Nombre PJ: Heathcliff.
Raza: Semielfo.
Edad: 22.
Alineamiento: Caótico Neutral.
Lugar de Nacimiento: Bosque de Noyvern.
Clase: Mago.
Deidad(es): Su deidad patrona es Hoar, dios de la venganza, el justo castigo y la justicia poética. Respeta al Seldarine y al tótem del Cuervo Negro de Úthgard, de modo que honra a sus antepasados, pero no se guía por sus leyes ni tradiciones.
Familiar: Una pixie que responde al nombre de Shiphi.

Prólogo:
La calma precedente a la tormenta dominaba un claro del norte del bosque de Noyvern. Los bramidos de los ciervos en época de reproducción inundaban el bosque, los cantos de las aves los acompañaban, arrullados por el sonido del viento entre las altas copas de los árboles. Un conejo blanco asomaba un día más la cabeza, mientras se aventuraba fuera de su madriguera para saciar su sed en un riachuelo cercano, cuando una figura pasó a toda velocidad frente al animal, que volvió a la seguridad de su hogar con un estremecimiento de pánico.
El aterrorizado joven corría a través del frondoso bosque. No llevaba un rumbo fijo ni sabía adónde se dirigía, simplemente, se lanzaba a una frenética carrera, espadón en mano, huyendo con rapidez de sus recuerdos, sin hacer caso a los cortes que las ramas bajas de los árboles le infligían en el rostro y los brazos. No le perseguía ningún ente corpóreo, nadie intentaba darle caza, y, sin embargo, quien le viese, con el castigado torso repleto de antiguas cicatrices de latigazos, los labios sangrantes y los cabellos enmarañados, diría que escapaba de una vida de esclavitud.
Pero los hados, la suerte o la simple torpeza, en ocasiones, nos empujan a un desenlace que no deseamos. Y si había algo que faltaba a Heathcliff ultimamente, era el favor de Tymora.
Su cuerpo le pedía descanso, los músculos agarrotados. Su jadeante respiración, el corazón que bombeaba, estremecido de dolor por la larga carrera, le imploraban un alto, mas el semielfo, cabezón como pocos podrían serlo, se negaba en redondo a permitir que el cansancio le venciera, dispuesto a poner tierra de por medio entre su pasado y él aunque no supiera adónde iba. Sin embargo, no imaginó que ésa no era una decisión que le correspondiese tomar a él.
Y, posiblemente por ello, fue aquél árbol quien decidió colocar su raíz en el camino del muchacho y alzarla. O, tal vez, era su destino no pasar de allí sin evitar morir por la fatiga. Poco importaba la razón. Tropezó y cayó al suelo dando tumbos con estruendo. Su rostro golpeó el suelo repleto de hojas secas, y su misma alma se sacudió de dolor, de cansancio. Cuán fácil sería no resistirse, hundirse en las tinieblas para no despertar jamás. Su cuerpo no le obedecía, rechazando que su mente le comandase más allá de ese punto.
Siguiendo los dictados de su alma sin que le quedase otra opción, el mestizo yació en la fría alfombra de hojas. Y alli, cayó en las oscuras simas de la inconsciencia.