Cuando despertamos de una pesadilla, siempre hay un margen de tiempo en el que parte de nuestro ser continua en ese sueño, nuestro corazón late con fuerza, nuestros ojos van de un lado a otro ubicándose de nuevo y nuestra mente dividida se debate entre lo real e imaginario. ¿Os imagináis esa sensación constantemente?, una posesión de tus sentidos cargada de altibajos, al filo entre tu consciencia y los impulsos involuntarios.
Así me sentía día tras día, con más intensidad. Podría excusarme en que todo vino a raíz del ritual en el desierto, pero sería volver a poner un velo en algo que floreció hace mucho. Eso no fue más que otro foco que despertó lo que adormecía dentro de mí, aguardando el momento, cual devorador a su presa bajo la maleza.
La energía brotaba por cada poro de mi piel de una forma indescriptible, como si me permitiera elevarme en el aire a la vez que sentía una punzada de dolor que pretendiera romperme en pedazos, incluso por un momento, me sentí en una especie de comunión con el resto de umbras que pululaban cerca de allí. Las hebras sombrías se adhieren de distinto modo, comienzan siendo parte de ti y acaban queriendo que tan solo seas un receptáculo de sus fines, apartando todo lo mundano y mortal de ti, todo lo que no le permita ascender.
Un ritual promovido como última vía para salvarme la vida, una vez más, por abarcar mas allá de mis posibilidades, por ese hervir de la sangre que te consume cuando dañan a alguien querido, y que en mi caso, siempre trae fatídicas consecuencias.
Toda mi esencia fue consumida en aquel contraataque, bajo la forma de los antiguos portadores de la magia, los dragones. Quedando como un cuerpo vacio al que había que restablecer la chispa de urdimbre que hacia girar todo lo demás.
Arrastrando nuevamente a mis seres queridos a una búsqueda sin sentido a algo que, se escapa de nuestras manos, como arena entre los dedos. Pero la voluntad para abandonarlos, resulta tan inalcanzable, y siempre me inventaba una nueva esperanza para alargar la espera.
Fue la mirada de dos críos, el temblor en sus pequeños cuerpos al acercarme a ellos, movida por unos hilos que deseaban desbordar poder y consumir sus vidas, cuando pasó ante mí mente por un breve instante de tiempo, todos los sucesos similares que he padecido desde niña. Secuencia de visiones de la gente que me apreciaba ardiendo, consumida en las llamas de mis impulsos irrefrenables, compasión, lastima, miedo, todo entrelazado en fuertes y crueles nudos. Mire a sus rostros y me dije, basta, basta de una vez por todas. Basta de arrastrarlos a contracorriente a una lucha que no les pertenece.
Dos vías me separan de mi destino y a ninguna de ellas puedo llevarlos conmigo; dejarme llevar, aceptar lo que emana en mi interior y entregarme a él por completo con el próximo eclipse, o vagar lejos como un ser ordinario mas, dejando secar lentamente la magia de mis venas.
Ni la más poderosa bola de cristal podría dilucidar en este momento que senda será la elegida, pero si las lagrimas que se derramaran al caminar…
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Ya he desistido de girar el reloj de arena, he perdido la batalla de medir el tiempo en estas cuatro paredes, los suspiros se enlentecen y la cera de las velas estiran sus lánguidos dedos hasta rozar el suelo.
Una y mil veces me pregunto sobre el exterior, sobre cómo irán las cosas, pues una mínima parte de ti se niega a pensar que todo seguirá girando igual que antes sin ti, que no es posible que nadie te eche en falta, que tu nombre no sea dicho en alto, que no vuele un papel mal enganchado en un tablón desvencijado con tu rostro dibujado.
Ya oigo sus pasos, como cada mañana golpetea en la puerta y hace agitar la oxidada llave a la par que disimula conjurar una protección que casi tengo identificada.
Crujo mis nudillos y observo el fluir de mis venas, vuelvo a ocultarlas bajo las mangas antes de que la puerta se abra y sin mediar palabra avanzo hasta la salida a seguir los designios desconocidos de un día más, pero no por ello menos importante, pues de cada uno depende que consiga llegar al siguiente, para poder volver a pararme a recordar a aquellos a los que me gustaba oírles decir mi nombre.
pero ahora despéjanos las dudas 
- Tuii, puñetero de profesión
