Caía una gruesa cortina de agua sobre la concurrencia. Era lo más adecuado para las circunstancias. Un día triste y gris para un funeral. Áshnar se había desplazado al patio del castillo de los Caballeros para oficiar el funeral. La capilla y la propia Atalaya del Alba hubieran sido muy insuficientes para la cantidad de personas presentes. Al menos cincuenta miembros de la Orden entre caballeros, escuderos, algún aspirante y la soldadesca rasa formaban en cinco filas frente a los quince ataúdes. Tras ellos el público en general de la villa, que acudió en número bastante alto a rendir homenaje a sus caídos. Además, en una tribuna estaban sentadas presidiendo el acto la Dama Lanzagélida, la Comandante Oira y, llegada a última hora y casi por sorpresa, la Dama Alústriel.
La lluvia hacía difícil reparar en que, justo delante de la tribuna y en un lugar que podría considerarse de honor también, estaban de pie con aspecto apesadumbrado Arylin Wend, Eowaran Freyn y Raenor Ojalaya. En cierto sentido eran héroes de la batalla, pero la terrible mortandad experimentada en su hueste les impidió mostrar la menor sonrisa durante días.
Todo había empezado hacía cuatro días, cuando la joyera de la Flecha del Destino había bajado por la antigua mina Mano de Hierro a coger diamantes azules. Mientras llegaba al lago se había encontrado con un grupo de elfos drow que marchaban hacia arriba, acompañados de algunas criaturas de pesadilla de las que suelen proteger el cubil de los sharitas. La semielfa decidió invocar a la mejor parte del valor y se escurrió entre las sombras tratando desesperadamente de no hacer ningún ruido, aunque sin éxito. La refriega fue muy rápida, y uno de los elfos oscuros lanzó sobre ella unos extraños polvos que la hicieron brillar en la oscuridad, de forma que salió corriendo por su vida mientras sus enemigos perdían uno segundos preciosos en decidir si la seguían o no.
Arylin recuperó el aliento tras dejarlos atrás, y muy asustada ante su precaria situación echó mano de su bolsa y sacó uno de esos pergaminos que lo mismo valen para un roto que para un descosido y leyó la fórmula que invocaba su poder. Afortunadamente para la mayor de las Wend, el conjuro almacenado en el trozo de papel hizo su trabajo y el brillo delator desapareció. Volvía a ser capaz de ocultarse de sus enemigos, algo tan necesario para ella como el respirar.
Algo más calmada, y sin apresurarse para no hacer ruido, se dirigió al nivel superior mientras oía a los seres de las cavernas aproximarse a ella. Y ya estaba llegando al territorio dominado por los sharitas cuando vio otra figura ante ella. Al principio no pudo reconocerla, cargado de luces mágicas y con su piel transformada en piedra para protegerse, pero al ver el guantelete con el ojo en su escudo y la chillona capa roja en los hombros comprendió que sólo podía tratarse del sacerdote yelmita, Raenor, quien confirmó sus sospechas al arrancar un hongo negro de la pared de la cueva y guardarlo en una bolsa llena de otros similares. Era él, claro, recogiendo los componentes de sus pociones mágicas. Rompió su silencio obligada, no podía permitir que el sacerdote se enfrentase a la jauría de drows que se acercaba.
- Raenor, sal de ahí. Vienen los drows.
El clérigo dio un respingo y casi saltó un metro al oír la grácil voz de la semielfa tras él. Se dio la vuelta y vio a Arylin, respirando de nuevo. Puede que pensase que era una broma pesada de la mayor de las Wend, pero ese pensamiento no duró ni cinco segundos, pues vio también como tras ella un grupo de figuras de tez oscura se acercaba a pasos apresurados, cerca ya de cobrarse su presa. El que frecuenta esos lugares de peligro reacciona rápido o muere, y el clérigo de Sundabar había recorrido la ciudad de Ascore y algunos lugares que helarían la sangre a cualquiera, y de inmediato pronunció la fórmula sagrada mientras agitaba la mano derecha y llevaba la izquierda al pequeño guantelete de plata con un ojo grabado que colgaba de su cuello.
- Quiera mi señor Yelmo permitir que prosiga mi vigilancia en mi hogar, lléveme a mí y a mi compañera de vuelta. Ese es mi ruego.
Y fue justo a tiempo, pues cuando el primero de los elfos oscuros descargó su maza contra él, sólo encontró el aire que había llenado su espacio vacío.
Francamente aliviados y ya a salvo en Nevesmortas, ambos exploradores de la antípoda oscura cambiaron impresiones. La cosa pintaba mal, y no podía descartarse una alianza entre sharitas y drows que desequilibraría las fuerzas en el Pozo de la Oscuridad. Era hora de buscar aliados y trazar planes, y tuvieron la fortuna de encontrarse con uno de los más valientes aventureros de la Marca Argéntea, el famoso Eowaran Freyn, descansando de un duro día de trabajo en la pescadería sentado en la fuente del pueblo.
La batalla de la cuerda tensa
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Re: La batalla de la cuerda tensa
El elfo se mostró reticente a la descabellada idea inicial del clérigo de bajar los tres a aquel lugar a averiguar los planes de aquellos seres, protegido él con el Santuario mayor y ellos dos por su inusual pericia para esconderse y moverse sin el menor ruido. Incluso logró detener al alocado Raenor cuando dijo que iría él solo si no le acompañaban.
- ¿Estás escurriendo el bulto, Eo? -le preguntó la joven semielfa con tono severo.
- ¿Me has visto hacerlo alguna vez, Ary?
- Yo nunca, y te he visto bajo tierra muchas veces -concedió el yelmita, comprendiendo que escuchar a Eowaran no era sino acudir a la voz de la experiencia.
- Hemos de buscar ayuda. La guardia, la Orden de Caballeros, quien sea.
La búsqueda de aliados fue rápida gracias a los portales que abrió Arylin para moverse, pero duró un día. En primer lugar avisaron a Mánnock del peligro, y él les explicó que salvo redoblar la guardia poco podía hacer. Les recomendó que fueran a hablar con Yándar Filastro a Fellbarr, pues él podía movilizar a la Legión Argéntea en su ayuda. De nuevo pincharon en hueso en Fellbarr, pues el famoso capitán no estaba allí y el oficial de guardia, muy displicente, les despachó con lo que les pareció un desinterés incomprensible. Les recomendó irse a Sundabar en busca de ayuda, y allí partieron a la carrera. Esa fue la parte más costosa del viaje, pues no pudieron usar portales para desplazarse y tuvieron que bajar la montaña a la carrera con grave riesgo de sus vidas, pues fueron asaltados repetidas veces por gigantes y orcos.
Pero los tres componían un grupo muy poderoso, y consiguieron llegar a la ciudad fortificada en seis o siete horas a base de no parar a descansar. Al llegar allí se encontraron con dos legionarios saliendo de patrulla y les expusieron su problema. La respuesta no por evidente les soprendió menos.
- Vayan a Nevesmortas, la comandante de la legión allí es la capitana Iruss Oira, ella les ayudará.
Un largo viaje para volver al punto de partida. Raenor usó su poder y les trasladó a la villa en segundos, y afortunadamente su excursión al castillo de los caballeros encontró a una Iruss Oira a punto de salir por algún asunto importante, pero que comprendió la gravedad de los sucesos y tomó una rápida decisión.
- Arylin, te concedo el mando de veinte de mis hombres. ¿Serán suficientes para solucionar ese problema?
La semielfa, abrumada por la responsabilidad, no alcanzó ni a protestar, y la comandante de los caballeros dio las órdenes y salió al galope de inmediato.
- ¿Estás escurriendo el bulto, Eo? -le preguntó la joven semielfa con tono severo.
- ¿Me has visto hacerlo alguna vez, Ary?
- Yo nunca, y te he visto bajo tierra muchas veces -concedió el yelmita, comprendiendo que escuchar a Eowaran no era sino acudir a la voz de la experiencia.
- Hemos de buscar ayuda. La guardia, la Orden de Caballeros, quien sea.
La búsqueda de aliados fue rápida gracias a los portales que abrió Arylin para moverse, pero duró un día. En primer lugar avisaron a Mánnock del peligro, y él les explicó que salvo redoblar la guardia poco podía hacer. Les recomendó que fueran a hablar con Yándar Filastro a Fellbarr, pues él podía movilizar a la Legión Argéntea en su ayuda. De nuevo pincharon en hueso en Fellbarr, pues el famoso capitán no estaba allí y el oficial de guardia, muy displicente, les despachó con lo que les pareció un desinterés incomprensible. Les recomendó irse a Sundabar en busca de ayuda, y allí partieron a la carrera. Esa fue la parte más costosa del viaje, pues no pudieron usar portales para desplazarse y tuvieron que bajar la montaña a la carrera con grave riesgo de sus vidas, pues fueron asaltados repetidas veces por gigantes y orcos.
Pero los tres componían un grupo muy poderoso, y consiguieron llegar a la ciudad fortificada en seis o siete horas a base de no parar a descansar. Al llegar allí se encontraron con dos legionarios saliendo de patrulla y les expusieron su problema. La respuesta no por evidente les soprendió menos.
- Vayan a Nevesmortas, la comandante de la legión allí es la capitana Iruss Oira, ella les ayudará.
Un largo viaje para volver al punto de partida. Raenor usó su poder y les trasladó a la villa en segundos, y afortunadamente su excursión al castillo de los caballeros encontró a una Iruss Oira a punto de salir por algún asunto importante, pero que comprendió la gravedad de los sucesos y tomó una rápida decisión.
- Arylin, te concedo el mando de veinte de mis hombres. ¿Serán suficientes para solucionar ese problema?
La semielfa, abrumada por la responsabilidad, no alcanzó ni a protestar, y la comandante de los caballeros dio las órdenes y salió al galope de inmediato.
Re: La batalla de la cuerda tensa
El grupo se encaminó hacia el Camino de la Bifurcación, y después al oeste hasta el bosque maldito que cubría la entrada a ese lugar oscuro. No hablaron demasiado, pues la situación era muy tensa. El sacerdote estaba ansioso por probar su valía, mientras el sigiloso elfo estaba más preocupado de lo que nunca hubieran visto sus acompañantes. Pero la que más callada estaba era la recién nombrada líder del grupo. La semielfa sentía por primera vez el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, y no era una sensación agradable. Veía en los ojos de los veinte hombres que les acompañaban una cierta desconfianza sólo vencida por las órdenes claras de la comandante Oira. Y lo peor de todo es que notaba en sí misma la duda sobre su capacidad.
Apenas trazaron un plan sobre lo que debían hacer, que como siempre no resistiría el primer contacto con el enemigo. Raenor bajaría a ese lugar amparado por el poderoso conjuro que le ocultaba de todo enemigo y exploraría en busca de los drows para contarlos y, si era posible, oír hablar de sus planes.
Cruzar el bosque sería una aventura digna de ser contada si sus protagonistas fueran bisoños aventureros, pero en el caso de la nutrida hueste que nos ocupa, fue un simple paseo. Varios espectros se lanzaron sobre ellos salidos de la pesadillesca imaginación de algún necromante, pero las armas mágicas del grupo, el poder divino que les acompañaba y la pericia con los arcos fueron suficiente para enviarlos al verdadero descanso en los brazos de Kelemvor. Al fin estaban a la entrada de la cueva, y un paso más allá en la boca de bajada a la mina, allanado únicamente por una cuerda que algún buscador de minerales había olvidado allí.
Tras intentar inútilmente escrutar la oscuridad de abajo, los tres aventureros se miraron entre ellos y, tras el mudo asentimiento de la semielfa, comenzaron a ejecutar el plan. Raenor no las tenía todas consigo cuando evocó el poder de su Dios Patrón para ocultarse de la vista de todos. Sabía que si había alguno de aquellos enemigos de piel oscura vigilando vería moverse la cuerda y sabría que alguien bajaba. La mayoría de arcanos que custodiaban lugares así tenían preparados conjuros que penetrarían su protección y podrían verle, y aunque no pudieran tocarle sí podrían lanzar conjuros que la disipasen. Se vería rodeado de enemigos en mitad de un territorio hostil. Pero se había presentado voluntario, y era su deber.
Si el blanco dominaba las ropas del clérigo, si alguien hubiera podido ver su cara en el momento de ver lo que les esperaba abajo apenas hubiera podido distinguirla de ellas. Un grupo de aquellos elfos de rostros cetrinos esperaba allí, varios de ellos mirando hacia arriba, y afortunadamente ninguno se percató del movimiento de la cuerda que le delataba. El susto fue tan acusado que soltó la cuerda y cayó unos cinco metros. La magia que le ocultaba también evitaba cualquier sonido, así que nadie pudo oír la caída, pero el sacerdote la notó en su espalda como el mazazo de un orco.
Estuvo un rato quieto, dejando que el poder de su anillo mágico aliviase el dolor que sentía y tal vez sellase una de sus costillas. Si fue así nunca lo supo, pues al levantarse se encontraba bien. Nadie se había dado cuenta de nada de lo que había ocurrido allí. Empezó a contar a los enemigos, y tal vez antes de lo debido el miedo le hizo subir de nuevo, preocupado por el movimiento de la cuerda mucho más que al bajar.
Cuando se hizo visible a sus compañeros, el alivio de éstos fue evidente, aunque duró lo justo para escuchar las desalentadoras palabras del yelmita. Fue un jarro de agua fría para todos. Un par de docenas de elfos oscuros, entre ellos al menos uno con aspecto de arcano. Tres o cuatro eran enemigos duros, así que docenas eran tal vez demasiados.
Comenzaron una discusión sobre la táctica a adoptar, pero no se ponían de acuerdo. Había quien pensaba que debían descolgarse por la cuerda en un ataque frontal, pero no convenció a los demás. El riesgo era enorme. Alguien propuso que bajara Raenor de nuevo y crease una distracción mientras bajaban los demás, pero tampoco acabó de convencerles. En esas estaban cuando uno de los soldados anunció lo que todos temían.
- La cuerda está tensa, alguien sube.
- Dejadle llegar -ordenó Arylin-. Será un explorador. Acabemos con él arriba.
En efecto, el que subía era un explorador drow. Apenas puso la mano en el nivel superior, tiraron de él hacia arriba y le golpearon con dureza. Tal vez hubiera sido prudente intentar aturdirle, pero la tensión les pudo y le clavaron las armas en el cuerpo, dejando apenas que gritase algo en su idioma a los que le esperaban abajo.
- Ha dicho -sorprendió a todos la semielfa con su dominio de esa extraña lengua- "soldados, más de diez".
- Son gente de gran disciplina -sentenció Raenor con una cierta admiración-. Lo último que ha hecho ha sido informar, ha cumplido su misión.
- Le habrán obligado a subir -dijo Eowaran, que como buen elfo sentía un desprecio infinito por sus primos de piel oscura-. Le hubieran matado si no sube.
- Es posible, Eo. Pero nadie le ha obligado a informar antes de morir, eso es cumplir con su deber.
Otro de los soldados informó de que la cuerda se había tensado de nuevo. Todos se aprestaron al combate otra vez, preocupados. Esta vez se trataba de una hembra de la especie, y puede que sólo Eowaran comprendiera en el acto lo que eso quería decir. Se lanzó sobre ella nada más verla, a riesgo de su propia vida, y en el momento en que empezó a gesticular con las manos trató de impedirlo con una certera estocada que se clavó en su costado. De inmediato, la elfa oscura desapareció. Tardaron unos segundos en entender lo ocurrido, pero fueron unos segundos preciosos. Eowaran apenas pudo mover de nuevo su espada llameante cuando se desató un infierno de conjuros sobre ellos. Parecía como si hubiera desatado varios a la vez, y la vieron moviendo las manos en sus rezos a la maldita araña a la entrada de la cueva, lejos de donde el elfo la había herido.
Varios de los soldados se asustaron, creyendo que eran varios los drows que habían subido, invisibles entre ellos, y el terror se acentuó cuando todos dejaron de ver. Pero esta vez Eowaran salvó la situación, lanzándose contra la sacerdotisa, pues eso era, y golpeando con furia desatada su cuerpo hasta hacer saltar todas las defensas mágicas que la protegían. En pocos segundos había muerto, y el elfo, envalentonado por su certera acción, se asomó al pozo y gritó en la hermosa lengua de los orejas puntiagudas de la superficie.
Subid aquí, miserables. Está muerta, y vosotros lo estaréis en cuanto os atreváis a subir, cobardes.
- Si les vemos subir hemos de acribillarlos en la cuerda, así no llegarán -aconsejó el yelmita.
- Es más divertido matarles arriba -aventuró un insensato entre la tropa.
- No estamos aquí para divertirnos -zanjó la cuestión Arylin.
Se situaron en torno al pozo con los arcos en la mano, preparados. Esta vez no hizo falta que nadie les advirtiera de los movimientos y la tensión de la cuerda. Al notarlos, todos pusieron una flecha en el arco y lo tensaron, intentando ver a sus enemigos. Lo que siguió fue, para un profano, simplemente confuso. Para cualquiera versado en el arte militar fue un simple desastre. Defender una posición como aquella debiera ser fácil, y vulnerarla parecía imposible. Pero los drows estuvieron a punto de lograrlo. La oscuridad se hizo y los arcos se revelaron inútiles. Sólo puedo intentar imaginar lo que sucedió a continuación por lo que contó Raenor. Se oía conjurar a los subterráneos y el chocar de las espadas, pero el clérigo no veía absolutamente nada. Su talento era bastante inútil en semejante situación, así que se apartó de la refriega. Se sintió un miserable cobarde mientras oía los terribles gritos de los enemigos y compañeros. La inconfundible voz de Eowaran y su desgarrador grito le hizo entrar de nuevo en el lugar de combate, y a tientas sacó el cuerpo casi sin vida del elfo. Lo llevó fuera de la cueva, y allí invocó todo su poder curativo para sanarlo. Confiado en que había tenido éxito, le dejó en el suelo y volvió a entrar en busca de más heridos.
Tymora sonrió a los de la superficie, y parece ser que los asaltantes habían caído en su totalidad, o los pocos que quedaban habian bajado a restañar sus heridas sin saber que habían tomado la poca resistencia que quedaba. Raenor localizó a Arylin, y con ayuda de Eowaran la sacó de allí. Estaba blanca, casi sin vida, y el sacerdote apenas pudo devolverle el color a las mejillas recurriendo a su magia más poderosa. Entre los tres sacaron de las mochilas los pergaminos curativos más poderosos que llevaban y arrancaron de las garras de la muerte a todos los soldados. Nadie me contó lo que hicieron con los drows, pero imagino que rematarían a los heridos. No parecía momento para tomar prisioneros.
En ese momento los soldados se sentían muy agradecidos y confiaban ciegamente en Arylin, y hubieran hecho lo que fuera por ella. Habían enfrentado una dura batalla y habían sobrevivido. Pero aún no estaba todo hecho, y Raenor volvió a proponer el plan de la distracción.
Bajo, les ataco con algún conjuro poderoso y salgo corriendo. Me perseguirán, seguro, pero conozco esa mina y tardarán un rato. Mientras, vosotros bajáis y les atacáis por la retaguardia. Yo volveré cuando pueda, y habremos tomado la entrada por fin.
De mala gana, la semielfa aceptó. No le gustaba exponer al yelmita de esa forma, pero habían agotado ya todos sus recursos, y ya no les quedaba más que cortar la cuerda o impedir de otra manera que subieran los drows o bajar ellos. Tal vez la necesidad de obtener ella misma gemas pesó en su decisión de no cegar el pozo, pero eso nunca lo sabremos.
Una vez más el sacerdote bajó por la cuerda. Una vez más pensó mientras lo hacía que era un blanco perfecto para cualquier arcano con la capacidad de ver más allá de los conjuros de protección. Una vez más, su proverbial torpeza le hizo caer de la cuerda, aunque esta vez estaba ya muy cerca del suelo.
Apenas trazaron un plan sobre lo que debían hacer, que como siempre no resistiría el primer contacto con el enemigo. Raenor bajaría a ese lugar amparado por el poderoso conjuro que le ocultaba de todo enemigo y exploraría en busca de los drows para contarlos y, si era posible, oír hablar de sus planes.
Cruzar el bosque sería una aventura digna de ser contada si sus protagonistas fueran bisoños aventureros, pero en el caso de la nutrida hueste que nos ocupa, fue un simple paseo. Varios espectros se lanzaron sobre ellos salidos de la pesadillesca imaginación de algún necromante, pero las armas mágicas del grupo, el poder divino que les acompañaba y la pericia con los arcos fueron suficiente para enviarlos al verdadero descanso en los brazos de Kelemvor. Al fin estaban a la entrada de la cueva, y un paso más allá en la boca de bajada a la mina, allanado únicamente por una cuerda que algún buscador de minerales había olvidado allí.
Tras intentar inútilmente escrutar la oscuridad de abajo, los tres aventureros se miraron entre ellos y, tras el mudo asentimiento de la semielfa, comenzaron a ejecutar el plan. Raenor no las tenía todas consigo cuando evocó el poder de su Dios Patrón para ocultarse de la vista de todos. Sabía que si había alguno de aquellos enemigos de piel oscura vigilando vería moverse la cuerda y sabría que alguien bajaba. La mayoría de arcanos que custodiaban lugares así tenían preparados conjuros que penetrarían su protección y podrían verle, y aunque no pudieran tocarle sí podrían lanzar conjuros que la disipasen. Se vería rodeado de enemigos en mitad de un territorio hostil. Pero se había presentado voluntario, y era su deber.
Si el blanco dominaba las ropas del clérigo, si alguien hubiera podido ver su cara en el momento de ver lo que les esperaba abajo apenas hubiera podido distinguirla de ellas. Un grupo de aquellos elfos de rostros cetrinos esperaba allí, varios de ellos mirando hacia arriba, y afortunadamente ninguno se percató del movimiento de la cuerda que le delataba. El susto fue tan acusado que soltó la cuerda y cayó unos cinco metros. La magia que le ocultaba también evitaba cualquier sonido, así que nadie pudo oír la caída, pero el sacerdote la notó en su espalda como el mazazo de un orco.
Estuvo un rato quieto, dejando que el poder de su anillo mágico aliviase el dolor que sentía y tal vez sellase una de sus costillas. Si fue así nunca lo supo, pues al levantarse se encontraba bien. Nadie se había dado cuenta de nada de lo que había ocurrido allí. Empezó a contar a los enemigos, y tal vez antes de lo debido el miedo le hizo subir de nuevo, preocupado por el movimiento de la cuerda mucho más que al bajar.
Cuando se hizo visible a sus compañeros, el alivio de éstos fue evidente, aunque duró lo justo para escuchar las desalentadoras palabras del yelmita. Fue un jarro de agua fría para todos. Un par de docenas de elfos oscuros, entre ellos al menos uno con aspecto de arcano. Tres o cuatro eran enemigos duros, así que docenas eran tal vez demasiados.
Comenzaron una discusión sobre la táctica a adoptar, pero no se ponían de acuerdo. Había quien pensaba que debían descolgarse por la cuerda en un ataque frontal, pero no convenció a los demás. El riesgo era enorme. Alguien propuso que bajara Raenor de nuevo y crease una distracción mientras bajaban los demás, pero tampoco acabó de convencerles. En esas estaban cuando uno de los soldados anunció lo que todos temían.
- La cuerda está tensa, alguien sube.
- Dejadle llegar -ordenó Arylin-. Será un explorador. Acabemos con él arriba.
En efecto, el que subía era un explorador drow. Apenas puso la mano en el nivel superior, tiraron de él hacia arriba y le golpearon con dureza. Tal vez hubiera sido prudente intentar aturdirle, pero la tensión les pudo y le clavaron las armas en el cuerpo, dejando apenas que gritase algo en su idioma a los que le esperaban abajo.
- Ha dicho -sorprendió a todos la semielfa con su dominio de esa extraña lengua- "soldados, más de diez".
- Son gente de gran disciplina -sentenció Raenor con una cierta admiración-. Lo último que ha hecho ha sido informar, ha cumplido su misión.
- Le habrán obligado a subir -dijo Eowaran, que como buen elfo sentía un desprecio infinito por sus primos de piel oscura-. Le hubieran matado si no sube.
- Es posible, Eo. Pero nadie le ha obligado a informar antes de morir, eso es cumplir con su deber.
Otro de los soldados informó de que la cuerda se había tensado de nuevo. Todos se aprestaron al combate otra vez, preocupados. Esta vez se trataba de una hembra de la especie, y puede que sólo Eowaran comprendiera en el acto lo que eso quería decir. Se lanzó sobre ella nada más verla, a riesgo de su propia vida, y en el momento en que empezó a gesticular con las manos trató de impedirlo con una certera estocada que se clavó en su costado. De inmediato, la elfa oscura desapareció. Tardaron unos segundos en entender lo ocurrido, pero fueron unos segundos preciosos. Eowaran apenas pudo mover de nuevo su espada llameante cuando se desató un infierno de conjuros sobre ellos. Parecía como si hubiera desatado varios a la vez, y la vieron moviendo las manos en sus rezos a la maldita araña a la entrada de la cueva, lejos de donde el elfo la había herido.
Varios de los soldados se asustaron, creyendo que eran varios los drows que habían subido, invisibles entre ellos, y el terror se acentuó cuando todos dejaron de ver. Pero esta vez Eowaran salvó la situación, lanzándose contra la sacerdotisa, pues eso era, y golpeando con furia desatada su cuerpo hasta hacer saltar todas las defensas mágicas que la protegían. En pocos segundos había muerto, y el elfo, envalentonado por su certera acción, se asomó al pozo y gritó en la hermosa lengua de los orejas puntiagudas de la superficie.
Subid aquí, miserables. Está muerta, y vosotros lo estaréis en cuanto os atreváis a subir, cobardes.
- Si les vemos subir hemos de acribillarlos en la cuerda, así no llegarán -aconsejó el yelmita.
- Es más divertido matarles arriba -aventuró un insensato entre la tropa.
- No estamos aquí para divertirnos -zanjó la cuestión Arylin.
Se situaron en torno al pozo con los arcos en la mano, preparados. Esta vez no hizo falta que nadie les advirtiera de los movimientos y la tensión de la cuerda. Al notarlos, todos pusieron una flecha en el arco y lo tensaron, intentando ver a sus enemigos. Lo que siguió fue, para un profano, simplemente confuso. Para cualquiera versado en el arte militar fue un simple desastre. Defender una posición como aquella debiera ser fácil, y vulnerarla parecía imposible. Pero los drows estuvieron a punto de lograrlo. La oscuridad se hizo y los arcos se revelaron inútiles. Sólo puedo intentar imaginar lo que sucedió a continuación por lo que contó Raenor. Se oía conjurar a los subterráneos y el chocar de las espadas, pero el clérigo no veía absolutamente nada. Su talento era bastante inútil en semejante situación, así que se apartó de la refriega. Se sintió un miserable cobarde mientras oía los terribles gritos de los enemigos y compañeros. La inconfundible voz de Eowaran y su desgarrador grito le hizo entrar de nuevo en el lugar de combate, y a tientas sacó el cuerpo casi sin vida del elfo. Lo llevó fuera de la cueva, y allí invocó todo su poder curativo para sanarlo. Confiado en que había tenido éxito, le dejó en el suelo y volvió a entrar en busca de más heridos.
Tymora sonrió a los de la superficie, y parece ser que los asaltantes habían caído en su totalidad, o los pocos que quedaban habian bajado a restañar sus heridas sin saber que habían tomado la poca resistencia que quedaba. Raenor localizó a Arylin, y con ayuda de Eowaran la sacó de allí. Estaba blanca, casi sin vida, y el sacerdote apenas pudo devolverle el color a las mejillas recurriendo a su magia más poderosa. Entre los tres sacaron de las mochilas los pergaminos curativos más poderosos que llevaban y arrancaron de las garras de la muerte a todos los soldados. Nadie me contó lo que hicieron con los drows, pero imagino que rematarían a los heridos. No parecía momento para tomar prisioneros.
En ese momento los soldados se sentían muy agradecidos y confiaban ciegamente en Arylin, y hubieran hecho lo que fuera por ella. Habían enfrentado una dura batalla y habían sobrevivido. Pero aún no estaba todo hecho, y Raenor volvió a proponer el plan de la distracción.
Bajo, les ataco con algún conjuro poderoso y salgo corriendo. Me perseguirán, seguro, pero conozco esa mina y tardarán un rato. Mientras, vosotros bajáis y les atacáis por la retaguardia. Yo volveré cuando pueda, y habremos tomado la entrada por fin.
De mala gana, la semielfa aceptó. No le gustaba exponer al yelmita de esa forma, pero habían agotado ya todos sus recursos, y ya no les quedaba más que cortar la cuerda o impedir de otra manera que subieran los drows o bajar ellos. Tal vez la necesidad de obtener ella misma gemas pesó en su decisión de no cegar el pozo, pero eso nunca lo sabremos.
Una vez más el sacerdote bajó por la cuerda. Una vez más pensó mientras lo hacía que era un blanco perfecto para cualquier arcano con la capacidad de ver más allá de los conjuros de protección. Una vez más, su proverbial torpeza le hizo caer de la cuerda, aunque esta vez estaba ya muy cerca del suelo.
Re: La batalla de la cuerda tensa
El yelmita se levantó como un resorte. No estaba el horno para bollos y no era cosa de perder el tiempo en el suelo. Lo que pudo ver confirmó sus sospechas: aún quedaba un grupo de una docena de enemigos, entre los cuales halló lo que más temía: uno que miró justo hacia él y se puso a gritar órdenes a los demás. Al menos aquel podía verle. No había tiempo que perder y lanzó su conjuro más poderoso contra el grupo de drows que descansaba sentado en el suelo, aparentemente exhaustos tras la terrible lucha.
Mientras salía corriendo pudo ver el resultado de la Implosión que había desencadenado sobre sus oponentes: la tan cacareada resistencia a los conjuros de los drows no tuvo el menor resultado, y cerca de ocho o diez de ellos cayeron muertos en el acto. Raenor sonrió mientras corría como alma que llevaba el diablo por el pasillo haciendo gran estrépito.
Convencido de que sus compañeros tendrían un descenso plácido, tras correr un par de minutos y ver que no le seguían, volvió sobre sus pasos en busca del estrépito de la batalla. Al llegar sólo pudo ver a Eowaran y Arylin limpiando el rojo de sus hojas, con una sonrisa entre triunfal y cruel de las que suelen tener los que llevan demasiado tiempo en una situación muy tensa y ven mejorar las cosas. Comprendió que esa era la misma sonrisa que su yelmo ocultaba, y que se regodeaba en la muerte de sus enemigos. Apartando esa idea de su mente, propuso la retirada pues las tropas estaban agotadas y los drows se habían llevado un escarmiento.
Poco duró el debate. La soldadesca estaba eufórica y Arylin cedió a sus deseos de continuar bajando por aquellos túneles en busca de los pocos enemigos que hubieran logrado huir. El propio Raenor quería confirmar si había una alianza entre drows y sharitas, que era lo que más temía. Seguramente el más sensato fue Eowaran, pero viendo como la ola de la euforia batía contra la sensatez decidió no oponerse.
No encontraron más oposición que alguna criatura de las cavernas, incapaz de medirse a aguerrido grupo que, aunque cansado, era aún muy poderoso. Cruzaron al territorio sharita y lucharon contra algunos de aquellos sectarios con confianza, acabando rápidamente con ellos. Cuando más tranquilos estaban y hasta Raenor empezaba a pensar que los drows no tenían aliados entre aquellos maléficos sectarios, entraron en una galería amueblada con sillas y una gran mesa, como si fuera una gran sala de reuniones. Allí les estaban esperando y cayeron sobre ellos desde todos los rincones con inusitada furia.
La oscuridad que invocaban los drows cayó sobre todos los luchadores casi de inmediato, aunque les dio tiempo a ver que entre ellos había muchos sharitas. La confusión fue total, y los elfos oscuros aprovecharon el hábito de muchas generaciones de combatir en la oscuridad para tomar ventaja. Sólo Eowaran se oía entre los gritos de ánimo de los oscuros jaleando a las fuerzas de la superficie, pero la mayor parte de los gritos de los soldados de la Marca eran de dolor y muerte.
En un momento dado Raenor, viendo como aquellos drows invocaban una tormenta de venganza contra sus amigos, decidió tirar de toda su reserva mágica y lanzó no una sino tres de aquellos conjuros que combinaban lluvia de ácidos con rayos y que conseguían distinguir incluso amigos de enemigos con más pericia que si los dirigiera uno a uno el propio clérigo. Se movió por el oscuro campo de batalla intentando no tropezar con los cuerpos de los caídos y la refriega de los vivos y desató el poder de Yelmo.
La batalla concluyó en menos de un minuto, y de pie quedaron tan solo Eowaran, Arylin y Raenor. Agotados, heridos y con la conciencia intranquila amontonaron los cuerpos de los soldados caídos apartándolos de las decenas de cadáveres de sus enemigos y lograron teleportarse a Nevesmortas con cinco de ellos que aún parecían conservar un hálito de vida. Los sanadores de la Orden de Caballeros se encargaron de sanarlos en la medida de lo posible, pero todos pensaban en los quince amigos abandonados en territorio enemigo. Arylin era la más afectada, y estuvo a punto de salir a por ellos, pero sus compañeros la retuvieron. Era una muerte segura volver en el estado en que estaban, ya era un milagro haber salido vivos ocho de los veintitrés.
No menos de cincuenta drows habían perdido la vida en aquella batalla, y quince de la superficie. Para algunos sería un dulce resultado, pero bajo la cortina de agua y escuchando el sermón de Áshnar, los ocho supervivientes estaban tristes, muy tristes.
Mientras salía corriendo pudo ver el resultado de la Implosión que había desencadenado sobre sus oponentes: la tan cacareada resistencia a los conjuros de los drows no tuvo el menor resultado, y cerca de ocho o diez de ellos cayeron muertos en el acto. Raenor sonrió mientras corría como alma que llevaba el diablo por el pasillo haciendo gran estrépito.
Convencido de que sus compañeros tendrían un descenso plácido, tras correr un par de minutos y ver que no le seguían, volvió sobre sus pasos en busca del estrépito de la batalla. Al llegar sólo pudo ver a Eowaran y Arylin limpiando el rojo de sus hojas, con una sonrisa entre triunfal y cruel de las que suelen tener los que llevan demasiado tiempo en una situación muy tensa y ven mejorar las cosas. Comprendió que esa era la misma sonrisa que su yelmo ocultaba, y que se regodeaba en la muerte de sus enemigos. Apartando esa idea de su mente, propuso la retirada pues las tropas estaban agotadas y los drows se habían llevado un escarmiento.
Poco duró el debate. La soldadesca estaba eufórica y Arylin cedió a sus deseos de continuar bajando por aquellos túneles en busca de los pocos enemigos que hubieran logrado huir. El propio Raenor quería confirmar si había una alianza entre drows y sharitas, que era lo que más temía. Seguramente el más sensato fue Eowaran, pero viendo como la ola de la euforia batía contra la sensatez decidió no oponerse.
No encontraron más oposición que alguna criatura de las cavernas, incapaz de medirse a aguerrido grupo que, aunque cansado, era aún muy poderoso. Cruzaron al territorio sharita y lucharon contra algunos de aquellos sectarios con confianza, acabando rápidamente con ellos. Cuando más tranquilos estaban y hasta Raenor empezaba a pensar que los drows no tenían aliados entre aquellos maléficos sectarios, entraron en una galería amueblada con sillas y una gran mesa, como si fuera una gran sala de reuniones. Allí les estaban esperando y cayeron sobre ellos desde todos los rincones con inusitada furia.
La oscuridad que invocaban los drows cayó sobre todos los luchadores casi de inmediato, aunque les dio tiempo a ver que entre ellos había muchos sharitas. La confusión fue total, y los elfos oscuros aprovecharon el hábito de muchas generaciones de combatir en la oscuridad para tomar ventaja. Sólo Eowaran se oía entre los gritos de ánimo de los oscuros jaleando a las fuerzas de la superficie, pero la mayor parte de los gritos de los soldados de la Marca eran de dolor y muerte.
En un momento dado Raenor, viendo como aquellos drows invocaban una tormenta de venganza contra sus amigos, decidió tirar de toda su reserva mágica y lanzó no una sino tres de aquellos conjuros que combinaban lluvia de ácidos con rayos y que conseguían distinguir incluso amigos de enemigos con más pericia que si los dirigiera uno a uno el propio clérigo. Se movió por el oscuro campo de batalla intentando no tropezar con los cuerpos de los caídos y la refriega de los vivos y desató el poder de Yelmo.
La batalla concluyó en menos de un minuto, y de pie quedaron tan solo Eowaran, Arylin y Raenor. Agotados, heridos y con la conciencia intranquila amontonaron los cuerpos de los soldados caídos apartándolos de las decenas de cadáveres de sus enemigos y lograron teleportarse a Nevesmortas con cinco de ellos que aún parecían conservar un hálito de vida. Los sanadores de la Orden de Caballeros se encargaron de sanarlos en la medida de lo posible, pero todos pensaban en los quince amigos abandonados en territorio enemigo. Arylin era la más afectada, y estuvo a punto de salir a por ellos, pero sus compañeros la retuvieron. Era una muerte segura volver en el estado en que estaban, ya era un milagro haber salido vivos ocho de los veintitrés.
No menos de cincuenta drows habían perdido la vida en aquella batalla, y quince de la superficie. Para algunos sería un dulce resultado, pero bajo la cortina de agua y escuchando el sermón de Áshnar, los ocho supervivientes estaban tristes, muy tristes.
Re: La batalla de la cuerda tensa
Tacirrano me tengo que quitar la capucha de ladron ante ti , la historia es tan buena que me has hecho saltar las lagrimas.




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Re: La batalla de la cuerda tensa
La menor de las Wend, Danila, se disponía cincel en mano a picar los minerales que se forman en la entrada del Pozo de la Oscuridad.
El repiqueteo de las piedras y su eco en aquella cueva empañaron el crujir de la cuerda que baja hasta el Pozo, y no supo lo que ocurría hasta que lo sintió en su propia carne.

Tres drows dispuestos a acabar con ella no escatimaron en golpes y hechizos que tras varios minutos, el estoque de Danila y sus llamaradas consiguieron frenar.
Estaban ahí, tendidos en el frío suelo de la cueva, presentando infinidad de interrogantes, pero sobretodo...¿Por qué habían subido a la superficie?
Con más miedo que otra cosa apartó los cuerpos y siguió picando, pero esta vez fue una voz la que interrumpía la labor. Un elfo ascendía por la cuerda y se plantaba ante Danila.

-¡Tú!
-¿Es a mi? -Contestaba Danila descolgando su estoque.
-¿A quien si no? - Respondia el elfo.
-No he venido a matarte, esta vez has ganado *señalaba los cuerpos de los drow*
-¿A qué has venido entonces?. *ocultando de nuevo las llamas de su estoque*
-Soy un prisionero, he venido a advertirte, debes avisar a tus amigos, el final está llegando.
-¿A qué te refieres?.
-*susurrando* Los vuestros llegaron hasta la ciudad Drow y mataron a civiles, ahora quieren venganza.
-Pero yo no he hecho tales cosas, y dudo que todos los habitantes de Nevesmortas lo hayan hecho.
-*susurrando* Habla más bajo...Eso no les importa, cobrarán por lo que les hicieron. Avisa a tu gente, ya hay varios escondidos en la superficie, y mucho cuidado con las cuevas.
-Está bien, avisaré, pero...¿Por qué no vienes conmigo? Ya has llegado hasta aquí, puedes escapar
-Debo volver abajo, mis compañeros me esperan.
-Como quieras, pero vengo por aqui a menudo a picar minerales, si vuelves a subir te acompañaré hasta la libertad, elfo.
Y el prisionero descendió de nuevo, la cuerda volvió a tensarse y estaba claro que no sería la última vez
El repiqueteo de las piedras y su eco en aquella cueva empañaron el crujir de la cuerda que baja hasta el Pozo, y no supo lo que ocurría hasta que lo sintió en su propia carne.

Tres drows dispuestos a acabar con ella no escatimaron en golpes y hechizos que tras varios minutos, el estoque de Danila y sus llamaradas consiguieron frenar.
Estaban ahí, tendidos en el frío suelo de la cueva, presentando infinidad de interrogantes, pero sobretodo...¿Por qué habían subido a la superficie?
Con más miedo que otra cosa apartó los cuerpos y siguió picando, pero esta vez fue una voz la que interrumpía la labor. Un elfo ascendía por la cuerda y se plantaba ante Danila.

-¡Tú!
-¿Es a mi? -Contestaba Danila descolgando su estoque.
-¿A quien si no? - Respondia el elfo.
-No he venido a matarte, esta vez has ganado *señalaba los cuerpos de los drow*
-¿A qué has venido entonces?. *ocultando de nuevo las llamas de su estoque*
-Soy un prisionero, he venido a advertirte, debes avisar a tus amigos, el final está llegando.
-¿A qué te refieres?.
-*susurrando* Los vuestros llegaron hasta la ciudad Drow y mataron a civiles, ahora quieren venganza.
-Pero yo no he hecho tales cosas, y dudo que todos los habitantes de Nevesmortas lo hayan hecho.
-*susurrando* Habla más bajo...Eso no les importa, cobrarán por lo que les hicieron. Avisa a tu gente, ya hay varios escondidos en la superficie, y mucho cuidado con las cuevas.
-Está bien, avisaré, pero...¿Por qué no vienes conmigo? Ya has llegado hasta aquí, puedes escapar
-Debo volver abajo, mis compañeros me esperan.
-Como quieras, pero vengo por aqui a menudo a picar minerales, si vuelves a subir te acompañaré hasta la libertad, elfo.
Y el prisionero descendió de nuevo, la cuerda volvió a tensarse y estaba claro que no sería la última vez