Historia de Fundin Barbaflamigea
Publicado: Mar Dic 26, 2006 12:31 pm
La Fundación
La noche era negra y fría. El pequeño grupo de enanos y humanos supervivientes de la gran batalla, se arracimó en torno a la pequeña hoguera para tratar de calentarse.
El que parecía su líder, se dirigió a ellos:
- Aciagos han sido los designios de los dioses estos días, pero no temais. Pronto encontraremos una nueva tierra, donde instalar un nuevo hogar lejos de esos ejércitos de desalmados orcos.
El grupo estaba compuesto por enanos y humanos procedentes del Reino del Norte de Neztheril. Pocos enanos escudo sobrevivieron a las cruentas batallas, y los que lo hicieron se vieron obligado a huir, junto con el pequeño grupo de poderosos magos que habían protegido su huida conjurando una niebla densa que los ocultó a ojos de los orcos enemigos. No había ancianos ni niños, pues su debilidad les había impedido huir con la suficiente celeridad. Tampoco se oían sollozos ni quejas, pues harto conocida era la resistencia de los últimos habitantes de Neztheril.
El líder envió a dos o tres exploradores junto con un mago para establecer un perímetro de seguridad del campamento. Aunque por aquellas latitudes no había orcos, las montañas que había cerca no les inspiraba demasiada confianza. Un mago de canoso pelo blanco se adelantó y, trazando unos símbolos extraños en el aire, conjuró un hechizo de ocultamiento, que dejaría a todo el grupo fuera de las miradas indiscretas de las criaturas de su alrededor.
Más tarde, cuando parte del grupo se hallaba prácticamente dormido, dos de los tres exploradores volvieron alborozados.
- ¿Qué sucede? ¿Dónde están Gotrek y el Mago? - Les imprecó su líder.
- Acompañadnos, aún no podemos creer lo que hemos encontrado. Dejamos a Gotrek y al mago allí para poder encontrar el camino de vuelta - replicaron ellos.
-¿Poder encontrar el camino de vuelta? ¿Qué demonios decís? Pareceis torpes gnolls si os despista el camino de regreso de unas montañas.
-Seguidnos Turin -pidieron los exploradores.
Turin Escudoderoble (que así se llamaba su líder), formó otro grupo, dejando los suficientes enanos guerreros para defender a las mujeres enanos, marchando el resto de enanos y todos los magos en pos de los dos exploradores, para ver el descubrimiento que alteraba tanto a los pacientes enanos exploradores. Minutos después, llegaron a las estribaciones de las montañas que se encontraban tras el campamento. El más anciano de los magos (y también el más poderoso de ellos) habló en esta forma:
- Poderoso Turin, si mis ancianos conocimientos no traicionan a ésta débil mente, nos encontramos al pie de las Montañas de los Picos Grises.
- No pongo en duda que así será poderoso Fistandántilus. Conocida es vuestra inmensa sabiduría - dijo Turin - Fundin, inútil aprendiz de gnoll, ¿qué habéis descubierto? - Dijo justo después dirigiendose al explorador.
- Busquemos a Gotrek, o no encontraremos la entrada de nuevo.
Llamaron con esas señales enanas sólo conocidas por ellos, y a lo lejos escucharon (como sólo oidos enanos pueden hacer) la respuesta de Gotrek. Fueron hacia su voz, y lo encontraron ante un angosta abertura en la roca viva de la montaña. Gotrek se introdujo en la grieta, y el grupo siguió detrás de él. Hasta los enanos tenían que enconvarse para avanzar por la grieta, hasta que de pronto, la abertura se ensanchó de tal modo que no eran capaces de tantear las paredes ni el techo con sus manos. En la oscuridad absoluta de la montaña, se oyó una única palabra proveniente de los labios de Fistandántilus: "Illuminariem", y una mágica luz blanca destelleó por primera vez en el corazón de la montaña. Lo que allí vieron les dejó sin aliento. Les rodeaba una inmensa caverna, rebosante del codiciado Mithril, cuya extensión sobrepasaba al más grande de los palacios conocidos.
-Compañeros - dijo Turin - creo que hemos encontrado nuestro nuevo hogar.
Meses más tarde, los enanos había tallado la más intrincada y oculta de las entradas enanas. Ni la tumba de un Rey se habría protegido tan precisa y mortalmente a ojos ajenos. La puerta última de entrada a la caverna fue forjada con Mithril, y alimentada con la magia de los poderosos magos arcanos que allí se encontraban.
Llamaron a la ciudad Karad-Dum, la Fortaleza del Enano, y ni bestia ni hombre que no conociese el secreto arcano de la puerta conseguía dar con su entrada.
Allí se establecieron, y desarrollaron con tranquilidad una pequeña pero poderosa ciudad. Llamaron a la ciudad Karad-Dum, la Fortaleza del Enano, y ni bestia ni hombre que no conociese el secreto arcano de la puerta conseguía dar con su entrada. Poco a poco los magos fueron desapareciendo, y cuando sólo quedaba Fistandántilus (del que se decía que había hecho un pacto con un Dios para alargar su vida a límites suprahumanos, y del que se creía tenía más de 400 años), Turin Escudoderoble temió por la seguridad de la entrada mágica a su reino. Sabía que la férrea mampostería de la obra enana seguiría oculta a ojos no entrenados, pero aún así se reunió con Fistandantilus en un intento de conservar la magia arcana que les protegía.
- No temas nada - le dijo Fistandántilus - Lanzaré un último conjuro que protegerá esta ciudad. Pero el conjuro no se extinguirá conmigo, sino que quedará unido a mi alma inmortal hasta que el portador del hacha regrese y encuentre mi tumba.
Turin no entendió sus palabras, pero le agradeció el gesto al poderoso mago.
Días después, un enorme retumbar sonó en las dependecias del Último Mago de la ciudad. Cuando los enanos corrieron al lugar, encontraron que el mago había desaparecido, y únicamente quedaba una bola de fuego roja flotando en el centro de la estancia sobre el libro del Mago.
Recordando las palabras del mago, Turin supo que Fistandántilus había cumplido su promesa, cediendo su vida a cambio de la protección de la ciudad. Hizo excavar una tumba en lo más recóndito del corazón de la montaña, pues intuía que la bola de fuego ocultaba el alma del Mago, e hizo trasladar allí el libro del arcano Mago. Sin embargo, no encontraron por ningún sitio hacha alguna que se relacionase con la profecía de Fistandántilus.
Inexplicablemente, la bola de fuego desapareció de la estancia una vez sepultado el libro en la tumba, y cuentan que se aloja en la intrincada tumba del mago, flotando sobre el poderoso libro de hechizos perteneciente al último mago del primer éxodo, tumba que se encuentra tan repleta de trampas que ni el enano más hábil sería capaz de esquivarlas.
La noche era negra y fría. El pequeño grupo de enanos y humanos supervivientes de la gran batalla, se arracimó en torno a la pequeña hoguera para tratar de calentarse.
El que parecía su líder, se dirigió a ellos:
- Aciagos han sido los designios de los dioses estos días, pero no temais. Pronto encontraremos una nueva tierra, donde instalar un nuevo hogar lejos de esos ejércitos de desalmados orcos.
El grupo estaba compuesto por enanos y humanos procedentes del Reino del Norte de Neztheril. Pocos enanos escudo sobrevivieron a las cruentas batallas, y los que lo hicieron se vieron obligado a huir, junto con el pequeño grupo de poderosos magos que habían protegido su huida conjurando una niebla densa que los ocultó a ojos de los orcos enemigos. No había ancianos ni niños, pues su debilidad les había impedido huir con la suficiente celeridad. Tampoco se oían sollozos ni quejas, pues harto conocida era la resistencia de los últimos habitantes de Neztheril.
El líder envió a dos o tres exploradores junto con un mago para establecer un perímetro de seguridad del campamento. Aunque por aquellas latitudes no había orcos, las montañas que había cerca no les inspiraba demasiada confianza. Un mago de canoso pelo blanco se adelantó y, trazando unos símbolos extraños en el aire, conjuró un hechizo de ocultamiento, que dejaría a todo el grupo fuera de las miradas indiscretas de las criaturas de su alrededor.
Más tarde, cuando parte del grupo se hallaba prácticamente dormido, dos de los tres exploradores volvieron alborozados.
- ¿Qué sucede? ¿Dónde están Gotrek y el Mago? - Les imprecó su líder.
- Acompañadnos, aún no podemos creer lo que hemos encontrado. Dejamos a Gotrek y al mago allí para poder encontrar el camino de vuelta - replicaron ellos.
-¿Poder encontrar el camino de vuelta? ¿Qué demonios decís? Pareceis torpes gnolls si os despista el camino de regreso de unas montañas.
-Seguidnos Turin -pidieron los exploradores.
Turin Escudoderoble (que así se llamaba su líder), formó otro grupo, dejando los suficientes enanos guerreros para defender a las mujeres enanos, marchando el resto de enanos y todos los magos en pos de los dos exploradores, para ver el descubrimiento que alteraba tanto a los pacientes enanos exploradores. Minutos después, llegaron a las estribaciones de las montañas que se encontraban tras el campamento. El más anciano de los magos (y también el más poderoso de ellos) habló en esta forma:
- Poderoso Turin, si mis ancianos conocimientos no traicionan a ésta débil mente, nos encontramos al pie de las Montañas de los Picos Grises.
- No pongo en duda que así será poderoso Fistandántilus. Conocida es vuestra inmensa sabiduría - dijo Turin - Fundin, inútil aprendiz de gnoll, ¿qué habéis descubierto? - Dijo justo después dirigiendose al explorador.
- Busquemos a Gotrek, o no encontraremos la entrada de nuevo.
Llamaron con esas señales enanas sólo conocidas por ellos, y a lo lejos escucharon (como sólo oidos enanos pueden hacer) la respuesta de Gotrek. Fueron hacia su voz, y lo encontraron ante un angosta abertura en la roca viva de la montaña. Gotrek se introdujo en la grieta, y el grupo siguió detrás de él. Hasta los enanos tenían que enconvarse para avanzar por la grieta, hasta que de pronto, la abertura se ensanchó de tal modo que no eran capaces de tantear las paredes ni el techo con sus manos. En la oscuridad absoluta de la montaña, se oyó una única palabra proveniente de los labios de Fistandántilus: "Illuminariem", y una mágica luz blanca destelleó por primera vez en el corazón de la montaña. Lo que allí vieron les dejó sin aliento. Les rodeaba una inmensa caverna, rebosante del codiciado Mithril, cuya extensión sobrepasaba al más grande de los palacios conocidos.
-Compañeros - dijo Turin - creo que hemos encontrado nuestro nuevo hogar.
Meses más tarde, los enanos había tallado la más intrincada y oculta de las entradas enanas. Ni la tumba de un Rey se habría protegido tan precisa y mortalmente a ojos ajenos. La puerta última de entrada a la caverna fue forjada con Mithril, y alimentada con la magia de los poderosos magos arcanos que allí se encontraban.
Llamaron a la ciudad Karad-Dum, la Fortaleza del Enano, y ni bestia ni hombre que no conociese el secreto arcano de la puerta conseguía dar con su entrada.
Allí se establecieron, y desarrollaron con tranquilidad una pequeña pero poderosa ciudad. Llamaron a la ciudad Karad-Dum, la Fortaleza del Enano, y ni bestia ni hombre que no conociese el secreto arcano de la puerta conseguía dar con su entrada. Poco a poco los magos fueron desapareciendo, y cuando sólo quedaba Fistandántilus (del que se decía que había hecho un pacto con un Dios para alargar su vida a límites suprahumanos, y del que se creía tenía más de 400 años), Turin Escudoderoble temió por la seguridad de la entrada mágica a su reino. Sabía que la férrea mampostería de la obra enana seguiría oculta a ojos no entrenados, pero aún así se reunió con Fistandantilus en un intento de conservar la magia arcana que les protegía.
- No temas nada - le dijo Fistandántilus - Lanzaré un último conjuro que protegerá esta ciudad. Pero el conjuro no se extinguirá conmigo, sino que quedará unido a mi alma inmortal hasta que el portador del hacha regrese y encuentre mi tumba.
Turin no entendió sus palabras, pero le agradeció el gesto al poderoso mago.
Días después, un enorme retumbar sonó en las dependecias del Último Mago de la ciudad. Cuando los enanos corrieron al lugar, encontraron que el mago había desaparecido, y únicamente quedaba una bola de fuego roja flotando en el centro de la estancia sobre el libro del Mago.
Recordando las palabras del mago, Turin supo que Fistandántilus había cumplido su promesa, cediendo su vida a cambio de la protección de la ciudad. Hizo excavar una tumba en lo más recóndito del corazón de la montaña, pues intuía que la bola de fuego ocultaba el alma del Mago, e hizo trasladar allí el libro del arcano Mago. Sin embargo, no encontraron por ningún sitio hacha alguna que se relacionase con la profecía de Fistandántilus.
Inexplicablemente, la bola de fuego desapareció de la estancia una vez sepultado el libro en la tumba, y cuentan que se aloja en la intrincada tumba del mago, flotando sobre el poderoso libro de hechizos perteneciente al último mago del primer éxodo, tumba que se encuentra tan repleta de trampas que ni el enano más hábil sería capaz de esquivarlas.