CORRIENTE DE SANGRE [CAZADORES DEL NORTE: EL OJO SANGRIENTO]
7 de Mirtul del Año 1564. Atalaya del Alba, Nevesmortas
- Señor Lothar, disculpe mi atrevimiento, pero me sorprende que pueda sentir algo con todo lo que está bebiendo...
- Calla y cose, maldita sea.
El anciano clérigo suspiró mientras preparaba hilo y aguja para suturar las heridas en el abdomen del borracho que sangraban profusamente. No eran las únicas, su estado era lamentable, pero esos cortes tan profundos debían ser tratados de inmediato. El guerrero había llegado a la Atalaya del Alba apenas pudiendo caminar por su propio pie. Cuando los guardias lo vieron entrar por la puerta lo llevaron rápidamente a la sala de curaciones. Ahora estaba recostado en un camastro, bebiendo un licor fuerte y barato mientras se desangraba. No era buena idea, pero al menos serviría para enturbiar la mente y mitigar el dolor.
- ¿Está preparado, señor? - una vez se hubo limpiado las manos y con el material preparado, el sanador se sentó junto al guerrero, presionando con delicadeza la zona que se disponía a punzar.
Lothar apretó los dientes, asintiendo a la vez que daba un nuevo trago. Para el anciano lo sorprendente es que siguiera consciente, no solo por el dolor, sino por el ritmo al que ingería alcohol. Ya había una botella vacía en el suelo. Las manos del guerrero temblaban, y tenía el pulso acelerado. Piel macilenta, sudor frío, vista nublada. El infeliz necesitaba más una intervención divina que sus cuidados, pero por algún motivo se negaba a que Ashnar impusiera sus manos sobre él. Limpió la sangre de la laceración con un paño húmedo y comenzó a suturar lentamente para cerrar la herida. El guerrero apretó los dientes y ahogó cualquier queja. "Se nota que estás acostumbrado a esto", pensó para sí el sanador. Los quejidos de los enfermos y heridos que ocupaban otros camastros en la sala eran mucho más audibles que el hombre que se desangraba a su lado y al que estaba atravesando con aguja.
- Señor Lothar – atrajo la atención del hombre al verlo parpadear varias veces rápidamente mientras sus pupilas se contraían. Necesitaba hacerlo hablar, mantenerlo consciente - he oído que usted participó hace poco en el asalto a los orcos que están asentados al oeste, cerca la corriente de Nevesmortas. La tribu Úgrezh, creo recordar. Debe ser un gran guerrero.
- Un gran guerrero no estaría aquí, dejando que un viejo matasanos le haga una sangría.
El guerrero sonrió mientras miraba como el hilo unía poco a poco la carne. El anciano se lamentó, debía estar aturdido después de perder tanta sangre, y el ambiente malsano del lugar no debía ayudarlo en absoluto.
- Hasta los dioses sangran, señor Lothar. No se avergüence de hacerlo.
- No estaría así si tuviera mi arma, te lo aseguro, pero algún malnacido debe habérmela robado en un descuido.
"O cuando ibais borracho" se guardó para sí el comentario el anciano. Volvió a limpiar la herida, antes de seguir cosiendo, enjuagando el paño en un cazo cuya agua ya se tornaba roja. La palidez del hombre comenzaba a preocuparle seriamente. Cabeceaba de vez en cuando, levantando la cabeza únicamente para llevarse a los labios el morro de la botella.
- ¿Y cómo fue? Ese día recibimos a muchos aventureros heridos bajo nuestro techo.
- ¿Qué cómo fue? Fue una auténtica estupidez, desde el inicio. El dinero no lo resuelve todo, pero parece que esos Lanzagélida prefieren enviar a extranjeros prometiéndoles dinero que a hombres armados y entrenados del regimiento de la villa. Esos aristócratas pedigüeños se creen que pueden conseguir lo que quieran con su oro. ¡Pero ya le dije hace tiempo a esa damisela que tenéis que no necesitaba su cama ni su comida!
- La Dama hizo lo que creía mejor para los ciudadanos, señor. Quienes respondieron debían saber que corrían un riesgo, y el oro es solo su gratitud por asumirlo. Los guardias debían proteger la villa, y a sus gentes, quienes le aseguro que sí que no han recibido entrenamiento.
El guerrero no pareció convencido por las palabras del anciano, y continuó su retahíla de quejas e improperios. La ira había conseguido despabilarlo, pero era mejor que no siguiera por ahí, o podría acabar entre rejas. El clérigo sabía que aquellos insultos en realidad no iban hacia la Dama, sino a alguna mala experiencia en el pasado que lo marcó. Había que devolverlo al presente.
- Además, al final todos volvieron con vida, e hicieron un buen trabajo. No se ha vuelto a ver a los Úgrezh por las inmediaciones desde aquel asalto.
- ¡No eran Úgrezh, maldita sea! Los orcos que encontramos allí venían de otra tierra, e iban mejor armados. No pude identificar su puñetera tribu, pero sí comprobé que luchaban bien. Sus golpes eran duros, y combatián con fiereza. Esos bastardos pieles verdes estaban bien curtidos, acostumbrados a luchar, no eran simples guerreros. Luché codo con codo con el enano, mientras el resto nos cubrían las espaldas y los mantenían a raya. Disfruté como un crío mientras mi espadón cercenaba su carne y aplastaba sus despreciables cráneos. Poco después escuché que venían del oeste, de los Páramos Eternos.
- ¿Los Páramos Eternos? Eso está muy lejos, ¿qué podría haberlos traído hasta aquí?
- ¿Y yo qué puñetas sé? Eso es lo que tratamos de averiguar. He tratado lo suficiente con ellos para saber que aquello no era la preparación a un simple asalto. Cuando llegamos al territorio de los Úgrezh vimos un campamento enorme. No sé cuánto tiempo habían estado reuniendo fuerzas, pero me preocupa que una horda así haya podido moverse libremente desde el oeste sin que nadie los detectara hasta llegar tan cerca de Nevesmortas. ¡Había una puñetera legión, decenas de guerreros dirigidos por sus malditos chamanes!
- Chamanes... La magia de los orcos es pérfida y salvaje, como los dioses a los que adoran. Me alegro que consiguieran acabar con ellos.
- Pues no fue gracias a tu dios, te lo aseguro. Los magos nos protegieron con su brujería, mientras Krön y yo nos habríamos paso entre los orcos hacia sus brujos. No fui tan rápido como hubiese deseado, yo... la rabia tan solo me dejaba ver lo que tenía delante, necesitaba aplastar a esas bestias, silenciar sus aborrecibles lenguas...
La voz fue apagándose mientras hablaba y comenzó a cabecear. El sanador soltó la aguja y vació el contenido de una pequeña botella en un cuenco, obligando al guerrero a beber. El hombre tosió, soltando alguno de los puntos y gimiendo de dolor mientras sus músculos abdominales se contraría ante la tos y hacían que la sangre volviera a manar.
- ¿Qué cojones me has dado? Es asqueroso...
- Bebe. Es una mezcla de alcohol y hierbas. No preguntes, solo tómalo. Te mantendrá despejado.
La dosis tal vez era demasiado grande, aletargaría la mente del hombre, pero lo mantendría despierto. Ayudó al guerrero a terminar de beber y luego apoyó la cabeza de éste en la almohada. Su respiración se relajó, pero el color no volvía a su cara.
- Recuerdo los gritos... Siempre hay gritos en la guerra, algunos no se van nunca. Te persiguen para siempre, como la sangre que has derramado. Pero no los ayudé, los vi corriendo, tratando de salvar sus vidas mientras las flechas y la magia de hombres mejores les daban el apoyo que yo me negaba a otorgarles. Sólo quería matar. Tan solo quería caminar sobre sus cadáveres, ver morir hasta el último de esos seres...
- Es normal, señor Lothar. No se castigue. En el caos de la batalla es difícil pensar en otros, y más si como usted dice estaba luchando en primera línea.
- No... No lo entiendes. Atravesamos el campamento, acabando con todos ellos, abriéndonos paso hacia la cueva dónde creía que estaría su líder. Lo demás carecía de importancia para mí, ignoraba la voz de la elfa que la casa Lanzagélida había enviado como portavoz. Ignoraba el peligro que corrían los demás. Sí, al principio traté de advertirles, pero una vez empezó la batalla, nada importaba. Combatí por los escalones de roca, arrojando orcos muertos al abismo, atravesamos la gruta y continuamos la lucha dentro de la montaña. El combate fue difícil, eramos demasiados, y el espacio cada vez era menor. Recuerdo... recuerdo estar combatiendo contra varios orcos, recuerdo el aroma de la magia, recuerdo el dolor del metal orco en mi carne y, después, sólo oscuridad.
- ¿Oscuridad? ¿A qué se refiere?
El anciano realizó la última punzada de la sutura, cortó el hilo y lo anudó para que mantuviera la herida cerrada. Lo siguiente era colocar un cataplasma para cauterizar las heridas y cortar el sangrado. Mezcló las hierbas y comenzó a molerlas mientras escuchaba al guerrero hablar. El hombre volvía a tener la botella entre sus manos, que ya no temblaban. Con un suspiro, se resignó a decirle que no era necesario que siguiera bebiendo, que ya no iba a sentir ningún dolor.
- No... No lo sé. Todo se apagó, y un horrible frío me envolvió. Escuché voces, de nuevo, llamándome. Gritos, sí. Siempre hay gritos en la guerra, algunos no se van – repitió, dando un largo trago -. Una parte de mí se alegró, después de tanto tiempo... había paz en esa oscuridad, y era bienvenido pero... me asusté. Huí... La luz regresó, y ...
- ¿Vio a un ángel?
El guerrero soltó una carcajada que hizo que alguna herida volviera a sangrar. Con un suspiro, el sanador volvió a colocar el cataplasma por esas zonas. El tono rosado volvía lentamente a sus mejillas, y el pulso se estaba estabilizando.
- No, no, no. Por todas las fulanas del mundo que no. Vi el apestoso y feo rostro de Krönn pegado a mi cara mientras me zarandeaba y gritaba con esa molesta voz que sale de su boca. Parece que está masticando piedras todo el puñetero día. Cuando comprendí donde estaba y miré a mi alrededor vi más heridos que poco a poco iban siendo atendidos. Yo estaba hecho polvo, casi como estoy ahora. Ese tipo, el... el hijo de un tal L, trató mis heridas lo mejor que pudo con el material que tenía. Registramos todo el lugar, pero ni rastro de un caudillo, y juro por mi ojo que ninguno de los cadáveres lo era. Había lingotes de titanio, y encontramos una alabarda escondida. Era un arma ceremonial, pero mortal, con un grabado similar a las fauces de un dragón. ¡Que alguien me diga qué cojones pintan los dragones aquí! - bufó frustrado y agitando las manos de forma aireada derramando parte del contenido de la botella que sujetaba con una de ellas -. Alguien debería estudiarla para ver qué es lo que piensan forjar, y para qué, porque está claro que preparan algo. Pero aquí parece que preferís rascaros las pelotas con el pretexto de "ya estamos acostumbrados a los orcos en el norte". ¡Os aseguro que no lo estáis!
- Tranquilícese, por favor, le aseguro que todos estamos preocupados por la amenaza que suponen los humanoides en estas tierras. Hicisteis una buena labor en la batalla y gracias a vos y a otros valientes hoy muchos podremos dormir sin preocupaciones. Trate de alegrarse señor Lothar, dio paz a los lugareños.
El curandero terminó de extender la cataplasma y se limpió las manos en la túnica dorada. Con una agradable sonrisa, anunció al guerrero que había terminado su trabajo. Se fijó en el parche que apenas ocultaba una horrible cicatriz mientras su paciente respiraba más tranquilo.
- ¿Quieres que mire esa herida? Tal vez pueda hacer algo. ¿Cuánto hace que la tiene?
- ¡No te acerques!
El hombre se llevó las manos al ojo de forma impulsiva, tapándolo a la vez que su pecho se hinchaba. El sanador le pidió disculpas y le dijo con voz calmada que se tranquilizara. Cuando fue a advertirle sobre la delicadeza de su estado físico y aconsejarle que permaneciera en reposo por un tiempo, el guerrero ya estaba levantándose con un quejido, ignorando al sanador y cada una de sus palabras bienintencionadas.
- Gracias, viejo, pero no te esfuerces. No soy un hombre al que le guste estar en la cama. No merezco tanta atención, ocúpate de los demás, ya he malgastado demasiado tu tiempo.
- Eres demasiado tozudo, Lothar - el anciano se despidió, haciendo un gesto a los guardias para que lo dejaran marchar -. Que la luz de Láthander ilumine tu camino.
El guerrero respondió con una risa ronca mientras caminaba con dificultad hacia la salida, sujetando con firmeza la botella de la que continuaba bebiendo.
- Dile a tu dios que ilumine los ojos de aquellos ciegos con el poder de tomar decisiones importantes y les haga ver que no eran orcos preparándose para un simple asalto, y mantén a tu Señor del Alba lejos de mí, es lo mejor para todos. El único dios al que le importo me desea muerto, y yo a él y a "sus hijos"...
Salió de la sala de curas, frotándose el ojo herido.
El sanador se puso en pie escuchando sus viejas rodillas crujir y sintiendo un pinchazo en la espalda. Mandó a sus ayudantes a que cambiaran las sábanas del camastro donde había estado el guerrero y que limpiaran toda la sangre que había derramado.
"Los jóvenes siempre se empeñan en desperdiciar su vida y sus dones...", pensó el anciano mientras se preparaba para atender a otro herido.
Crónicas de Lothar
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Re: Crónicas de Lothar
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
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Re: Crónicas de Lothar
SERENIDAD
11 de Mirtul del año 1564. Algún lugar en el bosque de Nevesmortas.

La corteza saltaba cada vez que el hacha impactaba en la valiosa madera del leñocaso, con golpes rítmicos que se unían a los demás sonidos del bosque.
"Tac, tac, tac"
El sudor cubría la frente y los brazos del guerrero, junto a quién se retorcían las patas de una enorme araña sin vida.
"Tac, tac, tac"
Los rayos del sol se filtraban entre la espesura del ramaje de los altos árboles, brillando sobre el lecho de hojas caídas y nieve.
"Tac, tac, tac"
A lo lejos se perdía la voz de un recién llegado a la villa que trataba de ganarse la vida guiando bueyes, llevando su valiosa mercancía a otros puntos comerciales.
"Tac, tac, tac"
Le gustaba ese trabajo, le ayudaba a mantener la mente ocupada, a serenarse. Solo existían él y el tronco. Cada golpe servía para mantener la concentración, para guiar sus pensamientos.
"Tac, tac, tac"
Sin dudas, sin miedos. Sin responsabilidades. Pensaba en su vida desde que su descenso hacia la decadencia le hizo llegar a esas tierras. Le costaba admitir que aquella aldea ruidosa y sucia se había convertido en lo más parecido a un hogar que había tenido en muchos años. Y había encontrado buenos compañeros, amigos incluso. Amigos...
"Tac, tac, tac"
Se agarró al sonido de sus golpes como un náufrago a los restos de un barco, tratando de no ser arrastrado hacia las oscuras mareas de su pasado. Solo tenía que seguir el ritmo.
"Tac, tac, tac"
Su vida era más tranquila, al menos, dentro de su pequeño mundo. Siempre había algo que hacer, y estaba intentando ayudar a otros, dentro de lo que su desgastado cuerpo le permitía. Le dolía ver como su habilidad en combate se había deteriorado tanto. Recordó aquellas dolorosas palabras que alguien le dedicara una vez: "antes sentía orgullo al verte esgrimir un arma, pero ahora solo eres un triste borracho que solo la zarandea". Sí, solo era un triste borracho...
"Tac, tac, tac"
Sí, las obras del hospicio iban a iniciarse. Pero entonces... ¿por qué se sentía mal? No podía quitarse la sensación de que cada una de las acciones que emprendía para tratar de ayudar a otros, siempre terminaban mal. No podía dejar de pensar en que, tal vez, en realidad nunca ha buscado ayudar a otros, sino tratar de redimirse a sí mismo a través de los demás, de ocultar la culpa que lo devoraba por dentro con falsos buenos actos...
"Tac, tac, tac"
No... No. Sus compañeros, sí, había conocido a muchas y variopintas personas desde que viajaba por aquellas tierras. Algunas antes de llegar, otras una vez instalado en la villa. Si en otros tiempos hubiese contado algunas de las cosas que había vivido junto a ellos a lo largo de la Marca, claramente se habrían burlado de él. "Historias de borracho" habrían dicho muchos, "ese desgraciado solo quiere sacaros vuestro dinero con sus lamentables mentiras" hubiesen mencionado otros.
Y tal vez tendrían razón, incluso a él le costaba estar seguro de qué era real y qué no, y pasaba tanto tiempo ebrio que a veces los recuerdos se volvían confusos y borrosos.
¿Quién puede asegurar que aquella barrera mágica en Ascore y la monstruosidad que los atacó en realidad no eran más que delirios de una intoxicación etílica? Aunque Satori le hablara después de aquellos seres, aunque Aku pasara días con una palidez fantasmal e incapaz siquiera de escuchar hablar de que se acercaran a las ruinas de la antigua ciudad.
¿O quién puede decirle que aquella torre arcana a la que les llevó el archimago en realidad no fue solo una ilusión magnificada por su embriaguez? Demonios, si ni tan siquiera recordaba cómo llegaron ni volvieron de ese lugar de ensueño.
Por no hablar de ese ser sombrío que a veces recuerda en sueños. Ese brazo atravesando su pecho y mirándole con unos ojos oscuros como pozos infinitos. Parecía tan real pero... sin otros recuerdos que le haciera ver cómo, dónde ni por qué sucedió aquello, podía ser una simple fantasía. Como los destelles lúcidos que asoman entre las lagunas de una noche de inconsciencia etílica.
¿O incluso que aquella pelirroja tan delicada y bonita como una figurilla esculpida por el más diestro de los maestros elfos no era solo producto de su ferviente imaginación? ¡Desde luego nadie así le había cogido del brazo antes sin pagar por ese cariño, y mucho menos estando acompañado del apestoso enano!
"Tac, tac, tac"
Nevesmortas era un salvavidas para él, pero no sabía hacia dónde iba ese camino que finalmente había decidido seguir. Cada vez todo era más extraño, y ya no sabía por qué, ni para qué, esgrimía su espada. Una extraña y revitalizante locura había tomado el control de su mundo. Una locura que a veces le hacía pensar, aunque fugazmente y siempre durante una deplorable resaca, que bebía demasiado; pero otras el mundo se envolvía en una capa de incomprensión que era incapaz de asimilar, y tenía claro que lo que bebía no era suficiente para mantener la cordura.
Pero él nunca bebía para satisfacer su paladar ni saciar su apetito, ¿verdad? No, no era tan sencillo...
"Tac, tac, tac"
Y ahora dragones... ¡Dragones reuniendo ejércitos, conspirando! El mundo se movía hacia la dirección que en su penitencia tanto tiempo había buscado, aunque en sus deseos autodestructivos buscaba caer solo, pero la realidad... a la realidad le importaban una mierda sus deseos y arrasaría todo lo que encontrase a su paso. Se avecinaba algo tan grande que ni tan siquiera era capaz de imaginarlo. Aquello parecía hablarle con dulzura de una muerte digna, prometedora. Era un modo desesperado de hacerse creer a sí mismo que continuar adelante había tenido sentido... De que dejar a tantas personas atrás al final tenía un significado.
Tomó aire, apretó los dientes, y siguió golpeando el tronco, tratando de acallar las voces que murmuraban en su consciencia. intentando hacerle mirar hacia todo de lo que había huido , a todo lo que había dejado atrás, a todas las acciones que había cometido, contándole lo que ya sabía. Que era un cobarde, que no lograría engañarse nunca a sí mismo. Que no podría correr eternamente de la verdad, de sus palabras ...
Soltó un grito que hizo alzar el vuelo a varias aves, golpeando con más fuerza la madera que rechinaba ante el filo del hacha. No huiría eternamente, no... Pero aún no había llegado el momento.
Aún quedaban muchos árboles por talar...
"TAC, TAC, TAC, TAC, TAC, TAC, TAC"
11 de Mirtul del año 1564. Algún lugar en el bosque de Nevesmortas.

La corteza saltaba cada vez que el hacha impactaba en la valiosa madera del leñocaso, con golpes rítmicos que se unían a los demás sonidos del bosque.
"Tac, tac, tac"
El sudor cubría la frente y los brazos del guerrero, junto a quién se retorcían las patas de una enorme araña sin vida.
"Tac, tac, tac"
Los rayos del sol se filtraban entre la espesura del ramaje de los altos árboles, brillando sobre el lecho de hojas caídas y nieve.
"Tac, tac, tac"
A lo lejos se perdía la voz de un recién llegado a la villa que trataba de ganarse la vida guiando bueyes, llevando su valiosa mercancía a otros puntos comerciales.
"Tac, tac, tac"
Le gustaba ese trabajo, le ayudaba a mantener la mente ocupada, a serenarse. Solo existían él y el tronco. Cada golpe servía para mantener la concentración, para guiar sus pensamientos.
"Tac, tac, tac"
Sin dudas, sin miedos. Sin responsabilidades. Pensaba en su vida desde que su descenso hacia la decadencia le hizo llegar a esas tierras. Le costaba admitir que aquella aldea ruidosa y sucia se había convertido en lo más parecido a un hogar que había tenido en muchos años. Y había encontrado buenos compañeros, amigos incluso. Amigos...
"Tac, tac, tac"
Se agarró al sonido de sus golpes como un náufrago a los restos de un barco, tratando de no ser arrastrado hacia las oscuras mareas de su pasado. Solo tenía que seguir el ritmo.
"Tac, tac, tac"
Su vida era más tranquila, al menos, dentro de su pequeño mundo. Siempre había algo que hacer, y estaba intentando ayudar a otros, dentro de lo que su desgastado cuerpo le permitía. Le dolía ver como su habilidad en combate se había deteriorado tanto. Recordó aquellas dolorosas palabras que alguien le dedicara una vez: "antes sentía orgullo al verte esgrimir un arma, pero ahora solo eres un triste borracho que solo la zarandea". Sí, solo era un triste borracho...
"Tac, tac, tac"
Sí, las obras del hospicio iban a iniciarse. Pero entonces... ¿por qué se sentía mal? No podía quitarse la sensación de que cada una de las acciones que emprendía para tratar de ayudar a otros, siempre terminaban mal. No podía dejar de pensar en que, tal vez, en realidad nunca ha buscado ayudar a otros, sino tratar de redimirse a sí mismo a través de los demás, de ocultar la culpa que lo devoraba por dentro con falsos buenos actos...
"Tac, tac, tac"
No... No. Sus compañeros, sí, había conocido a muchas y variopintas personas desde que viajaba por aquellas tierras. Algunas antes de llegar, otras una vez instalado en la villa. Si en otros tiempos hubiese contado algunas de las cosas que había vivido junto a ellos a lo largo de la Marca, claramente se habrían burlado de él. "Historias de borracho" habrían dicho muchos, "ese desgraciado solo quiere sacaros vuestro dinero con sus lamentables mentiras" hubiesen mencionado otros.
Y tal vez tendrían razón, incluso a él le costaba estar seguro de qué era real y qué no, y pasaba tanto tiempo ebrio que a veces los recuerdos se volvían confusos y borrosos.
¿Quién puede asegurar que aquella barrera mágica en Ascore y la monstruosidad que los atacó en realidad no eran más que delirios de una intoxicación etílica? Aunque Satori le hablara después de aquellos seres, aunque Aku pasara días con una palidez fantasmal e incapaz siquiera de escuchar hablar de que se acercaran a las ruinas de la antigua ciudad.
¿O quién puede decirle que aquella torre arcana a la que les llevó el archimago en realidad no fue solo una ilusión magnificada por su embriaguez? Demonios, si ni tan siquiera recordaba cómo llegaron ni volvieron de ese lugar de ensueño.
Por no hablar de ese ser sombrío que a veces recuerda en sueños. Ese brazo atravesando su pecho y mirándole con unos ojos oscuros como pozos infinitos. Parecía tan real pero... sin otros recuerdos que le haciera ver cómo, dónde ni por qué sucedió aquello, podía ser una simple fantasía. Como los destelles lúcidos que asoman entre las lagunas de una noche de inconsciencia etílica.
¿O incluso que aquella pelirroja tan delicada y bonita como una figurilla esculpida por el más diestro de los maestros elfos no era solo producto de su ferviente imaginación? ¡Desde luego nadie así le había cogido del brazo antes sin pagar por ese cariño, y mucho menos estando acompañado del apestoso enano!
"Tac, tac, tac"
Nevesmortas era un salvavidas para él, pero no sabía hacia dónde iba ese camino que finalmente había decidido seguir. Cada vez todo era más extraño, y ya no sabía por qué, ni para qué, esgrimía su espada. Una extraña y revitalizante locura había tomado el control de su mundo. Una locura que a veces le hacía pensar, aunque fugazmente y siempre durante una deplorable resaca, que bebía demasiado; pero otras el mundo se envolvía en una capa de incomprensión que era incapaz de asimilar, y tenía claro que lo que bebía no era suficiente para mantener la cordura.
Pero él nunca bebía para satisfacer su paladar ni saciar su apetito, ¿verdad? No, no era tan sencillo...
"Tac, tac, tac"
Y ahora dragones... ¡Dragones reuniendo ejércitos, conspirando! El mundo se movía hacia la dirección que en su penitencia tanto tiempo había buscado, aunque en sus deseos autodestructivos buscaba caer solo, pero la realidad... a la realidad le importaban una mierda sus deseos y arrasaría todo lo que encontrase a su paso. Se avecinaba algo tan grande que ni tan siquiera era capaz de imaginarlo. Aquello parecía hablarle con dulzura de una muerte digna, prometedora. Era un modo desesperado de hacerse creer a sí mismo que continuar adelante había tenido sentido... De que dejar a tantas personas atrás al final tenía un significado.
Tomó aire, apretó los dientes, y siguió golpeando el tronco, tratando de acallar las voces que murmuraban en su consciencia. intentando hacerle mirar hacia todo de lo que había huido , a todo lo que había dejado atrás, a todas las acciones que había cometido, contándole lo que ya sabía. Que era un cobarde, que no lograría engañarse nunca a sí mismo. Que no podría correr eternamente de la verdad, de sus palabras ...
Soltó un grito que hizo alzar el vuelo a varias aves, golpeando con más fuerza la madera que rechinaba ante el filo del hacha. No huiría eternamente, no... Pero aún no había llegado el momento.
Aún quedaban muchos árboles por talar...
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Re: Crónicas de Lothar
LOS DIENTES DE LA BESTIA - Parte 1
Otoño de 1547, la Frontera Salvaje
El mapa mostraba parte del río Dessarin y algunos de sus afluentes. Sus exploradores habían marcado varios puntos a lo largo de éste. Zonas desde las que se podría realizar una emboscada, lugares dónde sería fácil atracar sin ser vistos, importantes putos de contrabando. Era una región dura y sin una ley que se fijara en lo que ocurría más allá de sus ciudades, por eso muchos acudían a la Frontera Salvaje a ganarse la vida de una forma más que cuestionable. Pero, por otro lado, eso hacía que el elfo y sus hombres pudieran ganarse la vida.
- Aquí es dónde se les vio por última vez, ¿verdad? - el elfo colocó el dedo sobre uno de los afluentes cercanos a las montañas de los Picos Grises.
- Así es, Idris – contestó uno de sus compañeros. Alvrad era un buen hombre, un humano sencillo y capaz. Era bueno tenerlo a su lado, en los últimos años había sido su mejor apoyo.
- ¿Viajan hacia el suroeste? - preguntó la semiorco. Por la expresión que puso, parecía que ella llegó a la misma conclusión que él. No era una buena noticia.
- Ya había pensado en la posibilidad de que viajaran hacia Lorkh, pero tras ver sus movimientos creo que definitivamente dejan pocas dudas al respecto – el elfo recogió el mapa, enrollándolo meticulosamente e introduciéndolo en un pequeño estuche de piel -. Tendremos que prepararnos para salir pronto, si esos bandidos llegan a la ciudad, el alcalde Gélidar se encargará de que no seamos bien recibidos y los pobres prisioneros quedarán en manos de los Zenth.
Salieron fuera de la tienda, notando como el viento helado besaba su piel. El elfo lo recibió con una alegría. Le encantaba el clima del norte. Se apartó el cabello oscuro de la cara, anudándolo a la nuca para mantenerlo fijo, y luego cubrió sus manos con unos elegantes guantes de piel oscura.
Sus hombres bebían y comían, riendo y hablando, mientras unos pocos trabajaban en el mantenimiento de sus armas, o cuidaban de los caballos. Algunos se dedicaban a tocar unas melodías alegres y sencillas con sus toscos instrumentos, mientras otros se jugaban el jornal a los dados, levantando algún grito de júbilo y numerosas maldiciones. Sonrió satisfecho, le gustaba lo que había conseguido. Al contrario de la mayoría de elfos solares, él envidiaba a los humanos. Disfrutaba de la camaradería que mostraban muchos de ellos, sobre todo cuando se unían por una causa común. Le encantaba ver como enfrentaban sus cortas vidas con el más firme de los arrojos, o la más inocente de las despreocupaciones.
Si echaba la vista atrás, su vida había cambiado notablemente. Y la mayor diferencia era que al fin era feliz en su pequeño mundo.
- ¿Aviso a los hombres, Idris? – preguntó Alvrad mientras se acercaba a una de las muchas fogatas para entrar en calor. A diferencia que a él, al hosco humano no le agradaba en demasía el viento de la montaña.
- No deberíais enviarlos a todos. Si queréis viajar rápido lo mejor es hacerlo en un número reducido – expresó la semiorco con su sonora voz. El elfo estaba de acuerdo, movilizar a un grupo numeroso les haría perder un tiempo valioso, y dificultaría una emboscada. Se alegraba de que se hubiese unido a la compañía, por más que ella dijera constantemente que no estaba allí por voluntad propia.
- Me parece lo más inteligente. Por favor, querida, dile a Jeff que reúna a los mejores batidores, y luego pídele a Klaus que prepare a los caballos más veloces, y a Lantana.
- ¿Lantana? ¿Tú también vienes? - el humano mostró su preocupación. Lo entendía, en la última misión recibió un flechazo en el antebrazo, pero ya no era más que una pequeña molestia.
La semiorco se mantuvo en silencio, observándolo con sus pequeños ojos, dedicándola una mirada que habría echo que muchos se mearan encima. Sin embargo, Idris dibujó la más elegante de sus sonrisas, ante la que hembra exhalo un profundo suspiro y se alejó, mascullando insultos en la desagradable lengua orca. Al elfo no le pasó por alto como la mirada Alvrad, sabía que muchos de sus hombres no querían a la mujer con ellos, y, si no fuera por el respeto que le tenían, o porque la semiorco era capaz de defenderse perfectamente sola, seguramente ya le habrían cortado el cuello mientras dormía.
- Lo siento Idris, pero no entiendo por qué dejas que meta su asquerosa nariz en nuestras reuniones. Tienes hombres de más confianza si necesitas consejo o apoyo. Esa mujer es...
- Sé muy bien lo que es, mi buen amigo, mis ojos aún funcionan perfectamente. Pero no aprovechar sus habilidades sería estúpido ¿no crees? Debemos ser pragmáticos, y alguien con sus aptitudes nos viene muy bien para en la Compañía.
- Ella es una asesina, no es como nosotros, Idris... ¿No has visto la piel que lleva encima, y la marca en su hombro? Es una Malarita...
El humano pronunció la última frase en un susurro, como si temiera que alguien, o algo, lo escuchara. Sí, claro que el elfo la había visto, todos lo habían hecho. Pero también había tenido una larga conversación con la semiorco, y sabía que no tenía nada que temer en cuanto a eso. Idris entendía perfectamente lo que era huir de tu pasado, e intentar crear tu propio camino a través de tu esfuerzo, y no de tu sangre.
- No me gusta decir esto, Alvrad, pero no quiero que vuelva a salir este tema. No solo te lo pido como superior, sino como amigo. Esos pensamientos solo nos pueden traer problemas y dividirnos. Por favor, hazlo por todo lo que hemos construido, los hombres te escuchan, asegúrate de que se saquen esas ideas de la cabeza. Somos una familia, todos y cada uno de nosotros. ¿Entendido?
- Sí... Está bien, lo haré por ti, pero si sucediera...
- Perfecto entonces - dijo con tono jovial cortando a su compañero mientras le daba algunas palmadas en la espalda -. Ahora dile a Lothar que lo llevaremos con nosotros, parece que ya está recuperado.
-¡¿Qué?! ¡No creo que sea lo más conveniente!
Ambos observaron al joven humano que se mantenía apartado de todos los demás, sentado sobre una pila de leña mientras comía. Mordía casi con rabia un pedazo de pan, desgajándolo con los dientes como si fuese carne dura. Era alto y fibroso, aunque se marcaban sus huesos a través de la piel en pecho y espalda. El elfo miró no por primera vez las vendas y cicatrices que cubrían su cuerpo, el pobre parecía una bestia herida y abandonada, a la defensiva ante cualquier cosa.
A su lado había dos espadones de los que nunca se separaba. Uno era bello, sin duda de gran calidad, envainado en una funda adornada con oro y joyas preciosas. Nunca le había visto usarlo, y cuando Idris, curioso ante la belleza que desprendía tal arma, le pidió que se la enseñara, el humano entró en una cólera irracional la cual le costó apagar. Normalmente la llevaba colgada a la espalda, sin más, como un peso que quisiera cargar sobre sus hombros. El otro espadón, aunque llamarlo así podía ser demasiado amable para un arma como aquella, era un trozo de metal pesado y enorme, que parecía haber sido forjado por un loco obsesionado solamente con hacer algo grande. Una lámina de acero oscuro tosco, un arma basta y sin ornamentación alguna, que era casi igual de alta que el propio Lothar. Por lo que le dijo la semiorco, había ganado ese arma por derecho propio, y ahora casi era parte de él mismo. Para Idris, solo era una cosa pesada, torpe y sin gracia alguna.
- Es un buen guerrero, su fuerza y su espada pueden sernos muy útiles. Hay bandas de humanoides que se aventuran cada vez más hacia las tierra del valle, y hay noticias de que se reúnen en gran número en el Espinazo. Necesitamos a hombres sin miedo – Lo había visto luchar, y era como una danza macabra de la que era difícil apartar la mirada. Tal vez por el terror que infundaba ver el desprecio hacia su propia vida que mostraba al luchar, o tal vez porque poseía la belleza hipnótica de una tormenta.
- Es un perro loco y rabioso. Llevarlo es una amenaza tanto para nosotros como para nuestro trabajo. Nos pagan mucho, Idris, y esas pobres personas están en peligro, no deberíamos arriesgarlo todo por llevar a un hombre que no es capaz de seguir órdenes. Casi acaba muerto la última vez por no obedecer cuando ordenaste la retirada.
- Es cierto, pero gracias a eso dos de nuestros hombres siguen vivos. Habrían muerto allí de no ser por él – Idris aún se sentía culpable por aquello. Pidió la retirada ante el asalto de una patrulla orca, dando por perdidos a dos de sus soldados que cayeron heridos en la refriega. Sin embargo Lothar siguió luchando, y no sólo acabó con los humanoides, sino que salvó a los caídos del funesto destino que él ya les atribuía. Aunque uno de ellos dijo que lo pisoteó al pasarle corriendo por encima...
- Tienes razón pero...
- No te preocupes, Alvrad, entiendo perfectamente tus dudas ante él, ¿pero acaso muchos de nosotros no hemos estado antes en su misma situación? Algunos eran ladrones, criminales, pero ahora luchan por hacer de esta tierra un lugar mejor. Ahora somos la Hermandad del Sendero. Cree en mí, haré de ese hombre un buen soldado, y uno de nuestros hermanos.
El elfo colgó su elegante estoque del cinturón y se echó la capa al hombro. Era alto y esbelto, de una belleza distinguible y grácil, destacaba fácilmente entre los demás, como un cisne entre gansos. Pero sin duda tenía algo más, un aura que le envolvía y atraía a muchos a su alrededor. La gente creía en sus palabras, y por lo tanto, tenía el deber de hacerlas realidad.
Domaría al humano, aunque le fuese la vida en ello. Siempre cumplía su palabra.
Otoño de 1547, la Frontera Salvaje
El mapa mostraba parte del río Dessarin y algunos de sus afluentes. Sus exploradores habían marcado varios puntos a lo largo de éste. Zonas desde las que se podría realizar una emboscada, lugares dónde sería fácil atracar sin ser vistos, importantes putos de contrabando. Era una región dura y sin una ley que se fijara en lo que ocurría más allá de sus ciudades, por eso muchos acudían a la Frontera Salvaje a ganarse la vida de una forma más que cuestionable. Pero, por otro lado, eso hacía que el elfo y sus hombres pudieran ganarse la vida.
- Aquí es dónde se les vio por última vez, ¿verdad? - el elfo colocó el dedo sobre uno de los afluentes cercanos a las montañas de los Picos Grises.
- Así es, Idris – contestó uno de sus compañeros. Alvrad era un buen hombre, un humano sencillo y capaz. Era bueno tenerlo a su lado, en los últimos años había sido su mejor apoyo.
- ¿Viajan hacia el suroeste? - preguntó la semiorco. Por la expresión que puso, parecía que ella llegó a la misma conclusión que él. No era una buena noticia.
- Ya había pensado en la posibilidad de que viajaran hacia Lorkh, pero tras ver sus movimientos creo que definitivamente dejan pocas dudas al respecto – el elfo recogió el mapa, enrollándolo meticulosamente e introduciéndolo en un pequeño estuche de piel -. Tendremos que prepararnos para salir pronto, si esos bandidos llegan a la ciudad, el alcalde Gélidar se encargará de que no seamos bien recibidos y los pobres prisioneros quedarán en manos de los Zenth.
Salieron fuera de la tienda, notando como el viento helado besaba su piel. El elfo lo recibió con una alegría. Le encantaba el clima del norte. Se apartó el cabello oscuro de la cara, anudándolo a la nuca para mantenerlo fijo, y luego cubrió sus manos con unos elegantes guantes de piel oscura.
Sus hombres bebían y comían, riendo y hablando, mientras unos pocos trabajaban en el mantenimiento de sus armas, o cuidaban de los caballos. Algunos se dedicaban a tocar unas melodías alegres y sencillas con sus toscos instrumentos, mientras otros se jugaban el jornal a los dados, levantando algún grito de júbilo y numerosas maldiciones. Sonrió satisfecho, le gustaba lo que había conseguido. Al contrario de la mayoría de elfos solares, él envidiaba a los humanos. Disfrutaba de la camaradería que mostraban muchos de ellos, sobre todo cuando se unían por una causa común. Le encantaba ver como enfrentaban sus cortas vidas con el más firme de los arrojos, o la más inocente de las despreocupaciones.
Si echaba la vista atrás, su vida había cambiado notablemente. Y la mayor diferencia era que al fin era feliz en su pequeño mundo.
- ¿Aviso a los hombres, Idris? – preguntó Alvrad mientras se acercaba a una de las muchas fogatas para entrar en calor. A diferencia que a él, al hosco humano no le agradaba en demasía el viento de la montaña.
- No deberíais enviarlos a todos. Si queréis viajar rápido lo mejor es hacerlo en un número reducido – expresó la semiorco con su sonora voz. El elfo estaba de acuerdo, movilizar a un grupo numeroso les haría perder un tiempo valioso, y dificultaría una emboscada. Se alegraba de que se hubiese unido a la compañía, por más que ella dijera constantemente que no estaba allí por voluntad propia.
- Me parece lo más inteligente. Por favor, querida, dile a Jeff que reúna a los mejores batidores, y luego pídele a Klaus que prepare a los caballos más veloces, y a Lantana.
- ¿Lantana? ¿Tú también vienes? - el humano mostró su preocupación. Lo entendía, en la última misión recibió un flechazo en el antebrazo, pero ya no era más que una pequeña molestia.
La semiorco se mantuvo en silencio, observándolo con sus pequeños ojos, dedicándola una mirada que habría echo que muchos se mearan encima. Sin embargo, Idris dibujó la más elegante de sus sonrisas, ante la que hembra exhalo un profundo suspiro y se alejó, mascullando insultos en la desagradable lengua orca. Al elfo no le pasó por alto como la mirada Alvrad, sabía que muchos de sus hombres no querían a la mujer con ellos, y, si no fuera por el respeto que le tenían, o porque la semiorco era capaz de defenderse perfectamente sola, seguramente ya le habrían cortado el cuello mientras dormía.
- Lo siento Idris, pero no entiendo por qué dejas que meta su asquerosa nariz en nuestras reuniones. Tienes hombres de más confianza si necesitas consejo o apoyo. Esa mujer es...
- Sé muy bien lo que es, mi buen amigo, mis ojos aún funcionan perfectamente. Pero no aprovechar sus habilidades sería estúpido ¿no crees? Debemos ser pragmáticos, y alguien con sus aptitudes nos viene muy bien para en la Compañía.
- Ella es una asesina, no es como nosotros, Idris... ¿No has visto la piel que lleva encima, y la marca en su hombro? Es una Malarita...
El humano pronunció la última frase en un susurro, como si temiera que alguien, o algo, lo escuchara. Sí, claro que el elfo la había visto, todos lo habían hecho. Pero también había tenido una larga conversación con la semiorco, y sabía que no tenía nada que temer en cuanto a eso. Idris entendía perfectamente lo que era huir de tu pasado, e intentar crear tu propio camino a través de tu esfuerzo, y no de tu sangre.
- No me gusta decir esto, Alvrad, pero no quiero que vuelva a salir este tema. No solo te lo pido como superior, sino como amigo. Esos pensamientos solo nos pueden traer problemas y dividirnos. Por favor, hazlo por todo lo que hemos construido, los hombres te escuchan, asegúrate de que se saquen esas ideas de la cabeza. Somos una familia, todos y cada uno de nosotros. ¿Entendido?
- Sí... Está bien, lo haré por ti, pero si sucediera...
- Perfecto entonces - dijo con tono jovial cortando a su compañero mientras le daba algunas palmadas en la espalda -. Ahora dile a Lothar que lo llevaremos con nosotros, parece que ya está recuperado.
-¡¿Qué?! ¡No creo que sea lo más conveniente!
Ambos observaron al joven humano que se mantenía apartado de todos los demás, sentado sobre una pila de leña mientras comía. Mordía casi con rabia un pedazo de pan, desgajándolo con los dientes como si fuese carne dura. Era alto y fibroso, aunque se marcaban sus huesos a través de la piel en pecho y espalda. El elfo miró no por primera vez las vendas y cicatrices que cubrían su cuerpo, el pobre parecía una bestia herida y abandonada, a la defensiva ante cualquier cosa.
A su lado había dos espadones de los que nunca se separaba. Uno era bello, sin duda de gran calidad, envainado en una funda adornada con oro y joyas preciosas. Nunca le había visto usarlo, y cuando Idris, curioso ante la belleza que desprendía tal arma, le pidió que se la enseñara, el humano entró en una cólera irracional la cual le costó apagar. Normalmente la llevaba colgada a la espalda, sin más, como un peso que quisiera cargar sobre sus hombros. El otro espadón, aunque llamarlo así podía ser demasiado amable para un arma como aquella, era un trozo de metal pesado y enorme, que parecía haber sido forjado por un loco obsesionado solamente con hacer algo grande. Una lámina de acero oscuro tosco, un arma basta y sin ornamentación alguna, que era casi igual de alta que el propio Lothar. Por lo que le dijo la semiorco, había ganado ese arma por derecho propio, y ahora casi era parte de él mismo. Para Idris, solo era una cosa pesada, torpe y sin gracia alguna.
- Es un buen guerrero, su fuerza y su espada pueden sernos muy útiles. Hay bandas de humanoides que se aventuran cada vez más hacia las tierra del valle, y hay noticias de que se reúnen en gran número en el Espinazo. Necesitamos a hombres sin miedo – Lo había visto luchar, y era como una danza macabra de la que era difícil apartar la mirada. Tal vez por el terror que infundaba ver el desprecio hacia su propia vida que mostraba al luchar, o tal vez porque poseía la belleza hipnótica de una tormenta.
- Es un perro loco y rabioso. Llevarlo es una amenaza tanto para nosotros como para nuestro trabajo. Nos pagan mucho, Idris, y esas pobres personas están en peligro, no deberíamos arriesgarlo todo por llevar a un hombre que no es capaz de seguir órdenes. Casi acaba muerto la última vez por no obedecer cuando ordenaste la retirada.
- Es cierto, pero gracias a eso dos de nuestros hombres siguen vivos. Habrían muerto allí de no ser por él – Idris aún se sentía culpable por aquello. Pidió la retirada ante el asalto de una patrulla orca, dando por perdidos a dos de sus soldados que cayeron heridos en la refriega. Sin embargo Lothar siguió luchando, y no sólo acabó con los humanoides, sino que salvó a los caídos del funesto destino que él ya les atribuía. Aunque uno de ellos dijo que lo pisoteó al pasarle corriendo por encima...
- Tienes razón pero...
- No te preocupes, Alvrad, entiendo perfectamente tus dudas ante él, ¿pero acaso muchos de nosotros no hemos estado antes en su misma situación? Algunos eran ladrones, criminales, pero ahora luchan por hacer de esta tierra un lugar mejor. Ahora somos la Hermandad del Sendero. Cree en mí, haré de ese hombre un buen soldado, y uno de nuestros hermanos.
El elfo colgó su elegante estoque del cinturón y se echó la capa al hombro. Era alto y esbelto, de una belleza distinguible y grácil, destacaba fácilmente entre los demás, como un cisne entre gansos. Pero sin duda tenía algo más, un aura que le envolvía y atraía a muchos a su alrededor. La gente creía en sus palabras, y por lo tanto, tenía el deber de hacerlas realidad.
Domaría al humano, aunque le fuese la vida en ello. Siempre cumplía su palabra.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
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- Jabalí Terrible
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- Cuenta en el servidor: Lothar
Re: Crónicas de Lothar
NUEVOS CAMINOS:
En algún momento entre Mirtul y Kyzhom del año 1564. En un punto sin relevancia de la Frontera Salvaje.
Los rayos de sol se filtraban entre la espesura del bosque, iluminando el pequeño claro con rayos dorados, como los dedos luminosos de un ser celestial. La vio sentada sobre una roca, frente a un pequeño arroyo de aguas cristalinas, despellejando un pequeño conejo. Ella sonrió al verlo. Lothar parpadeó, confuso. Por un momento creía haber olvidado aquella sonrisa, pero allí estaba de nuevo, como el cervatillo esquivo que apenas se deja ver, pero precioso y único.
- Me alegro de verte - le dio la bienvenida con su voz profunda y serena.
Él se frotó los ojos, sintiéndose extraño al hacerlo, pero la alegría borró rápidamente cualquier rastro de malestar.
- Vamos, no te quedes ahí parado, hombretón. Hablemos.
La semiorca dio unas palmadas en el suelo a su lado, atravesando con una flecha a través de la boca el pequeño conejo y clavándolo en el suelo.
- Me alegro de verte - dijo él con sinceridad.
- Lo sé.
Lothar se detuvo frente a ella, tras lo que esta se puso en pie. Ambos eran de la misma altura y complexión. Los ojos del guerrero brillaban de emoción, pero su rostro se mantuvo serio. Ella suspiró dándole un pequeño empujón.
- ¿Tanto te cuesta sonreír? Sonreír de verdad.
- Sí... - agachó la cabeza, apretando los puños mientras se miraba los pies. Se sentía feliz, pero algo estaba mal...
- ¿Donde está mi fiero perro salvaje? No pareces el mismo.
- Estoy viejo, y cansado. He caminado demasiado...
- Lo sé. ¿Pero a dónde se supone que vas?
- No lo sé. Yo... - volvió a sentirse extraño al verla frente a él -. No sé lo que quiero. Camino sin rumbo, intentando encontrar algo que ya no está aquí. Estoy perdido, y solo...
- No estás solo, Lothar.
El hombre dejó escapar una carcajada amarga.
- Lo estoy, y es mi culpa. Alejo a todo el mundo de mí... Tú... - vuelve a parpadear, confuso de nuevo -. Todos os acabáis marchando por mi culpa. Estoy condenado a estar solo, pero da igual. No me importa. Creo que es lo mejor. La gente a la que quiero siempre sufre, es mejor no querer a nadie. Tú me lo enseñaste.
- Sí, pero al final no fui el mejor ejemplo, ¿verdad?
Ambos se miraron, sonriendo. La semiorco dio un paso al frente, abrazándolo con cariño.
- Mi pobre perro herido... ¿Qué te han hecho?
Él la estrechó, sintiendo su calor, notando como sus ojos se humedecían.
- No sé qué hacer... Llevo años tratando de evitarlo todo, y no sirve de nada... Cada vez es peor, y cada vez soy más débil para enfrentarme a ellos, a vosotros... Cada vez me pierdo más, y más... Y no me atrevo a seguir adelante.
- Debes dejar de evitar lo que eres, Lothar. ¿Por qué has dejado de luchar? Eres un superviviente, has luchado toda tu vida por seguir en pie. ¿Por qué decidiste dejar de hacerlo?
- ¿Merece la pena seguir cuando veo como todo arde a mi alrededor? Siempre he culpado a otros de mis miserias... Orcos, malaritas, Idris... Tú... Pero al final yo soy el peor de los monstruos que me he cruzado. Devoro todo lo que me importa.
- Entonces deja de huir, condenado idiota sin cerebro, enfrenta lo que eres de una maldita vez, enfrenta lo que has dejado atrás y deja de destruirte a ti mismo como un cobarde llorica. Enfrenta quién quieres ser en realidad, aunque te asuste. ¿Qué ha pasado contigo? - la semiorco lo aparta de un empujón, sorprendiéndolo y dejándolo sin palabras. Gritando -. ¡¿Crees que nos debes algo?! ¡¡¿Quién te ha nombrado nuestro salvador?!! ¡¡Solo eres una rata que se esconde de su propia sombra!!
- Yo...
La semiorco vuelve a apartarlo de un empujón.
- ¡¿Crees que debes redimir tus pecados?! ¡¡Pues entonces haz algo por ello, pero no te atrevas a culparme por ser el despojo miserable en el que te has convertido!!
Lothar se miró las manos, cubiertas de sangre y suciedad, temblorosas.
- ¿Echas de menos la botella? Asqueroso borracho. ¡¿Eso es lo que blanden ahora tus manos?! ¡¿Dónde estás tus garras?!
- Mis garras... - el guerrero sujetó la empuñadura de su arma -. Perdí mis garras hace mucho... He forjado una nueva, pero... Está incompleta.
Lothar desenvainó su espadón, que emitió un quejido lastimero mientras salía de su vaina. Un lamentable y triste grito de agonía.
- Estoy tratando de despertarla. Pero no me dice su nombre.
- Idiota... ¿Acaso no eres tú el que debes despertar? Tú eres tu arma, ¿recuerdas? Ese arma solo son tus garras, han sido forjadas para ti, sí, pero ¿y tú? ¿Estás listo para ella? Ya no eres un guerrero, no el guerrero que yo conocí. No la persona por la que di mi vida.
- Tú...
Lothar volvió a parpadear, notando como su vista se nublaba. Vio como su ojo izquierdo cayó al suelo, y un reguero de sangre le recorría la mejilla. Se quedó sin palabras al ver como la cara de la semiorca comenzaba a descarnarse, a descomponerse, mostrando primero los músculos, y luego la calavera.
- ¿Qué harás cuando te encuentren? Te lo dije, la Cacería no terminará hasta que la presa, o el cazador, mueran. ¿Qué vas a ser, el lobo o el conejo?
Un enorme lobo en llamas entró en el claro, mientras la luz del sol desaparecía y todo comenzaba a oscurecerse. La bestia sarnosa saltó sobre el pequeño conejo, elevando una pira de llamas hacia el cielo que comenzó a extenderse por los árboles que rodeaban el claro.
- ¿Y qué harás cuando él reclame finalmente tu vida? Te observa, su ojo es el tuyo. ¿Lo has olvidado? Él no. Solo recuerdas el odio, pero ya no tiene forma ni motivo, solo es veneno en tu interior. ¡Has olvidado por qué luchas, ya no eres nada!
De entre las llamas apareció un enorme orco tuerto manejando un reluciente espadón en llamas. El guerrero se giró a tiempo de detener el golpe, cayendo de rodillas al suelo ante la bestial embestida. Apretó los dientes, gritó de rabia y dolor, pero no tenía fuerzas. El enorme pielverde reía mientras lo veía flaquear. La cuenca vacía de su ojo emitió un gran destello, y de pronto, se vio a si mismo, impotente y derrotado, frente a la fuerza del orco. Podía ver lo que ese monstruo observaba, y lo que vio fue su derrota, su miseria.
Extrañas sombras comenzaron a danzar entre el fuego, susurrando, emitiendo quejidos.
- ¿Los oyes? ¡¡Si crees que nos debes algo, entonces nos debes tu vida!! ¿Recuerdas lo que te dije cuando me conociste? Tu vida me pertenece. Solo morirás cuando yo crea que debes hacerlo. Afila tus garras, Lothar. Lucha. Sigue adelante. Sé que estás buscando un nuevo camino, y estás cerca. Solo debes guiar adecuadamente tus pasos. Has encontrado un nuevo hogar, aprovéchalo, y sé quién debes ser.
La semiorca comenzó a arder, hasta que solo quedó un esqueleto ennegrecido ardiendo en el suelo, que comenzó a llenarse de sangre mientras las sombras entraban en el claro. Sobre el manantial de sangre le observaba una figura esbelta que se mantuvo en pie junto al esqueleto en llamas. Una figura cuya cabeza ardía, pero que se mantuvo inmóvil mientras las sombras lo rodeaban. Una figura que aplastó el cráneo en llamas con una de sus elegantes botas.
Lothar dejó escapar un grito a la noche. Abrió el ojo, observando que estaba solo en el bosque. La luna brillaba en el cielo, iluminando el contorno de árboles y dejando ver el pequeño arroyo junto al que había acampado. Con el pecho martilleando con la fuerza de una forja, se arrastró hasta meter la cabeza en el agua helada. Cuando la sacó expulsó una gran bocanada de aire, tratando de calmar su respiración. Se llevó la mano al ojo, notando el tacto del cuero que lo cubría, y luego miró al árbol junto al que había montado el petate. El espadón descansaba apoyado en el tronco. Abrió y cerró los puños, formando una media sonrisa y suspirando. Se sentó junto al tronco, meditando sobre aquella pesadilla. Finalmente se puso en pie, recogió su arma, miró la enorme luna que le observaba como un enorme ojo desde la noche y asintió, susurrando una única palabra:
- Gracias...
Era hora de tomar un nuevo camino. Debía regresar a Nevesmortas.
En algún momento entre Mirtul y Kyzhom del año 1564. En un punto sin relevancia de la Frontera Salvaje.
Los rayos de sol se filtraban entre la espesura del bosque, iluminando el pequeño claro con rayos dorados, como los dedos luminosos de un ser celestial. La vio sentada sobre una roca, frente a un pequeño arroyo de aguas cristalinas, despellejando un pequeño conejo. Ella sonrió al verlo. Lothar parpadeó, confuso. Por un momento creía haber olvidado aquella sonrisa, pero allí estaba de nuevo, como el cervatillo esquivo que apenas se deja ver, pero precioso y único.
- Me alegro de verte - le dio la bienvenida con su voz profunda y serena.
Él se frotó los ojos, sintiéndose extraño al hacerlo, pero la alegría borró rápidamente cualquier rastro de malestar.
- Vamos, no te quedes ahí parado, hombretón. Hablemos.
La semiorca dio unas palmadas en el suelo a su lado, atravesando con una flecha a través de la boca el pequeño conejo y clavándolo en el suelo.
- Me alegro de verte - dijo él con sinceridad.
- Lo sé.
Lothar se detuvo frente a ella, tras lo que esta se puso en pie. Ambos eran de la misma altura y complexión. Los ojos del guerrero brillaban de emoción, pero su rostro se mantuvo serio. Ella suspiró dándole un pequeño empujón.
- ¿Tanto te cuesta sonreír? Sonreír de verdad.
- Sí... - agachó la cabeza, apretando los puños mientras se miraba los pies. Se sentía feliz, pero algo estaba mal...
- ¿Donde está mi fiero perro salvaje? No pareces el mismo.
- Estoy viejo, y cansado. He caminado demasiado...
- Lo sé. ¿Pero a dónde se supone que vas?
- No lo sé. Yo... - volvió a sentirse extraño al verla frente a él -. No sé lo que quiero. Camino sin rumbo, intentando encontrar algo que ya no está aquí. Estoy perdido, y solo...
- No estás solo, Lothar.
El hombre dejó escapar una carcajada amarga.
- Lo estoy, y es mi culpa. Alejo a todo el mundo de mí... Tú... - vuelve a parpadear, confuso de nuevo -. Todos os acabáis marchando por mi culpa. Estoy condenado a estar solo, pero da igual. No me importa. Creo que es lo mejor. La gente a la que quiero siempre sufre, es mejor no querer a nadie. Tú me lo enseñaste.
- Sí, pero al final no fui el mejor ejemplo, ¿verdad?
Ambos se miraron, sonriendo. La semiorco dio un paso al frente, abrazándolo con cariño.
- Mi pobre perro herido... ¿Qué te han hecho?
Él la estrechó, sintiendo su calor, notando como sus ojos se humedecían.
- No sé qué hacer... Llevo años tratando de evitarlo todo, y no sirve de nada... Cada vez es peor, y cada vez soy más débil para enfrentarme a ellos, a vosotros... Cada vez me pierdo más, y más... Y no me atrevo a seguir adelante.
- Debes dejar de evitar lo que eres, Lothar. ¿Por qué has dejado de luchar? Eres un superviviente, has luchado toda tu vida por seguir en pie. ¿Por qué decidiste dejar de hacerlo?
- ¿Merece la pena seguir cuando veo como todo arde a mi alrededor? Siempre he culpado a otros de mis miserias... Orcos, malaritas, Idris... Tú... Pero al final yo soy el peor de los monstruos que me he cruzado. Devoro todo lo que me importa.
- Entonces deja de huir, condenado idiota sin cerebro, enfrenta lo que eres de una maldita vez, enfrenta lo que has dejado atrás y deja de destruirte a ti mismo como un cobarde llorica. Enfrenta quién quieres ser en realidad, aunque te asuste. ¿Qué ha pasado contigo? - la semiorco lo aparta de un empujón, sorprendiéndolo y dejándolo sin palabras. Gritando -. ¡¿Crees que nos debes algo?! ¡¡¿Quién te ha nombrado nuestro salvador?!! ¡¡Solo eres una rata que se esconde de su propia sombra!!
- Yo...
La semiorco vuelve a apartarlo de un empujón.
- ¡¿Crees que debes redimir tus pecados?! ¡¡Pues entonces haz algo por ello, pero no te atrevas a culparme por ser el despojo miserable en el que te has convertido!!
Lothar se miró las manos, cubiertas de sangre y suciedad, temblorosas.
- ¿Echas de menos la botella? Asqueroso borracho. ¡¿Eso es lo que blanden ahora tus manos?! ¡¿Dónde estás tus garras?!
- Mis garras... - el guerrero sujetó la empuñadura de su arma -. Perdí mis garras hace mucho... He forjado una nueva, pero... Está incompleta.
Lothar desenvainó su espadón, que emitió un quejido lastimero mientras salía de su vaina. Un lamentable y triste grito de agonía.
- Estoy tratando de despertarla. Pero no me dice su nombre.
- Idiota... ¿Acaso no eres tú el que debes despertar? Tú eres tu arma, ¿recuerdas? Ese arma solo son tus garras, han sido forjadas para ti, sí, pero ¿y tú? ¿Estás listo para ella? Ya no eres un guerrero, no el guerrero que yo conocí. No la persona por la que di mi vida.
- Tú...
Lothar volvió a parpadear, notando como su vista se nublaba. Vio como su ojo izquierdo cayó al suelo, y un reguero de sangre le recorría la mejilla. Se quedó sin palabras al ver como la cara de la semiorca comenzaba a descarnarse, a descomponerse, mostrando primero los músculos, y luego la calavera.
- ¿Qué harás cuando te encuentren? Te lo dije, la Cacería no terminará hasta que la presa, o el cazador, mueran. ¿Qué vas a ser, el lobo o el conejo?
Un enorme lobo en llamas entró en el claro, mientras la luz del sol desaparecía y todo comenzaba a oscurecerse. La bestia sarnosa saltó sobre el pequeño conejo, elevando una pira de llamas hacia el cielo que comenzó a extenderse por los árboles que rodeaban el claro.
- ¿Y qué harás cuando él reclame finalmente tu vida? Te observa, su ojo es el tuyo. ¿Lo has olvidado? Él no. Solo recuerdas el odio, pero ya no tiene forma ni motivo, solo es veneno en tu interior. ¡Has olvidado por qué luchas, ya no eres nada!
De entre las llamas apareció un enorme orco tuerto manejando un reluciente espadón en llamas. El guerrero se giró a tiempo de detener el golpe, cayendo de rodillas al suelo ante la bestial embestida. Apretó los dientes, gritó de rabia y dolor, pero no tenía fuerzas. El enorme pielverde reía mientras lo veía flaquear. La cuenca vacía de su ojo emitió un gran destello, y de pronto, se vio a si mismo, impotente y derrotado, frente a la fuerza del orco. Podía ver lo que ese monstruo observaba, y lo que vio fue su derrota, su miseria.
Extrañas sombras comenzaron a danzar entre el fuego, susurrando, emitiendo quejidos.
- ¿Los oyes? ¡¡Si crees que nos debes algo, entonces nos debes tu vida!! ¿Recuerdas lo que te dije cuando me conociste? Tu vida me pertenece. Solo morirás cuando yo crea que debes hacerlo. Afila tus garras, Lothar. Lucha. Sigue adelante. Sé que estás buscando un nuevo camino, y estás cerca. Solo debes guiar adecuadamente tus pasos. Has encontrado un nuevo hogar, aprovéchalo, y sé quién debes ser.
La semiorca comenzó a arder, hasta que solo quedó un esqueleto ennegrecido ardiendo en el suelo, que comenzó a llenarse de sangre mientras las sombras entraban en el claro. Sobre el manantial de sangre le observaba una figura esbelta que se mantuvo en pie junto al esqueleto en llamas. Una figura cuya cabeza ardía, pero que se mantuvo inmóvil mientras las sombras lo rodeaban. Una figura que aplastó el cráneo en llamas con una de sus elegantes botas.
Lothar dejó escapar un grito a la noche. Abrió el ojo, observando que estaba solo en el bosque. La luna brillaba en el cielo, iluminando el contorno de árboles y dejando ver el pequeño arroyo junto al que había acampado. Con el pecho martilleando con la fuerza de una forja, se arrastró hasta meter la cabeza en el agua helada. Cuando la sacó expulsó una gran bocanada de aire, tratando de calmar su respiración. Se llevó la mano al ojo, notando el tacto del cuero que lo cubría, y luego miró al árbol junto al que había montado el petate. El espadón descansaba apoyado en el tronco. Abrió y cerró los puños, formando una media sonrisa y suspirando. Se sentó junto al tronco, meditando sobre aquella pesadilla. Finalmente se puso en pie, recogió su arma, miró la enorme luna que le observaba como un enorme ojo desde la noche y asintió, susurrando una única palabra:
- Gracias...
Era hora de tomar un nuevo camino. Debía regresar a Nevesmortas.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
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Re: Crónicas de Lothar
//Muy buenos relatos, de lectura recomendada para tod@s! *clap clap clap* Estoy deseando que intervengas de nuevo en la trama de Cazadores del Norte!
La Bestia (parda)
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Re: Crónicas de Lothar
//Totalmente de acuerdo con el gato, yo estoy muy enganchada a tus relatos. Sigue así! *Aplaude*
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LARGA VIDA A MIS ENEMIGOS PARA QUE SUFRAN CON MIS VICTORIAS
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