1.YLVATIA
El mercado estaba abarrotado, como el primer día de cada mes. El olor a especias se fundía con el olor a las flores y poco más allá el del pescado fresco, pero había otro olor, un olor menos agradable, el olor que desprende la multitud mientras camina casi a empujones por la plaza del mercado en pleno estío. No era agradable, no, pero ¿acaso ella olía mucho mejor? Seguramente no. Y tampoco es que pudiera permitirse pagar grandes lujos. Sabía que su vida entera consistiría, precisamente, en sobrevivir, tal y como había hecho los últimos años.
“Toma lo que esté a tu alcance y no te preocupes de a quién perteneciera. Una vez en tu mano, es tuyo” se decía mientras con una diminuta daga, haciendo gala de unas manos hábiles, cortaba la bolsa del oro de un caballero distraído mirando el trasero de una dama o de alguna señora pudiente descuidada que curioseaba alguno de los puestos.
“Es sólo una cuestión de equilibrio, unos tienen la bolsa demasiado llena y hay que aligerarla para beneficio de los que la tienen vacía” y metía la mano en el bolsillo de los incautos que se entretenían con los espectáculos malabares, junto a la fuente.
Por otro lado, como todo ser racional, tenía sus debilidades y una de ellas era la buena comida. ¿Comer a base de palomas y ratas? Ni hablar. Cuando era niña (más niña aún de lo que aún era) sus padres le habían enseñado la importancia de comer como es debido, así que se arriesgaba de tanto en tanto a robar en los tenderetes o establecimientos de venta de alimentos, así como en alguna taberna. Antes restos de un buen guiso de cordero con verduras frescas que carne podrida de dudosa procedencia.
Y así, entre pequeños hurtos, iban pasando los días, dekhanas, meses… años.
El número de golfillos iba en aumento y el gobernante de la ciudad comenzó a tomar medidas más serias. Cada vez había más guardias, además no se conformaban con clavarte la oreja en el portón central de la plaza principal durante tres días, durante los cuales el populacho te arrojaba lo que quisiera o te insultaba y si no aguantabas estoicamente y te escapabas desgarrándote la oreja, quedabas marcado como persona indigna de confianza de por vida. Ahora te cortaban las manos, un remedio más eficaz para evitar el latrocinio.
Una pequeña voz en su interior comenzó a hacerse oír cada vez con más insistencia. “No puedes seguir así, esto no te va a llevar a ninguna parte, ¿de verdad quieres seguir así toda tu vida? Si sigues así no vivirás mucho. ¡Despierta! ¡Despierta de una vez!”.
Así fue como decidió enfrentarse a su destino, gracias a aquella pequeña voz que escuchaba cada noche, hasta aquella noche.
Se despertó. La luz plateada de la luna entraba por la ventana y los huecos que había entre las maderas viejas de “El refugio”, el lugar en el que dormían varios pilluelos que, como ella, no tenían donde ir. Ella evitaba ese lugar para no acabar siendo una especie de propiedad de Jek el grande (o el gordo, como lo llamaba ella), un muchacho unos años mayor que los demás, un tirano aprovechado. Pero ese invierno estaba siendo especialmente frío.
Había soñado otra vez con su vocecita, pero ahora estaba despierta y seguía escuchándola, pero el mensaje esta vez era diferente.
“¡No! ¡por favor! ¡no! No me arranques las alas” eran gritos de terror y sabía que provenían de la habitación de Jek. Con curiosidad y con todo el sigilo del que fue capaz, se aproximó a la puerta, que consistía en una manta raída colgando de unos ganchos, se asomó y vio al grandullón de espaldas a ella, rebuscando entre sus herramientas, con las que hacía daño a aquellos que no le obedecían. En una mesa cercana a él, había un diminuto ser humanoide dentro de un recipiente de cristal, moviéndose desesperadamente, golpeando las paredes transparentes y a cada movimiento, diminutos destellos se desprendían de unas delicadas alas que crecían a su espalda.
No tenía tiempo de pensar. Iban a hacerle daño y no podía consentirlo, así que cogió su daga y se acercó a Jek, aprovechando que estaba de rodillas rebuscando en los cajones, de espaldas a ella. Su daga se deslizó por el cuello y el rojo hizo acto de presencia. Acto seguido liberó a aquella criatura y cogió la caja de monedas de debajo del camastro. Era hora de comenzar una nueva vida lejos de aquel horrible lugar. Podía aspirar a algo más.
Iría a Candelero donde se encontraba uno de los grandes centros del saber. Allí podría estudiar, aprender cosas que la apartaran de una vida miserable.
Continuará...
Historia de Ylvatia y Ârstan
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Re: Historia de Ylvatia y Ârstan
2.ÂRSTAN
En un pacífico claro del Bosque del Rey, apartado de las tierras orcas, un muchacho se disponía a abandonar la cabaña en la que había crecido. Nunca había salido de aquel bosque y lo conocía como la palma de su mano. Cada roca, cada árbol, cada cueva, donde se encontraba la mejor caza o las mejores bayas. Pero necesitaba más, quería salir de allí, ver mundo, sentía como Shondakul le empujaba hacia los caminos y no estaba dispuesto a desoír su llamada.
Llevaba pocas posesiones consigo, las más importantes eran su arco y su cuchillo de peletero, como buen cazador que era. Sabía que ambos le harían falta; uno si se enfrentaba a algún peligro en su viaje y el otro para poder intercambiar las pieles de los animales por otros bienes.
Dio un último vistazo a la cabaña y emprendió el camino atravesando caudalosos ríos y los picos de la Tormenta, caminando por sendas que nunca había visto antes, atravesando los prados de Camposverdes, y los Picos Nublados, bordeando el lago Weng, hasta llegar a la ciudad de Crimmor.
Allí intercambió algunas pieles de ciervo y a punto estaba de seguir caminando, cuando encontró un anuncio en el tablón que llamó su atención. Una compañía de mercenarios estaba reclutando gente para emprender un viaje como escoltas de una gran caravana que partía hacia Candelero. Aquello podría proporcionarle otras vivencias, así que se presentó en la posada y se unió a ellos.
Su trabajo, como no podía ser de otro modo, era el de explorador, caminando a menudo por delante de los demás, cazando para alimentar al grupo cuando era necesario y encontrando los mejores lugares para acampar al caer la noche.
Sin embargo, la vida de mercenario no era algo que acabara de llenarle. Los mercenarios viajan de un lado a otro, pero lo hacen por oro y el dorado metal era algo a lo que él nunca había dado valor. El oro no se come, no te protege de la lluvia y no te abriga en las noches frías de invierno. Además, viajar simplemente escoltando, sin poder recrearse en un determinado lugar o ir simplemente a donde quisiera era una limitación demasiado grande para alguien como él. Así que, al llegar a Candelero, se despidió de sus compañeros, quedándose en una ciudadela que no conocía y con un puñado de monedas con las que no sabía qué hacer.
Continuará...
En un pacífico claro del Bosque del Rey, apartado de las tierras orcas, un muchacho se disponía a abandonar la cabaña en la que había crecido. Nunca había salido de aquel bosque y lo conocía como la palma de su mano. Cada roca, cada árbol, cada cueva, donde se encontraba la mejor caza o las mejores bayas. Pero necesitaba más, quería salir de allí, ver mundo, sentía como Shondakul le empujaba hacia los caminos y no estaba dispuesto a desoír su llamada.
Llevaba pocas posesiones consigo, las más importantes eran su arco y su cuchillo de peletero, como buen cazador que era. Sabía que ambos le harían falta; uno si se enfrentaba a algún peligro en su viaje y el otro para poder intercambiar las pieles de los animales por otros bienes.
Dio un último vistazo a la cabaña y emprendió el camino atravesando caudalosos ríos y los picos de la Tormenta, caminando por sendas que nunca había visto antes, atravesando los prados de Camposverdes, y los Picos Nublados, bordeando el lago Weng, hasta llegar a la ciudad de Crimmor.
Allí intercambió algunas pieles de ciervo y a punto estaba de seguir caminando, cuando encontró un anuncio en el tablón que llamó su atención. Una compañía de mercenarios estaba reclutando gente para emprender un viaje como escoltas de una gran caravana que partía hacia Candelero. Aquello podría proporcionarle otras vivencias, así que se presentó en la posada y se unió a ellos.
Su trabajo, como no podía ser de otro modo, era el de explorador, caminando a menudo por delante de los demás, cazando para alimentar al grupo cuando era necesario y encontrando los mejores lugares para acampar al caer la noche.
Sin embargo, la vida de mercenario no era algo que acabara de llenarle. Los mercenarios viajan de un lado a otro, pero lo hacen por oro y el dorado metal era algo a lo que él nunca había dado valor. El oro no se come, no te protege de la lluvia y no te abriga en las noches frías de invierno. Además, viajar simplemente escoltando, sin poder recrearse en un determinado lugar o ir simplemente a donde quisiera era una limitación demasiado grande para alguien como él. Así que, al llegar a Candelero, se despidió de sus compañeros, quedándose en una ciudadela que no conocía y con un puñado de monedas con las que no sabía qué hacer.
Continuará...
Re: Historia de Ylvatia y Ârstan
3.EL INICIO DEL VIAJE
"Todos aquellos que pasan demasiado tiempo en una ciudad, sin interés por lo que hay más allá de sus muros, se vuelven locos.
Y los magos… esos son los peores de todos. Encerrados con un libro noche y día a la luz de las velas o sabe dios qué, haciendo cosas que son inexplicables por naturaleza..."
En aquella ciudad, había bastantes magos, muchos atraídos por la gran biblioteca. Sin ir más lejos, a unos metros de él, una elfa hablaba sola mientras ponía un cartel en el tablón. ¡Cómo deseaba salir de allí cuanto antes! Por suerte, ya casi había vendido todas las pieles. Al día siguiente, se vería con un comerciante dispuesto a ofrecerle un “trueque justo” según sus palabras y quizá pudiera salir de allí. Rumbo a no se sabe dónde.
Amaneció y se dirigió al lugar en el que habían quedado. Una vez finalizada la transacción, se dirigió al tablón, no por si se presentaba alguna oportunidad si no por rutina, más bien, y aunque no lo esperaba, la oportunidad se presentó. Allí había un cartel en el que se requerían los servicios de alguien experimentado en los caminos. El viaje sería a Mulhorand, muy lejos de allí. No lo pensó demasiado y acudió al lugar de encuentro con “Longway”, que era quien firmaba la nota.
La taberna estaba bastante vacía cuando llegó. A decir verdad, sólo estaba el tabernero, limpiando distraído unas copas ya relucientes y una elfa, en una mesa del fondo, de la cual no se veía la superficie debido a la enorme cantidad de papeles y pergaminos que había en ella.
Se acercó a la mesa, dispuesto a preguntar y conforme se acercaba, se iba dando cuenta de que aquel rostro le sonaba. Era la elfa loca que hablaba sola. “Que no sea ella” rezó silenciosamente.
Pero sí. Era ella.
-Ylvatia Longway
-Esperaba a un hombre- dijo con su habitual sinceridad el explorador.
-Curioso, yo también- y sonrió- no te ofendas, pero eres muy joven.
Eso no era, desde luego, empezar con buen pie.
La cosa no habría ido muy bien si Ârstan no se hubiera fijado en lo que había sobre la mesa: mapas. Mapas de la ciudad, de los alrededores, casi de todas las Tierras Occidentales. Y los había hecho ella.
Resultó que tenían muchas más cosas en común de lo que hubiera parecido en un principio, y a penas media dekhana después, ya estaban poniéndose en camino hacia Mulhorand con una amistad cada día más sólida. Cada uno aprendía un poco del otro y para cuando llegaron a aquellas tierras, ya habían formado su pequeña sociedad de cartógrafos.
Realizaron diversos trabajos, de allí viajaron a Unzher y después a Calimshan. En esas tierras, durante una conversación con unos comerciantes, fue donde decidieron viajar al norte, mucho más al norte, a La Marca Argéntea. Ninguno de los dos había estado nunca y además supondría un cambio de paisaje y clima bastante radical.
Así, tras un largo camino, llegaron al frío y lluvioso norte, con la idea de cartografiar cada rincón de aquella región.
"Todos aquellos que pasan demasiado tiempo en una ciudad, sin interés por lo que hay más allá de sus muros, se vuelven locos.
Y los magos… esos son los peores de todos. Encerrados con un libro noche y día a la luz de las velas o sabe dios qué, haciendo cosas que son inexplicables por naturaleza..."
En aquella ciudad, había bastantes magos, muchos atraídos por la gran biblioteca. Sin ir más lejos, a unos metros de él, una elfa hablaba sola mientras ponía un cartel en el tablón. ¡Cómo deseaba salir de allí cuanto antes! Por suerte, ya casi había vendido todas las pieles. Al día siguiente, se vería con un comerciante dispuesto a ofrecerle un “trueque justo” según sus palabras y quizá pudiera salir de allí. Rumbo a no se sabe dónde.
Amaneció y se dirigió al lugar en el que habían quedado. Una vez finalizada la transacción, se dirigió al tablón, no por si se presentaba alguna oportunidad si no por rutina, más bien, y aunque no lo esperaba, la oportunidad se presentó. Allí había un cartel en el que se requerían los servicios de alguien experimentado en los caminos. El viaje sería a Mulhorand, muy lejos de allí. No lo pensó demasiado y acudió al lugar de encuentro con “Longway”, que era quien firmaba la nota.
La taberna estaba bastante vacía cuando llegó. A decir verdad, sólo estaba el tabernero, limpiando distraído unas copas ya relucientes y una elfa, en una mesa del fondo, de la cual no se veía la superficie debido a la enorme cantidad de papeles y pergaminos que había en ella.
Se acercó a la mesa, dispuesto a preguntar y conforme se acercaba, se iba dando cuenta de que aquel rostro le sonaba. Era la elfa loca que hablaba sola. “Que no sea ella” rezó silenciosamente.
Pero sí. Era ella.
-Ylvatia Longway
-Esperaba a un hombre- dijo con su habitual sinceridad el explorador.
-Curioso, yo también- y sonrió- no te ofendas, pero eres muy joven.
Eso no era, desde luego, empezar con buen pie.
La cosa no habría ido muy bien si Ârstan no se hubiera fijado en lo que había sobre la mesa: mapas. Mapas de la ciudad, de los alrededores, casi de todas las Tierras Occidentales. Y los había hecho ella.
Resultó que tenían muchas más cosas en común de lo que hubiera parecido en un principio, y a penas media dekhana después, ya estaban poniéndose en camino hacia Mulhorand con una amistad cada día más sólida. Cada uno aprendía un poco del otro y para cuando llegaron a aquellas tierras, ya habían formado su pequeña sociedad de cartógrafos.
Realizaron diversos trabajos, de allí viajaron a Unzher y después a Calimshan. En esas tierras, durante una conversación con unos comerciantes, fue donde decidieron viajar al norte, mucho más al norte, a La Marca Argéntea. Ninguno de los dos había estado nunca y además supondría un cambio de paisaje y clima bastante radical.
Así, tras un largo camino, llegaron al frío y lluvioso norte, con la idea de cartografiar cada rincón de aquella región.
Re: Historia de Ylvatia y Ârstan
*Andres Wadchin gira levemente su bola de cristal entre sus dedos, enfocando sus pensamientos en la extraña pareja de aventureros con sus pergaminos aun en blanco* (veamos en que estoy invirtiendo)
//continuen!!!!
//continuen!!!!

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Re: Historia de Ylvatia y Ârstan
//Siento engorrinaros el hilo pero ...¡muy buena!
La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad.