//Cuelgo aquí la primera parte del trasfondo de Válardak, no es gran cosa pero bueno. Si lo continúo (que es lo que quiero) intentaré currarmelo más y hacerlo cuando tenga más tiempo.
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El druida había recorrido un largo viaje, él no entendía de fronteras ni naciones, simplemente emigraba como ave migratoria en busca de mejor lugar. Ni siquiera recordaba el nombre de su hogar, pero a su vez cada terreno natural puro era un hogar para él. Cada bosque que sus pies pisaban era un santuario y sus habitantes eran su familia.
Tras llegar a los bosques que rodeaban Nevesmortas, el elfo susurró para sí una oración. Válardak no rendía culto a los dioses, ni siquiera los conocía. Apenas sabía algo de religión, pero aún así la naturaleza le había concedido su favor y era a ella a la única fuerza a la que veneraba, sin importarle realmente si se trataba o no de una deidad.
No sabía cómo había conseguido llegar tan lejos, era un inexperto y un simple principiante en las artes druídicas, pero aún así allí estaba, como si hubiese sido guiado por una mano invisible.
La noche era cerrada, y el albino de cabello a rastas buscó con sus ojos marrones un lugar seguro donde tender su saco de dormir y meditar durante unas horas antes de continuar con su viaje a la urbe cercana. Lanzó sobre sí algunos sortilegios para sanar sus heridas, y tras esto cerró los ojos y se sumió en su ensueño.
Sueños de tiempos pasados acudieron a su mente. Gritos y el sonido de las armas al entrechocar. El olor del humo inundó sus fosas nasales. Todo era confuso en aquella vívida pesadilla que era el recuerdo más antiguo de su infancia...
Las casas ardían, podían verse desde la ventana de su habitación. El pequeño estaba solo, y por el resplandor de luz rojiza que se colaba por debajo de la puerta también su vivienda estaba ardiendo. Un grito cercano lo sacó de su ensimismamiento.
-¡ELEIAN! –gritaba una mujer, reconocía la voz de su madre.
El pequeño elfo abrió la puerta, y a un lado del pasillo se desprendió una viga de madera del techo, cayendo con estrépito y haciendo saltar el fuego a las paredes, haciendo arder los alrededores. El chico retrocedió asustado mientras alzaba un brazo hasta el rostro para cubrirse la cara y no recibir el azote de calor del fuego.
-¡Oh, Eleian, estás bien! –Su madre, Edara, lo agarró de un hombro, llegando desde el lado contrario al desprendimiento de aquel infernal pasillo.- Tenemos que salir de aquí, han incendiado el poblado.
-¿Pero por qué lo han hecho? –Preguntó el niño, dejándose arrastrar hacia el exterior.
-Han sido nuestros hombres. Creen que la luz alejará a los drows, y si no lo hace dicen que no sobreviviremos a esta noche, ¡se han vuelto locos!
Drow. Ya había escuchado con anterioridad historias sobre ellos, pero esta era la primera vez que esas historias se volvían realidad para el joven Eleian.
Ambos elfos salieron a las calles, huyendo de la locura reinante. Gente iba y venía de un lado para otro, el pánico cundía. Confusos entre aquella multitud desbocada, los dos corrieron hacia el viejo templo, que, defendido por los sacerdotes y fieles, se había convertido en el último bastión seguro de toda la aldea.
Corriendo hacia allí se sumergieron por una estrecha callejuela entre dos edificios, queriendo evitar así al gentío y pasar desapercibidos ante los atacantes. Pero al salir de aquel callejón dos elfos oscuros les salieron al paso, amenazantes con sus estoques apuntando hacia ellos. ¿Por qué hacían esto? El pequeño no los comprendía. No podía saber la simpleza que para ellos representaba, o que serían un mero sacrificio a su maligna diosa. Si esos dos eran los llamados drows, no eran tan diferentes a ellos. O al menos a su familia. La piel oscura de su madre y su cabello blanco sin mácula delataban su clara ascendencia drow. Aunque muy diluida generación tras generación, algunos de esos rasgos también habían llegado hasta Eleian. Centenares de años habían tenido que pasar hasta que su familia fue finalmente aceptada en aquella comunidad.
Madre e hijo retrocedían asustados, y Edara llevó su mano hasta una de sus piernas, buscando a tientas la daga que allí tenía oculta. Pero fue entonces cuando uno de aquellos elfos oscuros cayó muerto fulminado por un relámpago. Antes de que el otro pudiera ver el causante de tal acto, un segundo relámpago cayó, pero no le causó daño alguno debido a su innata resistencia a la magia. Un hombre encapuchado surgió, empuñando una cimitarra y trabó combate con el intruso. Estocadas y cortes iban y venían, ambos se herían superficialmente y era imposible saber quién se alzaría victorioso, bajo la mirada expectante de Eleian y Edara. Repentinamente una figura saltó desde un lugar apartado, cerró sus mandíbulas sobre la garganta del drow y lo derribó al suelo donde un corte limpio de la cimitarra del misterioso combatiente puso fin a su vida. El niño y su madre reconocieron de inmediato a la figura que se había abalanzado contra el ahora difunto. Era Zasha, una vieja loba terrible que a menudo rondaba por los alrededores del templo y que hasta ahora nunca había atacado a nadie. Los animales terribles tenían más de bestia que de animales, eran enormes y feroces, pero Zasha siempre había parecido diferente y por eso nunca se le había dado caza. En ese momento el hombre se apartó la capucha y dejó al descubierto su rostro, era un elfo anciano y de cabellos finos y frágiles de un color cobrizo. Sus ojos eran claros, de un azul tan pálido que a cualquiera le habría parecido ciego. Era el sumo sacerdote del templo, y pocas veces intervenía en los asuntos de la villa, siendo a menudo el bosque de los alrededores su mayor preocupación. Cabe plantaerse pues, cómo había llegado a tan alto puesto.
-¡No os quedéis ahí parados! –Rugió el viejo.- ¡Corred hacia el bosque!
-Pero… El templo, ¡tenemos que llegar al templo y allí estaremos a salvo! –Reaccionó Edara, tomando a su hijo de la mano y dirigiendo la mirada hacia el camino que deberían seguir.
-El templo caerá… No estábamos preparados para esto, y este lugar será reducido a cenizas. Quien se quede morirá, huid al bosque y os prometo que saldréis bien parados.
La mujer asintió.
-Zasha os acompañará, yo aún tengo que terminar algo. –Continuó el sacerdote al ver su afirmativa. Dedicó una mirada a la loba y no necesitó palabras, ella ya sabía lo que tenía que hacer.- Id.
La fémina, el niño y el animal tomaron un camino diferente. El humo y el ruido no parecía alterar a la vieja loba, que podía escuchar y oler a los drows detrás de cada esquina y conducía a la pareja de elfos por calles seguras.
Salieron intactos de la aldea y se adentraron en las profundidades de la arboleda, mas no pasaron desapercibidos. Pasos se escuchaban tras ellos, rápidos y amenazantes. Ellos corrían intentando no mirar atrás y esperando que sus perseguidores dejaran marchar a unos elfos asustadizos que huían de sus hogares para posiblemente morir devorados por las fieras de la espesura. Pero no era así. No parecían darse por vencidos, desde luego su determinación y eficacia eran admirables. Eleian no era más que un crío y no pudo seguir el ritmo. Se rindió y dejó de correr, exhausto y jadeante, intentando recobrar el aliento. Edara se detuvo y lo cogió en brazos, queriendo continuar la marcha, pero ella misma estaba cansada y sabía que así no llegarían más lejos. Edara se maldijo por hacer caso al viejo, sabía que debían haber ido al templo. Pero ya no había marcha atrás y no iba a dejar que su hijo muriese allí. Se detuvo. Zasha también lo hizo, y comenzó a gruñir cuando las formas de los drows que los perseguían se vislumbraron en la distancia.
La loba terrible sabía el motivo por el que se habían detenido y conocía las órdenes que su maestro le había transferido. Inesperadamente agarró al crío con los dientes, como si de un cachorro se tratase, y retomó la huida sabiendo que la madre la seguiría… Pero no fue así.
Puede que el animal pudiese seguir corriendo mucho más tiempo, pero ella estaba agotada y no llegaría mucho más lejos.
En lugar de reanudar la marcha, Edara desenvainó su daga y la empuñó con fuerza. No era una guerrera y sabía que poco podría hacer… Pero si con su sacrificio conseguía darles tiempo y salvar a Eleian, que así fuese.
El pequeño elfo miraba hacia atrás cuando los trotes de Zasha se lo permitían, buscando con la mirada continuamente a su madre. Cuando por fin la localizó en la distancia, los drows ya casi la habían alcanzado. Veía sus siluetas recortadas contra el fondo anaranjado de los fuegos que ardían en la villa. Veía los brillos de las armas al ser blandidas. Y luego, nada. La loba saltó en un cambio de rasante y descendieron una cuesta, haciendo que el chico no consiguiese ver el resultado final.
El grito de angustia de Eleian hendió el aire, y después de eso…
El elfo se irguió sobresaltado, despertando repentinamente de la pesadilla de su pasado y volviendo al presente. Drolf, su viejo amigo y compañero de viaje, un lobo terrible, acudió presto nada más escucharlo.
-Sólo ha sido un mal sueño, Drolf, sólo eso.
Eleian D'Íozern (Válardak)
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