Parte de algo- Crónicas de la vida de Piwien Vilo

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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silfide_arcana

Parte de algo- Crónicas de la vida de Piwien Vilo

Mensaje por silfide_arcana »

Los soles alargaban las sombras de los pinos, durante dekhanas, mientras Piwien Vilo jugaba con una daga entre sus dedos. Apoyada en el tronco de un árbol, no quería otra cosa que fundirse en aquella calma, pertenecer a algo, pues desde que tenía memoria, no pertenecía a ningún sitio. Desde niña sobreviviendo a base de utilizar la picaresca. Robando comida de caravanas, durmiendo en cuevas, a veces habitadas por todo tipo de trasgoides. La Piwien adulta era incapaz de recordar qué la había obligado a tomar el camino lejos de su hogar, no recordaba siquiera el sitio al cual pertenecía. En su mente danzaban sombras mezquinas de rostros con resquicios de pertenecer a sus recuerdos más cercanos a algo paternal. Y después todo se volvía rápido. Vertiginoso.



Supervivencia superponiéndose ante cualquier cosa. Las hambrientas heladas, en las que la niña había pasado el hambre más atroz. Carencias que habían crecido en un cuerpo menudo, ágil, y una habilidad casi innata de permanecer con vida. Hasta encontrar Nevesmortas. Nevesmortas… tierra de nadie, hospicio de todos. Si un lugar era el apropiado para acoger a alguien sin pasado, a alguien sin futuro, ese lugar era Nevesmortas. La villa se había abierto paso ante ella como un espejismo de esperanza. Había cambiado sus harapos rotos por prendas de ropa limpia y perfumada, el trato de las gentes la había reeducado. Evidentemente, una criatura que recurre a todo tipo de artimañas para asegurar su vida, había tenido que verse obligada a amoldarse al viajero. Mentir, intimidar, persuadir, e incluso… en algunas situaciones en las que la superioridad numérica no era un problema… matar. La vida ajena por la propia. Le parecía un trueque justo. Y allí pasaban los soles, las granizadas. Saludando a las gentes, entablando amistades vacías. Otro ejemplo más de su capacidad de adaptación. Y la bondad de aquellas gentes, el calor del seno de una familia adoptiva en los brazos de aquellas personas, muchas de ellas abiertas a ofrecer, generosas de amor….



No eran nada para ella.


Aquellos brazos, abiertos y cándidos, eran tan solo las ramas más bajas de un manzano, tan solo útil en cuanto a tomar del árbol aquello que podía satisfacerla. Y el amor… quién necesitaba aquello, cuando jamás lo había conocido.


Piwien Vilo hacía girar entre sus dedos una daga. Jugando a cortarse, a no cortarse. El riesgo era una de las cosas que la hacían sentir viva. Y sobrevivir a aquello, la hacía trepar hasta las estrellas sin soga. Había pasado semanas allí abajo, matando a los osos que emigraban del sur a establecer sus territorios, deshaciéndose de bandidos, y otros ladrones menos diestros en su profesión de lo que ella era. Pues ella no tenía profesión, aquello que llevaba a cabo era algo más que una muda monetaria. Era su propio estilo de vida. Y los asesinos de a pie… se reía de ellos. Aparecía de entre las sombras para hacer un corte limpio y contundente en la yugular. Los asesinos eran cervatillos en un redil, cervatillos maniatados, pues ella representaba el verdadero espíritu salvaje del asesino. Frío, sin remordimientos, salvaje en cuanto a destreza, sutil como un felino. La delicadeza y destreza de un elfo y el instinto asesino más primario, animal, salvaje, ingredientes cocidos en la mejor de las ollas: el aislamiento.




Aquel día, por el bosque, camino a Adbar, en las frías colinas donde los gnolls habían levantado tiempo atrás sus campamentos, bajo un pino nevado, Piwien divisó a lo lejos un joven noble solar. Sus ropitas entretejidas con piedras preciosas y otros materiales ridículamente caros e inútiles, apestaban a perfumes delicados y elaborados, hasta tal punto que Piwien creyó que haría despertar a todo el bosque. Iba acompañado por dos escoltas, a caballo. Del cinto le colgaba un paño de terciopelo bien plegado, en el que resonaban los leones de oro, trotando a la par que el corcel. Y Piwien tan pobre. Hambrienta. Jugando con una daga entre los dedos. La guardia que escoltaba al joven parecía una muralla torpe de hojalata, tronando a cada movimiento en la quietud de la nieve. No representaban una amenaza. E incluso era probable creyeran que era una mendiga, y le dieran dinero, o incluso cobijo. Pero Piwien llevaba ya tiempo en Nevesmortas, y había visto en bastantes ocasiones sus necesidades básicas ya cubiertas. Era momento de incubar ambiciones. Dinero, poder. Un merecido sueldo que pagaba un trabajo bien realizado, el trabajo de su vida. Se levantó ágilmente de un salto, y trepó por los árboles, fundiéndose en las sombras.



El joven avanzaba despacio, en el centro, y a ambos lados, los escoltas, armados hasta los dientes. Entonces sucedió. La muchacha cerró los ojos, inspiró, y se lanzó al vacío de metales, sobre el joven. Ambos se abalanzaron hacia ella a la vez, mientras el noble se cubría con ambas manos. Rechinaron las espadas chocando una con otra, en su ansia por acabar con la amenaza del noble solar. Saltando de corcel en corcel, escondiéndose entre las sombras, la joven agarró con firmeza la daga, y cada espacio de carne visible en la escolta, terminó por sangrar irremediablemente. Una de las espadas zumbó en su oído, rasgándole el hombro. Pero eran tantas las heridas que le habían infringido en su vida… que siguió avanzando, haciendo una mueca de dolor. Una vez muertos los guardias, sonriente, con una expresión de felicidad casi infantil, Piwien fue consciente de lo que había hecho. Dos guardias. Los dos muertos, sobre sus flamantes corceles blancos, ahora salpicados del rojo de la sangre de sus amos. Superioridad. Poder. Superposición. Piwien se irguió sonriendo en la silla de uno de ellos, un equilibrio perfecto, los ojos verdes brillando de emoción, y el cabello rojizo, flotando en el viento. Enseguida el noble se doblegó entre llantos, entregándole en bandeja, entre temblores y balbuceos, aquellos objetos de valor que tenía para salvar su vida. Piwien los tomó lentamente, sin mediar palabra, colocándolos en las bolsas de cuero que colgaban a los costados del equino que estaba montando. Y una vez guardados con meticulosidad, volvió su mirada fija en el desconocido.



Pausa. Frío y viento. Y un solar lloroso aunque esperanzado por habérsele permitido seguir viviendo.



No- Pensó Piwien- La suerte no es un modo de supervivencia. La permisividad no es un camino viable.



Y de repente, de un movimiento fugaz, rápido y elegante, Piwien había vuelto a sacar la daga ensangrentada de la bota, y tras el dulce crujido del metal atravesando los tejidos de oro entrelazado, la suave piel hidratada, y los órganos sanos, el noble cayó muerto.


Y allí estaba Piwien. Entre tres cadáveres que no habían representado una amenaza. Rodeada de riquezas. Y no se sentía culpable en absoluto, pues le parecía el precio justo. Si aquellos poseedores no tenían la habilidad suficiente para sobrevivir, no merecían la vida. Y las posesiones, tanto materiales como espirituales, el poder, la fe, se convirtieron para ella en algo por lo cual se luchaba hasta la muerte. Si se era capaz de defender algo defendiendo tu propia vida, merecías lo que poseías. De lo contrario…



Entre la bruma gélida de los parajes que conducían hasta Adbar, sonriente entre manchas sanguinolentas, sobre el gris de corceles y nieve, se hallaba Piwien, el hombro sangrándole a borbotones, seguramente inútil por un tiempo, formando parte de algo.
Gorfuk

Re: Parte de algo- Crónicas de la vida de Piwien Vilo

Mensaje por Gorfuk »

Vaya cambio... de una jovial CN a una malvada CM... Más vale que tenga cuidado, los tipos de negro con dagas envenenadas están mal vistos, aunque después todo el mundo quiera echar mano de ellos :P .

Muy bien relatado, buenas descripciones sin llegar a ser tedioso. Una lectura fácil y agradable pero que engancha por su intensidad :) .
silfide_arcana

Re: Parte de algo- Crónicas de la vida de Piwien Vilo

Mensaje por silfide_arcana »

:D
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