//pues más os doy xD lo siento, es largo ^_^
CAPITULO II: RUGIDO
Podría haber asegurado que mis pies sangraban en carne viva bajo mis pequeñas botas del dolor tan punzante que sentía, pero solo estaba cansado. Tantas horas seguidas caminando cobijados bajo los árboles por la absurda idea de mis progenitores de protegernos de las bestias aladas y su penetrante mirada…
Me sentía cómo una rata intentando escabullirse por un laberinto infinito sin salida alguna.
Pronto el bosque desaparecería, ya podían verse a lo lejos los picos de las montañas que esperaban nuestra llegada. Eso volvía a mis padres más temperamentales, nerviosos y obsesivos, demasiado tensos a cada paso que dábamos, abandonando cada vez más la protección de los frondosos árboles que ocultaba, sin duda alguna, nuestra presencia.
En ese momento no entendí por qué debíamos ocultarnos, cualquier raza que nos viera debería sentirse orgulloso de poder contemplarnos para luego poder contarlo al resto de sus compañeros y así poder alardear de haber visto a las criaturas más perfectas de todos los reinos.
Pero mis padres exigían discreción, silencio y tranquilidad… algo que yo, como primogénito, acataba sin discusión… algo que Clarise era incapaz de aceptar.
Su angelical risa, sus grititos sorprendidos a cada animal, hoja, mota de polvo o corriente de aire que encontraba nuevo, sus leves vuelos acompañados por fuertes aleteos y sonidos frustrantes, o sus carreras alocadas de un lado a otro seguidos de la profunda voz de mi padre llamándole la atención, convertían el viaje en cualquier cosa menos discreta.
Yo intentaba que se quedase quieta a mi lado, sujetándola de la mano con fuerza, susurrándole historias inventadas que la dejaban maravillada y, sobretodo, en silencio, o convirtiendo el camino en un juego en el que ella debía seguir a nuestra madre y yo a nuestro padre. Por supuesto no era mucho el tiempo que la mantenía “controlada”, pero al menos el suficiente para que mi padre no estallara en cólera y le lanzase una descarga de proyectiles desintegrándola… no es que mi padre fuese a hacer alguna vez algo semejante… no al menos con sus hijos…
Sentí cómo el aire cambiaba y cómo la luz del sol nos golpeaba y me obligaba a cerrar los ojos durante unos segundos, no pensaba que el bosque se terminaría así de golpe, pero así fue. Tras de mí había un bosque infinito y frente a mí unas montañas que se alzaban tan altas que parecía que no tenían fin.
-
¿Dónde estamos, madre?
-
Eso, hijo mío, son los Picos del Trueno.
-
¿Y a dónde vamos?
Mi madre me miró con ternura, aunque distinguí en el brillo de sus ojos el miedo y la confusión, ella lo supo, por eso desvió la mirada a mi padre, dejando, seguramente, que él respondiese a mi pregunta. Mi padre se acercó y me acarició el pelo con cariño.
-
Cuando seas un hombre entenderás el por qué de todo esto, de momento, tan solo haz caso a tus padres y cuida de tu hermana.
Nuevamente la pregunta quedaba en el aire y nadie respondía. Sí, solo era un niño, apenas hacía dos años que tenía el plumaje completo de mis alas y un año que había aprendido a usarlas… pero era su hijo, el único varón que tenían. Nos habían despertado una noche de luna llena, de esas noches que el cielo está invadido por las brillantes del horizonte, con la única orden de vestirnos y marcharnos. Yo era feliz en aquella pequeña aguilera en la que solo vivíamos los cuatro, pero habían sido mis propios padres los que me habían arrebatado aquella felicidad, y ¿por qué? Empezaba a creer que ni ellos lo sabían.
Miré al frente.
Los Picos del Trueno nos esperaban y no parecían nada impacientes por nuestra llegada. Clarise se quedó boquiabierta mirando las montañas durante al menos media hora, sujetando la mano de mi madre batiendo nerviosa sus alitas marrones.
Mi padre decidió que, a cielo descubierto, era mucho mejor seguir volando, de modo que nos elevamos poco a poco adentrándonos en los picos, camuflándonos en las pequeñas agrupaciones de nubes, mi madre al frente con mi hermana en brazos profiriendo una y otra queja sin descanso, yo en medio y mi padre detrás, siempre detrás, observando nuestra retaguardia.
Los Picos no eran demasiado grandes, desde nuestra posición se podía ver dónde terminaban, un día de vuelo, quizá un poco más. Deseé que las nubes hubieran sido más espesas aquel día o incluso que mi padre hubiera decidido esperar a la noche, pero lo cierto fue que mi padre decidió seguir a plena luz del día y solo en ese momento, cuando mi piel se erizó y sentí pararme en seco en mitad de la nada, solo cuando escuché su rugido sangriento y despiadado, comprendí el por qué de tanto silencio, tanta discreción y tanto miedo.
-
¡¡¡Eônthar!!!! – escuché el chillido aterrado de mi madre y comprobé con mis propios ojos la mirada de fracaso de mi padre. Se acercó tomándome de la muñeca con violencia, acercándome a mi madre y a mi hermana, las besó a las dos, a cada una de una forma, y me alborotó el cabello.
-
Llévatelos Ainhoa, volad raso y buscad un escondite, alguna grieta… lo que sea.
-
No Eônthar, por favor, no me hagas dejarte atrás – los ojos de mi madre se empañaron en lágrimas mientras miraba suplicando a mi padre.
-
Os amo – fue lo único que nos dijo antes de empujar con fuerza a mi madre hacia tierra firme, darse la vuelta y encarar a aquella bestia, que se acercaba a una velocidad inigualable.
Yo no pude verla, solo vi los aros de rojo fuego que surgieron de las manos de mi padre, mientras esperaba a su enemigo. Y por frío que resulte, por doloroso que sea, me enorgullece saber que el último recuerdo de mi padre sería ese, luchando, protegiendo a su familia, enfrentándose a un dragón.
CAPITULO III: PÉRDIDA
Por desgracia no encontramos ningún escondite, y que el dragón apareciera al poco tras nosotros me provocó una punzada de dolor demasiado difícil de explicar. Hubiera deseado tener todo el tiempo del mundo para mirar al horizonte esperando su regreso… pero mi padre jamás volvió. Y esa sensación podría ser la más horrible, pero sentir el calor abrasador de la bocanada de fuego que la bestia expulsó sin reparo, el golpe seco que provocó que nuestra madre nos soltase y nos dejase caer, y verla chillar de dolor mientras sus preciadas alas ardían… en ese, solo en ese momento fue cuando el dolor me desbordó y ya no fui capaz de sentir nada más.
Vi a mi madre rodar por el suelo intentando apagar sus alas, y a la bestia rojiza proferir un rugido escalofriante, alzándose en sus patas traseras abriendo al máximo sus alas… yo no es que hubiese vivido mucho, de hecho apenas había comenzado a saber lo que era la vida, pero en esos cortos años nunca, jamás, había visto algo tan terrorífico.
Escuché el grito ahogado de mi madre, suplicándome que me llevase a Clarise de allí, suplicando que corriéramos. “Haz caso a tus padres y protege a tu hermana” eso había dicho mi padre horas antes… así que cogí a Clarise por la cintura, dejándola en el estado catatónico en el que se encontraba, mirando demasiado asustada a la criatura gigante como para emocionarse por su presencia, y corrí. Mis alas no aguantarían el peso de ambos, quizá algún día lo hiciesen, pero hoy día era improbable, así que corrí tanto como pude mientras escuchaba una y otra vez los rugidos de la bestia a mi espalda. Cada vez más altos, cada vez más cerca.
Mi madre debió de ser un adversario más fuerte, pues tardó más en derrotarla y volar hacia nosotros. Dos niños avariels perdidos en mitad de unos picos desconocidos, sin lugar donde esconderse, sin ayuda a la que socorrer.
Abofeteé a Clarise deseando que regresase al mundo, ella me miró y sus ojos se invadieron de lágrimas.
-
¡Corre Clarise! ¡Corre y no mires atrás!
La empujé y, bien por el miedo que sentía o por la esperanza de tener una posibilidad, echó a correr como jamás lo había hecho, de una forma tan distinta que de hecho me di cuenta que no corría, sino que volaba.
Fue un alivio pensar que, al menos, aprendió a volar antes de morir.
Me giré y encaré al dragón… si es que a esa situación podía llamársele “encarar”. Un crio, un chavalín, soñando con hacer lo que sus padres no habían podido. Pero debía proteger a Clarise, y si mi muerte le daba tiempo, que así fuese.
El dragón se detuvo frente a mí mirándome y gruñendo escupiendo humo por la nariz. Estoy convencido de que si hubiese podido, se hubiese reído de mí tanto que igual hubiese muerto por la risa y yo sobreviviría, pero no fue una risa lo que escuché salir de él, sino más rugidos, uno tras otro, congelando mi cuerpo dejándome inmóvil, presa del pánico incapaz de hacer nada.
Sin embargo, Erdrie debe amarme con locura, pues su atención fue distraída. Me giré suplicando que no se tratase de mi hermana, y no lo era. Justo cuando di la vuelta una lanza pasó rozando mi mejilla y se clavó en una de las patas del dragón, haciéndole rugir enfurecido. Aquello me devolvió el control del cuerpo y eché a correr hacia el lugar del que venía el arma. No fue mucho lo que caminé hasta cruzarme con cuatro figuras que me ignoraron totalmente y se abalanzaron contra el dragón.
Tropecé y caí al suelo, girándome y observando la escena.
Una de las figuras conjuró junto antes de alcanzar a la bestia y se transformó en un animal que yo jamás había visto, su cuerpo era parecido al de un león pero tenía alas, y sus colmillos afilados mordieron la carne del dragón.
Otra de las figuras se paró a escasos metros y, arco en mano, disparó tantas flechas que mis ojos eran incapaces de distinguirlas.
Las dos restantes empuñaban espadas y escudos y enfrentaron al dragón cuerpo a cuerpo, esquivando sus zarpazos, sus mordiscos y todo ataque que les propinaba, con una destreza increíble.
Me sentí maravillado de verlos, sin embargo, lo más magnifico fue el hombre que se acercaba tras de mí, lentamente, sonriendo con una frialdad petrificante y, mientras alzaba con lentitud los brazos mirando fijamente al dragón, susurraba palabras desconocidas para mí, manipulando la urdimbre a placer, creando de la nada decenas de proyectiles en sus manos que se dirigieron hacia la enorme bestia.
Fueron largas las horas de pelea contra el gigante alado, y donde mis padres habían fracasado, ellos vencieron, salvando así mi vida y la de mi hermana.
-
¡¡Por las barbas de un enano borracho!! – dijo uno de ellos cuando se acercaron.
-
Cuida tu lengua, Thorestart.
-
¿Qué cuide mi lengua? ¿Has visto a estos dos renacuajos? ¡Que me empalen y cuelguen mi cabeza en la capital! ¡Avariels!
-
¡Apartaos! – ordenó una voz femenina.
Una mujer se acercó a nosotros, una muy hermosa, que nos miró con ternura y compasión. El arcano se unió a ella minutos después.
-
Hay dos cuerpos más atrás… dos adultos…
Clarise se apretujó contra mí sin dejar de llorar en ningún momento, yo también lloraba, aunque en ese momento no era consciente de ello.
-
Oye Ellëanor… ¿no tienes tú un “amigo” como ellos?
Ella asintió, acercando su mano a mi cabeza acariciándome el pelo. Nunca había visto a otras razas pero mi padre me había hablado de ellas, supe enseguida que era una elfa y al menos el arcano era un humano. No es que se pudiera confiar en ellos… pero mejor ellos que un dragón…
-
Tranquilos pequeños, ahora estáis a salvo.
Estela golpeó mi cabeza con su bastón mirándome confundida y yo volví al mundo real. Para mí había sido casi como revivirlo de nuevo, para ella y el grupo que me acompañaba esa tarde apenas unos segundos en los que el avariel había permanecido abstraído.
- ¿Ya estás con nosotros? Bien, bien, sigamos…. hacia el este!!! …………. Tensei… eso es el oeste…
Los miré uno a uno y suspiré, no me hacía gracia tener esos flashes…. No después de tanto tiempo.