Crónicas de Lothar
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- Jabalí Terrible
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Crónicas de Lothar
- MALOS TIEMPOS:
En algún punto del año 1560...
Ahí estaba otra vez aquel despojo. El tabernero suspiró y cogió una de las botellas del alcohol más barato que podía ofrecer. Berruga de mediano llamaban a aquel mejunge apestoso que ni tan siquiera sus destiladores querían. Lo tenía para tipos como aquel, gente a la que le daba igual qué era lo que tomaba y no tenía dinero para permitirse otra cosa.
El hombre mostró una sonrisa demacrada al verle llegar con su "bálsamo", lanzando un par de monedas llenas de fango sobre la barra. Era mejor no preguntar de dónde las había sacado, y tampoco es que le importase demasiado. Cogió el dinero y dejó la botella frente a él, arrugando la nariz al notar el hedor que desprendía.
- Gracias – le dijo mientras agarraba la botella sin disimular su ansia. La abrió con los dientes y escupió el corcho al suelo, dando un largo trago sin precuparse de que parte del alcohol se derramara por sus mejillas.
- De nada ... - era mejor ser educado con gente así. El tipo estaba cubierto de cicatrices y quemaduras. y por otro lado era imposible ignorar la enorme espada que había dejado a su lado, apoyada en uno de los taburetes.
En otra época le habría dicho que no se permitían armas, pero eran tiempos difíciles. La guerra lo había cambiado todo. Es cierto que ahora ganaba mucho más que antes, pero el negocio se había vuelto peligroso. Soldados, mercenarios, y gente aún peor que trataba de aprovecharse de las desgracias que traía aquel conflicto... eran clientes difíciles. Antes su taberna estaba llena de gente, de risas y música, pero ahora... Había arriesgado tanto para poder levantar su negocio... Había dejado tanto atrás, familia, amigos, amores... Y de nuevo, sin que pudiera hacer nada, los buenos tiempos habían terminado, ahora aquel era su mundo. Se parecía demasiado a su viejo hogar, aquel del que había huído hacía ya varias décadas. Pero ya no podía hacer nada, ahora era demasiado viejo como para volver a hacerlo. La guerra siempre te alcanza, era mejor aceptarlo.
Observó con melancolía el salón, donde un grupo de soldados jugaba a los dados entre gritos y risotadas nacidas de la bebida, con fulanas sobre sus rodillas. Al menos bebían suficiente, y siempre llevaban dinero... aunque a veces se negaban a pagar porque "ellos protegían su negocio". Suspiró y volvió a sus tareas. Limpiar, ordenar, asegurarse de que la vieja había terminado el guiso. Lo mismo día tras día.
Comenzó a silbar una vieja canción de su tierra natal mientras pasaba un paño sucio y húmedo sobre las jarras. Mientras lo hacía se sorprendió al escuchar como alguien se unía a él siguiendo la armoniosa melodía. Alzó la mirada y vio que se trataba del harapiento borracho de la barra. El hombre había borrado su sonrisa, y dejaba escapar de entre sus húmedos labios la alegre tonada, que desentonaba completamente con su expresión. Se llevó la mano al parche, frotándose la cara mientras dejaba de silbar, como si algo le molestara al otro lado del pedazo de cuero que ocultaba una horrible cicatriz.
- ¿De dónde eres? - le preguntó el tabernero mientras iba hacia él. Frunció el ceño con cierta preocupación al ver que apenas quedaba nada de licor en la botella. Solo habían pasado unos minutos...
El hombre agachó la cabeza, dejando escapar una risa ronca mientras el cabello, pardo y grasiento, cubría su rostro. Agarró la botella y de un trago acabó con el escaso contenido de ésta. Tras ello miró directamente a los ojos del tabernero mientras limpiaba los restos de alcohol de su boca y barba con el dorso de su mugrienta mano.
- ¿Acaso importa? - respondió el extraño con voz pastosa -. Todo es igual. Vamos, sírveme otra – dijo con tono severo mientras soltaba una bolsa de monedas manchadas de sangre sobre la barra.
- No creo que sea buena idea, señor – era mucho dinero, pensó el tabernero, pero aquel tipo ya cabeceaba y, su mirada... Tenía algo que le dejaba claro que era mejor no dejar que siguiera bebiendo. Llevaba muchos años en el negocio como para reconocer a alguien desesperado y peligroso.
El borracho se puso en pie mientras soltaba un gruñido, golpeando con fuerza la barra con su puño, haciendo que la botella vacía cayera al suelo y se hiciera pedazos.
- ¿Mi dinero no vale en este lugar, tabernero? - su único ojo sano le miraba con intensidad, embriagado por la ira etílica de aquellos a quienes se les niega su única escapatoria.
Los soldados se giraron en sus asientos, observando la escena mientras algunos de ellos echaban mano a las empuñaduras de sus armas. El tabernero hizo gestos de que no ocurría nada y los invitó a seguir divirtiéndose, prometiendo que invitaba a la próxima ronda. Como si lo que acababa de ocurrir no les importara, sonrieron felices por la noticia y volvieron a sus asuntos mientras alzaban la voz con sus apuestas. El borracho se había mantenido tenso, acercando su mano al arma, pero sin llegar a actuar.
- Gracias – dijo aquel hombre mientras se levantaba -. Y lo siento...
Recogió su bolsa de monedas y dejó un par sobre la barra. Tras ésto recuperó su espada y se dirigió a la salida, tambaleándose y cayendo al suelo tras tropezar con uno de los taburetes. Los soldados emitieron una carcajada al ver el triste aspecto que mostraba aquel hombre, acompañados de las agudas risas de sus acompañantes.
La puerta se abrió, y por ella entraron tres hombres vestidos de forma sospechosa. Sin moverse de la entrada otearon el salón, deteniendo sus miradas en el corpulento borracho. Unas siniestras sonrisas aparecieron en sus semblantes mientras se acercaban alegremente al pobre desgraciado que trataba torpemente de ponerse en pie.
- ¡Pero mirad a quién tenemos aquí! - dijo uno de ellos mientras lo miraba desde arriba, divertido.
El tabernero dejó lo que estaba haciendo y, tratando de pasar desapercibido, se movió lentamente hacia uno de los laterales de la barra. Aquello le daba mala espina. Sujetó la ballesta pesada que escondía y se mantuvo a la espera, observando con temor a los soldados, que había dejado de jugar. "Mierda", gruñó para sí. No tenía ganas de que se mataran unos a otros en su local. Apenas había terminado de limpiar la sangre de la última reyerta. Soltó la ballesta y cogió una de las botellas de su mejor vino, saliendo de la barra y dirigiéndose a los soldados.
- ¡Lo prometido es deuda, amigos! - dejó la botella sobre la mesa, con una de sus mejores sonrisas -. Por favor, disfrutad de ella. Viene de la mismísima Aguasprofundas.
Los soldados se miraron entre sí, felices ante el gesto del tabernero, y volvieron a dedicarse a beber y a jugar, olvidándose de la escena que tenía lugar a apenas unos metros. Dos de aquellos tipos sujetaban de los brazos al corpulento borracho, mientras el tercero lo agarraba de la barbilla obligándolo a mirarle.
- ¿Crees que podrías huir por siempre? Pagan bien por tu cabeza, traidor.
- Yo no... - su voz apenas era audible, y la tonalidad nacida del alcohol que cubría sus palabras no ayudaba a comprenderlo.
- ¿Tú no qué? - respondió con burla el hombre mientras apretaba las mandíbulas del borracho y se acercaba a su boca para escucharlo mejor.
- Yo no... haría eso... - y justo tras esas palabras, vomitó en la cara del matón.
Entre quejas y gritos lo soltaron, dejándolo caer al suelo, donde continuó liberando su estómago y retorciéndose entre arcadas.
- ¡Qué asco joder! - gritó el que parecía ser el líder de los matones mientras se limpiaba los restos de vómito de la cara.
La risotada de los soldados resonó por todo el lugar, mientras sus copas chocaban, animados por la escena. Uno de los matones dio un paso hacia ellos alejándose del borracho, pero su cabecilla lo retubo. "Parece que no quieren problemas", pensó el tabernero. "Con suerte se llevarán al borracho y esto terminará bien". Y ese pensamiento esperanzador terminó cuando el borracho gritó a la vez que se levantaba con su arma y atravesaba el pecho del mató que le había dado la espalda. El hombre miró con sorpresa como la enorme hoja sobresalía de su cuerpo, tratando de sujetarla sin fuerzas mientras caía de rodillas y su asesino la arrancaba de su cuerpo, apartándolo de una patada y lanzándolo de boca contra el suelo.
Sorprendidos y antes de que pudieran reaccionar, el espadón rasgó el aire cercenando la garganta de un segundo mató e hiriendo seriamente a su líder, derribándolo contra la barra.
- Esto no... termina aq... aquí... - trató de decir mientras un hilo de sangre escapaba de sus labios -. Amante de los ...
Antes de que pueda terminar sus palabras, la hoja del espadón cayó sobre su pecho. El borracho la retuercía con rabia a la vez que pisó la cabeza del pobre desgraciado que escupía sangre bajo él.
- Ku topígnoag gokahro... - pronunció el hombre harapiento en una lengua tosca y gutural. Se llevó la mano ensangrentada a la cabeza, agitándola y tomando aire, como si tratara de despejarse -. No sabéis nada...
De forma inútil, el tabernero trató de frenar a los soldados mientras estos se levantaban y desenvainaban sus armas, apartando a las mujeres, que salieron corriendo del local. Ya no había rastro de diversión en ellos. Lo apartaron de un empujón que casi lo lanzó contra el suelo y comenzaron a caminar con seguridad hacia el borracho, quién de forma errática levantaba una mano hacia ellos y se apoyaba en su enorme arma para no caer al suelo.
- Esto no... - dijo respirando con dificultad -. No tiene nada que ver con vosotros... Ya me voy...
- No, no te vas, asesino – respondió uno de los soldados.
Suspirando, el borracho arrancó el arma del pecho del cadáver y se preparó para recibir a los soldados. El rechinar del acero contra el acero cantó su triste balada, teñida de muerte y dolor, mientras el espadón arrancaba las vidas de aquellos que trataban de enfrentarlo. En solo unos segundos, el borracho estaba en pie, herido y cubierto de sangre, rodeado de cadáveres. Su expresión era fría, carente de emoción. Con una nueva arcada, vomitó sobre los cuerpos sin vida, tras lo que en su semblante tomó forma una sonrisa amarga como la bilis que escapaba de su boca.
¡¡Fuera!! - gritó el tabernero mientras corría hacia la barra y sacaba su ballesta, apuntando al hombre que acababa de realizar aquella despreciable masacre -. ¡¡No vuelvas aquí, largo!!
El anciano sujetaba con mano firme el arma, no era la primera vez que la usaba, y saben los dioses que, por desgracia, probablemente no sería la última.
Con gesto de dolor el borracho caminó tambaleándose hacia la mesa en la que habían estado los soldados, cogiendo la botella y dando un trago tan largo que la vació. Eructó y se limpió la boca, llenando su mano de resto de vómito, sangre y alcohol. Tras eso arrojó la bolsa de monedas sobre la mesa en la que estaba el juego de dados y, lentamente y con el espadón sobre el hombro, se dirigió a la salida.
- Lamento que haya tenido que ser así... - dijo antes de desaparecer.
El tabernero volvió a respirar, mientras la ballesta se resbalaba entre sus dedos y caía a sus pies. Se dejó caer en uno de los taburetes, sintiéndose agotado y tembloroso, mirando horrorizado la escena. Todo volvía a ser como antes... Los tiempos oscuros habían vuelto, y él ya no podía hacer nada para evitarlos.
En algún punto del año 1560...
Ahí estaba otra vez aquel despojo. El tabernero suspiró y cogió una de las botellas del alcohol más barato que podía ofrecer. Berruga de mediano llamaban a aquel mejunge apestoso que ni tan siquiera sus destiladores querían. Lo tenía para tipos como aquel, gente a la que le daba igual qué era lo que tomaba y no tenía dinero para permitirse otra cosa.
El hombre mostró una sonrisa demacrada al verle llegar con su "bálsamo", lanzando un par de monedas llenas de fango sobre la barra. Era mejor no preguntar de dónde las había sacado, y tampoco es que le importase demasiado. Cogió el dinero y dejó la botella frente a él, arrugando la nariz al notar el hedor que desprendía.
- Gracias – le dijo mientras agarraba la botella sin disimular su ansia. La abrió con los dientes y escupió el corcho al suelo, dando un largo trago sin precuparse de que parte del alcohol se derramara por sus mejillas.
- De nada ... - era mejor ser educado con gente así. El tipo estaba cubierto de cicatrices y quemaduras. y por otro lado era imposible ignorar la enorme espada que había dejado a su lado, apoyada en uno de los taburetes.
En otra época le habría dicho que no se permitían armas, pero eran tiempos difíciles. La guerra lo había cambiado todo. Es cierto que ahora ganaba mucho más que antes, pero el negocio se había vuelto peligroso. Soldados, mercenarios, y gente aún peor que trataba de aprovecharse de las desgracias que traía aquel conflicto... eran clientes difíciles. Antes su taberna estaba llena de gente, de risas y música, pero ahora... Había arriesgado tanto para poder levantar su negocio... Había dejado tanto atrás, familia, amigos, amores... Y de nuevo, sin que pudiera hacer nada, los buenos tiempos habían terminado, ahora aquel era su mundo. Se parecía demasiado a su viejo hogar, aquel del que había huído hacía ya varias décadas. Pero ya no podía hacer nada, ahora era demasiado viejo como para volver a hacerlo. La guerra siempre te alcanza, era mejor aceptarlo.
Observó con melancolía el salón, donde un grupo de soldados jugaba a los dados entre gritos y risotadas nacidas de la bebida, con fulanas sobre sus rodillas. Al menos bebían suficiente, y siempre llevaban dinero... aunque a veces se negaban a pagar porque "ellos protegían su negocio". Suspiró y volvió a sus tareas. Limpiar, ordenar, asegurarse de que la vieja había terminado el guiso. Lo mismo día tras día.
Comenzó a silbar una vieja canción de su tierra natal mientras pasaba un paño sucio y húmedo sobre las jarras. Mientras lo hacía se sorprendió al escuchar como alguien se unía a él siguiendo la armoniosa melodía. Alzó la mirada y vio que se trataba del harapiento borracho de la barra. El hombre había borrado su sonrisa, y dejaba escapar de entre sus húmedos labios la alegre tonada, que desentonaba completamente con su expresión. Se llevó la mano al parche, frotándose la cara mientras dejaba de silbar, como si algo le molestara al otro lado del pedazo de cuero que ocultaba una horrible cicatriz.
- ¿De dónde eres? - le preguntó el tabernero mientras iba hacia él. Frunció el ceño con cierta preocupación al ver que apenas quedaba nada de licor en la botella. Solo habían pasado unos minutos...
El hombre agachó la cabeza, dejando escapar una risa ronca mientras el cabello, pardo y grasiento, cubría su rostro. Agarró la botella y de un trago acabó con el escaso contenido de ésta. Tras ello miró directamente a los ojos del tabernero mientras limpiaba los restos de alcohol de su boca y barba con el dorso de su mugrienta mano.
- ¿Acaso importa? - respondió el extraño con voz pastosa -. Todo es igual. Vamos, sírveme otra – dijo con tono severo mientras soltaba una bolsa de monedas manchadas de sangre sobre la barra.
- No creo que sea buena idea, señor – era mucho dinero, pensó el tabernero, pero aquel tipo ya cabeceaba y, su mirada... Tenía algo que le dejaba claro que era mejor no dejar que siguiera bebiendo. Llevaba muchos años en el negocio como para reconocer a alguien desesperado y peligroso.
El borracho se puso en pie mientras soltaba un gruñido, golpeando con fuerza la barra con su puño, haciendo que la botella vacía cayera al suelo y se hiciera pedazos.
- ¿Mi dinero no vale en este lugar, tabernero? - su único ojo sano le miraba con intensidad, embriagado por la ira etílica de aquellos a quienes se les niega su única escapatoria.
Los soldados se giraron en sus asientos, observando la escena mientras algunos de ellos echaban mano a las empuñaduras de sus armas. El tabernero hizo gestos de que no ocurría nada y los invitó a seguir divirtiéndose, prometiendo que invitaba a la próxima ronda. Como si lo que acababa de ocurrir no les importara, sonrieron felices por la noticia y volvieron a sus asuntos mientras alzaban la voz con sus apuestas. El borracho se había mantenido tenso, acercando su mano al arma, pero sin llegar a actuar.
- Gracias – dijo aquel hombre mientras se levantaba -. Y lo siento...
Recogió su bolsa de monedas y dejó un par sobre la barra. Tras ésto recuperó su espada y se dirigió a la salida, tambaleándose y cayendo al suelo tras tropezar con uno de los taburetes. Los soldados emitieron una carcajada al ver el triste aspecto que mostraba aquel hombre, acompañados de las agudas risas de sus acompañantes.
La puerta se abrió, y por ella entraron tres hombres vestidos de forma sospechosa. Sin moverse de la entrada otearon el salón, deteniendo sus miradas en el corpulento borracho. Unas siniestras sonrisas aparecieron en sus semblantes mientras se acercaban alegremente al pobre desgraciado que trataba torpemente de ponerse en pie.
- ¡Pero mirad a quién tenemos aquí! - dijo uno de ellos mientras lo miraba desde arriba, divertido.
El tabernero dejó lo que estaba haciendo y, tratando de pasar desapercibido, se movió lentamente hacia uno de los laterales de la barra. Aquello le daba mala espina. Sujetó la ballesta pesada que escondía y se mantuvo a la espera, observando con temor a los soldados, que había dejado de jugar. "Mierda", gruñó para sí. No tenía ganas de que se mataran unos a otros en su local. Apenas había terminado de limpiar la sangre de la última reyerta. Soltó la ballesta y cogió una de las botellas de su mejor vino, saliendo de la barra y dirigiéndose a los soldados.
- ¡Lo prometido es deuda, amigos! - dejó la botella sobre la mesa, con una de sus mejores sonrisas -. Por favor, disfrutad de ella. Viene de la mismísima Aguasprofundas.
Los soldados se miraron entre sí, felices ante el gesto del tabernero, y volvieron a dedicarse a beber y a jugar, olvidándose de la escena que tenía lugar a apenas unos metros. Dos de aquellos tipos sujetaban de los brazos al corpulento borracho, mientras el tercero lo agarraba de la barbilla obligándolo a mirarle.
- ¿Crees que podrías huir por siempre? Pagan bien por tu cabeza, traidor.
- Yo no... - su voz apenas era audible, y la tonalidad nacida del alcohol que cubría sus palabras no ayudaba a comprenderlo.
- ¿Tú no qué? - respondió con burla el hombre mientras apretaba las mandíbulas del borracho y se acercaba a su boca para escucharlo mejor.
- Yo no... haría eso... - y justo tras esas palabras, vomitó en la cara del matón.
Entre quejas y gritos lo soltaron, dejándolo caer al suelo, donde continuó liberando su estómago y retorciéndose entre arcadas.
- ¡Qué asco joder! - gritó el que parecía ser el líder de los matones mientras se limpiaba los restos de vómito de la cara.
La risotada de los soldados resonó por todo el lugar, mientras sus copas chocaban, animados por la escena. Uno de los matones dio un paso hacia ellos alejándose del borracho, pero su cabecilla lo retubo. "Parece que no quieren problemas", pensó el tabernero. "Con suerte se llevarán al borracho y esto terminará bien". Y ese pensamiento esperanzador terminó cuando el borracho gritó a la vez que se levantaba con su arma y atravesaba el pecho del mató que le había dado la espalda. El hombre miró con sorpresa como la enorme hoja sobresalía de su cuerpo, tratando de sujetarla sin fuerzas mientras caía de rodillas y su asesino la arrancaba de su cuerpo, apartándolo de una patada y lanzándolo de boca contra el suelo.
Sorprendidos y antes de que pudieran reaccionar, el espadón rasgó el aire cercenando la garganta de un segundo mató e hiriendo seriamente a su líder, derribándolo contra la barra.
- Esto no... termina aq... aquí... - trató de decir mientras un hilo de sangre escapaba de sus labios -. Amante de los ...
Antes de que pueda terminar sus palabras, la hoja del espadón cayó sobre su pecho. El borracho la retuercía con rabia a la vez que pisó la cabeza del pobre desgraciado que escupía sangre bajo él.
- Ku topígnoag gokahro... - pronunció el hombre harapiento en una lengua tosca y gutural. Se llevó la mano ensangrentada a la cabeza, agitándola y tomando aire, como si tratara de despejarse -. No sabéis nada...
De forma inútil, el tabernero trató de frenar a los soldados mientras estos se levantaban y desenvainaban sus armas, apartando a las mujeres, que salieron corriendo del local. Ya no había rastro de diversión en ellos. Lo apartaron de un empujón que casi lo lanzó contra el suelo y comenzaron a caminar con seguridad hacia el borracho, quién de forma errática levantaba una mano hacia ellos y se apoyaba en su enorme arma para no caer al suelo.
- Esto no... - dijo respirando con dificultad -. No tiene nada que ver con vosotros... Ya me voy...
- No, no te vas, asesino – respondió uno de los soldados.
Suspirando, el borracho arrancó el arma del pecho del cadáver y se preparó para recibir a los soldados. El rechinar del acero contra el acero cantó su triste balada, teñida de muerte y dolor, mientras el espadón arrancaba las vidas de aquellos que trataban de enfrentarlo. En solo unos segundos, el borracho estaba en pie, herido y cubierto de sangre, rodeado de cadáveres. Su expresión era fría, carente de emoción. Con una nueva arcada, vomitó sobre los cuerpos sin vida, tras lo que en su semblante tomó forma una sonrisa amarga como la bilis que escapaba de su boca.
¡¡Fuera!! - gritó el tabernero mientras corría hacia la barra y sacaba su ballesta, apuntando al hombre que acababa de realizar aquella despreciable masacre -. ¡¡No vuelvas aquí, largo!!
El anciano sujetaba con mano firme el arma, no era la primera vez que la usaba, y saben los dioses que, por desgracia, probablemente no sería la última.
Con gesto de dolor el borracho caminó tambaleándose hacia la mesa en la que habían estado los soldados, cogiendo la botella y dando un trago tan largo que la vació. Eructó y se limpió la boca, llenando su mano de resto de vómito, sangre y alcohol. Tras eso arrojó la bolsa de monedas sobre la mesa en la que estaba el juego de dados y, lentamente y con el espadón sobre el hombro, se dirigió a la salida.
- Lamento que haya tenido que ser así... - dijo antes de desaparecer.
El tabernero volvió a respirar, mientras la ballesta se resbalaba entre sus dedos y caía a sus pies. Se dejó caer en uno de los taburetes, sintiéndose agotado y tembloroso, mirando horrorizado la escena. Todo volvía a ser como antes... Los tiempos oscuros habían vuelto, y él ya no podía hacer nada para evitarlos.
Última edición por Ark Roywind el Lun Abr 30, 2018 11:21 am, editado 2 veces en total.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
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- Jabalí Terrible
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Re: Crónicas de Lothar
PENSAMIENTOS DE TABERNA
Es difícil huir del pasado, por más rápido que corras. A veces todo lo que puedes hacer es mirar como el dolor que lo acompaña te arrolla, arrastrándote a esos momentos que intentas evitar, lacerando tu cuerpo con todo lo que se ha perdido, y torturándote con todos los errores cometidos. Hay quién vive con ese dolor, y trata de superarlo, liberando la carga que los hace hundirse una y otra vez en el fango de su culpabilidad, en el infierno de la autocompasión. Otros no pueden vivir sin ese dolor, convirtiéndolo en una adicción tóxica, que les permite sentir algo en un mundo que ya ha quedado vacío para ellos. Pero yo no soy así.
No soy tan valiente, ni disfruto del dolor. Mis pies no pueden correr tanto, y mi cuerpo está grabado con estigmas que me hablan de esos momentos que a veces, fugazmente, visito en mi memoria. He aprendido a sobrellevarlo, adormeciendo mi mente, ahogándolo todo en alcohol. Me he convertido en un ínfimo muñeco de trapo, que acude a su bálsamo a la menor señal de que los remordimientos y la culpa decidan recuperar su lugar. Mucho de ese dolor ha muerto, aunque a cambio ya no recuerdo el hombre que fui, si tuve valor, o algo por lo que vivir que no fuese evitarme a mí mismo. No reconozco el hombre que me devuelve la mirada en el espejo, nunca del todo sereno, y casi nunca tan borracho como para ignorar el desprecio que le devuelve la mirada de su reflejo.
Me mantengo en una lucha cuyo final no soy capaz de vislumbrar. Recuerdo la pregunta de Drum: "¿A qué te dedicas?", y pienso en mi respuesta, en mi mentira a medias. "A sobrevivir, a huir". Hace mucho que dejé de correr, es más fácil dejarse caer en el fondo de una botella. O de dos... o de las que haga falta para dejar atrás a tu propia sombra y que no te cubra su oscuridad. ¿Sobrevivir? Tal vez, pero cuanto más empuño mi espada, más me pregunto por qué sigo luchando, por qué sigo arriesgando mi vida. Y la respuesta es dolorosamente sincera: para morir. Hacerlo de otro modo, sería insultante para mí. Ella lo hizo así, y yo seguiré la estela de su camino. Pero soy tan lamentable que ni tan siquiera puedo dejarme llevar... Enfrento a la muerte con el valor de un loco que aguarda su desenlace final, bailo con ella dejándome llevar por la armonía de su voz, por las promesas de paz que susurra en su silencio, aguardando su abrazo... para después abandonar el baile en el último momento, resistirme a ella, y luchar por una oportunidad que no merezco. No es valor, no es rabia lo que llevo a la batalla, es miedo, es culpa...
Por eso, beberé una botella más. Para arrastrarme como el gusano en la que ha tornado mi alma. Bebamos de nuevo, para confundir mis sentidos, la percepción de mi propio ser. Beberé, porque se me da bien, y al final he aprendido a disfrutarlo, por la paz que me otorga, y por la serenidad. Convirtamos este doloroso espectáculo en una fiesta de la que todos esperan el final, pero en la que nadie se atreva a parar.
Brindemos una noche más. Es todo lo que nos queda, todo lo que tengo, y es suficiente...
Es difícil huir del pasado, por más rápido que corras. A veces todo lo que puedes hacer es mirar como el dolor que lo acompaña te arrolla, arrastrándote a esos momentos que intentas evitar, lacerando tu cuerpo con todo lo que se ha perdido, y torturándote con todos los errores cometidos. Hay quién vive con ese dolor, y trata de superarlo, liberando la carga que los hace hundirse una y otra vez en el fango de su culpabilidad, en el infierno de la autocompasión. Otros no pueden vivir sin ese dolor, convirtiéndolo en una adicción tóxica, que les permite sentir algo en un mundo que ya ha quedado vacío para ellos. Pero yo no soy así.
No soy tan valiente, ni disfruto del dolor. Mis pies no pueden correr tanto, y mi cuerpo está grabado con estigmas que me hablan de esos momentos que a veces, fugazmente, visito en mi memoria. He aprendido a sobrellevarlo, adormeciendo mi mente, ahogándolo todo en alcohol. Me he convertido en un ínfimo muñeco de trapo, que acude a su bálsamo a la menor señal de que los remordimientos y la culpa decidan recuperar su lugar. Mucho de ese dolor ha muerto, aunque a cambio ya no recuerdo el hombre que fui, si tuve valor, o algo por lo que vivir que no fuese evitarme a mí mismo. No reconozco el hombre que me devuelve la mirada en el espejo, nunca del todo sereno, y casi nunca tan borracho como para ignorar el desprecio que le devuelve la mirada de su reflejo.
Me mantengo en una lucha cuyo final no soy capaz de vislumbrar. Recuerdo la pregunta de Drum: "¿A qué te dedicas?", y pienso en mi respuesta, en mi mentira a medias. "A sobrevivir, a huir". Hace mucho que dejé de correr, es más fácil dejarse caer en el fondo de una botella. O de dos... o de las que haga falta para dejar atrás a tu propia sombra y que no te cubra su oscuridad. ¿Sobrevivir? Tal vez, pero cuanto más empuño mi espada, más me pregunto por qué sigo luchando, por qué sigo arriesgando mi vida. Y la respuesta es dolorosamente sincera: para morir. Hacerlo de otro modo, sería insultante para mí. Ella lo hizo así, y yo seguiré la estela de su camino. Pero soy tan lamentable que ni tan siquiera puedo dejarme llevar... Enfrento a la muerte con el valor de un loco que aguarda su desenlace final, bailo con ella dejándome llevar por la armonía de su voz, por las promesas de paz que susurra en su silencio, aguardando su abrazo... para después abandonar el baile en el último momento, resistirme a ella, y luchar por una oportunidad que no merezco. No es valor, no es rabia lo que llevo a la batalla, es miedo, es culpa...
Por eso, beberé una botella más. Para arrastrarme como el gusano en la que ha tornado mi alma. Bebamos de nuevo, para confundir mis sentidos, la percepción de mi propio ser. Beberé, porque se me da bien, y al final he aprendido a disfrutarlo, por la paz que me otorga, y por la serenidad. Convirtamos este doloroso espectáculo en una fiesta de la que todos esperan el final, pero en la que nadie se atreva a parar.
Brindemos una noche más. Es todo lo que nos queda, todo lo que tengo, y es suficiente...
Última edición por Ark Roywind el Sab May 05, 2018 8:56 am, editado 1 vez en total.
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Re: Crónicas de Lothar
CONVERSACIÓN ENTRE AMIGOS [CAZADORES DEL NORTE: EL OJO SANGRIENTO]
"Está bien, lo admito, viejo beodo, ha sido la mejor historia que he escuchado en mi vida. ¡Ni tan siquiera he escuchado una hazaña así de boca de los pomposos juglares! Debiste ser un fiero guerrero en tu juventud, amigo Dick. Y aunque una parte de mí sospecha que mientes más que un mediano hablando de la noble procedencia de su dinero, maldita sea, ¡incluso así es una grandiosa mentira! Y una promesa es una promesa, así que toma, la botella es para ti, bebe. ¿Qué más da lo que sea? ¿Ahora te vas a poner exquisito? ¡Bebe y escucha, ahora viene mi historia!"
El sonido de risas y botellas de cristal resuena entre la lluvia en uno de los callejones de Nevesmortas.
"Todo sucedió después de haber ganado un buen dinero y visitar al viejo Martillo. Sí, claro, después fui a Villanieve a ver a Betty la Mole, ¡nadie sabe achuchar como ella! Desde entonces tengo un extraño picor en la entrepierna, esa fulana tenía el bosque negro como el sobaco de un orco, ¡pero no hay mujeres como ella en todo Nevesmortas! ¿Qué? ¡No sabrías valorar una auténtica mujer ni aunque estuviese en el fondo de una botella de vino! La última vez que disfrutaste de la compañía de una Clari aún estaba aprendiendo a andar. Ahora calla y escucha, ¡presta atención a algo por una vez en tu vida!"
La noche es oscura, encapotada por nubarrones oscuros, y apenas se puede ver la luz de una antorcha reflejarse en los fríos muros de piedra, donde dos hombres conversan al calor del fuego mientras beben.
"Como intentaba contarte, sucedió hace varias lunas. Regresé a Nevesmortas después de lo que espero fuese un dinero bien gastado, pues no recuerdo nada después de los turgentes senos de Betty, y pronto me embarqué en otro trabajo. Sí, sí, no te adelantes Dick, ¡déjame seguir! No, no eran los bueyes, he aprendido la lección, y ni todo el oro del mundo merece guiar a esas bestias estúpidas. En esta ocasión se trataba del viejo de Fuerte Nuevo. Ese mismo, al que ya rescatamos en otra ocasión. Había vuelto a desaparecer el viejo senil. O está confabulado con los trasgos o realmente no quiere pasar sus últimos días de vida con su familia, pero ese es otro asunto y ese viejo ahora no importa. Nos reunimos Aku, el elfo Satori, y, maldita sea mi suerte, Pepe. Sí, ese mismo Pepe. Creo que alguna bruja me lanzó una maldición y estoy condenado tener a mi lado a esos molestos medianos. Sí, sí, ya sé que te dije que en el fondo era un buen mediano, ¡pero no hagas caso a todo lo que digo cuando voy borracho! ¡¡No siempre estoy borracho, no me confundas contigo maldito soplador de cevada!! Sí, lo sé, lo siento. Pero deja que cuente mi historia en paz, yo he escuchado la tuya incluso cuando has contado lo de que acabaste con el dragón escupiendo fuego, y aunque no voy a decir que sea mentira, suena sospechoso, Dick."
La lluvia se torna nieve, mientras el tono de las voces va volviéndose más alto, y a la vez más confuso y atropellado, mientras la bebida corre por la garganta de los dos hombres que comparten charla, fuego y alcohol sin que parezca importarles nada más.
"Teníamos un buen grupo para sacar al viejo y devolverlo a su hogar a patadas. Mi espada, el arco de Stachel, la magia del elfo, y... bueno, al mediano de pies ligeros, manos hábiles y corazón de gallina. El primer contratiempo lo encontramos en la Bifurcación, donde descubrimos que estaba la semielfa fisgona escondida, espiándonos como una vieja viuda que se asoma por la ventana a fisgonear lo que hacen las jóvenes para después cotorrear con el resto de viejas. No, no creo que quisiera nada de eso, maldita sea Dick, deja de pensar en mujeres. No, no me fijé, está flaca como un palo, no tiene nada que me interese. Creo que estaba siguiendo al elfo, supongo que tendrán algún lío, o tal vez el mediano había hecho alguna de las suyas y quería vengarse. No, no voy a decirte cómo es, has debido de verla decenas de veces, y tampoco importa. Lo importante es que alejándonos de ella por el bosque, el mediano escuchó algo acercarse a través de la espesura. Rápidamente nos preparamos, y recibimos a un grupo de trasgos tal y como se merecen: con fuego y acero. Ah, Dick, no puedes imaginarlo. Tus manos solo saben del peso de una botella, tu cuerpo tan solo conoce la emoción de la embriaguez, pero la batalla tiene algo mucho más seductor. El acero cortó el aire, mientras las flechas silbaban atravesando a esas bestias y la magia crepitaba y chisporroteaba alrededor del elfo. ¿Qué, Pepe? Supongo que se escondía detrás de algún árbol, no sé. Cuando lucho solo siento mi espada, como una parte de mi cuerpo. Los trasgos caían, y, bebe y prepárate para esto, ¡volvían a alzarse como bestias sarnonas! Fieros cánidos de afilados colmillos que se desprendían de las apestosas pieles de trasgos para arrojarse sobre nuestras gargantas. Fue una refriega confusa y sucia, y cuando solo quedó silencio no sabía muy bien qué acababa de ocurrir, o si algo más saltaría desde las sombras, pero no ocurrió nada. No, no, la historia no termina aquí, esto es solo el principio. ¡No es mi problema que hayas terminado ya la botella, desgraciado, bebe más despacio! Toma, tengo más, ¡pero modérate!"
El suelo comienza a cubrirse de una fina capa blanca, alrededor de la cual los dos borrachos continúan con su verborrea, ignorando las siluetas de los guardias que se ven de vez en cuando a lo lejos.
"Al parecer eran tragos de un clan extraño. Un clan que no se veía por la zona hasta hacía poco, en algún altercado con un carruaje del que hablaron pero al que no presté mucho atención. Lamentablemente estaba pensando en el pasado, y no me gustaba lo que esos pensamientos me hacían ver... No, no lloré, inútil. Bebí, ambos sabemos que es una cura mucho más efectiva. Al final seguimos sus huellas. Bueno, el mediano las seguía. Ese diablillo tiene buenos ojos, y tras desvaratar las infructuosas emboscadas de un desafortunado grupo de bandidos, el rastro de los trasgos terminó por llevarnos hasta el territorio del clan Veruz. ¿Qué, Verluzh? ¿Estás seguro? Bueno, tú sabrás, llevas en esta cloaca mucho más tiempo del recomendable, así que te haré caso.
Ascendimos la montaña combatiendo con algunas de esas alimañas fornicadoras de arañas. Por aquel entonces creo que ya había bebido demasiado, ya que no sentía el frío, y apenas me preocupaba otra cosa que no fuese enfrentarme a esas bestias. Quería ver si realmente era un desafío, y, por el momento, apenas tenía unos rasguños. El ambiente era tenso entre mis compañeros, estaban todos muy serios por algún motivo, peor en fin, supongo que es normal en la gente que se preocupa por su vida. Perdona, no quería sonar sombrío. Sí, mejor beberé, ¡esto es una celebración después de todo! ¡¡Cuidado, idiota!! ¡¡Casi me vomitas encima!!"
Unos cuantos gritos después y mientras la caída de nieve afloja, el tuerto continúa su historia, mientras su compañero se limpia la cara con la nieve calentándola entre sus rechonchas las manos.
"¿Estás mejor? ¿Seguro? Apenas he entendido nada de lo que has dicho, pero sé que eso no es impedimento para ser una buena compañía. Finalmente llegamos a la cueva de los Verluzh, y dentro encontramos algunas nuevas sorpresas. La primera fue que el sendero que se adentraba en la cueva había sido protegido por brujería. El elfo dijo que si pasábamos por allí sonaría una campana que aletaría a los trasgos. No vi que eso fuese un problema, pero me obligué a mí mismo a seguir a los demás. Es mejor que ver como tus compañeros mueren por tus imprudencias... ¿Qué estaba contando? Ah, sí, la cueva. Las galerías de la caverna estaban bloqueadas por enormes telarañas, o la brujería que cortaba el túnel principal. Para colmo de males, la salida de la cueva, justo por donde habíamos entrado, había sido alterada de algún modo. Avisé de esto a los demás, y el mediano, sin conocimiento alguno, decidió trastear con aquello. No sé qué diantres tocó, pero una enorme mano que parecía haber surgido de los planos de pesadilla apareció y lo lanzó varios metros por el aire contra la roca, como si fuese un muñeco viejo con el que ya no quisiera jugar el hijo malcriado de un noble. El ruido que hizo al estrellarse no fue nada agradable, y el pobre diablo quedó tirado en el suelo con la cabeza sangrando y en una postura lamentable. De verdad creí que había muerto, pero esa rata se agarra a la vida como tú a la cerveza. El elfo trató sus heridas mientras la cueva iba llenándose de personas. Al parecer el rastro que habían dejado aquellos trasgos salvajes no había pasado desapercibido, y uno tras otro el resto de actores de esta desdichada obra de arte fue llegando a escena. Comenzaba a ponerme nervioso. Todo el mundo parecía alterado, y mi corazón se agitaba ante aquella pausa cuando sabía que más allá de la oscuridad de los túneles me aguardaba el destino. Como respuesta a mi silenciosa súplica, una pequeña horda de trasgos apareció entre las sombras, despertando a todos del extraño sopor que se había apoderado de ellos. Los recibí con alegría, y mi espada los arrojó a los brazos de la muerte para que esta les diera la bienvenida a su nuevo hogar. Fue una batalla caótica, donde en más de una ocasión creí haber partido en dos a uno de mis compañeros, mientras tanto yo como ellos combatíamos abriéndonos paso entre esos pequeños seres en aquel estrecho lugar. El cuerpo quedaba cubierto por los cadáveres de aquellas fieras que vestían pieles de trasgos, y aunque muchos parecían sorprendidos, a mí no me importaba. Una vez matas auno, la sorpresa pasa a segundo plano, y lo único que queda es continuar con los demás. Todo terminó con algunos heridos, y por suerte habían conseguido proteger al mediano, que poco a poco volvía en sí.
Aku, tomó control de la situación, y por los dioses que lo agradezco. Es la frialdad y la serenidad que necesito en la tormenta. En aquel momento ya había bebido demasiado, y si no fuese por sus palabras quién sabe dónde habría terminado. Aunque tal vez tampoco me habría importado..."
El silencio inunda los callejones, mientras las nubes van despejándose, dejando que los rayos de luna abriéndose camino entre las ramas de los árboles y los estrechos callejones de la ciudad. La voz grave y arrastrada rompe el silencio para continuar su relato.
"Continuamos adelante, dispuestos a acabar con aquellas criaturas. Luché contra decenas junto a la semielfa, mientras escuchaba gritos a mi espalda. El resto también luchaba, pero lo cierto es que me había olvidado de ellos. Escuché mi propia risa, mientras mi mano sujetaba con desesperación la espada y la dejaba caer contra las bestias. Una, tras otra, tras otra, caían despedazadas, mientras me habría camino entre sus cadáveres. El éxtasis de la batalla lo era todo, hasta que todo lo que me rodeaba se volvió difuso, y mi cuerpo no me respondía. No creas que soy un cobarde, Dick, pero de verdad que se me heló la sangre. Apenas podía levantar mi espada y comprender lo que sucedía. Me apoyé en la fría roca tratando de volver en mí, mientras escuchaba gritos, el restallar del acero y las plegarias y palabras sin sentido de Erand y los magos. Creo que Drum me protegió, me pareció ver una sombra negra que apartaba de mí a las criaturas que se habían enganchado a mis pies y que trepataban por mi espalda clavando sus garras. Y estoy convencido de que las flechas de Aku y la magia de Satori se ocuparon de darme el tiempo suficiente para recuperarme. Cuando volví en mí ataqué con más rabia, arrastrado por el miedo. No quería morir, no aún, no allí...
Al final todo fue cosa de un dios, Málar... Su nombre volvió a hundirme en mi miseria, y mientras el resto se ocupaba de solucionar el problema, lamentablemente yo me aparté y me quedé junto a uno de aquellos portales de donde salían sus criaturas. ¿No soy patético, Dick? Quería que creyeran que custodiaba el portal, lancé bravuconadas, pero en el fondo estaba temblando, mientras bebía para ahogar esos recuerdos que traban de regresar de la oscuridad de mis difuntas memorias. Creo que lo hice bien, y bebí mirando al abismo de la enorme grieta que descendía hacia los abismos en aquella cruta, seducido por el vacío que prometía su caída. Y esta es mi historia, viejo borracho. Sí, dioses que aparecen para espantar al rebaño. Sé que suena increíble, pero... ¿acaso no son ellos los que siempre nos traen desgracias? Solo somos siervos y sacrificios en sus guerras, e incluso aquellos que dicen protegernos solo nos ven como piezas en un juego cuyas reglas no comprendemos... Al final consiguieron cerrar los portales, pero sé que la Bestia no se dará por vencida hasta que, sea cual sea la cacería que ha iniciado, tenga un final sangriento... Y creo que con esto termina mi historia definitivamente. Se me ha helado el trasero, y me parece que llevas inconsciente un buen rato. Toma, viejo amigo, te has ganado el resto de la botella por escuchar mis lamentables llantos. Y unas monedas para que te compres unos nuevos pantales, no quiero que vayas con esa mancha de orina por ahí. Descansa, y no malgastes ese dinero, estúpido borracho. Y haz algo útil con tu vida, si es que despiertas de ésta. Ahora, si me disculpas, la noche es joven, y aún tengo dinero que gastar en el Martillo. A mí me cuesta algo más conseguir esa paz."
Tambaleante y sin apenas poder mantenerse en pie, el tuerto sale del callejón, dirigiendo sus pasos a cualquier lugar que prometa descanso, aunque supiese que lo que deseaba, siempre estaba lejos de él.
"Está bien, lo admito, viejo beodo, ha sido la mejor historia que he escuchado en mi vida. ¡Ni tan siquiera he escuchado una hazaña así de boca de los pomposos juglares! Debiste ser un fiero guerrero en tu juventud, amigo Dick. Y aunque una parte de mí sospecha que mientes más que un mediano hablando de la noble procedencia de su dinero, maldita sea, ¡incluso así es una grandiosa mentira! Y una promesa es una promesa, así que toma, la botella es para ti, bebe. ¿Qué más da lo que sea? ¿Ahora te vas a poner exquisito? ¡Bebe y escucha, ahora viene mi historia!"
El sonido de risas y botellas de cristal resuena entre la lluvia en uno de los callejones de Nevesmortas.
"Todo sucedió después de haber ganado un buen dinero y visitar al viejo Martillo. Sí, claro, después fui a Villanieve a ver a Betty la Mole, ¡nadie sabe achuchar como ella! Desde entonces tengo un extraño picor en la entrepierna, esa fulana tenía el bosque negro como el sobaco de un orco, ¡pero no hay mujeres como ella en todo Nevesmortas! ¿Qué? ¡No sabrías valorar una auténtica mujer ni aunque estuviese en el fondo de una botella de vino! La última vez que disfrutaste de la compañía de una Clari aún estaba aprendiendo a andar. Ahora calla y escucha, ¡presta atención a algo por una vez en tu vida!"
La noche es oscura, encapotada por nubarrones oscuros, y apenas se puede ver la luz de una antorcha reflejarse en los fríos muros de piedra, donde dos hombres conversan al calor del fuego mientras beben.
"Como intentaba contarte, sucedió hace varias lunas. Regresé a Nevesmortas después de lo que espero fuese un dinero bien gastado, pues no recuerdo nada después de los turgentes senos de Betty, y pronto me embarqué en otro trabajo. Sí, sí, no te adelantes Dick, ¡déjame seguir! No, no eran los bueyes, he aprendido la lección, y ni todo el oro del mundo merece guiar a esas bestias estúpidas. En esta ocasión se trataba del viejo de Fuerte Nuevo. Ese mismo, al que ya rescatamos en otra ocasión. Había vuelto a desaparecer el viejo senil. O está confabulado con los trasgos o realmente no quiere pasar sus últimos días de vida con su familia, pero ese es otro asunto y ese viejo ahora no importa. Nos reunimos Aku, el elfo Satori, y, maldita sea mi suerte, Pepe. Sí, ese mismo Pepe. Creo que alguna bruja me lanzó una maldición y estoy condenado tener a mi lado a esos molestos medianos. Sí, sí, ya sé que te dije que en el fondo era un buen mediano, ¡pero no hagas caso a todo lo que digo cuando voy borracho! ¡¡No siempre estoy borracho, no me confundas contigo maldito soplador de cevada!! Sí, lo sé, lo siento. Pero deja que cuente mi historia en paz, yo he escuchado la tuya incluso cuando has contado lo de que acabaste con el dragón escupiendo fuego, y aunque no voy a decir que sea mentira, suena sospechoso, Dick."
La lluvia se torna nieve, mientras el tono de las voces va volviéndose más alto, y a la vez más confuso y atropellado, mientras la bebida corre por la garganta de los dos hombres que comparten charla, fuego y alcohol sin que parezca importarles nada más.
"Teníamos un buen grupo para sacar al viejo y devolverlo a su hogar a patadas. Mi espada, el arco de Stachel, la magia del elfo, y... bueno, al mediano de pies ligeros, manos hábiles y corazón de gallina. El primer contratiempo lo encontramos en la Bifurcación, donde descubrimos que estaba la semielfa fisgona escondida, espiándonos como una vieja viuda que se asoma por la ventana a fisgonear lo que hacen las jóvenes para después cotorrear con el resto de viejas. No, no creo que quisiera nada de eso, maldita sea Dick, deja de pensar en mujeres. No, no me fijé, está flaca como un palo, no tiene nada que me interese. Creo que estaba siguiendo al elfo, supongo que tendrán algún lío, o tal vez el mediano había hecho alguna de las suyas y quería vengarse. No, no voy a decirte cómo es, has debido de verla decenas de veces, y tampoco importa. Lo importante es que alejándonos de ella por el bosque, el mediano escuchó algo acercarse a través de la espesura. Rápidamente nos preparamos, y recibimos a un grupo de trasgos tal y como se merecen: con fuego y acero. Ah, Dick, no puedes imaginarlo. Tus manos solo saben del peso de una botella, tu cuerpo tan solo conoce la emoción de la embriaguez, pero la batalla tiene algo mucho más seductor. El acero cortó el aire, mientras las flechas silbaban atravesando a esas bestias y la magia crepitaba y chisporroteaba alrededor del elfo. ¿Qué, Pepe? Supongo que se escondía detrás de algún árbol, no sé. Cuando lucho solo siento mi espada, como una parte de mi cuerpo. Los trasgos caían, y, bebe y prepárate para esto, ¡volvían a alzarse como bestias sarnonas! Fieros cánidos de afilados colmillos que se desprendían de las apestosas pieles de trasgos para arrojarse sobre nuestras gargantas. Fue una refriega confusa y sucia, y cuando solo quedó silencio no sabía muy bien qué acababa de ocurrir, o si algo más saltaría desde las sombras, pero no ocurrió nada. No, no, la historia no termina aquí, esto es solo el principio. ¡No es mi problema que hayas terminado ya la botella, desgraciado, bebe más despacio! Toma, tengo más, ¡pero modérate!"
El suelo comienza a cubrirse de una fina capa blanca, alrededor de la cual los dos borrachos continúan con su verborrea, ignorando las siluetas de los guardias que se ven de vez en cuando a lo lejos.
"Al parecer eran tragos de un clan extraño. Un clan que no se veía por la zona hasta hacía poco, en algún altercado con un carruaje del que hablaron pero al que no presté mucho atención. Lamentablemente estaba pensando en el pasado, y no me gustaba lo que esos pensamientos me hacían ver... No, no lloré, inútil. Bebí, ambos sabemos que es una cura mucho más efectiva. Al final seguimos sus huellas. Bueno, el mediano las seguía. Ese diablillo tiene buenos ojos, y tras desvaratar las infructuosas emboscadas de un desafortunado grupo de bandidos, el rastro de los trasgos terminó por llevarnos hasta el territorio del clan Veruz. ¿Qué, Verluzh? ¿Estás seguro? Bueno, tú sabrás, llevas en esta cloaca mucho más tiempo del recomendable, así que te haré caso.
Ascendimos la montaña combatiendo con algunas de esas alimañas fornicadoras de arañas. Por aquel entonces creo que ya había bebido demasiado, ya que no sentía el frío, y apenas me preocupaba otra cosa que no fuese enfrentarme a esas bestias. Quería ver si realmente era un desafío, y, por el momento, apenas tenía unos rasguños. El ambiente era tenso entre mis compañeros, estaban todos muy serios por algún motivo, peor en fin, supongo que es normal en la gente que se preocupa por su vida. Perdona, no quería sonar sombrío. Sí, mejor beberé, ¡esto es una celebración después de todo! ¡¡Cuidado, idiota!! ¡¡Casi me vomitas encima!!"
Unos cuantos gritos después y mientras la caída de nieve afloja, el tuerto continúa su historia, mientras su compañero se limpia la cara con la nieve calentándola entre sus rechonchas las manos.
"¿Estás mejor? ¿Seguro? Apenas he entendido nada de lo que has dicho, pero sé que eso no es impedimento para ser una buena compañía. Finalmente llegamos a la cueva de los Verluzh, y dentro encontramos algunas nuevas sorpresas. La primera fue que el sendero que se adentraba en la cueva había sido protegido por brujería. El elfo dijo que si pasábamos por allí sonaría una campana que aletaría a los trasgos. No vi que eso fuese un problema, pero me obligué a mí mismo a seguir a los demás. Es mejor que ver como tus compañeros mueren por tus imprudencias... ¿Qué estaba contando? Ah, sí, la cueva. Las galerías de la caverna estaban bloqueadas por enormes telarañas, o la brujería que cortaba el túnel principal. Para colmo de males, la salida de la cueva, justo por donde habíamos entrado, había sido alterada de algún modo. Avisé de esto a los demás, y el mediano, sin conocimiento alguno, decidió trastear con aquello. No sé qué diantres tocó, pero una enorme mano que parecía haber surgido de los planos de pesadilla apareció y lo lanzó varios metros por el aire contra la roca, como si fuese un muñeco viejo con el que ya no quisiera jugar el hijo malcriado de un noble. El ruido que hizo al estrellarse no fue nada agradable, y el pobre diablo quedó tirado en el suelo con la cabeza sangrando y en una postura lamentable. De verdad creí que había muerto, pero esa rata se agarra a la vida como tú a la cerveza. El elfo trató sus heridas mientras la cueva iba llenándose de personas. Al parecer el rastro que habían dejado aquellos trasgos salvajes no había pasado desapercibido, y uno tras otro el resto de actores de esta desdichada obra de arte fue llegando a escena. Comenzaba a ponerme nervioso. Todo el mundo parecía alterado, y mi corazón se agitaba ante aquella pausa cuando sabía que más allá de la oscuridad de los túneles me aguardaba el destino. Como respuesta a mi silenciosa súplica, una pequeña horda de trasgos apareció entre las sombras, despertando a todos del extraño sopor que se había apoderado de ellos. Los recibí con alegría, y mi espada los arrojó a los brazos de la muerte para que esta les diera la bienvenida a su nuevo hogar. Fue una batalla caótica, donde en más de una ocasión creí haber partido en dos a uno de mis compañeros, mientras tanto yo como ellos combatíamos abriéndonos paso entre esos pequeños seres en aquel estrecho lugar. El cuerpo quedaba cubierto por los cadáveres de aquellas fieras que vestían pieles de trasgos, y aunque muchos parecían sorprendidos, a mí no me importaba. Una vez matas auno, la sorpresa pasa a segundo plano, y lo único que queda es continuar con los demás. Todo terminó con algunos heridos, y por suerte habían conseguido proteger al mediano, que poco a poco volvía en sí.
Aku, tomó control de la situación, y por los dioses que lo agradezco. Es la frialdad y la serenidad que necesito en la tormenta. En aquel momento ya había bebido demasiado, y si no fuese por sus palabras quién sabe dónde habría terminado. Aunque tal vez tampoco me habría importado..."
El silencio inunda los callejones, mientras las nubes van despejándose, dejando que los rayos de luna abriéndose camino entre las ramas de los árboles y los estrechos callejones de la ciudad. La voz grave y arrastrada rompe el silencio para continuar su relato.
"Continuamos adelante, dispuestos a acabar con aquellas criaturas. Luché contra decenas junto a la semielfa, mientras escuchaba gritos a mi espalda. El resto también luchaba, pero lo cierto es que me había olvidado de ellos. Escuché mi propia risa, mientras mi mano sujetaba con desesperación la espada y la dejaba caer contra las bestias. Una, tras otra, tras otra, caían despedazadas, mientras me habría camino entre sus cadáveres. El éxtasis de la batalla lo era todo, hasta que todo lo que me rodeaba se volvió difuso, y mi cuerpo no me respondía. No creas que soy un cobarde, Dick, pero de verdad que se me heló la sangre. Apenas podía levantar mi espada y comprender lo que sucedía. Me apoyé en la fría roca tratando de volver en mí, mientras escuchaba gritos, el restallar del acero y las plegarias y palabras sin sentido de Erand y los magos. Creo que Drum me protegió, me pareció ver una sombra negra que apartaba de mí a las criaturas que se habían enganchado a mis pies y que trepataban por mi espalda clavando sus garras. Y estoy convencido de que las flechas de Aku y la magia de Satori se ocuparon de darme el tiempo suficiente para recuperarme. Cuando volví en mí ataqué con más rabia, arrastrado por el miedo. No quería morir, no aún, no allí...
Al final todo fue cosa de un dios, Málar... Su nombre volvió a hundirme en mi miseria, y mientras el resto se ocupaba de solucionar el problema, lamentablemente yo me aparté y me quedé junto a uno de aquellos portales de donde salían sus criaturas. ¿No soy patético, Dick? Quería que creyeran que custodiaba el portal, lancé bravuconadas, pero en el fondo estaba temblando, mientras bebía para ahogar esos recuerdos que traban de regresar de la oscuridad de mis difuntas memorias. Creo que lo hice bien, y bebí mirando al abismo de la enorme grieta que descendía hacia los abismos en aquella cruta, seducido por el vacío que prometía su caída. Y esta es mi historia, viejo borracho. Sí, dioses que aparecen para espantar al rebaño. Sé que suena increíble, pero... ¿acaso no son ellos los que siempre nos traen desgracias? Solo somos siervos y sacrificios en sus guerras, e incluso aquellos que dicen protegernos solo nos ven como piezas en un juego cuyas reglas no comprendemos... Al final consiguieron cerrar los portales, pero sé que la Bestia no se dará por vencida hasta que, sea cual sea la cacería que ha iniciado, tenga un final sangriento... Y creo que con esto termina mi historia definitivamente. Se me ha helado el trasero, y me parece que llevas inconsciente un buen rato. Toma, viejo amigo, te has ganado el resto de la botella por escuchar mis lamentables llantos. Y unas monedas para que te compres unos nuevos pantales, no quiero que vayas con esa mancha de orina por ahí. Descansa, y no malgastes ese dinero, estúpido borracho. Y haz algo útil con tu vida, si es que despiertas de ésta. Ahora, si me disculpas, la noche es joven, y aún tengo dinero que gastar en el Martillo. A mí me cuesta algo más conseguir esa paz."
Tambaleante y sin apenas poder mantenerse en pie, el tuerto sale del callejón, dirigiendo sus pasos a cualquier lugar que prometa descanso, aunque supiese que lo que deseaba, siempre estaba lejos de él.
Última edición por Ark Roywind el Sab May 05, 2018 8:56 am, editado 1 vez en total.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
-
- Jabalí Terrible
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- Registrado: Lun Abr 02, 2018 7:42 am
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Re: Crónicas de Lothar
- COSECHA DE SANGRE:
Entre el año 1545 y 1546 ...
Los rugidos y gritos del clan resonaban atronadores en mitad del poblado mientras los esclavos eran sacados a rastras de las cuevas donde habían estado encerrados. Eran séis en total, cada cual en un estado más deplorable que el anterior. Decenas de orcos formaban un círculo caótico alrededor de la arena en la que, uno a uno, los esclavos iban siendo lanzados sin contemplaciones. Lentamente iba aumentando la marabunta verde, sucia y ruidosa, que se deleitaba ante los débiles humanos que intentaban ponerse en pie luchando contra el peso de las cadenas que apresaban sus manos, atemorizados por los canes rabiosos que ladraban y lanzaban mordiscos en los bordes de la arena, apenas sujetos por sus amos mientras estos disfrutaban de la escena.
En un montículo elevado, Karshan Thulak, caudillo de la tribu Kozhak, se deleitaba ante el espectáculo. Bebió un largo trago de un licor apestoso y espeso directamente del cráneo de un débil elfo que osó desafiarlo en el pasado, y dejó caer su enorme cuerpo sobre el trono de hueso, hierro y piedra, dejando su enorme hacha a su lado. Hizo un gesto al anciano Terbal, y el viejo y arrugado tuerto comenzó a hablar mientras los tambores y los cuernos resonaban en la falda de la montaña y varios orcos clavaban distintas armas en los límites de la arena.
- ¿Ké rhazo oh zhéhaku? - preguntó la semiorca que aguardaba a su lado a que se iniciara el ritual con gesto de desconfianza.
[¿Qué hace el clérigo?]
No le gustaba tener a su lado a una sangre sucia, pero tenían un pacto con los suyos. La hembra era alta y atlética, y cubría su figura con la piel de un gran felino negro. El caudillo mostró sus colmillos en una gran sonrisa.
- Bharohu ghak kognhug taugog, rognamha – escupió el caudillo con tono molesto tras dar otro trago -. Ku no bhouzbog, oh n'u hozapahá hu ko ho zuhhogbukto.
[Primero nuestros dioses, mestiza. No te preocupes, el tuyo recibirá lo que es suyo]
La hembra asintió sin decir nada más. Terbal ya había finalizado y ascendía lentamente la colina, mientras el sonido de los tambores aumentaba y su ritmo se aceleraba, preparándose para dar comienzo al ritual. El tuerto se colocó a la derecha de su caudillo, apoyándose en su arrugado bastón.
- Gruumsh bato ghakkh – dijo el clérigo con una voz áspera como su arrugada piel.
[Gruumsh pide sangre]
Karshan rugió satisfecho y se puso en pie, haciendo que el sonido de tambores cesará casi inmediatamente. Se golpeó el pecho mientras daba un último trago y arrojaba con desprecio el cráneo del que había estado bebiendo a sus pies, pisándolo y haciéndolo pedazos, tal y como hiciera en el pasado con su propietario.
- ¡¡Hzhart – rugió con una voz atronadora que arrancó los vitores de su clan -, zahanhag haronahpog!!
[¡¡Luchad, criaturas lamentables!!]
Cogió su hacha y pasó la palma de su manaza por el filo, dejando que su sangre se derramara por la enorme hoja.
- ¡¡Guhu oh ko guphogahga buthá gok tíha rag!! - dicho eso, alzó el hacha por encima de su cabeza mientras sus grandes músculos se tensaban, y con una fuerza digna de una bestia lanzó el arma hacia la arena, quedando clavada en el centro de ésta. Riendo, volvió a tomar asiento, mientras uno de los mestizos de su tribu traducía sus palabras a la despreciable lengua de los humanos.
[¡¡Solo el que sobreviva podrá ver un día más!!]
Los gritos se reanudaron mientras los esclavos se mantenían en pie, confusos y asustados, sin saber qué demonios ocurría, hasta que uno de ellos, desesperado, tomó la iniciativa. Cogió un pequeño puñal y, antes de que la joven humana que había a su lado saliera de su estado de estupor, le clavó sin remordimientos la daga en el pecho, profundamente, cayendo ambos al suelo entre forcejeos mientras la vida de la desgraciada mujer llegaba a su fin. Fue la llama que encendió la mecha que inició la masacre. El quejido de los cuernos volvió a resonar en la montaña, tras lo que lo acompañaron el retumbar de los tambores de la tribu. Los esclavos se arrastraban por la arena, luchando por sobrevivir poseídos por el miedo y el pánico.
El caudillo estaba satisfecho. Los esclavos se habían debilitado demasiado en los trabajos y ya no eran útiles. Solo les quedaba morir para su divertimento, y para satisfacer al dios de un solo ojo.
- Rahha, rognamha – habló el caudillo a la semiorca -, ha Pognaha ognháha ghanagozr.
[Mira, mestiza, la Bestia estará satisfecha]
- Nutug bhahozok tépahog – respondió ella de forma seca mientras miraba con desprecio la lamentable batalla que tenía lugar bajo ellos -. Ku thahák ok ha zhazohí.
[Todos parecen débiles. No durarán en la cacería.]
Uno de los esclavos, el cual había perdido su arma tratando de huir de otro de los humanos que lo perseguía, saltó hacia la marea de orcos en su desesperación. Uno de los enormes perros lo interceptó, clavando sus mandíbulas profundamente en su pierna izquierda, mientras los orcos más cercanos saltaban sobre él. Entre gritos y risas convirtieron al pobre infeliz en una amalgaba de sangre, carne y huesos sin forma.
- Guk hug úkazug ko rhak guphogagatu – dijo entre risas Karshan. Continuó hablando, tiñendo cada palabra de gran satisfacción y crueldad -. Kohígag ha hug rág ohnog, hakí hug naokog – soltó una carcajada, acompañado del clérigo -. Hahkkug rhak nokatu ko hzrhah zuknhha rag ghapogug buh gzurat.
[Son los únicos que han sobrevivido. Querías a los más fuertes, aquí los tienes. Algunos han tenido que luchar con sus manos contra mis sabuesos para ganarse su comida.]
Una lanza atravesó el muslo del esclavo que había seccionado la primera vida, haciéndolo caer, tras lo que su lanzador saltó sobre él, rompiéndole la cabeza contra el suelo tras varios golpes contra el suelo. Solo quedaban tres esclavos, algunos con más sangre en sus manos que otros. Todos respiraban con gran dificultad, sin apenas poder sujetar las armas que se escurrían entre sus dedos por el agotamiento. Se miraban unos a otros, en silencio, con los ojos carentes de vida y cualquier atisbo de comprensión. Estaban demasiado cansados para seguir luchando, manteniéndose en pie solamente por el pánico a lo que podría ocurrir en caso de hacerlo.
El silencio se alargó mucho más de lo que Karshan podía tolerar.
- ¡¡Tépahog ` Zuphagtog!! - bramó el caudillo mientras se levantaba y caminaba a grandes zancadas hacia uno de sus guerreros. Le arrancó la lanza de las manos y la arrojó con una certeza mortal contra uno de los esclavos, que cayó fulminado al suelo, sufriendo estertores mientras se desangraba irremediablemente -. ¡¡Ga ku hzraág gugunhug ug rhanhahé u ragru!! - se golpeó el pecho con fuerza y rugió arrancando gritos de las gargantas de sus guerreros - ¡¡ Hzrath ok kurpho to Ho'nohn!!
[¡¡Débiles y cobardes!! ¡¡Si no lucháis vosotros os mataré yo!! ¡¡Luchad en nombre del Rey Tuerto!!]
Sus semiorcos tradujeron entre gritos y bramidos, mientras todos los orcos comenzaban entonar cánticos pidiendo que se derramara la última vida. Los esclavos se miraron en silencio, y llevados por la desesperación se lanzaron el uno contra el otro. Extenuados y sin fuerzas, cada golpe los acercaba a la muerte a la muerte de la que trataban de escapar. Cubiertos de sangre, sudor y tierra rodaban y corrían por la arena casi desnudos, mientras con sus escasas fuerzas se herían el uno al otro. Finalmente uno de ellos se impuso al otro. El humano alto, de cabellos claros y físicamente superior a su rival, el cual además era evidente que había luchado en el pasado, terminó colocando una espada roma y oxidada sobre el cuello de éste. Pero en el último momento, cuando fue a dar el golpe definitivo, dudó. Miró a su alrededor, como si tratará de comprender qué hacía ahí, soltando finalmente el arma y ofreciéndole la mano a su derrotado rival mientras le decía algo. Fue el tiempo suficiente para que el otro humano le lanzara tierra a los ojos y se incorporará golpeándole con fuerza mientras emitía un grito desgarrador, usando el grillete como arma y haciendo que poco a poco su cabellera rubia del infeliz que podía haber resultado vencedor se cubriera de sangre. El segundo esclavo rodeó el cuello del herido con las cadenas y comenzó a estrangularlo. El humano que ahora parecía dominar el combate, de pelaje pardo y enmarañado y rostro macilento gritaba algo en su incomprensible lengua una y otra vez, mientras la vida del desesperado hombre contra el que forcejeaba se apagaba lentamente, ignorando los arañazos que éste, desesperado, le causaba mientras trataba de zafarse de su presa. En sus últimos segundos de vida se aferró a las cadenas tratando de liberarse, sin éxito, sin oportunidad alguna.
El caudillo estaba satisfecho, una muerte lenta, dolorosa y cruel. Los humanos eran animales que solo actuaban como algo parecido a guerreros cuando se les movía por el miedo. El sonido de cuernos y tambores llegó a su climax, mientras el humano superviviente continuaba golpeando el cadáver del pobre infeliz que yacía bajo él con el rostro hinchado y morado. Llevado por la locura y el pánico continuaba aplastando el cráneo de su víctima, golpeándolo con puños y grilletes, como si no se hubiese dado cuenta de que había vencido.
- Harí naokog ha gognhu ohoak, ghakko gza – le dijo Terbal a la semiorca con un tono burlón ligeramente teñido de amenaza.
[Ahí tienes a tu elegido, sangre sucia.]
El clérigo se mantuvo junto al trono, sonriendo con sus dientes amarillentos y rotos, mientra la observava con su único ojo sano. La hembra gruñó y se adelantó hacia donde el enorme caudillo aniaba a su horda ante la masacre que acababan de presenciar. Karshan estaba satisfecho, el humano finalmente había sido dominado por la locura de la batalla. Ya sin fuerzas seguía golpeando lo que quedaba de la cabeza del esclavo que había asesinado. El suelo a sus pies estaba cubierto de sangre, sesos y huesos y carne hechos pedazos. A un gesto del caudillo, la horda fue silencioándo su entusiasmo, hasta que solo se podía escuchar el débil tintineo de la cadena del esclavo, mientras continuaba golpeando lo que quedaba del cráneo del que fuese su rival.
- ¡Hogáknhano rrhaku, ru' gaghahág!
[¡Levántate humano, hoy vivirás!]
La voz de Karshan detuvo los puños del esclavo cuando se disponía a dejarlos caer de nuevo. Sus ojos, rojos y con el brillo que otorga la locura, se clavaron en el poderoso orco. Tras tropezar con el cadáver que había entre sus piernas y caer al suelo varias veces, el humano consiguió ponerse en pie. Respirando de forma agitada, como un animal embrabecido, cogió la pesada hacha que el propio caudillo lanzase anteriormente contra la arena, y con sus últimas fuerzas la levantó, tras lo que comenzó a gritar en su propia lengua, mientras escupía y un hilo de sangre y espuma escapaba de sus labios.
- 'U... rhanha... - gritó débilmente en una imitación del orco que arrancó varias carcajadas -. ¡¡Rhanha!! - repitió mientras daba varios pasos arrastrando los pies, goteando sangre a borbotones a cada movimiento de sus múltiples heridas -. Nu... 'U... ¡¡¡HRZHA!!!
[Yo... matar. ¡¡Matar!! Tú... Yo... ¡¡¡LUCHA!!!]
Los rugidos de burla y las risas bestiales resonaron en la montaña, mientras los orcos observaban a aquel lamentable humano que apenas podía sostener el hacha y caminar a la vez. El hombre ignoraba esto, mientras continuaba adelante, lenta pero inexorablemente, en dirección al caudillo. Karshan observó a su pueblo, y entrechocando sus puños, se abrió camino entre sus guerreros, dispuesto a aceptar al desafío del humano. Da igual lo loco que esté tu rival, un líder no debe mostrar dudas, jamás. ¡Y mucho menos permitir que un insignificante humano se crea capaz de desafiar a un orco! ¡¡No existía la piedad para los débiles!! ¡¡¡Lo aplastaría con sus propias manos y arrancaría el corazón de su cuerpo sin vida!!!
En mitad de esos pensamientos, una flecha surcó el aire, y se clavó en el hombro del humano. Esté dejó caer el hacha a sus pies, observando la flecha que sobresalía de su carne, y mientras sus piernas temblaban y sus ojos quedaban en blanco, cayó al suelo, sufriendo varios espasmos.
Karshan se giró, viendo a la semiorca en lo alto de la colina, sujetando un arco largo. Rugiendo, el caudillo ascendió hacia ella, derribando a todo el que estaba en su camino hasta plantarse frente a la hembra.
- ¡¡¡Ohha ríu, rognamha!!! - gritó en su cara mientras escupía, furioso. La rabia bombeaba su sangre, haciéndola hervir. Deseaba reducir a huesos quebrados aquella insultante aberración con sus propias manos, y tuvo que contener su ira con todas sus fuerzas para no hacerlo.
[¡¡¡Era mío,mestiza!!!]
- Ku – respondió ella con serenidad sin apartar sus ojos de la colérica mirada del caudillo mientras volvía a colgar el arco de su hombro -. N'zhéhaku hu rha tazru, haruha og ríu – el caudillo dirigió su mirada a Terbal, el cual asintió. No podía contradecir la palabra de la voz de Grummsh, por más que deseara arrancar la cabeza de aquella hembra engreída. Respirando de forma más relajada, el orco se apartó de ella, que con voz calmada, continuó hablando al irritado caudillo -. Tomhathu harí nahatu. Ga guphogago, gohá takku to ha Pogna.
[No. Tu clérigo lo ha dicho, ahora es mío. Déjalo ahí tirado. Si sobrevive, será digno de la bestia]
Entre el año 1545 y 1546 ...
Los rugidos y gritos del clan resonaban atronadores en mitad del poblado mientras los esclavos eran sacados a rastras de las cuevas donde habían estado encerrados. Eran séis en total, cada cual en un estado más deplorable que el anterior. Decenas de orcos formaban un círculo caótico alrededor de la arena en la que, uno a uno, los esclavos iban siendo lanzados sin contemplaciones. Lentamente iba aumentando la marabunta verde, sucia y ruidosa, que se deleitaba ante los débiles humanos que intentaban ponerse en pie luchando contra el peso de las cadenas que apresaban sus manos, atemorizados por los canes rabiosos que ladraban y lanzaban mordiscos en los bordes de la arena, apenas sujetos por sus amos mientras estos disfrutaban de la escena.
En un montículo elevado, Karshan Thulak, caudillo de la tribu Kozhak, se deleitaba ante el espectáculo. Bebió un largo trago de un licor apestoso y espeso directamente del cráneo de un débil elfo que osó desafiarlo en el pasado, y dejó caer su enorme cuerpo sobre el trono de hueso, hierro y piedra, dejando su enorme hacha a su lado. Hizo un gesto al anciano Terbal, y el viejo y arrugado tuerto comenzó a hablar mientras los tambores y los cuernos resonaban en la falda de la montaña y varios orcos clavaban distintas armas en los límites de la arena.
- ¿Ké rhazo oh zhéhaku? - preguntó la semiorca que aguardaba a su lado a que se iniciara el ritual con gesto de desconfianza.
[¿Qué hace el clérigo?]
No le gustaba tener a su lado a una sangre sucia, pero tenían un pacto con los suyos. La hembra era alta y atlética, y cubría su figura con la piel de un gran felino negro. El caudillo mostró sus colmillos en una gran sonrisa.
- Bharohu ghak kognhug taugog, rognamha – escupió el caudillo con tono molesto tras dar otro trago -. Ku no bhouzbog, oh n'u hozapahá hu ko ho zuhhogbukto.
[Primero nuestros dioses, mestiza. No te preocupes, el tuyo recibirá lo que es suyo]
La hembra asintió sin decir nada más. Terbal ya había finalizado y ascendía lentamente la colina, mientras el sonido de los tambores aumentaba y su ritmo se aceleraba, preparándose para dar comienzo al ritual. El tuerto se colocó a la derecha de su caudillo, apoyándose en su arrugado bastón.
- Gruumsh bato ghakkh – dijo el clérigo con una voz áspera como su arrugada piel.
[Gruumsh pide sangre]
Karshan rugió satisfecho y se puso en pie, haciendo que el sonido de tambores cesará casi inmediatamente. Se golpeó el pecho mientras daba un último trago y arrojaba con desprecio el cráneo del que había estado bebiendo a sus pies, pisándolo y haciéndolo pedazos, tal y como hiciera en el pasado con su propietario.
- ¡¡Hzhart – rugió con una voz atronadora que arrancó los vitores de su clan -, zahanhag haronahpog!!
[¡¡Luchad, criaturas lamentables!!]
Cogió su hacha y pasó la palma de su manaza por el filo, dejando que su sangre se derramara por la enorme hoja.
- ¡¡Guhu oh ko guphogahga buthá gok tíha rag!! - dicho eso, alzó el hacha por encima de su cabeza mientras sus grandes músculos se tensaban, y con una fuerza digna de una bestia lanzó el arma hacia la arena, quedando clavada en el centro de ésta. Riendo, volvió a tomar asiento, mientras uno de los mestizos de su tribu traducía sus palabras a la despreciable lengua de los humanos.
[¡¡Solo el que sobreviva podrá ver un día más!!]
Los gritos se reanudaron mientras los esclavos se mantenían en pie, confusos y asustados, sin saber qué demonios ocurría, hasta que uno de ellos, desesperado, tomó la iniciativa. Cogió un pequeño puñal y, antes de que la joven humana que había a su lado saliera de su estado de estupor, le clavó sin remordimientos la daga en el pecho, profundamente, cayendo ambos al suelo entre forcejeos mientras la vida de la desgraciada mujer llegaba a su fin. Fue la llama que encendió la mecha que inició la masacre. El quejido de los cuernos volvió a resonar en la montaña, tras lo que lo acompañaron el retumbar de los tambores de la tribu. Los esclavos se arrastraban por la arena, luchando por sobrevivir poseídos por el miedo y el pánico.
El caudillo estaba satisfecho. Los esclavos se habían debilitado demasiado en los trabajos y ya no eran útiles. Solo les quedaba morir para su divertimento, y para satisfacer al dios de un solo ojo.
- Rahha, rognamha – habló el caudillo a la semiorca -, ha Pognaha ognháha ghanagozr.
[Mira, mestiza, la Bestia estará satisfecha]
- Nutug bhahozok tépahog – respondió ella de forma seca mientras miraba con desprecio la lamentable batalla que tenía lugar bajo ellos -. Ku thahák ok ha zhazohí.
[Todos parecen débiles. No durarán en la cacería.]
Uno de los esclavos, el cual había perdido su arma tratando de huir de otro de los humanos que lo perseguía, saltó hacia la marea de orcos en su desesperación. Uno de los enormes perros lo interceptó, clavando sus mandíbulas profundamente en su pierna izquierda, mientras los orcos más cercanos saltaban sobre él. Entre gritos y risas convirtieron al pobre infeliz en una amalgaba de sangre, carne y huesos sin forma.
- Guk hug úkazug ko rhak guphogagatu – dijo entre risas Karshan. Continuó hablando, tiñendo cada palabra de gran satisfacción y crueldad -. Kohígag ha hug rág ohnog, hakí hug naokog – soltó una carcajada, acompañado del clérigo -. Hahkkug rhak nokatu ko hzrhah zuknhha rag ghapogug buh gzurat.
[Son los únicos que han sobrevivido. Querías a los más fuertes, aquí los tienes. Algunos han tenido que luchar con sus manos contra mis sabuesos para ganarse su comida.]
Una lanza atravesó el muslo del esclavo que había seccionado la primera vida, haciéndolo caer, tras lo que su lanzador saltó sobre él, rompiéndole la cabeza contra el suelo tras varios golpes contra el suelo. Solo quedaban tres esclavos, algunos con más sangre en sus manos que otros. Todos respiraban con gran dificultad, sin apenas poder sujetar las armas que se escurrían entre sus dedos por el agotamiento. Se miraban unos a otros, en silencio, con los ojos carentes de vida y cualquier atisbo de comprensión. Estaban demasiado cansados para seguir luchando, manteniéndose en pie solamente por el pánico a lo que podría ocurrir en caso de hacerlo.
El silencio se alargó mucho más de lo que Karshan podía tolerar.
- ¡¡Tépahog ` Zuphagtog!! - bramó el caudillo mientras se levantaba y caminaba a grandes zancadas hacia uno de sus guerreros. Le arrancó la lanza de las manos y la arrojó con una certeza mortal contra uno de los esclavos, que cayó fulminado al suelo, sufriendo estertores mientras se desangraba irremediablemente -. ¡¡Ga ku hzraág gugunhug ug rhanhahé u ragru!! - se golpeó el pecho con fuerza y rugió arrancando gritos de las gargantas de sus guerreros - ¡¡ Hzrath ok kurpho to Ho'nohn!!
[¡¡Débiles y cobardes!! ¡¡Si no lucháis vosotros os mataré yo!! ¡¡Luchad en nombre del Rey Tuerto!!]
Sus semiorcos tradujeron entre gritos y bramidos, mientras todos los orcos comenzaban entonar cánticos pidiendo que se derramara la última vida. Los esclavos se miraron en silencio, y llevados por la desesperación se lanzaron el uno contra el otro. Extenuados y sin fuerzas, cada golpe los acercaba a la muerte a la muerte de la que trataban de escapar. Cubiertos de sangre, sudor y tierra rodaban y corrían por la arena casi desnudos, mientras con sus escasas fuerzas se herían el uno al otro. Finalmente uno de ellos se impuso al otro. El humano alto, de cabellos claros y físicamente superior a su rival, el cual además era evidente que había luchado en el pasado, terminó colocando una espada roma y oxidada sobre el cuello de éste. Pero en el último momento, cuando fue a dar el golpe definitivo, dudó. Miró a su alrededor, como si tratará de comprender qué hacía ahí, soltando finalmente el arma y ofreciéndole la mano a su derrotado rival mientras le decía algo. Fue el tiempo suficiente para que el otro humano le lanzara tierra a los ojos y se incorporará golpeándole con fuerza mientras emitía un grito desgarrador, usando el grillete como arma y haciendo que poco a poco su cabellera rubia del infeliz que podía haber resultado vencedor se cubriera de sangre. El segundo esclavo rodeó el cuello del herido con las cadenas y comenzó a estrangularlo. El humano que ahora parecía dominar el combate, de pelaje pardo y enmarañado y rostro macilento gritaba algo en su incomprensible lengua una y otra vez, mientras la vida del desesperado hombre contra el que forcejeaba se apagaba lentamente, ignorando los arañazos que éste, desesperado, le causaba mientras trataba de zafarse de su presa. En sus últimos segundos de vida se aferró a las cadenas tratando de liberarse, sin éxito, sin oportunidad alguna.
El caudillo estaba satisfecho, una muerte lenta, dolorosa y cruel. Los humanos eran animales que solo actuaban como algo parecido a guerreros cuando se les movía por el miedo. El sonido de cuernos y tambores llegó a su climax, mientras el humano superviviente continuaba golpeando el cadáver del pobre infeliz que yacía bajo él con el rostro hinchado y morado. Llevado por la locura y el pánico continuaba aplastando el cráneo de su víctima, golpeándolo con puños y grilletes, como si no se hubiese dado cuenta de que había vencido.
- Harí naokog ha gognhu ohoak, ghakko gza – le dijo Terbal a la semiorca con un tono burlón ligeramente teñido de amenaza.
[Ahí tienes a tu elegido, sangre sucia.]
El clérigo se mantuvo junto al trono, sonriendo con sus dientes amarillentos y rotos, mientra la observava con su único ojo sano. La hembra gruñó y se adelantó hacia donde el enorme caudillo aniaba a su horda ante la masacre que acababan de presenciar. Karshan estaba satisfecho, el humano finalmente había sido dominado por la locura de la batalla. Ya sin fuerzas seguía golpeando lo que quedaba de la cabeza del esclavo que había asesinado. El suelo a sus pies estaba cubierto de sangre, sesos y huesos y carne hechos pedazos. A un gesto del caudillo, la horda fue silencioándo su entusiasmo, hasta que solo se podía escuchar el débil tintineo de la cadena del esclavo, mientras continuaba golpeando lo que quedaba del cráneo del que fuese su rival.
- ¡Hogáknhano rrhaku, ru' gaghahág!
[¡Levántate humano, hoy vivirás!]
La voz de Karshan detuvo los puños del esclavo cuando se disponía a dejarlos caer de nuevo. Sus ojos, rojos y con el brillo que otorga la locura, se clavaron en el poderoso orco. Tras tropezar con el cadáver que había entre sus piernas y caer al suelo varias veces, el humano consiguió ponerse en pie. Respirando de forma agitada, como un animal embrabecido, cogió la pesada hacha que el propio caudillo lanzase anteriormente contra la arena, y con sus últimas fuerzas la levantó, tras lo que comenzó a gritar en su propia lengua, mientras escupía y un hilo de sangre y espuma escapaba de sus labios.
- 'U... rhanha... - gritó débilmente en una imitación del orco que arrancó varias carcajadas -. ¡¡Rhanha!! - repitió mientras daba varios pasos arrastrando los pies, goteando sangre a borbotones a cada movimiento de sus múltiples heridas -. Nu... 'U... ¡¡¡HRZHA!!!
[Yo... matar. ¡¡Matar!! Tú... Yo... ¡¡¡LUCHA!!!]
Los rugidos de burla y las risas bestiales resonaron en la montaña, mientras los orcos observaban a aquel lamentable humano que apenas podía sostener el hacha y caminar a la vez. El hombre ignoraba esto, mientras continuaba adelante, lenta pero inexorablemente, en dirección al caudillo. Karshan observó a su pueblo, y entrechocando sus puños, se abrió camino entre sus guerreros, dispuesto a aceptar al desafío del humano. Da igual lo loco que esté tu rival, un líder no debe mostrar dudas, jamás. ¡Y mucho menos permitir que un insignificante humano se crea capaz de desafiar a un orco! ¡¡No existía la piedad para los débiles!! ¡¡¡Lo aplastaría con sus propias manos y arrancaría el corazón de su cuerpo sin vida!!!
En mitad de esos pensamientos, una flecha surcó el aire, y se clavó en el hombro del humano. Esté dejó caer el hacha a sus pies, observando la flecha que sobresalía de su carne, y mientras sus piernas temblaban y sus ojos quedaban en blanco, cayó al suelo, sufriendo varios espasmos.
Karshan se giró, viendo a la semiorca en lo alto de la colina, sujetando un arco largo. Rugiendo, el caudillo ascendió hacia ella, derribando a todo el que estaba en su camino hasta plantarse frente a la hembra.
- ¡¡¡Ohha ríu, rognamha!!! - gritó en su cara mientras escupía, furioso. La rabia bombeaba su sangre, haciéndola hervir. Deseaba reducir a huesos quebrados aquella insultante aberración con sus propias manos, y tuvo que contener su ira con todas sus fuerzas para no hacerlo.
[¡¡¡Era mío,mestiza!!!]
- Ku – respondió ella con serenidad sin apartar sus ojos de la colérica mirada del caudillo mientras volvía a colgar el arco de su hombro -. N'zhéhaku hu rha tazru, haruha og ríu – el caudillo dirigió su mirada a Terbal, el cual asintió. No podía contradecir la palabra de la voz de Grummsh, por más que deseara arrancar la cabeza de aquella hembra engreída. Respirando de forma más relajada, el orco se apartó de ella, que con voz calmada, continuó hablando al irritado caudillo -. Tomhathu harí nahatu. Ga guphogago, gohá takku to ha Pogna.
[No. Tu clérigo lo ha dicho, ahora es mío. Déjalo ahí tirado. Si sobrevive, será digno de la bestia]
Última edición por Ark Roywind el Lun Abr 30, 2018 11:21 am, editado 2 veces en total.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
-
- Jabalí Terrible
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- Registrado: Lun Abr 02, 2018 7:42 am
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Re: Crónicas de Lothar
CARNE Y SANGRE
Las llamas crepitaban en la oscuridad, mientras el guerrero calentaba sus manos al amparo del frío y el viento. Era una noche sin luna ni estrellas, tenebrosa como la entrada al abismo. El olor de la carne que se cocinaba lentamente hizo que su estómago rugiera, recordándole que no podía vivir solo de alcohol. La grasa del venado chorreaba sobre las llabas, dándoles un llamativo tono azul cada vez que una de ellas caía y silbaba. El guerrero pasó la botella casi vacía a una de las personas con las que comparía el fuego, eructando a la noche sin estrellas. El conductor del carruaje maldecía junto a la rueda destrozada que les había obligado a parar, mientras un enano con más paciencia que una piedra trataba de ayudarle.
"¿Y eso debe dar miedo? ¡Yo mismo he partido el cuello de un oso con mis propias manos! "
Nadie creyó las palabras del guerrero, claro, pero aquellos idiotas no parecían no haber visto a un trasgo en sus miserables vidas. Habían decidido contar historias terroríficas, pues la noche acompañaba, y el hijo del matrimonio que los acompañaba había insistido tanto que de pronto era imposible hablar en paz de otra cosa.
El guerrero no esperó a que la botella volviera a él. Sacó de su zurrón el lícor que hacía pocas lunas le había regalado Pepe, arrancó el tapón con los dientes, y seguió bebiendo. Era su turno para hablar. En el pasado había disfrutado al contar viejas historias, pero con el tiempo las olvidó, y cada una de las pequeñas historias que podía contar había pasado a ser un recuerdo que trataba de evitar. Pero por ello intentaba crear nuevos recuerdos, para apartar a los antiguos en el más absoluto olvido, y, además, tenía una buena historia que haría cagarse en los pantalones a aquel molesto crío.
"Lo que voy a contaros no es un cuento de viejas. Ocurrió de verdad, en este mismo camino, no hace mucho" – lanzó una sonrisa perversa al crío, que lejos de espantarse, sonrió como un imbécil. Desilusionado, el guerrero dio un trago para humedecerse la garganta y continuar hablando, mientras en su interior se regodeaba con el deseo de borrar la sonrisa del niño y convertila en lágrimas y gritos de pánico -. "Viajaba hacia el norte, a Sundabar, acompañado de dos amigos, Aku, un hábil y silencioso arquero, y Satori, un elfo fornica libros y amante de la brujería. El bosque aquel día estaba tranquilo, los animales pastaban, meaban y cagaban, el viento mecía las ramas, y todas esas cosas bonitas que ocurren en los bosques, ya sabéis."
Comenzaron a servir la carne. El guerrero la atacó rápidamente, clavando sus dientes en ella ignorando como se quemaban su lengua y sus labios, y continuó hablando mientras de su boca escapaba un hilo de humo, clavando su único ojo sano en el niño, que ignoraba la comida que le servía su madre para seguir escuchándolo.
"En el camino nos cruzamos con un joven elfo malherido. El idiota se había cruzado con un oso salvaje y había tratado de enfrentarlo. Al final salió corriendo como un cobarde – dejó escapar una risa ronca mientras bañaba su garganta en alcohol y continuaba comiendo -. Si alguna vez decidís enfrentar un peligro, luego no huyáis como mujeres, ¡es algo lamentable y peor que la muerte! Acompañamos un trecho del camino al elfo para protegerlo, el bosque es peligroso para ir solo y estaba claro que ese orejas picudas no tenía experiencia ninguna. El infeliz apenas podía esconder el dolor que le causaba caminar, y ni tan siquiera nos dejó tratar sus heridas, ¡y estaba desgrandándose el muy desgraciado y ni tan siquiera parecía darse cuenta! Al final decidió separarse de nosotros y continuar solo, ya que nuestro destino se apartaba del suyo. ¡Y tanto que lo hizo!"
El cochero interrumpió la historia con sus gritos e insultos mientras se acercaba para coger un pedazo de la carne de venado, decirles que estaban poniendo todos sus esfuerzos en la reparación, y volver a alejarse para insultar al pobre enano que no tenía nada que ver con aquel suceso.
"Tras horas caminando, escuchamos unos gritos entre la maleza, colina arriba. Decidimos ir a ver si alguien necesitaba ayuda, pero lo que vimos fue a un grupo de personas agazapadas en las sombras de los árboles, contando monedas ensangrentadas. Uno de ellos miraba un gran escudo que reconocimos rápidamente. El elfo lo había llevado consigo. Asaltamos a esos canallas, pillándolos por sorpresa gracias a la magia del elfo. Algunos intentaron huir, pero las flechas de Aku lo impidieron. Entre sus cadáveres encontramos el cuerpo del elfo con el cual habíamos compartido camino. Le habían rebanado la garganta. Ese mequetrefe apenas habría podido defenderse de unos simples bandidos en el estado en el que se encontraba."
Algunos de los oyentes interrumpieron la historia en ese camino, para dejar claro que un asalto de bandidos no es una historia de terror.
"¡Guardad silencio y esperad, maldita sea! Apenas he empezado la historia, maldita sea. Sois más impacientes que Pepe con sus anillos, ¡tenéis que aprender a esperar! ¿Por dónde iba? - el niño levantó la mano para recordarle al guerrero por dónde se había quedado. ¡Al menos alguien parecía estar disfrutando de su historia! Aunque fuese el único al que no quería precisamente hacerle disfrutar... -. Sí, eso, el estúpido elfo muerto. Era muy joven, y creo que por ello pude ver la tristeza y compasión en el rostro de mis compañeros. O tal vez se sentían culpables y algo responsables, ya que no habían podido evitar que terminara muerto, aunque en el fondo, todos sabíamos que sería así. Aku lo cogió en brazos, sacándolo de la espesura del bosque. Lo único que ahora podíamos hacer era evitar que una bestia devorase su cuerpo. El camino era transitado por caballeros y viajeros, así que decidió dejarlo en mitad de este, con la esperanza de que lo encontrara alguien que pudiera darle unos ritos funerarios dignos. O incluso realizar algún milagro, pues su cuerpo aún estaba caliente. Nos despedimos de él y continuamos nuestro camino, sin hablar más de aquel incidente. O al menos, es lo que queríamos."
El guerrero dejó caer el hueso a las llamas, que danzaron frente a él levantando el olor a carne quemada.
"Poco tiempo después, la tierra comenzó a temblar. Nos detuvimos, agarrándonos a aquello que podíamos para no caer al suelo. Un rayo impactó en una roca cercana, a pesar de ser un día claro y sin nubes, y mientras intentábamos comprender lo que sucedía y aguardábamos una respuesta del elfo, una criatura monstruosa apareció por el camino. Era alta como un ogro, con una barriga enorme que se tambaleaba a cada paso como un saco de carne que colgara de su abdomen. Su piel estaba cubierta de pústulas y bultos repugnantes, y sus manos y pies eran deformes y asquerosos. Nos quedamos petrificados, aunque eso no impidió que echásemos manos a nuestras armas. Nunca había visto un ser tan abominable, ni espero volver a verlo. Apenas pude contener las arcadas cuando vi una pierna sobresalir de su enorme boca, la cual empujó con sus manos mientras una mezcla de sangre y babas chorreaba por sus grandes papadas en una cascada que se deslizaba hacia el suelo. Todos estábamos listo para dar fin a la insultante vida de ese ser, pero él no nos atacaba, tan solo se mantuvo en silencio, terminando su comida mientras nos miraba. Cuando su macabro festín tuvo final, habló... ¡Habló, en nuestra lengua! Sus palabras eran torpes y lentas, pero podíamos entenderlas. Nos daba las gracias, mientras preguntaba quién le había ofrecido el alimento. Solo tuvimos que intercambiar miradas para comprender que lo que había estado masticando era el maldito elfo..."
Algunos dejaron de comer, apartando la carne con asco y repugnancia. El guerrero se encogió de hombros y sin pedir permiso cogió uno de los pedazos de carne que el resto había abandonado debido al mal cuerpo que parecía estar causándoles su historia. El estúpido niño, en cambio, parecía encantado con cada una de sus palabras...
"Con un acto de valentía, Aku bajó el arco y dio un paso al frente, anunciándole que fue él quién dejó el cuerpo en el camino. Tanto el elfo como yo nos mantuvimos tensos y alerta ante cualquier acción de la criatura, que se acercó tambaleante a nuestro amigo. Volvió a darle las gracias, diciéndole su nombre, algún galimatías sin sentido que ya no recuerdo, y le dijo que tenía un regalo para él de su amo. Metió una de sus enormes zarpas en su asquerosa boca abriéndola más allá de lo naturalmente posible, introduciendo el brazo hasta el mismísimo codo. Aku se llevó las manos a la boca, luchando por no expulsar lo poco que habíamos podido comer durante el viaje. Finalmente, sacó de su interior un cristal tallado cubierto de sangre, bilis, saliva y quién sabe qué más. Los dioses saben lo agradecido que estuve en ese momento de no ser yo la persona a la que ese ser le entregaba aquel "regalo". Aku lo cogió, aguantando estoicamente la repugnancia que debía sentir en ese momento, y nos despedimos de la criatura, que volvió a desaparecer entre los árboles. Tardamos un buen rato en romper aquel silencio, sin ese ser allí, casi parecía que nada de aquello hubiese sucedido realmente, era como despertar un extraño e incómodo sueño. Pero allí seguía Aku sujetando el cristal, y eso fue lo que nos hizo salir de esa ensoñación."
El cochero y el enano parecían haber hecho avances en la reparación, y ya estaban trabajando de pleno en ello. Con suerte llegaría al Cantor antes de que se le acabase el alcohol...
"El arquero apartó el repugnante mejunge que envolvía a la piedra, dejándonos ver un cristal bien pulido, de un llamativo color rojo. El elfo la estudió en silencio, mientras yo y el arquero hablábamos en vano sobre lo que podría ser aquel ser y el origen de esa piedra. Como siempre, Satori tenía respuestas. Vivir entre libros tenía que tener su parte positiva, después de todo. Nos contó que aquello era un objeto muy antiguo, milenario, del que ya quedaban muy pocos ejemplares en Faerûn. Lo llamó piedra onírica, y nos dijo que si la lanzábamos al fuego, podía transportar a aquellos que estuviesen cerca de ella al mundo de los sueños o algo así. Al parecer, el amo de la criatura quería hablar con nosotros, o la criatura quería que hablásemos con él, no me quedó claro. Aku guardó la piedra, y decidimos que aceptaríamos la invitación, aunque en otro momento, y en un lugar seguro, así que seguimos nuestro camino a Sundabar, y cuando llegué cogí una buena cogorza, canté, bailé, y forniqué con fulanas. Fue una buena noche."
El cochero llegó justo al final de aquella parte de la historia, para anunciar que podían continuar con el viaje. Una vez dentro del carruaje, el niño dejó claro que no había sido una historia de miedo, y que le había asustado más la del oso que había contado su padre, el cuando sonrió orgulloso. Con un gruñido, el guerrero saltó al techo del carruaje y se quedó allí, bebiendo, con la gran espada a su lado, alerta ante cualquier posible amenaza. Desde abajo, el niño seguía molestando, preguntando si habían ido a ver al amo de la criatura, si habían quemado la piedra.
"Sí, sí, fuimos, maldita sea. ¿Por qué todos los que medís un metro sois tan condenadamente molestos? ¡Aún queda camino, guarda saliba y déjame beber en paz un tiempo y te contaré el resto!"
Los gritos de los padres hacia el guerrero no tardaron en llegar, mientras este sonreía satisfecho. No había asustado al crío, de momento, pero diablos, al menos sus padres sabrían que habían criado a un criajo insoportable.
Continuará en Sueño y Oscuridad...
Las llamas crepitaban en la oscuridad, mientras el guerrero calentaba sus manos al amparo del frío y el viento. Era una noche sin luna ni estrellas, tenebrosa como la entrada al abismo. El olor de la carne que se cocinaba lentamente hizo que su estómago rugiera, recordándole que no podía vivir solo de alcohol. La grasa del venado chorreaba sobre las llabas, dándoles un llamativo tono azul cada vez que una de ellas caía y silbaba. El guerrero pasó la botella casi vacía a una de las personas con las que comparía el fuego, eructando a la noche sin estrellas. El conductor del carruaje maldecía junto a la rueda destrozada que les había obligado a parar, mientras un enano con más paciencia que una piedra trataba de ayudarle.
"¿Y eso debe dar miedo? ¡Yo mismo he partido el cuello de un oso con mis propias manos! "
Nadie creyó las palabras del guerrero, claro, pero aquellos idiotas no parecían no haber visto a un trasgo en sus miserables vidas. Habían decidido contar historias terroríficas, pues la noche acompañaba, y el hijo del matrimonio que los acompañaba había insistido tanto que de pronto era imposible hablar en paz de otra cosa.
El guerrero no esperó a que la botella volviera a él. Sacó de su zurrón el lícor que hacía pocas lunas le había regalado Pepe, arrancó el tapón con los dientes, y seguió bebiendo. Era su turno para hablar. En el pasado había disfrutado al contar viejas historias, pero con el tiempo las olvidó, y cada una de las pequeñas historias que podía contar había pasado a ser un recuerdo que trataba de evitar. Pero por ello intentaba crear nuevos recuerdos, para apartar a los antiguos en el más absoluto olvido, y, además, tenía una buena historia que haría cagarse en los pantalones a aquel molesto crío.
"Lo que voy a contaros no es un cuento de viejas. Ocurrió de verdad, en este mismo camino, no hace mucho" – lanzó una sonrisa perversa al crío, que lejos de espantarse, sonrió como un imbécil. Desilusionado, el guerrero dio un trago para humedecerse la garganta y continuar hablando, mientras en su interior se regodeaba con el deseo de borrar la sonrisa del niño y convertila en lágrimas y gritos de pánico -. "Viajaba hacia el norte, a Sundabar, acompañado de dos amigos, Aku, un hábil y silencioso arquero, y Satori, un elfo fornica libros y amante de la brujería. El bosque aquel día estaba tranquilo, los animales pastaban, meaban y cagaban, el viento mecía las ramas, y todas esas cosas bonitas que ocurren en los bosques, ya sabéis."
Comenzaron a servir la carne. El guerrero la atacó rápidamente, clavando sus dientes en ella ignorando como se quemaban su lengua y sus labios, y continuó hablando mientras de su boca escapaba un hilo de humo, clavando su único ojo sano en el niño, que ignoraba la comida que le servía su madre para seguir escuchándolo.
"En el camino nos cruzamos con un joven elfo malherido. El idiota se había cruzado con un oso salvaje y había tratado de enfrentarlo. Al final salió corriendo como un cobarde – dejó escapar una risa ronca mientras bañaba su garganta en alcohol y continuaba comiendo -. Si alguna vez decidís enfrentar un peligro, luego no huyáis como mujeres, ¡es algo lamentable y peor que la muerte! Acompañamos un trecho del camino al elfo para protegerlo, el bosque es peligroso para ir solo y estaba claro que ese orejas picudas no tenía experiencia ninguna. El infeliz apenas podía esconder el dolor que le causaba caminar, y ni tan siquiera nos dejó tratar sus heridas, ¡y estaba desgrandándose el muy desgraciado y ni tan siquiera parecía darse cuenta! Al final decidió separarse de nosotros y continuar solo, ya que nuestro destino se apartaba del suyo. ¡Y tanto que lo hizo!"
El cochero interrumpió la historia con sus gritos e insultos mientras se acercaba para coger un pedazo de la carne de venado, decirles que estaban poniendo todos sus esfuerzos en la reparación, y volver a alejarse para insultar al pobre enano que no tenía nada que ver con aquel suceso.
"Tras horas caminando, escuchamos unos gritos entre la maleza, colina arriba. Decidimos ir a ver si alguien necesitaba ayuda, pero lo que vimos fue a un grupo de personas agazapadas en las sombras de los árboles, contando monedas ensangrentadas. Uno de ellos miraba un gran escudo que reconocimos rápidamente. El elfo lo había llevado consigo. Asaltamos a esos canallas, pillándolos por sorpresa gracias a la magia del elfo. Algunos intentaron huir, pero las flechas de Aku lo impidieron. Entre sus cadáveres encontramos el cuerpo del elfo con el cual habíamos compartido camino. Le habían rebanado la garganta. Ese mequetrefe apenas habría podido defenderse de unos simples bandidos en el estado en el que se encontraba."
Algunos de los oyentes interrumpieron la historia en ese camino, para dejar claro que un asalto de bandidos no es una historia de terror.
"¡Guardad silencio y esperad, maldita sea! Apenas he empezado la historia, maldita sea. Sois más impacientes que Pepe con sus anillos, ¡tenéis que aprender a esperar! ¿Por dónde iba? - el niño levantó la mano para recordarle al guerrero por dónde se había quedado. ¡Al menos alguien parecía estar disfrutando de su historia! Aunque fuese el único al que no quería precisamente hacerle disfrutar... -. Sí, eso, el estúpido elfo muerto. Era muy joven, y creo que por ello pude ver la tristeza y compasión en el rostro de mis compañeros. O tal vez se sentían culpables y algo responsables, ya que no habían podido evitar que terminara muerto, aunque en el fondo, todos sabíamos que sería así. Aku lo cogió en brazos, sacándolo de la espesura del bosque. Lo único que ahora podíamos hacer era evitar que una bestia devorase su cuerpo. El camino era transitado por caballeros y viajeros, así que decidió dejarlo en mitad de este, con la esperanza de que lo encontrara alguien que pudiera darle unos ritos funerarios dignos. O incluso realizar algún milagro, pues su cuerpo aún estaba caliente. Nos despedimos de él y continuamos nuestro camino, sin hablar más de aquel incidente. O al menos, es lo que queríamos."
El guerrero dejó caer el hueso a las llamas, que danzaron frente a él levantando el olor a carne quemada.
"Poco tiempo después, la tierra comenzó a temblar. Nos detuvimos, agarrándonos a aquello que podíamos para no caer al suelo. Un rayo impactó en una roca cercana, a pesar de ser un día claro y sin nubes, y mientras intentábamos comprender lo que sucedía y aguardábamos una respuesta del elfo, una criatura monstruosa apareció por el camino. Era alta como un ogro, con una barriga enorme que se tambaleaba a cada paso como un saco de carne que colgara de su abdomen. Su piel estaba cubierta de pústulas y bultos repugnantes, y sus manos y pies eran deformes y asquerosos. Nos quedamos petrificados, aunque eso no impidió que echásemos manos a nuestras armas. Nunca había visto un ser tan abominable, ni espero volver a verlo. Apenas pude contener las arcadas cuando vi una pierna sobresalir de su enorme boca, la cual empujó con sus manos mientras una mezcla de sangre y babas chorreaba por sus grandes papadas en una cascada que se deslizaba hacia el suelo. Todos estábamos listo para dar fin a la insultante vida de ese ser, pero él no nos atacaba, tan solo se mantuvo en silencio, terminando su comida mientras nos miraba. Cuando su macabro festín tuvo final, habló... ¡Habló, en nuestra lengua! Sus palabras eran torpes y lentas, pero podíamos entenderlas. Nos daba las gracias, mientras preguntaba quién le había ofrecido el alimento. Solo tuvimos que intercambiar miradas para comprender que lo que había estado masticando era el maldito elfo..."
Algunos dejaron de comer, apartando la carne con asco y repugnancia. El guerrero se encogió de hombros y sin pedir permiso cogió uno de los pedazos de carne que el resto había abandonado debido al mal cuerpo que parecía estar causándoles su historia. El estúpido niño, en cambio, parecía encantado con cada una de sus palabras...
"Con un acto de valentía, Aku bajó el arco y dio un paso al frente, anunciándole que fue él quién dejó el cuerpo en el camino. Tanto el elfo como yo nos mantuvimos tensos y alerta ante cualquier acción de la criatura, que se acercó tambaleante a nuestro amigo. Volvió a darle las gracias, diciéndole su nombre, algún galimatías sin sentido que ya no recuerdo, y le dijo que tenía un regalo para él de su amo. Metió una de sus enormes zarpas en su asquerosa boca abriéndola más allá de lo naturalmente posible, introduciendo el brazo hasta el mismísimo codo. Aku se llevó las manos a la boca, luchando por no expulsar lo poco que habíamos podido comer durante el viaje. Finalmente, sacó de su interior un cristal tallado cubierto de sangre, bilis, saliva y quién sabe qué más. Los dioses saben lo agradecido que estuve en ese momento de no ser yo la persona a la que ese ser le entregaba aquel "regalo". Aku lo cogió, aguantando estoicamente la repugnancia que debía sentir en ese momento, y nos despedimos de la criatura, que volvió a desaparecer entre los árboles. Tardamos un buen rato en romper aquel silencio, sin ese ser allí, casi parecía que nada de aquello hubiese sucedido realmente, era como despertar un extraño e incómodo sueño. Pero allí seguía Aku sujetando el cristal, y eso fue lo que nos hizo salir de esa ensoñación."
El cochero y el enano parecían haber hecho avances en la reparación, y ya estaban trabajando de pleno en ello. Con suerte llegaría al Cantor antes de que se le acabase el alcohol...
"El arquero apartó el repugnante mejunge que envolvía a la piedra, dejándonos ver un cristal bien pulido, de un llamativo color rojo. El elfo la estudió en silencio, mientras yo y el arquero hablábamos en vano sobre lo que podría ser aquel ser y el origen de esa piedra. Como siempre, Satori tenía respuestas. Vivir entre libros tenía que tener su parte positiva, después de todo. Nos contó que aquello era un objeto muy antiguo, milenario, del que ya quedaban muy pocos ejemplares en Faerûn. Lo llamó piedra onírica, y nos dijo que si la lanzábamos al fuego, podía transportar a aquellos que estuviesen cerca de ella al mundo de los sueños o algo así. Al parecer, el amo de la criatura quería hablar con nosotros, o la criatura quería que hablásemos con él, no me quedó claro. Aku guardó la piedra, y decidimos que aceptaríamos la invitación, aunque en otro momento, y en un lugar seguro, así que seguimos nuestro camino a Sundabar, y cuando llegué cogí una buena cogorza, canté, bailé, y forniqué con fulanas. Fue una buena noche."
El cochero llegó justo al final de aquella parte de la historia, para anunciar que podían continuar con el viaje. Una vez dentro del carruaje, el niño dejó claro que no había sido una historia de miedo, y que le había asustado más la del oso que había contado su padre, el cuando sonrió orgulloso. Con un gruñido, el guerrero saltó al techo del carruaje y se quedó allí, bebiendo, con la gran espada a su lado, alerta ante cualquier posible amenaza. Desde abajo, el niño seguía molestando, preguntando si habían ido a ver al amo de la criatura, si habían quemado la piedra.
"Sí, sí, fuimos, maldita sea. ¿Por qué todos los que medís un metro sois tan condenadamente molestos? ¡Aún queda camino, guarda saliba y déjame beber en paz un tiempo y te contaré el resto!"
Los gritos de los padres hacia el guerrero no tardaron en llegar, mientras este sonreía satisfecho. No había asustado al crío, de momento, pero diablos, al menos sus padres sabrían que habían criado a un criajo insoportable.
Continuará en Sueño y Oscuridad...
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
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Re: Crónicas de Lothar
- LA LLAMADA DE LA FÉ:
Otoño del año 1545...
Hacía años que el paladín no visitaba su hogar natal. Esa pequeña villa era muy distinta a Aguasprofundas, tan humilde, tan carente de la elaborada belleza de la Corona del Norte, pero, a pesar de ser consciente de todo aquello, un sentimiento de felicidad y añoranza embargaba su corazón. Desmontó con gracilidad de su blanco y radiante corcel, quitándose el yelmo y liberando sus cabellos dorados que cayeron como una cascada sobre sus hombros. Los aldeanos lo miraban tanto a él como a su escolta como si fuesen una aparición, y algunos hombres ya comenzaban a echar mano a sus armas, mientras la milicia local se les acercaba. Había sido un viaje largo a través de las Tierras Salvajes, necesitaba descansar, no discutir con aquellas gentes. Dejando la montura en mano de uno de sus soldados se encaminó hacia un anciano corpulento al que reonoció fácilmente. El viejo Dremguil apenas había cambiado, con suerte seguiría siendo el alcalde.
- Bienhallado, Dremguil – el paladín se llevó el puño derecho al pecho, inclinándose cortesmente ante el viejo -. Humildemente le presento mis respetos, soy Adril Irondirt, paladín de la Orden del León Dorado.
El anciano cambió su expresión de desconfianza por otra de completa sorpresa. Comenzó a examinarlo como si tratara de desentrañar algún misterio en su cara.
- ¿Eres el joven Adril? Por los dioses, chico, ¡sí que has crecido! Y mira esa armadura dorada, tan distinta de los harapos que llevabas cuando corrías detrás de las faldas de mi nieta.
Ambos rieron y se estrecharon las manos, mientras el anciano anunciaba a bombo y platillo quién era, sin poder disimular su orgullo. Adril se preguntó si mostraría la misma efusividad si hubiese vuelto con los mismos harapos que había mencionado el anciano, pero no importaba. Al fin, después de tantos años, regresaba a casa. Poco a poco estrechó las manos de viejas caras conocidas, con sincera alegría, mientras trataba de abrirse paso por la plaza de la vía. Los aldeanos ofrecieron agua y alimento para sus caballos, y un lugar en el que descansar a sus hombres, mientras él se ocupaba de aquello que lo había llevado hasta aquel lugar. El alcalde le hablaba de los últimos años, de la fortificación de la vieja empalizada y de la inversión en nuevas armas. Al parecer las tribus y clanes de humanoides salvajes habían descendido del Espinazo del Mundo y se habían dedicado a asaltar algunas aldeas y granjas de la zona, por suerte, la pequeña Orent se había librado hasta el momento de la brutalidad de los pielesverdes, pero aún así se prepararon para ello. Lo cierto es que él ya recordaba que aquel era un lugar peligroso en el que vivir, y en el fondo le sorprendía ver la villa exactamente igual que cuando la dejó, sin ningún edificio calcinado.
- Siento tener que dejarte, pero seguro que estás deseando ver a tu familia, y yo tengo que ocuparme de que no falte nada a nuestros invitados – dejó escapar una risa ronca, riendo su propia broma, regresando a la entrada de la villa y dejando al paladín a solas.
Adril continuó su camino, sintiendo bajo sus botas el tacto de las viejas piedras del sendero que tantas veces había recorrido. Obversó las pequeñas casas de sus vecinos, preguntándose si Landa la pecosa seguiría allí o cumplió su sueño y viajó a Cormyr en busca de un buen esposo y una vida en la que no tuviera que ensuciar sus hermosas manos. O si el desgraciado de Jace aún regresaba todos los días borracho a casa como una bestia, y finalmente su mujer y sus hijos habían tenido el valor y el buen juicio de abandonarlo en su miseria, o al menos, la milicia de la ciudad se había ocupado finalmente de aquel animal con piel de hombre y ahora vivía entre rejas o lo habían expulsado. En el fondo, deseaba que aún siguiera todo igual, y así poder verlo para ocuparse él mismo de hacer finalmente justicia contra ese miserable. El mundo estaba lleno de corrupción, el alma de los hombres podía enturbiarse fácilmente, y aunque todos persiguieran la lucha contra el mal en asuntos trascendentales y a través de grandes obras, a veces, la semilla de éste se escondía en lo más cotidiano y mundano, y todos cometían el error de ignorarlas.
Salió de sus divagaciones tras escuchar un portazo y un grito, y vio ir hacia él a una mujer de cabellos canos y piel apergaminada. Sus ojos se humedecieron al isntante mientras se le encogía el pecho. ¿Tanto tiempo había pasado? De pronto la culpa y el remordimiento lo azotaron como un furioso vendabal, mientras veía como su madre corría con pasos torpes hacía él, gritando su nombre una y otra vez. Cuando la tuvo entre sus brazos no pudo contener las lágrimas, sosteniendo entre sus fuertes brazos a aquella anciana frágil en la que se había convertido la vivaz mujer que él recordaba y le había dado la vida.
- Tranquila, madre. Respira – con una sonrisa limpió las lágrimas de la anciana, que lo observaba como a un fantasma, sin esconder su emoción -. Me alegro de verte, sigues igual de hermosa que siempre.
Las palabras de cariño de ambos se entrelazaron, volviendo a fortalecer un vínculo que ni tan siquiera el tiempo y la distancia habían podido romper. Entraron en el hogar, mientras la mujer hablaba a su hijo sobre cuánto le habían echado de menos, contándole viejas historias que él apenas recordaba como si ella las hubiese vivido el día anterior. El interior de su hogar seguía casi igual, con la diferencia de que ya no estaba su padre para poder reparar los pequeños desperfectos sufridos por el uso y el paso del tiempo. Uno de los muebles tenía un cajón desencajado, y la silla sobre la que se había sentado tenía una pata coja. Suspiró, llevándose la mano a la bolsa de monedas que había traído consigo. La necesitaría, sobre todo ahora que definitivamente iba a quedarse sola... Mientras su madre le servía el mejor vino que podía permitirse pidiéndole disculpas por no poder ofrecerle algo digno, Adril comenzaba a cuestionarse si era buena idea. Ya la había dejado sin un hijo cuando se marchó a Trantas, no quería arrebatárselos todos...
- ¡Voy a llamar a tu hermano debe estar estudiando! Seguro que ni te ha escuchado llegar. Desde que anunciaste que vendrías apenas sale de su habitación, solo para golpear con un palo unos peleles de madera que ha hecho.
La mujer subió las escaleras del pequeño hogar, gritando el nombre de su hermano. ¿Cuántos años debería tener ya? Cuando se fue, solo era un mocoso llorica que no levantaba un metro del suelo. Había pasado más de una década desde entonces...
- ¡Adril! - el joven bajó a la carrera por las escaleras, saltando de tres en tres mientras su madre le dedicaba una reprimenda, indignada por su comportamiento y preocupada porque "se abriera la cabeza". El chico saltó sobre su hermano mayor, casi derribándolo de la silla mientras abrazaba al estupefacto paladín -. ¡Has venido, estás aquí!
De pronto, y ante la atónita mirada del paladín que no esperaba tal efusividad, el joven se apartó, carraspeando mientras se apartaba los oscuros cabellos del rostro y se ponía recto, en una imitación de saludo marcial.
- Quiero decir... Bienvenido a casa, hermano. Nos alegramos de verte – su tono se había vuelto tenso, y la boca le temblaba al hablar, víctima de los nervios.
El paladín lo miró de arriba a abajo, sin apenas reconocer a ese joven vivaz que tenía delante. Indudablemente había crecido, pero poco más que sus cabellos y ojos pardos, y la nariz aguileña, le decían que ese chico camino de convertirse en hombre era el crío al que había dejado llorando en casa el día que se despidió de ellos. Adril soltó una carcajada ante el cambio de actitud de su hermano, y poniéndose en pie, esta vez fue él quién lo envolvió entre sus brazos.
- Has crecido bien, hermano. ¿Te lo has pensado bien? Espero que no te arrepientas, he hecho un largo viaje solo por ti.
El chico se separó de su radiante hermano, asintiendo con convicción, llevándose el puño derecho al pecho, en una imperfecta imitación del saludo que tan bien conocía Adril.
- Así es. Pondré mi espada al servicio de Torm y dedicaré mi vida a la Penitencia del Deber.
Adril suspiró, aunque se sentía orgulloso. Él mismo se mostró igual en el pasado, aunque al principio iniciara ese camino por actos egoistas, solo para escapar de esa vida y conseguir un futuro digno para él. Qué arrogante había sido de joven...
- Es un camino difícil. Vuelvo a preguntártelo, ¿estás seguro?
El joven volvió a asentir, sin decir ninguna palabra más. Su madre los observaba en silencio, con lágrimas en los ojos. Dudando, el paladín sacó su espléndido espadón, ofreciéndoselo a su hermano con la cruz hacia arriba y la punta del arma sobre el suelo. El chico se arrodilló, cogiendo la espada por su empuñadura con su mano izquierda y pegando la frente a la hoja, mientras no movía el puño derecho de su lugar. Cualquier posible duda sobre si estaba haciendo lo correcto se esfumó al ver a su hermano en esa posición.
- Así sea. Te has arrodillado como un hombre ofreciendo tu vida al Leal, y yo, como su voz en este lugar, acepto tu petición. Cuando te levantes ya no serás un simple hombre, serás un No Probado, y darás el primer paso hacia una vida de dedicación y sacrificio.
El joven se puso en pie, dio un paso al frente, y ofreció el espadón al paladín, que volvió a envainarlo. Adril colocó la mano enguantada sobre el hombro de su hermano, orgulloso.
- Coge tus cosas y despídete de madre. Y asegúrate de que tengas un buen arma, el camino hacia Aguasprofundas es peligros.
El chico asintió, corriendo de nuevo hacia la parte superior, saltando escalones ignorando de nuevo los gritos de su madre. El paladín agitó la cabeza mientras sonreía, después de todo, el chaval seguía siendo un joven inocente.
- Adril ... - su madre se acercó a él, seria y triste -. Prométeme que cuidarás de él. Prométeme que no dejarás que le pase nada.
- No te preocupes, madre. Te juro por mi vida que no dejaré que nada malo le ocurra.
La mujer asintió, abrazando de nuevo a su hijo. Él le devolvió el gesto, alargando todo lo posible el abrazo, sabiendo que sería la última vez que la vería.
- Es un chico listo, y quiere ayudar a todos. Siempre está metiéndose en problemas por eso... Es tan distinto a ti...
- Por favor, madre, deja de preocuparte tanto por él. Ya es un hombre. Lothar ha escogido un buen camino.
Otoño del año 1545...
Hacía años que el paladín no visitaba su hogar natal. Esa pequeña villa era muy distinta a Aguasprofundas, tan humilde, tan carente de la elaborada belleza de la Corona del Norte, pero, a pesar de ser consciente de todo aquello, un sentimiento de felicidad y añoranza embargaba su corazón. Desmontó con gracilidad de su blanco y radiante corcel, quitándose el yelmo y liberando sus cabellos dorados que cayeron como una cascada sobre sus hombros. Los aldeanos lo miraban tanto a él como a su escolta como si fuesen una aparición, y algunos hombres ya comenzaban a echar mano a sus armas, mientras la milicia local se les acercaba. Había sido un viaje largo a través de las Tierras Salvajes, necesitaba descansar, no discutir con aquellas gentes. Dejando la montura en mano de uno de sus soldados se encaminó hacia un anciano corpulento al que reonoció fácilmente. El viejo Dremguil apenas había cambiado, con suerte seguiría siendo el alcalde.
- Bienhallado, Dremguil – el paladín se llevó el puño derecho al pecho, inclinándose cortesmente ante el viejo -. Humildemente le presento mis respetos, soy Adril Irondirt, paladín de la Orden del León Dorado.
El anciano cambió su expresión de desconfianza por otra de completa sorpresa. Comenzó a examinarlo como si tratara de desentrañar algún misterio en su cara.
- ¿Eres el joven Adril? Por los dioses, chico, ¡sí que has crecido! Y mira esa armadura dorada, tan distinta de los harapos que llevabas cuando corrías detrás de las faldas de mi nieta.
Ambos rieron y se estrecharon las manos, mientras el anciano anunciaba a bombo y platillo quién era, sin poder disimular su orgullo. Adril se preguntó si mostraría la misma efusividad si hubiese vuelto con los mismos harapos que había mencionado el anciano, pero no importaba. Al fin, después de tantos años, regresaba a casa. Poco a poco estrechó las manos de viejas caras conocidas, con sincera alegría, mientras trataba de abrirse paso por la plaza de la vía. Los aldeanos ofrecieron agua y alimento para sus caballos, y un lugar en el que descansar a sus hombres, mientras él se ocupaba de aquello que lo había llevado hasta aquel lugar. El alcalde le hablaba de los últimos años, de la fortificación de la vieja empalizada y de la inversión en nuevas armas. Al parecer las tribus y clanes de humanoides salvajes habían descendido del Espinazo del Mundo y se habían dedicado a asaltar algunas aldeas y granjas de la zona, por suerte, la pequeña Orent se había librado hasta el momento de la brutalidad de los pielesverdes, pero aún así se prepararon para ello. Lo cierto es que él ya recordaba que aquel era un lugar peligroso en el que vivir, y en el fondo le sorprendía ver la villa exactamente igual que cuando la dejó, sin ningún edificio calcinado.
- Siento tener que dejarte, pero seguro que estás deseando ver a tu familia, y yo tengo que ocuparme de que no falte nada a nuestros invitados – dejó escapar una risa ronca, riendo su propia broma, regresando a la entrada de la villa y dejando al paladín a solas.
Adril continuó su camino, sintiendo bajo sus botas el tacto de las viejas piedras del sendero que tantas veces había recorrido. Obversó las pequeñas casas de sus vecinos, preguntándose si Landa la pecosa seguiría allí o cumplió su sueño y viajó a Cormyr en busca de un buen esposo y una vida en la que no tuviera que ensuciar sus hermosas manos. O si el desgraciado de Jace aún regresaba todos los días borracho a casa como una bestia, y finalmente su mujer y sus hijos habían tenido el valor y el buen juicio de abandonarlo en su miseria, o al menos, la milicia de la ciudad se había ocupado finalmente de aquel animal con piel de hombre y ahora vivía entre rejas o lo habían expulsado. En el fondo, deseaba que aún siguiera todo igual, y así poder verlo para ocuparse él mismo de hacer finalmente justicia contra ese miserable. El mundo estaba lleno de corrupción, el alma de los hombres podía enturbiarse fácilmente, y aunque todos persiguieran la lucha contra el mal en asuntos trascendentales y a través de grandes obras, a veces, la semilla de éste se escondía en lo más cotidiano y mundano, y todos cometían el error de ignorarlas.
Salió de sus divagaciones tras escuchar un portazo y un grito, y vio ir hacia él a una mujer de cabellos canos y piel apergaminada. Sus ojos se humedecieron al isntante mientras se le encogía el pecho. ¿Tanto tiempo había pasado? De pronto la culpa y el remordimiento lo azotaron como un furioso vendabal, mientras veía como su madre corría con pasos torpes hacía él, gritando su nombre una y otra vez. Cuando la tuvo entre sus brazos no pudo contener las lágrimas, sosteniendo entre sus fuertes brazos a aquella anciana frágil en la que se había convertido la vivaz mujer que él recordaba y le había dado la vida.
- Tranquila, madre. Respira – con una sonrisa limpió las lágrimas de la anciana, que lo observaba como a un fantasma, sin esconder su emoción -. Me alegro de verte, sigues igual de hermosa que siempre.
Las palabras de cariño de ambos se entrelazaron, volviendo a fortalecer un vínculo que ni tan siquiera el tiempo y la distancia habían podido romper. Entraron en el hogar, mientras la mujer hablaba a su hijo sobre cuánto le habían echado de menos, contándole viejas historias que él apenas recordaba como si ella las hubiese vivido el día anterior. El interior de su hogar seguía casi igual, con la diferencia de que ya no estaba su padre para poder reparar los pequeños desperfectos sufridos por el uso y el paso del tiempo. Uno de los muebles tenía un cajón desencajado, y la silla sobre la que se había sentado tenía una pata coja. Suspiró, llevándose la mano a la bolsa de monedas que había traído consigo. La necesitaría, sobre todo ahora que definitivamente iba a quedarse sola... Mientras su madre le servía el mejor vino que podía permitirse pidiéndole disculpas por no poder ofrecerle algo digno, Adril comenzaba a cuestionarse si era buena idea. Ya la había dejado sin un hijo cuando se marchó a Trantas, no quería arrebatárselos todos...
- ¡Voy a llamar a tu hermano debe estar estudiando! Seguro que ni te ha escuchado llegar. Desde que anunciaste que vendrías apenas sale de su habitación, solo para golpear con un palo unos peleles de madera que ha hecho.
La mujer subió las escaleras del pequeño hogar, gritando el nombre de su hermano. ¿Cuántos años debería tener ya? Cuando se fue, solo era un mocoso llorica que no levantaba un metro del suelo. Había pasado más de una década desde entonces...
- ¡Adril! - el joven bajó a la carrera por las escaleras, saltando de tres en tres mientras su madre le dedicaba una reprimenda, indignada por su comportamiento y preocupada porque "se abriera la cabeza". El chico saltó sobre su hermano mayor, casi derribándolo de la silla mientras abrazaba al estupefacto paladín -. ¡Has venido, estás aquí!
De pronto, y ante la atónita mirada del paladín que no esperaba tal efusividad, el joven se apartó, carraspeando mientras se apartaba los oscuros cabellos del rostro y se ponía recto, en una imitación de saludo marcial.
- Quiero decir... Bienvenido a casa, hermano. Nos alegramos de verte – su tono se había vuelto tenso, y la boca le temblaba al hablar, víctima de los nervios.
El paladín lo miró de arriba a abajo, sin apenas reconocer a ese joven vivaz que tenía delante. Indudablemente había crecido, pero poco más que sus cabellos y ojos pardos, y la nariz aguileña, le decían que ese chico camino de convertirse en hombre era el crío al que había dejado llorando en casa el día que se despidió de ellos. Adril soltó una carcajada ante el cambio de actitud de su hermano, y poniéndose en pie, esta vez fue él quién lo envolvió entre sus brazos.
- Has crecido bien, hermano. ¿Te lo has pensado bien? Espero que no te arrepientas, he hecho un largo viaje solo por ti.
El chico se separó de su radiante hermano, asintiendo con convicción, llevándose el puño derecho al pecho, en una imperfecta imitación del saludo que tan bien conocía Adril.
- Así es. Pondré mi espada al servicio de Torm y dedicaré mi vida a la Penitencia del Deber.
Adril suspiró, aunque se sentía orgulloso. Él mismo se mostró igual en el pasado, aunque al principio iniciara ese camino por actos egoistas, solo para escapar de esa vida y conseguir un futuro digno para él. Qué arrogante había sido de joven...
- Es un camino difícil. Vuelvo a preguntártelo, ¿estás seguro?
El joven volvió a asentir, sin decir ninguna palabra más. Su madre los observaba en silencio, con lágrimas en los ojos. Dudando, el paladín sacó su espléndido espadón, ofreciéndoselo a su hermano con la cruz hacia arriba y la punta del arma sobre el suelo. El chico se arrodilló, cogiendo la espada por su empuñadura con su mano izquierda y pegando la frente a la hoja, mientras no movía el puño derecho de su lugar. Cualquier posible duda sobre si estaba haciendo lo correcto se esfumó al ver a su hermano en esa posición.
- Así sea. Te has arrodillado como un hombre ofreciendo tu vida al Leal, y yo, como su voz en este lugar, acepto tu petición. Cuando te levantes ya no serás un simple hombre, serás un No Probado, y darás el primer paso hacia una vida de dedicación y sacrificio.
El joven se puso en pie, dio un paso al frente, y ofreció el espadón al paladín, que volvió a envainarlo. Adril colocó la mano enguantada sobre el hombro de su hermano, orgulloso.
- Coge tus cosas y despídete de madre. Y asegúrate de que tengas un buen arma, el camino hacia Aguasprofundas es peligros.
El chico asintió, corriendo de nuevo hacia la parte superior, saltando escalones ignorando de nuevo los gritos de su madre. El paladín agitó la cabeza mientras sonreía, después de todo, el chaval seguía siendo un joven inocente.
- Adril ... - su madre se acercó a él, seria y triste -. Prométeme que cuidarás de él. Prométeme que no dejarás que le pase nada.
- No te preocupes, madre. Te juro por mi vida que no dejaré que nada malo le ocurra.
La mujer asintió, abrazando de nuevo a su hijo. Él le devolvió el gesto, alargando todo lo posible el abrazo, sabiendo que sería la última vez que la vería.
- Es un chico listo, y quiere ayudar a todos. Siempre está metiéndose en problemas por eso... Es tan distinto a ti...
- Por favor, madre, deja de preocuparte tanto por él. Ya es un hombre. Lothar ha escogido un buen camino.
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Re: Crónicas de Lothar
SUEÑO Y OSCURIDAD
El guerrero se arrastró cojeando bajo la lluvia de vuelta al carruaje, observado por los asombrados viajeros que lo miraban con una mezcla de incertidumbre y horror. Limpió la sangre del espadón sobre su desgastada sobrevesta y con un gruñido abrió una botella de un vino barato, casi avinagrado, que compró a un vendedor ambulante. El hombre señaló los cadáveres en el camino, y con un gruñido les dijo a los demás que él ya había hecho su trabajo, que no iba a arrastrar también los cuerpos. Sus palabras además no fueron muy educadas, ni recibidas con gratitud, sino más bien con reproches y desprecios a los que el hombre respondió con una risa sardónica. Por suerte el viejo cochero parecía opinar como el guerrero, y puso a todos a despejar el camino, y lentamente, aquellos viajeros a los que no les importaba mancharse las manos se ocuparon de abrir camino.
El guerrero, cansado de viajar en la parte alta del carruaje como un simple bulto, aprovechó para tomar asiento en el interior, ocupando el lugar de uno de los hombres que había salido, sentándose junto a su joven esposa, la cual arrugó la nariz con desprecio al notar el fuerte aroma que el hombre desprendía.
En cuanto posó su culo sobre el asiento el niño frente a él comenzó a dar pequeños saltos, pidiendo que continuara con su historia mientras miraba entusiasmado como los hombres fuera arrastraban los cadáveres mutilados mientras maldecían y luchaban contra las arcadas que le removían el estómago ante aquella espeluznante visión. El crío, por supuesto, parecía ignorar la gravedad de algo así, e incluso parecía disfrutar de ello.
El hombre lo miró de reojo mientras premiaba a su paladar de aquel vino tan asqueroso, aunque sin inmutarse por su desagradable sabor, maldiciéndose a sí mismo por haberle dicho al niñato que terminaría aquella historia.
Con una educación fría y forzada, su madre le pidió que dejara de molestar al "caballero", cogiéndolo y sentándolo en su regazo, apartándolo del sucio guerrero, el cual miró a la mujer fijamente con su único ojo, dibujando lentamente una sonrisa. Iba a disfrutar con aquello.
Terminó la botella y la arrojó fuera, estrellándola contra una roca. El sonido asustó a los hombres que trabajaban con los cuerpos bajo el frío aguacero, haciendo que uno de ellos gritase como una rata para diversión del guerrero, que se limpiaba la boca con el sucio antebrazo.
"Sí, cierto. La historia, ¿por dónde iba?" - estiró los pies, colocándolos sobre la zona donde hace un momento había estado el niño y llenándola de fango. El niñato gritó eufórico que acababan de encontrar la piedra onírica. Diantres, aquel salvaje diminuto tenía buena memoria, o él había bebido demasiado. Se frotó las manos, dispuesto de nuevo a borrar aquella molesta sonrisa que le dedicaba el zagal. Se pasó la lengua por los dientes, notando el sabor a hierro de la sangre y escupió fuera, continuando con su historia.
"Es cierto, la piedra onírica. Días después nos reunimos en la Rosa y el Martillo, la mejor posada a esta parte del norte, regida por un buen amigo. Escogimos una habitación apartada de las escaleras, bloqueamos la puerta, Satori usó alguno de sus trucos para protegernos tanto a nosotros como al lugar en el que estábamos, y tras prender fuego a unos papeles y asegurarnos de que las llamas no pudieran extenderse, Aku lanzó la piedra. No me gustaba nada la idea, una parte de mí quería salir corriendo de aquel lugar y no volver a saber nada de aquella majadería, pero no iba a dejarlos solos. Ya he dejado atrás a demasiada gente..."
Entre gruñidos e insultos al aire, el hombre sacó otra botella, dándole un trago tan largo que casi vomita. Todos guardaron silencio, hasta que el hombre pudo volver a respirar con normalidad y continuó con su historia, clavando su ojo de una forma casi enfermiza en el niño.
"Un sopor demoníaco se apoderó de nosotros, y no tardamos en caer dormidos. Recuerdo el humo extenderse desde las llamas hacia nosotros, cubriéndolo todo, y en un instante tan corto como un parpadeo, todo había cambiado. Me sentí desorientado y aturdido. Aquel lugar era... difícil de explicar. Todo se veía difuso, como se ve el mundo a través de una botella, pero, a su vez, parecía tan real como que hoy respiro. El cielo estaba teñido de colores imposibles que danzaban en el aire como las llamas de una hoguera, la tierra era dura pero a su vez quebradiza, como si la cubriese una capa de cenizas cenicientas que titilaban al posar sus piernas en ella. Mis compañeros parecían tan confusos como yo, aunque el elfo recobró la sensatez rápidamente y nos hizo despertar de nuestro sopor. Una parte de mí deseaba salir de aquella locura, abrirse paso con uñas y dientes si fuese necesario pero... ya era imposible, estaba allí, para bien o para mal, y la única opción era seguir hasta el final, como bien nos hizo ver Satori."
Fuera el trabajo casi había finalizado, y los hombres comenzaron a regresar, sudorosos y malhumorados, tratando de limpiar la sangre de sus ropas. Por suerte la lluvia ayudaba a ello, aunque no sería suficiente. Nadie trató de echar al guerrero, desde luego, no después de haber visto de primera mano lo que era capaz de hacer, y mucho menos viendo que estaba borracho como una cuba. Se apretaron como pudieron, y el cochero continuó el viaje hacia Sundabar, deseoso de que no hubiese más interupciones.
"¿Ya habéis dejado de molestar? Bien, maldita sea, estaba contándole la historia al zagal. Allí estábamos, en mitad de ese infierno sin sentido, aterrados pero sin atrevernos a decirlo en voz alta para que nuestros demonios no se hicieran realidad, caminando lentamente. Ese lugar mezclaba paisajes salidos de la cabeza de un lunático con lugares tan normales como el que podría ser el hogar de cualquier de vosotros. Muebles flotando en el aire, retorcidos o colocados sin más en cualquier lugar. En más de una ocasión tuvimos que parar, sobre todo cuando Aku sufrió un ataque de pánico, y casi tuve que llevarlo a rastras a la fuerza, porque yo tampoco quería quedarme en ese sitio ni un segundo más. Cruzamos un campo lleno de hombres y mujeres muertos, o dormidos... Tal vez eran reales, tal vez no, y sinceramente, en ese momento me daba igual. Solome alegraba de no ser uno de ellos."
La mujer abrazaba con fuerza a su hijo, que escuchaba absorto. Algunos hombres cuchicheaban en voz baja, lanzando miradas de desaprobación hacia el hombre, que continuó al margen de todo ello, sin darle importancia, o sin tan siquiera ser consciente de la situación que estaba generando con sus palabras.
"Al fin llegamos a un páramo blanco, sobre el que flotaba una cortina de luces brillantes por la que pasaban estrellas radiantes, que dejaban estelas fugaces a su paso. Si no fuese porque tenía las pelotas en la garganta, hubiese podido disfrutar de ello. El mago llamó nuestra atención hacia una dirección en la que se alzaban titánicas columnas hacia aquel extraño cielo, estructuras de piedras que parecían tan antiguas como el propio mundo, que a veces parecían estar en ruinas y a punto de desmoronarse, y, a la siguiente respiración, parecía que el más talentoso de los enanos acabase de tallarlas con sus milagrosas manos. Entre éstas flotaba una nebila oscura, un humo negro que se entrelazaba creando finas espirales de jirones que parecían atrapar la luz y devorarla. En su centro brillaban dos pequeños rubíes, que se clavaron en nosotros. Algo recorrió mi cuerpo, de arriba a abajo, tal vez el terror al que intentaba ignorar, o tal vez algo que no era capaz de comprender..."
La voz del borracho fue tornándose más fría y desapasionada conforme hablaba, ya no parecía el sucio guerrero de burdos modales y palabras toscas, sino alguien distante, que parecía estar pensando en voz alta, en vez de hablar para otros.
"Esa cosa estaba hablando, pero no con nosotros. Esas estrellas que parecían dos corazones radiantes se movían, siguiendo la hipnótica danza de la oscuridad que las envolvía, como una bestia que observa todo a su alrededor, pero que no se percató de nosotros hasta que alguien habló. Os aseguro que no fui yo, mi garganta estaba seca, y solo recuerdo la necesidad de huir, la garganta seca y las manos temblorosas... Hablamos, aunque no sé durante cuanto tiempo. Por suerte Aku pareció sobreponerse a lo que ese lugar generaba en nosotros, y habló, asistido por los conocimientos del elfo. Esa... cosa... decía llamarse Iren, y aquello a lo que "alimentamos" era uno de sus siervos. Ni tan siquiera era consciente de que habíamos sido invitados, y tan pronto estaba hablando con nosotros, como sus ojos se movían y parecía hablar con otra cosa que no estaba allí. Por lo poco que recuerdo y entendí, estaba buscando algo" – el guerrero emitió una risa roca, negando lentamente mientras resoplaba -. "Al final nuestra presencia allí no tenía ningún sentido, eramos lombrices que se arrastraron hacia una tierra peligrosa y desconocida para ellas, creyendo que hallarían algo importante, algo valioso, para descubrir que el peligroso descenso nunca había importado a nadie más que a ellos. No eramos invitados, aunque Iren aprovechó la situación a su favor. Nos ofreció un trato, por el cual nos daría aquello que deseásemos..."
El guerrero miró el escaso contenido de la botella en silencio, y luego acabó con él, dejando caer el recipiento al suelo del carruaje, con sus consecuentes reproches del resto de viajeros. No continuó su historia, se quedó observando el paisaje lluvioso con gesto taciturno, hasta que el niño, impaciente, preguntó repetidamente cual era aquel trato, con voz nerviosa. Saliendo de su ensimismamiento, y furioso porque ni tan siquiera pudiera disfrutar de la paz de un viaje tranquilo, el hombre dio un puñetazo al interior de la puerta, profiriendo palabras que harían llorar a la más anciana de las brujas. Mostrando sus dientes en una amplia sobrisa pegó su rostro al del niño. Cogió la empuñadura del alma mientras arrastraba las palabras de forma lenta y profunda.
"El alma de un niño preguntón."
El crío chilló y pataleó al guerrero mientras rodeaba a su madre entre sus pequeños brazos, mientras los gritos se alzaban entre insultos y palabras incriminatorias. Poco después, el guerrero estaba en pie sobre el barro, observando el carruaje alejarse mientras la lluvia caía sobre él. Se agachó y cogió la botella vacía, abriendo la boca y sacando la lengua mientras la agitaba en busca de cualquier gota.
"Vaya mierda de sentido de humor que tienen... Eran más estirados que los elfos. "
En el fondo, aunque ahora le quedaba un largo camino a pie por delante, estaba satisfecho. Siguió andando, tratando de no pensar en aquello que Iren les pidió, tratando de olvidar lo que habían hecho, y lo que podría generar...
Continuará en Maldad y Recompensa...
El guerrero se arrastró cojeando bajo la lluvia de vuelta al carruaje, observado por los asombrados viajeros que lo miraban con una mezcla de incertidumbre y horror. Limpió la sangre del espadón sobre su desgastada sobrevesta y con un gruñido abrió una botella de un vino barato, casi avinagrado, que compró a un vendedor ambulante. El hombre señaló los cadáveres en el camino, y con un gruñido les dijo a los demás que él ya había hecho su trabajo, que no iba a arrastrar también los cuerpos. Sus palabras además no fueron muy educadas, ni recibidas con gratitud, sino más bien con reproches y desprecios a los que el hombre respondió con una risa sardónica. Por suerte el viejo cochero parecía opinar como el guerrero, y puso a todos a despejar el camino, y lentamente, aquellos viajeros a los que no les importaba mancharse las manos se ocuparon de abrir camino.
El guerrero, cansado de viajar en la parte alta del carruaje como un simple bulto, aprovechó para tomar asiento en el interior, ocupando el lugar de uno de los hombres que había salido, sentándose junto a su joven esposa, la cual arrugó la nariz con desprecio al notar el fuerte aroma que el hombre desprendía.
En cuanto posó su culo sobre el asiento el niño frente a él comenzó a dar pequeños saltos, pidiendo que continuara con su historia mientras miraba entusiasmado como los hombres fuera arrastraban los cadáveres mutilados mientras maldecían y luchaban contra las arcadas que le removían el estómago ante aquella espeluznante visión. El crío, por supuesto, parecía ignorar la gravedad de algo así, e incluso parecía disfrutar de ello.
El hombre lo miró de reojo mientras premiaba a su paladar de aquel vino tan asqueroso, aunque sin inmutarse por su desagradable sabor, maldiciéndose a sí mismo por haberle dicho al niñato que terminaría aquella historia.
Con una educación fría y forzada, su madre le pidió que dejara de molestar al "caballero", cogiéndolo y sentándolo en su regazo, apartándolo del sucio guerrero, el cual miró a la mujer fijamente con su único ojo, dibujando lentamente una sonrisa. Iba a disfrutar con aquello.
Terminó la botella y la arrojó fuera, estrellándola contra una roca. El sonido asustó a los hombres que trabajaban con los cuerpos bajo el frío aguacero, haciendo que uno de ellos gritase como una rata para diversión del guerrero, que se limpiaba la boca con el sucio antebrazo.
"Sí, cierto. La historia, ¿por dónde iba?" - estiró los pies, colocándolos sobre la zona donde hace un momento había estado el niño y llenándola de fango. El niñato gritó eufórico que acababan de encontrar la piedra onírica. Diantres, aquel salvaje diminuto tenía buena memoria, o él había bebido demasiado. Se frotó las manos, dispuesto de nuevo a borrar aquella molesta sonrisa que le dedicaba el zagal. Se pasó la lengua por los dientes, notando el sabor a hierro de la sangre y escupió fuera, continuando con su historia.
"Es cierto, la piedra onírica. Días después nos reunimos en la Rosa y el Martillo, la mejor posada a esta parte del norte, regida por un buen amigo. Escogimos una habitación apartada de las escaleras, bloqueamos la puerta, Satori usó alguno de sus trucos para protegernos tanto a nosotros como al lugar en el que estábamos, y tras prender fuego a unos papeles y asegurarnos de que las llamas no pudieran extenderse, Aku lanzó la piedra. No me gustaba nada la idea, una parte de mí quería salir corriendo de aquel lugar y no volver a saber nada de aquella majadería, pero no iba a dejarlos solos. Ya he dejado atrás a demasiada gente..."
Entre gruñidos e insultos al aire, el hombre sacó otra botella, dándole un trago tan largo que casi vomita. Todos guardaron silencio, hasta que el hombre pudo volver a respirar con normalidad y continuó con su historia, clavando su ojo de una forma casi enfermiza en el niño.
"Un sopor demoníaco se apoderó de nosotros, y no tardamos en caer dormidos. Recuerdo el humo extenderse desde las llamas hacia nosotros, cubriéndolo todo, y en un instante tan corto como un parpadeo, todo había cambiado. Me sentí desorientado y aturdido. Aquel lugar era... difícil de explicar. Todo se veía difuso, como se ve el mundo a través de una botella, pero, a su vez, parecía tan real como que hoy respiro. El cielo estaba teñido de colores imposibles que danzaban en el aire como las llamas de una hoguera, la tierra era dura pero a su vez quebradiza, como si la cubriese una capa de cenizas cenicientas que titilaban al posar sus piernas en ella. Mis compañeros parecían tan confusos como yo, aunque el elfo recobró la sensatez rápidamente y nos hizo despertar de nuestro sopor. Una parte de mí deseaba salir de aquella locura, abrirse paso con uñas y dientes si fuese necesario pero... ya era imposible, estaba allí, para bien o para mal, y la única opción era seguir hasta el final, como bien nos hizo ver Satori."
Fuera el trabajo casi había finalizado, y los hombres comenzaron a regresar, sudorosos y malhumorados, tratando de limpiar la sangre de sus ropas. Por suerte la lluvia ayudaba a ello, aunque no sería suficiente. Nadie trató de echar al guerrero, desde luego, no después de haber visto de primera mano lo que era capaz de hacer, y mucho menos viendo que estaba borracho como una cuba. Se apretaron como pudieron, y el cochero continuó el viaje hacia Sundabar, deseoso de que no hubiese más interupciones.
"¿Ya habéis dejado de molestar? Bien, maldita sea, estaba contándole la historia al zagal. Allí estábamos, en mitad de ese infierno sin sentido, aterrados pero sin atrevernos a decirlo en voz alta para que nuestros demonios no se hicieran realidad, caminando lentamente. Ese lugar mezclaba paisajes salidos de la cabeza de un lunático con lugares tan normales como el que podría ser el hogar de cualquier de vosotros. Muebles flotando en el aire, retorcidos o colocados sin más en cualquier lugar. En más de una ocasión tuvimos que parar, sobre todo cuando Aku sufrió un ataque de pánico, y casi tuve que llevarlo a rastras a la fuerza, porque yo tampoco quería quedarme en ese sitio ni un segundo más. Cruzamos un campo lleno de hombres y mujeres muertos, o dormidos... Tal vez eran reales, tal vez no, y sinceramente, en ese momento me daba igual. Solome alegraba de no ser uno de ellos."
La mujer abrazaba con fuerza a su hijo, que escuchaba absorto. Algunos hombres cuchicheaban en voz baja, lanzando miradas de desaprobación hacia el hombre, que continuó al margen de todo ello, sin darle importancia, o sin tan siquiera ser consciente de la situación que estaba generando con sus palabras.
"Al fin llegamos a un páramo blanco, sobre el que flotaba una cortina de luces brillantes por la que pasaban estrellas radiantes, que dejaban estelas fugaces a su paso. Si no fuese porque tenía las pelotas en la garganta, hubiese podido disfrutar de ello. El mago llamó nuestra atención hacia una dirección en la que se alzaban titánicas columnas hacia aquel extraño cielo, estructuras de piedras que parecían tan antiguas como el propio mundo, que a veces parecían estar en ruinas y a punto de desmoronarse, y, a la siguiente respiración, parecía que el más talentoso de los enanos acabase de tallarlas con sus milagrosas manos. Entre éstas flotaba una nebila oscura, un humo negro que se entrelazaba creando finas espirales de jirones que parecían atrapar la luz y devorarla. En su centro brillaban dos pequeños rubíes, que se clavaron en nosotros. Algo recorrió mi cuerpo, de arriba a abajo, tal vez el terror al que intentaba ignorar, o tal vez algo que no era capaz de comprender..."
La voz del borracho fue tornándose más fría y desapasionada conforme hablaba, ya no parecía el sucio guerrero de burdos modales y palabras toscas, sino alguien distante, que parecía estar pensando en voz alta, en vez de hablar para otros.
"Esa cosa estaba hablando, pero no con nosotros. Esas estrellas que parecían dos corazones radiantes se movían, siguiendo la hipnótica danza de la oscuridad que las envolvía, como una bestia que observa todo a su alrededor, pero que no se percató de nosotros hasta que alguien habló. Os aseguro que no fui yo, mi garganta estaba seca, y solo recuerdo la necesidad de huir, la garganta seca y las manos temblorosas... Hablamos, aunque no sé durante cuanto tiempo. Por suerte Aku pareció sobreponerse a lo que ese lugar generaba en nosotros, y habló, asistido por los conocimientos del elfo. Esa... cosa... decía llamarse Iren, y aquello a lo que "alimentamos" era uno de sus siervos. Ni tan siquiera era consciente de que habíamos sido invitados, y tan pronto estaba hablando con nosotros, como sus ojos se movían y parecía hablar con otra cosa que no estaba allí. Por lo poco que recuerdo y entendí, estaba buscando algo" – el guerrero emitió una risa roca, negando lentamente mientras resoplaba -. "Al final nuestra presencia allí no tenía ningún sentido, eramos lombrices que se arrastraron hacia una tierra peligrosa y desconocida para ellas, creyendo que hallarían algo importante, algo valioso, para descubrir que el peligroso descenso nunca había importado a nadie más que a ellos. No eramos invitados, aunque Iren aprovechó la situación a su favor. Nos ofreció un trato, por el cual nos daría aquello que deseásemos..."
El guerrero miró el escaso contenido de la botella en silencio, y luego acabó con él, dejando caer el recipiento al suelo del carruaje, con sus consecuentes reproches del resto de viajeros. No continuó su historia, se quedó observando el paisaje lluvioso con gesto taciturno, hasta que el niño, impaciente, preguntó repetidamente cual era aquel trato, con voz nerviosa. Saliendo de su ensimismamiento, y furioso porque ni tan siquiera pudiera disfrutar de la paz de un viaje tranquilo, el hombre dio un puñetazo al interior de la puerta, profiriendo palabras que harían llorar a la más anciana de las brujas. Mostrando sus dientes en una amplia sobrisa pegó su rostro al del niño. Cogió la empuñadura del alma mientras arrastraba las palabras de forma lenta y profunda.
"El alma de un niño preguntón."
El crío chilló y pataleó al guerrero mientras rodeaba a su madre entre sus pequeños brazos, mientras los gritos se alzaban entre insultos y palabras incriminatorias. Poco después, el guerrero estaba en pie sobre el barro, observando el carruaje alejarse mientras la lluvia caía sobre él. Se agachó y cogió la botella vacía, abriendo la boca y sacando la lengua mientras la agitaba en busca de cualquier gota.
"Vaya mierda de sentido de humor que tienen... Eran más estirados que los elfos. "
En el fondo, aunque ahora le quedaba un largo camino a pie por delante, estaba satisfecho. Siguió andando, tratando de no pensar en aquello que Iren les pidió, tratando de olvidar lo que habían hecho, y lo que podría generar...
Continuará en Maldad y Recompensa...
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
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- Jabalí Terrible
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Re: Crónicas de Lothar
- BESTIA HERIDA:
Invierno del año 1553...
Había sido una mala idea. La banda de mercenarios no estaba preparada para aquello. El valor, o más bien la insensatez, no sirven de nada durante una verdadera batalla. Trató de persuadirlos durante días cuando Idris, el joven elfo que lideraba a los hombres y mujeres del pueblo humano que conformaban el resto de la compañía, sin contarla a ella misma, claro, habló de la recompensa que ofrecían por erradicar a una tribu de orcos llamada Kozhak. Ella la conocía muy bien, pero sabía que en cuanto Lothar escuchara aquel nombre ya no habría vuelta atrás, y así fue. Debería haber huido, debería haberlos dejado a todos atrás, a ella no le importaba el dinero, ni la falsa idea de que ayudaban a Faerûn, había sacrificado demasiado para seguir viva y no quería echarlo todo por tierra por la ceguera de aquellos desdichados. Pero ahí estaba, cubierta de sudor y sangre... Al final, ella era igual de estúpida que los humanos a los que acompañaba.
Frustrada, la semiorco apuñaló repetidamente el pecho del enorme guerrero orco que había acudido a su encuentro, gritando mientras apartaba el cuerpo sin vida de éste al suelo. Las chozas de la tribu Kozhak estaban en llamas, extendiendo el incendio hacia los árboles que rodeaban el claro en el que se asentaba el campamento. El humo hacía que le lloraran los ojos y le picara la garganta, pero lo más molesto era que le dificultaba ver lo que sucedía y la hacía toser mientras se habría paso a través de la masacre que estaba teniendo lugar.
Se ocultó tras una formación rocosa cercana a la falda de la montaña que cubría la parte este del campamento, aprovechando para tomar un respiro y poder estudiar la situación, aunque sabía lo que estaba ocurriendo. El viento que bajaba del Espinazo del Mundo, frío y cortante, alimentaba las llamas que lenta pero inexorablemente consumían el lugar. Los gritos de agonía de los humanos hablaban por sí solos de la desolación que se cernía sobre ellos. El pecho de la semiorco subía y bajaba mientras trataba de controlar su respiración y serenarse, era fácil dejarse llevar por el pánico en ese pequeño infierno, pero no era momento para dejar relucir las debilidades. Echó mano al arco, cogiendo una de las pocas flechas que aún quedaban en el carcaj y preparándola mientras se asomaba por encima de la roca tras la que se resguardaba. Era una cazadora, los Kozhak solo eran presas para ella, tenía que pensar de ese modo y someter sus emociones a su voluntad. Aquello no era distinto a una cacería.
Entre columnas de humo y llamas, los orcos luchaban contra los humanos en una batalla cruel y sangrienta, donde los desdichados pielesblandas estaban siendo aplastados. Maldijo en silencio a Lothar, sino fuese por su estúpida sed de venganza podrían haber tenido una oportunidad... Avisó a Idris, trató de disuadirlo, ¡pero nadie la escuchó! Buscó al guerrero por el campo de batalla, vislumbrando escenas horribles. Superados por sus enemigos y sedientos de sangre, los humanos pasaban por la espada a niños y ancianos de la tribu, enajenados por la locura de la batalla y ebrios de lo que consideraban justicia. La semiorca sintió un nudo en el estómago, sabiéndose responsable de aquello. Tendría que haber huido, tendría que haberse largado, pero al final los guió ella misma... Espiró, inspiró, tensó la cuerda y disparó una, dos, tres veces contra los hombres con quienes la noche anterior había compartido comida y risas. Cada disparo fue certero y mortal, pero el daño que había causado ya estaba hecho. Ahogó cualquier muestra de culpabilidad por lo que estaba haciendo. Ya había decepcionado a la Bestia una vez, ya se había apartado de su camino, pero aún creía firmemente en algo: una batalla contra un enemigo herido o indefenso equivale a la muerte del alma del guerrero. Les dio una muerte rápida, antes de que se hundieran aún más a sí mismos.
Llevó nuevamente la mano al carcaj, tratando de ver entre las lágrimas que hacían brotar el polvo y las cenizas que flotaban en el aire. Solo quedaban dos flechas... Cogió una entre sus dedos y volvió a preparar el arco. Había decenas de combates simultáneos, los gritos y el sonido del acero y la destrucción enturbiaban sus sentidos. Allí dónde mirase solo había muerte, grupos de humanos luchando desesperados contra la ira de los orcos a los que habían osado asaltar, resbalando en la nieve ennegrecida que cubría la tierra, tratando de sobrevivir al caos en el que se habían visto envueltos. Muchos de ellos eran demasiado jóvenes para comprender a lo que se enfrentaban, tan solo eran hombres y mujeres que creían estar haciendo el bien. Apretó los dientes, disparando contra una hembra orco apunto de aplastar a Idris, perforando la garganta de la guerrera. A pesar de ello aquella criatura pudo atacar al joven elfo en un último acto de desafío a la muerte, con la suerte de que el aguijonazo mortal la hizo tambalearse lo suficiente como para que la punta de la lanza que esgrimía no empalara por completo a su rival, aunque le profirió una profunda herida. La hembra cayó de rodillas al suelo, llevándose las manos a la flecha que atravesaba de lado a lado su cuello, y haciéndola caer a los pies del afortunado Idris, que no se paró a pensar en lo que acababa de suceder y clavó su elegante estoque en el cráneo de la orco moribunda. El líder de los mercenarios miró a su alrededor y acudió presto a ayudar a un grupo de humanos cercanos que estaban siendo aplastados por la superioridad de sus rivales.
Un grito gutural atrajo al instante su atención, y cuando encontró a la persona de cuya garganta había nacido tal desgarrador sonido, se le heló la sangre. "Idiota, no tienes que morir aquí...", pensó mientras palpaba el carcaj para asir así la última flecha. Lothar caminaba a trompicones, deshaciéndose de un modo brutal de los orcos que salían a su paso, sin dejar de gritar en la lengua orca desafíos y amenazas. No fue necesario ver los ojos del humano, sabía que estaba loco de rabia, como un perro salvaje y hambriento al que soltaran la correa que lo había contenido durante años. Se fijó en el espadón que esgrimía, era la primera vez que lo sacaba de su vaina desde que lo salvó hacía ya tantos años. Era una idiota, nunca debería haberle permitido ir a ese lugar de nuevo, en el fondo sabía que Lothar no iba a poder contenerse. "Tonta, imbécil, solo deseabas poder confiar en él...". Furiosa consigo misma colocó la flecha en la cuerda trenzada, tomando una profunda bocanada de aire mientras tensaba lentamente. "Te dije que lo haría, te lo advertí...".
Le temblaba el pulso mientras sus ojos se clavaban en el humano, herido y agotado, cubierto de sangre y cenizas, que seguía adelante ignorando lo que sucedía a su alrededor, ignorante de la muerte que asolaba a los que habían sido sus compañeros. Pasó en más de una ocasión junto a otros humanos que pedían su ayuda, pero éste ni tan siquiera se paraba a mirarlos. No tenía oídos ni ojos para ellos, y ni tan siquiera sus sangrientas muertes frenaban sus pasos. "En el fondo solo eres un animal salvaje más...", espiró, inspiró, y preparó el disparo. "Una bestia herida merece una muerte piadosa... Perdóname...", pero cuando estuvo a punto de soltar la flecha, el humano se detuvo y dejó de gritar como un poseso, apoyando la punta de su arma en el suelo. Los orcos que habían comenzado a rodearlo lo ignoraron, corriendo hacia otras zonas del campo de batalla para continuar la carnicería. Ella no tardó en comprender la razón.
Allí estaba, alto como como un árbol, fuerte como un oso.
"Karshan" dejó escapar entre dientes la semiorca con resentimiento. El fuego relucía en los pequeños ojos del caudillo orco, iluminando sus potentes músculos, mostrando como se tensaban a cada movimiento con si fuesen de acero. Sin pensárselo un segundo más apuntó hacia el enorme orco, quién miraba con desprecio a Lothar, profiriendo una espeluznante carcajada mientras soltaba la cabeza aplastada con sus propias manos de uno de los muchos humanos que hoy estaban muriendo en ese lugar. A los pies del orco yacían varios cadáveres más, todos con heridas horribles, sin haber tenido ninguna oportunidad. El humano que estaba a varios metros de él se mantuvo inmóvil, mirándolo en silencio. Solo los dioses sabían en qué estaba pensando Lothar al ver a la criatura que durante tanto tiempo había culpado por todas sus miserias, pero a Karshan no le importaba ni uno solo de esos pensamientos. El caudillo alzó su hacha de batalla y comenzó a correr hacia el petrificado hombre. Ella contuvo el aire en sus pulmones, molesta al sentir como le temblaba la mano mientras apuntaba al orco, angustiada por la certeza de que solo tenía un disparo, y si fallaba, no tendría otra oportunidad. No contra él.
El caudillo embistió contra Lothar, descargando un golpe brutal contra él. El humano reaccionó en el último momento, levantando su arma lo justo para desviar el golpe. La hoja del espadón emitió un brillo radiante cuando ambas armas chocaron, pero el humano no pudo soportar la potencia del golpe y dio un pequeño traspié a la vez que un dolor punzante recorría sus brazos, haciendo que casi suelte la empuñadura el arma. El orco no perdió un segundo ni ofreció oportunidad al humano para reponerse de la salvaje embestida, asestando al humano un puñetazo en el rostro que contenía la potencia de diez enanos martilleando. Lothar cayó de rodillas al suelo, aturdido ante semejante golpe. El hacha volvió a precipitarse hacia el humano, buscando partirlo en dos en un único tajo, pero este consiguió detener el ataque.
"Eso es. Ese es mi perro. Vamos, muerde, ofréceme un buen disparo...". Con una patada en la cara, el caudillo arrojó de nuevo al humano de bruces al suelo, que se desplomó como un saco pesado y húmedo. Quedó tirado boca abajo, intentando arrastrarse y girarse, pero fue inútil. El caudillo pisó su cabeza contra el suelo, aplastándola contra la nieve y arrancando el espadón de sus manos, lanzándolo lejos de él. Se inclinó sobre el humano, riendo mientras hablaba con él.
Era lo que necesitaba.
Espirar, inspirar... Disparar. La flecha voló certera, pero apenas a dos palmos de Karshan emitió un extraño destello y se desvió de su objetivo. Solo fueron unos centímetros, pero lo suficiente para que errara su destino mortal. La flecha se clavó el la espalda del caudillo, justo debajo de la nuca, entre los homoplatos. La semiorca maldijo mientras su mirada se iba hacia las llamas, entre las que pudo ver a Terbal, el chamán de la tribu y clérigo del dios tuerto Gruumsh, ignorando el fuego que envolvía su retorcido y arrugado cuerpo, mostrándole sus amarillos y desgastados dientes en una sonrisa demoníaca.
El caudillo se puso en pie girándose hacia ella mientras partía con un quedo gruñido la flecha que sobresalía de su espalda entre sus grandes dedos. Cuando sus miradas se cruzaron rugió con rabia, cogiendo entre ambas manos su hacha y caminando hacia ella, abriéndose paso entre la batalla como una gigantesca ola que engulle todo a su paso. Ella chasqueó la lengua al comprobar que no le quedaban más flechas. Sus ojos buscaron una escapatoria, o algo que usar a su favor. Cualquier cosa que le diera una oportunidad, por ínfima que fuese. Nada de lo que vio le gustó, mirase a donde mirase, todo parecía anunciar su propia e inminente muerte. Apretó los dientes, colgando el arco al hombro y desenvainando sus puñales. Si iba a morir, al menos lo haría luchando, sacando las garras hasta el último aliento. Entonces, tras el enfurecido caudillo, vio como Lothar se movía en el suelo. "No, ahora no... No lo hagas". El hombre se quedó mirando al cielo, cogiendo entre sus manos temblorosas un recipiente de arcilla y bebiendo su contenido. Comenzó a toser mientras se ponía de rodillas ayudado de las manos para, lentamente, erguirse. Con un grito de rabia el hombre se plantó con firmeza los pies sobre la tierra, ignorando las heridas que cubrían su cuerpo. Su pecho subía y bajaba a un ritmo frenético, mientras de sus labios escapaba un hilo de espuma y sus pupilas se dilataban. Frente a él llegó el combate de un joven humano contra dos orcos, al que Lothar se unió con una gran carcajada. Se lanzó desarmado contra uno de los orcos, saltando sobre su espalda y derribándolo, cogiéndole la cabeza y golpeándola contra el suelo una y otra vez hasta destrozarla y cubrir la nieve con su sangre. El respiro que ofreció al otro humano fue suficiente para que consiguiera deshacerse del segundo orco. Cuando el mercenario fue a darle las gracias a Lothar, éste cogió la espada de las manos del cadáver a sus pies y ensartó el vientre del hombre que sorprendido lo miró perplejo, sin entender por qué su compañero le hacía eso, muriendo ante la indiferente mirada del enloquecido Lothar. No tan siquiera parecía entender lo que acababa de hacer, allí en pie, con la espada en sus manos cubierta de sangre humana, buscando con su mirada algo contra lo que descargar su rabia.
Y lo encontró.
"No, no, no, no", la semiorco salió corriendo hacia él, a la vez que éste lo hacía hacia el caudillo. Karshan se giró para recibir al humano al escuchar la demencial carcajada que nacía de la gargante de Lothar, y se enfrascaron en un combate sin piedad alguna. El humano ignoraba cualquier herida y atacaba llevado por la locura, sin preocuparse en defenderse, sin mostrar miedo alguno, hiriendo al caudillo a cambio de sufrir graves daños. Ya no importaba nada más para ambos, todo se había reducido a ellos. A matar a la persona que tenían frente a sí, aunque les costase la vida.
Entre maldiciones, la semiorco desvió su camino y corrió hacia la orco que había abatido hacía apenas un minuto, sacando la flecha de su garganta. Abrió un pequeño saco de piel y roció el polvo añil de su interior por la punta metálica del proyectil.

El hacha de Karshan golpeó la cabeza de Lothar, haciéndolo caer como una piedra al suelo. El enorme orco miró furioso la espada clavada en su abdomen, arrancándola de un grito y haciendo brotar de la herida una cascada escarlata. Karshan alzó sus poderosos brazos, dispuesto a dar fin a aquella batalla, y entonces ella disparó. Un disparo rápido, un acto reflejo de su cuerpo, una acción desesperada. La flecha se clavó en su pecho. Se castigó a sí misma por no haberse concedido el tiempo suficiente como para asegurarse que el proyectil se hundiría profundamente en su objetivo, pero había actuado sin pensar, sin poder tensar la cuerda lo suficiente. Había sido puro instinto, y su instinto le pedía salvar a su compañero...
Corrió hacia Lothar, pasándole el brazo por encima de los hombros, preocupada por el lamentable estado que presentaba. El humano apenas podía moverse, estaba cubierto de sangre y numerosas heridas graves. La enajenación de la sangre de Nebrug ya lo había abandonado y ahora estaba sufriendo sus consecuencias. Lothar permanecía semiinconsciente, con los ojos en blanco y sufriendo una serie de espasmos y arcadas que lo sacudían mientras de su boca colgaba un hilo de vómito sanguinolento.
Con esfuerzo se puso en pie cargando con el humano, alejándose lo más rápida que pudo de ese lugar, ignorando la enorme mole que era Karshan cuando éste cayó al suelo. "Con suerte el veneno acabará contigo. No será una muerte digna, caudillo, pero tú no mereces otra cosa...". Se encaminó con pasos rápidos hacia el bosque arrastrando al humano, tratando de acallar los gritos que aún se alzaban hacia la noche, clamando clemencia a sus despiadados enemigos, contándole las muertes horribles que esa noche tendrían lugar.
Miró atrás una última vez. Sintió odio hacia el brujo Telbar al verlo junto a su caudillo. Sintió odio hacia sí misma al ver a Idris luchando junto al resto de humanos en una batalla ya condenada mientras ella los abandonaba.
Sintió odio hacia Lothar porque al final, de nuevo, no pudo dejarlo morir...
Mientras se perdían en la oscuridad de la espesura, el viento arrastró la voz de Telbar hacia sus oídos.
- N topahathat rja tozobzaukhatu ha Gruumsh, zhatahu. Ku ohog takku to kahah ha ng kohohug, bohu ga guphogago ha a bukmuna, o Bhato no uhozo ka kogu zharaku.
[Tu debilidad ha decepcionado a Gruumsh, caudillo. No eres digno de guiar a tus guerreros en la batalla, pero si sobrevives a la ponzoña, el Padre te ofrece un nuevo camino.]
El crepitar del fuego, los sonidos de la batalla y el silbido del viento entre las hojas de los árboles fueron ahogados por el desgarrador grito de agonía que emitió Karshan. Pero ya nada de eso importaba para ella, no podía mirar atrás, no podía llorar por sus compañeros caídos.
Siguió adelante, alejándose más y más, hasta dejar todo sonido de la carnicería atrás. En la soledad de la noche, un sentimiento de deja vu azotó su mente mientras huía en la noche entre los árboles, arrastrando consigo a Lothar.
Invierno del año 1553...
Había sido una mala idea. La banda de mercenarios no estaba preparada para aquello. El valor, o más bien la insensatez, no sirven de nada durante una verdadera batalla. Trató de persuadirlos durante días cuando Idris, el joven elfo que lideraba a los hombres y mujeres del pueblo humano que conformaban el resto de la compañía, sin contarla a ella misma, claro, habló de la recompensa que ofrecían por erradicar a una tribu de orcos llamada Kozhak. Ella la conocía muy bien, pero sabía que en cuanto Lothar escuchara aquel nombre ya no habría vuelta atrás, y así fue. Debería haber huido, debería haberlos dejado a todos atrás, a ella no le importaba el dinero, ni la falsa idea de que ayudaban a Faerûn, había sacrificado demasiado para seguir viva y no quería echarlo todo por tierra por la ceguera de aquellos desdichados. Pero ahí estaba, cubierta de sudor y sangre... Al final, ella era igual de estúpida que los humanos a los que acompañaba.
Frustrada, la semiorco apuñaló repetidamente el pecho del enorme guerrero orco que había acudido a su encuentro, gritando mientras apartaba el cuerpo sin vida de éste al suelo. Las chozas de la tribu Kozhak estaban en llamas, extendiendo el incendio hacia los árboles que rodeaban el claro en el que se asentaba el campamento. El humo hacía que le lloraran los ojos y le picara la garganta, pero lo más molesto era que le dificultaba ver lo que sucedía y la hacía toser mientras se habría paso a través de la masacre que estaba teniendo lugar.
Se ocultó tras una formación rocosa cercana a la falda de la montaña que cubría la parte este del campamento, aprovechando para tomar un respiro y poder estudiar la situación, aunque sabía lo que estaba ocurriendo. El viento que bajaba del Espinazo del Mundo, frío y cortante, alimentaba las llamas que lenta pero inexorablemente consumían el lugar. Los gritos de agonía de los humanos hablaban por sí solos de la desolación que se cernía sobre ellos. El pecho de la semiorco subía y bajaba mientras trataba de controlar su respiración y serenarse, era fácil dejarse llevar por el pánico en ese pequeño infierno, pero no era momento para dejar relucir las debilidades. Echó mano al arco, cogiendo una de las pocas flechas que aún quedaban en el carcaj y preparándola mientras se asomaba por encima de la roca tras la que se resguardaba. Era una cazadora, los Kozhak solo eran presas para ella, tenía que pensar de ese modo y someter sus emociones a su voluntad. Aquello no era distinto a una cacería.
Entre columnas de humo y llamas, los orcos luchaban contra los humanos en una batalla cruel y sangrienta, donde los desdichados pielesblandas estaban siendo aplastados. Maldijo en silencio a Lothar, sino fuese por su estúpida sed de venganza podrían haber tenido una oportunidad... Avisó a Idris, trató de disuadirlo, ¡pero nadie la escuchó! Buscó al guerrero por el campo de batalla, vislumbrando escenas horribles. Superados por sus enemigos y sedientos de sangre, los humanos pasaban por la espada a niños y ancianos de la tribu, enajenados por la locura de la batalla y ebrios de lo que consideraban justicia. La semiorca sintió un nudo en el estómago, sabiéndose responsable de aquello. Tendría que haber huido, tendría que haberse largado, pero al final los guió ella misma... Espiró, inspiró, tensó la cuerda y disparó una, dos, tres veces contra los hombres con quienes la noche anterior había compartido comida y risas. Cada disparo fue certero y mortal, pero el daño que había causado ya estaba hecho. Ahogó cualquier muestra de culpabilidad por lo que estaba haciendo. Ya había decepcionado a la Bestia una vez, ya se había apartado de su camino, pero aún creía firmemente en algo: una batalla contra un enemigo herido o indefenso equivale a la muerte del alma del guerrero. Les dio una muerte rápida, antes de que se hundieran aún más a sí mismos.
Llevó nuevamente la mano al carcaj, tratando de ver entre las lágrimas que hacían brotar el polvo y las cenizas que flotaban en el aire. Solo quedaban dos flechas... Cogió una entre sus dedos y volvió a preparar el arco. Había decenas de combates simultáneos, los gritos y el sonido del acero y la destrucción enturbiaban sus sentidos. Allí dónde mirase solo había muerte, grupos de humanos luchando desesperados contra la ira de los orcos a los que habían osado asaltar, resbalando en la nieve ennegrecida que cubría la tierra, tratando de sobrevivir al caos en el que se habían visto envueltos. Muchos de ellos eran demasiado jóvenes para comprender a lo que se enfrentaban, tan solo eran hombres y mujeres que creían estar haciendo el bien. Apretó los dientes, disparando contra una hembra orco apunto de aplastar a Idris, perforando la garganta de la guerrera. A pesar de ello aquella criatura pudo atacar al joven elfo en un último acto de desafío a la muerte, con la suerte de que el aguijonazo mortal la hizo tambalearse lo suficiente como para que la punta de la lanza que esgrimía no empalara por completo a su rival, aunque le profirió una profunda herida. La hembra cayó de rodillas al suelo, llevándose las manos a la flecha que atravesaba de lado a lado su cuello, y haciéndola caer a los pies del afortunado Idris, que no se paró a pensar en lo que acababa de suceder y clavó su elegante estoque en el cráneo de la orco moribunda. El líder de los mercenarios miró a su alrededor y acudió presto a ayudar a un grupo de humanos cercanos que estaban siendo aplastados por la superioridad de sus rivales.
Un grito gutural atrajo al instante su atención, y cuando encontró a la persona de cuya garganta había nacido tal desgarrador sonido, se le heló la sangre. "Idiota, no tienes que morir aquí...", pensó mientras palpaba el carcaj para asir así la última flecha. Lothar caminaba a trompicones, deshaciéndose de un modo brutal de los orcos que salían a su paso, sin dejar de gritar en la lengua orca desafíos y amenazas. No fue necesario ver los ojos del humano, sabía que estaba loco de rabia, como un perro salvaje y hambriento al que soltaran la correa que lo había contenido durante años. Se fijó en el espadón que esgrimía, era la primera vez que lo sacaba de su vaina desde que lo salvó hacía ya tantos años. Era una idiota, nunca debería haberle permitido ir a ese lugar de nuevo, en el fondo sabía que Lothar no iba a poder contenerse. "Tonta, imbécil, solo deseabas poder confiar en él...". Furiosa consigo misma colocó la flecha en la cuerda trenzada, tomando una profunda bocanada de aire mientras tensaba lentamente. "Te dije que lo haría, te lo advertí...".
Le temblaba el pulso mientras sus ojos se clavaban en el humano, herido y agotado, cubierto de sangre y cenizas, que seguía adelante ignorando lo que sucedía a su alrededor, ignorante de la muerte que asolaba a los que habían sido sus compañeros. Pasó en más de una ocasión junto a otros humanos que pedían su ayuda, pero éste ni tan siquiera se paraba a mirarlos. No tenía oídos ni ojos para ellos, y ni tan siquiera sus sangrientas muertes frenaban sus pasos. "En el fondo solo eres un animal salvaje más...", espiró, inspiró, y preparó el disparo. "Una bestia herida merece una muerte piadosa... Perdóname...", pero cuando estuvo a punto de soltar la flecha, el humano se detuvo y dejó de gritar como un poseso, apoyando la punta de su arma en el suelo. Los orcos que habían comenzado a rodearlo lo ignoraron, corriendo hacia otras zonas del campo de batalla para continuar la carnicería. Ella no tardó en comprender la razón.
Allí estaba, alto como como un árbol, fuerte como un oso.
"Karshan" dejó escapar entre dientes la semiorca con resentimiento. El fuego relucía en los pequeños ojos del caudillo orco, iluminando sus potentes músculos, mostrando como se tensaban a cada movimiento con si fuesen de acero. Sin pensárselo un segundo más apuntó hacia el enorme orco, quién miraba con desprecio a Lothar, profiriendo una espeluznante carcajada mientras soltaba la cabeza aplastada con sus propias manos de uno de los muchos humanos que hoy estaban muriendo en ese lugar. A los pies del orco yacían varios cadáveres más, todos con heridas horribles, sin haber tenido ninguna oportunidad. El humano que estaba a varios metros de él se mantuvo inmóvil, mirándolo en silencio. Solo los dioses sabían en qué estaba pensando Lothar al ver a la criatura que durante tanto tiempo había culpado por todas sus miserias, pero a Karshan no le importaba ni uno solo de esos pensamientos. El caudillo alzó su hacha de batalla y comenzó a correr hacia el petrificado hombre. Ella contuvo el aire en sus pulmones, molesta al sentir como le temblaba la mano mientras apuntaba al orco, angustiada por la certeza de que solo tenía un disparo, y si fallaba, no tendría otra oportunidad. No contra él.
El caudillo embistió contra Lothar, descargando un golpe brutal contra él. El humano reaccionó en el último momento, levantando su arma lo justo para desviar el golpe. La hoja del espadón emitió un brillo radiante cuando ambas armas chocaron, pero el humano no pudo soportar la potencia del golpe y dio un pequeño traspié a la vez que un dolor punzante recorría sus brazos, haciendo que casi suelte la empuñadura el arma. El orco no perdió un segundo ni ofreció oportunidad al humano para reponerse de la salvaje embestida, asestando al humano un puñetazo en el rostro que contenía la potencia de diez enanos martilleando. Lothar cayó de rodillas al suelo, aturdido ante semejante golpe. El hacha volvió a precipitarse hacia el humano, buscando partirlo en dos en un único tajo, pero este consiguió detener el ataque.
"Eso es. Ese es mi perro. Vamos, muerde, ofréceme un buen disparo...". Con una patada en la cara, el caudillo arrojó de nuevo al humano de bruces al suelo, que se desplomó como un saco pesado y húmedo. Quedó tirado boca abajo, intentando arrastrarse y girarse, pero fue inútil. El caudillo pisó su cabeza contra el suelo, aplastándola contra la nieve y arrancando el espadón de sus manos, lanzándolo lejos de él. Se inclinó sobre el humano, riendo mientras hablaba con él.
Era lo que necesitaba.
Espirar, inspirar... Disparar. La flecha voló certera, pero apenas a dos palmos de Karshan emitió un extraño destello y se desvió de su objetivo. Solo fueron unos centímetros, pero lo suficiente para que errara su destino mortal. La flecha se clavó el la espalda del caudillo, justo debajo de la nuca, entre los homoplatos. La semiorca maldijo mientras su mirada se iba hacia las llamas, entre las que pudo ver a Terbal, el chamán de la tribu y clérigo del dios tuerto Gruumsh, ignorando el fuego que envolvía su retorcido y arrugado cuerpo, mostrándole sus amarillos y desgastados dientes en una sonrisa demoníaca.
El caudillo se puso en pie girándose hacia ella mientras partía con un quedo gruñido la flecha que sobresalía de su espalda entre sus grandes dedos. Cuando sus miradas se cruzaron rugió con rabia, cogiendo entre ambas manos su hacha y caminando hacia ella, abriéndose paso entre la batalla como una gigantesca ola que engulle todo a su paso. Ella chasqueó la lengua al comprobar que no le quedaban más flechas. Sus ojos buscaron una escapatoria, o algo que usar a su favor. Cualquier cosa que le diera una oportunidad, por ínfima que fuese. Nada de lo que vio le gustó, mirase a donde mirase, todo parecía anunciar su propia e inminente muerte. Apretó los dientes, colgando el arco al hombro y desenvainando sus puñales. Si iba a morir, al menos lo haría luchando, sacando las garras hasta el último aliento. Entonces, tras el enfurecido caudillo, vio como Lothar se movía en el suelo. "No, ahora no... No lo hagas". El hombre se quedó mirando al cielo, cogiendo entre sus manos temblorosas un recipiente de arcilla y bebiendo su contenido. Comenzó a toser mientras se ponía de rodillas ayudado de las manos para, lentamente, erguirse. Con un grito de rabia el hombre se plantó con firmeza los pies sobre la tierra, ignorando las heridas que cubrían su cuerpo. Su pecho subía y bajaba a un ritmo frenético, mientras de sus labios escapaba un hilo de espuma y sus pupilas se dilataban. Frente a él llegó el combate de un joven humano contra dos orcos, al que Lothar se unió con una gran carcajada. Se lanzó desarmado contra uno de los orcos, saltando sobre su espalda y derribándolo, cogiéndole la cabeza y golpeándola contra el suelo una y otra vez hasta destrozarla y cubrir la nieve con su sangre. El respiro que ofreció al otro humano fue suficiente para que consiguiera deshacerse del segundo orco. Cuando el mercenario fue a darle las gracias a Lothar, éste cogió la espada de las manos del cadáver a sus pies y ensartó el vientre del hombre que sorprendido lo miró perplejo, sin entender por qué su compañero le hacía eso, muriendo ante la indiferente mirada del enloquecido Lothar. No tan siquiera parecía entender lo que acababa de hacer, allí en pie, con la espada en sus manos cubierta de sangre humana, buscando con su mirada algo contra lo que descargar su rabia.
Y lo encontró.
"No, no, no, no", la semiorco salió corriendo hacia él, a la vez que éste lo hacía hacia el caudillo. Karshan se giró para recibir al humano al escuchar la demencial carcajada que nacía de la gargante de Lothar, y se enfrascaron en un combate sin piedad alguna. El humano ignoraba cualquier herida y atacaba llevado por la locura, sin preocuparse en defenderse, sin mostrar miedo alguno, hiriendo al caudillo a cambio de sufrir graves daños. Ya no importaba nada más para ambos, todo se había reducido a ellos. A matar a la persona que tenían frente a sí, aunque les costase la vida.
Entre maldiciones, la semiorco desvió su camino y corrió hacia la orco que había abatido hacía apenas un minuto, sacando la flecha de su garganta. Abrió un pequeño saco de piel y roció el polvo añil de su interior por la punta metálica del proyectil.

El hacha de Karshan golpeó la cabeza de Lothar, haciéndolo caer como una piedra al suelo. El enorme orco miró furioso la espada clavada en su abdomen, arrancándola de un grito y haciendo brotar de la herida una cascada escarlata. Karshan alzó sus poderosos brazos, dispuesto a dar fin a aquella batalla, y entonces ella disparó. Un disparo rápido, un acto reflejo de su cuerpo, una acción desesperada. La flecha se clavó en su pecho. Se castigó a sí misma por no haberse concedido el tiempo suficiente como para asegurarse que el proyectil se hundiría profundamente en su objetivo, pero había actuado sin pensar, sin poder tensar la cuerda lo suficiente. Había sido puro instinto, y su instinto le pedía salvar a su compañero...
Corrió hacia Lothar, pasándole el brazo por encima de los hombros, preocupada por el lamentable estado que presentaba. El humano apenas podía moverse, estaba cubierto de sangre y numerosas heridas graves. La enajenación de la sangre de Nebrug ya lo había abandonado y ahora estaba sufriendo sus consecuencias. Lothar permanecía semiinconsciente, con los ojos en blanco y sufriendo una serie de espasmos y arcadas que lo sacudían mientras de su boca colgaba un hilo de vómito sanguinolento.
Con esfuerzo se puso en pie cargando con el humano, alejándose lo más rápida que pudo de ese lugar, ignorando la enorme mole que era Karshan cuando éste cayó al suelo. "Con suerte el veneno acabará contigo. No será una muerte digna, caudillo, pero tú no mereces otra cosa...". Se encaminó con pasos rápidos hacia el bosque arrastrando al humano, tratando de acallar los gritos que aún se alzaban hacia la noche, clamando clemencia a sus despiadados enemigos, contándole las muertes horribles que esa noche tendrían lugar.
Miró atrás una última vez. Sintió odio hacia el brujo Telbar al verlo junto a su caudillo. Sintió odio hacia sí misma al ver a Idris luchando junto al resto de humanos en una batalla ya condenada mientras ella los abandonaba.
Sintió odio hacia Lothar porque al final, de nuevo, no pudo dejarlo morir...
Mientras se perdían en la oscuridad de la espesura, el viento arrastró la voz de Telbar hacia sus oídos.
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[Tu debilidad ha decepcionado a Gruumsh, caudillo. No eres digno de guiar a tus guerreros en la batalla, pero si sobrevives a la ponzoña, el Padre te ofrece un nuevo camino.]
El crepitar del fuego, los sonidos de la batalla y el silbido del viento entre las hojas de los árboles fueron ahogados por el desgarrador grito de agonía que emitió Karshan. Pero ya nada de eso importaba para ella, no podía mirar atrás, no podía llorar por sus compañeros caídos.
Siguió adelante, alejándose más y más, hasta dejar todo sonido de la carnicería atrás. En la soledad de la noche, un sentimiento de deja vu azotó su mente mientras huía en la noche entre los árboles, arrastrando consigo a Lothar.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
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Agh, ...
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- Jabalí Terrible
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- Registrado: Lun Abr 02, 2018 7:42 am
- Cuenta en el servidor: Lothar
Re: Crónicas de Lothar
- ESTIGMA DE CULPA:
Madrugada de una noche de Mirtul, Año 1564. Villanieve

(No me va el escáner y mi cámara es una caca. Cuando consiga una versión mejor lo editaré)
Madrugada de una noche de Mirtul, Año 1564. Villanieve

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Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
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Agh, ...
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Re: Crónicas de Lothar
LA VOZ DE LOS INOCENTES [LA JUSTICIA DE TYR: LOS MÁS BUSCADOS - SVAUN HACHAINVERNAL]
"Así es, yo encontré al semiorco, ¡y salvé su puñetero cuello!". La voz del guerrero tuerto resonaba en el salón de la Rosa y el Martillo, hablando con orgullo etílico mientras bebía acompañado de algunos de los parroquianos del lugar. Las risas y el escándalo habitual de la posada apenas silenciaban la animada y entusiasta historia que el hombre, ebrio hasta las trancas, contaba mientras cada vez más curiosos se acercaban a escuchar, atraídos además por el derroche de dinero en invitar a todos que éste estaba haciendo. Aunque no todos estaban allí por el alcohol y la comida gratis, o al menos no la mayoría. Algunos lanzaban preguntas al hombre constantemente, interrumpiéndolo a costa de recibir algunos insultos que rápidamente desaparecían tras su inusitada sonrisa.
"No estaba solo, no. ¡Cuando encontré a ese feo leñador me acompañaba Lajato, el mediano! Sí, ese, el de los McDelawer de toda la vida, sea lo que sea eso. ¡No, no hacía de "líder"! Diablos, no creáis todo lo que diga esa pequeña boca mentirosa, ni un cerdo sin ganas de vivir lo seguiría al matadero. Olvidaos de él y sigamos, maldita sea. Seguimos las indicaciones ofrecidas por el templo de Tyr, que lo situaban en el camina hacia Adbar. Se me helaron las pelotas al llegar, pero el lugar estaba tranquilo. Demasiado tranquilo, ya sabéis. Rastreamos la zona, y no tardé en encontrar su pista, a pesar de que el mediano se había perdido dando vueltas sobre sí mismo. ¡Eh, mesera, otra ronda, vamos, que no tenemos toda la noche!"
Las palabras del guerrero fueron recibidas con vitores y aplausos, mientras éste terminaba el contenido de su jarra y se limpiaba la espuma del bigote. Lanzó una bolsa llena de monedas sobre la mesa, y se recostó en la silla, dejando escapar un sonoro eructo. Había mucho más dinero de lo que podían costar las bebidas, pero no pareció darle importancia.
"Hallamos a... ¿cómo se llamaba? ¿Sven, Svan? ¡¡Svaun!! Sí, Svaun. Lo encontramos rodeado de cadáveres. El infeliz estaba cubierto de sangre y arañazos, mirando los cuerpos sin vida a sus pies. Iba armado con un instrumento que he visto en pocas ocasiones, pero las suficientes como para saber que en buenas manos es una herramienta mortífera como pocas: un hacha doble orca. Salimos a su encuentro dispuestos a reducirlo, pero su mirada... Baje el arma ante esa mirada, y tras una conversación supe que él no había asesinado a su familia. O eso quise creer, ¡ese imbécil ni tan siquiera sabía que había una orden de búsqueda y captura contra él, que el templo de Tyr pagaba por su cabeza!"
Las bebidas llegaron, junto a un estofado recién hecho que desprendía un aroma delicioso. Todos comieron y bebieron, aunque el guerrero mantuvo su plato vacío en todo momento.
"No sé como podéis tener hambre a estas horas. Se me revuelve el estómago solo de veros engullir como cerdos. ¿Que quién asesinó a la familia del semiorco? Pues veréis, los guardias de Fuerte Nuevo vieron a Svaun hacha en mano entre los cadáveres de su esposa e hijos, pero eso es porque llegaron tarde, o porque necesitaban una historia que lo señalara a él como el asesino, porque todos esos guardias son unso bastardos come heces de trasgo. Pero no seáis impacientes, estaba hablando del encuentro con Svaun, ¿verdad? Pues el semiorco llevaba una semana tratando de atrapar al verdadero asesino, un enorme hombre lobo de pelaje negro. La sangre que los estúpidos guardias vieron en su arma era de la herida que el leñador infligió al licántropo en el pecho" – con una sonrisa siniestra el guerrero se pasó el dedo por el pecho, desde el hombro derecho a la parte baja izquierda del abdomen -. "Había asesinado a muchas de esas bestias en su búsqueda venganza, pero ninguna era la que buscaba. Me sorprendió que un simple leñador fuese capaz de algo así, pero la sangre orca otorga una fuerza animal, y la sed de venganza... la sed de justa venganza es el arma más poderosa y mortal. Tras convencer al triste desdichado de que se mantuviera apartado de los caminos y prometimos ayudarle, nos marchamos, acordando un punto de reunión cercano, un lugar al que solían acudir druidas y exploradores y que parecía seguro. Por supuesto, le advertí de que, si mentía, entregaría su cabeza sin contemplaciones. No me gusta que se aprovechen de mí, ¡todos saben que soy un buen hombre!".
Acompañó la última frase de una sonora carcajada, que terminó volviéndose amarga y sabiendo a cenizas en su lengua. La orgía de alcohol continuó, mientras el guerrero contaba que pasaron algunos días antes de continuar la búsqueda. Esta vez se rodeó de gente más capaz, que pudiera distinguir la verdad de una oportuna mentira.
"Aku es un hombre sensato, y cuando le contamos la situación se prestó a ayudar. También nos acompañó Pepe, es más molesto que despertar con las pelotas de un troll en la boca, pero los dioses me castiguen si no sabe usar esa lengua suya tan bien como un afilado puñal impregnado en veneno. Los asesinatos por los que se condenaba a Svaun sucedieron en Fuerte Nuevo, así que acudimos allí. Cerca hay un campamento gitano, y si sabes como ganarte su confianza, son de gran ayuda. Nadie tiene más ojos en los caminos que ellos. Compartimos cena y bebida bajo la luna mientras Aku se los camelaba, y descubrimos que la misma en la que el leñador había "asesinado" a su gente, vieron dos figuras en la noche, en dirección al camino de la bifurcación. Una era enorme y se movía a gran velocidad aunque con movimientos erráticos, la otra era alguien armado."
Muchos de los animados oyentes comenzaron a hacer sus propias suposiciones sobre quienes eran esas figuras, y acertaron, claro. ¡Tampoco había muchas más opciones!
"Seguimos más pistas, hablando con otros viajeros, y usando la brujería del mago Satori, al cual reclutamos de forma preventiva. ¡Yo apenas sabía nada sobre licántropos, necesitábamos a alguna rata de biblioteca que supiese como aplastar a esos seres! Terminando llegando a la posada del Descanso de los páramos. Ese tugurio siempre está lleno de borrachos pendencieros, pero sirven buena cerveza y ofrecen una cama caliente a los viajeros. ¡No, claro que no es mejor que la Rosa y el Martillo, su dueño es un enano demasiado espabilado para mi gusto! ¿Queréis dejar de enredar mis palabras y escuchar? Yo no he dicho que el Martilo y Rosa sean idiotas, ¡¡callad de una vez!!"
Gruñidos y risas terminaron en un brindis por la Rosa y el Martillo, y en una nueva ronda de alcohol, mientras cada vez se unían más personas al círculo que rodeaba al viajero.
"Puñeteros borrachos, uno no puede intentar contar una historia de forma seria... Me lamento de los juglares que acaben con vosotros como público. Sí, sí, voy a seguir, déjame que moje un poco el gaznate. Bien, pues como iba diciendo, terminamos en aquel tugurio. Pepe se largó después de... un incidente con algunos hombres lobo... - su voz se volvió algo fría en su última frase, mientras su mirada caía hacia el alcohol que rebosaba en su jarra, dando un largo trago y soltando una carcajada que rompió la fina capa de hielo que parecía haber comenzado a envolverlo -, así que convencimos al elfo listillo para que se ocupara de hablar. Conoce muchas palabras rimbonbantes, desde luego, aunque ese día pude darme cuenta de que pensaba que se expresaba mejor de lo que en realidad lo hace. Todo el día rodeado de palabras para al final utilizarlas de un modo tan... aburrido, aunque muy directo. ¡Pero funcionó, diablos que si funcionó! Hacía pocos días había llegado un hombre a la posada, y su descripción era similar a la que nos habían dado durante la búsqueda. Un hombre encapuchado y vestido de negro. ¡Nunca os fiéis de alguien así! - señala a uno de los medianos sentados en un rincón oscuro de la taberna -. Ese malnacido por ejemplo solo quiere vuestro dinero, y si no lo consigue dandoos su "ayuda", no dudará en rajar vuestras bolsas y robar las pocas monedas que llevéis encima."
Una discusión entre los defensores y retractores del mediano interrumpió la historia del guerrero, que observó en silencio como la situación parecía descontrolarse, decidiendo separar a los afectados. No quería que nadie sufriera daños por un miserable como Biagrin, aunque la verdad es que había gente mucho peor que él en Nevesmortas, y había que admitir que al menos el mediano trataba de ganarse la vida aunque fuese a costa de otros...
"¡Ya basta! Solo era un ejemplo, no es necesario que os liéis a mamporros por una estupidez así. ¡Muchos piensan que yo soy un desgraciado y no me importa! Ahora volved a coger vuestras bebidas y relajad el culo, o me lió a patadas con ellos hasta que entréis en razón u os lo deje molido. Perfecto, sigamos con mi gran hazaña, ¡que de eso va todo esto, joder! Sí, allí se hospedaba alguien que encajaba con lo que buscábamos. El elfo imaginaba que ese encapuchado era el hombre lobo en su forma humana, ya que alguien lo había visto hacía una semana moverse en dirección a ese mismo lugar, arrastrándose herido. Podría haberse cruzado con algún oso hambriento... Pero no fue así, hay monstruos que se agarran a la vida como una mala hierba. Algo que me hizo dudar fue que el huésped del que nos hablaba el posadero no parecía herido, pero al parecer los licántropos sanan rápidamente. Odio que sea tan difícil matar a ese tipo de repugnantes bestias, sin duda los dioses ofrecen su mano a cualquiera. Nos costó sacarle más información, porque al parecer ese tipo había pagado bastante bien por su habitación, pero terminó diciéndonos más que suficiente. El tipo se llamaba Lyoben, y estaba buscando a alguien por el lugar. En ese momento comprendimos que no solo Svaun estaba buscando al asesino de su familia, sino que éste mismo estaba buscándolo a él para silenciar la verdad."
"Satori tuvo entonces una buena idea, alquilar una habitación y aprovechar para fisgonear en la del tal Lyoben. Yo quería salir cuanto antes y darle caza a aquel bastardo, pero tuve que admitir que detenernos unos minutos era necesario. Diablos, lo cierto es que estaba agotado, apenas habíamos parado en días. ¿Que si conseguimos encontrar la habitación? ¡Pues claro, el mago tiene un bicho diminuto y llorón capaz de abrir cualquier cerraduraa! La habitación estaba hecha un desastre, pero encontramos algo muy útil: un mapa y una carta. Al principio malinterpretamos la carta, creyendo que Svaun había hecho negocios con alguna sociedad criminal y que, al incumplir su parte, ésta tomó represalias contra él asesinando a su familia. Pero más tarde comprendimos que no era eso lo que decía el mensaje: alguien había estado extorsionando al leñador, pero cansado de la situación el semiorco decidió desafiarlos y dejar de pagarles. Por desgracia para él, su valor terminó con la vida de todo lo que había amado. Los dioses tienen un sentido del humor retorcido".
"Finalmente, estaba el mapa. Era de la zona de Adbar y sus alrededor, y habían marcado el claro en el que habíamos acordado encontrarnos con Svaun en caso de encontrar al hombre lobo. Llegados ese punto, teníamos suficiente, y cada segundo estaba en nuestra contra. Aceleramos el paso, y, ¿adivináis que encontramos al llegar al lugar? ¡Exacto, al puñetero Lyoben! El muy hideputa intentó engañarnos y jugar con las palabras retorciéndolas en su favor para hacernos dudar. ¡Pero estaba tan claro que estaba mintiendo que no tardamos en señalarlo como el verdadero asesino! Tengo que decir que ese despreciable hombre tenía los huevos bien puestos. No le tembló el pulso al desenvainar sus armas, a pesar de que eramos cuatro contra uno. Pero fue una batalla corta para él, y para todos – el guerrero escupió al suelo, gruñendo y hablando con tono frustrado -, ¡no sé qué diantres ocurrió, pero apenas estaba preparando mi espada, viendo como extrañas sombras tomaban forma alrededor del asesino, cuando de pronto el miserables se había convertido en una estatua ambarina. Tampoco había rastro de la oscuridad que había visto apenas un segundo."
El guerrero se levantó con torpeza, terminando con su bebida, metiendo la mano en el zurrón lanzando algunas monedas más sobre la mesa.
"El resto ya es historia. Svaun apareció, aclaramos la situación descubriendo que Fuerte Nuevo es un maldito nido de ratas corruptas, viajamos a Sundabar, entregamos al semiorco y al asesino, contamos toda la historia, y, finalmente, la justicia hizo bien su trabajo y retiraron todos los cargos contra el leñador. Solo espero que el verdadero asesino sea castigado como es debido, y su cabeza ruede por el suelo tal y como pedían la del semiorco. Y que todos los que formaron parte en este complor desde Fuerte Nuevo terminen entre rejas. Sí, me pagaron muy bien, eso es lo que queda de la recompensa. Bebed a mi salud, yo me voy a dormir antes de que despierte en un callejón oliendo a mi propia orina".
Dejó la fiesta atrás, apoyándose en la pared mientras ascendía lentamente los escalones. No había hablado sobre la firma de la carta, de aquella "Gran Sombra", era algo que se guardaba para él, por si de nuevo la justicia fallaba, y necesitaba un empujón por su parte...
"Así es, yo encontré al semiorco, ¡y salvé su puñetero cuello!". La voz del guerrero tuerto resonaba en el salón de la Rosa y el Martillo, hablando con orgullo etílico mientras bebía acompañado de algunos de los parroquianos del lugar. Las risas y el escándalo habitual de la posada apenas silenciaban la animada y entusiasta historia que el hombre, ebrio hasta las trancas, contaba mientras cada vez más curiosos se acercaban a escuchar, atraídos además por el derroche de dinero en invitar a todos que éste estaba haciendo. Aunque no todos estaban allí por el alcohol y la comida gratis, o al menos no la mayoría. Algunos lanzaban preguntas al hombre constantemente, interrumpiéndolo a costa de recibir algunos insultos que rápidamente desaparecían tras su inusitada sonrisa.
"No estaba solo, no. ¡Cuando encontré a ese feo leñador me acompañaba Lajato, el mediano! Sí, ese, el de los McDelawer de toda la vida, sea lo que sea eso. ¡No, no hacía de "líder"! Diablos, no creáis todo lo que diga esa pequeña boca mentirosa, ni un cerdo sin ganas de vivir lo seguiría al matadero. Olvidaos de él y sigamos, maldita sea. Seguimos las indicaciones ofrecidas por el templo de Tyr, que lo situaban en el camina hacia Adbar. Se me helaron las pelotas al llegar, pero el lugar estaba tranquilo. Demasiado tranquilo, ya sabéis. Rastreamos la zona, y no tardé en encontrar su pista, a pesar de que el mediano se había perdido dando vueltas sobre sí mismo. ¡Eh, mesera, otra ronda, vamos, que no tenemos toda la noche!"
Las palabras del guerrero fueron recibidas con vitores y aplausos, mientras éste terminaba el contenido de su jarra y se limpiaba la espuma del bigote. Lanzó una bolsa llena de monedas sobre la mesa, y se recostó en la silla, dejando escapar un sonoro eructo. Había mucho más dinero de lo que podían costar las bebidas, pero no pareció darle importancia.
"Hallamos a... ¿cómo se llamaba? ¿Sven, Svan? ¡¡Svaun!! Sí, Svaun. Lo encontramos rodeado de cadáveres. El infeliz estaba cubierto de sangre y arañazos, mirando los cuerpos sin vida a sus pies. Iba armado con un instrumento que he visto en pocas ocasiones, pero las suficientes como para saber que en buenas manos es una herramienta mortífera como pocas: un hacha doble orca. Salimos a su encuentro dispuestos a reducirlo, pero su mirada... Baje el arma ante esa mirada, y tras una conversación supe que él no había asesinado a su familia. O eso quise creer, ¡ese imbécil ni tan siquiera sabía que había una orden de búsqueda y captura contra él, que el templo de Tyr pagaba por su cabeza!"
Las bebidas llegaron, junto a un estofado recién hecho que desprendía un aroma delicioso. Todos comieron y bebieron, aunque el guerrero mantuvo su plato vacío en todo momento.
"No sé como podéis tener hambre a estas horas. Se me revuelve el estómago solo de veros engullir como cerdos. ¿Que quién asesinó a la familia del semiorco? Pues veréis, los guardias de Fuerte Nuevo vieron a Svaun hacha en mano entre los cadáveres de su esposa e hijos, pero eso es porque llegaron tarde, o porque necesitaban una historia que lo señalara a él como el asesino, porque todos esos guardias son unso bastardos come heces de trasgo. Pero no seáis impacientes, estaba hablando del encuentro con Svaun, ¿verdad? Pues el semiorco llevaba una semana tratando de atrapar al verdadero asesino, un enorme hombre lobo de pelaje negro. La sangre que los estúpidos guardias vieron en su arma era de la herida que el leñador infligió al licántropo en el pecho" – con una sonrisa siniestra el guerrero se pasó el dedo por el pecho, desde el hombro derecho a la parte baja izquierda del abdomen -. "Había asesinado a muchas de esas bestias en su búsqueda venganza, pero ninguna era la que buscaba. Me sorprendió que un simple leñador fuese capaz de algo así, pero la sangre orca otorga una fuerza animal, y la sed de venganza... la sed de justa venganza es el arma más poderosa y mortal. Tras convencer al triste desdichado de que se mantuviera apartado de los caminos y prometimos ayudarle, nos marchamos, acordando un punto de reunión cercano, un lugar al que solían acudir druidas y exploradores y que parecía seguro. Por supuesto, le advertí de que, si mentía, entregaría su cabeza sin contemplaciones. No me gusta que se aprovechen de mí, ¡todos saben que soy un buen hombre!".
Acompañó la última frase de una sonora carcajada, que terminó volviéndose amarga y sabiendo a cenizas en su lengua. La orgía de alcohol continuó, mientras el guerrero contaba que pasaron algunos días antes de continuar la búsqueda. Esta vez se rodeó de gente más capaz, que pudiera distinguir la verdad de una oportuna mentira.
"Aku es un hombre sensato, y cuando le contamos la situación se prestó a ayudar. También nos acompañó Pepe, es más molesto que despertar con las pelotas de un troll en la boca, pero los dioses me castiguen si no sabe usar esa lengua suya tan bien como un afilado puñal impregnado en veneno. Los asesinatos por los que se condenaba a Svaun sucedieron en Fuerte Nuevo, así que acudimos allí. Cerca hay un campamento gitano, y si sabes como ganarte su confianza, son de gran ayuda. Nadie tiene más ojos en los caminos que ellos. Compartimos cena y bebida bajo la luna mientras Aku se los camelaba, y descubrimos que la misma en la que el leñador había "asesinado" a su gente, vieron dos figuras en la noche, en dirección al camino de la bifurcación. Una era enorme y se movía a gran velocidad aunque con movimientos erráticos, la otra era alguien armado."
Muchos de los animados oyentes comenzaron a hacer sus propias suposiciones sobre quienes eran esas figuras, y acertaron, claro. ¡Tampoco había muchas más opciones!
"Seguimos más pistas, hablando con otros viajeros, y usando la brujería del mago Satori, al cual reclutamos de forma preventiva. ¡Yo apenas sabía nada sobre licántropos, necesitábamos a alguna rata de biblioteca que supiese como aplastar a esos seres! Terminando llegando a la posada del Descanso de los páramos. Ese tugurio siempre está lleno de borrachos pendencieros, pero sirven buena cerveza y ofrecen una cama caliente a los viajeros. ¡No, claro que no es mejor que la Rosa y el Martillo, su dueño es un enano demasiado espabilado para mi gusto! ¿Queréis dejar de enredar mis palabras y escuchar? Yo no he dicho que el Martilo y Rosa sean idiotas, ¡¡callad de una vez!!"
Gruñidos y risas terminaron en un brindis por la Rosa y el Martillo, y en una nueva ronda de alcohol, mientras cada vez se unían más personas al círculo que rodeaba al viajero.
"Puñeteros borrachos, uno no puede intentar contar una historia de forma seria... Me lamento de los juglares que acaben con vosotros como público. Sí, sí, voy a seguir, déjame que moje un poco el gaznate. Bien, pues como iba diciendo, terminamos en aquel tugurio. Pepe se largó después de... un incidente con algunos hombres lobo... - su voz se volvió algo fría en su última frase, mientras su mirada caía hacia el alcohol que rebosaba en su jarra, dando un largo trago y soltando una carcajada que rompió la fina capa de hielo que parecía haber comenzado a envolverlo -, así que convencimos al elfo listillo para que se ocupara de hablar. Conoce muchas palabras rimbonbantes, desde luego, aunque ese día pude darme cuenta de que pensaba que se expresaba mejor de lo que en realidad lo hace. Todo el día rodeado de palabras para al final utilizarlas de un modo tan... aburrido, aunque muy directo. ¡Pero funcionó, diablos que si funcionó! Hacía pocos días había llegado un hombre a la posada, y su descripción era similar a la que nos habían dado durante la búsqueda. Un hombre encapuchado y vestido de negro. ¡Nunca os fiéis de alguien así! - señala a uno de los medianos sentados en un rincón oscuro de la taberna -. Ese malnacido por ejemplo solo quiere vuestro dinero, y si no lo consigue dandoos su "ayuda", no dudará en rajar vuestras bolsas y robar las pocas monedas que llevéis encima."
Una discusión entre los defensores y retractores del mediano interrumpió la historia del guerrero, que observó en silencio como la situación parecía descontrolarse, decidiendo separar a los afectados. No quería que nadie sufriera daños por un miserable como Biagrin, aunque la verdad es que había gente mucho peor que él en Nevesmortas, y había que admitir que al menos el mediano trataba de ganarse la vida aunque fuese a costa de otros...
"¡Ya basta! Solo era un ejemplo, no es necesario que os liéis a mamporros por una estupidez así. ¡Muchos piensan que yo soy un desgraciado y no me importa! Ahora volved a coger vuestras bebidas y relajad el culo, o me lió a patadas con ellos hasta que entréis en razón u os lo deje molido. Perfecto, sigamos con mi gran hazaña, ¡que de eso va todo esto, joder! Sí, allí se hospedaba alguien que encajaba con lo que buscábamos. El elfo imaginaba que ese encapuchado era el hombre lobo en su forma humana, ya que alguien lo había visto hacía una semana moverse en dirección a ese mismo lugar, arrastrándose herido. Podría haberse cruzado con algún oso hambriento... Pero no fue así, hay monstruos que se agarran a la vida como una mala hierba. Algo que me hizo dudar fue que el huésped del que nos hablaba el posadero no parecía herido, pero al parecer los licántropos sanan rápidamente. Odio que sea tan difícil matar a ese tipo de repugnantes bestias, sin duda los dioses ofrecen su mano a cualquiera. Nos costó sacarle más información, porque al parecer ese tipo había pagado bastante bien por su habitación, pero terminó diciéndonos más que suficiente. El tipo se llamaba Lyoben, y estaba buscando a alguien por el lugar. En ese momento comprendimos que no solo Svaun estaba buscando al asesino de su familia, sino que éste mismo estaba buscándolo a él para silenciar la verdad."
"Satori tuvo entonces una buena idea, alquilar una habitación y aprovechar para fisgonear en la del tal Lyoben. Yo quería salir cuanto antes y darle caza a aquel bastardo, pero tuve que admitir que detenernos unos minutos era necesario. Diablos, lo cierto es que estaba agotado, apenas habíamos parado en días. ¿Que si conseguimos encontrar la habitación? ¡Pues claro, el mago tiene un bicho diminuto y llorón capaz de abrir cualquier cerraduraa! La habitación estaba hecha un desastre, pero encontramos algo muy útil: un mapa y una carta. Al principio malinterpretamos la carta, creyendo que Svaun había hecho negocios con alguna sociedad criminal y que, al incumplir su parte, ésta tomó represalias contra él asesinando a su familia. Pero más tarde comprendimos que no era eso lo que decía el mensaje: alguien había estado extorsionando al leñador, pero cansado de la situación el semiorco decidió desafiarlos y dejar de pagarles. Por desgracia para él, su valor terminó con la vida de todo lo que había amado. Los dioses tienen un sentido del humor retorcido".
"Finalmente, estaba el mapa. Era de la zona de Adbar y sus alrededor, y habían marcado el claro en el que habíamos acordado encontrarnos con Svaun en caso de encontrar al hombre lobo. Llegados ese punto, teníamos suficiente, y cada segundo estaba en nuestra contra. Aceleramos el paso, y, ¿adivináis que encontramos al llegar al lugar? ¡Exacto, al puñetero Lyoben! El muy hideputa intentó engañarnos y jugar con las palabras retorciéndolas en su favor para hacernos dudar. ¡Pero estaba tan claro que estaba mintiendo que no tardamos en señalarlo como el verdadero asesino! Tengo que decir que ese despreciable hombre tenía los huevos bien puestos. No le tembló el pulso al desenvainar sus armas, a pesar de que eramos cuatro contra uno. Pero fue una batalla corta para él, y para todos – el guerrero escupió al suelo, gruñendo y hablando con tono frustrado -, ¡no sé qué diantres ocurrió, pero apenas estaba preparando mi espada, viendo como extrañas sombras tomaban forma alrededor del asesino, cuando de pronto el miserables se había convertido en una estatua ambarina. Tampoco había rastro de la oscuridad que había visto apenas un segundo."
El guerrero se levantó con torpeza, terminando con su bebida, metiendo la mano en el zurrón lanzando algunas monedas más sobre la mesa.
"El resto ya es historia. Svaun apareció, aclaramos la situación descubriendo que Fuerte Nuevo es un maldito nido de ratas corruptas, viajamos a Sundabar, entregamos al semiorco y al asesino, contamos toda la historia, y, finalmente, la justicia hizo bien su trabajo y retiraron todos los cargos contra el leñador. Solo espero que el verdadero asesino sea castigado como es debido, y su cabeza ruede por el suelo tal y como pedían la del semiorco. Y que todos los que formaron parte en este complor desde Fuerte Nuevo terminen entre rejas. Sí, me pagaron muy bien, eso es lo que queda de la recompensa. Bebed a mi salud, yo me voy a dormir antes de que despierte en un callejón oliendo a mi propia orina".
Dejó la fiesta atrás, apoyándose en la pared mientras ascendía lentamente los escalones. No había hablado sobre la firma de la carta, de aquella "Gran Sombra", era algo que se guardaba para él, por si de nuevo la justicia fallaba, y necesitaba un empujón por su parte...
Última edición por Ark Roywind el Jue May 10, 2018 8:01 am, editado 5 veces en total.
Lothar, tuerto alcohólico con una espada grande
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...
Sannish, dramático artesano del infortunio
Agh, ...