Re: Crónicas de Lothar
Publicado: Mar May 08, 2018 4:00 pm
CORRIENTE DE SANGRE [CAZADORES DEL NORTE: EL OJO SANGRIENTO]
7 de Mirtul del Año 1564. Atalaya del Alba, Nevesmortas
- Señor Lothar, disculpe mi atrevimiento, pero me sorprende que pueda sentir algo con todo lo que está bebiendo...
- Calla y cose, maldita sea.
El anciano clérigo suspiró mientras preparaba hilo y aguja para suturar las heridas en el abdomen del borracho que sangraban profusamente. No eran las únicas, su estado era lamentable, pero esos cortes tan profundos debían ser tratados de inmediato. El guerrero había llegado a la Atalaya del Alba apenas pudiendo caminar por su propio pie. Cuando los guardias lo vieron entrar por la puerta lo llevaron rápidamente a la sala de curaciones. Ahora estaba recostado en un camastro, bebiendo un licor fuerte y barato mientras se desangraba. No era buena idea, pero al menos serviría para enturbiar la mente y mitigar el dolor.
- ¿Está preparado, señor? - una vez se hubo limpiado las manos y con el material preparado, el sanador se sentó junto al guerrero, presionando con delicadeza la zona que se disponía a punzar.
Lothar apretó los dientes, asintiendo a la vez que daba un nuevo trago. Para el anciano lo sorprendente es que siguiera consciente, no solo por el dolor, sino por el ritmo al que ingería alcohol. Ya había una botella vacía en el suelo. Las manos del guerrero temblaban, y tenía el pulso acelerado. Piel macilenta, sudor frío, vista nublada. El infeliz necesitaba más una intervención divina que sus cuidados, pero por algún motivo se negaba a que Ashnar impusiera sus manos sobre él. Limpió la sangre de la laceración con un paño húmedo y comenzó a suturar lentamente para cerrar la herida. El guerrero apretó los dientes y ahogó cualquier queja. "Se nota que estás acostumbrado a esto", pensó para sí el sanador. Los quejidos de los enfermos y heridos que ocupaban otros camastros en la sala eran mucho más audibles que el hombre que se desangraba a su lado y al que estaba atravesando con aguja.
- Señor Lothar – atrajo la atención del hombre al verlo parpadear varias veces rápidamente mientras sus pupilas se contraían. Necesitaba hacerlo hablar, mantenerlo consciente - he oído que usted participó hace poco en el asalto a los orcos que están asentados al oeste, cerca la corriente de Nevesmortas. La tribu Úgrezh, creo recordar. Debe ser un gran guerrero.
- Un gran guerrero no estaría aquí, dejando que un viejo matasanos le haga una sangría.
El guerrero sonrió mientras miraba como el hilo unía poco a poco la carne. El anciano se lamentó, debía estar aturdido después de perder tanta sangre, y el ambiente malsano del lugar no debía ayudarlo en absoluto.
- Hasta los dioses sangran, señor Lothar. No se avergüence de hacerlo.
- No estaría así si tuviera mi arma, te lo aseguro, pero algún malnacido debe habérmela robado en un descuido.
"O cuando ibais borracho" se guardó para sí el comentario el anciano. Volvió a limpiar la herida, antes de seguir cosiendo, enjuagando el paño en un cazo cuya agua ya se tornaba roja. La palidez del hombre comenzaba a preocuparle seriamente. Cabeceaba de vez en cuando, levantando la cabeza únicamente para llevarse a los labios el morro de la botella.
- ¿Y cómo fue? Ese día recibimos a muchos aventureros heridos bajo nuestro techo.
- ¿Qué cómo fue? Fue una auténtica estupidez, desde el inicio. El dinero no lo resuelve todo, pero parece que esos Lanzagélida prefieren enviar a extranjeros prometiéndoles dinero que a hombres armados y entrenados del regimiento de la villa. Esos aristócratas pedigüeños se creen que pueden conseguir lo que quieran con su oro. ¡Pero ya le dije hace tiempo a esa damisela que tenéis que no necesitaba su cama ni su comida!
- La Dama hizo lo que creía mejor para los ciudadanos, señor. Quienes respondieron debían saber que corrían un riesgo, y el oro es solo su gratitud por asumirlo. Los guardias debían proteger la villa, y a sus gentes, quienes le aseguro que sí que no han recibido entrenamiento.
El guerrero no pareció convencido por las palabras del anciano, y continuó su retahíla de quejas e improperios. La ira había conseguido despabilarlo, pero era mejor que no siguiera por ahí, o podría acabar entre rejas. El clérigo sabía que aquellos insultos en realidad no iban hacia la Dama, sino a alguna mala experiencia en el pasado que lo marcó. Había que devolverlo al presente.
- Además, al final todos volvieron con vida, e hicieron un buen trabajo. No se ha vuelto a ver a los Úgrezh por las inmediaciones desde aquel asalto.
- ¡No eran Úgrezh, maldita sea! Los orcos que encontramos allí venían de otra tierra, e iban mejor armados. No pude identificar su puñetera tribu, pero sí comprobé que luchaban bien. Sus golpes eran duros, y combatián con fiereza. Esos bastardos pieles verdes estaban bien curtidos, acostumbrados a luchar, no eran simples guerreros. Luché codo con codo con el enano, mientras el resto nos cubrían las espaldas y los mantenían a raya. Disfruté como un crío mientras mi espadón cercenaba su carne y aplastaba sus despreciables cráneos. Poco después escuché que venían del oeste, de los Páramos Eternos.
- ¿Los Páramos Eternos? Eso está muy lejos, ¿qué podría haberlos traído hasta aquí?
- ¿Y yo qué puñetas sé? Eso es lo que tratamos de averiguar. He tratado lo suficiente con ellos para saber que aquello no era la preparación a un simple asalto. Cuando llegamos al territorio de los Úgrezh vimos un campamento enorme. No sé cuánto tiempo habían estado reuniendo fuerzas, pero me preocupa que una horda así haya podido moverse libremente desde el oeste sin que nadie los detectara hasta llegar tan cerca de Nevesmortas. ¡Había una puñetera legión, decenas de guerreros dirigidos por sus malditos chamanes!
- Chamanes... La magia de los orcos es pérfida y salvaje, como los dioses a los que adoran. Me alegro que consiguieran acabar con ellos.
- Pues no fue gracias a tu dios, te lo aseguro. Los magos nos protegieron con su brujería, mientras Krön y yo nos habríamos paso entre los orcos hacia sus brujos. No fui tan rápido como hubiese deseado, yo... la rabia tan solo me dejaba ver lo que tenía delante, necesitaba aplastar a esas bestias, silenciar sus aborrecibles lenguas...
La voz fue apagándose mientras hablaba y comenzó a cabecear. El sanador soltó la aguja y vació el contenido de una pequeña botella en un cuenco, obligando al guerrero a beber. El hombre tosió, soltando alguno de los puntos y gimiendo de dolor mientras sus músculos abdominales se contraría ante la tos y hacían que la sangre volviera a manar.
- ¿Qué cojones me has dado? Es asqueroso...
- Bebe. Es una mezcla de alcohol y hierbas. No preguntes, solo tómalo. Te mantendrá despejado.
La dosis tal vez era demasiado grande, aletargaría la mente del hombre, pero lo mantendría despierto. Ayudó al guerrero a terminar de beber y luego apoyó la cabeza de éste en la almohada. Su respiración se relajó, pero el color no volvía a su cara.
- Recuerdo los gritos... Siempre hay gritos en la guerra, algunos no se van nunca. Te persiguen para siempre, como la sangre que has derramado. Pero no los ayudé, los vi corriendo, tratando de salvar sus vidas mientras las flechas y la magia de hombres mejores les daban el apoyo que yo me negaba a otorgarles. Sólo quería matar. Tan solo quería caminar sobre sus cadáveres, ver morir hasta el último de esos seres...
- Es normal, señor Lothar. No se castigue. En el caos de la batalla es difícil pensar en otros, y más si como usted dice estaba luchando en primera línea.
- No... No lo entiendes. Atravesamos el campamento, acabando con todos ellos, abriéndonos paso hacia la cueva dónde creía que estaría su líder. Lo demás carecía de importancia para mí, ignoraba la voz de la elfa que la casa Lanzagélida había enviado como portavoz. Ignoraba el peligro que corrían los demás. Sí, al principio traté de advertirles, pero una vez empezó la batalla, nada importaba. Combatí por los escalones de roca, arrojando orcos muertos al abismo, atravesamos la gruta y continuamos la lucha dentro de la montaña. El combate fue difícil, eramos demasiados, y el espacio cada vez era menor. Recuerdo... recuerdo estar combatiendo contra varios orcos, recuerdo el aroma de la magia, recuerdo el dolor del metal orco en mi carne y, después, sólo oscuridad.
- ¿Oscuridad? ¿A qué se refiere?
El anciano realizó la última punzada de la sutura, cortó el hilo y lo anudó para que mantuviera la herida cerrada. Lo siguiente era colocar un cataplasma para cauterizar las heridas y cortar el sangrado. Mezcló las hierbas y comenzó a molerlas mientras escuchaba al guerrero hablar. El hombre volvía a tener la botella entre sus manos, que ya no temblaban. Con un suspiro, se resignó a decirle que no era necesario que siguiera bebiendo, que ya no iba a sentir ningún dolor.
- No... No lo sé. Todo se apagó, y un horrible frío me envolvió. Escuché voces, de nuevo, llamándome. Gritos, sí. Siempre hay gritos en la guerra, algunos no se van – repitió, dando un largo trago -. Una parte de mí se alegró, después de tanto tiempo... había paz en esa oscuridad, y era bienvenido pero... me asusté. Huí... La luz regresó, y ...
- ¿Vio a un ángel?
El guerrero soltó una carcajada que hizo que alguna herida volviera a sangrar. Con un suspiro, el sanador volvió a colocar el cataplasma por esas zonas. El tono rosado volvía lentamente a sus mejillas, y el pulso se estaba estabilizando.
- No, no, no. Por todas las fulanas del mundo que no. Vi el apestoso y feo rostro de Krönn pegado a mi cara mientras me zarandeaba y gritaba con esa molesta voz que sale de su boca. Parece que está masticando piedras todo el puñetero día. Cuando comprendí donde estaba y miré a mi alrededor vi más heridos que poco a poco iban siendo atendidos. Yo estaba hecho polvo, casi como estoy ahora. Ese tipo, el... el hijo de un tal L, trató mis heridas lo mejor que pudo con el material que tenía. Registramos todo el lugar, pero ni rastro de un caudillo, y juro por mi ojo que ninguno de los cadáveres lo era. Había lingotes de titanio, y encontramos una alabarda escondida. Era un arma ceremonial, pero mortal, con un grabado similar a las fauces de un dragón. ¡Que alguien me diga qué cojones pintan los dragones aquí! - bufó frustrado y agitando las manos de forma aireada derramando parte del contenido de la botella que sujetaba con una de ellas -. Alguien debería estudiarla para ver qué es lo que piensan forjar, y para qué, porque está claro que preparan algo. Pero aquí parece que preferís rascaros las pelotas con el pretexto de "ya estamos acostumbrados a los orcos en el norte". ¡Os aseguro que no lo estáis!
- Tranquilícese, por favor, le aseguro que todos estamos preocupados por la amenaza que suponen los humanoides en estas tierras. Hicisteis una buena labor en la batalla y gracias a vos y a otros valientes hoy muchos podremos dormir sin preocupaciones. Trate de alegrarse señor Lothar, dio paz a los lugareños.
El curandero terminó de extender la cataplasma y se limpió las manos en la túnica dorada. Con una agradable sonrisa, anunció al guerrero que había terminado su trabajo. Se fijó en el parche que apenas ocultaba una horrible cicatriz mientras su paciente respiraba más tranquilo.
- ¿Quieres que mire esa herida? Tal vez pueda hacer algo. ¿Cuánto hace que la tiene?
- ¡No te acerques!
El hombre se llevó las manos al ojo de forma impulsiva, tapándolo a la vez que su pecho se hinchaba. El sanador le pidió disculpas y le dijo con voz calmada que se tranquilizara. Cuando fue a advertirle sobre la delicadeza de su estado físico y aconsejarle que permaneciera en reposo por un tiempo, el guerrero ya estaba levantándose con un quejido, ignorando al sanador y cada una de sus palabras bienintencionadas.
- Gracias, viejo, pero no te esfuerces. No soy un hombre al que le guste estar en la cama. No merezco tanta atención, ocúpate de los demás, ya he malgastado demasiado tu tiempo.
- Eres demasiado tozudo, Lothar - el anciano se despidió, haciendo un gesto a los guardias para que lo dejaran marchar -. Que la luz de Láthander ilumine tu camino.
El guerrero respondió con una risa ronca mientras caminaba con dificultad hacia la salida, sujetando con firmeza la botella de la que continuaba bebiendo.
- Dile a tu dios que ilumine los ojos de aquellos ciegos con el poder de tomar decisiones importantes y les haga ver que no eran orcos preparándose para un simple asalto, y mantén a tu Señor del Alba lejos de mí, es lo mejor para todos. El único dios al que le importo me desea muerto, y yo a él y a "sus hijos"...
Salió de la sala de curas, frotándose el ojo herido.
El sanador se puso en pie escuchando sus viejas rodillas crujir y sintiendo un pinchazo en la espalda. Mandó a sus ayudantes a que cambiaran las sábanas del camastro donde había estado el guerrero y que limpiaran toda la sangre que había derramado.
"Los jóvenes siempre se empeñan en desperdiciar su vida y sus dones...", pensó el anciano mientras se preparaba para atender a otro herido.
7 de Mirtul del Año 1564. Atalaya del Alba, Nevesmortas
- Señor Lothar, disculpe mi atrevimiento, pero me sorprende que pueda sentir algo con todo lo que está bebiendo...
- Calla y cose, maldita sea.
El anciano clérigo suspiró mientras preparaba hilo y aguja para suturar las heridas en el abdomen del borracho que sangraban profusamente. No eran las únicas, su estado era lamentable, pero esos cortes tan profundos debían ser tratados de inmediato. El guerrero había llegado a la Atalaya del Alba apenas pudiendo caminar por su propio pie. Cuando los guardias lo vieron entrar por la puerta lo llevaron rápidamente a la sala de curaciones. Ahora estaba recostado en un camastro, bebiendo un licor fuerte y barato mientras se desangraba. No era buena idea, pero al menos serviría para enturbiar la mente y mitigar el dolor.
- ¿Está preparado, señor? - una vez se hubo limpiado las manos y con el material preparado, el sanador se sentó junto al guerrero, presionando con delicadeza la zona que se disponía a punzar.
Lothar apretó los dientes, asintiendo a la vez que daba un nuevo trago. Para el anciano lo sorprendente es que siguiera consciente, no solo por el dolor, sino por el ritmo al que ingería alcohol. Ya había una botella vacía en el suelo. Las manos del guerrero temblaban, y tenía el pulso acelerado. Piel macilenta, sudor frío, vista nublada. El infeliz necesitaba más una intervención divina que sus cuidados, pero por algún motivo se negaba a que Ashnar impusiera sus manos sobre él. Limpió la sangre de la laceración con un paño húmedo y comenzó a suturar lentamente para cerrar la herida. El guerrero apretó los dientes y ahogó cualquier queja. "Se nota que estás acostumbrado a esto", pensó para sí el sanador. Los quejidos de los enfermos y heridos que ocupaban otros camastros en la sala eran mucho más audibles que el hombre que se desangraba a su lado y al que estaba atravesando con aguja.
- Señor Lothar – atrajo la atención del hombre al verlo parpadear varias veces rápidamente mientras sus pupilas se contraían. Necesitaba hacerlo hablar, mantenerlo consciente - he oído que usted participó hace poco en el asalto a los orcos que están asentados al oeste, cerca la corriente de Nevesmortas. La tribu Úgrezh, creo recordar. Debe ser un gran guerrero.
- Un gran guerrero no estaría aquí, dejando que un viejo matasanos le haga una sangría.
El guerrero sonrió mientras miraba como el hilo unía poco a poco la carne. El anciano se lamentó, debía estar aturdido después de perder tanta sangre, y el ambiente malsano del lugar no debía ayudarlo en absoluto.
- Hasta los dioses sangran, señor Lothar. No se avergüence de hacerlo.
- No estaría así si tuviera mi arma, te lo aseguro, pero algún malnacido debe habérmela robado en un descuido.
"O cuando ibais borracho" se guardó para sí el comentario el anciano. Volvió a limpiar la herida, antes de seguir cosiendo, enjuagando el paño en un cazo cuya agua ya se tornaba roja. La palidez del hombre comenzaba a preocuparle seriamente. Cabeceaba de vez en cuando, levantando la cabeza únicamente para llevarse a los labios el morro de la botella.
- ¿Y cómo fue? Ese día recibimos a muchos aventureros heridos bajo nuestro techo.
- ¿Qué cómo fue? Fue una auténtica estupidez, desde el inicio. El dinero no lo resuelve todo, pero parece que esos Lanzagélida prefieren enviar a extranjeros prometiéndoles dinero que a hombres armados y entrenados del regimiento de la villa. Esos aristócratas pedigüeños se creen que pueden conseguir lo que quieran con su oro. ¡Pero ya le dije hace tiempo a esa damisela que tenéis que no necesitaba su cama ni su comida!
- La Dama hizo lo que creía mejor para los ciudadanos, señor. Quienes respondieron debían saber que corrían un riesgo, y el oro es solo su gratitud por asumirlo. Los guardias debían proteger la villa, y a sus gentes, quienes le aseguro que sí que no han recibido entrenamiento.
El guerrero no pareció convencido por las palabras del anciano, y continuó su retahíla de quejas e improperios. La ira había conseguido despabilarlo, pero era mejor que no siguiera por ahí, o podría acabar entre rejas. El clérigo sabía que aquellos insultos en realidad no iban hacia la Dama, sino a alguna mala experiencia en el pasado que lo marcó. Había que devolverlo al presente.
- Además, al final todos volvieron con vida, e hicieron un buen trabajo. No se ha vuelto a ver a los Úgrezh por las inmediaciones desde aquel asalto.
- ¡No eran Úgrezh, maldita sea! Los orcos que encontramos allí venían de otra tierra, e iban mejor armados. No pude identificar su puñetera tribu, pero sí comprobé que luchaban bien. Sus golpes eran duros, y combatián con fiereza. Esos bastardos pieles verdes estaban bien curtidos, acostumbrados a luchar, no eran simples guerreros. Luché codo con codo con el enano, mientras el resto nos cubrían las espaldas y los mantenían a raya. Disfruté como un crío mientras mi espadón cercenaba su carne y aplastaba sus despreciables cráneos. Poco después escuché que venían del oeste, de los Páramos Eternos.
- ¿Los Páramos Eternos? Eso está muy lejos, ¿qué podría haberlos traído hasta aquí?
- ¿Y yo qué puñetas sé? Eso es lo que tratamos de averiguar. He tratado lo suficiente con ellos para saber que aquello no era la preparación a un simple asalto. Cuando llegamos al territorio de los Úgrezh vimos un campamento enorme. No sé cuánto tiempo habían estado reuniendo fuerzas, pero me preocupa que una horda así haya podido moverse libremente desde el oeste sin que nadie los detectara hasta llegar tan cerca de Nevesmortas. ¡Había una puñetera legión, decenas de guerreros dirigidos por sus malditos chamanes!
- Chamanes... La magia de los orcos es pérfida y salvaje, como los dioses a los que adoran. Me alegro que consiguieran acabar con ellos.
- Pues no fue gracias a tu dios, te lo aseguro. Los magos nos protegieron con su brujería, mientras Krön y yo nos habríamos paso entre los orcos hacia sus brujos. No fui tan rápido como hubiese deseado, yo... la rabia tan solo me dejaba ver lo que tenía delante, necesitaba aplastar a esas bestias, silenciar sus aborrecibles lenguas...
La voz fue apagándose mientras hablaba y comenzó a cabecear. El sanador soltó la aguja y vació el contenido de una pequeña botella en un cuenco, obligando al guerrero a beber. El hombre tosió, soltando alguno de los puntos y gimiendo de dolor mientras sus músculos abdominales se contraría ante la tos y hacían que la sangre volviera a manar.
- ¿Qué cojones me has dado? Es asqueroso...
- Bebe. Es una mezcla de alcohol y hierbas. No preguntes, solo tómalo. Te mantendrá despejado.
La dosis tal vez era demasiado grande, aletargaría la mente del hombre, pero lo mantendría despierto. Ayudó al guerrero a terminar de beber y luego apoyó la cabeza de éste en la almohada. Su respiración se relajó, pero el color no volvía a su cara.
- Recuerdo los gritos... Siempre hay gritos en la guerra, algunos no se van nunca. Te persiguen para siempre, como la sangre que has derramado. Pero no los ayudé, los vi corriendo, tratando de salvar sus vidas mientras las flechas y la magia de hombres mejores les daban el apoyo que yo me negaba a otorgarles. Sólo quería matar. Tan solo quería caminar sobre sus cadáveres, ver morir hasta el último de esos seres...
- Es normal, señor Lothar. No se castigue. En el caos de la batalla es difícil pensar en otros, y más si como usted dice estaba luchando en primera línea.
- No... No lo entiendes. Atravesamos el campamento, acabando con todos ellos, abriéndonos paso hacia la cueva dónde creía que estaría su líder. Lo demás carecía de importancia para mí, ignoraba la voz de la elfa que la casa Lanzagélida había enviado como portavoz. Ignoraba el peligro que corrían los demás. Sí, al principio traté de advertirles, pero una vez empezó la batalla, nada importaba. Combatí por los escalones de roca, arrojando orcos muertos al abismo, atravesamos la gruta y continuamos la lucha dentro de la montaña. El combate fue difícil, eramos demasiados, y el espacio cada vez era menor. Recuerdo... recuerdo estar combatiendo contra varios orcos, recuerdo el aroma de la magia, recuerdo el dolor del metal orco en mi carne y, después, sólo oscuridad.
- ¿Oscuridad? ¿A qué se refiere?
El anciano realizó la última punzada de la sutura, cortó el hilo y lo anudó para que mantuviera la herida cerrada. Lo siguiente era colocar un cataplasma para cauterizar las heridas y cortar el sangrado. Mezcló las hierbas y comenzó a molerlas mientras escuchaba al guerrero hablar. El hombre volvía a tener la botella entre sus manos, que ya no temblaban. Con un suspiro, se resignó a decirle que no era necesario que siguiera bebiendo, que ya no iba a sentir ningún dolor.
- No... No lo sé. Todo se apagó, y un horrible frío me envolvió. Escuché voces, de nuevo, llamándome. Gritos, sí. Siempre hay gritos en la guerra, algunos no se van – repitió, dando un largo trago -. Una parte de mí se alegró, después de tanto tiempo... había paz en esa oscuridad, y era bienvenido pero... me asusté. Huí... La luz regresó, y ...
- ¿Vio a un ángel?
El guerrero soltó una carcajada que hizo que alguna herida volviera a sangrar. Con un suspiro, el sanador volvió a colocar el cataplasma por esas zonas. El tono rosado volvía lentamente a sus mejillas, y el pulso se estaba estabilizando.
- No, no, no. Por todas las fulanas del mundo que no. Vi el apestoso y feo rostro de Krönn pegado a mi cara mientras me zarandeaba y gritaba con esa molesta voz que sale de su boca. Parece que está masticando piedras todo el puñetero día. Cuando comprendí donde estaba y miré a mi alrededor vi más heridos que poco a poco iban siendo atendidos. Yo estaba hecho polvo, casi como estoy ahora. Ese tipo, el... el hijo de un tal L, trató mis heridas lo mejor que pudo con el material que tenía. Registramos todo el lugar, pero ni rastro de un caudillo, y juro por mi ojo que ninguno de los cadáveres lo era. Había lingotes de titanio, y encontramos una alabarda escondida. Era un arma ceremonial, pero mortal, con un grabado similar a las fauces de un dragón. ¡Que alguien me diga qué cojones pintan los dragones aquí! - bufó frustrado y agitando las manos de forma aireada derramando parte del contenido de la botella que sujetaba con una de ellas -. Alguien debería estudiarla para ver qué es lo que piensan forjar, y para qué, porque está claro que preparan algo. Pero aquí parece que preferís rascaros las pelotas con el pretexto de "ya estamos acostumbrados a los orcos en el norte". ¡Os aseguro que no lo estáis!
- Tranquilícese, por favor, le aseguro que todos estamos preocupados por la amenaza que suponen los humanoides en estas tierras. Hicisteis una buena labor en la batalla y gracias a vos y a otros valientes hoy muchos podremos dormir sin preocupaciones. Trate de alegrarse señor Lothar, dio paz a los lugareños.
El curandero terminó de extender la cataplasma y se limpió las manos en la túnica dorada. Con una agradable sonrisa, anunció al guerrero que había terminado su trabajo. Se fijó en el parche que apenas ocultaba una horrible cicatriz mientras su paciente respiraba más tranquilo.
- ¿Quieres que mire esa herida? Tal vez pueda hacer algo. ¿Cuánto hace que la tiene?
- ¡No te acerques!
El hombre se llevó las manos al ojo de forma impulsiva, tapándolo a la vez que su pecho se hinchaba. El sanador le pidió disculpas y le dijo con voz calmada que se tranquilizara. Cuando fue a advertirle sobre la delicadeza de su estado físico y aconsejarle que permaneciera en reposo por un tiempo, el guerrero ya estaba levantándose con un quejido, ignorando al sanador y cada una de sus palabras bienintencionadas.
- Gracias, viejo, pero no te esfuerces. No soy un hombre al que le guste estar en la cama. No merezco tanta atención, ocúpate de los demás, ya he malgastado demasiado tu tiempo.
- Eres demasiado tozudo, Lothar - el anciano se despidió, haciendo un gesto a los guardias para que lo dejaran marchar -. Que la luz de Láthander ilumine tu camino.
El guerrero respondió con una risa ronca mientras caminaba con dificultad hacia la salida, sujetando con firmeza la botella de la que continuaba bebiendo.
- Dile a tu dios que ilumine los ojos de aquellos ciegos con el poder de tomar decisiones importantes y les haga ver que no eran orcos preparándose para un simple asalto, y mantén a tu Señor del Alba lejos de mí, es lo mejor para todos. El único dios al que le importo me desea muerto, y yo a él y a "sus hijos"...
Salió de la sala de curas, frotándose el ojo herido.
El sanador se puso en pie escuchando sus viejas rodillas crujir y sintiendo un pinchazo en la espalda. Mandó a sus ayudantes a que cambiaran las sábanas del camastro donde había estado el guerrero y que limpiaran toda la sangre que había derramado.
"Los jóvenes siempre se empeñan en desperdiciar su vida y sus dones...", pensó el anciano mientras se preparaba para atender a otro herido.