Misteriosos sucesos en la cueva de Úgrezh

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Tacirrano

Misteriosos sucesos en la cueva de Úgrezh

Mensaje por Tacirrano »

Raenor salió aquella tarde de Nevesmortas con una intención clara: recoger unos hongos moteados de la cercana cueva de los orcos de Úgrezh. Era una peligrosa tarea, pero con esos hongos quería aprender a hacer pociones de protección contra los elementos. El riesgo merecía la pena para el clérigo.
Se aproximó a la cueva sin dificultades hasta que los huargos comenzaron a aullar: le habían olido, y pronto los orcos estarían sobre su pista. Se enfrentó a los feroces cuadrúpedos amparado en sus protecciones mágicas y en su arma encantada, y no fueron rival para él. A pesar de la vitalidad de esos seres, y de su habilidad para atacar en jauría, sus colmillos no pudieron penetrar la durísima piel de piedra de Raenor. Helmo jugaba a su favor, y el sacerdote aprovechaba sus dones.
Pronto se plantó ante los dos centinelas, que andaban atentos por los ruidos. La velocidad del yelmita fue suficiente para abatirlos sin que dieran la alarma. Rápido y eficaz, la ardiente maza les golpeó una y otra vez, y ellos apenas pudieron blandir sus hachas contra él.
Finalmente, la cueva. Los aullidos de los lobos habían preocupado a los orcos y habían redoblado la guardia. Aunque al principio sólo pudo ver a dos de ellos, en cuanto le vieron aparecer empezaron a llegar más y más de aquellas viles criaturas similares a los cerdos. A mitad de la escalera se vio entre dos frentes: los que llegaban de dentro de la cueva y los refuerzos del campamento exterior. El momento fue apurado, y el clérigo echó mano de sus recursos. Pronunció la Palabra de la Fé y sus enemigos quedaron momentáneamente desconcertados, y él aprovechó la ocasión para deslizarse entre ellos y entrar en la cueva. Dentro, antes de que acudieran sus enemigos, un nuevo conjuro le ocultó de todas las miradas. Santuario Mayor era el conjuro favorito de Raenor. Los orcos se pusieron a buscarlo, pero nada fue suficiente. Varios chamanes emplearon conjuros que mejorarían sus sentidos, pero ni aún así. El yelmita fue recogiendo los hongos mientras los orcos recorrían una y otra vez las galerías de la cueva. Algo preocupado por la gran cantidad de orcos que estaba viendo, Raenor registró las cosas de los orcos en busca de algo que pudiera llamar su atención. La verdad es que, aparte de algunas monedas de oro y pergaminos, no halló nada.
En la última estancia cometió el gravísimo error que costó varias vidas. Decidió encararse a los dos únicos orcos que estaban en ella, confiando en abatirlos con velocidad y luego interrogarlos para averiguar la razón de tantos orcos, incluso algunos mucho mejor armados que los habituales. Se plantó ante ellos y se hizo visible mientras desencadenaba una terrible lluvia de golpes contra ellos. Pero aunque uno cayó enseguida, el otro tuvo tiempo de dar la alarma. Pronto comenzaron a entrar varias decenas de guerreros con sed de sangre para defender su hogar. Raenor Ojalaya se vio perdido y recurrió a su último recurso: la Palabra de Regreso. Ante las chatas narices de sus oponentes, el yelmita desapareció para volver a aparecer al instante junto a la empalizada sur de Nevesmortas.
Con la satisfacción del objetivo cumplido Raenor enfundó sus armas y comenzó a quitarse la armadura para descansar antes de entrar en la villa. Lo que pasó entonces sorprendió al sacerdote: un grupo de orcos apareció de repente en sus narices. Apenas tuvo tiempo de dar un salto para esquivar el hacha que cayó sobre él, dando un tajo longitudinal en su brazo izquierdo. La herida no era grave y el peligro era letal. Raenor salió corriendo hacia la puerta, donde de inmediato los guardias vieron la situación y plantaron cara a los orcos. El clérigo, agotado, no participó, confiando en las posibilidades de los soldados. Al cabo de unos minutos, y con cara de pocos amigos, los guardias regresaron.
- Ha habido cuatro muertos -comentó uno mientras se limpiaba de sangre-. Granjeros que iban a vender sus productos a la mañana siguiente y que habían llegado de noche. Estaban acampados y esos malditos orcos les han degollado. Hay un montón de bueyes y vacas muertos.
Raenor les miró compungido.
- Creo que esto ha sido responsabilidad mía. Mañana iré a hablar con el capitán Mánnock. Por favor, avísenle de que iré.
Tacirrano

Re: Misteriosos sucesos en la cueva de Úgrezh

Mensaje por Tacirrano »

A la mañana siguiente, el yelmita vació su cuenta en el banco. Acababa de comprar un cinturón mágico que potenciaba su fuerza, así que no tenía demasiado. Sin embargo, bastaría para que los familiares pagaran el ganado muerto, un entierro decente y se llevaran una pequeña indemnización. Ahora tocaba lo más difícil: explicarle a Mánnock lo que había pasado.
Saludó al guardia que vigilaba la puerta del cuartel. Valoró a ese hombre en más que el día anterior. Fueron hombres como él los que se plantaron ante los orcos y los abatieron. Aquella mañana había rezado por la Guardia de la Villa, siempre vigilante. Cruzó la puerta y vio al hombre cuarentón que caminaba preocupado por el interior del cuartel. Le reconoció enseguida.
- ¿Capitán Mánnock?
- Dígame, joven.
- Verá... -titubeó-. Se trata del ataque orco de ayer. Creo que soy en parte responsable de él.
- Algo me dijeron los guardias, sí. ¿Por qué cree que es responsable de algo así?
- He estado pensando en ello toda la noche, y creo que los orcos cruzaron un portal con el que huí de su cueva.
- Al menos lo reconoce -sus palabras no escondían el desagrado con el que le miraba.
- Verá... no sabía que tal cosa fuera posible... no pensaba que nadie pudiera cruzar mi portal de regreso aparte de quien yo quiera. Y eso me lleva a otro asunto, capitán. Temo que los orcos estén preparándose para otro ataque. Ayer pude ver en su cueva una presencia de tropas muy superior a la habitual. Más guerreros, mejor armados, e incluso unos cuantos chamanes. Me temo que van a lanzar un ataque pronto, y podría ser contra esta villa.
- ¿Es usted un experto en orcos?
- Pues... en realidad, no. Pero soy de Sundabar, y estoy acostumbrado a la amenaza orca tanto como ustedes aquí. Lo que dice la gente es que los orcos se agrupan sólo para atacar...
- Tonterías. Esos orcos llevan años aquí, y cuando preparan un ataque contra la villa recibimos informes mucho más concretos que un simple aumento de tropas.
Algo decepcionado por el desdén del capitán, el sacerdote pasó de inmediato a otro de los asuntos que le llevaban al cuartel.
- En cualquier caso, quisiera pedirle un favor, capitán.
- ¿De qué se trata?
- Quisiera dar una cantidad de dinero a los familiares de las víctimas. Para entierros, reponer ganado y como pequeña indemnización. No tengo mucho, pero lo que tengo aquí está.
Sacó una bolsa de un bolsillo de su capa y se la tendió al capitán.
- Usted conoce mejor a la gente que yo, y seguro que será capaz de repartirlo con justicia.
- De esas cosas suele encargarse la Dama Lanzagélida, pero me haré cargo de que lo reciba -cogió la bolsa, la abrió y contó someramente su contenido antes de guardarla.
- Gracias, capitán. Ahora quisiera hacerle una oferta.
- Soy todo oídos.
- Verá, soy alquimista. Pronto sabré elaborar las más complejas pociones, y he pensado en que la labor que realiza la guardia es muy importante para la villa. Quisiera obsequiarles con algunas de mis pociones para que estén mejor surtidos. Les daría unas pociones de fuerza, de aguante y de piel pétrea todos los meses. Creo que les serán útiles.
El capitán arrugó el gesto, sorprendentemente.
- Verá,... solemos comprar esas pociones a la Flecha del Destino. Es una relación comercial de hace años, y no quisiera romperla.
El sacerdote, algo extrañado, contestó con rapidez.
- Pues no lo haga. Siga comprándoselas. Yo le ofrezco un regalo.
El capitán titubeó antes de contestar.
- Es que... para las cuestiones de presupuesto suelo hablar con la Dama Lanzagélida. Le consultaré a ella.
- Pero esto no es una cuestión de presupuesto. Es un regalo.
- De todos modos lo he de hablar con ella -zanjó el capitán-. Le haré saber mi respuesta.
El sacerdote no acababa de entender la situación mientras volvía a la posada.

//La cosa quedó con Yergal en que los demás DMs opinen sobre si se acepta el regalo de pociones. No es que quiera nada a cambio, ni bonos de rol ni nada. Simplemente quiero que el PJ tenga una obligación que sea adecuada al credo de Helmo, y entiendo que proveer a los vigilantes de la ciudad lo es. Ya me diréis algo.
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