-Mal genio-
De nuevo, un arranque de mal genio, de nuevo perder la compostura y de nuevo el resonar de las palabras de mi Aya regañándome.
Sé que más tarde o más temprano mi carácter me pasará factura pero como evitarlo, ¿como evitar que mi sangre humana, ardiente y corriendo por mis venas no aflore? No lo sé, pero me gustaría no ser así, echo tanto de menos a mi maternal Gwenn y sus consejos que a veces creo que me pierdo en mi propio mundo. A esto, debo sumar la ausencia de mi mitad; por más que quise no llegar a esto no he podido evitarlo y extraño ,como nunca extrañé a nadie, a Humo y la paz tranquila que me aporta.
Humo me pidió olvidar, pero no puedo hacerlo porque el miedo me invade el alma. Todos dicen que dentro de mí hay alguien valeroso, yo no encuentro ese alguien en los momentos en que realmente necesito encontrarlo.
Hace unas deckanas la Villa sufrió una incursión drow, yo no me hallaba en Nevesmortas y realmente pensé que había superado el terror vivido en los dominios de los elfos oscuros, me equivoqué.
Todo se sucedió como suceden las cosas, de improviso.
Allí estaba yo, sorteando los charcos que se forman en el interior de la Villa y ahí estaba el bárbaro de nombre Ardeil, junto a Keila y Beli. Como es característico en mi y como sucedió antes con Yaroth e Izhân una lluvia de puyas iban y venían entre nosotros. Me divierten estas situaciones pero nunca sé el alcance que pueden tener y a lo que pueden llevar. En esta ocasión, me llevaron a una lección que me hizo sentir la mayor de las vergüenzas, mi Aya estaría satisfecha por la lección que me dieron.
Es cierto, que como en otras ocasiones, saqué de quicio a los bárbaros, Ardeil no iba a ser menos que Erik o el mismo Tau…
Poco a poco, las bromas se hicieron más hirientes hasta que el bárbaro tocó lo que nunca consiento que toquen, La música. Que le guste o no es secundario y eso siempre lo he admitido pero no el menosprecio hacia lo que se hacer.
Al definirme como cantamañanas salté como saltaría una gota de agua que cae al fuego. Advertí que pisaba terreno pantanoso pero de igual forma el bárbaro siguió. A estas alturas yo debería conocer como son, no se rigen por los mismos valores que yo, ni conocen lo mismo que conozco yo pero aun así, no medí lo que hacía.
Mi genio, siempre mi genio y sin Gwenn ni Malakai cerca para calmarlo exploté. Deseo que Malakai regrese pronto porque me estoy volviendo loca sin él.
No hice otra cosa que agarrar una piedra del camino, había pensado en asustarle con un flechazo pero afortunadamente no lo hice. Lo habría lamentado durante el resto de mis días. La piedra voló certera a la cabeza del bárbaro, una brecha se abrió en su frente, sangraba y ante la estupefacción y enfado siguió con su retahíla. Yo ya estaba desatada, si no callaba yo no pararía. No lo hizo, sin embargo salió a las afueras mascullando algún improperio. Por supuesto le seguí sin medir las posibles consecuencias.
Keila me llamaba loca, trataba de sujetarme tirando de mi capa, pero sin conseguir pararme.
Llamé la atención del bárbaro de nuevo, y le escupí el porqué de mi reacción, que me insultase a mí, no me causaba estragos pero no iba a consentir un insulto a lo que yo hacía. Ahora, Ardeil dominaba la situación claramente. Aegón y Keila que contemplaban la escena acabaron por intervenir. Entonces me di cuenta de que una vez más el genio me había podido y me había hecho perder la compostura.
El bárbaro giró sobre sus pasos cuando preguntó si me había desahogado ya, aquella situación era absurda, tengo la inteligencia y sabiduría suficientes como para saber donde está mi sitio sin salirme de él, pero mi maldito mal carácter me lleva a perder los papeles.
Me tranquilicé al fin, el bárbaro y Aegón marcharon justo cuando salía de la ciudad Eves. Keila le habló del ataque drow, yo sentía apenas unas palpitaciones cada vez que escuchaba la palabra drow, pero las superaba. No fue así cuando Eves nombró a Loth.

Todo empezó a darme vueltas, un miedo atroz se estaba apoderando de mí... estaba perdiéndome en el camino del terror. Comencé a temblar mientras traspasaba los portones de la Villa. No sé explicar la sensación que me inundó, pero todo lo que viví en aquel maldito lugar volvió mientras yo caminaba vagando sin saber donde ir. Estaba realmente mal, pálida, mareada, asustada, con el corazón palpitando desbocado. Me dirigí al último rincón apartado de la Villa y allí me acurruqué en un rincón, muerta de miedo, delirando entre susurros, llorando amargamente por estar sola.
No ví a nadie seguirme, pero allí apareció el bárbaro. Me vio en aquél estado, y dado mi arranque de hacia unas horas, le chocó. Yo ni le reconocí, estaba demasiado nublada susurrando cosas incongruentes. Ardeil parece ser un ser noble, porque a pesar de mi ataque quedó allí conmigo, intentando dar a mi alma el valor que en ese instante yo no encontraba. Sus palabras me fueron tranquilizando, poco a poco pude reconocerle y sentir la mayor de las vergüenzas. A pesar de mi trato hacia él, su ayuda sin rencor era dada sin condiciones. Sin duda estaba recibiendo una lección que no olvidaré.
Me habló de mi valor, comparte con los demás la teoría sobre mi corazón valiente, dijo que el animal que llevo dentro es valeroso (no entiendo en demasía a los bárbaros).
No sabía que decir, tan sólo una pregunta -¿No me odias?-No entendía en ese momento que no me tuviese ningún rencor. Ahora no me hablaba como el joven bárbaro que era sino como alguien sabio. Arrancó el amuleto de ámbar de su cuello poniéndolo en mi mano. Era su amuleto, y me lo entregaba a mí. Esto hizo que de nuevo sintiese una lección de actitud digna de Gwenn o de mi Aya.
Lo colgué de mi cuello pero no sin antes darle algo que significó mucho para mí y que ahora quería que portase él. Desenganché del interior de mi capa el amuleto que me regaló Erik, no lamenté desprenderme de él porque lo hacía de corazón y a alguien sin maldad alguna, alguien como él, uno de su raza, alguien que era digno de portar el amuleto protector de los sueños y estaba segura de que Erik lo aprobaría allá donde estuviese. Ardeil lo asió a su cuello y me tendió la mano para levantarme de mi escondite.
Una mano amiga, inesperada, aleccionadora y que jamás podré olvidar.