Muchos son los rumores que llegan del oeste a Nevesmortas: lucha por la libertad, rebeldes aprovechados y demagogos, hay versiones de todos los colores sobre las razones que han llevado a Fuerte Nuevo alzarse.
¿Quién tiene razón? ¿Era necesario llegar a esto? ¿de qué lado estás? Preguntas que en muchos conflictos de este calibre surgen con tantas posibles respuestas válidas, que da la impresión que la verdad absoluta solo existe como idea.
Lo cierto e indiscutible es que Súndabar movilizó una cantidad más que considerable de tropas de su ejercito conocido como “La Blindada” hacia Fuerte Nuevo, confiando en su victoria. El plazo tan corto de tiempo en el que semejante ejército estuvo dispuesto para la batalla era la jugada de la ciudad de la Montaña custodia del Siemprefogo.
Apenas llegaron las noticias sobre la precipitada guerrilla a la que Súndabar calificó de “maniobra de disuasión rebelde” cuando el norte de Fuerte Nuevo se convirtió en el epicentro de un terremoto que hizo temblar hasta los cimientos de Adbar.
La blindada marchó confiando en poder asentar el campamento base al norte del Rauvin. Los hijos de Tempus les mostraron lo equivocados que estaban, Dos días habían tardado en llegar, dos días en los que Fuerte Nuevo armó una defensa que llevaba preparando, como poco, hacía meses.
Las catapultas masacraron la retaguardia de la Blindada, que se vio obligada a avanzar a marchas forzadas. Pero los artilleros lo tenían todo estudiado, preparado y ensayado. Su precisión a la hora de corregir el rumbo de sus proyectiles era algo nunca visto por los miembros de La Blindada, más acostumbrados a batallar contra orcos descerebrados.
Cuando se acercaron lo suficiente como para que las catapultas ya no fuesen un peligro, una lluvia de virotes empezó a desgastar las filas algo desordenadas por la carrera que las catapultas habían provocado. La Blindada se topó entonces con la cruel verdad como quien se da cuenta demasiado tarde de que ha sido timado por un rufián. Debieron retroceder, no avanzar; ahora se encontraban cercados por una tropa de defensa delante del único acceso a Fuerte Nuevo, en medio de un campo plagado de marcas para que las balistas no fallaran ni un solo disparo, recibiendo proyectiles desde el flanco izquierdo y con su huida cortada por la artillería. Solo quedaban dos posibilidades, rendirse o morir. Los pocos miembros que quedaban de La Blindada, huyeron; los Tempuritas perdonaron sus vidas y ahorraron proyectiles para la más que segura próxima batalla, los paladines de Torm que los lideraban escogieron la segunda.
Los dioses Bendijeron esa lucha con sus favores a los más valientes, pero el resultado fue claro. Fue una masacre.
Los habitantes de Fuerte Nuevo vieron entrecortados sus vítores, pues ni un solo guerrero de Tempus celebró la victoria sobre esos valientes guerreros. Todos ellos, hundieron sus armas en la tierra, se arrodillaron y honraron a los caídos de ambos bandos con una plegaria unísona que sobrecogió a milicia y guardia.
“No era un alzamiento de un par de rebeldes después de todo.”... Esta frase fue toda la compasión que uno de los responsables de la respuesta de Súndabar mostró por los centenares de soldados que habían muerto ese día. Así de frío es el lago helado de la política que crea guerras a las que nunca acude.