Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

Los trovadores de la región narran la historia de sus héroes. (Historias escritas por los jugadores)

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Samsara

Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

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TRESCIENTOS AÑOS DE SOLEDAD
(LA SAGA DE LOS SÚRINEN)

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Última edición por Samsara el Sab Feb 05, 2011 7:25 pm, editado 1 vez en total.
Samsara

Re: Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

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PRIMER MOVIMIENTO-BAGATELA

Hace 220 años...

Ahora, avivadas de nuevo las voces tras el ceremonioso silencio, todo volvía al orden, al desorden acostumbrado. Por la puerta cruzada salieron los criados y, un magnífico ejemplar de galgo, entristecido por la exclusión de la que había sido objeto, entró, meneando el rabo. Las damas de compañía, siempre de confianza, se levantaron lentamente, y el oscilante retroceso de sus túnicas dejó poco a poco a descubierto las desnudeces de los tobillos que se reflejaban en el fondo lechoso de las baldosas. En aquel pequeño cosmos en movimiento, tan sólo el sol permanecía estable en su lugar, acostumbrado a que todo girase en torno suyo.

Mhäriel Sùrinen dió por terminada la sesión cuando alcanzó la aristocrática y huesuda mano hacia una bandeja de plata y tomó una copa de fino cristal a medio llenar con un denso líquido carmesí. Vino de Cormyr, sin duda de sabor mucho más intenso que la hidromiel. El galgo resopló en su regazo, fiel y aburrido, y Mhäriel le prodigó caricias como jamás lo hizo con alguno de sus familiares.

-Dentro de unos días habré finalizado el nuevo encargo, Lady Mhäriel- quién así hablaba no era otro que el célebre pintor Nevio della Malva. Pese a su aspecto estridente, a un notable sobrepeso, y a su predilección por los jóvenes efebos, se había ganado la simpatía de la elfa gracias a su ingenio afilado y juguetón- Vuestro padre quedó realmente satisfecho con el retrato oficial. Aunque, por supuesto, la materia prima es de excelente calidad.

-Oh, bueno, sí,vuestras propias palabras lo confirman: oficial. No deseaba regresar a Siempre Unidos sin una muestra de vuestro verdadero talento, mi querido Nevio.

Nevio della Malva había sido bendecido y castigado al mismo tiempo con el don de reconocer y emocionarse ante la belleza absoluta y trascendental, y, en términos objetivos, esa criatura dorada y majestuosa que se dignaba a hablar con él, le dolía como un recordatorio de lo que nunca llegaría a ser. Mhäriel se desembarazó del galgo elegantemente y avanzó hacia Nevio con un movimiento cadencioso. Observó con frialdad el lienzo en que sus rasgos quedarían plasmados. El trazo abocetado era el vehículo perfecto para reflejar la naturaleza geométrica de sus facciones. Pero no era eso lo que importaba, muchos otros artistas lo habían intentado. Aquel cuadro era en realidad un grito de libertad, un desafío a las normas y una bofetada a la moral. La joven asintió levemente, satisfecha.

-Soberbio ... -aprobó, prolongando con inusitado placer el tosco sonido de la "erre fuerte", ausente en su lengua materna.

-Mañana, si vuestras obligaciones y deberes no os lo impiden, me gustaría continuar,Mi Señora- cubrió el lienzo con un paño y comenzó a guardar escrupulosamente sus materiales de dibujo.

-Me temo que eso va a resultar imposible, querido amigo- Mhäriel se ocultó tras un biombo ornamentado con motivos vegetales y comenzó a desnudarse, librándose por fín de la provocativa extravagancia con la que se había cubierto. Los restos del delito fueron depositados sobre una silla: una amplia blusa de seda blanca y unas calzas de cuero negro, un atuendo masculino y humano- Nobleza obliga- El biombo devolvió a una digna representante de la Casa Sùrinen en Argluna, ataviada con la sencilla pero elegante túnica que durante tiempos inmemoriales los había identificado- Padre ha reclamado mi presencia en un asunto oficial...una...recepción.


-Y me alegro por ello. Vuestro padre ha sabido introduciros sutilmente en el devenir político de la ciudad...

Efectivamente, Eldarion Sùrinen, patriarca de una Casa Menor de Siempre Unidos, había sido durante cuatrocientos años un templado y justo gobernante con los suyos, entregado cumplidor de la tradición élfica y devoto siervo de Corellon Larethian. Más sentía que sus días se agotaban, se hacia necesario el relevo, y veía en su hija menor la inteligencia, energía y tolerancia de espíritu que no había visto en el resto de su progenie. Por supuesto que todos los miembros de la Casa Sùrinen gozaban de un fuerte, apasionado y en ocasiones colérico temperamento, pero ninguno de ellos había sido capaz de canalizarlo por vías productivas.
Probablemente, cegado en su amor de padre, no supo o no quiso ver en su hija los defectos que aquejaban a la raza de los Sùrinen, viciada en la comodidad de los que lo tienen todo. Aquella misión diplomática en la Corte de Argluna supondría una buena toma de contacto para que la joven asumiera sus posteriores funciones preservando la reputación y el honor de la saga.

-...Una lástima que su ardiente hija prefiera los bailes,los jardines y las alcobas de esta fría ciudad a las aburridas cámaras del Tribunal- concluyó maliciosamente el pintor, relajando la corrección protocolaria que hasta el momento había mediado entre ellos.

Mhäriel sonrió de medio lado,como si los músculos y la piel le doliesen al hacerlo. No obstante, disfrutaba de aquellas pequeñas intrigas sentimentales tanto como él.

-Devolvedle las ropas a Paul. Y decidle que esta noche nos citaremos donde siempre.
Shamandalie_Vethas

Re: Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

Mensaje por Shamandalie_Vethas »

Ya me gustó.

(perdon si offtopiqué o algo la historia)
Samsara

Re: Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

Mensaje por Samsara »

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SEGUNDO MOVIMIENTO-INTERMEZZO

Hace cinco años...


-Era un perfecto imbécil...

Justine Malraux sale de su trance, tomando entre sus manos expertas la cabeza de cabellos rojizos que plácidamente reposa en sus breves senos, depositándola sobre los mullidos almohadones adamascados de vivos colores. Obtiene por toda respuesta un sordo gruñido y un lánguido manotazo.
Se pone en pie, alta, esplendorosa, eternamente joven y etérea, no desea despertarlo, no se le dan bien las despedidas. Comienza a vestirse, cierra los ojos satisfecha al sentir la suave caricia de la seda sobre su piel, practica una perfecta lazada con la corbata del blusón blanco y, de repente, las dudas se apoderan de ella. Cada vez con más frecuencia. Cosas de la edad, supone.

Toma asiento frente a él y lo observa, apoyando la barbilla afilada sobre las manos, en un gesto analítico y seductor. Ni siquiera conoce su nombre. Eso no es de extrañar, la gente pone nombre a las cosas cuando se encariña con ellas, piensa. Por eso Mhäriel Sùrinen renunció al suyo, y por eso cada día adopta uno diferente.
El muchacho es particularmente hermoso, pero, desde luego, para alguien cuyo trabajo consiste en acumular y poner precio a la belleza, eso no tiene demasiada importancia. Cada vez son más jóvenes. Justine tiene una extraña moralidad, les arrebata la pureza y los traiciona como parte de un proceso educativo. Para que sepan lo que duele ser abandonado, para que abran los ojos a la vida cuanto antes y dejen a un lado los inútiles idealismos. Lamentablemente, muchas veces no lo consigue, sobre todo porque suele dejar bajo la almohada una suma de monedas lo suficientemente considerable como para que esos muchachos puedan vivir holgadamente durante varios meses. Y ni siquiera se acuerdan de ella.

Puerto Cálim está llena de gente como él, cachorros abandonados, ingenuos rateros y truhanes que desaparecen de este plano material sin pena ni gloria. Allí lo encontró, en un tugurio de mala muerte, tratando de engañar con un simple juego de trileros a los parroquianos embriagados en la sobrecargada atmósfera de exóticas substancias. Y allí estaba ella también, escarbando en la basura una vez más, fascinada como una niña caprichosa con la libertad bohemia del ambiente, distante y altiva como un observador fantasmal que ni siquiera tiene nombre. El resto de la historia había seguido su cauce natural, una vulgar escena de seducción en la que, después de todo, cazador y presa no estaban tan claros.

Justine se reflejaba en el rostro de sus amantes, ya fueran ocasionales o fijos. ¿La convertía esto en mejor persona? Definitivamente, no.

Se pone nuevamente en pie y recoge sus calzas de cuero negro, desperdigadas en el suelo de cerámica estrellada. El mejor atuendo para una maldita parrilla al rojo vivo como Puerto Cálim, piensa. Se lía un cigarrillo con las aromáticas hierbas del Wélzdah que siempre lleva en una cajita de plata y vuelve a tomar asiento, como si las dudas decidieran por su postura. Sus ojos fríos y calculadores indican que está procesando información como una auténtica máquina. Regresa al Norte después de cerrar el trato. Es posible que se detenga en Aguas Profundas a visitar a un viejo conocido. Ya tiene ganas de ponerse en marcha, odia el calor.

Aparta un sudoroso mechón de la frente del joven con un maternal gesto que la sorprende con la guardia baja.

-Era un perfecto imbécil...-repite para sus adentros con rictus cínico mientras se lleva el cigarrillo a los finos labios.


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Shamandalie_Vethas escribió:Ya me gustó.

(perdon si offtopiqué o algo la historia)
Tranquila, se agradecen los comentarios :wink:
Samsara

Re: Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

Mensaje por Samsara »

[youtube]87UE2GC5db0[/youtube]

TERCER MOVIMIENTO- TOCATTA Y FUGA

Hace 220 años...

Las pinceladas con las que Nevio della Malva atrapaba las carnaciones de Mhäriel eran cortas y precisas. Los trazos se entrelazaban en una delicada sinfonía de colores y texturas tejiendo sobre el esqueleto de carboncillo venas y piel impresionistas. Animado por el genio del artista, al vigesimotercer día, el retrato comenzó a hablar.

Mhäriel Sùrinen había tenido ya tiempo para forjarse una nueva identidad. Esperaba en una mesa al fondo de una posada cualquiera de Argluna, vestida como un hombre, liándose un cigarrillo tras otro mientras dirigía de cuando en cuando furtivas miradas hacia la entrada. Si estaba nerviosa, se cuidaba celosamente de disimularlo, fingiendo aires de gran señora, como bien había aprendido para controlar sus temores. La soberbia era un efectivo mecanismo de protección. Contaba apenas con Cientocinco años.

Nevio della Malva era el mejor maestro de ceremonias con el que se pudiera contar pues proyectaba todas las miserias de su vida íntima en un frívolo y encantador espectáculo de masas. De él se decía que era capaz de modelar la más exquisita figura de Sune en un trozo de excremento. Igualmente cayó Mhäriel Sùrinen en sus manos, princesa solar de un mundo brumoso como el Ensueño. Trazó para ella desde el mismo momento en que la vió una de las tantas vidas que él jamás podría vivir. Y sí, esto también fue llamado alguna vez amor a primera vista.
La pureza élfica de su sangre, la belleza ultraterrena de su rostro, eran las más deliciosas materias primas con las que crear una exótica y sofisticada parodia de mujer mundana. Se puede decir que la manipuló, pero también que ella se dejó manipular. Lentamente, la introdujo en su telaraña de amistades, poetas, músicos, actores, mercaderes de emociones, vividores y espíritus hipersensibles. Artistas, en definitiva. Mhäriel se olvidó de la grave hermosura de su Eterniôn natal, se olvidó del Tribunal de la Estrella, se olvidó de su prometido Amrod Sùrinen e incluso se olvidó de su anodino y pulcro nombre.

Hasta los corazones más fríos, aquellos que son estrangulados por el intelecto y se entregan sin remordimiento alguno a las pasiones físicas con la deportividad de un atleta, han conocido alguna vez la insoportable comezón del amor. Y es un picor tan arraigado en las entrañas que no se puede aliviar sin riesgo a morir.
En contra de lo que pudiéramos pensar, llegó intacta a Paul Valdemont, empujada por su maestro y creador. Paul Valdemont era un joven bardo humano, de potentes y vuluptuosas facciones y nariz imperial, esbelto y espigado como un felino. Cursaba sus estudios de arte en la prestigiosa Focuclán y a veces decíase nacido en Luskan y otras en Noyvern, tomando partido del contubernio entre ciudades según soplaran los vientos o la ideología del interlocutor. Sin duda en el campo artístico en el que destacaba era en el de la teoría y provocación, pues en el resto resultaba más bien mediocre. Una vez salido de nuestra historia, llegó a convertirse en un competente instructor de piano para señoritas, pero nunca ofreció recital alguno.
El Cenáculo de artistas que Nevio della Malva había dispuesto en el jardín trasero de su mansión se iba estrechando según pasaban las noches y las horas y, finalmente, siempre quedaban a solas Mhäriel y Paul, conversando sobre lo humano, lo divino y lo élfico mientras los cuerpos lanzaban señales inequívocas de la pulsión erótica que subyace bajo cualquier acto social. El verbo hecho gracia, como solía repetir irónicamente el secundario de lujo Eliel Meldon.

Mhäriel y Paul, cubiertos únicamente por sendas amplias camisolas de democrático lino, al igual que todos cuantos se congregaban allí, ya fueran nobles o labriegos, se tomaron de la mano,y, saltando desde el Puente de la Luna, fueron recogidos amorosamente por el maternal cauce del río Rauvin. En el preciso instante del beso, la Guardia Sortílega pulsó las teclas de la Urdimbre y las aguas se alzaron en líquida partitura sobre las cabezas enlazadas . El pulso acelerado del corazón halló eco en las explosiones multicolores que los Ilusionistas pintaban en el firmamento. La Fiesta Fluvial de Estival era la última para Mhäriel antes de regresar a Eterniôn, el pequeño paraíso privado de los hijos de Corellon.

-¡Vayámonos muy lejos de aquí, Mhäriel! ¡Muy lejos! ¡Te mostraré Faerûn! ¡Viviremos!- la voz de barítono de Paul se alzaba fantasiosa sobre los arpegios de los músicos y los fuegos artificiales, componiendo un poema sobre la marcha. Probablemente fue su mejor obra- ¡Y cada mañana, recogeré una rosa sobre la almohada!
Y la doncella élfica lo besaba, mientras perlas de agua caían sobre sus mejillas doradas, y reía, y también lloraba. Aprovecharon una mascarada en el jardín de Nevio della Malva para burlar con insolencia juvenil todo cuanto les había sido impuesto por nacimiento. Ni lo pensaron, fue el impulso que decidió sobre el resto de los años que hubieron de venir después. No dejó nota alguna a su padre, Eldarion de la Casa Súrinen, que regresó a su reino con ganas de irse a Arvandor y no volver. Tampoco se llevó su retrato. Por aquel entonces, la vida era un palacio de cristal y oropeles y ella había nacido para ser libre, incluso del amor, pero eso era algo que aún no sabía ¿Quién no ha tenido Cientocinco años?

El viaje a ninguna parte comenzó en una posada cualquiera de Argluna, y su primera etapa concluyó en otra posada anónima de Aguas Profundas. Mesalina Valdemont lo supo cuando aquella mañana nadie recogió rosa alguna de la almohada. El bardo se había cansado de cuidar de una sola flor y se hizo jardinero de un vergel.
Pero hasta quién esto escribe, al fín y al cabo, directora de las desventuras de Marath, puede afirmar que Paul llegó a amarla apasionadamente al menos durante un año y cuatro meses. Ella contaba con Cientocinco años, él, con diecisiete.
Samsara

Re: Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

Mensaje por Samsara »

MANOS

Hace 90 años...

"El vínculo que a une a los padres con los hijos es indisoluble. Ahora lo comprendo.

Todavía lo tengo tan presente... alto y pálido, incorpóreo, como un fantasma, atado a este mundo tan sólo por un poderoso acto de voluntad, sonriendo, de brazos cruzados, apoyada la cabeza sobre el quicio de la puerta mientras me observaba, silencioso, jugar.

-Podría pasarme una eternidad contemplándote, mi pequeña cierva blanca- entonces yo tiraba mi sucia y maltratada muñeca de trapo y madera al suelo, un mullido y esponjoso manto de hojas, y corría hacia él. Porque, pese a todo, sus manos eran fuertes y firmes.

Aquellas manos habían traído a la luz de este mundo muchas vidas. Me permitía acompañarlo cuando trabajaba y yo, feliz e inconsciente como sólo una niña puede serlo, veía en esos viajes la oportunidad de reencontrarme una vez más con los bulliciosos asentamientos élficos que se dispersaban por toda la geografía de Bosque Alto. Era el único contacto que tenía con la civilización. No me percataba de las tensiones que su sóla presencia causaba aquí y allí, un elfo de luna, invasor, con olor a ciudad y costumbres humanas. Tan sólo me inquietaba el hecho de que todos esos niños tuviesen madre -muchos, la mayoría- y yo no. Le había dado sombras con mi luz una fría mañana de Mirtul. No hablaba de ella. No había indicios de ella en nuestro hogar. Padre solía esquivar mi curiosidad infantil levantando ante mí un infranqueable muro de melancolía. Jamás me alzó la voz o fue duro ó severo conmigo. En ocasiones, hubiera preferido odiarlo un poco, como todos los niños odian de vez en cuando a sus padres.

Con el tiempo, aprendí a callar y descubrí que el silencio puede llegar a ser igual de elocuente. Moldeaba los vacíos de su ronca voz a mi antojo e imaginaba cien historias diferentes. Cada vez que recogía a un recién nacido en sus manos, me sentía más próxima a él e intuía que él se sentía más próximo a madre. Y así, la vida completaba otro ciclo. Y los dioses nos sonreían"
Samsara

Re: Trescientos años de soledad (La Saga de los Súrinen)

Mensaje por Samsara »

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CUARTO MOVIMIENTO- LIED

Hace 125 años...
Aquellas manos, delicadas y firmes al mismo tiempo, se abrieron paso entre la maleza, descorriéndola como si se tratara de un espeso cortinón de terciopelo verde. Ambos cruzaron sus miradas durante un instante. El elfo lunar ofrecía un aspecto salvaje y descuidado, que contrastaba con la fragilidad enfermiza de su cuerpo. En sus pálidos labios se dibujó una leve sonrisa irónica y dulce, un regalo para reconfortar a su hallazgo, consciente de la gravedad de su estado.


-Una cierva herida...

-O tal vez ...una zorra... - podría haberse tratado de una visión. Los cabellos rubios, sucios y enmarañados, se pegaban a su craneo y la piel reflejaba un sensual resplandor dorado. Respiraba agitadamente, apurando con desesperación los que pensaba probablemente serían sus últimos sorbos de oxígeno. Pese a que una blanquecina pátina recubría sus vidriosos ojos, luchaba por mantener la mirada fría y la graciosa barbilla aristrocrática alzada. Su atuendo, hecho jirones, era masculino, y a todas luces costoso, a juzgar por el detalle con el que el cuero negro había sido labrado. El varón posó los fardos que llevaba cargados a la espalda y avanzó hacia ella, mostrándole la palma de las manos en señal de paz.

-Los Solares no sois una especie frecuente por estos bosques....Me pregunto....de dónde habréis escapado...- sin dejar de sonreir con cierta socarronería, el elfo se sorprendió a sí mismo al descubrir la dificultad con la que las palabras afloraban desde su interior...hacía tanto tiempo que se había consagrado al silencio...Terminó por destrozar la pernera de sus calzas negras y depositando una mano sobre su pierna desnuda, consiguió cerrar algunas de sus heridas con el simple contacto.

Ella se limitó a sonreir de medio lado, de forma cínica y defensiva. La sensación que el hombre le transmitía era agradable pero sin lugar a dudas, inútil. "Aquí termina mi camino", pensó. Nunca se había detenido, su vida había sido una desenfrenada huída, un absurdo viaje a ninguna parte. Pero a costa de ello, había conquistado la libertad. Le pareció irónico que, en unos instantes, todos sus recuerdos desfilaran por su mente, confirmando la más tópica de las muertes. Amaba la extravagancia y el artificio, las formas que perfeccionaban la naturaleza y le hacían olvidarse de su condición mortal. Una infancia en Siempre Unidos, la vida como diplomática en Argluna, los pesados y complicados vestidos, sus frustrados estudios de magia, aquel apuesto y desvergonzado bardo humano que cubría sus vuluptuosos labios con promesas de amor y cantos bohemios. La había engañado, sí, ¿y qué más daba? Un buen día, la díscola y caprichosa hija menor de la Casa Súrinen se despertó sola en una barata posada de Aguas Profundas. Todo respondía a los planes de Tymora. La diosa le sonreía. Un desengaño, pero también un pretexto para abandonar su antigua vida, para sentirse libre. Las imágenes se aceleraron conforme sentía que las fuerzas la abandonaban. Un agudo dolor la trajo de nuevo a este mundo.

-Malditos cazadores furtivos, y malditas sean sus trampas...- ¿y quién era ese elfo lunar que manipulaba su herida mientras hablaba lentamente, con voz ronca, como si tuviera que pensarse las palabras? No recordaba cuánto tiempo había permanecido allí, tirada, pero se sentía vacía de sangre, como si su cuerpo estuviera hueco por dentro.

Las pestilentes calles, los pequeños hurtos, la picaresca del día a día, el rápido ascenso, las traiciones, la larga lista de amantes, apenas sí era capaz de retener el rostro de unos pocos, siempre hacia adelante, siempre corriendo, siempre en movimiento...Un actor no tiene identidad, puede ser lo que desee...Había cumplido con éxito su última misión, poco importaba entonces que en la huída un cepo hubiera conseguido detener por fín a Mhäriel Súrinen, a Mesalia Valdemont, a Madeleine Dolmancé, a Justine Malraux, a Marath Beaugeste de Sainte-Solange.

-Ya está...-las afiladas fauces de hierro dejaron de presionar sobre su carne y su hueso y un espantoso crujido dio paso a un vacío absoluto- No temáis, yo cuidaré de vos...

Se desvaneció en sus brazos, como un pájaro con las alas rotas. Un rubor azulado tiñó las mejillas de Eliel Meldon cuando posó sus labios sobre la fría frente de la elfa. La apretó contra su cuerpo, despertando muchas sensaciones que creía enterradas en la memoria. Hacía siglos que no sentía el cálido contacto de una mujer. Buscaba la soledad, había renegado de su raza así como de todo lo que las ciudades representaban. Desde hacía mucho tiempo pisaba tierras que no tenían nombre. Alzó el inerte cuerpo de la solar del suelo y miró en derredor, con ella en brazos. El verano llegaba a su fín y las ruinas de Karse, primitivas y misteriosas, se engalanaban con los reflejos cobrizos y exhuberantes de la vegetación otoñal. Una melancólica manifestación de vida. A lo lejos, Eliel pudo distinguir el berrido de reclamo de unos ciervos en celo. Negó lentamente con la cabeza y sonrió para sus adentros, internándose en la espesura esmeralda. "Es la naturaleza...", pensó.
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