Diez sombras reunidas al amparo de una hoguera. Susurran, murmullos que cortan el silencio de la noche. Al fondo, sobre una roca, las ascuas dibujan sombras danzarinas en el rostro de la única mujer del grupo. Levanta la cabeza. Tenía nueve hombres bajo su mando. Nueve pares de manos y cuchillas dispuestos a sembrar el caos por ella. Nueve inútiles que morirían como señuelo en pos de su verdadera tarea. Chasquea la lengua y, casi de inmediato, esboza una sonrisa que ensombrece su rostro aún más. Por un segundo le había parecido sentir la desazón que se siente al compadecer a los demás. No, solo era la sed de sangre que pronto podría saciar.
- Mi señora, los hombres están listos para partir.
Los ojos de la asesina ni siquiera parpadean. Sus dedos anudan la cinta que sujetaría el manojo de flechas ya preparadas en la cadera. Aún con ello, distaba mucho de ser imperturbable. Una vez más, la voz del lacayo se vuelve a escuchar junto a ella.
- Mi señora, queda poco para la medianoche. Debemos apresur...
Ni siquiera pudo terminar la frase. Un sutil silbido enmudece al grupo. Mano y flecha eran una sola. El miserable esbirro baja la mirada, temblándole de pavor el labio inferior. Se había clavado en su pierna derecha, fijo y firme, uno de los proyectiles que la mujer estaba preparando y, sujetándolo, la fina mano enguantada de ella. Con unos horribles chasquidos el cuerpo del salteador empezaba a quedar completamente duro, petrificado. Así, con un último grito de angustia que hizo alzar el vuelo a las aves que dormitaban cerca y una expresión de horror en sus ojos, quedó el humano, condenado y confinado a esa prisión de roca para toda la eternidad. Sonríe aún más, no recordaba habérselo pasado tan bien desde la niñez. Hoy tenía pensado cumplir su venganza. Y el primer paso ya lo había dado: comprobar sus posibilidades. El mercader no le había engañado con el precio de las saetas... valían su peso en oro. Se pone en pie y estira brazos y piernas ante la atenta mirada del silencioso grupo: habían aprendido la lección. Le temían. Y eso le gustaba.
