Una muchacha llamada Beatriz.

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Horacio

Una muchacha llamada Beatriz.

Mensaje por Horacio »

Mi nombre es Gabriel Acuña, antiguo soldado del ya extinto Puño de Hierro. Malvivo como pescador en la ciudadela de Cormyr, pero eso es algo que no viene al caso. Les contaré a vuestras mercedes una historia pegajosa, cuya protagonista se dejó algo más que la piel por quien amaba. Contaré cómo, por un amor perdido, una mujer es capaz de cometer las mayores locuras jamás vistas en éste u otros mundos. Y cómo, por volver a ver a la persona con la que compartes ese lazo, es capaz alguien de traicionar hasta sus más acérrimos principios.











Una larga cascada de cabellos cobrizos caía sobre sus hombros, moldeándolos, acentuando esas esmeraldas que tenía por ojos. Labios carnosos y pómulos poco marcados, el rostro redondo de toda una diosa, podría decirse. Así nos parecía la esposa del capitán, al menos. También cabe decir que, por aquella, era la única mujer a la que veíamos diariamente, pues evitábamos el acercarnos a la civilización. No creo que contase con la veintena de años, a juzgar por las caderas tan poco voluptuosas y esa cintura venusiana que nos desquiciaba a todos... pero olvidemos la entrepierna por un segundo y vayamos al grano, que de mocetas está llena la plaza y no por mucho recordar más gozaremos.


Eran buenos años aquellos, cuando nuestra compañía mercenaria sobrevivía gracias a los numerosos encargos que los pisaverdes locales nos hacían. Hacerle de guardaespaldas a cierto galán para evitar que el cornudo lo apalease, acompañar a distinguidas señorías por los senderos del bosque o incluso darle cuentas a cierto fulano, por encargo de quien no tenía los arrestos suficientes para hacerlo por propia mano. Pero como en todo, la reputación cuesta un precio. Tantos clientes ganábamos como enemigos hacíamos... y acababa todo lo comido por lo servido. Esa moza de la que les hablaba, la muchacha del capitán... parecía de buena familia. Se hacía llamar Beatriz y era ella quien leía la correspondencia y escribía las misivas... era ella la que preparaba el guisado cada día, quien remendaba nuestras ropas o cosía nuestros rotos. Era una madre, en definitiva. Aunque buena madre sería si la hubiésemos acorralado, sí señor... el único defecto era la mano férrea del capitán, siempre presente cada vez que ella se dejaba ver. No le culpo, cualquiera de vuecedades hubiera protegido tal tesoro con uñas y dientes si lo hubiese tenido entre las manos... y él sabía como hacerse respetar.


Dicen que la vida de mercenario está llena de infortunios. Una puñalada, una sombra deslizándose tras de tí o un mal movimiento en un bosque una noche cerrada podía costar la vida, la cabeza y algo más. Esa suerte no tardó en llegarnos, por desgracia... El clavo que más martillazos recibe es el que sobresale. A nosotros nos golpearon donde más dolía. "El Sol de Burmecia" se hacían llamar los hideputas que contrataron para eliminarnos. Al astro rey les iba a mandar yo de un puntapié en las posaderas si viniesen de uno en uno esos malnacidos... Se presentaron cuando dormíamos, erizados los aceros y con más hierro encima que las rejas de la cárcel de Adbar. Por suerte para nuestros sucios cuellos (escusadme el detalle, pero había comenzado la estación de las nieves y no era plan de mojarse nada en el río) tan solo apresaron al capitán y se lo llevaron, casi como Dios y su madre lo trajeron a este mundo, a su campamento ante la atónita mirada de los que estábamos allí presentes. Eran más del doble, con mejores herreruzas y armaduras tachonadas... ya era bastante, si lo comparábamos con nuestras temerarias de cobre desgastadas y las vestimentas remendadas que llevábamos nosotros. Aquella noche nadie volvió a conciliar el sueño y, aunque era la primera vez que la adolescente de ojos verdes quedóse sin protección, nadie osó ponerle una mano encima.


Cuando la hoguera rezumaba sus últimas ascuas y el sol empezaba a desperezarse allá en el horizonte, todos habíamos recogido pertenencias y utensilios, listos para desaparecer un tiempo. Nadie tuvo los bemoles de afrontar la situación. Nadie fue tan valeroso de dar un paso al frente y proponer una misión suicida para rescatar a quien nos había guíado todos esos años. Éramos soldados, sí, pero le teníamos mucho apego a nuestras cabezas. Nada dijimos cuando, al partir, la pequeña Beatriz se quedó atrás, perdida la mirada en las cenizas del viejo fuego. Ese fue nuestro error... lo admito, y aún a día de hoy me arrepiento de haberle dado la espalda. Poco tiempo después sabríamos de ella y de cómo su corazón se negó a resignarse, a diferencia del nuestro, tan patán y traicionero.











Un día después se celebraron los funerales de más de una treintena de soldados, todos de esa compañía de desgraciados a los que contrataron para quitarnos de circulación a nosotros. Corrían los rumores de que, al caer la noche, una cría con cuerpo de mujer había dado muerte a la cocinera del campamento Burmeciano a sangre fría cuando ésta fue al río a por agua. Y cómo, a la hora de la cena, fueron cayendo uno por uno más de la mitad de los muchachos de dicho campamento. Dicen que la zagala envenenó el estofado haciéndose pasar por la cocinera... y que, tras servirlo, fue directa a la tienda de campaña donde tenían a su querido esposo.


Las malas lenguas dicen que quien estuvo haciendo guardia dió buena cuenta de la muchacha... pero jamás se encontró su cuerpo y, para desgracia de la misma, tampoco el de su marido. Así es como se ganó el apodo de "la Burmeciana" entre el populacho aquella adolescente que creíamos inocente y frágil. No sé qué demonios le pasaría por la cabeza a la chiquilla cuando hizo tal cosa. Es algo que nunca entenderé... ni yo ni ningún otro hombre. Mujeres...










//Es la primera vez que escribo una historia en tercera persona por completo, asi que no seáis muy duros conmigo por favor :) En la historia no se dan muchos detalles de cómo es Beatriz por dentro, si no la opinión que los demás tenían sobre ella. Un personaje secundario arrastrado a cargar con el cometido principal de la trama, en pocas palabras.
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