Ciudad: Athkatla
Cualquier cosa esta en Athkatla. Lo que es considerado ilegal, inmoral o despreciable en cualquier otro lugar pasa sin ningún tipo de comentario en la llamada ciudad del pecado, siempre y cuando si el precio es adecuado...
Lascivia, esclavitud e incluso actos mucho menos limpios como el asesinato tienen lugar, como en cualquier otra ciudad grande. Pero en Athkatla, la ley permite casi cualquier cosa. La única cosa ilegal es hablar contra las casas de mercaderes...

Las abrupta costa azotada por los vientos que circunda las colinas de los picos de las nubes situadas al Oeste en la nación de Amn...Donde las desnudas rocas barridas sin cesar por las olas, hieden a penetrante salmuera...y también a sangre...agonía y...muerte...Donde solo los carroñeros esperan para regocijarse en medio del silencio...
- ¡¿Donde esta ahora tu salvador?¡VAMOS! ¡llámalo y haz que me impida arrancarte tus miserables tripas! - La espuma se le acumulaba en la boca mientras sacaba la espada de las entrañas de aquel miserable hombre apresado por otros dos supuestos camaradas del agresor y guardias de la ciudad. ¿Su delito? muy posiblemente ser extranjero y ganar a los dados a cualquier líder de las casas de mercaderes en alguna concurrida posada de la ciudad. ¿Su final? La muerte en las castigadas costas de Athkatla.
Hugh continuo su camino a lomos de un corcel oscuro como la misma noche y dejo que el sonido de los gritos de auxilio de aquel infeliz los ahogara las olas y las risas de los guardias, observo la escena desde la distancia sin aminorar el paso de su montura y continuo hacia las puertas de la ciudad.
Antes de llegar a las puertas de la ciudad perdió la cuenta de los cuerpos sin vida que encontró por el camino, la gran mayoría, esclavos.
El sonido de una garganta atragantada saco al mercenario de sus pensamientos y lo hizo parar la montura a la altura de un cuerpo con graves heridas.
- ¡Piedad, hermano...!¡Por favor...que alguien me ayude...!,- Demasiado tarde, ya estas muerto,- Hugh golpeo levemente el costado de su montura para continuar el viaje.
- ¿Quien...quien es? te lo suplico pon fin a mi agonía...! te...dare...!,- las palabras se le atravesaron en la boca mientras la sangre le brotaba. Hugh detuvo nuevamente su corcel ¿...Qué?,- las palabras salieron frías de la boca del mercenario mientras volvía la cabeza para ver el maltrecho cuerpo de su interlocutor.
- Te diré lo que se sobre el tesoro de Umir....,- aquellas palabras llamaron la atención de Hugh he hizo volver su montura y acercarse al maltrecho humano.
- ¿El tesoro de Umir?,- Repitió el mercenario escupiendo las palabras.- Una vez al año, al amanecer del día de la cosecha de Lazhander...los monjes del alma solar ponen una reliquia sagrada sobre un altar de piedra en una fuente...los rayos del sol alcanzan la reliquia...y se dice que de la fuente brota oro liquido...¡Es todo lo que sé...! ¡por favor!...¡hazlo!...matame...- con cada palabra la voz del hombre sonaba con mas agonía.
- Que duermas bien...- fueron las ultimas palabras que le dedico el mercenario antes de atravesarle el pecho con su espada.
Tras atravesar las puertas de la ciudad los comentarios y las miradas de los ciudadanos se centraban en el corpulento guerrero, comentarios de todo tipo le llenaban los oídos mientras continuaba su andadura a traves de la concurrida plaza.
-¿Quien es este?,- preguntaba una mujer de vestiduras livianas a un viejo baboso, - Otro extranjero con una espada,- contesto el hombrecillo de arrugas profundas.
Hugh pensó que aquel viejo tenia razón, aunque nació entre aquellos muros se sentía como un extranjero, hacia muchos años que no visitaba su ciudad, los largos años que paso entre los remos de una galera de esclavos lo retiraron rápido de aquellas estrechas calles.
- No le prestéis ayuda y tal vez se marche pronto...
CONTINUARA...