//Poco a poco poniendome al día... Llevo tiempo con esta historia atascada así que mejor postearla hasta que se me ocurra como seguirla (o mejorarla, pf)
I.
No era la primera vez que, en la Mansión Tasartir, estallaba una discusión en la mesa. A Aziza, la ya madura elfa de cabellos oscuros, de nuevo había interrumpido su meditación a causa de un estallido proveniente de la habitación de su hija menor, Maranwë.
- ¡Ya es la cuarta vez en esta dekhana! ¡Sea lo que sea que estés haciendo, debes terminarlo inmediatamente! Estoy harta de andar adivinando cuando puedo tener mi momento de tranquilidad en mi propia casa - había gritado entonces en esa ocasión.
Maranwë estaba furiosa y apenada al mismo tiempo. Si, era cierto que los estallidos se estaban volviendo insoportables y cada vez más frecuentes. Pero ella no sabía por qué, ni cómo, las cosas frágiles estallaban en su pieza mientras meditaba ¿Cómo explicar que nada de eso era intencionado?
- Es obvio que intenta llamar la atención, mamá - comentó Eamanie, la mayor de las dos hijas, mientras corría de su rostro un mechón del cabello casi violáceo idéntico al de su madre. - Sabe que no tiene muchas otras formas… claro, aparte de usar esos vestidos tan escotados…
- Tú también te muestras bastante - respondió bruscamente la hermana menor. Solamente callaba si debía discutir contra sus padres, pero no contra Eamanie, quien disfrutaba mucho de opinar.
- Yo tengo otras formas de llamar la atención y lo sabes, Marita- le sonrió y se levantó de la mesa, observando la escena una última vez - Si me necesitan estaré arriba, tengo un desorden más importante al que atender.
No ocurrió mucho más en la mesa desde la retirada de Eamanie, exceptuando el farfullo inaudible de Maranwë y la negación de Aziza, que aunque algo enojada, contempló pensativa como la elfa más joven subía con desgano la escalera de caracol.
La tarde avanzó con lentitud para Mara, aún con esa percepción tan leve del tiempo que primaba en la mansión de los elfos. Solo con la primera estrella de la noche el padre se hizo ver fuera de su despacho, al tiempo que Durgim y Belgar, los dos enanos, salían despidiéndose apenas de las otras integrantes de la familia. Ver enanos saliendo de una mansión que, se sabe, era habitada por elfos, hubiera resultado bastante extraño de no saber que Ilthilior Tasartir era un viejo comerciante que se había ganado cierta reputación en Aguas Profundas, la Ciudad de los Esplendores donde cada raza tenía representación y las mercancías más extravagantes se podían ver desfilar sobre las carretas.
Habría sido una jornada todavía más larga esa vez para él, de no ser porque Eamanie le había ayudado con la administración de las mercancías e incluso con la preparación de algunos documentos un tanto formales. La mayor de las hermanas tenía facilidad para cualquier tipo de tarea, motivo por el cual no era extraño que sus capacidades fueran tópico recurrente de aquella “familia bien”.
La cena con su padre, ceremonia monótona de cada luna, era muy diferente a las discusiones de los mediodías. En esos momentos una calma superficial (pero elegante) inundaba el ambiente mientras los tintineos de los cuatro juegos de tenedores (por comensal) irrumpían el silencio. Las mujeres no sabían con real exactitud qué le demandaba tanto trabajo a Ilthilior que pasaba la mayoría del tiempo ausente, pero el carácter severo del elfo ante aquellas preguntas las mantenía al mínimo en la familia.
Sin embargo, el avejentado padre se mostraba cariñoso con sus hijas y con Aziza. Esa noche mostró su más amplia sonrisa mientras alzaba su copa de vino invernal.
- Al fin lo he concretado, chicas - anunció -. Los enanos aceptaron el trato y en unas dekhanas llegarán los primeros suministros. Como sabrán, la herrería enana es sin duda motivo de elogio para su raza, y créanme, cualquiera que sepa de hachas mataría por poseer una enana- dijo en tono bromista y a continuación, alza la copa aún más -. Otro gran paso para lograr un renombre. ¡Propongo un brindis, por la fortuna que nos prometen las primaveras que vendrán!
Todos se pusieron de pie y sus copas chocaron entre sí, sonriendo entre felicitación, elogio y agradecimiento.
- ¿Y cómo les convenciste de que nos vendan las artesanías de las que tanto presumes? - preguntó Aziza con asombro.
- Bueno -Ilthilior lanzó una suave risilla y rodeó a Eamanie con el brazo, que sentada a su lado se mostró radiante en seguida-. Ea me ayudó con la “persuasión”. Ambos preparamos un discurso más que convincente. ¡Deberían haber visto como finalmente aprobaban todas mis propuestas!
- Vaya… Si, ustedes forman un equipo formidable. Pues felicitaciones para ti también -. Aziza levantó de nuevo la copa aunque esta vez sin pararse, chocándola con las del resto y dio contenta otro delicado sorbo al vino.
Mientras Eamanie aceptaba los halagos con aparente modestia, Mara esbozaba una sonrisa muy poco auténtica, sumergida en sus propios pensamientos. Esa dekhana había sido particularmente mala para ella. El constante estallar de cosas en su cuarto estaba empezando a ser motivo no solo de discusión sino de preocupación para la joven. Al principio, como toda persona asustada, inventó para sí misma excusas de todo aquello debía ser una simple casualidad, un accidente al pasar. Pero los estallidos empezaban a ser reiterados, al punto que dejar un jarro de cristal en su habitación representaba una pequeña amenaza. Ya no había excusa que la respaldase, debía encontrar la explicación y cuanto antes.
La cena concluyó, y luego de una charla poco animada sobre negocios y algún que otro chimento (Eamanie no paró de hablar de un antiguo novio resentido), los cuatro elfos se dispersaron en la gran casona, comenzando su meditación. El azul de medianoche se derramaba por las ventanas del cuarto revuelto de la menor de las elfas que, acostumbrada al incesante barullo que caracterizaba a la Ciudad de los Esplendores, poco tardó en sumirse en lo más profundo de un sueño…
Hermanas Tasartir
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Re: Hermanas Tasartir
Estaba en medio de un bosque, oscuro, intimidante. Se palpó, llevaba apenas un harapiento vestido, lleno de agujeros y cortes. Sus manos, aunque no le dolían, presentaban un entramado de cortes en toda la palma. Tragó saliva asustada. Estaba huyendo de algo… ¿pero qué era? Solo sabía que debía abandonar ese lugar y pronto, así que comenzó a adentrarse aún más en la espesura, buscando la luz entre tanta penumbra.
Un rayo de luz luna se filtró desde las ramas más altas de los árboles. El resplandor parecía poder brindarle protección dentro de tan feroz oscuridad, así que caminó hasta llegar a él. Pero al poner un pie en donde el brillo impactaba con la tierra, un dolor punzante la penetró desde la planta de los pies. Miró el suelo y vió fragmentos de cristal, aparentemente de una botella, diseminados unos cuantos metros más allá. El pie con que había pisado esos trozos filosos estaba ahora cubierto de sangre. Entre murmuros e improperios musitados inconscientemente en lengua enana (de tanto haber oído hablar a los enanos ya había interiorizado esos términos), alzó un más la vista y entonces vislumbró una rústica cabaña, algo que antes no había notado.
Entro rengueando, abriendo la puerta de par en par, sin siquiera golpear, esperando encontrar dentro al responsable de esa botella tirada que le había lastimado en el camino. Pero se quedó en el molde, sorprendida, cuando solo encontró a Eamanie dentro, experimentando entre calderos, semillas, raíces de jengibre, flores y un sinfín de viales y frascos vacíos. La mayor de las elfas estaba canturreando como quien cocina, y el aire de la cabaña parecía estarse inundando lentamente de olor a quemado, aunque ésta no parecía percatarse.
- Mara ¡al fin te veo! - Eamanie la invitó con una de sus sonrisas profesionales a pasar, sin moverse del caldero humeante donde estaba echando las raíces de jengibre - Pasa, pasa, estaba a punto de terminar con esto -. Señala el caldero con un ademán, donde compuestos que Maranwë no identificaba se arremolinaban en un líquido burbujeante.
- ¿De qué demonios se trata esta vez? - preguntó Mara de mal humor, cerrando la puerta y acercándose con dolor. Tenía la sensación de que ya había vivido ese momento antes - ¿De nuevo estás intentando fabricar perfumes? Pero si… - se interrumpe - ¿Esas no son las flores del jardín de la anciana Lunei? - alzando una ceja incrédula.
- No las extrañará, créeme. Ahora son parte de un descubrimiento sin precedentes. - respondió Ea mientras las echaba al caldero. Tomó un cucharón de madera y siguió revolviendo.
- Si tenemos de esas en el jardín - Mara suspiró mientras se miraba el pie lastimado. - ¿Como las tomaste sin que se diera cuenta?
- Estas son mejores que las que tenemos nosotros en el jardín. - replicó. Pero Maranwë no veía ninguna diferencia - Dame solo unos minutos y entenderás de qué estoy hablando.
Un gruñido áspero interrumpió la charla. La mayor de las hermanas abandonó la sonrisita y entrecerró los ojos, atenta al sonido que parecía venir de afuera.
- ¿Escuchaste eso? Ahí vienen… Las nuevas adquisiciones- dijo.
- ¿Quiénes? - preguntó Mara. Eamanie parecía tranquila, como si los esperara. Pero el sonido era al menos, intimidante. Agudizó el oído y oyó la voz de su padre, diciendo algo aún más extraño.
- Entrenados, fieles, son tan mansos que no podrían hacer daño ni a una mosca… ¡Los guardianes perfectos! ¡Al módico precio de 500 monedas de oro!
Mara no tenía idea de lo que estaba pasando. Apenas tuvo tiempo para adivinarlo cuando un aullido se oyó fuerte del otro lado de las paredes. Al instante, la puerta de la cabaña se abrió dando paso a una reducida jauría de lobos, ladrando y gruñendo furiosamente. Mara saltó hacia atrás con un chillido atemorizado.
- ¡¿Se salieron de control?! -Eamanie dio un paso atrás, pero no tardó en musitar -Eso pasa cuando no me piden ayuda -. Aunque parecía tener miedo, mantenía su postura altiva. Los lobos se acercaban cada vez más, arrinconándolas en el fondo de la cabaña. La ayuda no parecía llegar y los nervios de Mara iban en aumento.
Un frasco de Eamanie estalló, y sus fragmentos volaron en toda dirección. La explosión le ocasionó un corte en la mano, mientras que otros de los fragmentos le hacían tajos al vestido, con la ferocidad con la que salieron disparados.
- ¿Estás loca? - chilló Eamanie mirándose. Unas gotas de sangre empezaron a brotar de sus mejillas.
Y entonces Maranwë recordó por qué huía en ese bosque. Muchos estallidos, jarros, espejos… ella no había podido detenerlo. No le había quedado otra opción que alejarse hasta encontrar una respuesta, o al menos ella lo creía. Por eso su vestido estaba tan maltrecho, al igual que sus manos: estaban llenas de cortes por esas mismas explosiones que ella no podía detener.
- ¡Déjate de estupideces y haz algo! - gritaba su hermana, abandonando por completo la calma mientras se palpaba las heridas.
Entonces, buscando alternativas, vió el fuego que aún ardía bajo el caldero. ¡Eso! ¡El fuego los detendría! ¡Fuego!
- ¡FUEGO! - gritó Mara (o al menos eso creía que gritaba) como si pudiera, simplemente, evocar al fuego con sus propias manos. Y por extraño que pareció, las llamas se desparramaron sobre las paredes de madera de la cabaña como si hubieran obedecido una orden. El efecto logró auyentar a los lobos, que salieron corriendo a increíble velocidad.
Mara sonrió y miró a su hermana, radiante. Pero esta se hallaba agazapada en un rincón.
- ¡¿Qué has hecho?! ¡¿QUÉ HAS HECHO?! ¡Nos vamos a incendiar! ¡Nos vamos a MORIR!
El grito histérico la hizo entrar en razón. Miró el resto de la cabaña y abandonó su sonrisa. El fuego iba consumiendo las paredes, el suelo. Las llamas estaban rodeándolas por completo…. Bloqueaban la salida…
Tosió, el aire ya no podía respirarse.
- ¡Maranwë! - Una voz familiar resonaba, haciendo eco sobre la tos de ambas…
-¡¡MARANWË!!
Abrió los ojos. El cabello blanquecino de su padre, reflejando las llamas, fue lo único que llegó a distinguir con claridad. Sintió como su pesado cuerpo iba bajando las escaleras en brazos de Ilthilior, mientras ese dormitorio al rojo vivo se iba perdiendo en el horizonte…
Un rayo de luz luna se filtró desde las ramas más altas de los árboles. El resplandor parecía poder brindarle protección dentro de tan feroz oscuridad, así que caminó hasta llegar a él. Pero al poner un pie en donde el brillo impactaba con la tierra, un dolor punzante la penetró desde la planta de los pies. Miró el suelo y vió fragmentos de cristal, aparentemente de una botella, diseminados unos cuantos metros más allá. El pie con que había pisado esos trozos filosos estaba ahora cubierto de sangre. Entre murmuros e improperios musitados inconscientemente en lengua enana (de tanto haber oído hablar a los enanos ya había interiorizado esos términos), alzó un más la vista y entonces vislumbró una rústica cabaña, algo que antes no había notado.
Entro rengueando, abriendo la puerta de par en par, sin siquiera golpear, esperando encontrar dentro al responsable de esa botella tirada que le había lastimado en el camino. Pero se quedó en el molde, sorprendida, cuando solo encontró a Eamanie dentro, experimentando entre calderos, semillas, raíces de jengibre, flores y un sinfín de viales y frascos vacíos. La mayor de las elfas estaba canturreando como quien cocina, y el aire de la cabaña parecía estarse inundando lentamente de olor a quemado, aunque ésta no parecía percatarse.
- Mara ¡al fin te veo! - Eamanie la invitó con una de sus sonrisas profesionales a pasar, sin moverse del caldero humeante donde estaba echando las raíces de jengibre - Pasa, pasa, estaba a punto de terminar con esto -. Señala el caldero con un ademán, donde compuestos que Maranwë no identificaba se arremolinaban en un líquido burbujeante.
- ¿De qué demonios se trata esta vez? - preguntó Mara de mal humor, cerrando la puerta y acercándose con dolor. Tenía la sensación de que ya había vivido ese momento antes - ¿De nuevo estás intentando fabricar perfumes? Pero si… - se interrumpe - ¿Esas no son las flores del jardín de la anciana Lunei? - alzando una ceja incrédula.
- No las extrañará, créeme. Ahora son parte de un descubrimiento sin precedentes. - respondió Ea mientras las echaba al caldero. Tomó un cucharón de madera y siguió revolviendo.
- Si tenemos de esas en el jardín - Mara suspiró mientras se miraba el pie lastimado. - ¿Como las tomaste sin que se diera cuenta?
- Estas son mejores que las que tenemos nosotros en el jardín. - replicó. Pero Maranwë no veía ninguna diferencia - Dame solo unos minutos y entenderás de qué estoy hablando.
Un gruñido áspero interrumpió la charla. La mayor de las hermanas abandonó la sonrisita y entrecerró los ojos, atenta al sonido que parecía venir de afuera.
- ¿Escuchaste eso? Ahí vienen… Las nuevas adquisiciones- dijo.
- ¿Quiénes? - preguntó Mara. Eamanie parecía tranquila, como si los esperara. Pero el sonido era al menos, intimidante. Agudizó el oído y oyó la voz de su padre, diciendo algo aún más extraño.
- Entrenados, fieles, son tan mansos que no podrían hacer daño ni a una mosca… ¡Los guardianes perfectos! ¡Al módico precio de 500 monedas de oro!
Mara no tenía idea de lo que estaba pasando. Apenas tuvo tiempo para adivinarlo cuando un aullido se oyó fuerte del otro lado de las paredes. Al instante, la puerta de la cabaña se abrió dando paso a una reducida jauría de lobos, ladrando y gruñendo furiosamente. Mara saltó hacia atrás con un chillido atemorizado.
- ¡¿Se salieron de control?! -Eamanie dio un paso atrás, pero no tardó en musitar -Eso pasa cuando no me piden ayuda -. Aunque parecía tener miedo, mantenía su postura altiva. Los lobos se acercaban cada vez más, arrinconándolas en el fondo de la cabaña. La ayuda no parecía llegar y los nervios de Mara iban en aumento.
Un frasco de Eamanie estalló, y sus fragmentos volaron en toda dirección. La explosión le ocasionó un corte en la mano, mientras que otros de los fragmentos le hacían tajos al vestido, con la ferocidad con la que salieron disparados.
- ¿Estás loca? - chilló Eamanie mirándose. Unas gotas de sangre empezaron a brotar de sus mejillas.
Y entonces Maranwë recordó por qué huía en ese bosque. Muchos estallidos, jarros, espejos… ella no había podido detenerlo. No le había quedado otra opción que alejarse hasta encontrar una respuesta, o al menos ella lo creía. Por eso su vestido estaba tan maltrecho, al igual que sus manos: estaban llenas de cortes por esas mismas explosiones que ella no podía detener.
- ¡Déjate de estupideces y haz algo! - gritaba su hermana, abandonando por completo la calma mientras se palpaba las heridas.
Entonces, buscando alternativas, vió el fuego que aún ardía bajo el caldero. ¡Eso! ¡El fuego los detendría! ¡Fuego!
- ¡FUEGO! - gritó Mara (o al menos eso creía que gritaba) como si pudiera, simplemente, evocar al fuego con sus propias manos. Y por extraño que pareció, las llamas se desparramaron sobre las paredes de madera de la cabaña como si hubieran obedecido una orden. El efecto logró auyentar a los lobos, que salieron corriendo a increíble velocidad.
Mara sonrió y miró a su hermana, radiante. Pero esta se hallaba agazapada en un rincón.
- ¡¿Qué has hecho?! ¡¿QUÉ HAS HECHO?! ¡Nos vamos a incendiar! ¡Nos vamos a MORIR!
El grito histérico la hizo entrar en razón. Miró el resto de la cabaña y abandonó su sonrisa. El fuego iba consumiendo las paredes, el suelo. Las llamas estaban rodeándolas por completo…. Bloqueaban la salida…
Tosió, el aire ya no podía respirarse.
- ¡Maranwë! - Una voz familiar resonaba, haciendo eco sobre la tos de ambas…
-¡¡MARANWË!!
Abrió los ojos. El cabello blanquecino de su padre, reflejando las llamas, fue lo único que llegó a distinguir con claridad. Sintió como su pesado cuerpo iba bajando las escaleras en brazos de Ilthilior, mientras ese dormitorio al rojo vivo se iba perdiendo en el horizonte…