La última hoja de amaranto.

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Damian

La última hoja de amaranto.

Mensaje por Damian »

//Dejo este hilo abierto para la participación de Éowÿl y Kuzadreppa (en cuanto te vea te comento sobre ello ;) )



ACTO I:      Amargura, Perdición y Soledad.


El camino de la Amargura

Noche cerrada, noche de lobos. Un viento gélido, casi fantasmal, arropa con sus dedos a la pareja que se mantiene en pie frente a la salida de la villa. El rocío de la tormenta anterior apenas se había convertido en una fina capa de cristal sobre el manto del sendero y solo las huellas periódicas de la caravana comercial mostraban el color marrón de la tierra. Los dos embozados caminan alejándose por el camino principal con la única compañía que una yegua lozana de pelaje gris podía ofrecerles. Una voz femenina, cálida y risueña, se hace oír en la oscuridad.

- Damián, ¿a qué viene tanta prisa? Pensaba que Ranniah no volvería a Aguas Profundas hasta el próximo cuatrimestre. ¿Tan importante crees que es esa carta?

Otro silencio, una pausa más que deliberada por parte de la segunda figura. Izquierda y derecha... nada hay a su alrededor, nada que pueda delatar el gesto de preocupación oculto bajo su capucha. Por un instante sus ojos quedan fijos, fulminando con ellos el temblor de una rama cercana. Aún quedaban búhos dispuestos a hacerle suspirar, trasnochando como él en la oscuridad. Suspira y se apresura en arropar a su compañera con la propia capa que segundos antes llevaba puesta. Ella se vuelve a pronunciar.

- Cuida de los niños, mi amor. Estaré aquí antes de lo que crees, solo cierra los ojos y piensa en mí.

La unión, un beso que debía unir y, sin embargo, esa noche los iba a separar. De un salto al estribo la mujer se acomoda en la silla de su montura y endereza las riendas. Una última mirada al bardo antes de sacudirlas y salir al galope por el sendero del Oeste.





El sendero de la Perdición

Esta vez tenía distinto recorrido. Despedida una, aún quedaban tres asuntos de los que preocuparse. Y dos de ellos le estaban esperando ya en los palenques de la salida meridional de la villa: dos embozados que apenas levantaban cuatro pies del suelo. La voz infantil los descubría junto a una caravana cuyo cochero se encontraba en su puesto, fusta en mano, dispuesto a partir de inmediato.

Ahora es la voz más aguda la que le pregunta, no por su nombre, si no por un adjetivo que en los últimos años habíase acostumbrado a oír demasiado.



Imagen

- Pero padre, ¿por qué...?
- Eala, Xiril te llevará a Cormyr. Espérame allí y haz caso a todo lo que te diga él.






El bardo sonríe. Incluso aquellos mohines silenciosos que veía en ella le recordaban a la mujer de su vida, a la cual había mentido y dejado marchar hace apenas unas horas. La pequeña mujercita se encamina hacia la puerta abierta del carruaje y pega la mejilla al cristal tras sentarse. Dos segundos más tarde los ojos de la niña pierden de vista a su progenitor. Aún le quedaban muchas horas soberanamente aburridas de camino.

- Padre... he ensillado al potrillo como me pediste. ¿Ocurre algo malo...?

Demasiada curiosidad para ser respondida por aquel nervioso elfo que, cada pocos minutos, no podía evitar echar la cabeza de un lado a otro para comprobar que nadie los observaba. Los ojos del bardo se vuelven hacia el único que le quedaba, aquel chiquillo cuyo rostro le hacía parecer un espejo a su lado. El muchacho recoge las bridas del potro y sube a él ayudadado por su padre.

- No. Tú solo cabalga, pronto encontrarás la caravana comercial que viaja a Sundabar. No te detengas pase lo que pase.

El chiquillo asiente, alentado por la falsa sonrisa que el mujeriego tanto acostumbraba a exhibir. Un juego, una carrera. Eso debía ser a ojos de tan inocente criatura. Palmea el trasero del potro, haciendo que éste emprenda la marcha hacia el oeste. No tarda ni diez segundos en desaparecer en la oscuridad, seguido del tintineo de la ropera familiar que siempre solía llevar el lengüilargo al cinto. Suspira. Soledad, bendita soledad. Solo le quedaba un asunto al que enfrentarse.
Última edición por Damian el Dom Nov 15, 2009 5:43 am, editado 3 veces en total.
Unairg

Re: La última hoja de amaranto.

Mensaje por Unairg »

Cuando había llegado la hora de la venganza, la sombra acechaba.

Los comerciantes pregonaban sus mejores precios a cualquier cliente que pudiese permitírselo, con especial fijación en los que tenían tanto dinero que ni siquiera se molestarían en regatear. El mercado de Sundabar el primer día de la dekhana hacían que la ciudad se abarrotase y que las arcas de mercaderes, taberneros y corredores de apuestas se llenasen, pero en ansia de oro no dejaba ver a nadie que ese caos era una preciada oportunidad para deslizarse como un aliento entre ellos, como dueño de sus vidas. Nadie recordaba que donde había una luz, siempre había una sombra.

Varios efectivos de La Blindada se habían apostado en las inmediaciones de la zona mercantil de forma preventiva, pues el exceso de llegadas a la ciudad con sus mercancías merecía unos cuantos ojos adicionales que vigilasen los turbios asuntos que se podían maquinar entre bastidores, pero no suponía ningún problema. En un momento dado, si había que llegar a extremos, cosa que el elfo de cabellos níveos evitaba por encima de muchas cosas, sólo servirían para alimentar el caos del que él estaba entrenado para aprovecharse.

Éowÿl había atisbado su objetivo entre todas las filas de compradores que se dispersaban a lo largo y ancho de la plazoleta; una figura pequeña y menuda, embotada en su capa y con el rostro cubierto por un capuchón, del cuál se podían ver salir unos cabellos rubios brillantes, tan claros como un rayo de Sol. Lo observó largo y tendido mientras recordaba la última vez que había visto a ese niño, en la zona común de la compañía de La Flecha del Destino, inocente y ajeno al infierno que lo rodeaba. Su padre lo había llamado Tristán, Tristán Astarte... aquel niño nunca volvería a ver un nuevo amanecer. Tras reflexionar sobre todo aquello, decidió que había pasado allí demasiado tiempo, y que era hora de actuar, así que se acercó y se deslizó entre la muchedumbre como pocos sabían hacerlo, sin que nadie reparase en su presencia, ni siquiera un codazo, ni un roce entre tanta criatura.

Cuando llegó a la vera del infante, flexionó las rodillas y pasó un brazo por sus hombros, en silencio. En aquel momento, un mercader mostraba al público una majestruosa armadura traída de tierras lejanas, nadie se percataba de ellos dos. Al notar el frío tacto del elfo, giró la vista y observó sus ojos grises, pero para sorpresa de Éowÿl, volvió la vista al frente, y esbozó una sonrisa. El asesino no dio crédito cuando Tristán articuló.

- Has tardado demasiado tiempo.

Ante los ojos del elfo lunar, las facciones del niño dejaron de ser tan armoniosas de una manera gradual, haciéndose más duras y marcadas, como si estuviese envejeciendo a una velocidad vertiginosa. Finalmente, bajo el capuchón ya no se encontraba ese semielfo que Éowÿl había predestinado que hoy moriría, sino que, en su lugar, había un mediano de edad adulta y cabellos oscuros, que pintaba su rostro con una expresión triunfal que al longevo le hizo hervir la sangre.

- Hasta para un elfo ésto tiene que haber sido una pérdida de tiempo, ¿verdad?- volvió a mirar a Éowÿl, aumentando su sonrisa.

Entonces el asesino comprendió que le habían tendido una trampa. Había olvidado el detalle de que Damián era creativo, y que contaba con el apoyo de Los que tocan el Arpa, y eso acababa de ser un golpe bajo para su orgullo. ¿Hasta qué punto estaba enrrevesado todo? Y lo que era más importante, ¿cuál era el paradero del niño? Se obligó a serenarse y, sin apartar el brazo de los hombros del mediano, susurró.

- ¿Dónde se encuentra ahora el retoño de Astarte?
- No lo sé, y aunque lo supiese, sabes que no te lo diría, así que ahorra tu saliva.- musitó el mediano volviendo a mirar nuevamente al frente. Éowÿl le creyó, y sabía por qué era tan poco cauto con sus palabras: estaba comenzando a aceptar su irremediable destino.
- Tengo que ajustar cuentas con el ex cronista...- El elfo acercó su rostro al del mediano, y le susurró al oído.- ... y me da igual cuántos de vosotros os interpongáis en mi camino. Todos vais a morir.

El mediano mantuvo una férrea expresión en el rostro, pero en sus ojos se había discernido un atisbo de algo que posiblemente era miedo.

- Damián tenía razón.- susurró el mediano a la par que sus ojos se cruzaban con los del elfo.- Eres un monstruo.

Todo ocurrió demasiado rápido para que un ojo sin entrenar hubiese catado la acción: la mano de Éowÿl que reposaba en los hombros del mediano centelleó un instante, produciendo un sonido metálico imperceptible gracias al barullo general. Un segundo después, con discrección, el asesino se alzó y se perdió entre la gente, dejando al mediano de pie, paralizado. El pequeño ser se llevó la mano al cuello y tosió, y después observó cómo sus dedos se pintaban del rojo sangre, hasta que finalmente, cayó de bruces al suelo.

Para cuando los histéricos gritos se alzaron en el mercado, Éowÿl ya estaba demasiado lejos.
Damian

Re: La última hoja de amaranto.

Mensaje por Damian »

ACTO II: Tras el telón.



Los dos habían entrado al salón. Una reunión un tanto improvisada en la puerta de su hogar en la que intercambiaron escasas palabras antes de refugiarse dentro. El hombre de pocos adornos se servía una jarra de cerveza mientras su enjuto interlocutor tomaba asiento deshaciéndose de capa y sombrero. Una larga mirada y un suspiro, pues solo eran eso, dos desconocidos hablando de negocios. La silla del segundo crujió bajo su peso, mucho más corpulento que el enlutado menudo.

- Dime, ¿de qué se trata?

Una fuerte y recia voz sonó en el salón. El más grande esperaba respuesta mientras su taimado compañero se deshacía de algo más que una máscara. Éste tomó aire y deshizo el conjuro con una palabra. Unas sílabas de voz más aguda que hicieron de su rostro uno mucho más terso. El color volvió a sus ojerizos ojos, azul cielo, así como a sus cabellos, que retomaron el dorado original al acortarse los más largos mechones ilusorios. Su mano izquierda, sobre la mesa, había recuperado la textura original de la que estaba hecha la prótesis: madera de pino. Al fin sonrió al mercenario, una vez deshecho el engaño.


- Hacía tiempo que no le veía, señor Nottian.
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