Historia de Lainus.

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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maestrodearmas
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Historia de Lainus.

Mensaje por maestrodearmas »

Addaral cruzó la taberna hasta llegar a la barra.
- ¡Eh, guapa! –le gritó el hombre a la camarera-.
- ¿Qué? –preguntó la muchacha con cara de pocos amigos-.
- Lo de siempre.
El hombre no apartaba la mirada del escote de la muchacha y la miraba con una sonrisa pervertida dibujada en su rostro.
Tras unos instantes, la muchacha le sirvió de mala gana y éste le dedicó otra miradita antes de dirigirse a una de las mesas que estaba justo enfrente de un escenario.
La taberna estaba llena de gente de todo tipo aquella noche, pero principalmente, estaba abarrotada de rufianes y borrachos, algo normal teniendo en cuenta que la taberna estaba situada en una de las callejuelas oscuras de los bajos fondos de Cálimport.
En una esquina del local, con una perspectiva perfecta de la mesa en la que se encontraba Addaral, se encontraba una figura oscura, con la cabeza agachada y con ambas manos puestas sobre la mesa alrededor de una jarra. Aparentemente, la extraña figura parecía sumida en sus pensamientos, como si el fondo de aquella jarra fuera lo único que existiese en ese momento.
Llevaba una capucha negra que le cubria el rostro y, bajo ella, unos ojos claros observaban con una mirada fría e intensa los movimientos de todos los presentes, especialmente los de uno.

Horas mas tarde, cuando toda la gente del local se había marchado, Addaral decidió que ya había bebido bastante (es decir, que el dueño lo echó a patadas de allí). Al salir, se chocó con la oscura figura que lo había estado observando toda la noche y parecía que fuera tanto o más borracha que él.
- ¡¡Aparta borracho!! –dijo al tiempo que le daba un empujón y se encaminaba por las oscuras callejuelas de Cálimport.
Llegó como pudo hasta su casa. Torpemente y llevándole su tiempo, consiguió entrar en ella y se fue directamente hacia su dormitorio.
Algo extraño lo detuvo cuando llegó cerca de la puerta. La habitación estaba dominada por una luz tenue procedente de un candil y frente a él, una butaca que daba la espalda a la puerta en la que se encontraba Addaral.
Al hombre lo recorrió de pies a cabeza una sensacion de terror que hizo que se le pasaran los efectos del alcohol de inmediato. Desenvainó una daga que llevaba en el cinto y avanzó despacio hacia la butaca. Cruzó lo que distaba hasta ella con el arma preparada en una mano y la otra adelantada para girar el asiento.
Lo giró de golpe y asestó una puñalada con todas sus energías, pero el golpe no encontró objetivo alguno más que la inerte butaca.
Durante un instante, se hizo un silencio que se rompió cuando, desde detrás de la puerta, sonó una voz:
- Buen golpe.
Addaral se giró de súbito y asestó otra estocada a la altura del cuello a la oscura y conocida figura. Era la persona que poco antes se había hecho pasar por borracho y se había chocado con él en la puerta de la taberna.
Con un rápido movimiento, la oscura figura se giró y, al mismo tiempo que desenvainaba su espada corta, asestó un tajo en el brazo del hombre, haciéndole soltar el arma y lanzando éste un grito de dolor.
Aterrado, el hombre se dispuso a abandonar la habitación, pero la oscura figura cerró la puerta de una patada.
- ¿Dónde vas? Siéntate, ahí –le dio un empujón que lo hizo sentarse en la butaca-.
- ¿Qué es lo que quieres? –chilló el hombre con el corazón latiéndole a mil por hora-.
- ¿Dónde están los diamantes? –preguntó al tiempo que se bajaba la capucha-.
Se trataba de un elfo de tez oscura y pelo blanco. Sus facciones eran finas, casi juveniles, pero su mirada mostraba la inteligencia de un sabio mago. Lo miraba tranquilamente, apenas sin inmutarse. Había guardado el arma tan pronto como le había asestado aquel tajo.
- No me gusta perder el tiempo con gente como tú, así que dime dónde están los diamantes y hagamos que esto acabe pronto –le dijo el asesino-.
Temblando de miedo y desangrándose por un brazo, el hombre le señaló una baldosa que había al lado de un armario.
El elfo dio un fuerte pisotón a la baldosa sin quitar la vista de aquel hombre, logrando que se rompiera y dejando al descubierto lo que parecía ser una bolsita. La tomó y la lanzó unos pocos centímetros al aire, dejándola caer de nuevo sobre su mano extendida.
- Veo que te has permitido algunos lujos a costa de Odcus.
Los ojos del hombre se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que estaba por venir.
- Espero que los hayas disfrutado.
Tras decir estas palabras, el asesino tomó su estoque y le asestó un rapidísimo golpe que le atravesó el corazón sin que apenas se diera cuenta.
Con la bolsita en la mano, salió despacio y sigiloso, como una sombra, dejando tras de sí la misma escena de siempre.

- Ya dije lo que quería –comentó el bajá a uno de sus sirvientes-.
Se trataba de del baja Odcus, un humano de unos 45 años, bajo y delgaducho, pero que era capaz de matar un hombre con tan sólo uno de sus conjuros. Vestía con ropas elegantes y llevaba puestas siempre lujosas y poderosas joyas, las cuales, seguramente le conferían la mayoría de sus defensas mágicas que lo hacían prácticamente intocable.
- ¿Señor? Lainus está aquí –comentó otro sirviente al entrar en la estancia-.
- Que pase –despidió a ambos y se puso cómodo en su sillón-.
Lainus odiaba al bajá. En su mente tan sólo veía escenas en las que acababa con él. Maquinaba todo el tiempo cuál sería su punto débil y cómo poder llegar hasta él. Algo tenía claro Lainus, por muchas habilidades mágicas que tuviera el bajá, una de ellas seguro que no era conocer los pensamientos, de lo contrario ya estaría muerto. ¿O tal vez se equivocaba?
- Ya he terminado el trabajo. Ese estúpido ladrón no robará jamás –comentó tras acercarse a una distancia prudencial del mago-.
- Bien. ¿Tienes los diamantes? –preguntó acomodándose en su sillón-.
- Así es. Además, he averiguado algunas cosas.
La cofradía de Odcus era una cofradía mediocre en comparación con el poder del que disponían las demás. Principalmente se mantenía activa gracias a los trabajos que realizaba para las demás. Trabajos que las demás no se dignaban a hacer. Todo eso iba a cambiar.
Recientemente algunos de sus miembros habían descubierto vetas de diamantes en ciertas minas y hacían lo imposible por mantener eso en secreto. Esa era su máxima prioridad.
Aquellos diamantes le conferirían a Odcus el dinero suficiente como para hacerse con los servicios de los mejores asesinos, hechiceros y guerreros de la zona, además de permitirle sobornar a cualquier bajá. Por fin sería una cofradía digna y de renombre.
Lainus había averiguado que otras cofradías sospechaban qué se traían entre manos, que el secreto de las vetas de mineral ya no era tan “secreto” en las calles.
- Ya he oído suficiente, vete –le dijo el bajá al asesino como si de un mero sirviente se tratara.
- Sí, señor –se despidió y salió de la estancia-.
Una ira casi incontenible manaba de su interior. No soportaba que nadie lo tratara como a un cualquiera.
- Ya sabes lo que tienes que hacer –comentó el bajá con la mirada perdida, puesta más allá de la puerta por la que había salido Lainus-.
Una figura, que hasta ese momento se había mantenido oculta gracias a un hechizo de invisibilidad, apareció justo al lado del bajá y sin mediar palabra, siguió los pasos del asesino.
Al bajá no le gustaba la idea de tener que deshacerse de un lugarteniente tan valioso, pero sus ansias de poder, lo hacían ser demasiado peligroso.

“Maldito Odcus. Ha llegado el momento, lo mataré y me haré con el control de la cofradía. Los hombres me temen así que no dudo en que obedecerán mis órdenes”.

Era de noche y las calles estaban aparentemente desiertas. Había pasado toda la vida en las calles y sabía que un montón de miradas se posaban en el desde oscuros rincones. Multitud de rufianes y asesinos esperaban a que algún insensato osara pasar por allí, para lanzarse sobre él y desvalijarlo, si no matarlo. Ninguno se le lanzó a Lainus excepto uno.
Cuando a punto estaba de llegar a la posada en la que pasaría aquella noche, el murmullo de una persona lo alertó y, con un acto reflejo, saltó a un lado más allá del área de la bola de fuego que le acababan de lanzar. Había reconocido el conjuro, eso era prueba de que su aprendizaje estaba dando sus frutos. Su iniciación en la magia lo acababa de salvar de una muerte casi segura.
Todo a su alrededor estaba ardiendo y no había señales del hechicero por ningún sitio. Desenvainó despacio y se deslizó entre las sombras. Sólo se oía el crepitar de la madera que ardía a su alrededor. Miraba hacia todos lados pero no conseguía ver nada. Hasta que de pronto, otra salmodia de palabras procedentes de su flanco izquierdo, llegó hasta sus oídos. Esta vez no consiguió reconocer el conjuro, así que instintiva y ferozmente, se avalanzó hacia el lugar del que venía la voz.
Se topó de frente con la figura de un humano que justo acababa de conjurar un hechizo haciendo que de sus manos saliera un rayo de energía impactándole de lleno y haciéndole saltar por los aires. Cayó de espaldas al suelo soltando la espada corta que llevaba en su mano izquierda y sintiendo una oleada de dolor que le recorrió todo el cuerpo.
De nuevo le llegaron las palabras del hechicero.

“Otra vez no...”

Agarró una daga que llevaba en su cinto y la lanzó tan rápido que logró impactar en el objetivo antes incluso de que concluyera el conjuro. El hechicero chilló. Era su turno.
Se incorporó de un salto y asestó una serie de golpes que, por alguna extraña razón, impactaban en el objetivo, pero este ni siquera se inmutaba.
Una sonrisilla apareció en la cara del hechicero. Dio un paso atrás y comenzó a lanzar otro de sus conjuros. No le quedaba otra alternativa, se zambulló rodando hacia el lugar donde estaba la espada corta y la recogió del suelo. Al tiempo que la alcanzaba y se incorporaba, una serie de proyectiles mágicos se estrellaron contra su cuerpo. Pero esta vez era a él a quien le tocaba sonreir. El conjuro defensivo que se había lanzado le hacía invulnerable a ese hechizo.
Se avalanzó sobre el hechicero y le asestó tres golpes con su espada corta que si que consiguieron herir al objetivo esta vez. El tercero fue directo al corazón, haciendo que el cuerpo del hechicero cayera inerte al suelo con una mueca de terror en el rostro.
Todo había pasado muy deprisa.
Registró el cuerpo del hechicero y se marchó hasta su habitación como pudo. Cuando estuvo allí, busco entre sus cosas y se tomó una poción que le ayudaría a curar sus heridas.

“El próximo en sentir el acero de mi espada serás tú, Odcus”.

Tras ese pensamiento cayó dormido.
A la mañana siguiente, unos extraños sueños de traiciones y persecuciones lo despertaron. Se levantó totalmente recuperado y vio a su derecha el cinturón que llevaba puesto el hechicero junto con un amuleto que cogaba de su cuello. Supuso que ambas cosas le servirían como protección contra el bajá. Se colocó su equipo, recogió todo aquello que le iba a hacer falta y se marchó de aquella habitación. Tenía un plan...
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maestrodearmas
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Re: Historia de Lainus.

Mensaje por maestrodearmas »

Había mucha gente en las calles aquella mañana. Caminaba con paso firme ignorando a todo aquel que se cruzaba en su camino. Solo tenía una cosa en la cabeza: conseguir un aliado que le ayudara a derrocar al baja.
Llegó hasta las puertas del edificio. Era un edificio aparentemente normal pero que dentro escondía todo tipo de lujos. Dos hombres le cerraron el paso.
- ¿Dónde vas? –preguntó uno de ellos echando mano de la empuñadura que llevaba colgada a su cintura-.
- Vengo a ver al bajá Dork –contestó al tiempo que echaba un rápido vistazo a los dos hombres-.
- No recibe visitas.
- Tengo información que tal vez le interese –miró al hombre fijamente-.
- Creo que no –le respondió al tiempo que le daba un empujón-.
- ...Diamantes.
Sabía que la noticia recorría las calles en cierta manera, así que no se sorprendió al ver gesto de ambos.
- Espera aquí.
Uno de ellos se adentró en el edificio y a los poco minutos regresó y lo invitó a pasar.
Lo guiaron hasta la habitación en la que estaba el bajá de la cofradía Dork.
Se trataba de una cofradía un tanto más poderosa que la de Odcus. El jefe, Dork, había sido su compañero y mentor cuando había llegado a Cálimport. Lainus esperaba que apoyara su objetivo.
- Hola, mi querido Lainus –saludó mientras se levantaba de su asiento y se le acercaba, mostrándole una falsa sonrisa al tiempo que pasaba una mano por su espalda y lo invitaba a sentarse-. Toma asiento.
- Hola Dork. ¡Cuánto tiempo! Veo que vives entre auténticos lujos. Has llegado lejos.
- Gracias “amigo”.
La verdad es que el bajá, junto con los miembros de la cofradía, podría haber acabado con él allí mismo tal y como estaba acordado, pero decidió ver qué se traía entre manos exactamente.
- ¿Qué asuntos te traen hasta mí?
- Tengo algo que quizás te interese.
El bajá se acomodó de nuevo en su asiento y prestó atención.
- Vengo hasta ti para ofrecerte un trato...
- Adelante cuéntame.
- Seguro que has oído rumores acerca de unos descubrimientos recientes de vetas de diamantes en las minas de las Montañas de la March.
El bajá asintió.
- ¿Quién se encarga de explotarlas? –preguntó haciendo parecer que no tenía ni idea-.
Conforme hablaba, se sentía cada vez más minúsculo, más insignificante. Esa idea lo hizo plantearse por un momento las consecuencias de sus actos: si todo salía mal, no podría volver a pisar aquellas callejuelas nunca más. La imagen del combate la noche anterior le vino a la cabeza.

“ No hay vuelta atrás, él ya ha dado el primer paso”.

Se estremeció por un momento pero decidió seguir adelante.
- El bajá Odcus –dijo al fin-. Necesito que me ayudes a hacerme con el mando de la cofradía a cambio... A cambio de gran parte de los beneficios que saquemos de la explotación de diamantes.
- Vaya, es una oferta bastante llamativa. No sé qué decir...
- Vamos, sería una buena alianza. Por los viejos tiempos...
- ¿Por qué no acabas con él tú mismo?
- No es tan sencillo. Sus hombres no valen mucho pero él sí que es poderoso.
- Cierto –afirmó-. Está bien, te ayudaré. ¿Qué quieres que haga por ti exactamente?
- Conozco bien a tus lugartenientes. Haz que vengan conmigo.
Bajo el mando directo de Dork había un elfo hechicero y dos poderosos guerreros. Eran su guardia personal.
- Está bien –extrañamente, el bajá accedió-.
Pasaron largo rato acordando cómo harían todo y discutiendo las reparticiones, además del papel que cada uno tomaría en la alianza.
Lainus no tenía ni idea de lo que estaba por venir...

Todo estaba dispuesto. Lainus salió a la calle y se dirigió directamente a ver a Odcus. Los lugartenientes lo esperarían dentro del edificio para pasar a la acción en cuanto Lainus comenzara el combate. Esperaba que su reputación lo permitiera llegar hasta el bajá sin tener que enfrentarse a todos los guardias del edificio… Y así ocurrió.
Llegó al edificio y entró. Recorrió las dos primeras plantas hasta llegar a la tercera donde se encontraba Odcus. Junto a la puerta había dos hombres.
- Vengo a ver al bajá –le dijo a uno de ellos-.
- Claro. Espera aquí –contestó al tiempo que entraba en la habitación-.
A los pocos segundos la puerta se abrió y el soldado le indicó que pasara. Justo cuando pasaba por su lado, vislumbró por el rabillo del ojo una sonrisilla en la cara del soldado. Algo no iba bien…
- Hola Lainus. Te estaba esperando.
El mago estaba sentado, aparentemente tranquilo, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Lainus echó un rápido vistazo a su alrededor intentando detectar la presencia de algún visitante inesperado en la estancia. Todo estaba demasiado tranquilo.
- Acabemos con esto-.
Desenvainó sus armas y comenzó a recorrer la distancia que lo separaba del mago. Éste despareció justo antes de que Lainus asestara su primera estocada.
- ¿De veras crías que sería tan fácil? –sonó una voz detrás suya-.
Lainus giró en redondo y atacó de nuevo pero no encontró más que aire a su paso.
- Casi –se burlaba el mago desde una posición diferente-.
El asesino se concentró y prestó más atención a lo que lo rodeaba.
A su derecha oyó un leve ruido y atacó donde se suponía que debía estar el mago. Esta vez no falló. El mago chilló y apareció de repente justo delante de él, con una herida en el brazo.
- ¿Y ahora qué tienes que decir? –se burló el asesino-.
- Estúpido Lainus…
El mago desenvainó sus armas y se puso a la defensiva.
- Lo haremos a tu manera si así lo prefieres.
Ambos atacaron al unísono. Las armas chocaban unas contra otras haciendo que Lainus se sorprendiera realmente del dominio que el mago tenía sobre ellas. Se separaron un momento recuperando el aliento.
- No te manejas mal con las espadas –dijo Lainus-. Acabemos con esto.
Silbó pero no encontró respuesta alguna. El mago sonrió.
- ¿Crees que soy tonto? Entrad –ordenó el mago-.
La guardia personal de Dork entró en la habitación. En sus rostros había una sonrisa.
- Lo lamentamos Lainus. Él llegó acudió primero a nosotros –dijo uno de ellos-.
- ¡¡Malditos!!

“Lo sabía… Algo dentro de mí me lo estaba diciendo. Acabaré con ellos de igual forma aunque me cueste la vida”.

Se lanzó sobre el desprevenido Odcus y se reanudó la lucha. Los otros hombres se mantenían impasibles observando el combate.
Las heridas iban surgiendo en el cuerpo de ambos por todos lados.
El mago se apartó por un momento y conjuró un hechizo que lo dejó aturdido el tiempo suficiente como para lanzar un golpe mortal a la altura de la cabeza de arriba abajo.
El asesino volvió en sí justo a tiempo para evitar como fuera aquel golpe pero esta vez fue demasiado lento.
Una herida surgió en el rostro de Lainus, una herida que le recordaría para siempre aquel fatídico día.
Le había abierto un tajo en toda la parte derecha de la cara. Se sentía mareado y la sangre la sangre le cubría toda la cara. Apenas podía ver. Era su final.

“Se acabó, estoy vencido. Tengo que salir de aquí como sea”.

De repente, del pecho del sonriente y victorioso bajá Odcus, surgió una espada que lo había atravesado de lado a lado. El gesto del bajá se torno extrañado y un hilillo de sangre comenzó a salir de su boca. Se giró.
La figura de Dork estaba justo detrás suya sonriente.
- ¡Oh, vaya! –comentó-.
Desenfundó una cimitarra y lanzó un golpe que le cortó la cabeza de cuajo.
- Lo siento “amigo”. Así funcionan las cosas aquí. Es tu turno.
Aterrado, Lainus echó mano de un anillo que llevaba y utilizó su magia para desvanecerse.
- ¡Que no escape!
Los hombres taparon de inmediato la puerta evitando toda salida.
- Te desangras, Lainus. No tienes escapatoria –comentó Dork mirando a todos lados, afinando su oído y poniéndose en guardia-.
El cristal de una ventana se rompió de golpe y un chillido de dolor del asesino se oyó en la calle.
En un intento suicida, Lainus decidió saltar. Por poco no se mató allí mismo. Su pierna izquierda quedó destrozada tras la caída.
- ¡¡Rápido, id tras él!! –ordenó el bajá Dork a sus lugartenientes-.
Como pudo, el asesino recorrió las calles dejando un reguero de sangre tras de sí.

“Muy listo por tu parte… ¿A quién se le ocurre?”

Al doblar una esquina, alguien lo agarró y tiró de él. Los estúpidos lugartenientes pasaron de largo.
- ¿Qui…. quién eres…? –intento preguntar mientras la cabeza le daba vueltas-.
- Sssss. Calla.
No vio ni oyó nada más. Cayó inconsciente.

Cuando despertó, vio que estaba tumbado en una cama con la pierna entablillada y tenía el rostro cubierto por unas vendas. Miró a su alrededor y no vio a nadie.
- Quieto –sonó una voz femenina justo en la puerta de la habitación-. Debes descansar.
- ¿Quién eres tú? ¿Qué hago aquí?
- Ya habrá tiempo para charlas más tarde. Esos hombres aún te buscan. No sé lo que les debes pero has de salir de aquí.
- ¿Por qué e ayudas?
La mujer guardó silencio.
- Una caravana sale de aquí y viaja hacia el norte, a una ciudad enana lejos, muy lejos de aquí. Si vas en esa caravana estarás a salvo.
- Pero …
- ¡¿Quieres vivir o quieres morir?! –interrumpió la mujer-.
Lainus la miró a los ojos. No se lo podía creer. Durante tantos años había sido un asesino que no temía las calles de Cálimport y ahora se veía obligado a abandonar la ciudad para siempre.

“Es el destino de todo asesino… A todos nos llega el momento”

- ¿Cuál es esa ciudad? –preguntó resignado-.
- Adbar. En aquellas tierras estarás a salvo.
El asesino agachó la cabeza y un montón de imágenes se le comenzaron a pasar por su mente.
- Bien, tomaré esa caravana.

Recogieron todo lo necesario y salieron a hurtadillas de la ciudad. Cuando estuvieron a varios kilómetros de distancia, la mujer se dirigió a él.
- Hasta aquí puedo acompañarte.
Lainus la miró.
- Bien, haz lo que debas. Gracias –se sorprendió a sí mismo al darle las gracias-.
- Ve con estos mercaderes. Ellos te ayudarán. Cuídate –tras esas palabras se marchó-.

Tras la despedida, la caravana marchó hacia su destino. Larga era la distancia que tenían que recorrer.
Durante todo el viaje había estado pensando en todo lo ocurrido. Sus ansias de poder lo habían llevado a tener que abandonar su ciudad para siempre. Había sido demasiado incauto, cosa que juró no volvería a pasar.
Unas tres semanas pasaron desde que salió huyendo de Cálimport. El clima allí era frío, muy frío. Las señales indicaban que estaban llegando a una villa en la que pararían a coger provisiones. Se llamaba Nevesmortas. Desde allí a Adbar no quedaba mucho pero era mejor prevenir que enfrentarse a las inclemencias del clima y a los peligros de los caminos.
Lejos quedaban ahora aquellos recuerdos de la humana y aquellas cuestiones filosóficas que lo había acompañado durante todo el camino. Sólo tenía una cosa en la cabeza: matar a todos y borrar todo rastro de su pasado. Y así lo hizo.
La noche antes de llegar a Nevesmortas, asesinó a sangre fría a todos los que componían la caravana y los saqueó, haciendo que aquellos pareciera obra de los muchos bandidos que asaltaban aquellos caminos.
Anduvo un poco perdido por los bosques de la zona, siguiendo como podía el camino hasta que por fin llego a la villa.
Era hora de comenzar una nueva vida…
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