Crónicas del clan Moramontañas
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Crónicas del clan Moramontañas
La Batalla de Felbarr, lucha por un hogar
El viento que soplaba desde las cimas del Espinazo del Mundo helaba su gigante nariz, que de por sí estaba habitualmente enrojecida, ya fuera por el frío del Norte o por la quotidiana cantidad de alcohol que bebía. Aún así, no parecía que le afectará lo más mínimo, pues su mirada se concentraba en el humo que ascendía hasta enegrecer el cielo.
Desde una colina formaba hombro contra hombro en una unidad de infantería junto a casi cuatro docenas de enanos más, todos ellos compañeros de armas, algunos incluso parientes. Sus ojos grises se copsaron más tarde en el estandarte que ondeaba entre las cabezas cubiertas por yelmos de sus camaradas. En su mente, dudaba del porqué se había unido a esa hueste procedente de toda la Marca bajo esa bandera que mostraba dos Hachas de guerra y una Corona como emblema. Fue entonces, cuando descendió todavía más su mirada y topó con la imagen que reflectaba su escudo, una Montaña enrojecida por la luz del Alba invitándole a entrar. Comprendió ante aquella revelación que estaba allí para obtener un hogar, para su família y su clan.
Finalmente sonaron los cuernos que daban la señal y el pelotón empezó a descender ladera abajo dirección hacia la ciudadela en llamas. La batalla por recuperar Felbarr estaba apunto de empezar.
El viento que soplaba desde las cimas del Espinazo del Mundo helaba su gigante nariz, que de por sí estaba habitualmente enrojecida, ya fuera por el frío del Norte o por la quotidiana cantidad de alcohol que bebía. Aún así, no parecía que le afectará lo más mínimo, pues su mirada se concentraba en el humo que ascendía hasta enegrecer el cielo.
Desde una colina formaba hombro contra hombro en una unidad de infantería junto a casi cuatro docenas de enanos más, todos ellos compañeros de armas, algunos incluso parientes. Sus ojos grises se copsaron más tarde en el estandarte que ondeaba entre las cabezas cubiertas por yelmos de sus camaradas. En su mente, dudaba del porqué se había unido a esa hueste procedente de toda la Marca bajo esa bandera que mostraba dos Hachas de guerra y una Corona como emblema. Fue entonces, cuando descendió todavía más su mirada y topó con la imagen que reflectaba su escudo, una Montaña enrojecida por la luz del Alba invitándole a entrar. Comprendió ante aquella revelación que estaba allí para obtener un hogar, para su família y su clan.
Finalmente sonaron los cuernos que daban la señal y el pelotón empezó a descender ladera abajo dirección hacia la ciudadela en llamas. La batalla por recuperar Felbarr estaba apunto de empezar.
Última edición por Yurin el Mar Feb 14, 2012 3:29 pm, editado 1 vez en total.
Re: Crónicas del clan Moramontañas
Las pruebas de la Orden de Caballería
Primera Prueba
Removiendo sus pertenencías, Moira se dió cuenta de las escasas pociones de sanación contenidas en su zurrón. Con ello, se propuso salir de la villa de Nevesmortas con el objetivo de recoger tantas hojas de aloevera como le fuese posible.
En su búsqueda de plantas medicinales, la enana se topó con una figura que descansaba bajo la sombra de un pequeño olmo. Un varón de rasgos humanos y élficos estaba sentado sobre un tronco caído con la mirada perdida en un viejo poema grabado en una losa cerca del árbol que le daba cobijo. Moira se acercó encuriosida hacia el semielfo.
- Buenos días, semielfo - saludó a viva voz.
El semielfo volvió su mirada a la enana y hizo ademán de saludar.
- ¿Qué hace un semielfo contemplando las vistas a esa ratonera de trasgos?
- Oh! No es eso! – se excusó el otro- Es que me he perdido y no sé volver a la villa.
La enana rió fuertemente.
- Si es así como dice, no me importará acompañarle hasta la muralla norte. Antes pero, me gustaría recoger unas cuantas hojas más de aloevera. ¿Puede ayudarme?
El semilefo no tardó en aprovar el acuerdo, así que ambos se pusieron a cortar las hojas apropiadas de la zona. Una vez terminaron, Moira se presentó.
- Por cierto, mi nombre es Moira, del clan Moramontañas procedente de Ciudadela Felbarr de las montañas Rauvin.
- Mi mío es Seth Saga – respondió el medio-elfo ante tan larga presentación.
Entonces, la enana, alardenando de su pueblo, empezó a contar los diversos modos de vida de los enanos escudo del Norte.
De vuelta a la ciudad, mientras Seth empezaba a entender aquello que la enana le estaba contando, un grupo encabezado por la Comandante de la Orden de Caballería les interrumpió.
- Detenedla! – ordenó a sus acompañantes, entre los cúales se encontraban la Consejera Daya, la escudera Isande, su amiga Keila y un elfo ataviado en una túnica propia de un arcano.
Moira quedó atónita por las palabras de su superior y, sin entender lo que estaba sucediendo, no opuso resistencia al arresto. Envainó su arma y empezó a caminar hacia el norte como posteriormente le vociferó Lady Oira. Escoltada por los flancos por las otras dos integrantes de la Orden.
Fue después, a la orden de alto de Lady Oira, el grupo se detuvo enmedio del camino.
- Aspirante Moira, despójate de tu arma y de tu escudo- dijo la imponente voz de la Comandante.
Acto seguido, se desabrochó las correas que sujetaban el escudo alrededor de su antebrazo para continuar descolgándose la espada enfundada en su cinturón. Lady Oira aprovó el gesto de la enana.
- Ahora, vacía tu cantimplora y deja tus víveres en el suelo- añadió su superior.
Mientras Moira obedecía a lo que se le pedía, la voz de Lady Oira siguió con unas palabras que le dolieron más.
- También todas y cada una de las bebidas alcohólicas que poseeas.
Ante todo aquel espectáculo, la enana miraba fugazmente la cara de su amiga semielfa en busca de una explicación. Su rostro sólo expresaba preocupación.
Lady Oira y la Consejera Lovendil se postraron ante Moira y le dieron las instrucciones a seguir para poder ascender a la categoría de escudero. Su misión era llevar sano y salvo al elfo vestido con una túnica hasta la posada de El Descanso de los Páramos de la Bifurcación. Todo ello tenía que ser realizado sin el uso de armas ni escudos, como tampoco por la ayuda divina de Moradín.
Su protegido no era otro que Silveil, hijo del mago fundador de la ilustre Escuela de Magia de Nevesmortas. Un elfo enclenque que se escondía tras la escudera Isande y que parecía tan sorprendido de las órdenes como la misma aspirante.
Además de Silveil, Lady Oira introdujo otra figura a ser protegida por los puños de la enana, el mismo Seth Saga a quien había prometido llevar a Nevesmortas, ahora se veía envuelto en un viaje en dirección contraria.
Finalmente, los altos cargos de la Orden se despidieron del grupo que tenía que viajar bajo la protección de Moira. Todo después de presenciar la escena en que Keila abrazaba a su robusta amiga y le deseaba lo mejor. Como de costumbre, la enana se incomodó un poco por la situación, agravada por el hecho de que tanto la Consejera como la Comandante estuvieran viéndolas.
En el camino, Moira contaba a los demás el trayecto que harían, deteniéndose exhaustivamente en la descripción del Hospicio y de la deiad a la que estaba dedicado, Marzhammor Duin.
Aunque la conversación de la enana parecía entretener a sus acompanyantes, eso no les libró de los peligros de los caminos. Moira tuvo que enfrentarse contra trasgos, tejones y osgos con sus puños.
Pasado el campamento gitano, Moira sabía que cerca acampaban los mercenarios que los zhentarimm del Mar de la Luna pagaban para destruir la red comercial en la Marca. Pero sólo conocía ese camino para llegar a su destino, así que no tuvo más remedio que presentar batalla totalmente desarmada.
La enana se abalanzó sobre el primer mediano que vió surgir de las sombras cógiendole por el cuello y retorciéndolo hasta oír el crujir de sus vértebras. Desgraciadamente, ese ataque le costó un par de puñaladas furtivas por la espalda; un par de pícaros se habían unido a su camarada muerto.
Mientras giraba su voluminoso cuerpo para hacer frente al ataque desprevenido, una voz familiar y musical acudió en su auxilio. El corazón de la enana se llenó de vitalidad y fuerza consigiendo así acabar con otro mediano asestando un golpe enmedio de las costillas que se rompieron en un sordo sonido. Ahora ya sólo le quedaba el último de esos escurridizos medianos.
El último de los medianos parecía tener una astucia animal para esquivar los puños metálicos, móviendose ágilmente y aprovechando cada oportunidad para hundir su daga en su corpulenta adeversaria. Sin embargo, pareció que la suerte cambió de lado, puesto que los sentidos agudos del mediano parecieron percebir la presencia de un cuerpo deslizándose detrás de él. Fue en ese instante de confusión, que la enana estrelló su guantalete en la nariz del último de sus contrincantes dejándolo en estado de síncope.
- Moira, ¿se puede saber por qué te entretienes tanto? – dijo la voz que empezaba a tomar forma.
- Bah! Ya sabes como me gusta explicar historias y anécdotas de los enanos- respondió ella pues sabía reconocer a la dolce voz.
Ante el grupo se materializó el cuerpo de una sonriente Keila que se unió al grupo en el último y pacífico tramo hasta la posada amurallada.
En las puertas del Descanso de los Páramos un caballero de la Orden dió instrucciones a la aspirante de su próxima prueba: ascender a las Puertas Rúnicas de ciudadela Felbarr sólo con la ayuda de su espada.
//LO DEJO AQUÍ Y SEGUIRÉ OTRO DÍA. ¡ESTO ES AGOTADOR!
Primera Prueba
Removiendo sus pertenencías, Moira se dió cuenta de las escasas pociones de sanación contenidas en su zurrón. Con ello, se propuso salir de la villa de Nevesmortas con el objetivo de recoger tantas hojas de aloevera como le fuese posible.
En su búsqueda de plantas medicinales, la enana se topó con una figura que descansaba bajo la sombra de un pequeño olmo. Un varón de rasgos humanos y élficos estaba sentado sobre un tronco caído con la mirada perdida en un viejo poema grabado en una losa cerca del árbol que le daba cobijo. Moira se acercó encuriosida hacia el semielfo.
- Buenos días, semielfo - saludó a viva voz.
El semielfo volvió su mirada a la enana y hizo ademán de saludar.
- ¿Qué hace un semielfo contemplando las vistas a esa ratonera de trasgos?
- Oh! No es eso! – se excusó el otro- Es que me he perdido y no sé volver a la villa.
La enana rió fuertemente.
- Si es así como dice, no me importará acompañarle hasta la muralla norte. Antes pero, me gustaría recoger unas cuantas hojas más de aloevera. ¿Puede ayudarme?
El semilefo no tardó en aprovar el acuerdo, así que ambos se pusieron a cortar las hojas apropiadas de la zona. Una vez terminaron, Moira se presentó.
- Por cierto, mi nombre es Moira, del clan Moramontañas procedente de Ciudadela Felbarr de las montañas Rauvin.
- Mi mío es Seth Saga – respondió el medio-elfo ante tan larga presentación.
Entonces, la enana, alardenando de su pueblo, empezó a contar los diversos modos de vida de los enanos escudo del Norte.
De vuelta a la ciudad, mientras Seth empezaba a entender aquello que la enana le estaba contando, un grupo encabezado por la Comandante de la Orden de Caballería les interrumpió.
- Detenedla! – ordenó a sus acompañantes, entre los cúales se encontraban la Consejera Daya, la escudera Isande, su amiga Keila y un elfo ataviado en una túnica propia de un arcano.
Moira quedó atónita por las palabras de su superior y, sin entender lo que estaba sucediendo, no opuso resistencia al arresto. Envainó su arma y empezó a caminar hacia el norte como posteriormente le vociferó Lady Oira. Escoltada por los flancos por las otras dos integrantes de la Orden.
Fue después, a la orden de alto de Lady Oira, el grupo se detuvo enmedio del camino.
- Aspirante Moira, despójate de tu arma y de tu escudo- dijo la imponente voz de la Comandante.
Acto seguido, se desabrochó las correas que sujetaban el escudo alrededor de su antebrazo para continuar descolgándose la espada enfundada en su cinturón. Lady Oira aprovó el gesto de la enana.
- Ahora, vacía tu cantimplora y deja tus víveres en el suelo- añadió su superior.
Mientras Moira obedecía a lo que se le pedía, la voz de Lady Oira siguió con unas palabras que le dolieron más.
- También todas y cada una de las bebidas alcohólicas que poseeas.
Ante todo aquel espectáculo, la enana miraba fugazmente la cara de su amiga semielfa en busca de una explicación. Su rostro sólo expresaba preocupación.
Lady Oira y la Consejera Lovendil se postraron ante Moira y le dieron las instrucciones a seguir para poder ascender a la categoría de escudero. Su misión era llevar sano y salvo al elfo vestido con una túnica hasta la posada de El Descanso de los Páramos de la Bifurcación. Todo ello tenía que ser realizado sin el uso de armas ni escudos, como tampoco por la ayuda divina de Moradín.
Su protegido no era otro que Silveil, hijo del mago fundador de la ilustre Escuela de Magia de Nevesmortas. Un elfo enclenque que se escondía tras la escudera Isande y que parecía tan sorprendido de las órdenes como la misma aspirante.
Además de Silveil, Lady Oira introdujo otra figura a ser protegida por los puños de la enana, el mismo Seth Saga a quien había prometido llevar a Nevesmortas, ahora se veía envuelto en un viaje en dirección contraria.
Finalmente, los altos cargos de la Orden se despidieron del grupo que tenía que viajar bajo la protección de Moira. Todo después de presenciar la escena en que Keila abrazaba a su robusta amiga y le deseaba lo mejor. Como de costumbre, la enana se incomodó un poco por la situación, agravada por el hecho de que tanto la Consejera como la Comandante estuvieran viéndolas.
En el camino, Moira contaba a los demás el trayecto que harían, deteniéndose exhaustivamente en la descripción del Hospicio y de la deiad a la que estaba dedicado, Marzhammor Duin.
Aunque la conversación de la enana parecía entretener a sus acompanyantes, eso no les libró de los peligros de los caminos. Moira tuvo que enfrentarse contra trasgos, tejones y osgos con sus puños.
Pasado el campamento gitano, Moira sabía que cerca acampaban los mercenarios que los zhentarimm del Mar de la Luna pagaban para destruir la red comercial en la Marca. Pero sólo conocía ese camino para llegar a su destino, así que no tuvo más remedio que presentar batalla totalmente desarmada.
La enana se abalanzó sobre el primer mediano que vió surgir de las sombras cógiendole por el cuello y retorciéndolo hasta oír el crujir de sus vértebras. Desgraciadamente, ese ataque le costó un par de puñaladas furtivas por la espalda; un par de pícaros se habían unido a su camarada muerto.
Mientras giraba su voluminoso cuerpo para hacer frente al ataque desprevenido, una voz familiar y musical acudió en su auxilio. El corazón de la enana se llenó de vitalidad y fuerza consigiendo así acabar con otro mediano asestando un golpe enmedio de las costillas que se rompieron en un sordo sonido. Ahora ya sólo le quedaba el último de esos escurridizos medianos.
El último de los medianos parecía tener una astucia animal para esquivar los puños metálicos, móviendose ágilmente y aprovechando cada oportunidad para hundir su daga en su corpulenta adeversaria. Sin embargo, pareció que la suerte cambió de lado, puesto que los sentidos agudos del mediano parecieron percebir la presencia de un cuerpo deslizándose detrás de él. Fue en ese instante de confusión, que la enana estrelló su guantalete en la nariz del último de sus contrincantes dejándolo en estado de síncope.
- Moira, ¿se puede saber por qué te entretienes tanto? – dijo la voz que empezaba a tomar forma.
- Bah! Ya sabes como me gusta explicar historias y anécdotas de los enanos- respondió ella pues sabía reconocer a la dolce voz.
Ante el grupo se materializó el cuerpo de una sonriente Keila que se unió al grupo en el último y pacífico tramo hasta la posada amurallada.
En las puertas del Descanso de los Páramos un caballero de la Orden dió instrucciones a la aspirante de su próxima prueba: ascender a las Puertas Rúnicas de ciudadela Felbarr sólo con la ayuda de su espada.
//LO DEJO AQUÍ Y SEGUIRÉ OTRO DÍA. ¡ESTO ES AGOTADOR!
Re: Crónicas del clan Moramontañas
¡Pero si no sé escribir!¡Soy nefasto!Gineu escribió:Muy chulo!!!![]()
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Re: Crónicas del clan Moramontañas
Segunda prueba
Después de una ceremonia religiosa a cargo de Kerila Gemastro en el Hospicio de Marzhámmor, Moira Moramontañas se paró a desayunar un poco de pan con leche cerca del puente que cruza el río Lanzagélida.
Allí, tras mojar el último pedazo de pan en la leche, se acercó per el camino la figura de una semielfa pelirroja. Se trataba de la Consejera de la Orden, Daya Lovendil, luciendo su cota de mallas y la ondeante capa de color dorado y azul marino.
Cruzando el puente, la enana se apresuró a engullir el mendrugo y a terminarse la leche, presintiendo que le encomendarían una nueva misión. Daya se detuvo delante de la enana que se estaba levantando para mostrar sus respetos a una superior e inició su discurso.
- Traigo nuevas órdenes de Lady Oira: se avisa a la aspirante Moira Moramontañas a su segunda prueba para ascender a la categoría de escudero.
- Pues escuchémoslas –asintió la otra.
- Tu tarea consiste en escalar hasta la Ciudadela enana de Felbarr en las montañas Rauvin con tan sólo la ayuda de tu arma. Se te permite sólo una noche de descanso, así como también tu ración de comida se verá reducida a unas pocas galletas y una botella de agua.
Moira se mostró de acuerdo con las instrucciones que la Consejera le traía, así que se equipó con su espada.
- Bien, veo que usas una espada; una arma poco común entre los de tu pueblo. ¿Podrías hablarme sobre ella? – preguntó mientras iniciaba la marcha en dirección oeste, hacia Sundabar.
- Claro, Consejera- respondió la aspirante siguiendo sus pasos- Se trata de un regalo del sacerdote de Fuerte Nuevo como obsequio a un rescate. Una espada de Tempus.
La respuesta pareció disgustarle, así que manifesto su desaprovación.
- Pues entonces, mejor será que uses otra arma. ¿Tienes alguna en tu posesión?
La enana sacó después una hacha de hierro de su pesante mochila acompañandose de un tintineo metálico.
- Ésta es una hacha forjada con mis propias manos, hecha del hierro que obtuve de las minas de la villa a la que pretendo proteger. Como herrera y descendiente del Pueblo Robusto, debo reconocer que no es de las mejores armas que he visto, así que humildemente admito mi poca habilidad sobre el yunque.
Bajo la mirada severa de la Consejera, esas palabras tampoco parecieron bastarle, seguramente dado a que la semielfa se trataba de una persona hábil con la palabra, y no como aquella enana que se defendía de sus agudas preguntas. Consecuentemente, decidió cambiar de qüestión.
- Háblame pues de tu fe en el Forjador.
Seguidamente la enana asintió y respondió.
- Soy hija de un linaje de enanos, así que también hija del Padre de Todos los enanos y como tal me corresponde rendirle culto. Él es el protector de nuestro pueblo, pues nos confió nuestro hogar en las montañas para custodiarnos de nuestros enemigos. También fue él, quien nos enseñó el arte de la forja y con ello, el arte de crear armas y armaduras con las que defendernos de los peligros. Aún así, nadie ha sido capaz de superar su gran obra: nuestro pueblo. Los orígenes del cual, se cuenta en la leyenda, fueron que Moradín forjó nuestros cuerpos con un el más preciado metal y que con su aliento nos transmitió parte de su esencia concediénonos de este modo nuestras almas. Por ello se le conoce por el nombre de el Forjador de Almas. Por todo ello, Moradín es visto por mi pueblo como un padre que nos instruye y nos protrege.
La respuesta pareció convencer a la semielfa, pero aún así quiso saber más sobre la enana y su fe por su dios.
- Cuéntame cómo le honras, Moira.
- Llegué a Nevesmortas porqué en el Salón del Padre de ciudadela Adbar, el sumosacerdote Rorann Martillorroca me hizo saber que se hallaba una gran comunidad de enanos e incluso se había levantado un templo en honor a uno de sus hijos, Marzhámmor Duin. En ello vi la oportunidad de poder defender a mi pueblo y de la misma manera buscar la gloria en las tierras más allá del dominio enano. Por ello, intento mantener mis obligaciones con mi pueblo, librando el camino al Hospicio de trasgos y demás peligros asegurando así que los fieles enanos de la villa puedan acceder a las ceremonias. Para cumplir mejor mi misión, incluso he escrito un pequeño censo de la pobalción enana que vive actualmente bajo la protección de Nevesmortas.
- Me gustaría verlo una vez lleguemos a la ciudadela – se interesó la Consejera.- Prosigue.
- Con el objetivo de proteger a mi gente siguiendo así los designios del Forjador, me alisté a la Orden de Caballeros. Como también porqué conocía la gran ayuda que prestaron las fuerzas de la Legión Árgentea en la recuperación y salvación de la ciudadela Felbarr. Así que por ello quería contribuir a tan noble causa.
- Un buen motivo, Moira. – Aprovaba la Consejera mientras el discurso de la enana seguía.
- Cabe destacar que no tan sólo rindo homenaje al Padre de Todos en la guerra, sinó que también en la forja. He fabricado con mis propias manos algunas armas para los aventureros más novicios en al villa que se mostraron voluntad en defender la ciudad y la Marca. Con el martillo y el yunque bajo mi mirada, me envuelvo en el arte que Moradín nos enseñó.
Mientras la enana hablaba y caminaba con su hacha agarrada por su fuerte brazo, llegaron a las murallas de la antigua ciudad enana que ahora era gobernada por Yelmo “el Amigo de los enanos”. No por ello, sin pasar antes por algunos enfrentamientos con los bandidos que acostumbran a asaltar las caravanas del camino.
- Acamparemos a extramuros, aspirante. Será mejor que vayas preparando un campamento antes de que anochezca. La noche está cayendo.
La enana montó una tienda y se zampó sus escasos víveres permitidos quedándose todavía con el estómago a llenar. Antes de ir a dormir, la enana rezó en silencio. Confiaba en que Moradín la protegiera y le concidiese fuerza y resistencia hasta las puertas del Martillo. Acabó su oración prometiéndole a Clanggedín que daría muerte a todos aquellos gigantes que se interpusieran en su camino, honrándolo así como el dios matador de estos seres.
Antes de que amaneciera, Daya despertó a la roncante enana para emprender el viaje de nuevo.
- Ya es hora de que acabemos con la segunda parte de tu tarea. Vamos a ver cómo te desenvuelves con esos gigantes de las colinas y sus parientes, los ogros.
Ambas desmontaron el campamento provisional e iniciaron otra vez a caminar. Esta vez, hacia el norte, dónde se alzaban las cimas de las Rauvin.
El sonido del viento helado que descendía por las laderas norteñas iba acompañado de algo peor, los gritos guturales de los gigantes que posicionados a mayor altitud empezaron el ataque.
- ¡Cuidado, Moira!¡Van a lanzarnos rocas desde arriba!
- ¡Lo sé, lo sé!-respondía la enana mientras una lluvia de piedras gigantes les caía encima.
La semielfa parecía desenvolverse bien, esquivando ágilmente cada una de las rocas que le dirigían los gigantes. Por desgracia, la enana no tenía suerte, pues había sido el objetivo de la mayoría de los proyectiles ya fuese por el odio racial o por el hecho de ir en cabeza. Finalmente, una de las rocas chocó contra el hombro con el que la enana sujetaba su arma haciendo que ésta retrocediera un paso atrás. Su robusta complexión le permitió resistir el impacto sin caer al suelo, pero tuvo que contener el dolor que sentía para poder hacer frente a esas bestias. Su rostro se contrajo, prometiédose que pagarían por eso.
La enana ascendió por las escaleras que llevaban al rellano dónde los gigantes empezaron el ataque. Y con el primer movimiento de su hacha abrió el abdomen del primer ogro que corría a enfrentarse a ella. En el momento que la sangre empezó a brotar del cuerpo del ogro, otro más salió a su encuentro. Un barrido de maza zumbó en el aire, pues la enana lo había visto venir.
En el ataque, el ogro había tenido que curvar la espalda para darle alcance, pero su desdicha no fue solo haber fallado sinó que se había vuelto vulnerable. Moira saltó con la hacha cerrada por los dos puños sobre la nuca de su adversario. La cabeza del ogro corrió escaleras abajo.
Sobre el cuerpo de los dos ogros se alzaron tres grandes sombras aún mayores. Para la enana, la luz del amanecer había sido eclipsada por los enormes cuerpos de tres gigantes de las colinas. Moira tragó saliva, el combate se presentaba en su contra.
Las colosales clavas chocaban contra el suelo de las montañas con gran estruendo sin impactar a la enana, pero a la vez, protegiendo a los gigantes del brazo corto de la enana y de su hacha. Todo cambió cuando uno de los gigantes, ardiendo de la ira de no poder golpear a un contrincante tan insignificante a sus ojos, golpeó con gran fuerza provocando que su maza quedase clavada en la tierra. Aprovechando el momento, Moira cortó los tendones del brazo del gigante y mientras éste retrocedía por el dolor desarmado, hendió su hacha en el entrepierna y acabando con su vida. Mientras tanto, Daya observaba desdela retaguardia y aconsejaba a la enana.
- ¡Tienes que buscar de golpearles en las piernas!
- ¡Eso si primero consigo acercarme a ellos!- le respondió.
Aunque le costó reconocerlo, Moira observó que los gigantes ponían mucho empeño en mover sus garrotes, pero poco en mover sus piernas. Más bien parecían árboles meciéndose al viento. Advertida esa debilidad, a Moira no le costó mucho desplazarse rápidamente alrededor de los gigantes, haciendo que éstos dejaran de barrer el aire y se giraran para hecerle frente. En ese instante, la estupidez de los gigantes dió a la enana la oportunidad de atacar el flanco derecho de una pierna gigante. El herido aulló de dolor y provó de golpear la enana con su enorme puño, movimiento que le costó otro hachazo al costado, esta vez más arriba, en el tórax. El golpe colapsó los pulmones del gigante y este cayó muerto por el risco.
Al ver a su compañero caer, el odio del último gigante se incrementó. Con un doble ataque a la sonriente enana victoriosa, barrió su garrote y clavó una coz en su dirección. La clava fue evadida, pero el pie enorme consiguió golpear su objetivo lanzándo por el aire a la enana que fue proyectada hacia el desfiladero. La mitad de su cuerpo colgaba en el aire y la otra mitad se veía amenazada de nuevo. Moira se vió aplastada por el gigante, así que cobardemente cerró los ojos para recibir a la muerte en el instante que un millar de silbidos agudos cortaron el silencio de la muerte acechante. Ante la demora, Moira reabrió los ojos viendo como el gigante caía sobre sus cortas piernas con una espalda cubierta por flechas. Daya la había salvado con su arco.
La Consejera ayudó a la enana a escurrirse de debajo el cuepo del gigante. Al levantarse, Moira hizo una mueca de dolor. La herida del hombro volvía a mostrar la cara después del combate. Daya se aproximó y le tendió unas vendas.
- Reméndate esas heridas. El viaje no ha terminado hasta que alcancemos la cúspide.
*La enana se envolvió el hombro con las vendas alrededor de la contusión amoratada de su hombro. Mientras acababa de cortar el exceso de vendaje con los dientes y sentía más aliviado su dolor, unas sombras aladas descendieron del cielo.
Unas criaturas escamosas dotadas de alas y un gran aguijón en su cola, aterrizaron para dar caza a las dos formantes de la Orden. Se trataba de cinco dracos, de los cuales un par eran terriblemente enormes. Después de aterrizar, los monstruos se desplazaron hacia ellas por tierra con la ayuda sus patas traseras y el batir de sus alas de murciélago. Daya acabó con el primero a distancia con la ayuda de su arco, pero rápidamente, tanto enana como semielfa se vieron envueltas en el cuerpo a cuerpo contra dos de los pequeños.
El hacha de Moira golpeaba las escamas de esos seres draconianos, pero nunca conseguía la potencia suficiente para atravesar su dura armadura natural. El brazo herido ya no le dolía, pero sentía que las fuerzas aún no las había recuperado. Aún así, el animal parecía no tener mucha habilidad en clavar su aguijón a la enana así que intentó atacarla con sus colmillos afilados. Para pegar el mordisco, el draco extendió su cuello hasta dejar entrever la tierna piel que se escondía bajo sus escamas aún jóvenes. Esa visión, permitió a la enana a clavar su hacha en esa pequeña rendija que posteriormente empezó a empapar el suelo de sangre dejando a una agonizante bestia desangrándose al suelo.
Moira miró como se desenvolvía Daya. La semielfa, parecía haber perforado el cráneo del draco justo por debajo del cuello antes de que ella terminase con el suyo. Cuando volvió la mirada al frente, los dos dracos restantes ya empezaban a moverse hacia ambas.
Estos dos últimos tenían un tamaño mucho mayor a los que yacían muertos. Al igual que los dos anteriores, había un draco para cada una de las mujeres. A Moira le pareció que el viento cambiaba de dirección al sentir como las alas del draco eran capaces de mover el viento en su contra. Sin embargo, en combate, los dracos apoyaban sus alas al suelo para ponerse en una posición de defensa como un escorpión. Esta vez pero, la gigantesca sierpe parecía mover la cabeza y el aguijón con total independencia, duplicando el número de ataques en comparación con el que ya había derrotado.
Mientras duraba el combate, la enana no podía hacer absolutamente nada. Esquivaba con el cuerpo el agujón y evitaba los mordiscos con los movimientos defensivos de su hacha. En el aire, se oyó el grito del otro draco. Moira giró su cabeza para ver que le estaba ocurriendo a su superior, la cual había ya abatido al monstruo que le pertocaba. Al volver la vista al suyo, Moira vió como el aquijón del draco perforaba su armadura y se hundía en su ancho pecho. Un veneno mortal corrío por su sangre hasta debilitarla de tal modo que perdió el conocimiento.
Cuando Moira recuperó la conciencia, se encontraba tumbada en las rocas de las montañas de Felbarr. Daya la había devuelto a la vida.
- Será mejor que te levantes. No quiero que otros dracos se vean atraídos por el olor a muerte de sus parientes. –dijo la semielfa mientras observaba los cielos.
La enana se incorporó tan rápido como pudo mirando a su alrededor los cuerpos de las cinco horribles criaturas. Pensó que Daya merecía todo el respeto como Consejera y mucho más. Entendió el porqué ella no tuvo que hacer esas pruebas puesto que había mostrado su valía multitud de veces.
- Sí, Consejera. – respondió Moira mientras se levantaba sobre sus pies. Ya no le dolía el hombro vendado, pero una horrible cicatriz marcaba parte de su voluminoso pecho femenino.
Acabaron por ascender hasta los dominios de la ciudadela. Tymora les sonreía, pues los Colmillos Rojos no parecían acechar en las cercanías del Martillo. Las dos integrantes de la Orden fueron recibidas por la infantería enana que custodiaba la entrada a Felbarr. Se saludaron ambas fuerzas, pero la labor de los enanos de mantenerse en guardia hizo que el trato fuera más frío de lo esperado para el gusto de Moira.
Pasaron por encima del Yunque a través del puente que cruza el arroyo de Felbarr, siempre siguiendo las señales en forma de hogueras que los enanos mantenían encendidas para marcar el camino seguro hasta las puertas de la fortaleza.
Daya y Moira bordearon la mina de mithril y llegaron hasta las Puertas Rúnicas, subiendo las últimas escalinatas. La frente de Moira estaba empapada en sudor del cansancio. Daya hizo el gesto de abrirle la puerta y de cederle el paso hacia el calor del interior de la montaña. Justo en la entrada, en el salón que da la bienvenida a los visitantes de la ciudadela, Daya acabó su tutelaje.
- Aquí termina la segunda prueba, aspirante. Has hecho un gran trabajo. Espero que la ciudadela Felbarr te ayude a recuperar las fuerzas que has perdido hoy.
- Gracias, Consejera Lovendil – respondió la enana con la lengua fuera, casi seguida por el hígado.
- Ahora tendrás que esperar hasta tener notícias de una audiencia con el General Yándar Filastro y el rey Corono de Guerra en la sala del Trono.
Dicho esto, Daya desparareció de la vista de Moira que sentía como las fuerzas le estaban abandonando. También sintió que se le abría una herida. No era en el hombro, no era en el pecho, era en el estómago. Era el hambre. Aún así, antes de visitar el Ronquido del enano, se arrodilló ante la estatua gigante del salón para dar gracias a sus ancestros y al Forjador.
//LA STORIA E' FINITA! A VER SI DAYA LO LEE Y ME DA EL VISTO BUENO!
Después de una ceremonia religiosa a cargo de Kerila Gemastro en el Hospicio de Marzhámmor, Moira Moramontañas se paró a desayunar un poco de pan con leche cerca del puente que cruza el río Lanzagélida.
Allí, tras mojar el último pedazo de pan en la leche, se acercó per el camino la figura de una semielfa pelirroja. Se trataba de la Consejera de la Orden, Daya Lovendil, luciendo su cota de mallas y la ondeante capa de color dorado y azul marino.
Cruzando el puente, la enana se apresuró a engullir el mendrugo y a terminarse la leche, presintiendo que le encomendarían una nueva misión. Daya se detuvo delante de la enana que se estaba levantando para mostrar sus respetos a una superior e inició su discurso.
- Traigo nuevas órdenes de Lady Oira: se avisa a la aspirante Moira Moramontañas a su segunda prueba para ascender a la categoría de escudero.
- Pues escuchémoslas –asintió la otra.
- Tu tarea consiste en escalar hasta la Ciudadela enana de Felbarr en las montañas Rauvin con tan sólo la ayuda de tu arma. Se te permite sólo una noche de descanso, así como también tu ración de comida se verá reducida a unas pocas galletas y una botella de agua.
Moira se mostró de acuerdo con las instrucciones que la Consejera le traía, así que se equipó con su espada.
- Bien, veo que usas una espada; una arma poco común entre los de tu pueblo. ¿Podrías hablarme sobre ella? – preguntó mientras iniciaba la marcha en dirección oeste, hacia Sundabar.
- Claro, Consejera- respondió la aspirante siguiendo sus pasos- Se trata de un regalo del sacerdote de Fuerte Nuevo como obsequio a un rescate. Una espada de Tempus.
La respuesta pareció disgustarle, así que manifesto su desaprovación.
- Pues entonces, mejor será que uses otra arma. ¿Tienes alguna en tu posesión?
La enana sacó después una hacha de hierro de su pesante mochila acompañandose de un tintineo metálico.
- Ésta es una hacha forjada con mis propias manos, hecha del hierro que obtuve de las minas de la villa a la que pretendo proteger. Como herrera y descendiente del Pueblo Robusto, debo reconocer que no es de las mejores armas que he visto, así que humildemente admito mi poca habilidad sobre el yunque.
Bajo la mirada severa de la Consejera, esas palabras tampoco parecieron bastarle, seguramente dado a que la semielfa se trataba de una persona hábil con la palabra, y no como aquella enana que se defendía de sus agudas preguntas. Consecuentemente, decidió cambiar de qüestión.
- Háblame pues de tu fe en el Forjador.
Seguidamente la enana asintió y respondió.
- Soy hija de un linaje de enanos, así que también hija del Padre de Todos los enanos y como tal me corresponde rendirle culto. Él es el protector de nuestro pueblo, pues nos confió nuestro hogar en las montañas para custodiarnos de nuestros enemigos. También fue él, quien nos enseñó el arte de la forja y con ello, el arte de crear armas y armaduras con las que defendernos de los peligros. Aún así, nadie ha sido capaz de superar su gran obra: nuestro pueblo. Los orígenes del cual, se cuenta en la leyenda, fueron que Moradín forjó nuestros cuerpos con un el más preciado metal y que con su aliento nos transmitió parte de su esencia concediénonos de este modo nuestras almas. Por ello se le conoce por el nombre de el Forjador de Almas. Por todo ello, Moradín es visto por mi pueblo como un padre que nos instruye y nos protrege.
La respuesta pareció convencer a la semielfa, pero aún así quiso saber más sobre la enana y su fe por su dios.
- Cuéntame cómo le honras, Moira.
- Llegué a Nevesmortas porqué en el Salón del Padre de ciudadela Adbar, el sumosacerdote Rorann Martillorroca me hizo saber que se hallaba una gran comunidad de enanos e incluso se había levantado un templo en honor a uno de sus hijos, Marzhámmor Duin. En ello vi la oportunidad de poder defender a mi pueblo y de la misma manera buscar la gloria en las tierras más allá del dominio enano. Por ello, intento mantener mis obligaciones con mi pueblo, librando el camino al Hospicio de trasgos y demás peligros asegurando así que los fieles enanos de la villa puedan acceder a las ceremonias. Para cumplir mejor mi misión, incluso he escrito un pequeño censo de la pobalción enana que vive actualmente bajo la protección de Nevesmortas.
- Me gustaría verlo una vez lleguemos a la ciudadela – se interesó la Consejera.- Prosigue.
- Con el objetivo de proteger a mi gente siguiendo así los designios del Forjador, me alisté a la Orden de Caballeros. Como también porqué conocía la gran ayuda que prestaron las fuerzas de la Legión Árgentea en la recuperación y salvación de la ciudadela Felbarr. Así que por ello quería contribuir a tan noble causa.
- Un buen motivo, Moira. – Aprovaba la Consejera mientras el discurso de la enana seguía.
- Cabe destacar que no tan sólo rindo homenaje al Padre de Todos en la guerra, sinó que también en la forja. He fabricado con mis propias manos algunas armas para los aventureros más novicios en al villa que se mostraron voluntad en defender la ciudad y la Marca. Con el martillo y el yunque bajo mi mirada, me envuelvo en el arte que Moradín nos enseñó.
Mientras la enana hablaba y caminaba con su hacha agarrada por su fuerte brazo, llegaron a las murallas de la antigua ciudad enana que ahora era gobernada por Yelmo “el Amigo de los enanos”. No por ello, sin pasar antes por algunos enfrentamientos con los bandidos que acostumbran a asaltar las caravanas del camino.
- Acamparemos a extramuros, aspirante. Será mejor que vayas preparando un campamento antes de que anochezca. La noche está cayendo.
La enana montó una tienda y se zampó sus escasos víveres permitidos quedándose todavía con el estómago a llenar. Antes de ir a dormir, la enana rezó en silencio. Confiaba en que Moradín la protegiera y le concidiese fuerza y resistencia hasta las puertas del Martillo. Acabó su oración prometiéndole a Clanggedín que daría muerte a todos aquellos gigantes que se interpusieran en su camino, honrándolo así como el dios matador de estos seres.
Antes de que amaneciera, Daya despertó a la roncante enana para emprender el viaje de nuevo.
- Ya es hora de que acabemos con la segunda parte de tu tarea. Vamos a ver cómo te desenvuelves con esos gigantes de las colinas y sus parientes, los ogros.
Ambas desmontaron el campamento provisional e iniciaron otra vez a caminar. Esta vez, hacia el norte, dónde se alzaban las cimas de las Rauvin.
El sonido del viento helado que descendía por las laderas norteñas iba acompañado de algo peor, los gritos guturales de los gigantes que posicionados a mayor altitud empezaron el ataque.
- ¡Cuidado, Moira!¡Van a lanzarnos rocas desde arriba!
- ¡Lo sé, lo sé!-respondía la enana mientras una lluvia de piedras gigantes les caía encima.
La semielfa parecía desenvolverse bien, esquivando ágilmente cada una de las rocas que le dirigían los gigantes. Por desgracia, la enana no tenía suerte, pues había sido el objetivo de la mayoría de los proyectiles ya fuese por el odio racial o por el hecho de ir en cabeza. Finalmente, una de las rocas chocó contra el hombro con el que la enana sujetaba su arma haciendo que ésta retrocediera un paso atrás. Su robusta complexión le permitió resistir el impacto sin caer al suelo, pero tuvo que contener el dolor que sentía para poder hacer frente a esas bestias. Su rostro se contrajo, prometiédose que pagarían por eso.
La enana ascendió por las escaleras que llevaban al rellano dónde los gigantes empezaron el ataque. Y con el primer movimiento de su hacha abrió el abdomen del primer ogro que corría a enfrentarse a ella. En el momento que la sangre empezó a brotar del cuerpo del ogro, otro más salió a su encuentro. Un barrido de maza zumbó en el aire, pues la enana lo había visto venir.
En el ataque, el ogro había tenido que curvar la espalda para darle alcance, pero su desdicha no fue solo haber fallado sinó que se había vuelto vulnerable. Moira saltó con la hacha cerrada por los dos puños sobre la nuca de su adversario. La cabeza del ogro corrió escaleras abajo.
Sobre el cuerpo de los dos ogros se alzaron tres grandes sombras aún mayores. Para la enana, la luz del amanecer había sido eclipsada por los enormes cuerpos de tres gigantes de las colinas. Moira tragó saliva, el combate se presentaba en su contra.
Las colosales clavas chocaban contra el suelo de las montañas con gran estruendo sin impactar a la enana, pero a la vez, protegiendo a los gigantes del brazo corto de la enana y de su hacha. Todo cambió cuando uno de los gigantes, ardiendo de la ira de no poder golpear a un contrincante tan insignificante a sus ojos, golpeó con gran fuerza provocando que su maza quedase clavada en la tierra. Aprovechando el momento, Moira cortó los tendones del brazo del gigante y mientras éste retrocedía por el dolor desarmado, hendió su hacha en el entrepierna y acabando con su vida. Mientras tanto, Daya observaba desdela retaguardia y aconsejaba a la enana.
- ¡Tienes que buscar de golpearles en las piernas!
- ¡Eso si primero consigo acercarme a ellos!- le respondió.
Aunque le costó reconocerlo, Moira observó que los gigantes ponían mucho empeño en mover sus garrotes, pero poco en mover sus piernas. Más bien parecían árboles meciéndose al viento. Advertida esa debilidad, a Moira no le costó mucho desplazarse rápidamente alrededor de los gigantes, haciendo que éstos dejaran de barrer el aire y se giraran para hecerle frente. En ese instante, la estupidez de los gigantes dió a la enana la oportunidad de atacar el flanco derecho de una pierna gigante. El herido aulló de dolor y provó de golpear la enana con su enorme puño, movimiento que le costó otro hachazo al costado, esta vez más arriba, en el tórax. El golpe colapsó los pulmones del gigante y este cayó muerto por el risco.
Al ver a su compañero caer, el odio del último gigante se incrementó. Con un doble ataque a la sonriente enana victoriosa, barrió su garrote y clavó una coz en su dirección. La clava fue evadida, pero el pie enorme consiguió golpear su objetivo lanzándo por el aire a la enana que fue proyectada hacia el desfiladero. La mitad de su cuerpo colgaba en el aire y la otra mitad se veía amenazada de nuevo. Moira se vió aplastada por el gigante, así que cobardemente cerró los ojos para recibir a la muerte en el instante que un millar de silbidos agudos cortaron el silencio de la muerte acechante. Ante la demora, Moira reabrió los ojos viendo como el gigante caía sobre sus cortas piernas con una espalda cubierta por flechas. Daya la había salvado con su arco.
La Consejera ayudó a la enana a escurrirse de debajo el cuepo del gigante. Al levantarse, Moira hizo una mueca de dolor. La herida del hombro volvía a mostrar la cara después del combate. Daya se aproximó y le tendió unas vendas.
- Reméndate esas heridas. El viaje no ha terminado hasta que alcancemos la cúspide.
*La enana se envolvió el hombro con las vendas alrededor de la contusión amoratada de su hombro. Mientras acababa de cortar el exceso de vendaje con los dientes y sentía más aliviado su dolor, unas sombras aladas descendieron del cielo.
Unas criaturas escamosas dotadas de alas y un gran aguijón en su cola, aterrizaron para dar caza a las dos formantes de la Orden. Se trataba de cinco dracos, de los cuales un par eran terriblemente enormes. Después de aterrizar, los monstruos se desplazaron hacia ellas por tierra con la ayuda sus patas traseras y el batir de sus alas de murciélago. Daya acabó con el primero a distancia con la ayuda de su arco, pero rápidamente, tanto enana como semielfa se vieron envueltas en el cuerpo a cuerpo contra dos de los pequeños.
El hacha de Moira golpeaba las escamas de esos seres draconianos, pero nunca conseguía la potencia suficiente para atravesar su dura armadura natural. El brazo herido ya no le dolía, pero sentía que las fuerzas aún no las había recuperado. Aún así, el animal parecía no tener mucha habilidad en clavar su aguijón a la enana así que intentó atacarla con sus colmillos afilados. Para pegar el mordisco, el draco extendió su cuello hasta dejar entrever la tierna piel que se escondía bajo sus escamas aún jóvenes. Esa visión, permitió a la enana a clavar su hacha en esa pequeña rendija que posteriormente empezó a empapar el suelo de sangre dejando a una agonizante bestia desangrándose al suelo.
Moira miró como se desenvolvía Daya. La semielfa, parecía haber perforado el cráneo del draco justo por debajo del cuello antes de que ella terminase con el suyo. Cuando volvió la mirada al frente, los dos dracos restantes ya empezaban a moverse hacia ambas.
Estos dos últimos tenían un tamaño mucho mayor a los que yacían muertos. Al igual que los dos anteriores, había un draco para cada una de las mujeres. A Moira le pareció que el viento cambiaba de dirección al sentir como las alas del draco eran capaces de mover el viento en su contra. Sin embargo, en combate, los dracos apoyaban sus alas al suelo para ponerse en una posición de defensa como un escorpión. Esta vez pero, la gigantesca sierpe parecía mover la cabeza y el aguijón con total independencia, duplicando el número de ataques en comparación con el que ya había derrotado.
Mientras duraba el combate, la enana no podía hacer absolutamente nada. Esquivaba con el cuerpo el agujón y evitaba los mordiscos con los movimientos defensivos de su hacha. En el aire, se oyó el grito del otro draco. Moira giró su cabeza para ver que le estaba ocurriendo a su superior, la cual había ya abatido al monstruo que le pertocaba. Al volver la vista al suyo, Moira vió como el aquijón del draco perforaba su armadura y se hundía en su ancho pecho. Un veneno mortal corrío por su sangre hasta debilitarla de tal modo que perdió el conocimiento.
Cuando Moira recuperó la conciencia, se encontraba tumbada en las rocas de las montañas de Felbarr. Daya la había devuelto a la vida.
- Será mejor que te levantes. No quiero que otros dracos se vean atraídos por el olor a muerte de sus parientes. –dijo la semielfa mientras observaba los cielos.
La enana se incorporó tan rápido como pudo mirando a su alrededor los cuerpos de las cinco horribles criaturas. Pensó que Daya merecía todo el respeto como Consejera y mucho más. Entendió el porqué ella no tuvo que hacer esas pruebas puesto que había mostrado su valía multitud de veces.
- Sí, Consejera. – respondió Moira mientras se levantaba sobre sus pies. Ya no le dolía el hombro vendado, pero una horrible cicatriz marcaba parte de su voluminoso pecho femenino.
Acabaron por ascender hasta los dominios de la ciudadela. Tymora les sonreía, pues los Colmillos Rojos no parecían acechar en las cercanías del Martillo. Las dos integrantes de la Orden fueron recibidas por la infantería enana que custodiaba la entrada a Felbarr. Se saludaron ambas fuerzas, pero la labor de los enanos de mantenerse en guardia hizo que el trato fuera más frío de lo esperado para el gusto de Moira.
Pasaron por encima del Yunque a través del puente que cruza el arroyo de Felbarr, siempre siguiendo las señales en forma de hogueras que los enanos mantenían encendidas para marcar el camino seguro hasta las puertas de la fortaleza.
Daya y Moira bordearon la mina de mithril y llegaron hasta las Puertas Rúnicas, subiendo las últimas escalinatas. La frente de Moira estaba empapada en sudor del cansancio. Daya hizo el gesto de abrirle la puerta y de cederle el paso hacia el calor del interior de la montaña. Justo en la entrada, en el salón que da la bienvenida a los visitantes de la ciudadela, Daya acabó su tutelaje.
- Aquí termina la segunda prueba, aspirante. Has hecho un gran trabajo. Espero que la ciudadela Felbarr te ayude a recuperar las fuerzas que has perdido hoy.
- Gracias, Consejera Lovendil – respondió la enana con la lengua fuera, casi seguida por el hígado.
- Ahora tendrás que esperar hasta tener notícias de una audiencia con el General Yándar Filastro y el rey Corono de Guerra en la sala del Trono.
Dicho esto, Daya desparareció de la vista de Moira que sentía como las fuerzas le estaban abandonando. También sintió que se le abría una herida. No era en el hombro, no era en el pecho, era en el estómago. Era el hambre. Aún así, antes de visitar el Ronquido del enano, se arrodilló ante la estatua gigante del salón para dar gracias a sus ancestros y al Forjador.
//LA STORIA E' FINITA! A VER SI DAYA LO LEE Y ME DA EL VISTO BUENO!
Última edición por Yurin el Jue Mar 08, 2012 11:14 pm, editado 3 veces en total.
Re: Crónicas del clan Moramontañas
//Keila, si por si acaso te leiste un pedazo y no del todo lo que te falta por seguir es por dónde Daya dice: -Reméndate esas heridas... Te lo marco con un *, ok?
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Re: Crónicas del clan Moramontañas
Por dios que yo solo soy una "mandá", el trabajo lo hiciste todo tú. Buen relato
PD: Lee tu bandeja de privados

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Re: Crónicas del clan Moramontañas
¡Muy bien!
Un detalle, juraría que los Wyvern no vuelan, dan saltos y aletean suspendiéndose un momento en el aire, pero propiamente no vuelan. El detalle del aguijón, muy bueno, es lo que diferencia a un Wyvern, y llamarlos "dracos" es ajustado a la realidad de su estirpe.
Por lo demás, continúa escribiendo, a mi me divierte
Un detalle, juraría que los Wyvern no vuelan, dan saltos y aletean suspendiéndose un momento en el aire, pero propiamente no vuelan. El detalle del aguijón, muy bueno, es lo que diferencia a un Wyvern, y llamarlos "dracos" es ajustado a la realidad de su estirpe.
Por lo demás, continúa escribiendo, a mi me divierte

La Bestia (parda)