La última barrita de incienso humeaba en el aire, convertida ya en esqueleto de madera con alma de ceniza, esparcida en el cuenco de bronce bajo ella.
- Feros ¡Maldita sea! ¡Despierta! –
Entreabrió los ojos.
- ¿Qué has hecho muchacho, has perdido el juicio? –
La, ahora borrosa figura de Zakarias, proyectaba su trémula sombra sobre el joven tendido en la alfombra del templo, el ojo tatuado en su frente parecía estar escrutándole, acusador, con esa inexorable mirada sin párpados.
- ¿Mhmf? –
Todo daba difusas vueltas a su alrededor, trató de incorporarse, pero la estancia no parecía por la labor de detenerse. El sacerdote le propinó un par de bofetadas sin mucho efecto más allá de enrojecerle las mejillas.
- Salgamos fuera…-
Las visiones aún rondaban por su cabeza, nítidas imágenes ahora enturbiadas por el velo de la consciencia. Trató de concentrarse en ellas mientras Zakarias se pasaba su brazo por los hombros y le ayudaba a levantarse, pero solamente logró que el latigazo de dolor en la base del cráneo, restallase una vez más.
El aire fresco de la mañana pareció abofetearle más fuerte que el clérigo, con su fría mano dispersaba el narcótico aroma de incienso que arrastraba tras de sí, desde las entrañas del templo.
Al tiempo que su vista lograba enfocar el horizonte, los primeros rayos de sol acariciaron su mejilla izquierda. Detuvo un instante su mirada en la ciudad que se mostraba a sus pies, y sin querer la Casa del Abrazo de la Noche atrajo su atención: parecía resistirse a ser tocada por la luz, como si el edificio se retorciese del mismo modo que los inmundos vapores que ocultaba en su interior.
Sabía que no podría eludir la mirada del sacerdote mucho más, pero se entretuvo otro rato en el paisaje de Tashluta, mientras a su espalda la jungla de Chult despertaba con su sordo rugido de vida.
Finalmente se soltó de la ayuda de Zakarias, encarándole pero evitando su mirada.
- ¿Por qué? – El sacerdote no dejaba de mirar al joven.
- Estaba cansado…- dijo con la boca pequeña y la vista clavada en el suelo.
- ¡¿Cansado?!- Alzó las pobladas cejas, airado.
- ¡De esperar!-
El hombre dejó escapar un largo suspiro, mientras se llevaba una mano a la frente, negando.
- ¿Qué has visto? –
- Yo… no lo recuerdo bien, está…-
- ¡Pues concéntrate! Me da igual lo que tengas que objetar ¡¿Qué has visto?! – Gesticuló enérgicamente con las manos mientras gritaba a Feros.
Pocas veces había visto tan enojado a Zakarias, pero sabía que las aguas no se calmarían hasta que le contase su visión, así que cerró los ojos tratando de traerla de nuevo a su mente.
La brisa del mar agitaba la vela del barco, un mercante Calishita, eso podría jurarlo. Sin embargo el agua se arremolinaba movida por el viento, como si fuese arena, arena dorada cegando su vista bajo un sol abrasador; La imagen se deslizó hasta centrarse en su camello, aunque sus pezuñas le recordaban a los cascos de los caballos, y es que estaba recorriendo a galope un denso bosque, que se abría a una amplia llanura. Por un instante pudo ver los borrosos rostros que le acompañaban en la caravana, pero su vista se centró en las cumbres nevadas de las montañas que atravesaban…miró a un lado esperando ver fría roca desnuda, para sorprenderse con la alta maleza que rodeaba aquel hediondo pantano, así que desvió la mirada, topándose con un muro de fría piedra que le hizo cambiar su rumbo, sólo como estaba dentro de aquella ciudad. Se quedó mirando embobado el majestuoso edificio, por lo que sabía aquello era la sede de la Orden de los Caballeros de Samular… Se sobresaltó, algo le había entrado en un ojo, así que apartó la mirada y la dirigió hacia el cielo donde cientos de frías motas blancas caían… ¿Nieve? Era la primera vez que la veía, y sin embargo en aquel bosque caía en cantidad…pero algo llamó su atención: el grito de ¡Alto! de la comitiva. Habían llegado a una villa y una pesada cortina de lluvia bajaba del cielo incitándole a buscar refugio.
La placa de la posada rezaba “La rosa y el Martillo” así que se dirigió hacia la puerta, pero alguien esperaba en el umbral: una figura, un anciano de apariencia cristalina apenas perceptible a la mirada, se recortaba contra la luz que emanaba de la posada y las voces que provenían del edificio parecieron apagarse. La frente del anciano comenzó a brillar…en ella un ojo parecía observarle. Se perdió en la mirada de aquel orbe sin párpados, y en su interior pudo ver fuego, fuego e imágenes que giraban a su alrededor con tal frenesí que comenzó a marearse…hasta caer desvanecido al suelo.
Lo recordaba todo, cada detalle, el subseguirse de imágenes inconexas como si de un todo irrefutable se tratase, y según iba rememorando lo narraba al ceñudo sacerdote.
Zakarias arrugó los labios, cruzándose de brazos mientras cerraba los ojos bajando el rostro…
- Prepara tus cosas, Feros, debes partir hoy mismo – Suspiró – Bajaré al distrito Azur y te conseguiré el primer pasaje para cruzar el mar brillante. –
- ¡Pero maestro! ¡Aún no estoy preparado! Ni si quiera hemos terminado los…- Feros frunció el ceño también, replicando angustiado.
- Ya no hay vuelta atrás, muchacho, tienes que partir al norte, y tienes que hacerlo ahora. – El tono de Zakarias no dejaba más lugar al debate, parecía compungido por algo, algo más allá de su inminente partida, algo oscuro que ensombrecía su rostro…
Su bolsa era tan exigua como su confianza y ambas se centraban en aquel estuche, que encerraba su vieja baraja de cartas. Su maestro sólo le había dado dos cosas antes de partir: una vieja bola de cristal ambarino y un consejo… - Ten mucho cuidado y aférrate a tu Fe…El Señor de la Adivinación proveerá. -
Se despidió con la mirada de aquella ciudad, había pasado 19 veranos en ella y ahora le esperaba un largo viaje hacia el invierno del norte… Tashluta se despidió también en el perezoso atardecer, mientras el mago se alejaba de cara al viento y las olas cedían al paso de aquel velero… un mercante Calishita.
//Bueno, espero que os haya gustado (o al menos no disgustado xD) Iré posteando la historia en orden inverso, de la más reciente a la más pasada...por darle un toque absurdoriginal.
