La sombra escondida
Moderadores: DMs de tramas, DMs
La sombra escondida
Iphrin estaba contento. Algo así de sencillo y a la vez así de complicado. Los drow pocas veces tenían ocasión en su vida de poder sentarse, cruzar las piernas y sentirse satisfechos, como él lo acababa de hacer.
Todo iba bien, era dueño de una de las casas de masaje con más clientela, e importante, además. Los metales y las gemas no dejaban de engrosar su caja, por no hablar de la influencia.
Influencia en las Casas, influencia en los Clanes, influencia e información, oh si.
Ahora sí que se sentía bien, liberado, dueño de sí mismo y su destino, y del destino de muchos. Eso era lo mejor, la sensación de poder que tenía. Repiqueteó los dedos sobre la mesa de mármol negro, limpia y recogida. Todo a su alrededor debía ser perfecto. La pulcritud le daba seguridad.
¿Cuánto hacía? ¿Cuántas dekhanas sin noticias? Había pasado ya lo peor y todo iba bien. Había pasado de ser un simple títere a ser el dueño de lo que por justicia le correspondía. ¿Cuánto tiempo se había repetido lo mismo, convenciéndose de que tenía que actuar? Los que se dejaban traicionar merecían ser traicionados.
Se sonrió. Se sentía poderoso de nuevo, hasta tuvo que reprimir un golpe en la mesa de pura satisfacción.
Error, no. No se lo permitía. Él era un drow y los drow jamás mostraban sus verdaderas emociones, detrás de una intención había una segunda que escondía una tercera, diametralmente opuesta a la verdadera.
Iphrin no se permitía mucho más que sus modales afectadísimos y rimbombantes con un toque casi femenino, era el cortesano ideal.
Se quitó los adornos de adamantita que le apretaban los biceps, aumentando aún más si cabe el músculo. Era vanidoso, otra de sus cualidades. Tenía un cuerpo bello y cuidado que le gustaba mostrar y aunque él no era un artista del masaje, era requerido por los clientes como compañía.
Ahora que era el señor de todo aquello sin cortapisas, incluso se permitía rechazar algunos servicios. "Lo lamento, mi señora, mis obligaciones me lo impiden pero tengo un esclavo que..."
Una risilla maliciosa se le escapó. Se preguntaba cuál sería la luz que brillaba en el narbondel de la ciudad, sumido en sus pensamientos, tardó en escuchar el repiqueteo metálico.
Arrugó el ceño, mirando alrededor con el mentón perfecto apuntando al techo. Algo rodaba por el suelo. Se puso en pie. Una de sus copas con pequeños saltitos, fruto de los relieves arácnidos tallados, hacia su mesa. Parpadeó, extrañado. Se le erizó el vello de la nuca.
- ¿Quién anda ahi?- Preguntó en voz alta, cogiendo una daga que tenía en la mesa, cerca, siempre cerca. El silencio que le respondió le hizo sentirse algo estúpido, pero no dejó de estar intranquilo, sospechando.- Llamaré a mis guardias, he dicho que salgas si quieres vivir.
De repente una risa queda de tono metálico, muy baja, poco a poco se amplificaba.
Volvió a agarrar la daga con fuerza, intentando reconocer de donde venía. ¿De ambos lados? ¿De la puerta? ¡Imposible!
- Muéstrate de una vez. Llamaré a mis guardias, estan al otro lado de la puerta, veremos quien rie entonces, alimaña.- Se mostró seguro, pero a su pesar, tragó saliva.- ¿Quién eres?
- ¿Quién soy? - De nuevo la irritante risa.- Soy la sombra escondida, los ojos de Lloth en la oscuridad. Yo soy en tu nuca su espina, el castigo del pecado por silenciar. La que conoce tus secretos, la última daga que oirás llegar...- Iphrin palideció. La voz había sonado tranquila y susurrada, rayando el arrullo, sin embargo crispó los dedos en la daga y en la mesa, sintió las piernas fallarle del miedo, ni por la voz metálica ni por no ver de donde procedía, sino por aquellos extraños versos.
- Siriandel... ¿Cómo has llegado hasta aqui?...- Alzó la daga, en guardia, mirando a todas partes.
De las incontables sombras de la habitación, una silueta se hizo más clara justo delante de él, hasta que las formas de una mujer fueron completamente reconocibles.
Una drow le miraba fijamente, con expresión divertida. El corpiño que fruncía sus formas la hacían aún más esbelta de lo que ya era, marcando su cintura, sus caderas y sus pechos de manera insinuante. Sus piernas estaban enfundadas en estrechas ropas que se mantenían inmóviles con cintas de piel, sujetas a unas protecciones metálicas dentadas. Por lo demás, del cuello al estrecho corpiño no había tela ninguna que ocultara la piel, como si la orgullosa dueña no temiera daga o espada ninguna, mostrando su belleza de manera casi insultante. Sus brazos, cubiertos por unas mangas holgadas y unos brazales ricamente trabajados, descansaban como si la vision de la daga de Iphrin no fuera un peligro.
- Andando.- Siriandel medio sonrió y ladeó la cabeza divertida al dar una respuesta tan obvia.- ¿Dónde esta mi hermana, Iphrin? Te advierto que me queda poca paciencia, te he estado esperando mucho.
- ¡No sé donde esta, no se nada de tu hermana! - el drow estaba frustrado, porque siempre era la misma pregunta, porque había pensado que todo iba bien... ¡¿Por qué esos malditos guardias no entraban?!
- Mientes, tu participaste en todo, tu mataste a mi madre, ¿Verdad? Por que así podrías quedarte esto... Por que eres una styrge traicionera que mordió la mano de quien te hizo algo más que un simple shebali que vendía su cuerpo por Menzoberranzan. Y lo peor es que lo hiciste pensando en que te librarías... y ese es un error que vas a pagar.
El rostro de la drow era tranquilo, indiferente, habia hablado sin amenaza, como quien anuncia algo cierto.
- Mi madre le daba oportunidades a los varones que más de una vez le dije que le costarían un disgusto... Y finalmente fue la vida de todos.- Empezó a andar, sus botas sonaron como rocas al caer, Iblith tenía ganas de aullar a los guardias, ¿Como podía ser que no oyeran nada? Miró la puerta y luego a Siriandel, alzando la daga.
- No te acerques más, zorra. ¡No te acerques a mí! ¡Yo no fui, no tuve nada que ver, tu madre tenía muchos enemigos, por qué vienes aqui, ve tras ellos! - Tragó saliva, dando algunos pasos atrás.- Yo te escondí, Siriandel, yo te ayudé, eras la última que quedaba y te protegí. Incluso tuve que pagar a la yathrin cuando te marchaste, para que no se enfadara por no haber recibido su masaje.- Sus palabras no surtieron efecto ninguno aparente, porque Siriandel no dejó de avanzar, mirandolo con una suave y encantadora sonrisa.- ¡Maldita seas! ¡GUARDIA! - Miró a la puerta, presa de la desesperación, aullando, rezando mentalmente.
La daga le tocaba la garganta con tacto frío, sintió un hilillo de sangre correr, estaba tan afilada que el simple roce ya le habia cortado. Contuvo la respiración.
- Iphrin...- El tono de la drow era suave, casi como el de una posible amante, algo lascivo. Se acercó al varon, acariciandole la nuca.- No te preocupes, no nos molestarán... Ahora te presentaré a un par de amigos, te gustarán. El primero se llama jugo de carroñero reptante...- sonrió y retiró la daga, Iphrin abrió los ojos al sentirse libre y alzó la mano para apuñalar el pecho de la drow, pero la mano no le respondió, ni el brazo, ni el hombro. Tan sólo pudo abrir un poco la boca por la sorpresa y después, ni eso. Intentó moverse en vano y lo único que se movió fueron algunas gotas de sudor por su rostro.
Siriandel sonrió y se acercó a el, besandolo despacio, mordisqueando divertida su labio inferior, estirandolo entre sus dientes.
- ¿Sorprendido? Su efecto es fulminante, por eso me gusta. Tan solo unas gotas en una daga... y lo aplicas a un corte, aunque sea pequeño, como este. - Acarició la pequeña herida de la garganta del varon, luego se lamió la sangre del dedo, arrugando la nariz.- Tranquilo, soy inmune.
Se sentó en la mesa, cruzando las piernas.
- Verás, mi amigo el jugo de carroñero reptante, es un veneno interesante. No sólo produce parálisis, sino que agarrota los músculos, es un efecto doble que no debería importar demasiado, pero lo he estado experimentando con bastantes esclavos.- Jugaba con la daga en la palma de su mano, sin prisa, mientras le explicaba con el tono de una maestra paciente al más tonto de la clase.- De normal no sería algo que mereciera mentar...pero en este caso especial, si, porque tus músculos rígidos te permitirán conocer a nuestro segundo amigo.
Sacó de la proteccion de la cadera un cilindro metálico, pequeño, con un tapón de presión. Se lo mostró a Iphrin y luego empezó a jugar con él, pasandolo por sus dedos una y otra vez.
- Aqui dentro hay estracto de loto negro... Y te preguntarás qué es...Con razón. Es una planta muy rara. Tan sólo este cilindro me costó miles de gemas de Menzoberranzan. Pero por tí, no me importó, quería que fuera algo especial.- Se deslizó al suelo de nuevo y acarició el torso desnudo y trabajado del drow.- Por que me ayudaste mucho, si. Me diste cobijo a cambio de dejar que trabajara para ti y me ocupara de tantos clientes importantes... con los que has ganado tanto. Y mira cómo te pago... Envenenando a tus guardias y a ti... que poco corazon tengo...
Ladeó la cabeza, con expresión de arrepentimiento, que hubiera podido pasar por creíble si Iphrin no hubiera sabido que ese sentimiento no existía en ella.
- Sé que piensas que soy una maníaca vengativa y asesina, Iphrin... Pero me conoces y deberías saber que tan sólo hago lo que hago por servir a la Valsharess... Así que te demostraré que te equivocas. - Abrió la boca del varon, con algo de esfuerzo, pues los músculos ya estaban agarrotados. Puso el cilindro en sus dientes y luego la volvió a cerrar, enganchando el tapón a los incisivos, por dentro, así no caería al suelo.- Dejaremos que la Ultrine decida tu futuro, si debes vivir o morir. Mientras el cilindro esté cerrado y no caiga al suelo, por ejemplo, podrás vivir... Pero recuerda que el loto negro es un veneno en polvo que afecta sólo con respirarlo, tú verás. El efecto del primer veneno te durará algo más de medio ciclo, tienes tiempo para rezar y rogar por el favor de Lloth, quizá te haga caso.
Le dió unas palmaditas en el pecho, luego se acercó y le besó la comisura de los labios, por los que empezaba a rezumar algo de saliva. Después, tal como llegó, desapareció, como si las sombras de la habitación fueran puertas a lugares desconocidos, su silueta se tornó borrosa hasta ser invisible.
Largo tiempo después, cuando volvió la actividad a la Casa de Masajes, esclavos y guardias encontraron a los dos protectores de Iphrin en pie, inmóviles, llevaban así incontables horas.
Temiéndose lo peor derribaron la puerta del amo del lugar, para encontrárselo en el mismo estado, en pie e inmóvil. De su boca caian hilillos de saliva mientras sostenía un cilindro entre los dientes. Uno de los esclavos tiró de él, la tapa chocó contra los dientes, abriéndose y esparciéndo un polvillo negro casi invisible por la estancia. Poco después, todo cuanto habia inhalado el loto negro moría entre espasmos, cayendo fulminados, como si la mano de Lloth les hubiera derribado.
Todos menos Iphrin, porque aún estaba en pie, inmóvil y agarrotado. No pudo ver como sus servidores morían porque hacía poco que ya estaba muerto. El primer veneno era mortal y Siriandel, como siempre, había mentido.
Todo iba bien, era dueño de una de las casas de masaje con más clientela, e importante, además. Los metales y las gemas no dejaban de engrosar su caja, por no hablar de la influencia.
Influencia en las Casas, influencia en los Clanes, influencia e información, oh si.
Ahora sí que se sentía bien, liberado, dueño de sí mismo y su destino, y del destino de muchos. Eso era lo mejor, la sensación de poder que tenía. Repiqueteó los dedos sobre la mesa de mármol negro, limpia y recogida. Todo a su alrededor debía ser perfecto. La pulcritud le daba seguridad.
¿Cuánto hacía? ¿Cuántas dekhanas sin noticias? Había pasado ya lo peor y todo iba bien. Había pasado de ser un simple títere a ser el dueño de lo que por justicia le correspondía. ¿Cuánto tiempo se había repetido lo mismo, convenciéndose de que tenía que actuar? Los que se dejaban traicionar merecían ser traicionados.
Se sonrió. Se sentía poderoso de nuevo, hasta tuvo que reprimir un golpe en la mesa de pura satisfacción.
Error, no. No se lo permitía. Él era un drow y los drow jamás mostraban sus verdaderas emociones, detrás de una intención había una segunda que escondía una tercera, diametralmente opuesta a la verdadera.
Iphrin no se permitía mucho más que sus modales afectadísimos y rimbombantes con un toque casi femenino, era el cortesano ideal.
Se quitó los adornos de adamantita que le apretaban los biceps, aumentando aún más si cabe el músculo. Era vanidoso, otra de sus cualidades. Tenía un cuerpo bello y cuidado que le gustaba mostrar y aunque él no era un artista del masaje, era requerido por los clientes como compañía.
Ahora que era el señor de todo aquello sin cortapisas, incluso se permitía rechazar algunos servicios. "Lo lamento, mi señora, mis obligaciones me lo impiden pero tengo un esclavo que..."
Una risilla maliciosa se le escapó. Se preguntaba cuál sería la luz que brillaba en el narbondel de la ciudad, sumido en sus pensamientos, tardó en escuchar el repiqueteo metálico.
Arrugó el ceño, mirando alrededor con el mentón perfecto apuntando al techo. Algo rodaba por el suelo. Se puso en pie. Una de sus copas con pequeños saltitos, fruto de los relieves arácnidos tallados, hacia su mesa. Parpadeó, extrañado. Se le erizó el vello de la nuca.
- ¿Quién anda ahi?- Preguntó en voz alta, cogiendo una daga que tenía en la mesa, cerca, siempre cerca. El silencio que le respondió le hizo sentirse algo estúpido, pero no dejó de estar intranquilo, sospechando.- Llamaré a mis guardias, he dicho que salgas si quieres vivir.
De repente una risa queda de tono metálico, muy baja, poco a poco se amplificaba.
Volvió a agarrar la daga con fuerza, intentando reconocer de donde venía. ¿De ambos lados? ¿De la puerta? ¡Imposible!
- Muéstrate de una vez. Llamaré a mis guardias, estan al otro lado de la puerta, veremos quien rie entonces, alimaña.- Se mostró seguro, pero a su pesar, tragó saliva.- ¿Quién eres?
- ¿Quién soy? - De nuevo la irritante risa.- Soy la sombra escondida, los ojos de Lloth en la oscuridad. Yo soy en tu nuca su espina, el castigo del pecado por silenciar. La que conoce tus secretos, la última daga que oirás llegar...- Iphrin palideció. La voz había sonado tranquila y susurrada, rayando el arrullo, sin embargo crispó los dedos en la daga y en la mesa, sintió las piernas fallarle del miedo, ni por la voz metálica ni por no ver de donde procedía, sino por aquellos extraños versos.
- Siriandel... ¿Cómo has llegado hasta aqui?...- Alzó la daga, en guardia, mirando a todas partes.
De las incontables sombras de la habitación, una silueta se hizo más clara justo delante de él, hasta que las formas de una mujer fueron completamente reconocibles.
Una drow le miraba fijamente, con expresión divertida. El corpiño que fruncía sus formas la hacían aún más esbelta de lo que ya era, marcando su cintura, sus caderas y sus pechos de manera insinuante. Sus piernas estaban enfundadas en estrechas ropas que se mantenían inmóviles con cintas de piel, sujetas a unas protecciones metálicas dentadas. Por lo demás, del cuello al estrecho corpiño no había tela ninguna que ocultara la piel, como si la orgullosa dueña no temiera daga o espada ninguna, mostrando su belleza de manera casi insultante. Sus brazos, cubiertos por unas mangas holgadas y unos brazales ricamente trabajados, descansaban como si la vision de la daga de Iphrin no fuera un peligro.
- Andando.- Siriandel medio sonrió y ladeó la cabeza divertida al dar una respuesta tan obvia.- ¿Dónde esta mi hermana, Iphrin? Te advierto que me queda poca paciencia, te he estado esperando mucho.
- ¡No sé donde esta, no se nada de tu hermana! - el drow estaba frustrado, porque siempre era la misma pregunta, porque había pensado que todo iba bien... ¡¿Por qué esos malditos guardias no entraban?!
- Mientes, tu participaste en todo, tu mataste a mi madre, ¿Verdad? Por que así podrías quedarte esto... Por que eres una styrge traicionera que mordió la mano de quien te hizo algo más que un simple shebali que vendía su cuerpo por Menzoberranzan. Y lo peor es que lo hiciste pensando en que te librarías... y ese es un error que vas a pagar.
El rostro de la drow era tranquilo, indiferente, habia hablado sin amenaza, como quien anuncia algo cierto.
- Mi madre le daba oportunidades a los varones que más de una vez le dije que le costarían un disgusto... Y finalmente fue la vida de todos.- Empezó a andar, sus botas sonaron como rocas al caer, Iblith tenía ganas de aullar a los guardias, ¿Como podía ser que no oyeran nada? Miró la puerta y luego a Siriandel, alzando la daga.
- No te acerques más, zorra. ¡No te acerques a mí! ¡Yo no fui, no tuve nada que ver, tu madre tenía muchos enemigos, por qué vienes aqui, ve tras ellos! - Tragó saliva, dando algunos pasos atrás.- Yo te escondí, Siriandel, yo te ayudé, eras la última que quedaba y te protegí. Incluso tuve que pagar a la yathrin cuando te marchaste, para que no se enfadara por no haber recibido su masaje.- Sus palabras no surtieron efecto ninguno aparente, porque Siriandel no dejó de avanzar, mirandolo con una suave y encantadora sonrisa.- ¡Maldita seas! ¡GUARDIA! - Miró a la puerta, presa de la desesperación, aullando, rezando mentalmente.
La daga le tocaba la garganta con tacto frío, sintió un hilillo de sangre correr, estaba tan afilada que el simple roce ya le habia cortado. Contuvo la respiración.
- Iphrin...- El tono de la drow era suave, casi como el de una posible amante, algo lascivo. Se acercó al varon, acariciandole la nuca.- No te preocupes, no nos molestarán... Ahora te presentaré a un par de amigos, te gustarán. El primero se llama jugo de carroñero reptante...- sonrió y retiró la daga, Iphrin abrió los ojos al sentirse libre y alzó la mano para apuñalar el pecho de la drow, pero la mano no le respondió, ni el brazo, ni el hombro. Tan sólo pudo abrir un poco la boca por la sorpresa y después, ni eso. Intentó moverse en vano y lo único que se movió fueron algunas gotas de sudor por su rostro.
Siriandel sonrió y se acercó a el, besandolo despacio, mordisqueando divertida su labio inferior, estirandolo entre sus dientes.
- ¿Sorprendido? Su efecto es fulminante, por eso me gusta. Tan solo unas gotas en una daga... y lo aplicas a un corte, aunque sea pequeño, como este. - Acarició la pequeña herida de la garganta del varon, luego se lamió la sangre del dedo, arrugando la nariz.- Tranquilo, soy inmune.
Se sentó en la mesa, cruzando las piernas.
- Verás, mi amigo el jugo de carroñero reptante, es un veneno interesante. No sólo produce parálisis, sino que agarrota los músculos, es un efecto doble que no debería importar demasiado, pero lo he estado experimentando con bastantes esclavos.- Jugaba con la daga en la palma de su mano, sin prisa, mientras le explicaba con el tono de una maestra paciente al más tonto de la clase.- De normal no sería algo que mereciera mentar...pero en este caso especial, si, porque tus músculos rígidos te permitirán conocer a nuestro segundo amigo.
Sacó de la proteccion de la cadera un cilindro metálico, pequeño, con un tapón de presión. Se lo mostró a Iphrin y luego empezó a jugar con él, pasandolo por sus dedos una y otra vez.
- Aqui dentro hay estracto de loto negro... Y te preguntarás qué es...Con razón. Es una planta muy rara. Tan sólo este cilindro me costó miles de gemas de Menzoberranzan. Pero por tí, no me importó, quería que fuera algo especial.- Se deslizó al suelo de nuevo y acarició el torso desnudo y trabajado del drow.- Por que me ayudaste mucho, si. Me diste cobijo a cambio de dejar que trabajara para ti y me ocupara de tantos clientes importantes... con los que has ganado tanto. Y mira cómo te pago... Envenenando a tus guardias y a ti... que poco corazon tengo...
Ladeó la cabeza, con expresión de arrepentimiento, que hubiera podido pasar por creíble si Iphrin no hubiera sabido que ese sentimiento no existía en ella.
- Sé que piensas que soy una maníaca vengativa y asesina, Iphrin... Pero me conoces y deberías saber que tan sólo hago lo que hago por servir a la Valsharess... Así que te demostraré que te equivocas. - Abrió la boca del varon, con algo de esfuerzo, pues los músculos ya estaban agarrotados. Puso el cilindro en sus dientes y luego la volvió a cerrar, enganchando el tapón a los incisivos, por dentro, así no caería al suelo.- Dejaremos que la Ultrine decida tu futuro, si debes vivir o morir. Mientras el cilindro esté cerrado y no caiga al suelo, por ejemplo, podrás vivir... Pero recuerda que el loto negro es un veneno en polvo que afecta sólo con respirarlo, tú verás. El efecto del primer veneno te durará algo más de medio ciclo, tienes tiempo para rezar y rogar por el favor de Lloth, quizá te haga caso.
Le dió unas palmaditas en el pecho, luego se acercó y le besó la comisura de los labios, por los que empezaba a rezumar algo de saliva. Después, tal como llegó, desapareció, como si las sombras de la habitación fueran puertas a lugares desconocidos, su silueta se tornó borrosa hasta ser invisible.
Largo tiempo después, cuando volvió la actividad a la Casa de Masajes, esclavos y guardias encontraron a los dos protectores de Iphrin en pie, inmóviles, llevaban así incontables horas.
Temiéndose lo peor derribaron la puerta del amo del lugar, para encontrárselo en el mismo estado, en pie e inmóvil. De su boca caian hilillos de saliva mientras sostenía un cilindro entre los dientes. Uno de los esclavos tiró de él, la tapa chocó contra los dientes, abriéndose y esparciéndo un polvillo negro casi invisible por la estancia. Poco después, todo cuanto habia inhalado el loto negro moría entre espasmos, cayendo fulminados, como si la mano de Lloth les hubiera derribado.
Todos menos Iphrin, porque aún estaba en pie, inmóvil y agarrotado. No pudo ver como sus servidores morían porque hacía poco que ya estaba muerto. El primer veneno era mortal y Siriandel, como siempre, había mentido.
Siriandel mantenía los ojos cerrados, cómodamente estirada en el mármol. No tenía nada que hacer realmente y su ánimo, de normal activo y lleno de energía, había dado paso a una deliciosa desidia de la que ahora mismo disfrutaba.
Cruzó las piernas de manera sensual y se le escapó una risilla. Ladeó la cabeza para mirar a uno de los guardias. Bobo, ¿Qué estaba mirando?
La suave seda semitransparente que llevaba no dejaba lugar a la imaginación, pero cuando algo se mostraba tan claramente, había que subir el tono para provocar un mayor deseo. Contrajo los músculos de la espalda, arqueandose un poco para acabar completamente relajada, cerrando los ojos.
A pesar de lo que pudiera parecer, ahora mismo, estaba aún más alerta y más segura que cuando su vista actuaba. Sus oidos eran sus grandes aliados, su madre así lo había previsto. Si se concentraba podía escuchar los pasos sobre el paso elevado que dominaba el jardín de hongos. Los cuchicheos de los sirvientes, los resoplidos de los esclavos atareados. Pasaba horas asi, escuchando, aprendiendo. Las voces, los andares, las pisadas y el tono, sobretodo el tono.
Desde pequeña, su madre había visto que la inteligencia y raciocinio de su hija, a veces, nublaba su intuición. Demasiadas veces la había sorprendido de la manera más torpe porque su hija menor acostumbraba a analizar y pensar demasiado. Confiaba en escudriñar las cosas y los drow no eran puzzles que pudieran entenderse, por que los hijos de la Valsharess eran inteligentes... pero viscerales.
La señora del Clan Ramdelath lo sabía. Había visto incontables acciones sin sentido, producto del azar. ¿Del azar? Oh no. Voluntad de Lloth. Muchas de esas acciones habían sido suyas. Con mano de hierro y mucha, mucha "suerte" había conseguido que sus pequeños negocios mercantiles adquirieran un poder que a veces, ni ella misma se lo creía.
Poseía casas de masajes en varios lugares, manipulaba un buen negocio de comercio de esclavos y, tras mucho esfuerzo, incluso había conseguido meter mano entre los gremios, de hecho, ahora mismo su Clan tenía un suculento tratado para transportar gemas, un tratado con una importante Quellar que surtía a uno de los gremios. Si bien económicamente no era rentable, dado el peligro... si daba pingües beneficios el estar en buenas relaciones con las Casas.
Haelra Ramdelath bajó las escaleras sin apartar la vista de su ociosa hija menor, sujetando una parte de su túnica de seda, demasiado fina como para permitirse pisarla, pues estaba segura de que se rasgaría irremediablemente. Seguía poseyendo una belleza increíble a su edad de la que se sentía orgullosa, y aún más sabiendo que al menos, una de sus hijas la había heredado. Siriandel sin embargo, aunque hermosa, había heredado otras cosas.
- Siriandel...- Su voz era suave, siempre lo era, prefería aquel tono persuasivo y familiar, pues amaba el engaño y el subterfugio mucho más que el miedo. - Te estaba buscando.
Su hija abrió los ojos, mirandola sin sorpresa, se sintió orgullosa sabiendo que estaba atenta, como siempre esperaba de ella. La joven se incorporó, quedándose sentada, el movimiento había sido grácil, lo que satisfizo aún más a su madre, estaba actuando y controlandolo todo, incluso delante de ella. En su mano el rubí de siempre, jugando con el entre sus dedos, como si el contacto la relajara.
- Tu hermana llegará en menos de una dekhana.- Siriandel abrió los ojos y la miró fijamente, en silencio, cerrando la mano sobre el rubí.
Haelra sintió un calor indescriptible de satisfaccion al ver su gran obra hecha carne. Ahí estaba, por encima del Clan, de las gemas, de los esclavos, del poder y la influencia...
Por encima de todo había dedicando largos años a su gran proyecto, sus dos hijas. Dos hijas que no se odiaban la una a la otra, dos hijas que estaban más allá de las estúpidas traiciones de su pueblo, sus dos hijas eran las dos caras de una moneda que tan sólo estaría en la mano de la Valsharess. La voz y la sombra escondida tras aquella.
Mucho tiempo había pasado la señora del Clan Ramdelath fraguando su proyecto para su señora Ultrine Valsharess Lloth. Era una creyente fanática, tanto como para incluso, a veces, pensar que hasta las Casas menores merecían su total destrucción por no conseguir la grandeza, destinada tan sólo a unas cuantas. Tenía una idea exácta de cómo debían hacerse las cosas, toda su vida lo había hecho, temerosa de su diosa y siempre había salido vencedora. ¿Por qué? Por que obedecía, porque no se arrepentía, porque seguía las Leyes, mucho mejor que algunos. Y por eso Lloth la ayudaba. Era así de sencillo, su ascensión era la prueba fiel de aquello.
¿Alguna vez los fuegos de los templos la habían quemado al hacer sus ofrendas? No.
Durante el silencio de Lloth, cuando otros ascendieron e incluso traicionaron a la Valsharess en pro de herejías abominables, ella no había dejado de rezar. Y entonces lo había visto claro. Honraría las leyes de la Valsharess creando desde su mismo vientre su voz y su mano, para hacer su voluntad.
Lo difícil no fue encontrar un varón idóneo para la tarea, aunque le llevó años dar con uno. Lo difícil fue manipular y criar a sus hijas para que no siguieran el impulso natural de competir hasta la muerte (impulso natural que, por otra parte, ella no desdeñaba en absoluto, pues así las Casas se hacían fuertes pero a menudo, las inquinas precipitaban a la vergüenza, Lloth mediante y provocaban destrucciones que, por otra parte eran muy merecidas).
Sólo tuvo dos, no necesitaba más, tan segura estaba de que la Valsharess la iba a bendecir.
Y allí empezó su gran obra. Las separó casi desde su nacimiento, por que la ignorancia haría que pudiera manipularlas mejor.
Desde que tuvieron uso de la razón no les escondió cuál era su destino.
Su hija mayor no era el problema, era Siriandel la que los podría haber dado, por eso la crió ella misma, manipulando a su hermana tan solo desde la lejania.
Siriandel sería la servidora de su hermana mayor, en todo, debía ser fiel hasta el fanatismo, debía ser la sombra escondida que actuara bajo los deseos de su hermana, sin vacilar, sin sombra de desconfianza ni duda. Por encima de la riqueza, de la ambición, del poder, de cualquier otro sentimiento, estaría su hermana, la servidora de Lloth. La grandeza de su hermana sería la suya, lo demás no importaba.
¿Pero cómo hacer que su pequeña sombra no odiara su destino, siempre en pos de la mayor? Por la voluntad de Lloth, por su destino, por la fe ciega en algo mayor que ella misma.
Si Siriandel caía de una barra al hacer equilibrio, su hermana mayor se sentiría decepcionada. Si Siriandel conseguía manipular a un comerciante, consiguiendo un precio irrisorio por un objeto útil, su hermana le hacía llegar un regalo.
Todo cuanto aprendió e hizo su hija menor durante años, lo hizo por su destino, destino que jamás alcanzaría de otra manera que no fuera con la hermana a la que jamás había conocido y a la que debía servir, pues tenía el favor de la Valsharess.
Incluso dejó que su hija enfocara su odio contra ella misma, su madre. Cuando su hermana llegara, se vengaría de ella.
Enseñó a Siriandel a manipular, a mentir, a actuar, a saber y conocer, pero sobretodo, a disfrutar haciéndolo. La convirtió en una herramienta perfecta, lista para ser usada, no sólo como agente, sino como servidora. La instruyó en las artes del masaje de los drow y sus secretos sensuales, dándole herramientas para sobrevivir y actuar en cualquier situación. Hizo que conociera los venenos, las afiladas cuchillas, los tratos oscuros y que sus dedos ágiles tuvieran gusto por lo ajeno.
Y he aquí el resultado, aquella mirada fija, su hija, la despiadada y cruel criatura que había creado, se había quedado sin palabras. Siriandel estaba quizá, por primera vez en su vida, nerviosa.
- Prepárate. No te queda demasiado tiempo. Supongo que querrás recibir a tu hermana con un regalo.- Su hija pareció recuperar el aplomo y abrió la mano, mirando su rubí.
- Necesito el nombre del mejor joyero que conozcais, madre.- Siriandel se irguió y volvió a mirarla con su manera fija y tranquila, que no permitía conocer sus pensamientos a menos que los revelara.
Haelra asintió y se permitió una sonrisa triunfal.
Cruzó las piernas de manera sensual y se le escapó una risilla. Ladeó la cabeza para mirar a uno de los guardias. Bobo, ¿Qué estaba mirando?
La suave seda semitransparente que llevaba no dejaba lugar a la imaginación, pero cuando algo se mostraba tan claramente, había que subir el tono para provocar un mayor deseo. Contrajo los músculos de la espalda, arqueandose un poco para acabar completamente relajada, cerrando los ojos.
A pesar de lo que pudiera parecer, ahora mismo, estaba aún más alerta y más segura que cuando su vista actuaba. Sus oidos eran sus grandes aliados, su madre así lo había previsto. Si se concentraba podía escuchar los pasos sobre el paso elevado que dominaba el jardín de hongos. Los cuchicheos de los sirvientes, los resoplidos de los esclavos atareados. Pasaba horas asi, escuchando, aprendiendo. Las voces, los andares, las pisadas y el tono, sobretodo el tono.
Desde pequeña, su madre había visto que la inteligencia y raciocinio de su hija, a veces, nublaba su intuición. Demasiadas veces la había sorprendido de la manera más torpe porque su hija menor acostumbraba a analizar y pensar demasiado. Confiaba en escudriñar las cosas y los drow no eran puzzles que pudieran entenderse, por que los hijos de la Valsharess eran inteligentes... pero viscerales.
La señora del Clan Ramdelath lo sabía. Había visto incontables acciones sin sentido, producto del azar. ¿Del azar? Oh no. Voluntad de Lloth. Muchas de esas acciones habían sido suyas. Con mano de hierro y mucha, mucha "suerte" había conseguido que sus pequeños negocios mercantiles adquirieran un poder que a veces, ni ella misma se lo creía.
Poseía casas de masajes en varios lugares, manipulaba un buen negocio de comercio de esclavos y, tras mucho esfuerzo, incluso había conseguido meter mano entre los gremios, de hecho, ahora mismo su Clan tenía un suculento tratado para transportar gemas, un tratado con una importante Quellar que surtía a uno de los gremios. Si bien económicamente no era rentable, dado el peligro... si daba pingües beneficios el estar en buenas relaciones con las Casas.
Haelra Ramdelath bajó las escaleras sin apartar la vista de su ociosa hija menor, sujetando una parte de su túnica de seda, demasiado fina como para permitirse pisarla, pues estaba segura de que se rasgaría irremediablemente. Seguía poseyendo una belleza increíble a su edad de la que se sentía orgullosa, y aún más sabiendo que al menos, una de sus hijas la había heredado. Siriandel sin embargo, aunque hermosa, había heredado otras cosas.
- Siriandel...- Su voz era suave, siempre lo era, prefería aquel tono persuasivo y familiar, pues amaba el engaño y el subterfugio mucho más que el miedo. - Te estaba buscando.
Su hija abrió los ojos, mirandola sin sorpresa, se sintió orgullosa sabiendo que estaba atenta, como siempre esperaba de ella. La joven se incorporó, quedándose sentada, el movimiento había sido grácil, lo que satisfizo aún más a su madre, estaba actuando y controlandolo todo, incluso delante de ella. En su mano el rubí de siempre, jugando con el entre sus dedos, como si el contacto la relajara.
- Tu hermana llegará en menos de una dekhana.- Siriandel abrió los ojos y la miró fijamente, en silencio, cerrando la mano sobre el rubí.
Haelra sintió un calor indescriptible de satisfaccion al ver su gran obra hecha carne. Ahí estaba, por encima del Clan, de las gemas, de los esclavos, del poder y la influencia...
Por encima de todo había dedicando largos años a su gran proyecto, sus dos hijas. Dos hijas que no se odiaban la una a la otra, dos hijas que estaban más allá de las estúpidas traiciones de su pueblo, sus dos hijas eran las dos caras de una moneda que tan sólo estaría en la mano de la Valsharess. La voz y la sombra escondida tras aquella.
Mucho tiempo había pasado la señora del Clan Ramdelath fraguando su proyecto para su señora Ultrine Valsharess Lloth. Era una creyente fanática, tanto como para incluso, a veces, pensar que hasta las Casas menores merecían su total destrucción por no conseguir la grandeza, destinada tan sólo a unas cuantas. Tenía una idea exácta de cómo debían hacerse las cosas, toda su vida lo había hecho, temerosa de su diosa y siempre había salido vencedora. ¿Por qué? Por que obedecía, porque no se arrepentía, porque seguía las Leyes, mucho mejor que algunos. Y por eso Lloth la ayudaba. Era así de sencillo, su ascensión era la prueba fiel de aquello.
¿Alguna vez los fuegos de los templos la habían quemado al hacer sus ofrendas? No.
Durante el silencio de Lloth, cuando otros ascendieron e incluso traicionaron a la Valsharess en pro de herejías abominables, ella no había dejado de rezar. Y entonces lo había visto claro. Honraría las leyes de la Valsharess creando desde su mismo vientre su voz y su mano, para hacer su voluntad.
Lo difícil no fue encontrar un varón idóneo para la tarea, aunque le llevó años dar con uno. Lo difícil fue manipular y criar a sus hijas para que no siguieran el impulso natural de competir hasta la muerte (impulso natural que, por otra parte, ella no desdeñaba en absoluto, pues así las Casas se hacían fuertes pero a menudo, las inquinas precipitaban a la vergüenza, Lloth mediante y provocaban destrucciones que, por otra parte eran muy merecidas).
Sólo tuvo dos, no necesitaba más, tan segura estaba de que la Valsharess la iba a bendecir.
Y allí empezó su gran obra. Las separó casi desde su nacimiento, por que la ignorancia haría que pudiera manipularlas mejor.
Desde que tuvieron uso de la razón no les escondió cuál era su destino.
Su hija mayor no era el problema, era Siriandel la que los podría haber dado, por eso la crió ella misma, manipulando a su hermana tan solo desde la lejania.
Siriandel sería la servidora de su hermana mayor, en todo, debía ser fiel hasta el fanatismo, debía ser la sombra escondida que actuara bajo los deseos de su hermana, sin vacilar, sin sombra de desconfianza ni duda. Por encima de la riqueza, de la ambición, del poder, de cualquier otro sentimiento, estaría su hermana, la servidora de Lloth. La grandeza de su hermana sería la suya, lo demás no importaba.
¿Pero cómo hacer que su pequeña sombra no odiara su destino, siempre en pos de la mayor? Por la voluntad de Lloth, por su destino, por la fe ciega en algo mayor que ella misma.
Si Siriandel caía de una barra al hacer equilibrio, su hermana mayor se sentiría decepcionada. Si Siriandel conseguía manipular a un comerciante, consiguiendo un precio irrisorio por un objeto útil, su hermana le hacía llegar un regalo.
Todo cuanto aprendió e hizo su hija menor durante años, lo hizo por su destino, destino que jamás alcanzaría de otra manera que no fuera con la hermana a la que jamás había conocido y a la que debía servir, pues tenía el favor de la Valsharess.
Incluso dejó que su hija enfocara su odio contra ella misma, su madre. Cuando su hermana llegara, se vengaría de ella.
Enseñó a Siriandel a manipular, a mentir, a actuar, a saber y conocer, pero sobretodo, a disfrutar haciéndolo. La convirtió en una herramienta perfecta, lista para ser usada, no sólo como agente, sino como servidora. La instruyó en las artes del masaje de los drow y sus secretos sensuales, dándole herramientas para sobrevivir y actuar en cualquier situación. Hizo que conociera los venenos, las afiladas cuchillas, los tratos oscuros y que sus dedos ágiles tuvieran gusto por lo ajeno.
Y he aquí el resultado, aquella mirada fija, su hija, la despiadada y cruel criatura que había creado, se había quedado sin palabras. Siriandel estaba quizá, por primera vez en su vida, nerviosa.
- Prepárate. No te queda demasiado tiempo. Supongo que querrás recibir a tu hermana con un regalo.- Su hija pareció recuperar el aplomo y abrió la mano, mirando su rubí.
- Necesito el nombre del mejor joyero que conozcais, madre.- Siriandel se irguió y volvió a mirarla con su manera fija y tranquila, que no permitía conocer sus pensamientos a menos que los revelara.
Haelra asintió y se permitió una sonrisa triunfal.
Re: La sombra escondida
Ah, cuántos plebeyos pasaban. Cuántos de ellos no regresarían a sus casas. Cuántos hoy encontrarían la muerte en aquel lugar, en manos de otro drow más listo, más preparado o simplemente, con mayor suerte tendida por la mano de la Valsharess.
Siriandel permanecía inmóvil en las sombras del callejón. Había olvidado cuántas luces habían pasado desde que había visto entrar a un varón de una de las Quellar en la puerta que tenía enfrente. No era relevante, al menos, no demasiado.
Estaba segura de que era uno de ellos.
El varón era listo. Cuando se adentraba en la plataforma baja que albergaba el mercado, alejado de la elegante plataforma donde se erigían las Quellar de Bel'aragh, llevaba otras ropas. Se mantenía en los tumultos. Aparecía y desaparecía arropado por las sombras.
La joven velgran odiaba admitir que un par de veces había perdido su pista. Pero había algo que le había delatado. Su voz. Su voz no cambiaba, al menos no del todo. Sutiles matices llegaban al fino oído de Siriandel y aquello había sido el golpe de suerte que necesitaba. La mente de la drow tradujo aquel simple hecho como una bendición de la Valsharess hacia su persona y lo que estaba haciendo.
Íntimamente, Siriandel estaba más que satisfecha. Había conseguido exáctamente lo que deseaba. Había llegado a Bel'aragh, había ascendido en la escala social de la pequeña ciudad y había entrado en la Quellar Ymrrynm como velglarn. Pero ése no era su objetivo. Necesitaba una posición solvente para eliminar la mayor parte de obstáculos de su camino sin tener que tomarse la molestia de hacerlo por los conductos acostumbrados.
Finalmente, con la adopción por parte de la Ilharess de Ymrrynm al ser nombrada Qu'el'velgruk en ausencia de Evresskra lo había conseguido.
¡Cómo había odiado las obligaciones de Qu'el'velgruk! Tener que dedicarse a banalidades oficiales de la Quellar, soportar conversaciones cortesanas que tan sólo le interesaban por el sutil intercambio de insultos y amenazas, de las que no iba a sacar información ninguna.
Había tenido que dejar muchas de sus actividades favoritas: Sus diversiones en las tabernas, los paseos por el mercado para atisbar una mercancía valiosa y engañar arteramente al comerciante para que rebajara tanto el valor que le llevara a la ruina. ¡Y que lo hiciera por que realmente creía en las mentiras de Siriandel sobre los defectos de esa daga o de la falsedad de la firma de aquel artesano!; Sus travesuras en los bajos fondos y sus pequeños hurtillos, tan sólo para permitirse una risilla metálica y desagradable. Ser Qu'el'velgruk era un engorro y ella odiaba perder el tiempo en la Quellar cuando podía pasar el tiempo observando, tejiendo pequeñas telarañas en la ciudad.
Por eso necesitaba a Evresskra, ella se ocupaba de esas cosas y así, Siriandel, podía ir y venir a su antojo. Ni siquiera le molestaba que su, ahora hermana mayor, fuera consciente del disgusto que sentía por las luces de los cargos. Ambas sabían qué podían esperar la una de la otra y eso las convertía en las mejores "aliadas". Al menos, de momento.
Ahora era Siriandel Ymrrynm y sus actividades iban a ir dirigidas a servir a su madre y su Quellar con mayor interés si cabia. Lo que la había llevado a este punto. Esa puerta y ese varón. Tanta habilidad y cuidado sólo era posible por parte de un buen velgran.
Cuando el varón volvió a salir, Siriandel esbozó una débil sonrisa. Le seguiría hasta que él volviera a descansar a su Quellar. Le arrancaría todos los secretos que él recogiera hasta entonces sin que se percatara.
Si había alguno, claro.
Siriandel permanecía inmóvil en las sombras del callejón. Había olvidado cuántas luces habían pasado desde que había visto entrar a un varón de una de las Quellar en la puerta que tenía enfrente. No era relevante, al menos, no demasiado.
Estaba segura de que era uno de ellos.
El varón era listo. Cuando se adentraba en la plataforma baja que albergaba el mercado, alejado de la elegante plataforma donde se erigían las Quellar de Bel'aragh, llevaba otras ropas. Se mantenía en los tumultos. Aparecía y desaparecía arropado por las sombras.
La joven velgran odiaba admitir que un par de veces había perdido su pista. Pero había algo que le había delatado. Su voz. Su voz no cambiaba, al menos no del todo. Sutiles matices llegaban al fino oído de Siriandel y aquello había sido el golpe de suerte que necesitaba. La mente de la drow tradujo aquel simple hecho como una bendición de la Valsharess hacia su persona y lo que estaba haciendo.
Íntimamente, Siriandel estaba más que satisfecha. Había conseguido exáctamente lo que deseaba. Había llegado a Bel'aragh, había ascendido en la escala social de la pequeña ciudad y había entrado en la Quellar Ymrrynm como velglarn. Pero ése no era su objetivo. Necesitaba una posición solvente para eliminar la mayor parte de obstáculos de su camino sin tener que tomarse la molestia de hacerlo por los conductos acostumbrados.
Finalmente, con la adopción por parte de la Ilharess de Ymrrynm al ser nombrada Qu'el'velgruk en ausencia de Evresskra lo había conseguido.
¡Cómo había odiado las obligaciones de Qu'el'velgruk! Tener que dedicarse a banalidades oficiales de la Quellar, soportar conversaciones cortesanas que tan sólo le interesaban por el sutil intercambio de insultos y amenazas, de las que no iba a sacar información ninguna.
Había tenido que dejar muchas de sus actividades favoritas: Sus diversiones en las tabernas, los paseos por el mercado para atisbar una mercancía valiosa y engañar arteramente al comerciante para que rebajara tanto el valor que le llevara a la ruina. ¡Y que lo hiciera por que realmente creía en las mentiras de Siriandel sobre los defectos de esa daga o de la falsedad de la firma de aquel artesano!; Sus travesuras en los bajos fondos y sus pequeños hurtillos, tan sólo para permitirse una risilla metálica y desagradable. Ser Qu'el'velgruk era un engorro y ella odiaba perder el tiempo en la Quellar cuando podía pasar el tiempo observando, tejiendo pequeñas telarañas en la ciudad.
Por eso necesitaba a Evresskra, ella se ocupaba de esas cosas y así, Siriandel, podía ir y venir a su antojo. Ni siquiera le molestaba que su, ahora hermana mayor, fuera consciente del disgusto que sentía por las luces de los cargos. Ambas sabían qué podían esperar la una de la otra y eso las convertía en las mejores "aliadas". Al menos, de momento.
Ahora era Siriandel Ymrrynm y sus actividades iban a ir dirigidas a servir a su madre y su Quellar con mayor interés si cabia. Lo que la había llevado a este punto. Esa puerta y ese varón. Tanta habilidad y cuidado sólo era posible por parte de un buen velgran.
Cuando el varón volvió a salir, Siriandel esbozó una débil sonrisa. Le seguiría hasta que él volviera a descansar a su Quellar. Le arrancaría todos los secretos que él recogiera hasta entonces sin que se percatara.
Si había alguno, claro.
Re: La sombra escondida
La Convocación y el Ritual de los Sellos
Tan sólo estaba siguiendo silenciosamente la comitiva, encabezada al menos en su segmento por la propia matrona de Ymrrynm, la ilharess N'Kaless.
A veces (como aquel dia) tenia que reprimir el impulso de no dejarse abrazar por las sombras y simplemente caminar como cualquier otro drow.
Ni estaba inquieta ni dejaba de estarlo, ya no por que realmente no había sido informada de los detalles del ritual, sino por que por lo general en los últimos tiempos estaba más acostumbrada a las sorpresas de lo que hubiera juzgado prudente.
Siriandel amusgó los ojos con un gesto algo furtivo para revisar a su alrededor.
Había que conceder que era algo extraordinario por que no hacía falta ser demasiado observador para darse cuenta de que había más expectación de la acostumbrada, flotando como una nube de hongos, sobre la ciudadela de Bel'aragh. Ella lo sentía en sus alargadas y picudas orejas, había susurros por doquier.
Caminaron hacia la plataforma superior. Se deslizó entre los que seguían la comitiva, entre guardias y algunos shebali que observó de reojo, con su habitual gesto neutro. A lo lejos vislumbró a la shebali de la que Evresskra había hablado, al parecer una velgran prometedora: Illasera. Cerca de ella Norozh, con sus típicos andares; y al faern Abisail, vestido con una túnica que le pareció sumamente chillona, aunque concedió algo de crédito a la vestimenta pues parecía de buena calidad.
A otros no les conocía, aún.
Las matronas de las casas que formaban el consejo de la ciudad fueron formando, como si fuera una especie de ritual. A la espalda de cada una, varios guardias vigilándose unos a otros.
Siriandel se separó de la comitiva y avanzó unos pasos, abriendo la distancia que la separaba de las matronas para tener una visión global de la escena.
Erguidas y fascinantes en todo su poder, las cinco mujeres más poderosas de Bel'aragh. O al menos las cinco que creían tenerlo, puesto que entre los drow, a veces, no se tenía tanto poder como se creía o deseaba.
El pensamiento le cruzó por la mente mientras se arrodillaba ante las matronas, sobretodo cuando escuchó una voz familiar. Una voz autoritaria, llena de orgullo e ironía. La cadencia del timbre era suave y atrayente, pero Siriandel la asociaba con el fastidio más absoluto.
Velussa Olathurl, la segunda dhalaril de la primera casa de la ciudadela, desplegaba su encanto con desparpajo calculado lanzando desafíos directos a su hermana mayor, la yathallar Ylith.
- Siriandel, querida, me alegro de verte.- La velglarn alzó ligeramente la cabeza, mirando a la yathallar Velussa y asintiendo después a sus palabras.- Serás mi escolta dado que mi hermana no me ha asignado ninguno.- Miraba complacida a la asesina de Ymrrynm y luego a su hermana, de reojo, de manera artera y completamente venenosa. Su tono había tenido un tinte tan casual, tan anecdótico que era aún más incisivo.
Su hermana, que ocupaba el puesto en el Consejo de Bel'aragh de la Casa Olathurl, apretó visiblemente las mandíbulas fulminando con la mirada a Velussa sin importarle que toda la comitiva fuera testigo. Y desde luego, aumentando la diversión de su hermana menor que actuó como si nada hubiera ocurrido.
Siriandel por su parte deslizó la mirada hacia su madre, la matrona N'Kaless, para saber si estaba de acuerdo con la "petición" de Velussa. La I'llaress de Ymrrynm asintió ligeramente, sin gravedad. No parecía concederle importancia ninguna lo que hizo que Siriandel sintiera cierta rabia.
Le disgustaba tener que servir con tanta ligereza a Velussa, siendo una yathallar de la primera Casa. Pero aún le hastiaba más el que Velussa actuara públicamente como si Siriandel fuera su sirviente personal y existiera un cierto grado de confianza.
A veces, cuando Velussa intercambiaba sus habituales comentarios mordaces con cualquier individuo con un lugar lo suficientemente destacado como para ser de su atención, saludaba a Siriandel con una confianza que rayaba lo insoportable, llegando a los halagos incluso a los gestos demasiado cercanos, obsequiándola.
El que lo hiciera en público y sobretodo, si había delante una de sus hermanas mayores o una de las yathrin de la Casa Ymrrynm, era tan aparente que la pantomima tan sólo tenía una actriz, Velussa Olathurl y sus hilos tejidos controlándolo todo. Velussa era brillante, astuta, inteligente y absolutamente mezquina.
Siriandel conseguía disimular en sus facciones inexpresivas cualquier rastro de furia cada vez que cruzaban palabras, sin embargo, cualquier drow y ella no era una excepción, soñaba con servir a una yathallar así.
Mas aquel ciclo, había algo más importante que ella misma y la suma sacerdotisa del templo Valessa Olathurl así lo dejaba claro.
- ...nos encontramos aquí, reunidas todas las Casas junto al templo de la Valsharess. Cada una de las Quellar elegirá al faern que los represente en la apertura de los sellos y con el faern, a su guardián. Así pues, - se giró hacia la matrona de la Cuarta Casa - ¿Ilharess Yoloth, quien será vuestro faern y su guardián?
- Elegimos como faern a Tindra de Ymrrynm y a la shebali Illasera como su guardián.- La voz de la matrona era espesa y dura, Siriandel, que miraba el suelo, esbozó una pequeña sonrisa, como una mueca.
¡Qué pena que la quellar Yoloth sólo tuviera la fuerza bruta de sus sartglins! Y ningún drow de verdadero talento, ni faerns ni velglarns. Así pues, tenía que echar mano de una faern de la quellar Ymrrynm y de una shebali para algo tan importante, incapaces como siempre, de dar la talla por sí mismos.
Observó de reojo a ambas hembras, escrutándolas, mientras se acercaban ante las matronas y se arrodillaban ante la ilharess Yoloth.
- Ilharess Ymrrynm, ¿A quién escogéis como vuestra faern y su guardián? - Al escuchar la voz de Valessa, Siriandel dejó de mirar a las jóvenes drow y escuchó con atención a la madre.
- Nuestro faern será nuestra qu'el'faruk Alyssrae Ymrrynm y su guardián Norozh.
Siriandel amusgó los ojos, con fastidio. ¡¿Había elegido a Norozh?!
Tomó aire pesadamente y se concentró en mantenerse inexpresiva, mirando al suelo. La matrona había elegido y ella debía obedecer y acatar sus decisiones. Era la Valsharess quien hablaba por sus labios y todo cuanto decía tenía sentido. O al menos debía tenerlo.
Alzó ligeramente la vista hacia la qu'el'faruk; con su expresión suave y tranquila, casi agradable a pesar de la situación, se adelantó seguida por Norozh para tomar sitio postrada delante de N'Kaless. Había cambiado por aquel rostro su habitual sonrisa placentera, una máscara como la suya propia e igualmente fructífera. Sin embargo parecía concentrada y Norozh mantenía una expresión grave detrás de ella.
La suma sacerdotisa del templo volvió a hablar de nuevo con la misma pregunta, esta vez a la matrona Myrlotar.
Siriandel prestó verdadera atención. Alzó la vista algo más, atisbando a la matrona y a su alrededor. Consciente de que la fuerza de la segunda quellar eran sus velglarn, a quienes tanto despreciaba, tenía curiosidad por saber quiénes serían sus elegidos.
- Elegimos como faern a Abisail y a Salat como su guardián.- No pudo evitar arquear una ceja al escuchar los nombres y los siguió con la mirada, mientras se postraban ante la matrona.
¿Confiaban el uno en el otro? ¿Estaría seguro Abisail en manos de Salat? Lo cierto es que no tenía real importancia; si les molestaba o no a alguno de ambos no era lugar para fallar. Siriandel no les juzgaba tan poco juiciosos como para permitirse algo que no fuera la obediencia en un asunto como aquél.
Se concentró, atenta, en los gestos y miradas de Bel'lyn Myrlotar con atención ávida, intentando adivinar si su elección era fruto de la necesidad del momento o si había alguna clase de acuerdo con el faern comerciante y su guardián.
Si lo había la drow lo escondía bajo su máscara, mezcla de seriedad y concentrada expresión. Tan poco sondeable como la suya propia, no en vano era una quellar de velglarns.
Valessa interpelaba a su hija, la yathalar Ylith, sobre lo mismo que a las demás y Siriandel hizo una divertida apuesta sobre quién sería su faern dado que quien más talento tenía era su propia hermana menor; Velussa.
- Velussa Olathurl.- Anunció.
El amago de sonrisa asomó claramente en el rostro de la velglarn al escucharlo y aún se acrecentó algo más al ver el rostro triunfal de la segunda dhalaril. Velussa sonreía con un regodeo cercano al arrullo, para mayor furia de su hermana. Pero la cosa aún empeoró cuando Ylith siguió hablando:
- Y su guardián sera...
- Siriandel. Será Siriandel, sé que ella me protegerá mejor que nadie.- Velussa lo soltó con toda tranquilidad, sin importarle cortar a su hermana que apenas sí conseguía dominar su rabia. Y mantuvo sus palabras con la mirada fija en Ylith, resuelta y firme.
Tras el incómodo silencio, la batalla entre las dos yathallar de Olathurl parecía a punto de estallar. Siriandel, por su parte, no cabía en sí de hastío y hartazgo. Velussa la había vuelto a usar públicamente y esta vez, para desafiar a su hermana mayor.
Por su culpa, quizá, su madre había elegido a Norozh como guardián de Alyssrae en vez de a ella, puesto que ya había dado su conformidad antes de empezar. Y aún peor, sus comentarios eran venenosos, exponiéndola ante Bel'arag al completo, exponiéndola a la ira de Ylith o de quien sabe quién.
No es que Siriandel tuviera miedo de nadie, ni que su mente paranoica no estuviera acostumbrada a preveer cualquier atentado contra ella puesto que siempre desconfiaba de entrada de cualquiera y cualquier cosa. Pero su posición como pieza en el tablero de juego de Velussa (ese juego que a la yathallar, por cierto, tanto le gustaba) la sumía en un estado de impotencia que la irritaba soberanamente.
- Siriandel Ymrrynm será el guardián del faern.- El tono de Ylith al anunciar la decisión fue interesante. Una mezcla de rabia en sus dientes apretados y resolución fría. Siriandel se preguntó si en otro lugar, Ylith hubiera supirado, rendida o hubiera estallado de ira restallando su látigo en la espalda de Velussa.
La velglarn se alzó con la mirada gacha y tomó posición a la espalda de Velussa quien le dirigió una divertida mirada de triunfo acompañada de una sonrisa encantadora. La viva imagen de la araña satisfecha.
Tan sólo estaba siguiendo silenciosamente la comitiva, encabezada al menos en su segmento por la propia matrona de Ymrrynm, la ilharess N'Kaless.
A veces (como aquel dia) tenia que reprimir el impulso de no dejarse abrazar por las sombras y simplemente caminar como cualquier otro drow.
Ni estaba inquieta ni dejaba de estarlo, ya no por que realmente no había sido informada de los detalles del ritual, sino por que por lo general en los últimos tiempos estaba más acostumbrada a las sorpresas de lo que hubiera juzgado prudente.
Siriandel amusgó los ojos con un gesto algo furtivo para revisar a su alrededor.
Había que conceder que era algo extraordinario por que no hacía falta ser demasiado observador para darse cuenta de que había más expectación de la acostumbrada, flotando como una nube de hongos, sobre la ciudadela de Bel'aragh. Ella lo sentía en sus alargadas y picudas orejas, había susurros por doquier.
Caminaron hacia la plataforma superior. Se deslizó entre los que seguían la comitiva, entre guardias y algunos shebali que observó de reojo, con su habitual gesto neutro. A lo lejos vislumbró a la shebali de la que Evresskra había hablado, al parecer una velgran prometedora: Illasera. Cerca de ella Norozh, con sus típicos andares; y al faern Abisail, vestido con una túnica que le pareció sumamente chillona, aunque concedió algo de crédito a la vestimenta pues parecía de buena calidad.
A otros no les conocía, aún.
Las matronas de las casas que formaban el consejo de la ciudad fueron formando, como si fuera una especie de ritual. A la espalda de cada una, varios guardias vigilándose unos a otros.
Siriandel se separó de la comitiva y avanzó unos pasos, abriendo la distancia que la separaba de las matronas para tener una visión global de la escena.
Erguidas y fascinantes en todo su poder, las cinco mujeres más poderosas de Bel'aragh. O al menos las cinco que creían tenerlo, puesto que entre los drow, a veces, no se tenía tanto poder como se creía o deseaba.
El pensamiento le cruzó por la mente mientras se arrodillaba ante las matronas, sobretodo cuando escuchó una voz familiar. Una voz autoritaria, llena de orgullo e ironía. La cadencia del timbre era suave y atrayente, pero Siriandel la asociaba con el fastidio más absoluto.
Velussa Olathurl, la segunda dhalaril de la primera casa de la ciudadela, desplegaba su encanto con desparpajo calculado lanzando desafíos directos a su hermana mayor, la yathallar Ylith.
- Siriandel, querida, me alegro de verte.- La velglarn alzó ligeramente la cabeza, mirando a la yathallar Velussa y asintiendo después a sus palabras.- Serás mi escolta dado que mi hermana no me ha asignado ninguno.- Miraba complacida a la asesina de Ymrrynm y luego a su hermana, de reojo, de manera artera y completamente venenosa. Su tono había tenido un tinte tan casual, tan anecdótico que era aún más incisivo.
Su hermana, que ocupaba el puesto en el Consejo de Bel'aragh de la Casa Olathurl, apretó visiblemente las mandíbulas fulminando con la mirada a Velussa sin importarle que toda la comitiva fuera testigo. Y desde luego, aumentando la diversión de su hermana menor que actuó como si nada hubiera ocurrido.
Siriandel por su parte deslizó la mirada hacia su madre, la matrona N'Kaless, para saber si estaba de acuerdo con la "petición" de Velussa. La I'llaress de Ymrrynm asintió ligeramente, sin gravedad. No parecía concederle importancia ninguna lo que hizo que Siriandel sintiera cierta rabia.
Le disgustaba tener que servir con tanta ligereza a Velussa, siendo una yathallar de la primera Casa. Pero aún le hastiaba más el que Velussa actuara públicamente como si Siriandel fuera su sirviente personal y existiera un cierto grado de confianza.
A veces, cuando Velussa intercambiaba sus habituales comentarios mordaces con cualquier individuo con un lugar lo suficientemente destacado como para ser de su atención, saludaba a Siriandel con una confianza que rayaba lo insoportable, llegando a los halagos incluso a los gestos demasiado cercanos, obsequiándola.
El que lo hiciera en público y sobretodo, si había delante una de sus hermanas mayores o una de las yathrin de la Casa Ymrrynm, era tan aparente que la pantomima tan sólo tenía una actriz, Velussa Olathurl y sus hilos tejidos controlándolo todo. Velussa era brillante, astuta, inteligente y absolutamente mezquina.
Siriandel conseguía disimular en sus facciones inexpresivas cualquier rastro de furia cada vez que cruzaban palabras, sin embargo, cualquier drow y ella no era una excepción, soñaba con servir a una yathallar así.
Mas aquel ciclo, había algo más importante que ella misma y la suma sacerdotisa del templo Valessa Olathurl así lo dejaba claro.
- ...nos encontramos aquí, reunidas todas las Casas junto al templo de la Valsharess. Cada una de las Quellar elegirá al faern que los represente en la apertura de los sellos y con el faern, a su guardián. Así pues, - se giró hacia la matrona de la Cuarta Casa - ¿Ilharess Yoloth, quien será vuestro faern y su guardián?
- Elegimos como faern a Tindra de Ymrrynm y a la shebali Illasera como su guardián.- La voz de la matrona era espesa y dura, Siriandel, que miraba el suelo, esbozó una pequeña sonrisa, como una mueca.
¡Qué pena que la quellar Yoloth sólo tuviera la fuerza bruta de sus sartglins! Y ningún drow de verdadero talento, ni faerns ni velglarns. Así pues, tenía que echar mano de una faern de la quellar Ymrrynm y de una shebali para algo tan importante, incapaces como siempre, de dar la talla por sí mismos.
Observó de reojo a ambas hembras, escrutándolas, mientras se acercaban ante las matronas y se arrodillaban ante la ilharess Yoloth.
- Ilharess Ymrrynm, ¿A quién escogéis como vuestra faern y su guardián? - Al escuchar la voz de Valessa, Siriandel dejó de mirar a las jóvenes drow y escuchó con atención a la madre.
- Nuestro faern será nuestra qu'el'faruk Alyssrae Ymrrynm y su guardián Norozh.
Siriandel amusgó los ojos, con fastidio. ¡¿Había elegido a Norozh?!
Tomó aire pesadamente y se concentró en mantenerse inexpresiva, mirando al suelo. La matrona había elegido y ella debía obedecer y acatar sus decisiones. Era la Valsharess quien hablaba por sus labios y todo cuanto decía tenía sentido. O al menos debía tenerlo.
Alzó ligeramente la vista hacia la qu'el'faruk; con su expresión suave y tranquila, casi agradable a pesar de la situación, se adelantó seguida por Norozh para tomar sitio postrada delante de N'Kaless. Había cambiado por aquel rostro su habitual sonrisa placentera, una máscara como la suya propia e igualmente fructífera. Sin embargo parecía concentrada y Norozh mantenía una expresión grave detrás de ella.
La suma sacerdotisa del templo volvió a hablar de nuevo con la misma pregunta, esta vez a la matrona Myrlotar.
Siriandel prestó verdadera atención. Alzó la vista algo más, atisbando a la matrona y a su alrededor. Consciente de que la fuerza de la segunda quellar eran sus velglarn, a quienes tanto despreciaba, tenía curiosidad por saber quiénes serían sus elegidos.
- Elegimos como faern a Abisail y a Salat como su guardián.- No pudo evitar arquear una ceja al escuchar los nombres y los siguió con la mirada, mientras se postraban ante la matrona.
¿Confiaban el uno en el otro? ¿Estaría seguro Abisail en manos de Salat? Lo cierto es que no tenía real importancia; si les molestaba o no a alguno de ambos no era lugar para fallar. Siriandel no les juzgaba tan poco juiciosos como para permitirse algo que no fuera la obediencia en un asunto como aquél.
Se concentró, atenta, en los gestos y miradas de Bel'lyn Myrlotar con atención ávida, intentando adivinar si su elección era fruto de la necesidad del momento o si había alguna clase de acuerdo con el faern comerciante y su guardián.
Si lo había la drow lo escondía bajo su máscara, mezcla de seriedad y concentrada expresión. Tan poco sondeable como la suya propia, no en vano era una quellar de velglarns.
Valessa interpelaba a su hija, la yathalar Ylith, sobre lo mismo que a las demás y Siriandel hizo una divertida apuesta sobre quién sería su faern dado que quien más talento tenía era su propia hermana menor; Velussa.
- Velussa Olathurl.- Anunció.
El amago de sonrisa asomó claramente en el rostro de la velglarn al escucharlo y aún se acrecentó algo más al ver el rostro triunfal de la segunda dhalaril. Velussa sonreía con un regodeo cercano al arrullo, para mayor furia de su hermana. Pero la cosa aún empeoró cuando Ylith siguió hablando:
- Y su guardián sera...
- Siriandel. Será Siriandel, sé que ella me protegerá mejor que nadie.- Velussa lo soltó con toda tranquilidad, sin importarle cortar a su hermana que apenas sí conseguía dominar su rabia. Y mantuvo sus palabras con la mirada fija en Ylith, resuelta y firme.
Tras el incómodo silencio, la batalla entre las dos yathallar de Olathurl parecía a punto de estallar. Siriandel, por su parte, no cabía en sí de hastío y hartazgo. Velussa la había vuelto a usar públicamente y esta vez, para desafiar a su hermana mayor.
Por su culpa, quizá, su madre había elegido a Norozh como guardián de Alyssrae en vez de a ella, puesto que ya había dado su conformidad antes de empezar. Y aún peor, sus comentarios eran venenosos, exponiéndola ante Bel'arag al completo, exponiéndola a la ira de Ylith o de quien sabe quién.
No es que Siriandel tuviera miedo de nadie, ni que su mente paranoica no estuviera acostumbrada a preveer cualquier atentado contra ella puesto que siempre desconfiaba de entrada de cualquiera y cualquier cosa. Pero su posición como pieza en el tablero de juego de Velussa (ese juego que a la yathallar, por cierto, tanto le gustaba) la sumía en un estado de impotencia que la irritaba soberanamente.
- Siriandel Ymrrynm será el guardián del faern.- El tono de Ylith al anunciar la decisión fue interesante. Una mezcla de rabia en sus dientes apretados y resolución fría. Siriandel se preguntó si en otro lugar, Ylith hubiera supirado, rendida o hubiera estallado de ira restallando su látigo en la espalda de Velussa.
La velglarn se alzó con la mirada gacha y tomó posición a la espalda de Velussa quien le dirigió una divertida mirada de triunfo acompañada de una sonrisa encantadora. La viva imagen de la araña satisfecha.
Re: La sombra escondida
Es solo maldad natural de drow y sacerdotisa, pobre Velusssa, tan inocente y encantadora
-notese el sarcasmo-
Buen relato, tantas maldades, que hasta a la propia Velussa se le olvidan *suspiro mientras acaricia su nuevo latigo con ganas de estrenarlo, luego recuerda al Ashal sumiso y lo esconde*
-notese el sarcasmo-
Buen relato, tantas maldades, que hasta a la propia Velussa se le olvidan *suspiro mientras acaricia su nuevo latigo con ganas de estrenarlo, luego recuerda al Ashal sumiso y lo esconde*
Re: La sombra escondida
Cuanto trabajo me queda por hacer... ú,ùU Por cierto, muy buenos los relatos n,nsusillo escribió:Muy bueno.
Una escena encantadora de amor filial