"Si en un punto de mi margen fuese ave,
sabrá Dios que he de ser la sentenciada.
Si en el cenit del cielo me provoca,
sabrá el Diablo que he de ser la liberada.
Si a los lados del camino mi piel rozas,
sabrás tú que he de ser tu bienamada.
Más si en medio de la brisa me reencuentro,
sabré yo que he de ser la condenada."

“En ciertas ocasiones, no sabes lo difícil que ha sido no morir”
Amn. El hospicio.
Apenas un rayo tenue de luz dejó la escueta rendija colarse entre el suelo y el concreto. Las frías baldosas de la enorme sala eran toda la bienvenida recibida, muros negros de concreto sin ventanas, largas mesas de maderas trabajadas y en medio de la sala tan solo mi llegada.
Tenía apenas cuatro años cuando la puerta del hospicio se abrió delante de mí llevándose consigo todos mis sueños a cuestas en medio de una habitación enorme, repleta de niños de entre cuatro y dieciséis años que era sin dudas un enorme taller de trabajos.
Mis pequeñas manos llevaban en ellas el único objeto que desde siempre me ha pertenecido, aquel viejo espejo de plata en el que ya casi no podían distinguirse imágenes. Fue entonces cuando uno de jóvenes se puso de pie y se acercó a mi, pasó su mano por mi cabello y tomó mi rostro con fuerza preguntándome a los gritos mi nombre y si estaba yo dispuesta a servirle o sufrir el castigo por negarme. En ese mismo momento él apareció… y cual fiera salvaje apenas liberada se abalanzó sobre el muchacho que le doblaba en tamaño haciendo que me soltase. Varios de los demás niños tan sólo observaban inmutables como los “Generales”, tal se hacían llamar los más grandes, golpeaban sin piedad a ese muchachito rubio de no más de diez años que sin motivo aparente había decidido arriesgarse tan sólo por salvarme.
Cuando los cuidadores se decidieron a detenerlos, él estaba ya tendido en el piso, sangrando por casi todos sus orificios y aún así, seguía luchando. Le llevaron a una habitación de castigo y a mí me culparon por la riña dejándome sin comer durante tres largos días.

Esa fue mi gran entrada a “La Antesala del Infierno”, como llamaban en Esmeltaran al hospicio en que sobrevivimos durante los más terribles años, en los cuales el único respiro posible era adentrarme durante las largas noches solitarias, en la vieja sala de lectura para devorar con mis ojos todo libro, documento o papiro que allí se encontrase y ejecutar sin ser tocados los viejos instrumentos musicales allí abandonados a su suerte imaginando entre lágrimas cuan maravillosos serían sus sonidos.
Desde aquel día, no recuerdo un solo segundo de mi vida sin Alex a mi lado pues desde entonces, juntos los dos, resistíamos el hambre, el frío y los maltratos diarios a los que todos allí éramos sometidos.
Las mañanas comenzaban apenas el sol despuntaba en el horizonte y sin nada en el estómago éramos dirigidos al taller de trabajos el cual, según nuestras habilidades podía variar entre desescamar, vaciar o cortar filetes de toda clase de pescados. Trabajábamos por diez o doce horas seguidas entre los insultos y castigos de los guardias que no dudaban golpear a quien desafiara la orden de no levantar la vista de la tarea encomendada. Los “Perros”, como los llamábamos, eran en su mayoría humanos, fieles servidores de sus empleadores y pertenecían a lo más bajo de la “Mena”. Levaban en sus cinturas cintas de cuero a modo de látigos, algunos de ellos con trocitos de metal anudados en las puntas lo que sin dudas, nos hacía pensar dos veces antes de desobedecer las reglas.
De entre ellos Tork, un hombre de algo más de treinta años era el único que se presentaba amable con algunos de nosotros entre los que yo parecía ser su protegida, pues por alguna extraña razón que mis en ese entonces escasos años no comprendía, tenía él una extraña fijación hacia mi persona.
Recuerdo el aroma fétido de esa noche sin luna cuando sigiloso, se acercó hasta el borde de mi manta y con un gesto de silencio me indicó que le siguiese, sin hacer ruido entonces me levanté despacio y me encaminé tras él hasta una de las húmedas habitaciones del subsuelo. Al bajar las escaleras ya sus manos recorrían mi pequeño cuerpo de tan sólo diez años de tal forma que aún sin entender cuales eran sus fines se resistía a sus caprichos. Poco podía yo hacer más que llorar implorando una muerte rápida cuando en medio de la oscuridad las manos de Alex le tomaron por el cuello y por unos escasos segundos me soltó para golpearle. Inútil fue su ira y todo su odio contenido pues, en menos de un instante dos Perros más lo tomaron por sus brazos y le encerraron en la celda de castigo golpeado de tal forma que ni sus dedos eran capaces de moverse.
Terminado su propósito conmigo Tork, me arrastró de vuelta a las barracas con al promesa de inimaginables tormentos si el incidente llegaba a oídos de los Fox, creciente familia comerciante de pescados y perteneciente a los más altos estratos del "Mithril", dueños benefactores de la Antesala.
Desde ese día Alex juró venganza y en cada ocasión en que Tork me poseía el era encerrado y golpeado hasta el hartazgo intentando así evitar interviniese.
En la luna nueva de Uktar, del año del Bastón , tras la fiesta de inauguración de la carretera de la Gema que une Keczulla y Esmeltaran el tal Tork irrumpió en la sala dormitorio por última vez.
Como siempre me tomó de los brazos y me arrastró hasta el sótano jurando matarme si emitía algún sonido, revisó la manta de Alex y notó que él dormía allí, o al menos eso parecía. Bajamos entonces las escaleras en silencio…resignada, solo atinaba llorar suplicando nuevamente me matase para terminar de una vez y para siempre con el tormento cotidiano cuando de entre las sombras un brillo asomó de repente introduciéndose en la espalda sudorosa del guardián que vertió su sangre tibia sobre mi rostro antes de caer sin vida sobre mi cuerpo desnudo.
En medio de la confusión del momento, Alexander tomó mi mano y me cubrió con una manta, caminamos entonces sigilosos entre los guardias y con la llave que él había tomado de los pantalones de Tork, salimos de la Antesala luego de años de sufrimientos y castigos inenarrables.
La Huída y Calimshám.
“Eso que algunos llaman imposible, es aquello que no han visto jamás”
Esa noche corrimos por las praderas de Amn hasta el cansancio, cruzamos montes y valles sin mirar atrás con la certeza de que el mundo nos pertenecía desde entonces y que nada ni nadie habría jamás de separarnos.
Durante los largos meses que duró la huída nos refugiábamos en cuevas o cabañas abandonadas, comíamos frutos y animales salvajes, parando en cada poblado para que Al, mediante sus habilidades, lograse conseguir todo aquello cuanto necesitábamos para subsistir.
Huyendo a veces de los cazadores de ladrones e intentando en más de una ocasión acabar con ellos, llegamos así a la esplendorosa Calimshám y nos adentramos en el puerto que bañan las aguas del mar de las Espadas.
La ciudad de Calimport era todo lo que habíamos soñado encontrar.
La mitad oeste del puerto central y los puertos públicos, tenían el mayor amarradero de barcos de la ciudad, incluyendo al barrio de la Armada. Poseían la mayor cantidad de almacenes de muchos gremios de comerciantes que enviaban sus productos por mar, a pesar de no albergar muchas sedes gremiales. También poseía la distinción de tener la mayor concentración de mancebías y tabernas de todos los barrios de Puerto Cálim. Si alguien buscaba problemas o solo deseaba un lugar ruidoso y lleno de camorristas, el barrio del Puerto era su destino obligado. Y como todos los puertos tenía numerosos tugurios, lupanares y posadas que nos abrían un sinnúmero de posibilidades para subsistir sin demasiado esfuerzo.
Nos instalamos en una vieja barcaza abandonada y allí, durante cinco largos años logramos vivir gracias a las andanzas y apuestas de Alex como también a las monedas que, por mis canciones e historias recibía a diario en “La Novena Campana”, una de las más concurridas y turbias posadas del puerto.
Fue durante los eternos ocasos del mar de las Espadas cuando nos hicimos tan cercanos, cuando casi sin darnos cuenta nos amamos hasta el cansancio en cada una de las tardes adormecidas sobre la enmohecida cubierta del bote.
Nos teníamos tan sólo el uno al otro y eso, eso nos bastaba para estar satisfechos y saber que más allá de todo y del resto de las gentes seríamos uno por siempre. Éramos felices a nuestro modo y a pesar de los enojos y malos tratos a los que a veces Alex me sometía en sus malos días, podría decirse que fueron esos mis mejores años.
Había entre nosotros acuerdos implícitos de trabajo pues, en cuanto algún contrabandista adinerado anclaba su nave en las dársenas iba yo a su encuentro a ofrecerle mis encantos recolectando así la información necesaria para que luego, él se encargara de lo suyo y tomara cuanto pudiese de sus bienes. Algunas veces eran simples robos o extorsiones y en contadas ocasiones, si la suerte estaba de nuestro lado, nadie salía lastimado.
Una tarde de aquellas inolvidables fue en la que conocimos al viejo Faruk. El “Paladín”, como lo llamaban sus empleados, dirigía un pequeño gremio de ladrones y timadores que durante los días de faena se adentraban en las Drúdacas y Sabanes en busca de aquellos que, descuidados e incautos, dejaban quizás abierta una de sus puertas o ventanas, para tomar de sus casas todo aquello de valor que pudiese ser vendido mediante los miles de contrabandistas que se encontraban a las orillas del mar esperando para transportar por agua, todo tipo de mercancías y bienes a los diferentes puntos del continente y las islas aledañas.
Barok.
“A veces cuando ganas, pierdes"
En esos días el bote se había transformado en una especie de guarida para muchos como nosotros y el viejo "Paladín", conforme con el trabajo de los “Soldados” de su orden nos brindaba ciertas comodidades que de otra forma jamás hubiésemos logrado obtener. Fue una noche de reunión cuando uno de los muchachos contó la historia acerca de los “Portales al infierno” que según sus dichos se formaban en los espejos. Sin dudarlo y en su afán de refutar dicha historia Alexander tomó mi viejo cristal espejado y colocándolo frente a mí me ordenó convocara a un demonio. Haciendo uso de mi lengua afilada y disfrutando de las caras aterradas de algunos crédulos recité una especie de cántico onírico apenas compuesto para esa ocasión. Grande fue mi sorpresa cuando una extraña luz color púrpura salió despedida del espejo arrasando con todo a su paso…La luz no era tal cosa sino una enorme bestia adormecida en el cristal desde hacía milenios esperando una muchacha la despertase de su sueño eterno. Se presentó ante mí diciéndose “Lord Barok” señor del séptimo infierno y asegurando sembraría el mal a lo largo y a lo ancho de todos los territorios de los Reinos.
Entre la confusión y el miedo, uno de los integrantes del grupo aseguró conocer la forma de cerrar ese portal si y sólo si yo, dueña absoluta del mismo, estaba dispuesta a hacerlo.
Seguí sus instrucciones al pie de la letra ordenándole a Barok por su nombre, volviese al sitio al cual pertenecía y en menos de un segundo la luz volvió a adentrarse en medio del marco plateado de la reliquia. Dijo el joven arcano luego, que ese espejo jamás debía ser separado de entre mis pertenencias y que le guardase de caer en las manos equivocadas pues, un demonio suele encandilarse por los ojos de su dueña y de separarnos, él buscaría la forma de llegar hasta donde sea que me encontrase destruyendo lo que sea con tal de lograrlo.
Difíciles días siguieron a esa noche puesto que, la voz había corrido rauda entre las gentes que comentaban que en una vieja barcaza de la dársena sur una bruja convocaba seres infernales con fines maléficos que llevarían a la ruina a toda la humanidad.
Apenas un par de amaneceres más tarde, mientras dormíamos, un grupo contratado de asesinos irrumpió en el interior del bote con el único fin de quitarme la vida y destruir así los males que según ellos, causaría mediante mis convocaciones de infernales. Fue en menos de un segundo que Alexander nuevamente tomó su daga y con exactos y medidos movimientos degolló uno a uno a los cuatro inquisidores quienes desaparecieron entre las rendijas de las maderas viejas como si jamás hubiesen existido antes.
Nuestros días en Calimshám habían acabado.
Fue entonces cuando tomamos nuestras escasas pertenencias y nos colamos en la bodega de un viejo barco que partía sin rumbo conocido apenas despuntase el día siguiente.
El Arribo.
"Quizás la locura nos conduce a la demencia más es preferible ser medio loco que ser un idiota entre los inquisidores, además entre locos... nadie es tan loco."
El viaje fue extenuante y a cabo de varios días de permanecer ocultos entre bultos y ratas la nave se detuvo.En ese instante fue que aprovechando el ajetreo de la anclada, abandonamos la bodega y pisamos por primera vez la nueva tierra en la que nos juramos pertenecernos por siempre y cumplir cada uno de nuestros sueños.
“Pesada lápida sobre mis parpados,
cenizas en mis ojos y el azul antiguo,
el abra del azur y la oración
en lo abierto definitivamente cerrado
de los túneles del insomnio
donde las ratas danzan su ritual de pestes
y exterminio. El viento que antiguamente
me abría al infinito, las manos espejos
de las aguas más claras y profundas,
la piel de aquel que amé en sueños,
todo enterrado bajo la pesada máquina
de la muerte que aún pasea en
las silenciosas calles de la soledad
a las que nos condenó amarnos…”

Mía.