Tres días antes - Ocaso.
- Déjame echar un vistazo -extiendo el plano sobre el mugriento camastro de la habitación de la posada, ojeándolo.
- Te digo que es el auténtico, Sûl. ¿Es que no confías en mí? -el mediano bufa, mirándome.
- Es evidente que no -espeto, paseando la yema del dedo índice por la cara interna de mi muslo derecho, siguiendo el curso de una cicatriz, con los ojos fijos en él. Sigue el movimiento con la mirada, sonrojándose-. La última vez que lo hice me dejaron éste bonito recuerdo -concluyo con ironía.
- Bueno... un ligero contratiempo... -ríe, de forma nerviosa- yo no sabía que esos tipos iban a aparecer de la nada, yo... -alzo una mano hacia él.
- Suficiente -enrollo de nuevo el pergamino y lo guardo en mi mochila-. Lo haremos dentro de tres días. Recuerda cuál es el trato: entramos, buscamos la caja, la cogemos y nos largamos a cobrar, sin distracciones. No hagas gilipolleces. Si volvemos a fallar un encargo por tu culpa, Jimmy, vas a gritar tanto que los estúpidos cantamañanas querrán componer canciones inspiradas en tu dolor.
- ¡Eh, eh! -Comienza a retroceder de espaldas a la puerta, alzando ambas manos, sudorosas- Saldrá bien, saldrá bien. Confía en mí.
Se escabulle tras la puerta, con su risilla nerviosa e hilarante, y yo me quedo a solas con la oscuridad.
Tres días antes - Lunaoscura.
Abro los ojos súbitamente, pero no me muevo. Juraría que he sentido algo, aunque no hay ventanas y sé que he cerrado la puerta. Encontrarme sumergida entre el manto de las sombras es una de las pocas cosas que me reconfortan, que me hacen sentir cómoda y relajada de verdad. No hay nada en el habitáculo que las perturbe: ni la lánguida luz de una vela, ni el cintilante parpadeo de los farolillos de aceite.
Me incorporo sin hacer ruido y, alzando levemente la falda del camisón, empuño la daga que reposa en el liguero del muslo derecho. Sondeo la oscuridad, pero no distingo ningún movimiento. Afino el oído, pero no me llega ningún sonido más allá de mi propia respiración. Avanzo hasta la puerta, casi deslizándome. Con la zurda, compruebo lentamente el picaporte... que cede sin mayor dificultad. Y entonces lo escucho. La madera del suelo cruje a mis espaldas.
Girando el torso hacia atrás lanzo la daga en dirección a ese sonido y, en lo que tardo en terminar de girar sobre mí misma para acabar lanzando una patada, me doy cuenta de que la daga no ha impactado. La escucho clavarse en la pared con un ruido sordo. Mi golpe tampoco llega a su destino: en su lugar, unas manos ásperas y delicadas a un tiempo ascienden por mi muslo, acariciándolo con las yemas de los dedos.
La puerta entreabrierta deja entrar un suave halo de luz mortecina que me permite distinguir en la figura que se alza frente a mí unos ojos grisáceos y media sonrisa divertida.

La veo prender las mechas de un par de velas a medio gastar que reposan sobre el escritorio de madera raída, observándome de reojo. Me he sentado al borde de los pies de las cama y no puedo dejar de observarla. Hay algo en Sûl que hace que resulte amenazadora y atrayente a un tiempo.
Se sienta en la silla al otro lado de la mesa, con el torso girado hacia mí, los pies cruzados sobre la mesa y un brazo apoyado en el respaldo... y me parece delicioso: de nuevo esa chocante mezcla entre la distinción más absoluta y el callejerismo más bajo.
- Así que... -aventura ella, haciendo un ademán con la mano libre, como invitándome a explicarme.
- He escuchado que estás en problemas... como siempre -sonrío, divertido, y ella devuelve media sonrisa moviendo la mano en un vaivén para restarle importancia.
- Ah, Khrog... ese maldito semiorco cree que le debo oro -estira uno de sus mitones parsimoniosamente, recolocándolo. Repite la operación con el compañero.
- ¿Lo cree?
La miro con evidente incredulidad, arqueando ligeramente una ceja. Ella baja las piernas de la mesa y apoya los codos en la misma, posando la barbilla en sus dedos y mirándome desde abajo con esos ojos fríos y argénteos, como dos puñales que te atravesaran sin poderlo remediar. Su cabello revuelto se me asemeja a una maraña de oscuridad que contrasta con su tez blanquecina. Así es, frágil y amenazadora, como un felino dispuesto a saltarte a la yugular.
- ¿Ahora qué eres, Isendur? ¿Mi padre? -Se inclina un poco más, sin alterar la postura, y en sus labios se dibuja media sonrisa traviesa- ¿Has venido a castigarme por haber sido mala? -Pregunta, casi en un ronroneo sibilino. Me incorporo y acaricio su mejilla con el dorso de la mano, pasándola después por sus hombros, hasta quedar tras ella masajeándole los mismos.
- He venido a sacarte de toda la mierda que dejas que te caiga encima... -Me inclino hacia ella, susurrándole muy cerca del oído- como siempre.
La escucho emitir un leve siseo, molesto. Tiene esa mala costumbre. Deja caer su cuerpo contra el respaldo, abandonando la picardía por una aparente indiferencia, aunque sé que está molesta por la negativa. Pasea la lengua por sus labios para terminar mordiendo el inferior, pensativa.
- ¿Qué tienes pensado? -Pregunta finalmente. Sonrío.
- Jimmy.
Tras un largo silencio, ella también sonríe.