Balada del último Colmillo (ON rol)

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Wantu
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Re: Balada del último Colmillo (ON rol)

Mensaje por Wantu »

*Anotaciones en el diario de trabajo de Daya*



Me dispuse a revisar anotaciones antiguas sentada en los camerinos del teatro tras la narración de Eowaran en la arena de Sundabar, me mostraron un libro allí mismo escrito en idioma Bedín antiguo, más tarde supe que se trataba de un tratado demoníaco, algo bastante común (no era el primero que veía) pero dados los acontecimientos con los trasgos cambiaformas en la cueva del norte de Neves no quedaba opción alguna que investigar una serie de casualidades que a mí, me comenzaban a escamar.

Los aventureros de la cueva hicieron mención a dos libros hallados a los pies de un altar donde parecía llevarse a cabo un ritual. La mención al corazón de un león del desierto me hizo recordar de inmediato otros sucesos acontecidos, Ricewen recordaba estos hechos al igual que yo. Habían tenido lugar al menos un lustro antes.

Todo dio comienzo cuando se encontró una caravana con emblemas Zhents en las inmediaciones de la villa, había sido objeto de un atentado aunque nunca supimos nada de los autores, casi a la par se encontró un ejemplar de león del desierto, portaba un collar con un amuleto, si la memoria no me falla, era un colmillo. El exótico animal era perseguido por unos orcos pertenecientes a alguna tribu que hasta entonces no había visto, su ferocidad fue recordada durante mucho tiempo sin embargo, tampoco volvieron a verse después de que un grupo de elfos a caballo acabase con ellos, éstos últimos también desaparecieron sin más. Días después de este suceso, dirigía mi camino hacia el norte haciendo parada en el Hospicio y allí encontré un extraño libro. Se trataba de la narración sobre un grupo elfo procedente de Eternoska pero nunca reconocido por los dirigentes de la ciudad. La Sombra de Plata era el título del libro, que por supuesto aun conservo.

De igual forma que sucedieron los hechos, dejaron de suceder perdiéndose parece ser, en la memoria de casi todos los aguerridos aventureros.

Quizá no tenga nada que ver con lo que hoy sucede, pero mi mente no puede dejar de ver coincidencias en todo lo que a posteriori ha pasado. Estando en la posada de la Bifurcación nos pidieron salir para llevar a cabo una investigación rutinaria, salimos pues para dejar paso a un nutrido grupo de elfos portadores de emblemas de una casa noble Los Daeroon. Sellaron la posada con magia, ninguno podíamos acercarnos, entrar o cualquier cosa parecida. Evidentemente eso, despertó la ya nutrida imaginación de todos. Preguntamos al cochero que había conducido la caravana, le habían pagado bien por su discreción y tan solo nos informó de donde procedían, del Anarouch; sus labios se sellaron después. Nos dirigimos entonces hasta el acampado que hay cerca y éste fue quien nos habló de un extraño campamento levantado en el camino de Abdar. Decidimos ir a investigar y si procedía, informar a los caballeros argenteos.
Al llegar allí, observamos un campamento desierto, varias armas estaban sobre la hierba y los calderos humeaban envolviendo con olor al rancho. Varios estandartes se disponían a la entrada del asentamiento, reconocí en ellos al de un grupo de mercenarios cuyo radio de acción era el Anarouch, trabajaban por oro esperando encontrar riquezas que les retirasen de la vida propia del mercenario, mis informaciones aseguran que ha trabajado para los Zhentarines. No gustándome nada la situación pedí al grupo que marchásemos e informásemos de la situación del campamento pero a esas alturas, el resto de mis compañeros andaba rebuscando. Escondido en un cofre se halló otro ejemplar que hablaba sobre la Sombra de plata, el mismo libro que yo conservaba desde años atrás. Además de éste, se encontró lo que parecía un cuaderno de campo con varias anotaciones. El escrito narraba lo que a mi juicio era una huida de alguien pues en una de sus líneas explicaba que eran perseguidos de cerca, y que por increíble que pareciese, ni siquiera una Umbra habían encontrado al atravesar Ascore.

Convencí finalmente a los demás para marchar cuando de pronto la luz rojiza y asfixiante de las llamas nos envolvió. Fue el prólogo a varias cargas orcas, orcos que no identifiqué de la región. Estaban organizados por varios chamanes y brujos.

Todo se calmó tras este acontecimiento, todo calmado hasta hace apenas una deckana, cuando se impidió el que parecía un ritual en honor a alguna deidad orca.

Quise de nuevo echar un vistazo al libro que me enseñaron en la arena de Sundabar y efectivamente comprobé que se trataba del tratado de un brujo, Al-Mijhab y a quien se hallaba sometido.

La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad.
Malar
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Re: Balada del último Colmillo (ON rol)

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Glutentag escribió:La noche de Aguas Profundas

La oscuridad, adornada con destellos de plata, empezaba a filtrarse por la ventana de la habitación. Feros se asomó, primero con su mirada en el cielo, donde pudo observar el negro techo del mundo cuajado de estrellas y con Ieriyn en el centro de su campo visual: su dormitorio daba al norte.

Bajando un poco la vista pudo apreciar la vibrante e imponente estructura del templo de Mystra, las firmes columnas, decoradas con motivos místicos, que regiamente soportaban el peso del edificio en hermosa piedra blanca. A lo lejos se escuchaba el murmullo del mar.
Hacía ya 4 días desde que llegó a Aguas Profundas, y sin lugar a dudas había sido un cambio a mejor en su vida. Estaba cansado de Nevesmortas, cansado de una villa tan pequeña, de las caras conocidas, de las conversaciones insustanciales, de los continuos problemas que no dejaban de azotarla y que no hacían si no interrumpir sus metas.

Aguas profundas le ofrecía lo que buscaba, un lugar donde poder perderse, donde desaparecer y centrarse en sus estudios. Tan llena de interés e información. Ya casi no recordaba qué le había atraído y atado a Nevesmortas ¿Cuánto hacía ya de aquella visión? ¿Sabía realmente su significado? ¿Era verdaderamente el deseo de Savras que siguiese anclado en aquella villa? Ya no estaba tan seguro de la respuesta…y ante la duda, no iba a continuar allí ni un minuto más.

Tras la reflexión, volvió decidido hacia el escritorio de madera de nogal barnizada. Dos candelabros de latón, sostenían sendas velas de cera blanca, y su luz se proyectaba sobre los pergaminos dispersos por la mesa. Un par de gruesos volúmenes de astronomía y astrología, atrapaban entre si a uno algo más grande, sobre rituales adivinatorios avanzados. Al otro lado, junto a la libreta de anotaciones en la que reposaban pluma de ganso y tintero, se encontraba una de las escasas copias del libro “Los secretos de la adivinación: Oráculos, profecías y profetas” abierta por la página 111, en el capítulo 3 “Sobre Alaundo: adivino y profeta”.

Se sentó, tomando en la diestra la pluma de ganso, tras desenroscar el tapón del frasco de tinta. Era plenamente consciente del número del capítulo, de que los dígitos de la página sumaban tres, de que las letras del encabezado eran exactamente veintisiete, o sea nueve veces tres, además de dos y siete… tres veces tres. Pese a ello, obvió el cúmulo de casualidades que otrora habían causado tanto impacto en él, mojando la pluma en la tinta para empezar a tomar sus anotaciones.

La luz de las velas proyectaba trémulas sombras contra las paredes, recubiertas con planchas de madera. El sonido de la pluma rasgando el papel, parecía acompasarse al temblor de las dos llamas, bailando con ellas.

Se detuvo un instante para frotarse los ojos, llevaba al menos un par de horas enfrascado en su estudio y el cansancio comenzaba a pasar factura. Se reclinó en la silla, deteniendo su mirada de aquel extraño color malva en una de las velas que había empezado a gotear fuera del candelabro de latón. Avanzó un dedo para rozar una de las gotas ahora transparentes…su mano retrocedió un poco, involuntariamente, ante el calor de la cera líquida, pero pronto se acostumbró a ella esparciéndola entre sus yemas, viéndola enfriar y solidificarse.
De repente algo llamó su atención. El patrón de las sombras estaba cambiando, algo no cuadraba, algo no estaba en su sitio. Se volvió para mirar tras de si, pero no vio nada, la habitación estaba desierta.

Centró de nuevo su atención en la llama, giraba y giraba sobre si misma, consumiendo la cera y el aire, tratando de escapar de la vela... hasta lograrlo.

La diminuta lumbre se deslizó a lo largo del candelabro, saltando fuera del metal para danzar sobre la mesa. Su gemela se unió al baile, escapando de toda lógica, girando en círculos, tocándose y separándose, lamiendo la madera sin llegar a quemarla. El espectáculo era sorprendente.

Finalmente, la silenciosa música que había marcado el ritmo se detuvo y ambas flamas quedaron una junto a la otra, inmóviles. De golpe se escuchó el rugir de una hoguera, un fuego inmenso y abrasador, las dos bailarinas se unieron formando una gran llama, que crecía y crecía abarcando la habitación, envolviéndole y consumiéndolo todo. Sentía el calor, el humo que picaba en su garganta, la ceniza que emponzoñaba sus ojos; quiso gritar, pero su boca estaba tapada. Veía los rostros, sonrientes, entre la cortina de infierno: la mayoría vitoreaba, alguno reía con malicia.

La madera crujió bajo sus pies y su piel se derretía, goteando como la cera. Antes de que la pira quemase sus entrañas pudo ver las casas…y la luna brillando en lo alto.

Se incorporó, sobresaltado, mirando a su alrededor hasta reconocer la habitación en penumbra. Sin querer llevó las manos a su cara, a su boca: estaba perfectamente, ni rastro de mordaza o aquel penetrante dolor.

Había caído dormido por el agotamiento, y todo no había sido si no un mal sueño, sólo eso.

Con las manos temblorosas acertó a cambiar las velas, ya derretidas y parcialmente esparcidas. Cuando la tenue luz iluminó la estancia, algo en su escritorio le llamó la atención.

Al pie de la página abierta de su libreta, había una frase escrita: “El fuego llamará tres veces a nuestra puerta: La Segunda, nosotros le abriremos y será bien recibido, purificador de un pecado nunca cometido.”

Sin duda ¡Era su letra! pero no recordaba haberlo escrito, además la tinta era roja y él no tenía ningún frasco de ese color...

Buscando una respuesta, se dio cuenta… su dedo aún sangraba.

A la mañana siguiente, la caravana puso rumbo a Nevesmortas. Esta vez contaban con un extraño hombre a bordo, que decía ser adivino

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Re: Balada del último Colmillo (ON rol)

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Glutentag escribió:SOL, DESIERTO Y PROFECÍA

El grupo avanzaba lentamente entre las arenas. ¿Cuántos se habían reunido? Aquel viaje había cambiado mucho de su idea original ¡Qué diferente era aquel grupo de el que él había planeado! Contó 14 aventureros, la mayoría desconocía realmente lo que iban a buscar, lo que había dado comienzo a aquella “aventura”, y lo que podía esperarles al otro lado. Había tratado de explicarlo en vano, la mayoría sólo veía una diversión envuelta en peligro, una fuente más de tesoros o una oportunidad de probarse a sí mismos.

Imagen

El sol, en su cenit, castigaba duramente al grupo calentando las rocas, al tiempo que un viento seco y arenoso arañaba la carne. Siguiendo las instrucciones de Naja, había cubierto todo su cuerpo para protegerlo del sol y la arena, utilizando una tela de color claro para reflejar más los rayos del sol. También cubrió su garganta para evitar la "cuchilla de las arenas", terrible accidente que sufren los incautos, pues las arenas impulsadas por feroces vientos pueden degollar a quien desconozca el Anauroch y sus leyes no escritas.

Llevaban casi dos dekhanas viajando. El paso de Ascore había sido bastante más agitado de lo preferible y todos pudieron comprobar el terrible poder de las Sombras, encarnado en poderosos magos venidos de tiempos pasados. Sin embargo el grupo prevaleció, alcanzando el puerto de Delzhun y sus fantásticos barcos de piedra varados y, con algunos sacrificios, superó la primera de las pruebas de este viaje al siempre cambiante mar de arena.

Apenas hundieron sus pies en la inestable supercifie de las estribaciones del desierto, el suelo tembló ligeramente, a unos 10 metros de distancia las arenas se abombaron y surgieron de ellas dos alacranes, o escorpiones, de tamaño descomunal y tensando sus aguijones de forma desafiante. El sílice seguía goteando de sus negros caparazones cuando los aventureros se lanzaron al ataque… Los guerreros más aguerridos se lanzaron sin dudar a una feroz y frenética danza, el combate duró relativamente poco y los insectos se retorcieron sobre si mismos tratando de aferrar la vida que se les escapaba, mientras los aventureros corrían sin descanso tratando de evitar ser aplastados por sus descomunales restos. El cansancio hizo mella pero fue algo necesario, pues la velocidad es el punto débil de estos seres de leyenda.

Ciertamente, era de agradecer la presencia de aquellos luchadores, pese a molesta que fuese la de algunos, reflexionó el adivino… sin ellos no podrían atravesar el Anauroch. O al menos sobrevivir al intento. Se sujetó la tela que cubría su rostro, el viento se había intensificado y cada vez resultaba más afanoso el desplazarse. Su objetivo era el Oasis, al sureste, donde se encontraba el pueblo Bedin…donde según todos los indicios dio comienzo su visión. Elah Zhad les esperaba, aunque aún no podían saberlo. Avanzando penosamente, atados mediante cuerdas los más débiles, se internaban más y más en la maldita desolación sin más oposición que sus propios límites físicos. Hasta que una tarde la arena se alzó frente a ellos y la oscuridad se abatió sobre el mundo.

Tuvo que flexionar las rodillas para afianzarse en su posición, la arena se arremolinaba en el aire, borrando las figuras del resto de aventureros. Trató de continuar, tenían que encontrar un refugio pronto, o la tormenta les enterraría a todos con la misma facilidad con que su aullido se tragaba los sonidos aun antes de que salieran de su reseca garganta. Siguió a una sombra que se recortaba frente a si, suponiendo que se trataba de Ainvar, el druida tras el que procuraba mantenerse. Las cuerdas fueron cortadas por cuchillas de arena, la confusión impuso su ley y el caos dominó durante interminables horas. Finalmente, el viento bajó de intensidad y la gravilla del desierto se detuvo, posándose de nuevo en nuevas dunas…. Desenterrándose, miró alrededor. Estaba solo.

Era ya noche cerrada, y ahora los pliegues de la túnica le protegían de la gélida oscuridad del Anauroch. Trató de evaluar la situación: se encontraba aislado y desprotegido en un contexto desconocido y en una ubicación poco clara, posiblemente alejado de su objetivo inicial…sin duda necesitaba remediar tan desventajosa posición.

Volvió su mirada hacia el cielo, buscaba a Ieryn, la estrella del marinero, la más brillante en el cielo y que a su vez forma parte de la constelación del Círculo de Mystra. Ese astro señalaba al norte, siempre, a partir de él debería ser capaz de inferir la dirección sureste en que el oasis se encontraba. Sin embargo, al no haber predicho esta evolución de los acontecimientos, no había preparado una carta astronómica adecuada para la latitud en que se encontraba…le llevaría un tiempo localizar las referencias adecuadas. Una terrible tormenta eléctrica iluminaba el horizonte, aún lejos en el Este. Luchando contra la desesperación miró de nuevo al cielo, buscando estrellas conocidas.

En ello se encontraba cuando algo se removió en la oscuridad, escuchó el crujir de la arena, pero no vio nada a su alrededor. Un susurro a su espalda le hizo volverse, finalmente la cercanía difuminó el efecto óptico de la ilusión, pudiendo apreciar el contorno, y reconociendo la voz de Silveil, el arcano elfo.

- Creí que no encontraría a nadie – susurró Silveil - ¿Y los demás?

Feros acarició su perilla, pensativo.

- Me temo que no lo se, lo primordial ahora es encontrar el Oasis…estaba tratando de orientarme con las estrellas
- Adelante entonces, pero daos prisa, me ha parecido ver algo en las cercanías

Mientras trataba de encontrar la dichosa estrella, el suelo tembló una vez, con una intensidad característica. Una nube de arena parecía surgir de las entrañas de la tierra quemada. Cuando se posó la luz de la luna recortó la pavorosa figura de un enorme ejemplar de sierpe… un dragón azul.

- ¡Corre! – alcanzó a gritar Feros, mientras hacía lo propio.

Corrió y corrió durante horas todo lo que las piernas le permitieron, tropezó en la arena y cayó rodando por la suave pendiente de una duna. Desmayado por el esfuerzo se quedó dormido unas horas. Cuando despertó el sol asomaba terribles rayos sobre el mar dorado, no había rastro de la sierpe, pero tampoco del otro arcano. Volvía a estar solo.

El calor acuciante le hizo buscar refugio entre los restos ruinosos de una construcción, semiderruidas paredes de adobe que aportaban una agradable sombra y le protegían del viento seco. Se humedeció los labios, dando un pequeño trago a la cantimplora casi vacía. El tiempo pasaba, y el ardiente astro estaba alcanzando la mitad de su camino, cuando decidió sacar su vieja bola de cristal. Arena, arena y más arena, ni siquiera con un sobrehumano esfuerzo de concentración pudo ver ni responder a ninguna de sus preguntas, casi parecía que algo bloquease sus adivinaciones.

Unos suaves pasos interrumpieron su meditabundo estado, la estilizada figura buscó cobijo en la, cada vez, más estrecha sombra. Era uno de aquellos exploradores, no recordaba su nombre, pero sin duda muchos habían corrido su mismo destino: perdidos en la tormenta. Discutieron unos momentos, confusos y agotados. Finalmente aquel hombre le convenció de volver a intentarlo, cierto era que no podían permanecer allí por siempre. Así que agarró su hombro y se adentró tras él en la árida extensión. Caminaron durante todo el día.

Caía la tarde y a lo lejos, junto al nacimiento de un afilado desfiladero, vislumbró algo…era el grueso del grupo, la mayoría de sus extraviados compañeros de viaje se habían reencontrado ¡bendita Tymora! y ahora se debatían a espada y arco contra una pequeña tropa de ¿hombres-escorpión? las maravillas del desierto nunca parecían tener fin. Esta vez, fruto quizá de la desesperación, el grupo se mantuvo firme y unido y tras recuperar brevemente sus exiguas fuerzas la compañía avanzó con penuria a lo largo del desfiladero, cañón excavado en rocas altísimas, hasta que las verdes palmeras dieron el aviso, el Oasis estaba cerca.

Los nómadas se aproximaron, vociferando en midaní y agitando ramas de palma. Daban la bienvenida… lo habían logrado. Seguramente tendrían vigías dispuestos a lo largo del único acceso conocido a Elah Zhad. Aquel lugar le resultaba hipnóticamente familiar, recorría, sin pensar en sus propios pasos, lo que había recorrido ya antes…y al mismo tiempo nunca. Pasó casi un día entero, atendido por los habitantes de las arenas, descansando y alimentándose, recuperando el agua perdida junto a sus compañeros. Esperaba con inquietud la reunión, había pedido audiencia con el consejo de ancianos de las tribus, con su profeta particularmente, un clérigo de Khossut. Y ese encuentro era vital, se habían conducido con exquisita prudencia y respetando las creencias Bedín, procurando no lanzar ningún conjuro arcano desde que pisó el desierto, necesitaba minimizar las reticencias de aquel hombre pues de él dependía el poder concretar su propia visión.

Aprovechando el tiempo hasta ser recibido, trató de explicar a Ainvar y Eowaran lo que había visto entonces y había dado pie a su profecía. En algún momento, no supo cuando, se olvidó de su presencia. Se había vuelto a introducir en aquella vívida experiencia, lo volvió a ver todo: la montaña, la lluvia, la niebla…la oscuridad. Relataba lo que experimentó y experimentaba, no sabía ya bien por qué pues el público había sido olvidado. Algo le perturbó, devolviéndole a la realidad se sintió observado. La visión estaba completa de nuevo, pero esta vez, tras él, había más de 10 aventureros observándole. Pudo apreciar miradas de miedo, de interés, de recelo y de pura incredulidad mezclada con condescendencia. Estaba desafortunadamente acostumbrado.

Finalmente y con mucha ceremonia y deliberación exclusivamente privada, accedieron al lugar donde se celebraría la entrevista. La choza era la más amplia del campamento. Había sido decorada con riqueza: alfombras, tapices, macetas con plantas exóticas, cojines de seda rodeando mesas de baja altura para el té… El clérigo era un personaje interesante, vestido con una túnica similar a la suya, en colores naranja y rojo fuego. Tenía una espesa barba castaña, tez oscura y expresión cetrina.

Feros volvió a narrar, una vez más, todo lo visto y la profecía que escribió. El sacerdote pareció sorprendido, regresando a su escritorio para comprobar algo:

- Os falta la última parte– Dijo al regresar – “Y el escudo de los Caidos brillará de nuevo, y las garras hendirán la noche”

- ¿Ya la habíais oído antes? – Preguntó con curiosidad el adivino.

- La escribí yo mismo… -

Tras un breve cambio de opiniones el Bedin aclaró algo dos cosas más. El valle envuelto en bruma se trataba de Eternoska, al sur del Anauroch. Y, además, si alguien podría saber qué estaba sucediendo…esa era Aymriz, la perdición del desierto… el profeta Bedín les relató leyendas y cuentos sobre este ser anciano como la noche, pronunciándose siempre con una mezcla de respeto y terror. El siguiente paso a dar sería muy peligroso pues todo indicaba que debían encontrar a la dragona para avanzar en su investigación, algo que pocos habían conseguido y casi nadie había podido contar, y en su mente volvía a rondarle el presagio, esta vez completo:

“Cuando el desierto aúlle y sus arenas se alcen, una terrible oscuridad vendrá del este cabalgada por una dama negra. Destrucción y venganza será la estela que atrapará a todos lo que sepan de su paso. Y el escudo de los Caidos brillará de nuevo, y las garras hendirán la noche"



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Re: Balada del último Colmillo (ON rol)

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Wantu escribió:“Cuando el desierto aúlle y sus arenas se alcen, una terrible oscuridad vendrá del este cabalgada por una dama negra. Destrucción y venganza será la estela que atrapará a todos lo que sepan de su paso.. Y el escudo de los Caidos brillará de nuevo, y las garras hendirán la noche"

… Tras llegar al Oasis en mitad del desierto envueltos en ese aroma a hojaldre por el que el lugar es tan afamado, empezamos de nuevo las pesquisas para encontrar lo que estábamos buscando. Respuestas y más respuestas a la inmensidad de preguntas que todos teníamos. Gracias a mi buen criterio, el grandioso Oghma me lo conserve, llevaba conmigo aquel volumen acerca de los dragones de Faerum. En el ejemplar había ciertas notas acerca de la Dragona que nos ocupaba, Aymriz.

La dragona era una de las más viejas que aun vivían. Elimister la llamó "la muerte del desierto, también la "dragona de las estatuas" y afirmaba que era capaz de controlar tormentas de arena… Puede así mismo, crear gárgolas y animar seres de piedra gracias a conjuros poderosos y desconocidos. Fue vista por primera vez en la zona, hará unos mil años, cuando destruyó un campamento Bedin, que debía ser parecido al que habíamos viajado . Anteriormente, había asolado distintas zonas de la Costa de la Espada sembrando caos y terror un enfrentamiento con un dragón mayor acabó con sus huesos arrojados sobre el Anarouch, donde se recuperó lentamente... Parece según decían las notas, que era muy probable que en este tiempo haya estado saqueando las ruinas de la antígua Netheril y que atesore objetos mágicos de aquella época... Su guarida jamás fue encontrada, se sospechaba que estaba situada en alguno de los antiguos complejos de túneles que se encuentran bajo estas arenas...

Con estos importantes datos comenzamos pues nuestra andadura en busca de información. Los comerciantes del Oasis, tuvieron a bien indicarnos hacia donde debíamos dirigirnos, al noreste. Con las ardientes arenas colándose en nuestros cuerpos y el frío intenso que se sufría al caer la noche, avanzamos lentamente por las dunas. Los moradores del desierto salían a nuestro paso y en no pocas ocasiones hubimos de enfrentarlos a riesgo de nuestra propia vida incluso a riesgo de perdernos entre la inmensidad del mar de tierra.

Para nuestra fortuna, los acogedores Bedin nos proporcionaron un par de camellos de carga donde cargar lo necesario para montar un campamento. Dos de las integrantes de nuestro grupo les guiaban sin demasiado interés y fortuna. Los arcanos que nos acompañaban consiguieron con hábiles trucos hacer crecer algunas palmeras en la posición del campamento y pudimos retomar fuerzas y meditar durante un par de días a la sombra de los mágicos árboles.

Con una gran tormenta formándose sobre nosotros montamos dicho asentamiento a la ribera de un cortado entre las dunas y la montaña. Pronto grandes formaciones de apariencia humanoide se forjaron con las arenas, y a pesar de deshacerlos una y otra vez, cansados de no poder respirar libremente por el efecto de la arena candente, sufríamos las embestidas de dichas criaturas sin descanso. Las que se deshacían se volvían a formar en otro lugar. Sin duda era obra de Aymriz y su gran poder que pronto íbamos a conocer.

Así pues, entre el caminar pesado a través de las dunas y sin posibilidad de montar de nuevo el campamento (las guías de camellos los abandonaron) donde descansar con comodidad llegamos a un pequeño lugar rodeado de brillantes formaciones de diamante azul. Apenas pudimos convencer a dos de los nuestros para que desistieran de su febril estado de egoísmo. Observamos un pequeño agujero, apenas impracticable en mitad del lugar, retiramos como pudimos la mayor cantidad de arena acumulada dejando a duras penas espacio para que nuestro cuerpo se deslizase. Habíamos encontrado sin duda los pasadizos que llevaban a la morada de la anciana dragona, las señales no eran equívocas y en esta ocasión nos condujeron a lugar exacto.

Más y más formaciones producto del poder de Aymriz nos salían al paso a través de las largas galerías. Cansados de combatirles, agobiados por la pesadez del aire, avanzamos hasta encontrarnos de bruces con el cubil de la gran dragona azul que como todos los azules, era terriblemente vanidosa…


“Así que sois vosotros lo que habéis armado este revuelo... que poco elegante, muy poco de hecho”
. Hablaba en común, mezclando palabras en elfico, con un fuerte acento de la costa de la espada. En ese instante me postré guardando el debido respeto por tan imponente y peligrosa criatura, otros me siguieron haciendo lo mismo. En un instante se fijó en Keila dirigiéndose a ella "¿De dónde eres tú? ¿Quizá Aguas Profundas?"

Tras confirmar que podría cenarnos por el simple hecho de estar allí y más aun por comprobar que el mediano que nos acompañaba había sustraído parte de su tesoro continuó su aparente monólogo.
“Habéis destrozado muchos de mis juguetes... debería electrocutaros aquí mismo”
Por fortuna no fue así y prosiguió su charla con Keila y después con Feros, el artífice de la visión que nos había conducido hasta allí…
“Sólo tienes que responder a esta sencilla pregunta, adivino... ¿qué voy a cenar hoy?”


Entre las aterradoras bromas de la gran azul, Feros empezó su misión…
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