Los primeros recuerdos de mi juventud se trasladan a Kozakura, una isla del Imperio de Kara-Tur. Me crié con una pareja de elfos que afirmaban ser mis padres, aunque no me lo acababa de creer pues sus orejas eran diferentes y yo dormía mientras que ellos no. Poco me importaba sus diferencias, para mi siempre serían mi madre y mi padre ya que ellos me trataban como a su hijo biológico.
Mi familia servía a un señor feudal que capitaneaba el clan Shou. Mi vida fue la de un chico pobre normal hasta que las guerras entre los diferentes clanes que se diseminaban por Kara-Tur para la unificación de los territorios bajo un mismo mando llegaron hasta mi aldea.
Las batallas cada vez eran más corrientes por mis tierras hasta que un día, cuando tenia 5 años, la batalla se desarrolló en mi aldea. Mi padre, por orden de la guardia, tuvo que luchar para defender la aldea, al igual que cualquier hombre que pudiese empuñar una arma. Yo me fui con su madre a un refugio excavado a pie de una montaña cercana. La cueva era muy húmeda y oscura. Allí se concentraban todas las mujeres, los niños y los ancianos de la aldea que no estaban capacitados para combatir. Después de horas de intensa espera se oyeron pasos por la entrada. Una mujer salió corriendo para dar la bienvenida a lo que pensaba que era un guardia, un aliado, pero no fue así...
Pudimos oir un corto grito desgarrador seguido por el ruido de un cuerpo al desplomarse. Poco después pudimos ver en la penumbra la cabeza de la mujer rodar hasta donde nos encontrábamos acompañada de una risa de un hombre que poco a poco avanzaba hacia nosotros.
Sólo había una salida de aquella cueva y el asesino estaba entre ella y nosotros. No pudimos escapar, el asesino entró y empezó a rebanar la cabeza de todo lo que se movía. Mi madre y yo nos colocamos en un rincón apartado, ella me envolvía con sus brazos y me cubría por completo. Pensaba que con un poco de suerte no nos vería... pero la maldad arrasa con todo y nosotros no eramos menos.
Cuando los gritos de angustía cesaron y solo aquel demonio se mantenía en pie, se acercó hacia mi y mi madre. Sin mediar palabra le sesgo parte del cuello, quedé completamente cubierto de sangre, estaba asustado y impactado por lo que empecé a llorar. Los brazos de mi madre perdieron fuerza hasta que no pudo más y se desplomó desangrándose en el suelo. Entonces aquel asesino se quedó mirándome y soltó una sonora carcajada para después dirigirme la palabra.
-Vaya vaya... que niñito tan bonito- mientras me observaba sin parar.
-A mi no me quitas la vida?-Pregunté entre sollozos.
-Contigo no voy a ensuciarme las manos pues los dioses quieren que mueras pronto...-volvió a reir.
Después de esta confusa conversación me golpeó con el mango de la katana en la cabeza y caí inconsciente.
Cuando me desperté me dolía la cabeza, pero pude observar que no me encontraba en la cueva. Estaba en una casa de madera, como las de mi aldea pero mas grande. Cuando pasé mi mirada por toda la habitación pude ver arrodillado a mi lado a un hombre de unos 45 años, moreno con el pelo corto y piel morena.
Me dijo que se llamaba Daigo y que me había encontrado dentro de una cueva inconsciente por lo que me cuidó y me acogió. Yo le pregunté por mi padre, pues mi madre ya sabía que yacía muerta. Él me respondió que no quedó nadie con vida. Ésto me afectó bastante, venía de familia pobre y no tenía ninguna otra familia que mis padres. No tenía donde ir ni que hacer pero Daigo se encargó de mi y me enseño el arte del Iaido con una condición, que no usara sus enseñanzas para la venganza y que siempre que las usara fuese para defender a los demás y en última instancia para defenderme a mi mismo. Me costó mucho entender todo eso y sobretodo porque no podía dar muerte a aquel que tantas muertes había dado...
Pasaron los años, pero las guerras aun se sucedían. No salí del dojo de mi sensei Daigo, sólo podía mantener alguna relación social con él, no conocí a otras personas. Me pase la vida entrenando y oyendo las lecciones de mi maestro Daigo basadas en el honor y la conservación del mismo hasta la muerte, pues la muerte es pasajera, el deshonor no; y las lecciones de la paciencia, clama y serenidad. Llevaba una vida basada en la humildad y en la ayuda al prójimo sea quien sea. Mi maestro me obsequió con el don de la clemencia, todos podemos cambiar, toda persona tiene una parte buena aunque esta cueste de aflorar. No se debe dar muerte a la ligera, ni los más sabios sabrían discernir entre una muerte justa y otra injusta.
Cuando cumplí los 21 años, mi maestro se mostraba algo distante conmigo, parece ser que encontró algo en mi que no le gustaba. Después de mi examen mi maestro me dedicó unas palabras.
-Kamui, has sido un buen alumno y ya es hora de que dejes este dojo y vayas a conocer gente, haz amigos, busca aventuras, busca tu propio entrenamiento y nunca olvides lo que te he enseñado... y por encima de todo conserva tu honor...- se veía algo triste por estas palabras.
-Si éste es vuestro consejo sensei lo seguiré... aunque tengo todo el tiempo del mundo...
- Bien.. veo que eres paciente y sereno... te he enseñado bien... no me hagas sentir avergonzado de tí, cumple con tu deber, protege a los débiles, no odies a los que de odio se alimentan y nunca mates... solo defiende tu vida con la vida del otro...
Mi maestro me dió una armadura que le pertenecía y una vieja katana que había usado para mi entrenamiento.
- Ésta katana es vieja Kamui pero sigue cortando como el primer día. Es una bonita tradición en los samurai heredar la katana y la armadura de la familia...-me miro, yo bajé un poco la cabeza al pensar que ya no tenía familia y él prosiguió-pero más bonito aun es comenzar tu esa tradición en tu familia...
Después de la despedida me encaminé a Faerun para empezar mi vida. En el viaje en barco hacia el gran continente pasamos por una tormenta que destrozó nuestro barco. Llegué a pensar que había llegado mi hora pues toda mi vida estaba llena de desgracias, pero la dama Fortuna quiso que yo viviera. Conseguí llegar a la costa pero exhausto volví a caer inconsciente.
Me desperté en un hospicio donde unos monjes trataban mis heridas. Después de unos dias pude retomar mi camino pero esta vez no era tan fácil pues en mi memoria rondaba la idea de la muerte, y empecé a atar hilos sueltos de mi vida; por eso el asesino no me dió muerte y por eso mi maestro se apiadó de mí y me entrenó y por eso mismo me ha dicho de salir de viaje para ver el mundo y conocer a otras personas, para no morir solo... Los monjes me informaron que una enfermedad grave me afectava, una maldición como ellos llamaban, por lo que el tiempo era un lujo que no podía malgastar.
Al poco tiempo de caminar puede ver la entrada de una pequeña ciudad llamada Nevesmorta donde detuve mi viaje para ver si podía encontrar alguna persona que se interesara por mí.
Kamui Otome
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