
Preludio I
En una pequeña villa de Calim dos chicas charlaban animadamente bajo la sombra que les ofrecía el techo de su patio interior.
-¿Te has enterado, Lea? ¡Otra caravana de norteños acaba de llegar!
-Bueno, no creo que vengan a tomar el té con nosotras, hermana -Bromeaba la menor de las dos.
Una voz masculina bastante grave resonó en el interior de la casa, cortando la conversación de las jóvenes -¡Eleanor, Saevina, venid hijas!
Las dos chicas, ninguna superando los veinte años, entraron en la casa decorada con lujosa pedrería y exóticas telas.
-Hijas, tenéis que ir al Khanduq a recoger mi nuevo sable.
-¡Pero padre! -Protestó la mayor- ¡tenemos esclavos par...
-Me da igual -Espetó autoritario el hombre de unos cincuenta años, mientras se mesaba la barba-Los esclavos no son de fiar en asuntos de tanto dinero.
A regañadientes, Saevina abandonó la sala, mientras su padre despachaba a su otra hija, Eleanor, que le pedía disculpas por el comportamiento de su hermana.
-No es justo que nos trate así -Mascullaba la hermana mayor.
-No tenemos elección, y así aprovechamos y tomamos un poco el aire -Dijo la menor mientras ambas pasaban por los caminos elevados destinados a que la nobleza se moviera sin la molestia de los pobres y los esclavos.
Cuando llegaron a la tienda, Saevina se dirigió al dependiente para recoger la espada mientras Eleanor registraba con sus ojos verdes todo el arsenal de la armería.
-¿Son bonitas, verdad? -Le preguntó un elfo que miraba el mismo armero que ella.
La morena de ojos verdes miró de arriba a abajo al elfo rubio, vestido con ropas de noble norteño y armado solamente con un estoque que parecía de buena manufactura, extrañada de que un extranjero le dirigiera la palabra a ella, y sobre todo que le sonriera sinceramente.
-Eh... sí, mucho -Dijo desconfiada, y algo sonrojada por la sorpresa que le había generado el elfo.
-Oh, disculpe mi atrevimiento, pero no sé como se trata a las señoritas aquí, mi nomb...
-¡Ah! ¡No se preocupe! -Exclamó Eleanor, pensando que el elfo había terminado- Pe...perdón, dígame -Cortar al elfo fue ya el colofón en la vergüenza de Lea, acostumbrada a la rígida educación de su casa.
-Lea, ya lo tengo, volvamos a casa... -Dijo Saevina con el sable envuelto en un paño carmesí, y preocupada por que su hermana hablara con un desconocido...elfo para más señas.
-¡Ay!, lo siento mucho, pero me tengo que ir -Se disculpó la joven de ojos verdes.
-No te preocupes, ya nos veremos -Le estó importancia el elfo sonriendo a Eleanor y a Saevina.
Mientras las hermanas se alejaban de la tienda por los pasos altos, la hermana mayor reprendía a la pequeña -No debes hablar con desconocidos, y menos con extranjeros, ¿entiendes? No son de fiar. -Mientras los ojos marrones de Eleanor se clavaban en su hermana, los ojos verdes de la pequeña aún miraban atrás hacia la tienda, cautivados con el recuerdo del elfo.