abriera la mano que la empuñaba. Sin embargo ella siempre guarda una daga en su bota para momentos como ese; una costumbre muy útil entre aquellos que conviven día a día con sus peores enemigos. La encapuchada se lanza sobre el chacal y clava su daga repetidamente sobre una carne fría y dura. Su sangre negra tiñe el suelo de la cueva. La encapuchada recoje su cimitarra gélida del suelo y observa a la criatura desangrarse. Jamás había visto nada parecido. Era un humanoide de complexión y altura humanas, pero una temible cabeza de chacal negra coronaba su apariencia. Incluso muerta aquella criatura era abominable. Vestía tímidamente con un taparrabos y pesadas joyas de oro y piedras preciosas engarzadas. Sus pies estaban descalzos. La encapuchada envainó su cimitarra y se descubrió. Umrae dejó que la cueva contemplara la belleza de su raza mientras se apretaba la coleta. Un tintineo metálico sonó tímidamente a sus espaldas.
Umrae quedó desorientada por un momento al oir un tintineo semejante al que su armadura produce cuando se mueve. Era el mismo tintineo que anunció la muerte de aquellos orcos. “¿Y ahora qué?”-Se preguntó Umrae a sí misma.
La elfa oscura desenvainó mientras se giraba encarando a quien quiera que fuera su próximo enemigo. Su hermoso rostro se petrificó al reconocer a aquella figura: era ella misma vestida de negro.
-Gulukk ajjjst grrafjj! –contestó otro. Entonces todos se callaron. El chamán le miró furioso. El orco insensato bajó la cabeza.
A ciertos orcos les molestan las bromas sobre los drows. Quizá tantos años de esclavitud ahogan ahora el humor de aquel corpulento chamán.
Los orcos del Colmillo Rojo habitan cerca de Felbarr. Temen y odian a los enanos, pero ninguna criatura es tan temida y odiada como los elfos oscuros. A veces los drow aparecen, matan a los orcos más débiles y se llevan a los más fuertes para esclavizarlos. Los esclavos orcos componen casi la mitad del contingente bélico de la Reina Araña. Algunos creen que hay una entrada a la Infraoscuridad en las entrañas de aquellas montañas.
Los cinco orcos siguen violentando la cueva con su gutural lenguaje. Ahora los ánimos se han ennegrecido y no se escuchan carcajadas. De repente se escucha un tenue tintineo metálico. El chamán ordena silencio con un gesto. Todos los orcos enmudecen esperando volver a oir aquel sonido. De nuevo se escucha el tintineo. Los orcos empuñan ahora sus armas y miran inquietamente a todos lados. El chamán empieza a conjurar, pero su cabeza sin cuerpo ya está en el suelo cuando finaliza el conjuro. Los orcos se lanzan sobre su enemigo como perros de caza sobre un conejo. Es un humanoide esbelto y de tamaño mediano, de la estatura de un elfo. Una capucha blanca como la nieve oculta su rostro. Luce una imponente armadura de escamas de dragón rojo, un escudo de plata y una cimitarra que ya ha degollado a otros dos orcos. De repente los orcos se quedan petrificados ante una nueva figura que aparece a espaldas de la encapuchada. Ésta se gira rápidamente para descubrir a un horripilante humanoide con cabeza de chacal que le mira intensamente. El miedo se apodera de todos; orcos y no orcos huyen despavoridos hacia los rincones de la gruta. El chacal camina pesadamente hacia su presa, la encapuchada que se retuerce de miedo contra la pared de roca. Ésta emite llantos y gemidos en la misteriosa lengua drow. El chacal empieza a atacar con sus manos desnudas. Las escamas de dragón protegen a la encapuchada de los golpes, pero el terror le impide reaccionar y defenderse. De repente parece volver en sí, se incorpora y pone distancia entre ella y el chacal con una patada en su vientre. Su cimitarra yace en algún lugar de la cueva después de que el terror abriera la mano que la empuñaba. Sin embargo ella siempre guarda una daga en su bota para momentos como ese; una costumbre muy útil entre aquellos que conviven día a día con sus peores enemigos. La encapuchada se lanza sobre el chacal y clava su daga repetidamente sobre una carne fría y dura. Su sangre negra tiñe el suelo de la cueva. La encapuchada recoje su cimitarra gélida del suelo y observa a la criatura desangrarse. Jamás había visto nada parecido. Era un humanoide de complexión y altura humanas, pero una temible cabeza de chacal negra coronaba su apariencia. Incluso muerta aquella criatura era abominable. Vestía tímidamente con un taparrabos y pesadas joyas de oro y piedras preciosas engarzadas. Sus pies estaban descalzos. La encapuchada envainó su cimitarra y se descubrió. Umrae dejó que la cueva contemplara la belleza de su raza mientras se apretaba la coleta. Un tintineo metálico sonó tímidamente a sus espaldas.
Umrae quedó desorientada por un momento al oir un tintineo semejante al que su armadura produce cuando se mueve. Era el mismo tintineo que anunció la muerte de aquellos orcos. “¿Y ahora qué?”-Se preguntó Umrae a sí misma.
La elfa oscura desenvainó mientras se giraba encarando a quien quiera que fuera su próximo enemigo. Su hermoso rostro se petrificó al reconocer a aquella figura: era ella misma vestida de negro.
Umrae Oscura caminaba lentamente hacia ella. Llevaba las mismas armas, la misma capa y la misma melancolía; todo ello tintado de negro azabache. La encapuchada se detuvo a pocos metros de Umrae.
-¿Q… quién sois? –Consiguió articular la drow.
- Soy Umrae, la proscrita, la sin dios. –La voz de Umrae Oscura era idéntica a la de la drow, tan solo un cierto matiz de ultratumba les diferenciaba.
-Pensé que esa era yo –contestó Umrae.
Umrae Oscura soltó una carcajada tan tétrica que los cadáveres orcos parecían querer alzarse para salir corriendo. Umrae estaba muy nerviosa.
-Yo soy tú. Soy la parte de ti que más temes, tu adversario perfecto, tu combate final.
-¿Por qué iba a querer combatiros? –Replicó Umrae.
-Porque sólo yo puedo derrotarte y liberarte así de la pesadilla que es tu vida. Admítelo elfa oscura, tu existencia es vacua. Temes a los tuyos, temes a las sacerdotisas y sobre todo te temes a ti misma. Por eso vienes a la superficie, para olvidar tu auténtica vida entre esta escoria a la que das caza.
Diciendo eso Umrae Oscura señaló a uno de los orcos muertos con su mano enguantada. Luego permaneció en silencio a la espera de la respuesta de Umrae. Un silencio incoloro se extendió entre ellas hasta que la drow habló.
-Sabeis mucho sobre mí, “Umrae”; quizá demasiado. Pero en algo os equivocais: yo no quiero morir, al menos no todavía.
Umrae oscura desenvainó su cimitarra ceremonialmente tal y como la propia Umrae acostumbra a hacer. Ésta se apretó la coleta, aseguró su escudo de plata y desenvainó su cimitarra gélida con la misma elegancia con la que un bardo recita un poema. Separó sus piernas ligeramente dejando que aquel tintineo metálico de su armadura rebotara de nuevo entre las paredes de la cueva. Umrae no atacaría primero; sólo lo hace cuando conoce bien a su oponente…
Umrae Oscura se lanzó al ataque con la furia de un lobo hambriento. Umrae optó por su técnica más defensiva a escudo y espada. Interponiendo su escudo de plata entre ella y su oponente, su cimitarra se dedicaba a bloquear todos los ataques dorsales de aquel su filo gemelo. Umrae conocía bien esa técnica pues era la suya propia, pero esperaría a ver qué más haría su doble oscura antes de contraatacar. Ésta comenzaba a incrementar la potencia de sus ataques haciendo retroceder a Umrae. Aquella técnica consistía en enfocar todo el ki sobre cada madoble. El brazo que sujetaba el escudo de Umrae no tardó en perder resistencia dejando ver los primeros huecos en su defensa. Umrae oscura aprovechó para herir varias veces a su adversaria con sus potentes cortes. Pero Umrae ya había conseguido lo que quería: conocer el ki de su enemiga. El ki es la fueza interior de los seres vivos, un reflejo de su espíritu y de su situación vital en el mundo. Sólo los luchadores cercanos a la perfección son capaces de proyectarlo sobre su arma como Umrae Oscura lo hacía en aquel momento. Pero ahora Umrae había visto aquel ki en acción; un ki muy parecido al suyo, pero lleno de odio y furia. La elfa oscura se disponía ahora a contratacar mientras las primeras gotas de su sangre se deslizaban por las escamas de dragón rojo. Umrae Oscura, cegada por la ira y el desasosiego, había descuidado su defensa desde el principio. Sin embargo Umrae había preferido esperar. Comenzó a esquivar los golpes en lugar de contenerlos con su escudo dolorido. De esta forma recuperó el equilibrio sobre su oponente. En un combate entre expertos sólo gana el que conserva el equilibrio y ahora Umrae se lo había robado a su oscuro reflejo. El escudo de plata desestabilizó a Umrae Oscura con un potente estruendo metálico; ésta cayó al suelo y recibio varios cortes antes de poder incorporarse. Umrae danzaba ahora alrededor de su presa, su cimitarra nunca atacaba hasta que su oponente caía al suelo de nuevo. Entonces Umrae Oscura imitó la técnica de su idéntica. Ambas danzaban sin atacarse hasta que alguna de ellas sentía la oportunidad de derribar a la contraria. La carne de Umrae comenzó a sentir su propia técnica y nuevos ríos de sangre nacían sobre su armadura. Aquella batalla por el equilibrio jamás hubiera terminado si no llega a ser por un detalle: Umrae aún no había canalizado su ki. Una vez más la elfa oscura derribó a su oponente, pero esta vez su cimitarra gélida llevaba la furia de su existencia a cuestas; su soledad, su miedo, su vacío…Umrae Oscura llacía sobre la roca herida de muerte.
-¿Qué vas a hacer ahora que te has matado a ti misma, elfa oscura? –La voz de la vencida sonaba apagada. Su anatomía, desparramada por el suelo, se iba haciendo etérea como la de un fantasma hasta desaparecer. Umrae enfundó su filo de hielo, se apretó la coleta y se cubrió con la capucha antes de contestar.
-Ahora seguiré buscando.
-¿Q… quién sois? –Consiguió articular la drow.
- Soy Umrae, la proscrita, la sin dios. –La voz de Umrae Oscura era idéntica a la de la drow, tan solo un cierto matiz de ultratumba les diferenciaba.
-Pensé que esa era yo –contestó Umrae.
Umrae Oscura soltó una carcajada tan tétrica que los cadáveres orcos parecían querer alzarse para salir corriendo. Umrae estaba muy nerviosa.
-Yo soy tú. Soy la parte de ti que más temes, tu adversario perfecto, tu combate final.
-¿Por qué iba a querer combatiros? –Replicó Umrae.
-Porque sólo yo puedo derrotarte y liberarte así de la pesadilla que es tu vida. Admítelo elfa oscura, tu existencia es vacua. Temes a los tuyos, temes a las sacerdotisas y sobre todo te temes a ti misma. Por eso vienes a la superficie, para olvidar tu auténtica vida entre esta escoria a la que das caza.
Diciendo eso Umrae Oscura señaló a uno de los orcos muertos con su mano enguantada. Luego permaneció en silencio a la espera de la respuesta de Umrae. Un silencio incoloro se extendió entre ellas hasta que la drow habló.
-Sabeis mucho sobre mí, “Umrae”; quizá demasiado. Pero en algo os equivocais: yo no quiero morir, al menos no todavía.
Umrae oscura desenvainó su cimitarra ceremonialmente tal y como la propia Umrae acostumbra a hacer. Ésta se apretó la coleta, aseguró su escudo de plata y desenvainó su cimitarra gélida con la misma elegancia con la que un bardo recita un poema. Separó sus piernas ligeramente dejando que aquel tintineo metálico de su armadura rebotara de nuevo entre las paredes de la cueva. Umrae no atacaría primero; sólo lo hace cuando conoce bien a su oponente…
Umrae Oscura se lanzó al ataque con la furia de un lobo hambriento. Umrae optó por su técnica más defensiva a escudo y espada. Interponiendo su escudo de plata entre ella y su oponente, su cimitarra se dedicaba a bloquear todos los ataques dorsales de aquel su filo gemelo. Umrae conocía bien esa técnica pues era la suya propia, pero esperaría a ver qué más haría su doble oscura antes de contraatacar. Ésta comenzaba a incrementar la potencia de sus ataques haciendo retroceder a Umrae. Aquella técnica consistía en enfocar todo el ki sobre cada madoble. El brazo que sujetaba el escudo de Umrae no tardó en perder resistencia dejando ver los primeros huecos en su defensa. Umrae oscura aprovechó para herir varias veces a su adversaria con sus potentes cortes. Pero Umrae ya había conseguido lo que quería: conocer el ki de su enemiga. El ki es la fueza interior de los seres vivos, un reflejo de su espíritu y de su situación vital en el mundo. Sólo los luchadores cercanos a la perfección son capaces de proyectarlo sobre su arma como Umrae Oscura lo hacía en aquel momento. Pero ahora Umrae había visto aquel ki en acción; un ki muy parecido al suyo, pero lleno de odio y furia. La elfa oscura se disponía ahora a contratacar mientras las primeras gotas de su sangre se deslizaban por las escamas de dragón rojo. Umrae Oscura, cegada por la ira y el desasosiego, había descuidado su defensa desde el principio. Sin embargo Umrae había preferido esperar. Comenzó a esquivar los golpes en lugar de contenerlos con su escudo dolorido. De esta forma recuperó el equilibrio sobre su oponente. En un combate entre expertos sólo gana el que conserva el equilibrio y ahora Umrae se lo había robado a su oscuro reflejo. El escudo de plata desestabilizó a Umrae Oscura con un potente estruendo metálico; ésta cayó al suelo y recibio varios cortes antes de poder incorporarse. Umrae danzaba ahora alrededor de su presa, su cimitarra nunca atacaba hasta que su oponente caía al suelo de nuevo. Entonces Umrae Oscura imitó la técnica de su idéntica. Ambas danzaban sin atacarse hasta que alguna de ellas sentía la oportunidad de derribar a la contraria. La carne de Umrae comenzó a sentir su propia técnica y nuevos ríos de sangre nacían sobre su armadura. Aquella batalla por el equilibrio jamás hubiera terminado si no llega a ser por un detalle: Umrae aún no había canalizado su ki. Una vez más la elfa oscura derribó a su oponente, pero esta vez su cimitarra gélida llevaba la furia de su existencia a cuestas; su soledad, su miedo, su vacío…Umrae Oscura llacía sobre la roca herida de muerte.
-¿Qué vas a hacer ahora que te has matado a ti misma, elfa oscura? –La voz de la vencida sonaba apagada. Su anatomía, desparramada por el suelo, se iba haciendo etérea como la de un fantasma hasta desaparecer. Umrae enfundó su filo de hielo, se apretó la coleta y se cubrió con la capucha antes de contestar.
-Ahora seguiré buscando.