El chillido del halcón se extendió entre los árboles que marcaban la linde del Wealdath. Los árboles no formaban todavía la densa cúpula que transformaría la difusa luz de la madrugada en un mosaico de contrastes verdes y sombras destinadas a desaparecer.
Nantua siempre le daba sus lecciones entre aquellos árboles. En alguna ocasión le había preguntado porque, pero la severidad de la respuesta le había enseñado rápido a no cuestionar esa costumbre. Sonrió distraído volviendo su atención al lugar donde se sentaba su cuerpo, solo para darse cuenta de que Nantua esperaba en silencio que le prestara algo de atención.
- Parece que ya sabes de qué hablo. – Dijo con amenazante suavidad. - ¿Qué ocurre si el hombre – ahí hizo una pausa teatral – o cualquier otra raza de este mundo u otro, abusa de los recursos que la tierra les ofrece?
El niño de 12 años bajó la mirada buscando una respuesta que pudiera agradar al Maestro.
- Que… Pues los animales… las plantaciones… - niega confundido mirando al maestro. No hacía ni dos semanas que habían empezado aquellas lecciones bajo el viejo fresno. – ¿Cómo van a abusar de los recursos? ¡Si hay muchos!
Aquella lección vino a su cabeza durante la conversación que mantenía con Nantua y su padre, no muy lejos de aquel fresno, mientras traían las provisiones compradas en Mosstone, algunas leguas hacia el Oeste.
- Estas luchas… - negaba su padre. Un hombretón de piel curtida. – Destrozan los campos, arrasan los bosques…
- Es la naturaleza de las guerras Varl, consumen, devoran la vida y traen la muerte… – se giró en ese momento hacia Ainvar preguntándole para que continuara – ¿Ainvar?
- Las guerras producen casi en todos los casos una sobreexplotación de los recursos de la región tanto naturales como los dispuestos por las facciones. Aunque en ocasiones el conflicto sea necesario, el resultado debe ser compensado con el gasto realizado...
Las lecciones siempre estaban presentes, tanto en la madrugada como al crepúsculo, como aquella vez. Enseñándole el valor de la vida para cualquier ser y la importancia de aprender a vivir en sintonía con el entorno. Aquellos eran buenos tiempos.
Las lecciones continuaron, algunas agradables, otras duras. Siempre en los lugares que el Bosque de Tethyr les ofrecía. Nantua le enseñó a escuchar su entorno, a buscar algo más en cada cosa o ser, siempre había algo más que la mera forma física.
Fue en una de esas lecciones en las que Ainvar permanecía sentado en la horquilla que formaba un tronco dividido en dos desde la raíz. Nantua le había dado una bebida de sabor extraño y notaba como todo él fluctuaba y se mecía al ritmo de la más ligera brisa o movimiento. El chillido del halcón llegó claro a sus oídos. Fue como aquella madrugada, en aquellas primeras lecciones. Lo oía junto a él y a la vez a muchas leguas de distancia. Recorría la distancia más rápido que el pensamiento. Súbitamente comprendió el grito.
- Yniar – dijo abriendo los ojos
- Él te guiará Ainvar. – Intervino Nantua, sin preguntar que había visto o percibido. Hacía tiempo que esperaba aquello. – Debes seguirlo y aprender allá donde vayas para encontrar tu lugar en este mundo.
Ainvar asintió meditabundo, serio como pocas veces había estado. Aquel sería su punto de partido. Levanto la mirada y vio al halcón posado unas ramas más allá mirándolo con su astuto ojo de cazador.
Los pasos del cambio (Ainvar)
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Los pasos del cambio (Ainvar)
Última edición por LarkinSW el Mié Dic 21, 2011 9:47 pm, editado 2 veces en total.
Re: Los pasos del cambio
Yniar voló desde su hombro, recorriendo la distancia entre ellos y sobrevolándola con un margen de pocos centímetros. Chilló, casi parecía que avisaba de su llegada.
El habitante de la cabaña a la que se acercaban así debió entenderlo saliendo a la puerta del edificio mirando a la pareja que se acercaba. Maestro y pupilo bajaban la pequeña pendiente que daba acceso a la hondonada donde se hallaba el hombre y su casa.
Ainvar tragó saliva mientras se acercaba, nervioso pero reconfortado cuando el Maestro apoyó la mano en su hombro para ayudarse a caminar y transmitirle confianza al joven que se iniciaba en los caminos del alma y el mundo salvaje.
El maestro y el viejo ermitaño pasaron la mañana poniéndose al día. Eran viejos y habían vivido mucho, contarse el uno al otro sus vivencias y sufrimientos tomaba su tiempo. Solo después prestó atención al motivo de su visita. Escuchó sin dejar de mirar a Ainvar y cuando terminaron la explicación se levantó trayendo sus tintas.
- Extiende los brazos Ainvar. – Hablaba mientras preparaba las agujas, de plata, finas y afiladas. – Extiende los brazos. – Comenzó a tatuar en ellas sin pensarlo demasiado
Terminar el tatuaje tomó el resto de la tarde, oscurecía ya cuando el ermitaño terminó de trazar la última línea sobre la enrojecida y sangrante muñeca de Ainvar. Levantó la mirada mirando al joven.
- A partir de ahora llevarás en las muñecas de dónde vienes, quien fuiste. – El hombre atravesó a Ainvar con la mirada. – Te ayudará a recordarlo, será importante.
Ainvar asintió despacio, mirándose las muñecas. Allí aparecían ahora dos brazaletes rodeándolas. En una de ellas aparecía la figura difusa de un halcón en la otra la de un ojo, ambos rodeadas de espirales y líneas curvas que se entrecruzaban y creaban un tejido a su alrededor.
Al día siguiente Ainvar abandonó la casa cercana a Mosstone siguiendo al halcón Yniar con una sonrisa en los labios.
El habitante de la cabaña a la que se acercaban así debió entenderlo saliendo a la puerta del edificio mirando a la pareja que se acercaba. Maestro y pupilo bajaban la pequeña pendiente que daba acceso a la hondonada donde se hallaba el hombre y su casa.
Ainvar tragó saliva mientras se acercaba, nervioso pero reconfortado cuando el Maestro apoyó la mano en su hombro para ayudarse a caminar y transmitirle confianza al joven que se iniciaba en los caminos del alma y el mundo salvaje.
El maestro y el viejo ermitaño pasaron la mañana poniéndose al día. Eran viejos y habían vivido mucho, contarse el uno al otro sus vivencias y sufrimientos tomaba su tiempo. Solo después prestó atención al motivo de su visita. Escuchó sin dejar de mirar a Ainvar y cuando terminaron la explicación se levantó trayendo sus tintas.
- Extiende los brazos Ainvar. – Hablaba mientras preparaba las agujas, de plata, finas y afiladas. – Extiende los brazos. – Comenzó a tatuar en ellas sin pensarlo demasiado
Terminar el tatuaje tomó el resto de la tarde, oscurecía ya cuando el ermitaño terminó de trazar la última línea sobre la enrojecida y sangrante muñeca de Ainvar. Levantó la mirada mirando al joven.
- A partir de ahora llevarás en las muñecas de dónde vienes, quien fuiste. – El hombre atravesó a Ainvar con la mirada. – Te ayudará a recordarlo, será importante.
Ainvar asintió despacio, mirándose las muñecas. Allí aparecían ahora dos brazaletes rodeándolas. En una de ellas aparecía la figura difusa de un halcón en la otra la de un ojo, ambos rodeadas de espirales y líneas curvas que se entrecruzaban y creaban un tejido a su alrededor.
Al día siguiente Ainvar abandonó la casa cercana a Mosstone siguiendo al halcón Yniar con una sonrisa en los labios.
Re: Los pasos del cambio
El golpe contra el suelo le dejo sin respiración. El sabor del polvo inundó su boca cuando la abrió en busca del aire que le faltaba mientras el escozor se extendía por sus rodillas. Pero era la humillación lo que hacía que las lágrimas acudieran a sus ojos.
La sangre bullía en sus oídos, solo oía el latido del corazón mientras la gente le rodeaba y el hombre salía de la posada riendo a carcajadas. Poco a poco los sonidos fueron cobrando forma y coherencia hasta hacerse comprensibles. Las risas le hirieron, más las de la gente que miraba que las del hombre.
- … no queremos a gente como… stardo… ¡Largo de aquí mestizo! ¡Busca a la puta de orejaspicudas de tu madre y fuera de este pueblo!
La retahíla de palabras continuó, se mezclaba con las risas, los insultos… El resto le coreaban, el sonido despreciativo resonaba dentro de su cabeza, se multiplicaba… cada vez más fuerte rodeándolo y llenándolo…
Despertó de golpe, sudando, las sabanas de la posada enroscada a su alrededor. Había sido real, una pesadilla muy real, demasiado. Todo había vuelto a ocurrir, detalle a detalle. Sus ojos recorrieron sus brazos, los tatuajes que en ellos había mientras iba calmándose, hasta llegar a las muñecas. Un halcón en la derecha, un ojo en la izquierda, ambos rodeados de espirales y zarcillos entrelazados formando unas pulseras. Allí empezó todo.
Recordaba un día soleado, como pocas veces había conocido en el Norte. Los rayos del sol lo acompañaban mientras preparaba el ligero macuto que lo acompañaría en su partida de Musgolito, quien sabe si de Tethyr. La figura de Yniar se recortaba en el cielo, vigilante, atento a lo que hacía el semielfo.
Su mentor se acercó a él con una sonrisa paternal, trayéndole unos trozos de empanada. Se sentaron en las raíces del viejo árbol junto a la casa. Habló con voz lenta, pausada, resquebrajada por los años. Hablaron distendidamente, como dos amigos que no volverían a verse en mucho tiempo, con silencios que tenían más significados que mil palabras.
A los pocos años de que su padre lo recogiera en la calle de aquel pueblo, que lo protegiera y lo tomara bajo su cuidado después de que su madre lo abandonara a su suerte, lo llevó a la presencia del hombre. El Maestro no tardó en percibir que atribulaba a ese joven perdido. Lo recibió bajo su tutela y le enseño la vida del bosque. Cuando el resto de los niños acudían a la escuela de Musgolito, él aprendía con él. El trabajo con su alma, como un herrero trabaja con dos metales, fundiéndolos y mezclándolos hasta conseguir una amalgama con un valor diferente y único.
No pudo evitar sonreír en la cama. Se levantó deshaciéndose de las camas sintiéndose renovado según recordaba al viejo Maestro, sus enseñanzas sus palabras… También recordaba a su padre adoptivo, le debía la vida, pero el Maestro quien le había guiado. Recordaba una de aquellas últimas conversaciones.
-Ainvar. – Le cogió la muñeca mostrándole el halcón tatuado que ya estaba curándose. – Vas a conocer y vivir mucho a partir de ahora, llegarás a tierras lejanas, estoy seguro. Pero recuerda quien eres, siempre. No permitas que lo hagan olvidar. – Le enseñó su muñeca izquierda, con el ojo tatuado. – Observa, aprende, vigila… Tu has aprendido a vivir entre dos mundos, se ese puente y vigila que la gente lo cruce de ida y vuelta.
No había acabado de comprender aquellas palabras, seguramente lo haría con el tiempo pensaba mientras se encaminaba hacia las puertas, en busca del bosque, un lugar donde se sentía cómodo. Una frase se quedo grabada a fuego, era casi el lema del Maestro, pero el la recordaba con la entonación firme y concisa cuando se despidieron.
-Un alma fuerte, es capaz de dominar su cuerpo.
Sonrió mientras se adentraba en el bosque dejándose guiar por esas palabras.
La sangre bullía en sus oídos, solo oía el latido del corazón mientras la gente le rodeaba y el hombre salía de la posada riendo a carcajadas. Poco a poco los sonidos fueron cobrando forma y coherencia hasta hacerse comprensibles. Las risas le hirieron, más las de la gente que miraba que las del hombre.
- … no queremos a gente como… stardo… ¡Largo de aquí mestizo! ¡Busca a la puta de orejaspicudas de tu madre y fuera de este pueblo!
La retahíla de palabras continuó, se mezclaba con las risas, los insultos… El resto le coreaban, el sonido despreciativo resonaba dentro de su cabeza, se multiplicaba… cada vez más fuerte rodeándolo y llenándolo…
Despertó de golpe, sudando, las sabanas de la posada enroscada a su alrededor. Había sido real, una pesadilla muy real, demasiado. Todo había vuelto a ocurrir, detalle a detalle. Sus ojos recorrieron sus brazos, los tatuajes que en ellos había mientras iba calmándose, hasta llegar a las muñecas. Un halcón en la derecha, un ojo en la izquierda, ambos rodeados de espirales y zarcillos entrelazados formando unas pulseras. Allí empezó todo.
Recordaba un día soleado, como pocas veces había conocido en el Norte. Los rayos del sol lo acompañaban mientras preparaba el ligero macuto que lo acompañaría en su partida de Musgolito, quien sabe si de Tethyr. La figura de Yniar se recortaba en el cielo, vigilante, atento a lo que hacía el semielfo.
Su mentor se acercó a él con una sonrisa paternal, trayéndole unos trozos de empanada. Se sentaron en las raíces del viejo árbol junto a la casa. Habló con voz lenta, pausada, resquebrajada por los años. Hablaron distendidamente, como dos amigos que no volverían a verse en mucho tiempo, con silencios que tenían más significados que mil palabras.
A los pocos años de que su padre lo recogiera en la calle de aquel pueblo, que lo protegiera y lo tomara bajo su cuidado después de que su madre lo abandonara a su suerte, lo llevó a la presencia del hombre. El Maestro no tardó en percibir que atribulaba a ese joven perdido. Lo recibió bajo su tutela y le enseño la vida del bosque. Cuando el resto de los niños acudían a la escuela de Musgolito, él aprendía con él. El trabajo con su alma, como un herrero trabaja con dos metales, fundiéndolos y mezclándolos hasta conseguir una amalgama con un valor diferente y único.
No pudo evitar sonreír en la cama. Se levantó deshaciéndose de las camas sintiéndose renovado según recordaba al viejo Maestro, sus enseñanzas sus palabras… También recordaba a su padre adoptivo, le debía la vida, pero el Maestro quien le había guiado. Recordaba una de aquellas últimas conversaciones.
-Ainvar. – Le cogió la muñeca mostrándole el halcón tatuado que ya estaba curándose. – Vas a conocer y vivir mucho a partir de ahora, llegarás a tierras lejanas, estoy seguro. Pero recuerda quien eres, siempre. No permitas que lo hagan olvidar. – Le enseñó su muñeca izquierda, con el ojo tatuado. – Observa, aprende, vigila… Tu has aprendido a vivir entre dos mundos, se ese puente y vigila que la gente lo cruce de ida y vuelta.
No había acabado de comprender aquellas palabras, seguramente lo haría con el tiempo pensaba mientras se encaminaba hacia las puertas, en busca del bosque, un lugar donde se sentía cómodo. Una frase se quedo grabada a fuego, era casi el lema del Maestro, pero el la recordaba con la entonación firme y concisa cuando se despidieron.
-Un alma fuerte, es capaz de dominar su cuerpo.
Sonrió mientras se adentraba en el bosque dejándose guiar por esas palabras.
Re: Los pasos del cambio (Ainvar)
El sonido de la lluvia sobre el techo del bosque y la roca fue aumentando según la cortina de agua se extendía sobre él. El saliente de roca le había ofrecido suficiente refugio para mantenerse razonablemente seco durante aquella semana.
La lluvia creaba cada vez una pequeña cascadita cuyo sonido había llegado a ser familiar, de la misma forma que se había maravillado con la variedad de colores que mostraba el paisaje con las diferentes luces del día.
Dos botellitas yacían vacías cerca de él. Había usado algunas de ellas para aumentar los límites de su percepción, mejorar la intuición que lo guiara, la comprensión… Más tarde siguió sus pasos confiando en sus propios límites, sabiendo que más allá había mucho más, y que lo alcanzaría por sus propios medios.
Relajado suspiró. No sería la primera vez que tomara la forma del lobo, tampoco lo habría sido con el oso o cualquier otro. Pero se sentía excitado. Algo hacía que la esperase con un ansia creciente.
Mientras pensaba eso, su alma ejerció su voluntad sobre su cuerpo y la piel morena fue dando paso a un pelaje gris oscuro, sus músculos fueron cambiando, como sus huesos tomaron las formas que su alma les imprimía. El cambio le hacía el sufrir el dolor de sus músculos adaptándose a su voluntad. Era cada vez menor, más soportable y relacionado más con formas que empezaba a tomar como propias.
Percibía su entorno de forma diferente. La altura de sus ojos era más baja. Ya no percibía los colores, solo una gama de grises, pero se sorprendió al ver algo que antes había considerado imposible ver. Sus belfos se estiraron en una extraña e inquietante sonrisa. Se levantó sobre los cuartos traseros para salir bajo la lluvia mientras sentía la presencia del espíritu del animal, acompañándolo y completándolo, ya nunca más compitiendo con él.
El lobo aulló al lluvioso crepúsculo mientras emprendía el camino de vuelta a la población con los pasos deslizantes propios de la especie.
El alma es fuerte y domina el cuerpo.
La lluvia creaba cada vez una pequeña cascadita cuyo sonido había llegado a ser familiar, de la misma forma que se había maravillado con la variedad de colores que mostraba el paisaje con las diferentes luces del día.
Dos botellitas yacían vacías cerca de él. Había usado algunas de ellas para aumentar los límites de su percepción, mejorar la intuición que lo guiara, la comprensión… Más tarde siguió sus pasos confiando en sus propios límites, sabiendo que más allá había mucho más, y que lo alcanzaría por sus propios medios.
Relajado suspiró. No sería la primera vez que tomara la forma del lobo, tampoco lo habría sido con el oso o cualquier otro. Pero se sentía excitado. Algo hacía que la esperase con un ansia creciente.
Mientras pensaba eso, su alma ejerció su voluntad sobre su cuerpo y la piel morena fue dando paso a un pelaje gris oscuro, sus músculos fueron cambiando, como sus huesos tomaron las formas que su alma les imprimía. El cambio le hacía el sufrir el dolor de sus músculos adaptándose a su voluntad. Era cada vez menor, más soportable y relacionado más con formas que empezaba a tomar como propias.
Percibía su entorno de forma diferente. La altura de sus ojos era más baja. Ya no percibía los colores, solo una gama de grises, pero se sorprendió al ver algo que antes había considerado imposible ver. Sus belfos se estiraron en una extraña e inquietante sonrisa. Se levantó sobre los cuartos traseros para salir bajo la lluvia mientras sentía la presencia del espíritu del animal, acompañándolo y completándolo, ya nunca más compitiendo con él.
El lobo aulló al lluvioso crepúsculo mientras emprendía el camino de vuelta a la población con los pasos deslizantes propios de la especie.
El alma es fuerte y domina el cuerpo.
Re: Los pasos del cambio (Ainvar)
Maestro Nantúa
Te envío mis respetos desde el lejano Norte. Hasta aquí me trajo Yniar y aquí me he establecido. Al menos, creo que estaré aquí durante largo tiempo. Son tierras agrestes, con mucho espacio entre cada población. Aun así no se parece a Musgolito, donde las gentes viven en equilibrio con el bosque que les rodea. Parece que aquí bosque y población existan más en un estado de continua rivalidad o competición. Si hago caso a lo que oigo de los aventureros y habitantes, no hay una confianza mutua entre sus representantes. Sé que me dirás que debo colaborar, pero lo veo difícil maestro.
Los aventureros van y vienen. Algunos ayudan a las gentes del lugar, otros buscan sus intereses, todos tienen un lugar en este sitio. Siempre hay peros, y entre las gentes que he conocido hay varios destacados, pero prefiero quedarme con aquellos que me son más próximos. No son muchos, pero son importantes.
He seguido el camino que me mostraste y continuado con tus enseñanzas. Me comprendo mejor a mi mismo, mi alma se ha fortalecido y he conseguido controlar el cuerpo como no había pensado que lograría. Aun me queda mucho para alcanzar tu maestría, pero créeme si te digo que sigo y seguiré trabajando en mejorar mis habilidades.
Seguiré mandándote cartas por este mismo medio, confío en que sea tan fiable y seguro como pienso.
Con todos mis respetos,
Ainvar
Te envío mis respetos desde el lejano Norte. Hasta aquí me trajo Yniar y aquí me he establecido. Al menos, creo que estaré aquí durante largo tiempo. Son tierras agrestes, con mucho espacio entre cada población. Aun así no se parece a Musgolito, donde las gentes viven en equilibrio con el bosque que les rodea. Parece que aquí bosque y población existan más en un estado de continua rivalidad o competición. Si hago caso a lo que oigo de los aventureros y habitantes, no hay una confianza mutua entre sus representantes. Sé que me dirás que debo colaborar, pero lo veo difícil maestro.
Los aventureros van y vienen. Algunos ayudan a las gentes del lugar, otros buscan sus intereses, todos tienen un lugar en este sitio. Siempre hay peros, y entre las gentes que he conocido hay varios destacados, pero prefiero quedarme con aquellos que me son más próximos. No son muchos, pero son importantes.
He seguido el camino que me mostraste y continuado con tus enseñanzas. Me comprendo mejor a mi mismo, mi alma se ha fortalecido y he conseguido controlar el cuerpo como no había pensado que lograría. Aun me queda mucho para alcanzar tu maestría, pero créeme si te digo que sigo y seguiré trabajando en mejorar mis habilidades.
Seguiré mandándote cartas por este mismo medio, confío en que sea tan fiable y seguro como pienso.
Con todos mis respetos,
Ainvar
Re: Los pasos del cambio (Ainvar)
La mezcla alcanzó el espesor que buscaba adecuado para su aplicación. Habían sido horas de trabajo, horas en las que había cortado y triturado los ingrediente, hervidos y destilados, en un proceso que exigía un cuidado y una atención precisas. A un observador externo le habría parecido un proceso largo y tedioso viendo como se desenvolvía con facilidad entre redomas y morteros, una facilidad fruto únicamente de la práctica continuada.
Pero el proceso comenzaba mucho antes. La calidad de los componentes era muy importante y para ello los seleccionaba con cuidado cuando los recogía procurando coger únicamente lo que necesitaba. Se guardaban con cuidado para conservar su frescura e integridad, sólo así se conservaba sus propiedades intactas. Más tarde a pesar del cuidado en su selección, la mayoría deberían ser limpiados de cualquier impureza que pudiera interferir en la creación de una poción. El secreto estaba en el cuidado en esos detalles.
Entre esos detalles estaban las condiciones ambientales. Cada poción debía realizarse de una forma específica y si las condiciones que rodeaban a la creación no eran las adecuadas, podía estropearse el trabajo de horas sin apenas darte cuenta. Ya había pasado antes, una magnífica poción que podría haber ayudado a muchos, con algo más de humedad en el aire, pasó a ser un veneno letal para cualquier que la tomara. Solo un ligero olor antes de cerrar el recipiente delató el cambio que se había producido en la mezcla.
Suspiró con una sonrisa ligera comenzando a trasvasar el contenido de la pequeña marmita de hierro a los dos pequeños recipientes de barro que serían el recipiente final que conservaría las cualidades de la pomada.
Apreciaba todos sus procesos, con sus detalles y el tiempo que tenía que invertir, siempre le había ayudado. Prestaba especial atención los cambios que se producían en los elementos que manipulaba, cómo cada componente reaccionaba con cualquier otro y el entorno para llegar al resultado final. Observaba cómo influía en cada elemento el proceso elegido y aprendía de ello. El trabajo en la Alquimia le ayudaba a mejorar su comprensión de los cambios que él mismo realizaba. Le enseñaba a observar lo que ocurría en su cuerpo y a entender la forma que tomaba, a analizarla y estudiarla con detalle buscando comprenderla y conocerla. No en vano la Alquimia una suerte de Arte del Cambio de los elementos.
Alineó los frascos llenos con cada poción que había realizado en aquella sesión, cada uno de ellos tapado con su tapón de corcho o madera y preparó el cacito donde se derretiría la cera que usaría para sellarlos en su interior. Miró el cuño que usaría para marcarlos y sonrió abiertamente. No dudaba que Shiga iba a hacer un buen trabajo con él, y había hecho una buena elección al elegir el roble como la madera donde lo tallaría. Sin duda había llegado a conocerle bien, no habían hablado del material, incluso tenía la impresión de que el halcón del cuño le recordaba a Yniar.
Vertió la cera sobre cada botellita y pequeña redoma y apretó el cuño sobre ellas. Dejó para el final los dos recipientes de barro y los selló con especial cuidado, aquella pomada era un auténtico tesoro. No tardaron en lucir, como el resto de las pociones, su sello particular. Un ojo sobrevolado por un halcón. Miró los tatuajes y sonrió una vez más.
Pero el proceso comenzaba mucho antes. La calidad de los componentes era muy importante y para ello los seleccionaba con cuidado cuando los recogía procurando coger únicamente lo que necesitaba. Se guardaban con cuidado para conservar su frescura e integridad, sólo así se conservaba sus propiedades intactas. Más tarde a pesar del cuidado en su selección, la mayoría deberían ser limpiados de cualquier impureza que pudiera interferir en la creación de una poción. El secreto estaba en el cuidado en esos detalles.
Entre esos detalles estaban las condiciones ambientales. Cada poción debía realizarse de una forma específica y si las condiciones que rodeaban a la creación no eran las adecuadas, podía estropearse el trabajo de horas sin apenas darte cuenta. Ya había pasado antes, una magnífica poción que podría haber ayudado a muchos, con algo más de humedad en el aire, pasó a ser un veneno letal para cualquier que la tomara. Solo un ligero olor antes de cerrar el recipiente delató el cambio que se había producido en la mezcla.
Suspiró con una sonrisa ligera comenzando a trasvasar el contenido de la pequeña marmita de hierro a los dos pequeños recipientes de barro que serían el recipiente final que conservaría las cualidades de la pomada.
Apreciaba todos sus procesos, con sus detalles y el tiempo que tenía que invertir, siempre le había ayudado. Prestaba especial atención los cambios que se producían en los elementos que manipulaba, cómo cada componente reaccionaba con cualquier otro y el entorno para llegar al resultado final. Observaba cómo influía en cada elemento el proceso elegido y aprendía de ello. El trabajo en la Alquimia le ayudaba a mejorar su comprensión de los cambios que él mismo realizaba. Le enseñaba a observar lo que ocurría en su cuerpo y a entender la forma que tomaba, a analizarla y estudiarla con detalle buscando comprenderla y conocerla. No en vano la Alquimia una suerte de Arte del Cambio de los elementos.
Alineó los frascos llenos con cada poción que había realizado en aquella sesión, cada uno de ellos tapado con su tapón de corcho o madera y preparó el cacito donde se derretiría la cera que usaría para sellarlos en su interior. Miró el cuño que usaría para marcarlos y sonrió abiertamente. No dudaba que Shiga iba a hacer un buen trabajo con él, y había hecho una buena elección al elegir el roble como la madera donde lo tallaría. Sin duda había llegado a conocerle bien, no habían hablado del material, incluso tenía la impresión de que el halcón del cuño le recordaba a Yniar.
Vertió la cera sobre cada botellita y pequeña redoma y apretó el cuño sobre ellas. Dejó para el final los dos recipientes de barro y los selló con especial cuidado, aquella pomada era un auténtico tesoro. No tardaron en lucir, como el resto de las pociones, su sello particular. Un ojo sobrevolado por un halcón. Miró los tatuajes y sonrió una vez más.
Re: Los pasos del cambio (Ainvar)
Desierto I
Se detuvieron en lo alto de la loma observando como el paisaje que se extendía a sus pies, quemado por el sol y erosionado por los constantes vientos. Ese mismo viento arremolinó sus capas en sus piernas antes de que comenzaran el descenso haciendo que algunas piedrecillas rodaran cuesta abajo a su paso, aunque no ocurría así ante los pasos de Naja.
Ajustó su capa mientras echaba un vistazo a la mujer sonriendo levemente. Había accedido a acompañarle a aquella tierra azotada por los elementos, y se lo agradecía. No era un lugar donde fuera recomendable ir solo.
Unos arbustos secos les ofrecieron suficiente cobijo para poder hacer una nueva pausa. La forma de sus hojas atrajo su atención antes de que un movimiento lo devolviera al presente unos instantes después. Suspiró e intercambiaron un gesto acordado para que, usando antes de usar una poción ella y un anillo de plata deslucida él, sus formas se difuminasen hasta desaparecer a la vista normal. Así evitarían una gran cantidad de peligros que no estaban dispuestos a arriesgarse a afrontar. Caminaron sin separarse mucho, usando las capas para no perderse el uno al otro.
Llevaban viajando así por el Anauroch algunas jornadas ya, dejando atrás las ruinas de Ascore. Le daban escalofríos cada vez que pensaba en aquel lugar y sus habitantes. Durante las horas de menos calor viajaban cuanto podían y buscaban refugio para evitar las horas en las que el sol castigaba con mayor virulencia y continuaban en cuanto este comenzaba a remitir. Usaban las pociones de invisibilidad que Ainvar había fabricado con anterioridad y su anillo para evitar muchos de los problemas que encontraban por el camino. Era mejor no correr más riesgos de los necesarios, más de los que ya estaban tomando.
Así fue como evitaron grandes escorpiones y escarabajos, por desgracia las criaturas que les esperaban en aquel desfiladero no podían ser burladas de aquella forma. Las observaron desde unas piedras lejanas mientras el sol comenzaba a ponerse. Los torsos humanoides se erguían sobre un cuerpo de escorpión vigilando el pedregoso terreno con unos ojos penetrantes, lo suficiente como para no ser engañados por aquellas artes.
No fue necesario intercambiar muchas palabras, los dos conocían aquel paso y sabían que no había más opción que pasar lo suficiente rápido para que no los cogieran en el intento.
Y eso intentaron. Se internaron en el desfiladero por la derecha, entre las rocas aprovechando el crepúsculo. No pasó mucho tiempo antes de que aquellas criaturas los avistaran y los persiguieran. Uno de ellos les cortó el paso obligándoles a separarse para no ser retenidos, no sin que Ainvar no se librase de un par de golpes del arma del aguijoneador. Siguió corriendo, apenas consciente de por donde andaba Naja cuando uno de sus perseguidores le hizo tropezar chocando contra unas rocas de la ladera. Apenas pudo recobrar el aliento antes de levantar el escudo para cubrirse del golpe que le caía encima aturdiéndole el brazo. Salió corriendo de allí a duras penas, notando con un grito de sorpresa como el filo le recorría la espalda atravesándole la armadura.
Los ataques cesaron súbitamente mientras tropezaba hasta detenerse. Había pasado del lugar del cual los aguijoneadores no se atrevían a ir más allá. Destapó una botellita que ayudaría a las heridas a cerrarse mientras buscaba con urgencia a Naja.
La descubrió un poco más allá, apoyada en una roca sangrando por varias heridas. Se acercó todo lo rápido que le permitieron sus heridas con la intención de ayudarle para alejarse de allí, ayudándose al final el uno al otro para poder caminar. Al poco de salir cojeando del desfiladero se retiraron hacia un lado buscando el cobijo de un pequeño hueco en una pared de piedra agrietada.
- Ya lo he usado antes, será suficiente – susurró Naja señalando la obertura parcialmente cubierta por unos matorrales de un tono rojizo. – Además es lo suficiente discreto. – Añadió con su sonrisa habitual congelada en un rictus de dolor cuando movió alguna de sus heridas.
Ainvar asintió con una sonrisa leve y dolorida mientras la soltaba para que se sentara. Recorrió el lugar con la mirada antes de ir hacia el final y extender algunas mantas allí. Se quitó la capa con una mueca dolorida antes de volverse hacia a Naja con la bolsa con los ungüentos y vendas en la mano.
- Deja que cure esas heridas – le sonrió un poco intentando relajar su expresión preocupada con una sonrisa.
Le ayudó a quitarse alguna de las telas que la cubrían para empezar a limpiar y curarle las heridas con cuidado, con atención y habilidad fruto de la práctica.
- ¿Por qué quieres quedarte aquí Ainvar? – le preguntó la bedín mientras dejaba que le vendara un brazo.
- Bueno… - Sonrió un poco mientras buscaba una explicación. – He pensado que si habitaba en este lugar el tiempo suficiente, acabaría comprendiéndolo mejor. – Miró un poco hacia el desfiladero que habían dejado atrás y luego hacía donde estaba el campamento entre palmeras y arbustos. El olor del agua llegaba hasta allí contrastando con la sequedad del aire, casi parecía un abrazo de bienvenida. – Incluso quizá consiga parecerme a uno de ellos. – Rio un poco mientras le vendaba el torso.
Naja sonrió despacio poniéndose las ropas en su sitio de nuevo con una sonrisa agradecida. Siguió la mirada del semielfo con una expresión meditativa mientras le hacía un gesto.
- Tu también necesitas que te curen – Comenzó a hacer lo propio con el semielfo. – Espero que nunca acabes siendo como ellos Ainvar. Y… ¿has pensado como te presentarás?
- Mmm – pareció pensarlo unos segundos mirando un poco sobre su hombro a la mujer – Había pensado que ser el hijo de un comerciante bedín que vuelve a la tierra de sus ancestros para conocer sus costumbres sería suficiente, ¿no crees?
- Debería serlo… pero deberías saber algunas palabras de midaní al menos. – Terminó con el vendaje y sonrió. – Después de que descansemos te enseñaré algunas palabras antes de volver.
Descansaron el resto de la noche y durante el día conversaron sobre algunas costumbres básicas que Ainvar debería conocer, algunas palabras de saludo y despedida, alguna formalidad. Cuando el sol comenzó a caer Naja se preparó para la vuelta.
- Cuidado en el camino de vuelta Naja – Ainvar sonrió ampliamente dándole un abrazo. – Nos veremos dentro de algún tiempo rodeados de árboles.
//Este relato cuenta lo ocurrido hace mucho dentro del servidor, en una idea que apalabré con Malar. Se me quedó en recamara y aquí está, continuará en breves//
Se detuvieron en lo alto de la loma observando como el paisaje que se extendía a sus pies, quemado por el sol y erosionado por los constantes vientos. Ese mismo viento arremolinó sus capas en sus piernas antes de que comenzaran el descenso haciendo que algunas piedrecillas rodaran cuesta abajo a su paso, aunque no ocurría así ante los pasos de Naja.
Ajustó su capa mientras echaba un vistazo a la mujer sonriendo levemente. Había accedido a acompañarle a aquella tierra azotada por los elementos, y se lo agradecía. No era un lugar donde fuera recomendable ir solo.
Unos arbustos secos les ofrecieron suficiente cobijo para poder hacer una nueva pausa. La forma de sus hojas atrajo su atención antes de que un movimiento lo devolviera al presente unos instantes después. Suspiró e intercambiaron un gesto acordado para que, usando antes de usar una poción ella y un anillo de plata deslucida él, sus formas se difuminasen hasta desaparecer a la vista normal. Así evitarían una gran cantidad de peligros que no estaban dispuestos a arriesgarse a afrontar. Caminaron sin separarse mucho, usando las capas para no perderse el uno al otro.
Llevaban viajando así por el Anauroch algunas jornadas ya, dejando atrás las ruinas de Ascore. Le daban escalofríos cada vez que pensaba en aquel lugar y sus habitantes. Durante las horas de menos calor viajaban cuanto podían y buscaban refugio para evitar las horas en las que el sol castigaba con mayor virulencia y continuaban en cuanto este comenzaba a remitir. Usaban las pociones de invisibilidad que Ainvar había fabricado con anterioridad y su anillo para evitar muchos de los problemas que encontraban por el camino. Era mejor no correr más riesgos de los necesarios, más de los que ya estaban tomando.
Así fue como evitaron grandes escorpiones y escarabajos, por desgracia las criaturas que les esperaban en aquel desfiladero no podían ser burladas de aquella forma. Las observaron desde unas piedras lejanas mientras el sol comenzaba a ponerse. Los torsos humanoides se erguían sobre un cuerpo de escorpión vigilando el pedregoso terreno con unos ojos penetrantes, lo suficiente como para no ser engañados por aquellas artes.
No fue necesario intercambiar muchas palabras, los dos conocían aquel paso y sabían que no había más opción que pasar lo suficiente rápido para que no los cogieran en el intento.
Y eso intentaron. Se internaron en el desfiladero por la derecha, entre las rocas aprovechando el crepúsculo. No pasó mucho tiempo antes de que aquellas criaturas los avistaran y los persiguieran. Uno de ellos les cortó el paso obligándoles a separarse para no ser retenidos, no sin que Ainvar no se librase de un par de golpes del arma del aguijoneador. Siguió corriendo, apenas consciente de por donde andaba Naja cuando uno de sus perseguidores le hizo tropezar chocando contra unas rocas de la ladera. Apenas pudo recobrar el aliento antes de levantar el escudo para cubrirse del golpe que le caía encima aturdiéndole el brazo. Salió corriendo de allí a duras penas, notando con un grito de sorpresa como el filo le recorría la espalda atravesándole la armadura.
Los ataques cesaron súbitamente mientras tropezaba hasta detenerse. Había pasado del lugar del cual los aguijoneadores no se atrevían a ir más allá. Destapó una botellita que ayudaría a las heridas a cerrarse mientras buscaba con urgencia a Naja.
La descubrió un poco más allá, apoyada en una roca sangrando por varias heridas. Se acercó todo lo rápido que le permitieron sus heridas con la intención de ayudarle para alejarse de allí, ayudándose al final el uno al otro para poder caminar. Al poco de salir cojeando del desfiladero se retiraron hacia un lado buscando el cobijo de un pequeño hueco en una pared de piedra agrietada.
- Ya lo he usado antes, será suficiente – susurró Naja señalando la obertura parcialmente cubierta por unos matorrales de un tono rojizo. – Además es lo suficiente discreto. – Añadió con su sonrisa habitual congelada en un rictus de dolor cuando movió alguna de sus heridas.
Ainvar asintió con una sonrisa leve y dolorida mientras la soltaba para que se sentara. Recorrió el lugar con la mirada antes de ir hacia el final y extender algunas mantas allí. Se quitó la capa con una mueca dolorida antes de volverse hacia a Naja con la bolsa con los ungüentos y vendas en la mano.
- Deja que cure esas heridas – le sonrió un poco intentando relajar su expresión preocupada con una sonrisa.
Le ayudó a quitarse alguna de las telas que la cubrían para empezar a limpiar y curarle las heridas con cuidado, con atención y habilidad fruto de la práctica.
- ¿Por qué quieres quedarte aquí Ainvar? – le preguntó la bedín mientras dejaba que le vendara un brazo.
- Bueno… - Sonrió un poco mientras buscaba una explicación. – He pensado que si habitaba en este lugar el tiempo suficiente, acabaría comprendiéndolo mejor. – Miró un poco hacia el desfiladero que habían dejado atrás y luego hacía donde estaba el campamento entre palmeras y arbustos. El olor del agua llegaba hasta allí contrastando con la sequedad del aire, casi parecía un abrazo de bienvenida. – Incluso quizá consiga parecerme a uno de ellos. – Rio un poco mientras le vendaba el torso.
Naja sonrió despacio poniéndose las ropas en su sitio de nuevo con una sonrisa agradecida. Siguió la mirada del semielfo con una expresión meditativa mientras le hacía un gesto.
- Tu también necesitas que te curen – Comenzó a hacer lo propio con el semielfo. – Espero que nunca acabes siendo como ellos Ainvar. Y… ¿has pensado como te presentarás?
- Mmm – pareció pensarlo unos segundos mirando un poco sobre su hombro a la mujer – Había pensado que ser el hijo de un comerciante bedín que vuelve a la tierra de sus ancestros para conocer sus costumbres sería suficiente, ¿no crees?
- Debería serlo… pero deberías saber algunas palabras de midaní al menos. – Terminó con el vendaje y sonrió. – Después de que descansemos te enseñaré algunas palabras antes de volver.
Descansaron el resto de la noche y durante el día conversaron sobre algunas costumbres básicas que Ainvar debería conocer, algunas palabras de saludo y despedida, alguna formalidad. Cuando el sol comenzó a caer Naja se preparó para la vuelta.
- Cuidado en el camino de vuelta Naja – Ainvar sonrió ampliamente dándole un abrazo. – Nos veremos dentro de algún tiempo rodeados de árboles.
//Este relato cuenta lo ocurrido hace mucho dentro del servidor, en una idea que apalabré con Malar. Se me quedó en recamara y aquí está, continuará en breves//
Re: Los pasos del cambio (Ainvar)
Desierto II
El hogar de la pequeña posada de Adbar crepitaba alegremente caldeando la estancia donde había algunas mesas y permitiendo al grupo de gente, en su mayoría enanos, que lo rodeaba entrar en calor en aquella noche de ventisca en el exterior. Saber que en el exterior arreciaba un gélido viento acompañado de nieve, no hacía más que aumentar la sensación de confort alrededor de un fuego.
Era una noche perfecta para contar historias, y a eso se dedicaba el anciano humano sentado muy cerca del fuego y que había conseguido reunir a aquel variado grupo. No sólo había enanos, algún humano asomaba su cabeza por allí y un elfo parecía haberse perdido en aquel lugar.
Las llamas creaban contrastes con las arrugas del rostro del anciano, mientras apoyado en su vara y tras soltar una vaharada con un humo de extraño olor, continuaba el relato con voz cansada de una historia que se situaba en el desierto, al parecer ser en un oasis.
- … Si amigos, pues así es como aquel ser llegó a aquel lugar perdido de la mano de a saber qué dios. – Dió otra chupada de la pipa
- ¿Pero qué ser decís abuelo? ¿No sería un elfo, o un humano de esos? ¡Hablad claro hombre! – Era un enano joven el que había aprovechado la pausa, consiguiendo un coro de risas y el apoyo de la concurrencia.
- Ah, ¡pero si eso no es importante! – Reía el anciano de forma cascada, haciendo un gesto con unas manos nudosas por la edad. – Pero si os interesa, por lo que sé, creo que no era ni humano ni elfo, sino semielfo, un mestizo que muchos repudiáis. Pero el caso es que pasó mucho tiempo en aquel oasis, y no lo hizo siendo un semielfo. ¿Cómo?, os preguntaréis ¿eh? – El anciano hizo una pausa mirando con sus ojillos astutos y azul oscuro a la concurrencia, dándose una pausa. – ¡Aquella criatura podía cambiar de forma! Lo que oís, no solo es cosa de leyendas y cuentos de viejas. Tomó la forma de uno de aquellos hombres que recorren las arenas del Anauroch, los nómadas bedín. Gentes muy desconfiadas, podéis creerme.
Un murmullo se extendió desde la concurrencia cuando el anciano se tomó un descanso para beber un trago del aguardiente de hierbas que hacían en la ciudad. Se tomaba su tiempo y cada uno de sus movimientos parecían marcar la edad que cargaban sus huesos. Solo sus ojos conservaban la viveza y atención de la juventud.
- Os daría un nombre, pero ¿de qué serviría? Estas historias son así, cambian con el tiempo y los nombres se pierden. Pero lo llamaremos Nathan, ¿os parece? – se aclaró la garganta para continuar y se apoyó bien en su vara. – Nathan pasó meses en el oasis, conviviendo entre los bedín. Pero le costó que se ganara su confianza. Ellos solo vieron a un bedín, que no hablaba su idioma. Les contó cómo sus padres habían ido lejos, y aunque nacido fuera, él quería conocer las tradiciones que debían serle propias por herencia. – Se sonrió pensativo mordiendo la boquilla de la pipa. – Y os sorprenderá pero poco a poco fue funcionando, y pudo quedarse mucho tiempo…
El anciano continuó hablando, haciendo pausas para que su voz cansada pudiera continuar. Relataba cómo el cambiante convivió con los bedines aprendiendo sus costumbres, intentando aprender su idioma y sus tradiciones. En definitiva observando y asimilando la esencia de lo que era ser un bedín. Conoció las terribles tormentas de arena y lo que era vivir bajo aquel extremo clima de ardientes días y heladas noches. Comprendió en parte porqué aquellas gentes eran como eran y porqué sobrevivían, pero el motivo del odio por la magia le resultaba extraño y ajeno. Había comprendido que aceptaban la magia divina, pero había que tener cuidado con ella. ¿Cómo reaccionarían los bedín si se descubría como cambiante, que había estado engañándolos meses?
- … esa sería una buena pregunta, ¿verdad? – El anciano rió entre dientes apoyándose en su vara para ponerse en pie. – Por desgracia eso tendría que formar parte de otra historia, quizá otra noche. Los huesos de este pobre viejo no pueden aguantar ya sin el reposo de un buen lecho.
El anciano salió de la taberna sin ser molestado, pero sí hubo oyentes que le pidieron que no olvidara volver a contar el final. Pero fueron más los que no le dieron demasiada importancia a la historia de un viejo, a los casi seguro delirios de un anciano.
Ya algunos pasadizos más alejado del lugar el anciano fue cobrando confianza en su andar. Su viva mirada se aseguró de estar solo en aquel pequeño pasadizo segundos antes de que su posición fuera tornándose más erguida con la postura propia de la juventud y su piel se alisara y tomase un tono bronceado que recordaba al cobre. Ainvar se puso bien la capa mientras guardaba la vara, ahora más larga y profusamente tallada con runas y una espiral que la recorría a lo largo. Sonrió para sí dirigiéndose hacia el exterior a afrontar la ventisca que arreciaba fuera.
Siempre se prestaba más atención a las historias de los ancianos y bardos, y a los primeros se les perdonaba su falta de habilidad con la palabra. No importaba cuan creíble fuera, una historia al amor de la lumbre era algo que todos sabían apreciar no importaba la raza.
El hogar de la pequeña posada de Adbar crepitaba alegremente caldeando la estancia donde había algunas mesas y permitiendo al grupo de gente, en su mayoría enanos, que lo rodeaba entrar en calor en aquella noche de ventisca en el exterior. Saber que en el exterior arreciaba un gélido viento acompañado de nieve, no hacía más que aumentar la sensación de confort alrededor de un fuego.
Era una noche perfecta para contar historias, y a eso se dedicaba el anciano humano sentado muy cerca del fuego y que había conseguido reunir a aquel variado grupo. No sólo había enanos, algún humano asomaba su cabeza por allí y un elfo parecía haberse perdido en aquel lugar.
Las llamas creaban contrastes con las arrugas del rostro del anciano, mientras apoyado en su vara y tras soltar una vaharada con un humo de extraño olor, continuaba el relato con voz cansada de una historia que se situaba en el desierto, al parecer ser en un oasis.
- … Si amigos, pues así es como aquel ser llegó a aquel lugar perdido de la mano de a saber qué dios. – Dió otra chupada de la pipa
- ¿Pero qué ser decís abuelo? ¿No sería un elfo, o un humano de esos? ¡Hablad claro hombre! – Era un enano joven el que había aprovechado la pausa, consiguiendo un coro de risas y el apoyo de la concurrencia.
- Ah, ¡pero si eso no es importante! – Reía el anciano de forma cascada, haciendo un gesto con unas manos nudosas por la edad. – Pero si os interesa, por lo que sé, creo que no era ni humano ni elfo, sino semielfo, un mestizo que muchos repudiáis. Pero el caso es que pasó mucho tiempo en aquel oasis, y no lo hizo siendo un semielfo. ¿Cómo?, os preguntaréis ¿eh? – El anciano hizo una pausa mirando con sus ojillos astutos y azul oscuro a la concurrencia, dándose una pausa. – ¡Aquella criatura podía cambiar de forma! Lo que oís, no solo es cosa de leyendas y cuentos de viejas. Tomó la forma de uno de aquellos hombres que recorren las arenas del Anauroch, los nómadas bedín. Gentes muy desconfiadas, podéis creerme.
Un murmullo se extendió desde la concurrencia cuando el anciano se tomó un descanso para beber un trago del aguardiente de hierbas que hacían en la ciudad. Se tomaba su tiempo y cada uno de sus movimientos parecían marcar la edad que cargaban sus huesos. Solo sus ojos conservaban la viveza y atención de la juventud.
- Os daría un nombre, pero ¿de qué serviría? Estas historias son así, cambian con el tiempo y los nombres se pierden. Pero lo llamaremos Nathan, ¿os parece? – se aclaró la garganta para continuar y se apoyó bien en su vara. – Nathan pasó meses en el oasis, conviviendo entre los bedín. Pero le costó que se ganara su confianza. Ellos solo vieron a un bedín, que no hablaba su idioma. Les contó cómo sus padres habían ido lejos, y aunque nacido fuera, él quería conocer las tradiciones que debían serle propias por herencia. – Se sonrió pensativo mordiendo la boquilla de la pipa. – Y os sorprenderá pero poco a poco fue funcionando, y pudo quedarse mucho tiempo…
El anciano continuó hablando, haciendo pausas para que su voz cansada pudiera continuar. Relataba cómo el cambiante convivió con los bedines aprendiendo sus costumbres, intentando aprender su idioma y sus tradiciones. En definitiva observando y asimilando la esencia de lo que era ser un bedín. Conoció las terribles tormentas de arena y lo que era vivir bajo aquel extremo clima de ardientes días y heladas noches. Comprendió en parte porqué aquellas gentes eran como eran y porqué sobrevivían, pero el motivo del odio por la magia le resultaba extraño y ajeno. Había comprendido que aceptaban la magia divina, pero había que tener cuidado con ella. ¿Cómo reaccionarían los bedín si se descubría como cambiante, que había estado engañándolos meses?
- … esa sería una buena pregunta, ¿verdad? – El anciano rió entre dientes apoyándose en su vara para ponerse en pie. – Por desgracia eso tendría que formar parte de otra historia, quizá otra noche. Los huesos de este pobre viejo no pueden aguantar ya sin el reposo de un buen lecho.
El anciano salió de la taberna sin ser molestado, pero sí hubo oyentes que le pidieron que no olvidara volver a contar el final. Pero fueron más los que no le dieron demasiada importancia a la historia de un viejo, a los casi seguro delirios de un anciano.
Ya algunos pasadizos más alejado del lugar el anciano fue cobrando confianza en su andar. Su viva mirada se aseguró de estar solo en aquel pequeño pasadizo segundos antes de que su posición fuera tornándose más erguida con la postura propia de la juventud y su piel se alisara y tomase un tono bronceado que recordaba al cobre. Ainvar se puso bien la capa mientras guardaba la vara, ahora más larga y profusamente tallada con runas y una espiral que la recorría a lo largo. Sonrió para sí dirigiéndose hacia el exterior a afrontar la ventisca que arreciaba fuera.
Siempre se prestaba más atención a las historias de los ancianos y bardos, y a los primeros se les perdonaba su falta de habilidad con la palabra. No importaba cuan creíble fuera, una historia al amor de la lumbre era algo que todos sabían apreciar no importaba la raza.