Arg! ¡Pensaba que el trasfondo era hasta que goyth llegaba a la marca! Ahora me has dejado con ganas de más xD. Por cierto, brutal la historia, tras el momento en el que le prohiben ver a la chica no he podido dejar de leer: Las descripciones de los combates me las he imaginado a la perfección, y los diálogos y demás son la caña
Bueno, espero que la acabes nen
// Después de bastante tiempo sin actualizar ésto, añado un par de capítulos más, con los que finalizo (Al fin, joder, qué me lío más que las persianas escribiendo) el trasfondo de éste PJ. Espero que os guste.
Crónicas de un Destierro: El último trabajo.
Una vez alguien me dijo que el destino está lleno de momentos felices, que toda vida contiene pequeños momentos que podrían llamarse radiantes, pero se encontraba yermo de épocas felices, quizá por antojo de los Dioses, o quizá porque así está escrita en la naturaleza de Faerûn. En aquél tiempo, nunca hice demasiado caso a esa afirmación, creyendo haber encontrado la felicidad y la paz el fin de los días en los que no había más luz que la que lograba arrojar una añeja antorcha, y no fue en otro lugar que en la Joya de Cormyr, Suzail.
Los combates se sucedían uno tras otro, tras cada victoria, tras cada combatiente que caía a mis pies conseguía cierto renombre entre la parte noble que acudía noche tras noche a presenciar lo que consideraban el divertimento estrella por aquellos tiempos; dónde dos hombres lo dan todo, valiéndose sólo de su técnica, de su pericia. Sangre, acero y muerte unidos en una anárquica elegía, que tanto gustaban a unos, que tanto desagradaba a otros, y por la que vivían unos pocos. Poco a poco fui adquiriendo, aparte de mi trabajo como gladiador, trabajos como mercenario para la gente noble Cormyta, gracias en parte, a las victorias cosechadas, y en mayor medida al apoyo de Angus, el anciano humano, dueño de la “Garra de Malar”, el cuál contaba con numerosos contactos entre la cúpula más alta de la nobleza, bien sabido era que por antiguos favores, que Angus se negaba a contar a nadie, y es que aquél anciano, con su mirar rebosante de sabiduría, sin duda adquirida por una dura vida en los bajos fondos, denotaba la profunda experiencia que tenía en asuntos de la nobleza, y quién conoce los entresijos de los nobles, tiene su destino asegurado.
Los trabajos como mercenario se compaginaban de un modo casi perfecto con el de gladiador, ya que los nobles exigían una prueba de la valía de la “mercancía”, cómo nos llamaba Angus, a contratar. Los trabajos eran diversos, algunos nobles solamente querían protección mientras realizaban sus viajes y no disponían de fondos suficientes para una guardia en condiciones. Otros, sin embargo, encargaban la búsqueda y recuperación de algún artefacto para deleite de su propio ego, y por supuesto, de su colección, a fin de cuentas, el trabajo de un mercenario no es preguntar por qué, si no cuánto.
Pero mientras la prosperidad de una vida acomodada me alcanzaba, sumiéndome en una vorágine de la que hoy día no puedo estar orgulloso, iba relegando a lo más profundo de mis recuerdos, quizá porque mi ser anhelaba por fin la ansiada paz, aquellos momentos en la Arboleda, a aquél anciano elfo que, junto con el ejecutor de mi destino, habían llevado al más oscuro abismo mi alma, mi razón de ser, mi propio destino. Aquellos encargos que el anciano Angus lograba para mí hacían que cada vez mi posición como mercenario adquiriera más renombre, obteniendo más trabajos, y por descontado, más riquezas.
Pero como alguien una vez me dijo, aquél que olvida el sendero que camina, es alguien que está destinado a caer…
… y tal como fue dicho, ocurrió.
El sol comenzaba a ganarle la batalla a la Luna, y como era costumbre, Angus comenzaba a echar a la gente de la taberna, y es que, “La Garra de Malar”, permanecía abierta toda la noche, mostrando el espectáculo más sangriento en toda Suzail, y oh, consideraos agraciados de no haber presenciado tal acto, pues aquél espectáculo, dónde la muerte más cruel y agonizante que se le podía dar a una persona era la más aclamada, dónde los sueños de gloria de muchos guerreros llegaban a su fin, era un lugar en el que la almas puras eran corrompidas, y las almas corruptas… caían más aún en su perpetua oscuridad.
Angus permanecía limpiando alguna de las muchas mesas que componían la taberna, mientras su hija le reía las gracias a varios de los nobles que allí aún se hallaban. En cambio, yo ayudaba a Angus, que por aquél entonces le escaseaba el personal, a recoger las armas y los cuerpos de los caídos aquella noche en la arena, pues, como cualquier noche en “La Garra”, los caídos eran muchos, y el oro por sus desdichadas vidas, aún mayor.
- Vaya. Demonios ¿Sigues vivo? Cuando te dejé en Ínmermar pensé que no tardarías en morir… - Dijo una voz, desde fuera de la gran jaula metálica, en el palco dónde horas antes había estado concentrada una gran masa de nobles sedientos de sangre.
Alcé la cabeza, pues la voz resultaba familiar, y sus palabras, aún más. Elastor me observaba desde la parte superior con una sonrisa socarrona en sus labios, alzó una mano a modo de saludo, mientras en la otra me mostraba un pergamino enrollado, sellado con lo que parecía ser el emblema de una casa noble.
- ¿Hm? ¿Has venido a ver el espectáculo? En ése caso, siento decirte que llegas unas horas tarde… - Respondí, volviéndome hacia los cadáveres que plagaban la arena. - Vaya, no has perdido tu sentido del humor ¿eh? No, parece que el viejo ha hablado bien de ti, demasiado bien, alguien importante requiere tus servicios. – Dijo Elastor, mientras rodeaba la jaula a paso lento, como si de un cazador observando a su presa fuere. - ¿Ah sí? ¿Quién? – Pregunté, sin retirar mi atención del trabajo que realizaba. - ¿Acaso importa? Hmpf… Lord Cornovallis. Angus le ha hablado muy bien de ti, y ha accedido a contratarte. – Respondió Elastor. - ¿Y te manda a ti? ¿Has abandonado aquella organización a la que pertenecías? –
- ¿Qué? Oh, no, no. Verás… es una larga historia que… -
- … que siendo realistas, no me interesa.- Respondí bruscamente, evitando que Elastor se perdiera en un mar de explicaciones y pregunté. - ¿El pago es bueno? –
Elastor suspiró levemente, y tras hallar las oxidadas escaleras que bajaban hacia la arena, comenzó a bajar hacia la misma.
- Tiene un problema bastante grave. ¿Sabes qué época es, cierto? – Decía Elastor, mientras bajaba por las escaleras. - ¿Te refieres a que se acerca el Gran Festival de Invierno? – Pregunté, girándome hacia él. - Exacto. Una época en la que lo nobles renuevan sus alianzas. – Respondió Elastor, dando un salto a escasos metros de la arena, y mientras sacudía sus manos, prosiguió su explicación – Pues, para Lord Cornovallis, es una época en la que su mayor rival, Lord Teslack ha empezado a mover hilos para asesinarle. –
- Me preguntaba cuándo uno de esos dos comenzaría a mover sus cartas. –
Y es que en Cormyr, la nobleza peleaba constantemente, recurriendo a las tretas y organizaciones más sucias para lograr sus fines, y aquellos dos nobles, no eran una excepción. En los Bajos Fondos eran conocidos por ser reputados comerciantes de especias y artefactos claramente prohibidos por su naturaleza en Cormyr. Sus negocios eran algo totalmente al margen de la Ley, no dudando en asesinar a cualquiera que tratara de delatarles, o les hiciera una mínima competencia, y aunque muchas veces habían sido investigados por la Guardia Púrpura, nunca había habido manera de encerrarles por tales crímenes.
- Sí, ya sabes cómo se las gastan esos dos. Se rumorea que Lord Teslack ha recurrido a asesinos para realizar su último “acto”. – Dijo Elastor, mientras cruzaba sus fornidos brazos a la altura del pecho. - ¿Y desea que haga de protección? – Pregunté, imitando el gesto de Elastor, cruzando mis brazos, mucho menos abultados que los suyos. - Que hagamos de protección, sí. – Respondió Elastor. - ¿Cuánto? – - Quinientas monedas, por día trabajado. – Dejó caer Elastor, mientras se agachaba, cogiendo una flecha rota, de la que solo quedaba la punta oxidada de acero, y escasos centímetros de madera. – Si son diez días los que trabajarás, amansarás una considerable suma. No te vendría mal para volver a tu hogar ¿eh? – - ¿Mi hogar…? El único hogar que conozco, Elastor, está aquí. - Respondí mientras me encaminaba hacia las escaleras, comenzando a ascender por ellas. – Mañana me presentaré en la mansión de Lord Cornovallis. Espero que valga la pena. – - Dalo por hecho, Göyth, dalo por hecho. – Respondió Elastor, acompañándome en la subida de aquellas oxidadas escaleras.
Elastor saludó a Angus, que le respondió desde detrás de la barra con un simple movimiento de cabeza, mientras continuaba limpiando jarras. Elastor bufó, negando lentamente con la cabeza, nunca fue del agrado de Angus, y al parecer, el sentimiento era recíproco. - Éste viejo… ¿Cuándo morirá? Parece un elfo, demonios. – Dijo mientras se encaminaba hacia la puerta de la taberna, haciendo chirriar los oxidados goznes mientras la abría de par en par con una patada. – En fin, espero verte allí, Göyth. A más ver. –
Angus se acercó a mí, con expresión sonriente a la par que sus ojos, brillantes, parecían observar a su propio hijo, y es que, un trabajo de ésa categoría sólo podía significar la proclamación de un insignificante mercenario a un mercenario de reputado renombre, y más tratándose de Cornovallis.
- Así que… ¿Un trabajo para Lord Cornovallis? Veo que empiezas a ascender puestos en la escala… - Dijo Angus, entre risas. - Sí, aunque no sé por qué… creo que has tenido algo que ver. ¿Me equivoco? – Pregunté, a sabiendas de los contactos del viejo Angus, y los muchos favores que algunos nobles le debían. - Oh, bueno… yo sólo he dado un pequeño empujón a la elección de Cornovallis para contigo. – Respondió Angus, guiñándome un ojo mientras se giraba estallando en carcajadas. - Me lo imaginaba… ¿Cuándo dejarás de brindarme tantos beneficios? No sabré como pagarte… - Dije mientras ajustaba la túnica que gracias a mis trabajos había conseguido costearme. - Lo haré el día que te hayas convertido en alguien de provecho, mercenario de pacotilla. – Respondió risueño como pocas veces lo había visto, mientras me despedía con un leve ademán realizado por su mano derecha. – Vete ya, necesitarás estar descansado para mañana, no vengas al espectáculo de ésta noche. –
Asentí, pues pocas veces alguien osaba contrariar al anciano, y me dirigí hacia la recién estrenada estancia que Angus me había proporcionado en la parte alta de la taberna, una habitación sencilla, pero que era mejor que la parte baja de la arena, dónde lo mejor que podía ocurrir era la muerte. Abrí la puerta de la estancia, decorada en el centro con una mesa de manufactura sencilla a la par que recia, en la cuál permanecía un viejo estoque. Eché un vistazo alrededor, comprobando que todo estuviese en su lugar, y dirigiéndome hacia la mesa, estiré mi mano, agarrando aquél estoque.
El filo, francamente mellado por el poco cuidado que se le había dado, permanecía manchado de abundante sangre ya seca, lo que hacía de su hoja que aparte de desgastada, estuviera plagada de pequeñas mancha de óxido. La alcé con cuidado, haciendo una estilizada floritura con él, para después colocarlo frente a mí, a escasos centímetros de mi frente.
Aquél estoque, el primero que usé para iniciar mi carrera como gladiador, y el escalón que me alzó a lo que en aquél momento consideré el mejor momento de mi vida, sí, los días felices habían quedado atrás, la necesidad era superada por la relativa comodidad que Angus y su enrevesado tablero de ajedrez que suponía la nobleza me proporcionaba. Recordé las palabras de Jëd’leràs… dicen que las personas acaban siendo esclavos de sus propias palabras, ¿aquello era cierto? Así pues. ¿Debía cumplir con lo prometido? Aquellos años en Cormyr habían hecho que mi moralidad se tornase más que difusa, como una suave línea estilizada de humo de pipa que acaba evaporándose y fundiéndose con el aire del exterior de un hogar tranquilo.
- Sólo uno más, y podré relajarme por una larga temporada, se acabó… – Murmuré, convenciéndome a mí mismo de que no había sido superado por aquella sensación, que aunque era lo que todo guerrero buscaba, nunca debía poseerle.
Dejé el estoque nuevamente sobre la mesa, no iba a ser un trabajo para él, giré sobre mis talones, alejándome del centro de la habitación, y tumbándome en la humilde cama que Angus me había proporcionado, mañana sería un día mucho mejor.
La mañana amanecía tranquila, el sol comenzaba a despertarse de su letargo nocturno y alzándose sobre el firmamento, pintaba el cielo como si de un pintor se tratara de una bonita estampa anaranjada. Había decidido salir temprano, sabía de buena tinta que Cornovallis miraría con lupa cada uno de mis movimientos, Angus me había advertido de ello, así pues, era mejor llegar temprano, y causar cierta buena impresión, todo lo buena que un mercenario que vive del negocio de la espada puede causar, claro.
Cornovallis vivía en una de las mejores zonas de Suzail, muy cerca del palacio de Azoun IV, una zona muy tranquila y segura, pero que para las cofradías de asesinos, como me había advertido Elastor la noche anterior, no sería problema para infiltrarse, y realizar su cometido.
Pronto llegué a la casa de Cornovallis, los guardias de la entrada me ofrecieron a entrar escoltado, si se puede llamar así, tras identificarme como el “amigo” de Angus y dirigiéndome hacia la enorme casa que poseía aquél noble, me acomodaron en una de las habitaciones, a la espera de que Cornovallis pudiera atenderme, pues como me había imaginado, la entrevista iba a ser extensa, no era un hombre confiado, pero, ¿quién lo era en los círculos en los que él trataba?
La puerta se abrió lentamente, dejando pasar a una figura delgada, ataviada con finas ropas lujosamente ornamentadas, los encajes parecían de oro puro, mientras que en sus manos y cuello no faltaban las más preciosas joyas que había visto. Y su rostro no le iba a la zaga, de fina y pálida tez, parecía poner bastante empeño en el cuidado de la misma y de igual manera ocurría con su azabache y corto pelo. Su mirada se movía nerviosamente alrededor de la habitación, como si esperara en cualquier momento un puñal en su pecho. Tras unos instantes de divagación, centró su atención en mí, examinándome de arriba abajo, asintió lentamente, y con un pomposo gesto, me invitó a sentarme en uno de los sillones que había en la habitación.
- Tú debes de ser Göyth. Angus me ha hablado mucho de ti. Pero no comentó nada acerca de tu ascendencia…- Dijo Cornovallis, mientras tomaba asiento, cruzando las piernas y colocando ambas manos en ellas. - Dudo que haya algún problema por mi raza, Lord Cornovallis, he venido aquí con el único objetivo de ofreceros mis servicios a cambio de lo que Elastor me había prometido. – Respondí, cruzándome de brazos. - Ah, sí… ¿Quinientas monedas, eran? Durante el Gran Festival, y los días anteriores y posteriores, harían un total once días, que traducido en cantidad serían… -
- Cinco mil quinientas monedas – Respondí, cortando a Cornovallis, y es que los nobles, si podían aprovecharse, lo hacían sin miramientos, ni escrúpulos. - Hmpf… sí, así es. – Respondió Cornovallis, dejando ver una mueca de desagrado. – No obstante, tu trabajo será a tiempo completo, durante once días serás mi sombra, como Elastor – - Ahá, no tengo inconveniente en ponerme a su servicio durante once días, si son bien pagados, para que el trato se haga efectivo, deberá darme la mitad ahora, y la otra después. – Respondí, mientras colocaba sendos brazos en la mesa que había entre ambos sillones. - Parece que Angus te ha enseñado bien ¿eh? Viejo cascarrabias… - Gruñó Cornovallis mientras hacía un gesto con una mano.
Elastor apareció a través de la puerta, llevando consigo un abultado saco que lanzó hacia mí, cayendo a mis pies y abriéndose con el golpe, dejó mostrar su preciado cargamento, leones dorados.
- Muy bien – Dije mientras recogía la bolsa, guardándola en la modesta mochila dónde portaba mis pocas pertenencias. - Ten esto también, ya que vas a ser mi sombra, deberás vestir adecuadamente, ésa armadura de cuero que llevas… parece que vaya a salir corriendo sola de la mugre que tiene, por todos los Dioses.- Comentó Cornovallis, mientras con un grácil gesto, digno solamente de alguien noble, y por lo tanto, consentido, ordenaba a Elastor que me ofreciera el resto del cargamento que llevaba consigo.
Elastor, adelantándose, dejó en mis brazos ropajes de finas telas con refuerzos de cuero en zonas vitales que delataban su propósito, y a la espalda, un gran símbolo de la casa de Lord Cornovallis se encargaba de pregonar a quién pertenecía el hombre que portara ésa armadura.
- Y bien, eso es todo, Göyth… ¡a partir de ahora pasas a ser de mi propiedad prácticamente! ¡Nunca había tenido un guardia élfico, qué exótico! – Exclamó Cornovallis, estallando en grandes carcajadas, mientras se alzaba del cómodo sillón.
Fruncí el ceño, apunto de responder alguna de mis, por aquél entonces, habituales bravuconerías, solamente calladas por la visión de la suma de oro que compensaban con creces las excentricidades de aquél noble. Cornovallis se encaminó hacia la puerta de la habitación, seguido por Elastor, y mientras el fornido mercenario cerraba la puerta, la aguda voz de Cornovallis se pudo escuchar por última vez.
“¡Y no olvides que te presentaré en mi círculo ésta misma noche en la Gran Cena, aséate, mercenario!”
Lo que no supe en aquél momento que sería la última vez que escucharía algo coherente de los labios de aquél noble pomposo. Lástima que el destino sea manejado por los Dioses de una manera tan cruel, lástima que los hombres no puedan verlo, lástima, de que aquellos que traen la muerte, lleven consigo también los recuerdos.
Pero eso, ah, ésa es la historia de un ocaso y un amanecer, de cenizas, y recuerdos.
Muchas veces he dado vueltas a aquella frase que tanto pronunciaba Jëd’leràs. “Un fracasado es aquél que no logra convertir un error en una experiencia.” Muchas veces he intentado negar que el primer error de todos fue el que cometí yo, y más veces aún he intentado negar que aquél día ocurrió.
La noche cayó rápidamente sobre la mansión de los Cornovallis, el tiempo se esfumó cuál hilo de humo de una pipa desvaneciéndose entre la suave brisa invernal. Aquél lugar tenía todo aquello que un hombre podía desear, la comodidad hecha realidad, y el servicio que mantenían en la casa no le iba a zaga, pues sin lograr ver a todos los sirvientes, conté alrededor de unos 20, algo que sólo las grandes fortunas podían permitirse. Así pues, tras ceder el Astro Rey el turno en los cielos a la Luna, seguida de las lágrimas de Sêlune y su manto estrellado, comenzó el goteo constante de gente de alta categoría entre la nobleza, algunos muy conocidos, incluyendo algún que otro alto rango de la Guardia Cormyta que pude reconocer, pues era sabido en los bajos fondos que entre la Guardia se hallaban algunas personalidades que servían a los intereses de los Cornovallis, o de Lord Teslack, aunque ellos, por supuesto, bañaban en oro y poder a aquellos hombres para que no sirvieran al contrario, muchos de ellos hacían trabajos para uno y otro, algo que sin duda, no era desconocido para ambos nobles, y por supuesto, para los Dragones Púrpuras tampoco lo era que en el último año habían atrapado a varios guardias considerados corruptos, y dudo mucho que se equivocasen en su juicio.
Tras el recibimiento inicial por parte de los sirvientes de la casa, ataviados con las mejores ropas que tenían, cedidas sin duda por Cornovallis, los encaminaron al hall principal de la mansión, dónde tendría lugar la gran cena, y el baile posterior. El salón principal era el núcleo social de la mansión, dónde Cornovallis recibía todas y cada una de sus visitas oficiales. (Obviando mercenarios y gente de dudosa moralidad, los cuáles veía en lugares a cada cuál más inverosímil.)
La sala que contaba con dos grandes escaleras que subían a las dependencias superiores de la mansión, estaba decorada exquisitamente, albergaba las mejores telas traídas de recónditos lugares de Fâerun que cubrían los grandes ventanales, dejando pasar la nívea luz lunar a través de sus cristales. Grandes trofeos de caza coronaban las lujosas paredes de madera de nogal, criaturas exóticas a las que dudosamente el frágil noble Cormyta hubiera dado muerte, a pesar de lo que su furtiva lengua contaba. En el centro del gran salón permanecía totalmente decorada y preparada para la cena una gran mesa que abarcaba gran parte de la anchura del salón, con asientos para unas sesenta personas, y en uno de sus extremos, una gran chimenea se alzaba majestuosa crepitando con el tenue fuego que la mantenía viva, en definitiva, todo estaba preparado para que fuera una velada maravillosa.
Pasé de largo por el lugar dirigiéndome a la habitación que Cornovallis me había asignado, no sin antes contemplar a los invitados tomar asiento, y a los distintos músicos que había contratado Cornovallis colocarse en el altar destinado a ellos, dónde descansaban sus instrumentos, dispuestos a comenzar a tocar la melodía que amenizaría una pomposa cena como la que se daría lugar.
La habitación era austera, dentro de lo que puede llamarse austero en aquella mansión, comencé a ataviarme con la armadura que Cornovallis me había cedido, negra en casi toda su extensión, sólo tejido en rojo el escudo de la familia Cornovallis y algún que otro motivo élfico que había tenido a bien bordar una de las sirvientas aquella misma tarde. Coloqué mi estoque en la cintura, y opté por dejar el escudo en la habitación, ya que no daría buena impresión de cara a los egocéntricos nobles de Cormyr, a sabiendas ya del carácter de la gran mayoría.
Me atreví a sonreír, era el inicio de un próspero trabajo, y quizá, el final de una larga temporada viviendo con lo peor de los mortales que existen en Fâerun, dónde siquiera el más virtuoso logra salir indemne, todos y cada uno son marcados con la sombra de la malicia, y yo, puedo decir hoy día, no soy una excepción. No obstante, cuando me disponía a cruzar la puerta de mi habitación y salir a recibir a los invitados junto con Cornovallis y Elastor, escuché una voz que resultaba aterradoramente familiar, un susurro en el aire que parecía cortar mis entrañas con la misma facilidad que un acero corta el viento.
- Realmente eres una mala bestia, no me había equivocado, ¿eh, mequetrefe?-
- Tú… - Logré articular mientras me giraba hacia dónde provenía la voz. - ¡¿Cómo te atreves a venir a éste lugar?! ¿¡Pretendes insultarme?! – - Eh, para el carro, chico, sólo he venido para ver en lo que se había convertido alguien que no podía despegar un palmo del cuerpo de… ¡Oh! ¡Su amada mujer! – Respondió con sorna el ya anciano humano, con aquella sonrisa que hacía el hecho de morir una comedia.
Un metálico sonido cruzó el silencio que se creó tras las palabras del asesino, liberé el estoque de la vaina de cuero curtido que Angus me había regalado hacía ya tiempo, mi cuerpo no respondía a los estímulos que solían hacer que un guerrero mantuviera la compostura ante un inminente combate, y cómo decía Jëd’leràs, aquél que no controla sus sentimientos, es alguien que ya está muerto. Me lancé hacia el ventanal, el asesino, estallando en carcajadas se dejó caer hacia atrás, desenvolviéndose en una cuidada y vistosa pirueta que le llevó a caer al suelo sin apenas ruido, sin duda, era un maestro en el arte del sigilo. Le seguí como buenamente pude, saltando prácticamente de cabeza, y cayendo de bruces contra la cuidada hierba de la mansión Cornovallis, en aquellos tiempos lo que dictaminaba mi razón no era la mente, precisamente.
Una risa burlona siguió a mi aparatosa caída, y un grito de furia cruzó el silencio que sólo era interrumpido por la música que comenzaba a sonar en el hall principal, mi grito, desde luego.
- ¡Alcánzame si puedes, mequetrefe! ¡Intenta matar al que desvanecerá las sombras de tu vida! – Gritó aquél hombre mientras cruzaba rápidamente el gentío que aún entraba en la mansión, precedido por mí, espada en mano, y causante de más de un grito entre los nobles que aún entraban.
La persecución fue frenética, aún recuerdo el palpitar de mi corazón, queriendo ir más rápido de lo que mis piernas atinaban a avanzar, mis músculos permanecían tensados, como si un animal notara que el instante entre vivir o morir se hallaba cerca. El anciano asesino esquivaba prácticamente todo lo que en su camino se cruzaba, y yo me conformaba con no caer al suelo de bruces con algún obstáculo que no pudiese superar con facilidad. Las callejuelas se sucedían una tras otra en aquél infernal acto, el último acto en Cormyr, teñido de sangre, y fuego.
Tras media hora de persecución sin descanso, el asesino paró, dando un gran salto, y pronunciando en aquél momento unas palabras que siguieron a un estallido de sombras que lo llevaron de inmediato hacia lo alto de un balcón.
- Aquí está bien, muchacho. ¿Por qué jadeas? ¿Ha sido demasiado para ti? – Preguntó. - Te mueves rápido para lo que aparentas. – Respondí, recuperando el aliento. - Las apariencias engañan, y las sombras aún más. Puedo decir que ha sido un éxito. – Dijo entre riendo. - ¿Cómo? ¿De qué demo…? –
En aquél momento, como si de un rayo de luz borrara todas las sombras que en cuestión de minutos aquél hombre había logrado crear, acudió a mi mente, cortando mi pregunta al instante. Alcé las cejas, abriendo de par en par los ojos, había sido engañado, más bien, cegado por el ansia de venganza hacia aquél ejecutor.
- ¿Te has dado cuenta, eh? Veamos… - Dijo el asesino bajando de un salto del balcón, grácilmente, y dando largas zancadas alrededor de mí, prosiguió - … te han visto huyendo… ¿Cuántos? ¿Diez nobles? ¿Quince? – - Maldito seas… - Atiné a decir, mientras seguía con la mirada a aquél anciano de ojos fríos y tranquilos. - Calla. ¿No te han dicho que es de mala educación interrumpir a los mayores? - Respondió el hombre, tosiendo poco después. – Ayy… como decía, te han visto huyendo, más bien, persiguiéndome mientras decía algo parecido a que iba a descubrirte… - - No… -
- Sí… ¡Jajá! ¡Jaque Mate! ¡Me encanta! Ha sido una coincidencia, la verdad, no pensé que te encontraría aquí, qué ironía. El destino es caprichoso, ¿verdad? - Exclamó el hombre, riendo ya a carcajada limpia entre palabra y palabra, abriendo los brazos de par en par, como si esperara un abrazo por el éxito, terminó su discurso. - Y ahora, si tienes a bien, mira hacia atrás, contemplarás la mayor obra de arte que puedas ver en tu vida. -
Miré hacia atrás, sin dar la espalda completamente al anciano asesino, el cuál comenzó una cuenta atrás, y como si se tratase del mejor artilugio gnomo, cuando terminó de pronunciar la última cifra, comenzó un infierno de explosiones y gritos provenientes de la zona noble de Cormyr, que acabábamos de dejar atrás, sin duda, de la mansión Cornovallis. A lo que siguió las grandes carcajadas del decano asesino.
- Culpable, me parece. Me he encargado de que algunos vivan, no tardarán en dar tu descripción, ¿qué harás? Ahora si puedes decir que he destruido tu vida, inútil. – Terminó por decir el hombre, ahora ya en actitud seria y formal, cómo le había conocido en la arboleda. - ¡Maldito seas! ¡Muere! – Grité mientras me lanzaba hacia él.
Y es en ése momento cuando todo terminó como había empezado, los recuerdos vuelven con las sombras, y es que la oscuridad, nunca se sabe dónde va a golpear.
Crónicas de un Destierro: Melodías a la luz de la luna para los perdidos.
Alcé el estoque por encima de mi hombro izquierdo, dando una larga zancada me aproximé al anciano que permanecía inmóvil en el lugar, con su habitual sonrisa burlona, y desenvolviendo una lograda, para la habilidad que poseía en aquellos tiempos, finta, lancé finalmente una estocada ascendente hacia su flanco derecho que sin embargo, como ocurriera la primera vez, esquivó fácilmente. Apoyándome en el impulso del primer ataque, e impulsándome también con mis propias piernas, dí un gran salto para propinar rápidamente una estocada descendente, que no tardó en esquivar, para finalmente, sumirnos en una vorágine de estocadas y esquives, fintas y engaños, a lo que él no respondía con armas, si no con agilidad y burla, parecía divertirse, hasta que las primeras voces de alarma llegaron hasta la plaza en la que nos encontrábamos. Era irónico, la misma escena, diferente lugar y diferentes actores que hacían que pareciera que los mismísimos tejidos del destino se habían detenido para mí en aquél tiempo.
“¡Por aquí, por aquí perseguía al pobre anciano!” “El asesino ha huido por aquí ¡Matadle!” “¡Por los Dioses, los Cornovallis están muertos! ¡Matadle!”
Los gritos se acercaban cada vez más, así como los sonidos metálicos de las armaduras de la Guardia. Pero en aquellos tiempos, yo no era de aquellas personas que decidían huir, la juventud puede con la razón, ciertamente, la arrogancia es la perdición de muchos de mi raza, y de prácticamente todos los jóvenes. Seguí intentando alcanzar a aquél anciano que competía en agilidad con el propio Jëd’leràs, hasta que los, llamémosles, protectores de la justicia, casi podían sentirse encima de nosotros.
- Basta, no es bueno que me vean haciendo esto contigo ¿no crees? – Comentó el anciano asesino, mientras desenvainaba aquél estoque que despedía aquél líquido ácido que hacía más fácil la tarea de perforar. - ¡Morirás! – Dije dando una larga zancada hacia atrás, preparándome para la carga final.
Todo se tornó en una eternidad, el asesino ésta vez también cargó hacia mí, con una velocidad asombrosa que contrastaba con ésa sensación que siempre llega cuando algo crucial sucede en nosotros. Por un momento pude casi vislumbrar aquellos momentos en el salón de la arboleda, descubrí de nuevo el aroma del cerezo recién florecido, las melodías de los bardos que poblaban la arboleda, la dulce tranquilidad que se palpaba noche tras noche cuando aguardaba en aquél claro dónde entrenaba con aquél que ha dictaminado mi camino, y finalmente, pude sentir una fría punzada en mi torso, mis ojos volvieron a su lugar, a la fría plaza de aquella preciosa noche de invierno que ahora se teñía con el rojo escarlata, que salpicaba con fuerza el suelo. Alcé la mirada hacia el asesino, pues me encontré de rodillas, desarmado, con sendas manos en mi torso, que no atinaban a taponar la profunda herida que hacía emanar la sangre, y volvían la plaza en una mezcla sanguinolenta de inmundicia.
- Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria… - Balbuceé mientras trataba de evitar, con todas mis fuerzas, el caer sobre la fría piedra. - Jé, si te conformas con eso. – Respondió el anciano asesino, mientras envainaba el estoque y se encaminaba hacia la sombra proyectada por el balcón. - Pero no hay placer en la dignidad, y yo me considero un maestro en disfrutar de los placeres de la vida. Disfruta de lo quede de tu vida dignamente, muchacho. ¡Jé! –
Y sin más, el anciano asesino se perdió entre las turbulentas sombras que comenzaron a rodearle, devorándole como si un animal ansioso de una presa fuese, dejándome sumido en lo que parecía ser el último réquiem de una vida corta y llena de errores y malas elecciones. Dejándome caer sobre la fría piedra, limitándome a esperar que la muerte o la captura llegasen, observé cómo una figura se acercaba rápidamente hacia mí, seguida de una figura más menuda y grácil, mi vista se tornó borrosa, y seguidamente, sólo quedó la oscuridad, las cenizas, y los recuerdos.
Horas después desperté con Angus a la cabeza de un carromato tirado por dos fuertes corceles de su propiedad, su hija permanecía sosteniéndome la cabeza entre sus piernas y aplicando vendajes y otros ungüentos curativos en la herida que no dejaba de sangrar.
- ¿Qué hacer… qué voy hacer…? –
La fémina simplemente se limitó a sonreír y entonar una suave melodía durante todo el trayecto. Una melodía de cenizas y recuerdos, bajo el invernal abrazo de la luna.
Crónicas de un Destierro: Epílogo: Acechadores y Demonios. (Anexo a "Éowÿl. Relatos de una sombra")
El invierno comenzaba a amainar en la pequeña villa norteña. Nevesmortas, un pueblo de no más de 700 habitantes, con gran influencia enana, como casi todas las ciudades de su entorno, de la esplendorosa Liga Argéntea. El ya fino manto blanco que cubría suelo y árboles por igual era cortado por las pisadas de dos enérgicos corceles seguidos de un carromato llevado por un anciano y decrépito hombre acompañado de una dulce y bella mujer.
- ¡Sooo! – Exclamó el anciano. - ¿Aquí le vamos a dejar, Papá? –
- Es dónde ha querido dirigirse. Lo único que no quiero ahora es empezar a oír su interminable discurso sobre lo triste y asquerosa que es la vida Bastante tengo con “La Garra” - Respondió el hombre así a las palabras de su hija. - Te he oído, Angus - Una voz surgió del interior del carromato. - Lo sé, y ya ves lo que me importa. – Volvió a decir el malhumorado anciano.
Del interior del carromato bajó un elfo de robustos músculos, sus cabellos rojizos caían de manera desordenada por su rostro, de finas facciones, y de gesto serio y frío, desalentador para todo aquél que lo mirara. Retirando los mechones rojizos de su rostro con la mano derecha, y dejando entrever dos luceros azules que contemplaban al anciano, pronunció las últimas palabras a la única amistad que tenía ahora en Cormyr.
- Gracias por el viaje, de veras. No sé cómo pagártelo, Angus. –
- No me debes nada, Göyth, lárgate ya, anda. Aquí hace un frío de muerte, me vuelvo para mi Suzail. –
- Gracias también por los cuidados, Milanee. – Dijo el elfo pelirrojo, inclinando la cabeza a lo que la mujer respondió asintiendo y sonriendo levemente.
- Suerte, muchacho, espero volver a verte algún día en Suzail, y espero que no tardes, que mira lo que me queda de vida. –
- ¡¡Papá!! –
- Ya, ya lo sé… ¡¡Adiós, Göyth!! – Terminó por decir el anciano, haciendo andar a los caballos, dirección ésta vez opuesta. - Sí, adiós… - Respondió Göyth, cuando ya estaban lo suficientemente lejos como para oírle.
La villa de Nevesmortas bullía con el constante ir y venir de aventureros, llamados sin duda por las ansias de una vida de riquezas y acción, cosa que en aquél inhóspito lugar no faltaba. Había oído hablar de grandes guerreros y poderosos magos, de gente recia que había abandonado todo lo que tenían en otras tierras para vivir una vida que ellos consideraran digna. Algo digno, justo lo que él tenía en la mente. Caminaba por la ciudad de manera distraída, observando los edificios y algunos de los rostros que permanecían hablando en la fuente que coronaba el centro de la ciudad, a pesar de que el clima, cómo mínimo, era gélido. Y en aquél lugar, el destino cruzó la última jugada, el último Jaque Mate.
Una figura ataviada con ropajes oscuros chocó de bruces con el elfo pelirrojo, que permanecía sumido en sus pensamientos de aventuras y riquezas, de valor y sangre, de honor y acción.
- Deberías llevar más cuidado – Respondió el elfo pelirrojo, mientras la oscura figura se incorporaba rápidamente, alejándose unos pasos. - Creo que ninguno hemos tenido cuidado, amigo. - El tono del ser de ropajes oscuros parecía feliz. - Perdona, ahora que te he molestado, ¿sabrías decirme dónde podría comprar un arco? Acabo de llegar a la villa. –
Tras unos segundos de silencio, Göyth asintió levemente, dirigiéndose hacia uno de los guardias, y más tarde, hacia el proveedor oficial de la Villa, Jáskar, y finalmente, acabaron en la taberna conocida por los lugareños como “El Blasón”, por recomendación del propio pelirrojo, que había decidido entablar una conversación más amena con aquél hombre.
El hombre de ropajes oscuros tenía facciones finas típicas de la raza élfica, sin embargo, su pelo era níveo como la nieve que había visto por primera vez Göyth en los páramos de Nevesmortas. Su tono jovial y desenfadado contrastaba con lo apagado del carácter del pelirrojo guerrero.
El Blasón mantenía la flor y nata de los borrachos de Nevesmortas, algo que sin duda hacía que mantuviera aquella esencia, aquél clima propio de una taberna animada, de una taberna con vida, eso era El Blasón, pura esencia.
- Oye, ¿cómo te llamas?- dijo el elfo de melenas blancas tras dar un sorbo. - Göyth. – Respondió el pelirrojo. - Vaya, Göyth. Yo soy Éowÿl.- Tendiéndole la mano al guerrero, que se limitó a estrechársela sin mucho ímpetu.- ¿Cuánto tiempo llevas por aquí? Esta no es una tierra tuya ni mía. - Apenas unos días. Vine para buscar trabajo. -
- ¿Trabajo?-
No fue el elfo de níveos cabellos quien habló, sino la camarera que anteriormente les había servido.- Puede que yo tenga un trabajo para vosotros, aunque resulta algo peligroso.
Ambos se giraron encarándola. Se acercó a la mesa y aunque no tomó asiento, apoyó las manos y habló con voz baja.
- ¿Sabéis dónde está la cripta de la villa?- Miraba a ambos. - Claro, está al sur.- Respondió Göyth, a lo que la camarera asintió alegremente, satisfecha, diríase. - Veréis, allí reside un nigromante que está atemorizando a la villa, y del que personalmente yo estoy harta. Desde hace unos días estoy dispuesta a pagar una recompensa a quien acabe con él. ¿Estáis interesados? -
Ambos elfos se miraron. Lo cierto es que no era una mala oportunidad, y aunque sonaba arriesgado, sin duda era mejor que no hacer nada. Terminaron por asentir levemente, haciendo sonreír aún más a la camarera.
- Escuchad.- Se explicó la camarera. - Dicen que el camino es algo complicado debido a que los muertos vivientes levantados por el nigromante salen al paso. Traedme una prueba de que habéis acabado con él y la recompensa será vuestra. -
El elfo guerrero se alzó súbitamente, dispuesto sin duda a realizar el primer trabajo en aquella tierra norteña o en el peor de los casos, la primera toma de contacto con las criaturas del lugar.
- ¡Espera, no vayas sólo! – Exclamó Éowyl, saliendo detrás del elfo pelirrojo, dispuesto sin duda a realizar una alianza entre aventureros noveles.
Ambos elfos salieron con paso firme del Blasón. Encaminándose hacia el sur de la villa, dispuestos a hacerse un nombre en aquél lugar, dispuestos a lograr la fama y la riqueza, y quién sabe, la anhelada felicidad.
Nadie podía decir, por aquél entonces, que el destino que aguardaba a ambos elfos distaba mucho de ser un destino feliz. Hablamos de destinos aciagos, no de héroes, quizá de villanos, definitivamente, hablamos de Demonios y Acechadores. De muerte sin fin.
// Fin del trasfondo, al que se lo lea, gracias por emplear un poco de su tiempo, espero que os guste.
Última edición por Goyth el Mar Feb 23, 2010 5:05 pm, editado 2 veces en total.