Un enano en peligro

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Yurin

Un enano en peligro

Mensaje por Yurin »

Un enano en peligro

Ese atardecer Kerila Gemastro parecía algo más preocupada de lo normal cuando Moira Moramontañas cruzó el umbral del templo de Marzhámmor Duin para entregar a la sacerdotisa las posesiones recuperadas de un grupo de osgos. Las tierras colindantes de Nevesmortas se habían convertido en un lugar peligroso tras la Retirada de algunos de los elfos aventureros y las suculentas recompensas que se prometían en tierras más sureñas como Amn o Cormyr.

Moira saludó a quien consideraba a una superior dentro de toda la jerarquía eclesiástica del Pueblo Robusto. Pero además de respetar su rango, la enana consideraba a Kerila una amiga de confianza. Así que se interesó por aquello que atormentaba a su compañera.

¿Acaso el Hospicio pasa una mala racha en la colecta? Ya sabes, hermana, que los enanos siempre hemos sido gente del puño cerrado. – dijo entre risas la más joven de las dos enanas.
No, Moira. He recibido malas noticias de un buen amigo mío. Yorgan, un enano explorador del Bosque Legendario, ha avistado a una partida de orcos moviéndose por la zona. Temo que le pueda suceder algo, siempre ha sido muy temerario. - contestó la responsable del templo.
En ese caso, cuenta con mi ayuda. Si se tiene que traer a ese enano de vuelta agarrado por la barba, no dudes en pedírmelo. - la enana mostró todo su ímpetu, pero estaba claro que sus fuerzas estaban disminuidas debido al duro trabajo de limpiar los senderos de osgos y demás maleantes.
No tengo más remedio que pedirte este favor, hermana. Aunque preferiría que antes de que partieses, te tomases esta noche libre para descansar en nuestras camas del albergue.
Eso haré. - asintió Moira – Partiré a primera hora de la mañana.

La noche transcurrió tranquila en el Hospicio de los enanos hasta que, al romper el alba, una figura rechoncha se levantaba ataviada con una armadura dorada. Esa pequeña resplendor que caminaba al norte, era la única esperanza para un enano desamparado en el bosque.

Tras un par de días de trayecto con parada obligatoria en la posada de la Bifurcación, Moira llegaba al linde del Bosque Legendario. El bosque de gigantescos árboles en el que habitaban salvajes bestias permanecía en absoluto silencio y calma. Solo se oía el tintineo de las placas metálicas que cubrían el torso de la enana.

Una vez dentro de la maleza, Moira encontró un pequeño cobertizo. Pensó que ese debía ser el lugar dónde el enano hacía guardia antes de que los orcos llegasen. Como Yorgan ya había enviado una carta de ayuda, la enana imaginó que seguramente habría dejado alguna pista para quienes fuesen en su auxilio. Dentro de una caja con la runa “dentro” grabada en su superficie, Moira encontró lo que estaba buscando. Una nota escrita en su lengua natal describía la presencia de orcos al norte de su posición. Además, el enano había dejado constancia de un “olor a muerte” que había llegado con ellos.

Moira guardó la carta en su zurrón y empezó a pensar cómo conseguiría llegar hasta los orcos sin ser descubierta. Sabía que el sigilo no era su fuerte, así que se decidió por intentar dividir el grupo de orcos tocando una campana élfica que colgaba del cobertizo. Quizás el sonido de la campana hiciese que un reducido número de colmilludos se dirigiesen hacia ella y así sería más fácil acabar con ellos. La enana guardó su escudo y su maza, agarrando con fuerza la cuerda que descendía hacia el suelo. Siguió con la mirada la cuerda hasta percatarse de que algo raro había en ella. La desconfianza le fue creciendo hasta que decidió lanzar un conjuro para prevenir posibles sorpresas de los elfos del bosque. Así fue, que gracias a la ayuda de sus dioses, vislumbró un mecanismo que hubiese dejado el cuerpo de la enana bajo la pesada campana.

Aún así, la enana no se rindió en poder hacer sonar la campana. Buscó por el suelo una roca capaz de producir un efecto sonoro para que lo oyesen desde la lejanía. No tardó demasiado en cumplir su tarea, por lo que en un instante, el cuerpo bajo y corpulento de la enana se escondía tras un árbol con la ayuda de un anillo de invisibilidad. Espero y espero, pero nadie acudió hasta el cobertizo. Varios de sus hechizos se habían disipado y la enana estaba empezando a sentir ganas de estrangular a alguno de sus acérrimos enemigos. Saliendo de su escondrijo, se dirigió directamente hacia el norte.

En su camino bajo las altas copas de los árboles, Moira se encontró con un pequeño riachuelo que le impedía proseguir. Para cruzarlo, solo tenía dos opciones: un puente de madera élfica o un arco de piedra que unía ambas orillas. No vaciló mucho para elegir. Estaba claro para ella que el puente de roca natural era mucho más fiable que una construcción élfica aunque ello conllevase a no tener barandilla en ninguno de los laterales. No se fiaba de los elfos tras el incidente con la campana.

Mientras refunfuñaba contra los elfos, su arquitectura e incluso contra algunos de sus antiguos amigos de orejas picudas que habían abandonado el Norte a su suerte, la enana se vió envuelta en una emboscada. Un grupo de sucios y rateros trasgos bajo armaduras de acero oxidado y pieles malolientes la estaban esperando a cada uno de los extremos del puente.

Los trasgos se acercaron blandiendo sus hojas melladas contra la fiera enana. No obstante, a cada paso que un trasgo encaminaba hacia la guerrera, una maza tronaba contra su cuerpo enclenque y lo hacía retroceder. Golpeando con ahínco, Moira mantenía su posición hasta que vio algo realmente espeluznante. Algunos de los trasgos habían empezado a inquietarse y sus cuerpos parecían cambiar de forma. Su piel se oscurecía con un pelaje negro, de su nariz sobresalían un hocico con colmillos y sus manos cambiaban a garras. Los trasgos se estaban convirtiendo en lobos gigantescos conocidos comúnmente como canes trasgueros o barghests.

Moira ya había oído hablar de esas criaturas en otra ocasión, así que sabía que se trataban de seres de los planes inferiores que algún poderoso usuario del Arte o del Poder había invitado al Plano Material. Aunque le sorprendió enfrentarse a esas criaturas, o vaciló con su escudo cuando una de ellas se abalanzó sobre ella. Con un golpe de derribo, el can se precipitó al vacío. Tras él, uno a uno fueron cayendo cuando la maza de la enana los alcanzaba.

En unos asaltos, el puente permanecía vacío a excepción de la figura femenina cubierto por el mejor acero enano. Terminada la refriega, Moira siguió avanzando hacia el peligro. Hacia el norte. Dónde el olor a muerte penetraba en su nariz redonda.

Mientras atravesaba los setos y los troncos que le obstaculizaban el paso, vislumbró en la oscuridad de la noche una luz que procedía de le lejanía. Se acercó cautelosamente, pero sus ojos ya se habían percatado de que ni un alma se movía en el lugar. Y sí, alrededor del fuego, se alzaba un campamento de elfos silvanos. Entre los restos, dos cuerpos pertenecientes a los Tel'Quessir, parecían haber sido asesinados recientemente. No era difícil averiguar, que eran un par de víctimas de los orcos.

La enana optó por permanecer en el campamento unas horas para descansar después del combate sobre el puente. Para su desventura, su reposo se vio interrumpido por unas sombras que la acechaban en la oscuridad. Tras salir de la tienda en plena noche, la enana solo había tenido tiempo de pertrecharse mejor bajo la armadura cuando los asaltantes nocturnos se mostraron. Como en el combate anterior, los barghests salieron a su encuentro. En esta ocasión, otra figura los acompañaba. Una sombra dos veces superior a la altura de la enana blandía una alfanje gigantesco con ambas manos mientras vociferaba con una voz gutural lo que con total probabilidad eran insultos y provocaciones en la lengua orca.

Tal y como era de esperar, los cánidos fueron los primeros en cargar contra la desarmada enana. Sus zarpas y sus colmillos chocaron contra el duro metal que componía su armadura desprendiendo chispas con cada impacto certero. Para evitar que alguno de sus ataques llegase a golpearle en alguna zona descubierta, la enana se defendía con puños y codos.

Al ver que pasados unos golpes el transcurso de la batalla seguía sin decidirse, el orco avanzó hasta tener a la guerrera bajo la amenaza de su oxidada hoja. Al primer tajo, el alfanje cortó la piel de la enana por debajo del pecho. La piel abdominal de la enana se desgarró y por las junturas de las placas metálicas emanó sangre barboteando. El dolor de la herida hizo que Moira reaccionara a tiempo. Auxiliada por el poder divino de los Morndinsamman, su cuerpo se desvaneció delante de los ojos de sus atacantes.

Gracias al conjuro que había logrado invocar, la enana se escabulló hasta conseguir hacerse con su maza y su escudo. Incluso tuvo tiempo de sanar sus heridas con un hechizo curativo que le permitió recuperarse. Con las fuerzas restablecidas, la enana reapareció gritando en nombre de su pueblo, su clan y Moradín. Acabó rápidamente con los barghests, pero se llevó una sorpresa cuando descubrió que el peor de sus agresores había huido mientras ella tomaba su equipo.

Moira siguió avanzando, tratando de seguir los rastros del orco. No obstante, le era imposible seguir a un solo individuo a la fuga. Ella no era una rastreadora. Descorazonada, invocó de nuevo el poder de sus dioses, aumentando así, su sensibilidad a la energía maligna que con toda seguridad tenía como fuente a los demás orcos. La enana empezó a sentir las corrientes de energía negativa y guiándose de tales sensaciones, llegó hasta lo más profundo del Bosque. Allí se alzaban las antiguas ruinas de un palacio élfico rodeado por las aguas de un lago.

Otro puente cruzaba al extremo de la isla dónde antes se erguían las puertas decoradas que con tanto labor habían construido las gentes del Pueblo Gentil. La paz del lugar se había roto por la presencia de los orcos. La enana no podía permitir que se siguiera profanando aquel santuario. Y lo que aún le atemorizaba más, ¿qué habrían hecho con Yorgan? Sus temores hicieron que su sangre hirviese empujándola a correr contra el enemigo. Cargó frenéticamente a través del puente para terminar de una vez por todas contra los planes de su enemigo.

Traspasó el puente a la carrera hasta que otro grupo de barghests ya transformados en lobos le impidieron su avance. La enana saltó sobre ellos con la maza en alto, acabando con la vida del primer can trasguero que se le abalanzó sobre su cuello. Pocos instantes después de su carga, sólo había la figura dorada de la enana alzándose entre los cuerpos. Avanzó a paso ligero entre el pavimento agrietado y mohoso de las ruinas élficas siguiendo el hedor a muerte que le guiaba hasta dar con un extraño ritual. Un grupo de orcos de piel oscura se agrupaban en un círculo alrededor de otro armado con una lanza y una coraza ceremonial. Éste orco ser un líder espiritual que iba a practicar un sacrificio con el cuerpo de un enano inconsciente.

Al ver que Yorgan iba a ser usado a modo de sacrificio, Moira no tuvo más remedio que interrumpir las malvadas conjuras del chaman. Los orcos chillaron y bramaron contra la enana que osaba enfrentarse a solas contra ellos. Fue entonces, cuando todos se giraron hacia su presencia, que Moira se dio cuenta de que alguno de los orcos del círculo, parecían tambalearse al son de las palabras de su líder. Sus cuerpos estaban cubiertos de heridas profundas, algunas incluso dejaban entrever las vísceras colgantes mientras que otros, estaban mutilados de ojos, nariz o algún brazo. Se trataban de cuerpos reanimados con artes nigrománticas.

El combate se inclinaba a favor de los orcos ya que debido a su número, entre orcos y zombis, pudieron rodear a la enana. Moira por su parte se mantuvo en una posición defensiva, cosa que empeoró su situación. Detrás de los corpulentos guerreros, el chamán había empezado a articular palabras y gestos para convocar el Poder. Unas zarzas espinosas y negras cubrieron el suelo y se enredaron en sus tobillos. La enana sintió un dolor punzante en las piernas. Una decena de puñales clavados en su piel la habían inmovilizado dejándola indefensa.

Alfanjes curvados cortaron el aire hendiéndose en la carne de la enana. Por suerte para Moira, su pericia en combate evitó que algunos le impactaran. Pudo esquivar un par y otro chocó contra su escudo, hecho que le permitió sobrevivir a la primera acometida.

Malherida, Moira optó por lanzar uno de sus sortilegios y pasar desapercibida a los ojos de los orcos. Los dioses le sonreían. Su cuerpo se desvaneció en un instante siendo sólo el chamán capaz de ver lo que hacía la enana. El orco gritaba dando órdenes y lanzaba insultos hacia sus lacayos que permanecían atónitos ante la desaparición de su adversaria. Mientras permanecía oculta, Moira utilizó esa oportunidad para invocar el poder de los Morndinsamman. Su magia le permitió restablecer sus heridas e incluso Moradín la bendijo con otro don. El Forjador quiso que la tierra temblase a los pies de la enana. La tierra y la roca se agitaron provocando que algunas de las estructuras de los elfos tambaleasen. Otras se desprendieron y se desmoronaron sobre sus enemigos acabando con sus vidas. Los que quedaron en pie tuvieron que hacer frente a una enana renovada de fuerzas que blandía su maza con destreza. Los orcos fueron cayendo ante el temblor de la tierra y de la maza de Moira. Tan solo el sacerdote pudo soportar el terremoto.

Cuando sólo quedó el chamán, Moira lo pudo observar con más detenimiento. Ante ella había un orco cubierto por una coraza herrumbrosa de acero negro que alzaba una lanza de punta dentada en su firme brazo. Sobre su oscuro pecho, colgaba a modo de talismán dos manos amputadas pintadas de blanco. Ese era el emblema de los sacerdotes de Yurtus el Señor de los gusanos. Fue entonces que empezó el duelo entre dos representantes de dos pueblos enemigos. De dos dioses enfrentados.

Ambos lucharon entre la runa del antiguo palacio. El orco mantenía alejada a la enana mediante una ofensiva frenética de golpes con su lanza. Cada una de sus lanzadas se hundían en el escudo de la enana. Moira paraba cada ataque para avanzar en dirección a su adversario y poder propinarle un golpe con su maza que siendo ésta más corta que la arma de su enemigo requería una posición más cercana. El combate parecía no decantarse por ningún lado hasta que el orco, haciendo gala de la fuerza natural que caracteriza a su pueblo, perforó la protección de la enana. La punta dentada traspasó el metal y la madera del escudo yéndose a clavar en la piel. Gracias a su soltura, el golpe que podría haber sido mortal si no hubiese sido desviado a tiempo se le clavó en el muslo. En ese momento, sintió como la carne se le desgarraba y un dolor ardiente le recorrió por las venas. La lanza desprendía un chorro de ácido al impactar, viéndose gorgotear por la herida y la mella causada en el escudo.

Si el chamán demostró la fuerza de los orcos, Moira le enseñaría la resistencia enana. Con la lanza clavada en la pierna, arremetió contra el flanco del orco. Su maza provocó el quebrantar de las costillas del chamán que aulló y chilló de dolor mientras el mango de la maza le volvía a caer. Esta vez, contra su repulsivo rostro, la boca del cual vomito abundante sangre. Tras otro nuevo grito, el sacerdote de Yurtus tiró de su lanza sabiendo que esa situación le era desventajosa. Otra vez, Moira sintió como el ácido le corroía los músculos.

Los dos clérigos estaban gravemente heridos, pero se mantenían con las suficientes fuerzas como para proseguir el duelo. Maza y lanza volvían a combatir en un estruendo de acero y de gemidos. No obstante, algo hizo que el combate se desequilibrara.

¡Por el clan, por los enanos y por Moradín! - el grito de batalla de un enano resonó en el lago del bosque. Entre las ruinas élficas, se había despertado de su estupor Yorgan el explorador que ahora cargaba contra su captor.

Yorgan corrió en auxilio de Moira en un acto heroico de salvar a su aliada. En su brazo alzaba el martillo familiar que propinó un golpe contra el orco y permitió que Moira lanzara una nueva ofensiva. El orco se vio superado por la embestida de ambos enanos y en un último intento de acabar con uno de ellos, laceró el pecho del explorador que quedó empalado en su arma. Segundos después, la enana conseguía abrir su cráneo en un golpe seco sobre su cabeza. Una vez el cuerpo del orco se desplomó sobre el suelo, Moira se apresuró a asistir al enano herido. La herida había quedado al descubierto después de que la lanza se convirtiese en polvo. Una herida letal que dejó al explorador en un charco de sangre sin latido ni respiración.

El duelo había dejado exhausta a Moira aunque no se lo pensó dos veces cuando cargó con el cuerpo de Yorgan. Caminó sin descanso de vuelta al Hospicio con el cadáver ya frío y lívido del enano. Allí Kerila y Moira trabajaron conjuntamente para resucitar al desdichado explorador. Descubrieron que el orco había conjurado una maldición justo antes de morir. Había condenado al alma del enano a las profundas cavernas del Nishrek para que fuese devorado por los súbditos no-muertos de Yurtus. Aún así, el poder de las dos sacerdotisas de los Morndinsamman consiguió liberar el alma de Yorgan de las garras de Yurtus, enviándola al lugar que le correspondía, al Enanhogar. Fue una pena que no pudiesen resucitarlo, pero el Padre de Todos ya había reclamado su alma en sus salones de la gloria.


//Ahora ya está acabada. Espero que podáis encontrar el punto en el que había dejado de escribir.
Yurin

Re: Un enano en peligro

Mensaje por Yurin »

De nuevo en las ruinas

Tras dos dekhanas de descanso en Nevesmortas, Moira Moramontañas se encuentró a un amigo en la posada de la Rosa y el Martillo. Se trataba de Eowaran Freyn. En ese encuentro fortuito, la enana le contó al elfo lo sucedido en el Bosque Legendario, por lo que ambos decidieron echar un vistazo de nuevo en el lugar dónde se intentó realizar el oscuro ritual. Elfo y enana esperaban que la vista aguda del primero fuera capaz de ver detalles que a la enana le pasaron por alto.

Después de dos días de camino hasta el linde del bosque, la extraña pareja se adentró en la foresta salvaje y mística. El lugar parecía tan tranquilo como la vez anterior en la que la enana lo había pisado. Ni un aullido de lobo, ni un graznido de águila.

Caminaban por encima del follaje hasta llegar al cobertizo con el campanario. Allí Eowaran y Moira escucharon los susurros de una suave voz que provenía de más al norte. La enana parecía ser incapaz de entender las palabras procedentes del viento, pero no le sucedía así a Eowaran, quién creyó que la voz lo estaba llamando por su nombre.

Siguiendo la voz élfica, los aventureros descubrieron el campamento de los elfos salvajes que fueron asesinados por los orcos. Entonces, un par de montoncitos de piedras marcaban las tumbas de los dos Tel'Quessir. La tierra removida se había cubierto de hierba y flores de vivaces colores. Ante los dos pilones de roca, Eowaran se detuvo un instante a homenajear a los caídos. Una vez terminada su plegaria, el elfo registró el lugar en busca de indicios. Entre las cenizas de una hoguera, descubrió una hoja de acero negro escondida. Moira tomó el arma para examinarla con detalle. Como herrera, la enana explicó que su filo había sido trabajado con arena del desierto, característica típica de las armas del Anarouch. Al cabo de una hora en el campamento, los dos emprendieron de nuevo el camino. Otra vez siguiendo a la voz susurrante que los guiaba a través de la maleza.

Los aventureros traspasaron las puertas de una antigua muralla derruida. Allí, tras pasar el umbral, el bosque pareció cobrar vida. De los troncos, las ramas y la hierba brotaron pequeñas luces danzantes. Bailaron alrededor de la pareja desvaneciéndose para reaparecer en otro lugar. Eowaran trataba de hablar con los espíritus en su lengua y Moira se entretenía a buscar en su zurrón un tomo sobre frases recurrentes del idioma élfico escrito por Silveil. Sus intentos de comunicarse no obtuvieron respuesta así que decidieron llegar hasta las ruinas abandonadas una vez las luces desaparecieron por completo.

Al llegar al lago que se extiendía en el corazón del bosque, tanto elfo como enana sentían como sus cuerpos se relajaban, como si un aroma embriagador les atontara los pensamientos. Ambos se sentían en armonía con el entorno. Cerca del lago un muro de árboles había crecido alrededor de las ruinas del santuario élfico como un muro de madera inexpugnable. Aunque su objetivo se veía obstaculizado, delante de esos árboles reaparecieron de nuevo los espíritus. Esta vez, la voz élfica que los había acompañado surgió haciéndose comprensible incluso para la enana.

Acercaos peculiar pareja. Hacía generaciones que no veíamos a un representante de los dos Pueblos viajando juntos.- dijo la voz.
Hemos venido en busca de respuestas, espiritus del bosque.- anunció la enana.
Pues respuestas no vais a encontrar. Ahora es tiempo de que surjan las preguntas. - contestó otra vez la voz. Parecía que la voz fuese emitida por las luces, como si se alternaran las palabras entre los diversos espíritus allí presentes.
¿Qué preguntas? - preguntó de nuevo la enana. Hablar le produjo un largo bostezo. Acto seguido, un mágico sueño se apoderó de ella.
Descansa, enana. Tenemos que hablar con Eowaran. - susurraron los espíritus.- Eowaran, tienes que abrir tu corazón a la fe. Tienes que buscar a las doncellas. El mal se despierta en el Este. Debéis actuar. - mientras la voz hablaba, el elfo permanecía arrodillado y pensativo.

Tras sus palabras, voz y luces se fundieron con el entorno dejando a su partida un extraño amuleto con forma de calavera sobre la frondosa hierba. El elfo no dudó en recogerlo y mostrárselo a la enana que se recuperaba de su letargo. Moira se alteró al ver el amuleto pues detectaba en su interior una fuente de energía malvada. Cuando trataba de convencer al elfo de que fuese estudiado, éste activó el collar pulsando los dos rubíes que hacían a la vez de ojos. Una vez activado, el amuleto abrió un extraño portal. Del portal emergieron unas siluetas negras que trataban de cruzarlo. Mientras tomaban forma, la pareja de aventureros se preparaba para un combate ya que en las manos de los figuras aparecieron empuñaduras.

Las sombras negras tomaron forma de un grupo de humanos: tres ataviados en negra armadura, dos encapuchados con largos puñales y un último con un báculo hecho de madera de ébano. El grupo estaba conformado por un séquito de las fuerzas Zhentarim, guerreros zhent y asesinos de la Red Negra, todos dispuestos para aniquilar a cualquiera que se opusiese a ellos. Su símbolo brillaba con ostentación sobre alguno de sus escudos o incluso en las ropas.

Los desafortunados aventureros no fueron rivales para un grupo de élite como los Zhentarim. Ambos fueron abatidos por sus hojas afiladas y su poderosa magia. Los zhentarim estaban dispuestos a acabar con aquellos que habían activado el portal y, al querer asestar el golpe definitivo, la naturaleza les salvó la vida. Mieliki había acudido en pos de los que serían su defensa contra el mal que estaba ya profanando sus bosques ancestrales.


//Esta vez he sido bastante más escueto al escribir. Quizás se haga pesado leer tanto texto como el anterior y de esta manera tenéis un planteamiento general de lo sucedido. Si se quiere saber más, pues preguntad a los implicados dentro del server. :wink:
Hur0n

Re: Un enano en peligro

Mensaje por Hur0n »

//sitio reservado.
Malar
Mas pesado que Rusillo con los Tejones.
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Re: Un enano en peligro

Mensaje por Malar »

*clap clap clap clap*
La Bestia (parda)
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